Benidorm es algo más que un cementerio de
elefantes. Me gusta por su luz declinante. Por los montes pelados que lo
circundan que invitan a escalarlos cuando al atardecer me quedo mirando hacia
ellos mientras la luz fenece por la ventana de mi hotel, ojeo los periódicos.
Todos dicen lo mismo. No son los de mi época. Juego con el mando a distancia,
hago un barrido por todas las cadenas, evito las emisoras españolas, son
gárgolas de piedra que escupen mierda, me llenan de melancolía y de estupor.
En esa caja tonta se esconde misterioso y
locuaz un gnomo con los pantalones del revés en los que un ninfo con pinta de
novicio acaba siempre cagándose en todo lo más santo;¡ese fulano se va por la
pata abajo y quiere defecar sobre nuestros valores! Se caga en la bandera que
juramos y a los que la juramos un día nos dan ganas de agarrar el máuser e ir a
por él. No merece la pena.
Ojala
revienten todos esos quicos y quicas, todas esas sobrinas de tonadilleras y esa
cuadrilla de sarazas, que revienten, como el lagarto de Jaén pues hasta este
rincón oasis mediterráneos llegan con sus estentóreas voces y proclamas de
vindicta. España es el edén de los corruptos, mataron al padre y violaron a la
madre.
Las mañanas las suelo pasar en la playa
tendido al sol como un lagarto. Se ven unas mujeres despampanantes pero como
soy viudo y estoy curado de espanto nada me dicen. Ya pasó para mí el tiempo de
merecer, busco otros consuelos espirituales que no me pudo dar ninguna mujer,
excepto aquel amor que tuve en el Yorkshire. Agua que no has de beber… rezo por
el eterno descanso de su alma. Está enterrada en un cementerio de Essex.
Siempre que bajo a Londres le llevo flores y murmuro una oración por Doris mi
bella y buena esposa. Me despanzurro, olvidando mis duelos y melancolías, en la
playa, y dejo que la arena o la ola acaricien mis carnes cansadas y -ay- ya
provectas. Cruzó como un soplo la juventud pero pienso yo que en la senectud
hay otros goces. Es bella la vida que se nos va. Soy profesor jubilado de un
high school inglés y pasé la mayor parte de la vida laboral en las Islas. No
renuncié a mi españolidad y salvo una vez en que se acaloraron los miembros del
staff sobre el asunto de Gibraltar jamás tuve diferencias con los británicos.
Por supuesto yo sostuve el criterio de que el Peñón es España y a mis
compañeros les sonó a exabrupto. No volvía a hablar del tema Gusté del
cristmass pudin y el porridge. Aprendí a jugar al bridge y a atiborrarme de té
y de los dominicales en esos domingos ingleses que son como el limbo o el sabat
judío.
-A cup of tea, luv. It builds you up, mate.
-Oh yes.
Al regresar a mi patria, al sol del Mediterráneo, me siento uno de tantos expatriados ingleses como los que se cruzan en mis paseos mañaneros por el paseo marítimo. Me cuesta trabajo encontrar al español que pudo haber en mí. Ha cambiado el lenguaje y hasta la manera de ser. Mis compatriotas han dejado de ser genuinos y mimetizan las costumbres anglosajonas. ¿Cultura sucedánea? Tal vez.
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