HOY SAN JUSTO Y
PASTOR LOS SANTOS NIÑOS MÁRTIRES
Soy complutense
hechura de Cisneros y de los prohombres que labraron el arte la sabiduría y el
ser de España. Quisieron los hados que yo terminase mi vida labora trece años
atrás en el Archivo General de aquella universidad. Recuerdo aquel día de enero
en que llegué en el tren de las Rozas, me prosterné ante la estatua del gran
cardenal. Amanecía y en el entrelucirán de la madrugada percibí las voces de
las clarisas de San Diego que cantaban maitines. Mi vida se iluminó con un rayo
de esperanza. Hice la ronda, fui a palacio, ese gran palacio residencia oficial
del primado de Toledo, estampé un beso sobre los muros de la fachada plateresca
de la universidad obra maravillosa de Juan Guas. Se me vinieron a la mente los
rostros de Cervantes, Quevedo, Lope, Tirso, y rodeando las instalaciones
militares del viejo regimiento de infantería Villaviciosa XIV donde hicieron
instrucción los soldaditos de las levas que fueron a pelear por el rey y por la
catolicidad los tercios viejos de Flandes enfilé hacia la calle Pontones y me
puse a las órdenes de doña Pepi que me trató con benignidad y consideración.
Fue la mejor jefa que tuve en mis casi cuarenta años de vida laboral. El
perímetro del Villaviciosa 14, las garitas sin centinela y todo arrumbado,
yacía abandonado una reliquia de nuestro glorioso pasado castrense cuando en el
imperio español no se ponía el sol. Defección y pura ruina democrática. A la
tarde tras el almuerzo en la Pinilla compré almendras garrapiñadas en las
Claras. Una dulce voz monjil oculta detrás del torno me preguntaba:
▬¿Cuantas quiere, señor?
▬Póngame diez
cucuruchos, hermana.
▬Uy tantas…
▬Todas las que le dé
la gana, sor. Tengo familia larga y además hoy estoy contento.
Acto seguido
paseo por los soportales de la Calle Mayor que aun guardan la huella los pasos
de los capigorrones y de las chanzas estudiantiles. Aquí mantearon a Pablillos.
Ojo, Pablos, que asan carne. En España siempre hay que estar de sobre aviso.
Más tarde fui a ver al librero que tuvo la
bondad de poner en el escaparate alguna de mis producciones y que regenta un
establecimiento romano “Domiduca” (la domiduca era la diosa que protegía a los
niños romanos cuando aun eran lactantes) y después me metí en la colegiata para
venerar los huesos de los dos niños mártires. Una hermosa quiroteca o relicario
que guarda el polvo de estos dos valientes chavales alcalaínos que defendieron
la fe de Cristo en tiempos del emperador Diocleciano siglo IV.
Al lado del altar
hay una piedra horadada que según la tradición fue la huella de la rodilla
choque zuela de Pastor cuando se arrodilló sumisa la cabeza a la toza del
verdugo Daciano.
Miles y miles de
complutenses se inclinaron ante ella y la besaron. Dicen que hace milagros. A Enrique
IV le curó unas hemorroides 1473, su hermana, a tenor con lo que cuentan los
anales, Isabel la Católica vino a dar gracias por la toma de Granada 1492
Felipe II 1592 encontró en dicha piedra
alivio a su mal de gota y Felipe IV le pidió intercesión para sofocar la
rebelión de Cataluña 1630.
No pudo hacer
nada la piedra milagrosa con el desafortunado Carlos II el Hechizado 1677.
Prudencio canta
en sus veros a la valentía de ambos muchachos. Un himno de la liturgia mozárabe
refiere que Justo había cumplido tan solo siete años y Pastor los nueves. Eran
hijos de un centurión que había sentado plaza en los campamentos complutenses.
¡Qué hermosa es
historia cuya veracidad plasman de forma irrecusable las actas de los mártires!
A estos dos niños les tengo yo particular devoción puesto que me siento alcalaíno
fino y me gusta el vino.
06/08/22
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