El cuervo locuaz desde el
ambón del ventanal seguía cantando como un diácono impertérrito la epístola de
las andanzas de la vida pasada. La voz del córvido se estrellaban contra un
muro lateral, pero era tan penetrante que traspasaba las paredes y su canto como
una melopea podían escucharla los enfermos de las contiguas salas. Los dichos y
los hechos (de algunos yo no me acordaba) eran narrados en fabordón en un tono lúgubre del
fiscal que incoa la causa mientras el juez con un ángel sentado a la derecha,
era el serafín de mi guarda, y un diablo
inquisidor a su izquierda, con acuidad suprema, consultaban el sumario de la causa. San Miguel al fondo de la sala
se acercó con una romana (la statera) iban a pesar mi alma. A un lado de la
balanza, las cosas buenas que hice y enfrente las malas ¿Hacia dónde se inclinaría
el fiel de la balanza? Mis hechos, mis dichos, mis odios, mis envidias, mis
conjeturas y juras en falso, allá se pesaban al fondo del iconostasio los nueve coros angélicos
cantaban:
▬Kyrie eleison
El
cuervo, con su voz testimonial y sus ojos escudriñadores, si observaba que yo me
revolvía en mi lecho de dolor, decía:
▬Arrepiéntete, cabrón.
▬Yo me arrepiento de todo
corazón por haber dejado a la Suzi preñada y luego desconvocar la boda por la
iglesia que teníamos aplazada en Londres. Mi madre decía "te vas a casar
con esa puta ... Que se va con todos" Estas palabras de mi madre me partían
el corazón, pero al fin ganó la batalla el amor. Quemé las naves y me fui a
Londres y una mañana de octubre creo que era el Día del Pilar contrajimos
matrimonio en el Registro Civil de Romford. Yo había dejado en Madrid mis
pluriempleos como periodista de SP y como redactor de Radio Nacional. También
trabajaba de noche en la agencia EFE. Estaba agotado. No dormía ni sosegaba y esta
intranquilidad y ese trajín afectó a mis nervios. Yo era un chico guapo, escribía
bien, y se me abrían todas las puertas. En Inglaterra pude conseguir un trabajo
como profesor de español en una escuela de Doncaster, pero a la Suzi,una bella
londinense, aquella ciudad de provincias algo paleta, pero donde conocí muy
buenas personas, no la probaba. Enfermó de un cáncer de tiroides. Todo se vino
abajo después de nacer Helen. Cuando la operaron en el Gran Hospital de St Stephens, la directora
de Estudios no me permitió desplazarme hasta el Sur y cuando salió del hospital
me dio la noticia de que se separaba de mí. Me derrumbé y una mañana de marzo cerré la puerta de mi
domicilio en el 28 de Scott Crest Inglaterra, ahí te quedas Britania. Entonces salí de la
casa que había con gran sacrificio y
regresé a España pero me quedé la llave con la esperanza de un casual regreso (es lo que hacen siempre los judíos cuando ahuecan el ala) algún día. Tengo un buen ángel de la guarda que me protege en todos los avatares de la vida. Él me buscó nada menos que
una corresponsalía en la ciudad del Támesis. Verumtamen, tú has nacido de pies. Lo tuve por un milagro pues era lo que yo solaba ser
corresponsal en el extranjero. Llamé a Suzanne desde una cabina telefónica. Se
puso su madre que me dijo que mi mujer no quería volverme a ver más. El cuervo
de la habitación cuando leía esta parte de mi vida empezó a llorar. Su clamor
retumbaba por todo el edificio. Pero yo estaba arrepentido de mi pecado mayor
con dolor de contrición y atrición. A causa de mi perversión pagaría la culpa
al correr de mis días. Son cosas del karma, dicen los entendidos. Algo vale que yo poseo un buen aura.
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