2025-10-29

 LOS GATILLAZO DE QUEVEDO, SEGÚN GÓNGORA

Parlan ahora los vanilocuentes con mucha prosapia si el tamaño importa. En el siglo XVII no sólo importaba, sino también si se empinaba, como debe ser, si cumplía o no cumplía. El sexo habita entre nosotros y las pilas duran y duran como las de Duracell. Menos globos pero la verdad es que a ciertas edades a muchos se les acaba la pólvora y no están para coger pesos. Góngora que era un poeta monstruoso ─el mejor a mi juicio de la lengua española─ era un espadachín de la palabra. Mal clérigo que se dormía cuando el coro de la mezquita de Córdoba cantaba el oficio o se fumaba las vísperas y se metía en algún garito a orillas del Guadalquivir a pasar la tarde. Enemigo mortal de Quevedo un hombre a la nariz pegado éste le acusaba de ser judío porque su pabellón nasal semejaba el espolón de una galera, de bujarrón también lo motejaba aunque no creo don Luis acusaba a don Francisco el divino cojo de impotente, pues a la vejez gaitero y parece ser que el divino cojo a los cincuenta años ya estaba para pocos trotes, y con esta letrilla parece dirigir toda su artillería contra el autor del “Buscón”  como revancha por su poema “Erase un hombre a una nariz pegado”. Lo cual que se corrió la voz por todo Madrid que al insigne autor de “Los Sueños” ya no se le paraba, tampoco se le tenía y sus gatillazos se hicieron famosos en las casas de putas. Góngora el año 1625 le dispara este dardo en forma de poema:

A un caballero que estando con una dama no pudo cumplir sus deseos

 

Con Marfisa en la estacada

Entraste tan mal guarnido

Que tu escudo, aunque hendido,

No lo rajó tu espada

¿Qué mucho si levantada

No se vió en trance tan crudo

Ni vuestra vergüenza pudo

Cuatro lágrimas llorar

Siquiera por dejar

De orín tomado el escudo?

Está claro que don Francisco de Quevedo y Villegas iba para viejo ya no podía cumplir cual solía y, yéndose de picos pardos, hacía el ridículo. Don Luis de Góngora y Agorte por si acaso no se metía en política. “Ande yo caliente ríase la gente… curen otros del gobierno, del mundo y sus monarquías”. Volvíase Quevedo polvo enamorado pero quedaba mal con su Lisi en las casas de Tócame Roque. Luis de Góngora y Agorte recibía admoniciones del obispo de Córdoba por su indolencia e indevoción. Él lo que quería era vivir tranquilo. Andaba por los figones dando besos al jarrillo y al entrar en las tabernas que proliferaban a la sombra de la catedral, detrás de la mezquita gritaba al tabernero:

─Deme un medio vuesa merced

Luego brindaba con un laus tibi Deo. Los dos poetas mayores espadachines de la palabra enemigos acérrimos─ insultos feroces en el camino─ estaban los dos transidos de españolidad y de humanismo. Que eran, gatillazos aparte, muy humanos, quiero decir.

 

Miércoles, 29 de octubre de 2025

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