LOS GATILLAZO DE QUEVEDO, SEGÚN GÓNGORA
Parlan ahora los
vanilocuentes con mucha prosapia si el tamaño importa. En el siglo XVII no sólo
importaba, sino también si se empinaba, como debe ser, si cumplía o no cumplía.
El sexo habita entre nosotros y las pilas duran y duran como las de Duracell. Menos
globos pero la verdad es que a ciertas edades a muchos se les acaba la pólvora
y no están para coger pesos. Góngora que era un poeta monstruoso ─el mejor a mi
juicio de la lengua española─ era un espadachín de la palabra. Mal clérigo que
se dormía cuando el coro de la mezquita de Córdoba cantaba el oficio o se
fumaba las vísperas y se metía en algún garito a orillas del Guadalquivir a
pasar la tarde. Enemigo mortal de Quevedo un hombre a la nariz pegado éste le
acusaba de ser judío porque su pabellón nasal semejaba el espolón de una
galera, de bujarrón también lo motejaba aunque no creo don Luis acusaba a don
Francisco el divino cojo de impotente, pues a la vejez gaitero y parece ser que
el divino cojo a los cincuenta años ya estaba para pocos trotes, y con esta
letrilla parece dirigir toda su artillería contra el autor del “Buscón” como revancha por su
poema “Erase un hombre a una nariz pegado”. Lo cual que se corrió la voz por todo
Madrid que al insigne autor de “Los Sueños” ya no se le paraba, tampoco se le
tenía y sus gatillazos se hicieron famosos en las casas de putas. Góngora el
año 1625 le dispara este dardo en forma de poema:
A
un caballero que estando con una dama no pudo cumplir sus deseos
Con
Marfisa en la estacada
Entraste
tan mal guarnido
Que tu escudo, aunque hendido,
No
lo rajó tu espada
¿Qué
mucho si levantada
No
se vió en trance tan crudo
Ni
vuestra vergüenza pudo
Cuatro
lágrimas llorar
Siquiera
por dejar
De
orín tomado el escudo?
Está claro que don
Francisco de Quevedo y Villegas iba para viejo ya no podía cumplir cual
solía y, yéndose de picos pardos, hacía el ridículo. Don Luis de Góngora y Agorte por si acaso no se metía en política. “Ande
yo caliente ríase la gente… curen otros del gobierno, del mundo y sus
monarquías”. Volvíase Quevedo polvo enamorado pero quedaba mal con su Lisi en
las casas de Tócame Roque. Luis de Góngora y Agorte recibía admoniciones del
obispo de Córdoba por su indolencia e indevoción. Él lo que quería era vivir
tranquilo. Andaba por los figones dando besos al jarrillo y al entrar en las
tabernas que proliferaban a la sombra de la catedral, detrás de la mezquita gritaba al tabernero:
─Deme un medio vuesa
merced
Luego brindaba con un laus tibi Deo. Los dos poetas mayores espadachines
de la palabra enemigos acérrimos─ insultos feroces en el camino─ estaban los
dos transidos de españolidad y de humanismo. Que eran, gatillazos aparte, muy
humanos, quiero decir.
Miércoles, 29 de
octubre de 2025
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