2025-11-25

 EL ILUMINISMO LULIANO Y LA RECONQUISTA DE JERUSALÉN

 

 

7“El hombre si desea acceder al conocimiento de la trinidad tiene que renunciar a la carne y desentenderse de las evidencias que le brindan los sentidos”. Sobre tal premisa se centra la filosofía de uno de los grandes pensadores católicos del otoño de la edad media. Raimundo Lulio, y con ella justifica la preeminencia o excelencia del cristianismo sobre el mahometismo o el judaísmo.

La irrupción de este fervoroso mallorquín. Que cultivó todas las artes (astrología, medicina, física, teología, gramática, patrística y filología pues era políglota) va a ser un hito cuya altura no ha sido superada. Él es una figura central para todos aquellos pensadores que piensan que Xto es el alfa y omega, el principio y fin de la historia sin concesiones fáciles a la aljamía conversa.

No renegó de su fe. Antes bien, por ella padeció cárceles y persecuciones (el cadí de Bugía lo metió en una mazmorra por poner en entredicho determinados pasajes de la teología coránica, que es, como se sabe, menos especulativa que positiva, todo un ejemplo de tolerancia a la andalusí; al santo le aplicaron no una de populo bárbaro, simple y llanamente “una de tres culturas” y en ración doblada) y como consecuencia de estos vejámenes cayó gravemente enfermo muriendo en alta mar en el viaje de regreso a su tierra natal.

Su postura cobra un singular relieve en la actualidad porque Lulio estudió a fondo y se empapó de la cultura árabe llegando a la conclusión de que el cristianismo ofrece un cuadro de valores superior al islam. Ese fue su mensaje, un mensaje que firma con su sangre y que adquiere relevante interés cuando se está operando en nuestra Europa siete siglos después una trayectoria inversa.


Lo andalusí y el Andalús, como dicen los repipis, encuentra adeptos entre los intelectuales de mesnada, los escritores de aluvión y los mamporreros del régimen. Quienes se hacen lenguas de la filosofía coránica mientras fustigan al Galileo. Todos sus elogios son para la media luna, que si fuese ad invicem aguantaría menos que un vendedor de catecismos de la doctrina cristiana a las puertas de una sinagoga. Pero venga una de tres culturas. Otra más.

Su vida da un vuelco al cumplir los treinta años cuando decide abandonar la vida galante que llevaba y hacerse monje y apercibirse para una larga peregrinación tanto psicológica como física.

El fuego que le quemaba era la conversión de los judíos y de los mahometanos al redil de la verdad. Mas, por lo visto, aquella era una idea a la sazón también políticamente incorrecta. Los papas, los cardenales y los prebostes de las grandes ordenes religiosas estaban a lo suyo. Que eran las intrigas, la pugna por el poder político, las riquezas, la soberanía, el predominio y el cisma.

La verdad - dice en uno de sus libros más característicos, el Breviculum y uno de los incunables más valiosos que fue ilustrado por un pendolista de categoría, un canónigo de Chartres por nombre Le Mesyer a finales del s. XIII, pasa por uno de los manuscritos más bellos de la órbita- está encarcelada en un calabozo y hay que ir a rescatarla. Languidece en prisiones, cativa de moros y de judíos sin que aquellos que en la iglesia tienen en mando y jerarquía se dignen mover un dedo por conseguir su libertad. Mientras esto no suceda, el pueblo de Dios seguirá en manos de charlatanes y esbirros.

Del pensamiento revolucionario luliano, inflamado de un fuego abrasador, participan los grandes santos y místicos de aquella centuria :Catalina de Siena, Francisco de Asís, Gertrudis la Magna, así como algunos de los “pequeños maestros alemanes” que derivaron en heterodoxia.

El franciscano mallorquín es uno de los mayores pensadores escolásticos. Todo sus sistema teosófico representa una refutación de la sensualidad muslime, basada en el principio aristotélico de “nihil est intellectum Quod prius non erit in sensu”. De este principio hace bandera el cordobés Averroes. Sin embargo, para la teología católica los sentidos jamás podrán ver a dios. En todo caso, la máxima aristotélica es inútil a la hora de exprimir las complicaciones teológicas de la procesión trinitaria.

Para comprender este misterio no bastan las meras fuerzas humanas ni las potencias del alma - memoria, entendimiento, voluntad - alcanzan la cúspide de la contemplación sin la iluminación específica que el todopoderoso otorga cuando, donde, cómo y en qué m medida a quien quiere. Es hora de enumerar los complementos circunstanciales del accidente modificador de la sustancia que en latín rezan: utrum, quid, de quo, quare, quantum, quale, quando, ubi, quo modo, quocumque. Estos diez predicables se convierten, según lo que explican las escuelas de periodismo en las famosas siete W de la noticia: who, where, whom, with what, with whom, what y when.


Para acceder al conocimiento trinitario hace falta un tercer ojo. Allí donde se sitúa el Finisterre de la razón se abren las puertas del paraíso cristiano que a diferencia del que predicara el Profeta es puro gozo intelectual. No el que deparan los goces carnales ni las orgías. Sino la simple y pura contemplación de la verdad infinita. De la belleza sin trueque. Es la música que no se acaba porque los instrumentos no paran en lo que sigan girando las esferas. Una música callada. Una melodía secreta. Sin espasmos ni intermisiones. El alma en estado de gracia dará de lado a las tristezas que son recua de todas las lascivias. Amor trae consigo desengaño. El amor humano se acaba pero el divino no tendrá nunca fin. Los cuerpos gloriosos carecerán de apetencias y de necesidades físicas en contra de las prédicas del filosofo de la Córdoba califal cuyas obras dieron la vuelta al orbe haciendo caso omiso de que el padre del personaje hubiese sentado plaza como verdugo oficial del rey Abderramán III quien como se sabe aplicó el rasero de las tres culturas a innumerables mozárabes que fueron degollados bajo su califato por no querer renegar de la fe de Cristo. Era la tolerancia según la entienden los discípulos de Mahoma y algunos muladíes de la acera de enfrente como Muñoz Molina, Gala, Goytisolo con sus pipiolos. La destrucción de todos los monasterios que como un anillo de oro cercaban a la capital de los omeyas y la decapitación de sus nutridas congregaciones fue un caso típico de “tolerancia sarracena”. Sarajevo, un nombre que ha dado pie y sirvió de pretexto para el estallido de una guerra de desquite, no existe.  Es una nefasta entelequia en la mente sanguinaria de algunos príncipes.

En la actualidad cuando el hedonismo impera y el culto al cuerpo mueve ríos de dinero y suscita verdaderos movimientos de fervor en las plateas midriáticas y los grandes serrallos de la publicidad, poblados de huríes y de eunucos, para los que la salud, la belleza y la potencia sexual son un valor absoluto mecanicista y funcional, el averroísmo vuelve por donde solía haciendo tambalearse a los valores cristianos de la existencia y mientras España se desespañoliza y descristianiza a marchas aceleradas. Parece ser que sus enemigos históricos a los que secundan los aqueos surtos en el fondo de las tripas del caballo de Troya que nos vigila amenazador vienen metiendo prisa. Una de tres culturas y diecisiete de autonomías.

Pero ésta no es desde luego una idea original del mundo árabe, el cual absorbe como una esponja de forma avasalladora todo aquello que le salta al paso o donde impone su ley, en contra del criterio que vienen sosteniendo los mencionados Gala, Muñoz Molina y otros incondicionales de Ben Laden, muladíes de la hora undécima. Los musulmanes copian a los griegos. Averroes  no es más que un intérprete parcial de Aristóteles quien le inspira no sólo en el cuadro de las artes liberales sino en los tratados de mecánica, medicina, botánica, para componer sus tratados.


La sombra de don rodrigo vuelve a planear, funesto fantasma, por los horizontes españoles. La machaquería e insistencia, verbigracia, con que ensalzan los quintacolumnistas de Polanco a todo lo andalusí (el verbo no puede ser más cursi), sin reparar siquiera de donde viene la palabreja que no es otra que una derivación de vándalo. Y los vándalos, que yo sepa, eran godos, tribus venidas con los bárbaros del norte y que ocuparon el sur. Pero nos hacen creer que eran bereberes y, oh locura de las locuras, relacionan a éstos con los vascos, que eran los iberos de pura cepa y que por supuesto no tienen nada ver, aunque algunos lo pretendan con la decimotercera tribu perdida de Israel.  Pero hoy está todo manga por hombro. Hasta la historia se vuelve contra nosotros y es un instrumento de venganza como una clava que se vuelve con nosotros. ¿No decías que entonces aquello? Pues ahora lo otro y lo otro es justamente lo contrario. Venga otra de tres culturas. ¿Y Boabdil el Chico no lloraba al salir de la Alhambra? Ni mucho menos. Iba bajando la cuesta crispados los puños y no dejaba de repetir su frase preferida, aquello de ya volveré y os vais a enterar de lo que va a valer un peine.

Estaban desconformes con la lectura que se hizo de la historia de España y ahora están aquí los escribas para borrar los pasajes aquellos en los que no se encuentran agusto. ¿Y la objetividad? ¿Y la verdad? Esa no interesa. La verdad la escriben los vencedores. Boabdil vuelve a lomos de su mula muy enjaezada y atalajada. Lleva por palafreneros a Muñoz Molina y a Salmón Rojo que van delante al frente de un grupo de músicos que tocan chirimías y zampoñas, flautas traveseras, oboes, etc. el que parece su capataz acciona en lo alto la batuta y va repitiendo sin parar: Tocala otra vez, Sam. ¿Que me la toque ? ¿Pero que dices? No, home, no que tu no sabes inglés. Lo que yo quiero decir es “play that again, Sam”.

Y el dulzainero empieza otra vez. Y nosotros en esas estamos. Angustiados, asqueados, con ganas de emigrar, pero para nuestra desdicha no tenemos un lugar adonde ir.


Pero de la misma forma que Malen tiene nombre de tango, Averroes suena a error y a plagios descañados. A huríes y bayaderas danzando el contoneo de los siete velos. A guerreros del Profeta caídos en acto de servicio y a los que por su buena lid se reserva en el jardín de Alá un lugar de preferencia. Si perdieron un brazo o una pierna los valerosos combatientes, éste les volverá a nacer, pero no así si se trata de los genitales porque abomina Mohamed de los castrones y les veda la puerta de la vida eterna. Por ende todos los soldados del Profeta se guardan muy bien sus partes pudendas antes de la refriega. Un tiro en los cojones puede significar para ellos, que son de talante supersticioso, la caldera de Pedro Botero. La parusía del islam es lo más parecido a una interminable ruta del bacalao con interminable estaciones en las que se promete sexo del mejor, alcohol y pastillas para aguantar. Es para hacer la contra al cielo que se tiene prometido a los cristianos demasiado aburrido e intelectual. El jardín de alá es todo sensualidad y sentimiento. El edén cristiano concepto y categoría. En uno manan ríos de leche y miel, se comen frutas tropicales, melones y sandías y los usuarios contarán para su disfrute con una buena provisión de las mejores esclavas aprehendidas en alguna razzia framontano en el Caúcaso o cerca de las montañas de León. En el otro nadie hará esas porquerías ni se entregará a la gula ni a la borrachería, el goce consistirá en la eterna contemplación del rostro del Señor.

La resurrección de la carne que canta el credo niceno va por otro lado diferente al que predican los imanes, aunque no cabe duda de que sea muy atrayente prospecto este jardín de Alá para los jóvenes incautos de los zocos musulmanes. Lo sufre Israel en sus propias carnes. Por todas partes en Palestina corren candidatos a kamikaze , los que recurren a la inmolación por una causa. Justa o injusta. A ojos cristianos esto no deja de ser un antenado contra la propia vida y contra la de los demás, pero la religión de los sunníes y sufíes no fue nunca una religión pacífica porque tan guerrero es Alá como el que emana de todos los libros del Antiguo Testamento. Recurre a la amenaza y al fanatismo y apoda a muchas de sus guerras santas.


El martirio cristiano es de otra manera. Jesús nunca enseñó el camino del verdugo. Escogió ser víctima y ahí puede que resida una de las claves de su indestructibilidad porque esta máxima más que humana es garantía de orden divino. Tampoco cabe, a diferencia de los judíos, entre nosotros la ley de la venganza, sino la del perdón y el olvido de las ofensas, un consejo que desestima, a lo que se ve la sociedad española del verano del 2002, cuando andan por las montañas de León desenterrando cadáveres de fusilados por los nacionales. Por lo visto los rojos fueron mancos y no hicieron ninguna judiada. Tengo para mí algo muy presente que para nosotros los que vivimos la dura postguerra resulta casi una idea fija que todas las cunetas de las carreteras asturianas están sembradas de cadáveres. Por lo visto, esos muertos no se cuentan. Son fallecidos por las armas que no tienen el galardón de ser recordados como muertos de primera, sino de segunda o de tercera categoría, porque fueron víctimas de la gran represión organizada por las hordas rojas de un gobierno judeo masón como el de Azaña. Sin ir más lejos el otro día el tabernero Fariño, que tenía quince años en el verano del 36, me contó como mataron a dos curas de Soto de Luiña en el prado boyal del pueblo anejo, que se llama San Martín. Uno se llamaba Vicente y el otro Dámaso. A Vivente le propusieron sus esbirros que si gritaba viva Rusia y arriba el comunismo que lo perdonarían la vida. Él se nego y murió profiriendo vivas a Cristo Rey y arribas a España. El otro que era el coadjutor también ante la misma zanja recibió la misma proposición. Atemorizado y lleno de pánico por las escenas que acababa de presenciar, el fusilamiento de su hermano en la fe, se avino a las conminaciones de sus esbirros y proclamó su adhesión a la república. De nada le valió aquella renuncia in articulo mortis porque lo mismo que el otro sería pasado por las armas. Nadie se ha interesado por sus cadáveres ni hay arqueólogos que busquen sus restos debajo del bromo y la festuca y los tapines de los cernidos prados de aquella verde provincia cuyas cercas recuerdan a muchos creyentes la existencia del paraíso. Ahora al cabo de casi tres cuarto de siglo yo me hago la pregunta si Dámaso, vacilante en sus convencimientos en el último instante, se le debe honrar como mártir igual que a Vicente su compañero y yo pienso que pese a la hesitación, tan humana por otra parte, del último momento, recibiría la orla de los que mueren en comunión con la palabra eterna.

En abono de lo antedicho, el Beato Ramón Llul trató de combatir con su cálamo incandescente, inflamado de caridad y de perdón - lo llaman Doctor Illuminatus los escolásticos- expugnando con sus huestes dialécticas las cohortes de sus ideas, los manípulos de la exposición clara y contundente, los muros del castillo del error del que es alcaide Averroes con toda su recua. Porque su conocimiento no viene apoyado en la razón sino en la apariencia (phantasmata).

Los embaucadores cultivaron a los incautos de todas las épocas. A lo que se ve, a las proposiciones averroístas no les falta clientela, ya que tanto el positivismo como el materialismo dialéctico, que entroncan directamente con la filosofía del erudito califal, se basan en lucubraciones. La fe cristiana no es susceptible de pruebas causa efecto igual que una ley física. Convenido. ¿Mas, no podrá decirse lo propio del mahometismo o del mosaísmo que arrancan de las corrientes egipcias y de los grandes mitos griegos sobre la interpretación del mundo? Hay historias que cuenta la Biblia que están calcadas de algunos cuentos populares de la tradición oral de Tracia. El corán, que es un salpicón de varias tendencias donde se dan cita tanto Jesús como Moisés y que sus seguidores tienen por tan cierto que dicen que fue escrito por inspiración angélica y hasta serían capaces de matar a todo aquel que ponga sus puntos en dudas se retrotrae a ciertas aberraciones de los maniqueos y de la heliolatría persa. Dicen que fue redactado por un rabino que odiaba a los cristianos y mediante la inserción de gran copia de patrañas, apólogos, consejas y dogmas que se repiten una vez en los hemistiquios de este extraño libro dio vado al desprecio que sentía hacia la persona de Jesús.

Averroes arrastra detrás de sí a toda una corriente de ateos y agnósticos, verdadero caballo de batalla contra la iglesia romana, puesto que sostiene que fe y razón circulan por vías opuestas.

Dice que la naturaleza carece de ética y que Dios no podría meterse nunca en nuestras batallitas.

Era lo mismo que sostenía Einstein: que Dios tiene sus reglas y que no se pondrá a jugar nunca con nosotros a los dados, puesto que se reserva el derecho de admisión.

El no tiene necesidad del mundo por Él creado. Aquí viene el matiz supremo de divergencia. Averroes enseña que Alá está lejos, parece como dormido. Es una blasfemia querer tratarlo de tú a tú.


Se trata de una deidad ordenancista que cobra su canon mediante la plegaria colectiva y a ciertas horas determinadas del día. Nadie puede alegremente dirigirse a él porque sí. Justo lo contrario de lo que enseña la norma calvinista y luterano de un dios particular, amigo, al que se ha de acudir en caso de necesidad o para hablar sin más. Los islamitas desconocen y desprecian la oración mental. Es una reminiscencia persa de la oración comunal, cubiertos todos los creyentes la cabeza. Señal de sumisión a su voluntad. Sus designios no podrán alterarse porque todo está escrito en un código de rigurosos caracteres fatalistas. El corán desconoce el libre albedrío pero en sus suras acomete la unión con alá mediante la guarda de los preceptos, que son la oración diaria, la peregrinación a la meca, el ayuno y la limosna y la guerra santa contra los enemigos del profeta.

Fanatismo y proselitismo asi como una fuerte imaginación y un estilo poético del todo innegable se reparten el espíritu de las suras. No hay más dios que Alá. No hay más libro que el corán.

Este oscurantismo quizás haya precipitado a los pueblos que lo siguen en el retraso tecnológico rayano en la barbarie. Pero el islam es la fuerza del número. La multitud convertida en masa. Ha surgido para avasallar.

Alá. Punto en boca. Es el ojo que todo lo ve y todo lo dispone. Viaja en su carro dorado y visita una por una todas las galaxia aventando en su discurrir el tamo de las estrellas. Ese polvo cae a la tierra convertido en polvo de los siglos.

A dios no se le puede catalogar ni conocer o contemplar de la misma manera que se observa un paisaje con unos prismáticos.

El sorprendente cuadro de valores del hijo del cadí, tan impregnante como sugestivo, hizo que sus ideas fueran muy difundidas en el otoño de la edad media. En las aulas de la Sorbona se explicaba a Averroes largo y tendido. Pero hablaban de oídas aquellos dómines. En toda la universidad parisina no había ni una sola cátedra de árabe, lo que indignaba al humilde franciscano recién llegado de las Baleares. Ramón dominaba ese idioma a la perfección como muchos de aquellos caballeros catalanes adscritos a la leude de los grandes reyes de Aragón. Su padre, un burgués fronterizo, había tomado parte en la conquista de Palma por las huestes de Jaime I el Conquistador.

Un empeño tuvo Lulio: meter en el índice al autor de los “Comentarios”, el “Tratado de la Triaca” y del “Discurso acerca de si Dios se ocupa de nuestras cosas particulares”, y que quedase proscrito en las cuatro grandes universidades del medievo (Oxford, Paris, Bolonia, Salamanca).

Considera que Ben Rashid Averroes era responsable del letargo intelectual en el cual vivía la Escolástica donde muchos maestros se pasaban horas y horas mirandose el ombligo y debatiendo el sexo de los ángeles, desconociendo la categoría y virulencia del enemigo que se cernía sobre la cristiandad.

Él lo conocía. Por eso su obra infatigable (265 títulos) está impregnada de ese tesón misionero y catequista. Acaso fue un pretexto - los puntos de vista que sostiene son contendibles- para escribir bellísimos libros en un catalán rutilante. ¡Cómo no entusiasmarse con la prosa de un Libre de Meravelles que es un verdadero tratado psicológico para conocer la mentalidad del hombre que vivía en Europa el siglo XIII!


A Paris le conduce el afán de una entrevista con el papa al que visita en Aviñón ya casi al final de sus días. Su propuesta es la constitución de un colegio de estudios orientales para la formación de misioneros franciscanos que fueran a predicar a los mahometanos y a los judíos el Evangelio.

En la corte pontificia recibe buenas palabras pero, para su desesperación, el papado en aquellos instantes era un avispero de intrigas. Se da carpetazo a su proyecto. Los papas que reinaron durante la dilatada vida de este singular catalán y español universal, mente preclara, y cristiano ardoroso, no supieron dimensionar el calado de la magna empresa luliana.

Se proponía un cristianismo vivido desde el ejemplo y pudo demostrar, para dejar en mal lugar a los averroístas, que esta religión podía ser demostrada y catalogada de una forma congruente pero Roma siempre ha solido mirar con recelo a los entusiastas. Nicolás IV, Celestino V, Bonifacio VIII y Clemente V pusieron oídos de mercader a los requerimientos de aquel vagabundo de barbas patriarcales, un iniciado en las ciencias esotéricas, nigromante y mago, que vestía el brial de la Orden Tercera y de fijo que era un exaltado en la más genuina onda de los “fraticelli” y “caterinati” que recorrían los burgos y villas predicando un regreso al catolicismo genuino.

Ellos se movían contra corriente.  Predicaban la pobreza cuando la jerarquía y los obispos absentistas sólo anhelaban poder y preeminencia política. Los mismos papas nadaban en la opulencia.

Lulio hablaba de renuncias e imbuido del Espiritu esenio de san Juan Bautista predicaba la cruzada. No una cruzada militar sino espiritual.

Preconizaba en consecuencia la fusión de todas las órdenes de caballería en una sola y escribió al papa para que desautorizase la disolución del Temple. Tampoco le hicieron caso. Su último maestre, Jackes de Molay, moriría en la hoguera. La caballearía andante por la que abogaba el beato mallorquín no eran las espadas, ni las lanzas, la cimera y el morrión sino la paciencia, el perdón, el buen ejemplo y la cordura, unido todo ello en el amor al estudio.

Jerusalén se había perdido para siempre con la capitulación templaria en San Juan de Acre que pasa a manos turcas en la primavera de 1291. El cerco y la rendición de este bastión de la cristiandad va a ser motivo de inspiración de algunas de sus novelas alegóricas y tratados místicos.

Saca virtud de la necesidad y del fracaso afina los instrumentos de una elocuente alegoría. Los escritos de este catalán melifluo y prolífico suenan como el ensamble de un coro ilustre que canta las excelencias de Nuestro Señor Jesucristo.

Lulio fue el primero que comparó el objetivo de la perfección a la toma de una bastilla en la que hay que derrocar las pasiones, el propio yo. Hace una alegoría muy congruente y pertrechada de la renuncia y de la abnegación cristiana.


Las Moradas teresianas son feudatarios de esta visión de la virtud reconquistada por los santos. Son un reclamo que guía a los que anhelan la perfección mediante el voluntarismo y la sumisión de la naturaleza inferior. La edad media como dejan bien reflejado los cuentos analógicos de Calilla e Dimmna, los “ensiemplo” del Conde Lucanor, los denuesto entre el agua y el vino, las danzas de la muerte, y las rimas de Berceo o los corridos  y letrillas del Libro del buen amor reflejan una tensión entre lo racional y lo animal.

Nadie ha podido resolver tal antinomia pero los autores se esfuerzan por aclarar que el dominio de las pasiones es posible y depara la felicidad a aquel que lo consigue.

Lulio, hijo de su siglo, también participa en este albur y juega sus bazas. En el tablero hay grandes contrincantes. Se llaman Bocacho, el Dante, Petrarca, Piero de la Francesca, Siger de Brabante, Ibn Gabirol.

La polémica promete convertirse en el mayor espectáculo del mundo. La conquista del castillo interior la granjea la lucha ascética, la escalada por el husillo de la escalada interior. Esta simbología mística va a ser un concepto determinante del que echan manos los grandes hombres y mujeres que han querido santificarse. Desde san Pedro Alcántara hasta Teresita del Niño Jesús y otros titanes de la fuerza de voluntad.

Pero una cosa es predicar y otra es dar trigo. Ni en Roma ni en París se toman demasiado en serio las ideas que trae bajo el brazo aquel iluminado de Pollensa, que había renunciado al mundo, a su mujer, a sus hijos, a los placeres y las riquezas, por seguir la llamada del Salvador.

Pese a los fracaso y a la renuencia de los eclesiásticos a aceptar, porque acaso no lo entendían, sus sistema de raciocinio, expreso en su Ars Deductiva y que en parte recuerda a los Principia Mathematica de Descartes, Lulio no tira la toalla.

Tampoco los despechos merman un ápice el entusiasmo que siente hacia la ortodoxia, la veneración por el papa, y su rigurosa interpretación jerárquica de la iglesia como reflejo de las categorías aristotélicas.

Lo toman por loco y le echan en cara sus detractores no saber latín, de ser un advenedizo. Que se vuelva para su pueblo. Que lo encierren. Esas órdenes las escuchó con harta frecuencia. Una vez eran los moros los que lo tenían en menos. Otra, los cristianos, pero él no se desanimó y continuó confiando a la pluma los secretos de su corazón y las iluminaciones de su mente que él, en lo más profundo de su alma, creía que venían de dios.

Esta idea fija le animó a continuar su empresa sin apenas desfallecimientos. Antes de sentarse al pupitre invocaba al Espíritu Santo y permanecía en el estrado horas y más horas, hasta noches enteras.


Las carencias de la iglesia que le tocó vivir son un acicate a su celo apostólico y aúpan sus convicciones de que la Barca del Pescador, pese a sus singladuras en zozobra y travesías azarosas por los mares aborrascados a lo largo y a lo ancho de la historia, cabeceando en medio de súpitas e incontenibles borrascas que amenazan con romper la roda y desarbolarla, seguirá impávida su navegación bajo la asistencia del Espíritu Santo.


Aun zarandeada y en situaciones límite - he ahí el mensaje luliano en toda su cruda perentoriedad y actualidad de ahora mismo- la iglesia es arca de salvación universal. Aunque sus gobernalles y timoneles no estén a la altura de la responsabilidad y pericia que la situación pide, puesto que son hombres falibles, y dando por sentados que en las cumbres del mando eclesial hay campo abonado para el cohecho, la rapiña, el despotismo, la delirante vanagloria y el culto a la personalidad ello no empece su sello de origen divino. Estaba convencido de que cuanto más asamblea terrenal y mayor poder temporal menos aureola del círculo místico. Los hijos de la luz son menos diligentes que los de las tinieblas. Eso lo tenía muy claro el venerable catalán. Quien, al igual que Juan el Bautista, vino a los suyos y los suyos no lo recibieron por haber adoptado una actitud que ya en aquel entonces se consideraba impolítica, o contra las normas de lo viable. El quería una aproximación de musulmanes y judíos a la cruz de Cristo mediante el entendimiento, el dialogo, la tolerancia y creía en la posibilidad de una eventual convergencia. Le daban pena los árabes, pobres gentes que se agolpaban en torno a las fronteras de la cristiandad en multitud amenazante y avasalladora - la fuerza del número- de la misma manera que los bárbaros ceñían los  confines del imperio romano. Era imposible evangelizarlos a diferencia de los paganos porque viviendo en la penuria y la esclavitud, tiranizados por sus cadíes e imanes, consideraban una fórmula mejor de existencia a su religión que al cristianismo. Odiaban a la cruz. Esta misma impresión de carestía espiritual y de indigencia física en la que vivían los “alarbes”, a los que ve trepar con horror semidesnudos por los montes de Judea, también la denunciaría otro insigne franciscano, fray Antonio del Castillo, también arabista, al que nos referíamos por extenso arriba, pero, como tantos otros hijos de san Francisco, se siente inerme y desolado. Era un enfoque franciscano del problema. Esta orden, que predica la humildad, la paciencia y la bondad de trato es la única que ha tenido algún ascendiente por más que mínimo con el islam. Lulio se adelantó a todos ellos. En calidad de profeso de la orden tercera - no está claro si llegó a recibir el sacerdocio aunque es posible que fuera minorista - Lulio se adelantó a su tiempo. Pero el iniquísimo las prepara buenas. Es una flor negra que abre sus tallos en las platabandas de los pensiles más escogidos. Crecen rodeados de cizaña. Donde está el bien está el mal. El diablo tiene la costumbre de introducirse tanto en las humildes celdas como en los altos estrados.  Por la vía de servicio. Tiene que cumplir su oficio de tentador. El beato Ramón Llul puso en suerte a su enemigo y lo venció a costa de no pocas incomprensiones y despechos. Todavía no se comprende cómo uno que sufrió pasión y muerte (parece ser que su tránsito en olor de santidad tuco que ver con los vejámenes que padeció en Túnez después de ser azotado y encarcelado por el cadí de Bugía) no haya sido inscrito en la nómina de los santos, conservando sólo el título de beato. Su canonización es una cuestión pendiente porque todas las normas de la iglesia, que dice que quien  vierta su sangre en defensa de su fe sube automáticamente a los altares sin más preámbulos. ¿Cómo es que le falta aun la aureola y la hornacina y su día señalado en el cantoral? Tal vez fuera un rebelde, un impulsor de lo políticamente incorrecto para los tiempos que le tocó vivir. “El clero cristiano - anota al cabo de su primera incursión misionera a berbería en 1294- debiera enrojecer de vergüenza al ver cómo los sarracenos vilipendian a la santa fe católica. Nos califican de fatuos y generalizan que ésta no la podemos defender con argumentos sólidos sino con argucias”.

Bizarra sentencia, cabría deducir preguntando a su vez a mano contraria: ¿Y la fe de las personas que adoran a un zancarrón y tienen por artículo de fe la hégira o peregrinación a Meca una vez en la vida, estarse sin probar carne de marrano (jalufo) y mantienen toda una serie de creencias más o menos absurdas cuando no lascivas sobre el más allá?, apostillaríamos nosotros de nuestra propia cosecha.

Hubo de volverse oír dinde había venido, desatendidas las propuestas por los funcionarios del palacio de Letrán donde se vivía una situación cuando menos incómoda con dos papas reinantes legalmente constituidos después del cisma de Aviñón, y a pesar de contar con la mención propiciadora de la reina de Francia que costea la edición de su “Ars deductiva”, la cual había compuesto durante su estancia en París debatiendose Lulio con los averroístas y hasta llegando a fundar su propio partido escolástico. El de los iluministas. Su caballo de batalla era la demostración del complejo misterio de la Trinidad. Igualmente, fueron épicas sus intervenciones acerca del pecado original y las concernientes al debate sobre si hay o no ingerencia de la divinidad en las cuestiones particulares del ser humano.

Estas decepciones no merman su ánimo enterizo. De regreso en su isla funda el colegio de Miramar al pie del monte Randa en medio de un paraje solitario y bellísimo que tanto conmovía al poeta inglés Roberto Graves el cual , otro iluminista, atraído por la magnética presencia de Lulio, vivió también cerca de cuarenta años en la isla. La verdad os hará libres. Fracasada la utopía de los cruzados, confía reconquistar Jerusalén. No al filo de la espada sino al hilo de la discusión y del debate.  Estaba en un error. Para tarifar con aquella gente hacen falta armas de otra clase. La conversión de un mahometano - tal es el odio y el menoscabo en que se les educa desde niños para con el catolicismo- es poco menos que un milagro. Nostramo lo sabe y aquí lo tenemos como problema. La caída del muro de Berlín, las equivocaciones del pontífice polaco, las insidias de ciertas ramas secretas y la última guerra de Oriente Medio con la toma de Belén que encortinó este libro va a ser un problema terrible para nuestros hijos.


Las fundaciones que fabricara el cardenal Cisneros al norte de Marruecos hubieron de ser evacuadas. Los franciscanos y algo los dominicos han nutrido su cupo de mártires gracias a los miembros de estas comunidades que se atrevieron a cruzar el estrecho para ir a predicar a los infieles sin apenas resultados dignos de tener en cuenta. Charles de Foucauld, cuya vida y obra hemos abordado en alguno que otro libro, también fracasó y fue martirizado en un aduar en pleno Rif.

¿Convivencia pacífica de las tres culturas? ¿Tolerancia? ¿Ecumenismo? Acaso sueñen los que se han expresado a lo largo de los últimos lustros, y bien que les hemos oído, en el mirlo blanco. Y eso lo sabe de sobra el poder oculto que rige nuestros designios. Su hegemonía y fortaleza se alimenta de nuestra debilidad, nuestra anemia ideologías, nuestras rencillas a navajazos, nuestras cuestiones nacionalistas encima de la mesa. La norma es divide e impera (the rule by division) que han tratado de poner en efecto los británicos en todas las zonas de su imperio. El gran jefe ha tirado de archivo y regresando a las luchas feudales del medievalismo ha dado en resaltar que la religión puede hacer que engorde la cartera de pedidos. De lo que se trata es de acabar con Europa. Se hizo memoria y se borró la memoria. Todo empezó en Kosovo. La Otan fue allá en auxilio del turco frente a los cristianos serbios, oh paradoja de las paradojas. ¿ De qué se queja entonces la Fallaci? Todo lo que está pasando se veía venir.  Las carambolas del efecto dominó en lo futuro no dejarán de sorprendernos. ¿Y qué está ocurriendo en Chechenia? ¿Qué pasó en el Ulster ? Por el mes de julio en los aledaños de Portadown, con lo de la marcha de los aprendices y el recuerdo de la batalla del Boyne, siempre hay palos. La vieja religión les ha servido a los yanquis para crear focos de tensión en el mundo. Lo maravilloso del caso es que los americanos parecen un pueblo profundamente religioso pero a su manera. Al adherirse a  su bandera un católico americano deja de ser muy diferente a uno de Sevilla. Usa va a ser no sólo la lengua del imperio sino la religión del futuro. Que se eche Europa a temblar.

El próximo foco de conflicto armado pueden ser las vascongadas. Allí nostramo con todas las bendiciones del pontífice reinante se propone la creación de un Gibraltar vaticanista. A nuestro modo de ver, lo más indignante, como venimos insistiendo en nuestros ensayos, en los que pretendemos contra el pasado relacionándolo con el acontecer actual, pues, a nuestro modo de ver, la Humanidad está atravesando por circunstancias cruciales, es la indiferencia o desidia con que se abordan estas cuestiones sangrantes para la iglesia desde el vértice de su cúpula jerárquica, pero eso ya pasaba en los tiempos del beato mallorquín en las postrimerías del s. XIII.


En Berbería se echaban otras cuentas de modo que aquel dulce panegirista franciscano va a experimentar en sus propias carnes, que los moros verberaron con saña, la acogida de sus propuestas. El mensaje evangélico en Túnez sonaba a música celestial. No entienden otra concordia que la que brinda un buen mandoble de cimitarra. A diferencia de algunos cristianos ilusos o francamente clarividentes y heroicos, no soñaban en el mirlo blanco. Eran realistas. Estaban muy resentidos por haber sido desalojados del castillo de Bellver por los almogávares. Hebreos y mahometanos, acérrimos en sus principios, tuvieron a gala mirar por encima del hombro a los cristianos, lo que en punto a creencia les vuelve prácticamente inabordables puesto que una de las premisas del credo cristiano es la humildad. Pero a Lulio el dominio de la lengua hebrea y árabe le permitió disertar de cuestiones teológicas, como era la del jardín de Alá, idea que toma Dante como arranque de su Divina Comedia, vedadas a los occidentales y que sólo utilizaban el latín, lengua de la razón y el derecho, frente al idioma bereber que es lengua de los sentidos. Él pudo expresar sus opiniones sobre la trinidad y la encarnación ante los imanes, empleando no poco esfuerzo, gastando mucha saliva, mas sin fruto. La diferencia entre el Evangelio, el alcorán y la Torá es que cada uno mantiene conceptos diferentes acerca de la divinidad. Para las tres religiones monoteistas que encuentran en el patriarca Abrahán un tronco común éste no es un término unívoco sino equívoco. Iahvé y Alá encuentran escasos puntos de contacto con el Zeus griego, origen del Dios cristiano, con sus planteamientos trinitarios, otra herencia griega pues fue Trimegisto, con toda su carga hermética, el primero en plantearla: el misterio de la procesión trinitaria en el amor del Ser Supremo hacia el hombre. Fue tuvo tal el afecto que tenía hacia la criatura por Él creada que hubo de enviar a su Hijo primogénito para salvarnos ( aspecto soteriológico, y por tanto activo, no pasivo, como pretende el quietismo cabalístico o el fatalismo coránico) y esta idea que sabe interpretar el sabio de Mallorca con una especie de iluminación especial, un carisma que le fue dado, a lo largo de folios y de infolios, no es un concepto hueco, ni una simple retórica sino algo vivo. O mejor dicho, sí es retórica pero por la palabra se llega hacia el ser infinito. In principio erat Verbum et Deus erat apud Deum et Deus erat Verbum.  Vibra todo su pensamiento ante esta entimema divina que presenta Juan en su Último Evangelio. El misterio de la procesión trinitaria es por entero el del amor divino hacia el hombre, donde se funde el ser con el existir, la potencia con el acto. Para los cristianos Dios no solamente está arriba - he aquí la principal variante teológica- , sino que participa, intercede, nos mira, nos protege, se preocupa. Para los islámicos esta planteamiento suena a blasfemia y los judíos prorrumpen en carcajadas. El misterio de la trinidad, alegan, está en el amor. Bien. ¿Y dónde está el amor?


Para el Doctor Fantástico, como gustaba llamarse el sabio catalán, que fue un verdadero sabueso de la verdad - venator scientiae- Dios es el sumo bien (summum bonum) ontológicamente, pero es también tácticamente el ejecutor de todo bien (bonum operativum). Acto y potencia enigmática. Principio indivisible. Lo cual entraña nunca quedarse quieto en su Olimpo o en su hornacina. No aguarda sino que se anticipa. Baja del altar. Se compromete.  Se encarna. Quiere estar con nosotros y comunica todo cuanto salió de sus manos para que se desarrolle, evolucione y crezca. “Bonum est diffusivum sui”. El bien, como manantial sin restañarse, se comunica y se expande.  La vida evoluciona. El proceso de conversión de R.L. y su llamada al desierto tiene algo de viñeta literaria, para orlar algún camafeo de la Leyenda Áurea. Cuando tenía treinta años, casado con dos hijos, pero enamorado de otra dama, estaba una noche en su aposento componiendo una trova a su nueva adorada, se le apareció el mismo Jesucristo que iba con la cruz a cuestas y de esta manera le hablara:

-Ramón. Ramón. Son muchos los que se pierden por no conocer la luz.

Creyendo que se trataba de una fantasmagoría, obra del pervigilio o de la violenta pasión que lo envolvía, no dio crédito a sus ojos ni a sus oídos, pero a la noche siguiente de nuevo se le aparecía Jesucristo. No le dejó terminar la composición en la que estaba embebecido el poeta. El Señor le hablaba envuelto en una nube parlante exhortandole a dejarlo todo para vivir según su palabra, una vida real, sin las ficciones engañosas del mundo con sus pompas y vanidades.

-Ven en pos de mí.

Y esta vez el joven cortesano no pudo resistirse. Todo lo que tenía lo repartió a los pobres dejando un tanto de su hacienda para la manutención de su familia. El día de san Juan Bautista de 1263 un obispo vino a predicar a la capital de la isla. Entre los numerosos oyentes de aquel sermón estaban Raimundo y la dueña de sus pensamientos (lo refleja una de las solemnes y maravillosas miniaturas del “Breviculum”) la cual también debió de decidir su ingreso en un convento aunque della no se volvió a saber. Debió de ser un caso sonado y con ciertas concomitancias con la Laura de Petrarca. El siglo XIII fue el de la galantería. Ausias March dedica cantilenas a Teresa Bou pero la dama en cuestión, objeto de los requiebros de Lulio, permanecerá para siempre en el anonimato. Nada aclaran al respecto los biógrafos. Vivió el tiempo de la consolidación del erotismo platónico. Toda la obra luliana está traspasada de ese estro amoroso que imbuyó a sus coetáneos.

Luego de velar las armas, es investido caballero de Xto en la fiesta de san Pedro Apóstol.  El obispo que con tanta elocuencia predicara en la catedral de Palma le dio el hábito de terciario franciscano. Se retira al monte Randa donde pasa largos años de su vida, pero le quema una especie de fuego, pide consejo a su amigo y tocayo Raimundo de Peñafort le tiene que cortar los vuelos en más de una ocasión moderando sus ímpetus penitentes.

Pero al fin vence el celo a la prudencia. Quiere imitar a san Francisco de Asís y decide hacer una peregrinación a Compostela. Embarca en Barcelona y a través de Jaca enfila el camino francés. Desde León cruza la montaña por Arbás, Pajares y Mieres y se prosterna en Oviedo siguiendo después ruta por el camino de la costa. De este viaje sabemos poco lo mismo que acerca del que lleva a cabo al País de Oc cerca de las Landas.


El Languedoc contaba entonces con una importante tradición esotérica. Allí se veneraba en una cueva cerca de Rocamour una imagen milagrosa de la Virgen María. A ella se encomienda el beato antes de acometer cualquier tarea. La tradición provenzal es de la más pura estirpe. Tradición galante con sus inspirados lais marianos y virolays. Pero hay que tener en cuenta otra corriente.  La de los cátaros, los puros, los que no quieren contaminarse con las impurezas carnales y derivan en herejía. El hito de separación que discierne el bien del mal es super tenue. A veces resulta imperceptible. Y esto vaya en abono del recuerdo de las luchas y matanzas que ocasionó el cisma de los albigenses cuyas viviendas fueron mandadas a arrasar a fuego por Inocencio III.

Las confrontaciones dan vado a muchas bajezas humanas y terminan en la efusión de sangre. Nada gusta a los seres humanos el matarse tanto como cuando se hace en nombre de dios.

Por ese cabo, el que dijo que las religiones debieran estar prohibidas no andaba descaminado.


Al santuario de Rocamadour no muy lejos de donde está hoy Lourdes lo que demuestra que las apariciones marianas no son un fenómeno reciente sino que eran muy frecuentes en la edad media endereza sus pasos vacilantes el devoto peregrino. Ofrece su vida por la conversión de los infieles. Al regreso de este su primer periplo por el mediodía francés parece ser que recibe las ordenes menores. Al igual que francisco al que imita en todo no pasa del diaconado. De nuevo se entrega a la contemplación y al estudio en las soledades del monte Randa no lejos de Alcudia y de Benisalem a mil quinientos metros sobre el nivel del mar. Alli funda el primer colegio de escuelas orientales.  Quería convertirse en caballero anda dante de Xto a imitación del estigmatizado de la porciúncula cuyos discípulos iban y venían por los caminos de Europa en casas de acogida y conventos de tradición itinerante que no tenían nada que ver con las abadías de carácter estable. Toda la cristiandad simula ponerse en movimientos. Fue el legado de las cruzadas ese azacaneo de aca para alla. Se da al traste con el modo de vida feudal de bienes raíces y de siervos de la gleba. Los burgos son ya ciudades libres. Aumenta el intercambio de ideas, surge el comercio y las preocupaciones sociales que derivan en revueltas y desmanes. No estaba aun fraguado el concepto de nacionalidad. El elemento de cohesión era la iglesia pero esta iglesia con sus inmensas riquezas y bienes en manos muertas era blanco de críticas por parte de los descontentos que eran los menestrales y pecheros. La revolución franciscana vino a ser un paliativo a ese malestar. En el fondo las ordenes mendicantes son los portadores del fuego nuevo y encienden la llama de la gran conflagración espiritual que pervade al siglo XIII. Duns Scotto es uno de los representantes de esa nueva teología. Los francisanos querían poner el mundo del revés. El único medio a su alcance es el amor, la humildad, la pobreza y el desasimiento de las cosas terrenales. De este espíritu candoroso participa el movimiento lulista. Pese a sus apariencias de ortodoxia en el trasfondo late un cierto resquemor, fundado, contra la actuación insolente del alto clero pero es tan tenue que resulta imperceptible el malestar. Lulio quiere ser otro loco de Jesús. Predica la cruzada. La recuperación de Jerusalén mediante el diálogo inter confesional del que es su primer fautor y precursor. Para atraerse a los catecúmenos basta el buen ejemplo, la caridad, la humanidad y la abnegación. Es insuficiente el orgullo y el engolamiento del que se siente en posesión de la verdad. Lo mejor es ganarse su familiaridad hablandoles en su propio idioma y conociendo sus costumbres.

Él mismo iba a caer víctima de sus propias redes, presa de sus utópicos sueños. La primera regla de la caballería andante reclama el amor a la verdad. La segunda, la defensa del oprimido. La tercera, una veneración quasi idealista de la mujer que proyecta a la hembra a la categoría de diosa. El ideal será una dama a la que muchos habrán visto una sola vez y de lejos, pero por la cual están dispuestos a morir en defensa de su honra como don Quijote con Dulcinea. Lo mejor de esta vida es lo inútil. El arte y la filosofía no valen para nada pero acaso no podríamos vivir sin ella. ¿ Sería volvible una vida sin este ideal de mujer? Ah que no.

No se trata más que de una sublimación del acto de la vida. En la edad media y ya mucho antes se veneraba a la madre tierra representada por figurillas de fecundidad y el culto a artemisa no es más que una proyección del culto a la madre minorasiática, el útero húmedo y germinal. Todos esos ídolos tienen aspecto fusiforme como el de una espora. Como el de una vagina que a la larga se convertirá en reclamo de los caballeros. El comunismo soviético intentó a acabar a hachazos con esta representación de la mujer misericordiosa y poderosa representada en la Madre de Dios diciendo que ese hieratismo de virgen negra era un insulto a la mujer pues establece dos planos, dos clases de mujeres, las que se contemplan y se miran y las de usar y tirar. Es llevar un poco las cosas demasiado lejos pero toda esa clastomanía de Lenin y sus compadradas no ha servido de nada. El pueblo ruso sigue venerando a su Bogoroditsa y sus representaciones bizantinas se encuentran ahora en todas las partes: en las celdas de un condenado, en los asilos y junto a la cabecera de los hospitales y hasta en la mesa de algún funcionario. Fracasada la revolución marxista, ahora en una segunda ola se dispara la cresta de la ola feminista, no menos furibunda contra los valores marianos, furibunda de materialismo y de teología protestante. El todopoderoso Bush no sabe la fuerza que tiene el encender una vela a la Virgen. Así luego le pasa lo que les pasa a los más fanfarrones que en los momentos de peligro se meten debajo de la cama. Le ocurrió al perdonavidas de Azaña y le ha ocurrido ahora a este. ¿Dónde estaba el presidente yuesei cuando se estrellaron los aviones contra el Pentágono o el hastial de la mellizas ? Mr. Bush was missing. He ran for cover like a chic. Creía que se había producido un ataque nuclear y buscó  regaifa, lo que llamaba Hitler el Wolfschanze. He aquí pues una realidad que los más bravucones se hacen cámaras cuando ven su vida en peligro. En la filosofía marial se nos dice que es Ella la que salva. Contra su manto se estrellan todas las insidias y embates de las furias del Averno.  Los creyentes lo cantamos en el Akathistos.


El romanticismo de los templarios y de los cistercienses, verdaderos impulsores del culto de dulía, no ha sido bien entendido por la esfera de pensamiento luterano calvinista, causa irritación entre los muslimes y entre los judíos sarcasmo, pero fue un hecho que configuró la mentalidad de Europa. Sirvió por lo pronto para abrir, poniendo bajo los pies de la mujer una pedestal, un sitio de honor. Hasta que no la cantaron sus romanzas y trovas los provenzales ni se embelesaban con el dulce pensamiento de su amada los caballeros andantes la mujer era considerada como un ser inferior a medias entre el animal y el varón. Hasta el siglo XII se pensó que no tenían alma. Bocacho la trata como una yegua, un instrumento de servidumbre y cabalgada en sus cuentos.

Y eso no hay quien lo mueve porque fue asi.

Claro está que esta pleitesía indignará a las feministas más lanzadas pero cabe recordar que la Mujer que aplastó al Dragón y acabó con las predicas infernales de los comunistas soviéticos dará un tumbo a las insidias de los movimientos ad lib que tanto afloran a nuestra superficie virtual: los clubs de lesbianas y mariquitas y furibundas platabandas de otras flores negras donde se inserta el Women power a ultranza y otras trayectorias de pensamiento salvaje que no han deparan a nuestra sociedad odio y lagrimas, reivindicaciones absolutas, demandas de separación, carreras obstáculo, lanzamiento de botijos, la manumisión de la esposa para que los maridos se conviertan en hombres objeto de quita y pon.  Malos tratos y vejámenes, ni contigo ni sin ti. Esta incógnita tiene harto difícil solución.

La pleitesía y pedestalización de la Virgen ha puesto en pie de guerras a las feministas que ya no quieren ser hijas de María. Han roto el carné. Que no les hablen de cuando estuvieron en un colegio de monjas. Faltaría más. Pero ellas tampoco, pese a sus soflamas - el furor que les atenaza no es sino revancha- creen en la igualdad de sexos, que según la naturaleza no es más que equiparación funcional, al igual que los caballeros andantes.

Claro que esta visión de la nube por peana y el cuarto creciente a los pies - figura de estos tiempos de imperiosa influencia del islam y del mujerismo vindicatorio- cuadra poco con la prevención que tuvo la iglesia hacia ella como herencia del mundo semita y del clásico. Esta imagen encantada tampoco es real sino un delirio que deforma a las mujeres de carne yu hueso. La defenestración del espejismo va a conducir al pesimismo misógino y picaresco de las chanzas giróvagas de François Villon, los “”stramps” catalanes o las esparsas provenzales.


Su lira entona himnos epicedios al desengaño y a la traición de la ingrata cuando comprueban que sus Lauras y sus Beatrices no existen o se comportan igual que todas. Al fin y al cabo la mujeres son como Dios las hizo y como él quiso que fueran, están también hechas a su imagen y semejanza pero salieron de la costilla. Los escolásticos hacen lo que pueden por deificar el amor carnal en amor triunfal por encima de la miasma corruptible. Su tesis es que sólo cabe una mujer, la que aplastó al dragón y la que nos resarce de la caída original de Eva. Y esa es la Theotocos modelo de perfecciones para una humanidad imperfecta.

Cabe tener en cuenta que la conversión de Lulio, ese gran genio hispano, impulsor de las ciencias y de las artes, quien compuso uno de los libros más bellos del mundo, el creador de la prosa catalana en su novela Blanquerna de cariz autobiográfico aunque sin salirse de la tendencia bizantina con loor a santidad y a fuego sagrado traído por los peregrinos de tierra sant. “Blanquerna” es una composición peregrina en todo el sentido de la palabra pero una defensa del cristianismo en forma dialogiza y tratado místico, libro de reglas de urbanidad, código filosófico - en la novela cabe todo- contra los infieles que tienen por dios cosas absurdas como el zancarrón que se venera en Meca convertido en jaspe. Blanquerna es  fruto de un desengaño amoroso, una decepción de las cosas del mundo. En esto Lulio es hijo de su siglo cuando vuelven a prender con fuerza las ideas platónicas y aristotélicas - bien ponderamos llamarlo la centuria filósofa- que dé prelación al intelecto sobre la fuerza de los instintos y se procura un camino de elevación hacia arriba. Eso es arte gótico. Eso es también novela gótica y Blanquerna uno de los mayores exponentes de esta tensión gótica hacia lo alto. La muerte llegó por la mujer pero también por ella la salvación. El sexo tiene una fisiología afín a la última agonía. La mujer por tanto es portadora de destrucción y llanto. Está demasiado adicta al baro pero para compensar ese desequilibrio en el campo Dios creó también a María como espejo de todas las perfecciones y resarcimiento de la quebrantada naturaleza femenil. Su dedo indice que alza la mano hacia arriba en todas las imágenes y estatuas que se figuraron y fraguaron apuntan al ser mortal después del pecado el verdadero camino.


Eugenio D'Ors dijo dél que era el divino impaciente de la unidad de las tres ramas abrahamitas. En apariencia fracasó en su intento pero nadie podrá conocer los designios de la Providencia al respecto. Fue un cultivador de la esperanza cristiana en estado puro. Su obra constituye un desiderátum limpio- por lo pronto, el beato con su mente encumbrada tenía una noción  diferente de la realidad y se adelantó a su tiempo. En sus escritos se percibe una tenue desconfianza hacia Roma. Este mediterráneo contemplaba la vida con “seny”. No era partidario de los dogmas ni las excomuniones. Prefería debatir. Precisamente, la mesura y la ponderación siempre resultan un estorbo a los fanáticos de ambos bandos. Los suyos no le entendieron acusandole de escaso fervor romanista mientras los moros a los que pretendía convertir  y amaba lo recibieron a cantazos para luego encerrarlo en un inmundo calabozo donde se tiró dos años sin ver la luz del día y a pan y agua. Lulio había optado por el martirio como una decisión personal. Jerusalén estaba en su mente y en su corazón. Era el anhelo y el consuelo de este cruzado nacido en 1235 cuatro años después de la toma de Baleares para las barras de Aragón. La conquista de la ciudadela de Palma 1228 supuso para Jaime I un primer paso en el objetivo de dominar el Mediterráneo. El objetivo a largo plazo era desalojar a Aladino de Jerusalén. Mas él nada personal tenía contra los árabes. Les compadecía, se apiadaba de sus sufrimientos, aprendió su lengua gracias a la tutoría de un esclavo morisco que era de Alcudia que en árabe significa bahía. Pensaba que los musulmanes y los judíos al negar a Xto  van contra la historia y se sitúan en una vertiente peligrosa de la misma, quizás el apocalipsis. Repetidamente e refiere a Macometum en sus escritos como al antecristo. Lulio temía y predijo una segunda invasión islámica de Europa susceptible de provocar a la larga un ulterior terror milenarista más espantosa que el que vino planteado para la Castilla del siglo XI por los almetes y adargas del moro Almanzor. Mahoma no pudo ser de dios puesto que predica el imperio de los sentidos, la aniquilación de todo vestigio cristiano. Y eso es muy fuerte.  Abundando en lo cual tenía por cierta la prelación ético teológica del catolicismo porque sus mandamientos rebasan la linde de la ley natural para remitirse a otra que por lo incomprensible e inalcanzable es de origen deífico. No entra en nuestros códigos volver la otra mejilla, tener a raya a las pasiones, equiparación del hombre con la mujer, con los mismos derechos y deberes, algo que no admiten ni el corán ni la Torá. Predica la esperanza de la eternidad. Sus miras no son terrenales sino que apuntan hacia el más allá. Pero -ojo- el amor evangélico es ka enigmática sonrisa que se dibuja en los labios de los santos cuando sus caras son representadas por nuestra imaginería religiosa. Nada tiene que ver con lo útil. Lo necesario. Lo agradable. Lo bello. Es amor del alma. Por consiguiente no pesa. Esta dicotomía de lo físico y lo psíquico le va a llevar a Lulio lejos en sus conclusiones a la hora de ensalzar la primacía de lo racional sobre lo irracional. Mediante el ejercicio de las tres potencias del alma puédese someter a férula a los apetitos hasta lograr el gobierno no sólo de su vida material sino que incluso es vía a la vista para alcanzar la regencia del propio destino con el concurso de la gracia, claro está. No somos por tanto pura química ni una cuestión de piel fruto fortuito  del acaso. El primer predicable de los estoicos era el conocerse a sí mismos y en ese dominio se encerraba la clave del control del destino mediante la voluntad sumisa. Aquí el psicoanálisis que es determinista y fija la conducta humana de la dependencia de una serie de factores que concurrieron en la infancia no pinta nada. El segundo predicable nos revierte a la tesis del libre albedrío que fuera formulada por san Agustín. Los mayores goces los proporcionan el entendimiento y la virtud. Eso nunca lo entenderán los hombres sarcinos que define san Pablo. La renuncia evangélica será para ellos como un mensaje de extraterrestres. No conocen los códigos, perdieron las claves. Lo plantea en su “Ars Deductiva”: el viaje del alma es una escalada. Hay que subir peldaño a peldaño camino del monte Sión. La ascensión por camino de abrojos se presenta dificultosa. Conviene pertrecharse de botas recias y de un buen bastón. Antes de llegar a la cumbre recomienda pensar en lo dicho por Isaías. Si no creyereis nunca encenderéis.




También este viaje hacia la descubierta del monte de la santidad se asemeja a la singladura de un barco a la deriva. Nunca sabemos qué vamos a encontrar al llegar a puerto. Y si hay puerto siquiera detrás de los celajes de la niebla que encortinan el campo de visión del futuro. Hay fuerzas que tiran desde nuestra obra muerta hasta el abismo pero hay otras que la sacan a flote impulsándola hacia arriba. Jesús acude en nuestro socorro y nos larga el bote salvavidas. La estacha de la gracia. Coronar el monte de la perfección se asemeja a la expugnación de una alta muralla con almenas y matacanes tan empinados que parecen inaccesibles. Son los pináculos de la torre albarrana de la verdad. Los caballeros andantes de la palabra y del raciocinio acuden a rescatar a la justicia  que la malicia y el error metieron presa en un castillo. Rehén de moros y judíos y avasallada de cristianos tornadizos, de obispos libeláticos, de papas indignos - Lulio vivió los tiempos en que pontífices como Martino IV excomulgaban a los reyes aragoneses, tan terribles que a instancias de la suprema jerarquía de la iglesia se organizaban actos tan cruentos como las denominadas “Vísperas Sicilianas”- que la encastillan en la alcazaba del egoísmo y la falsedad, la verdad languidece en prisiones y lleva una existencia problemática. Está claro que la lucha se presenta desigual al contar los sitiadores con armas de escasa eficacia, como son el sermón, la plegaria, los actos de caridad mientras que los defensores opugnan con más brío como es la blasfemia, el yihad, el fanatismo, el odio a la cruz de Cristo. La persuasión solícita sirve de poco ante los guardias que vigilan desde la almena y lanzan venablo ardiendo, pesadas moles y a veces calderas de aceite hirviendo . Sin embargo, Dios está siempre de parte del débil y desdeña al poderoso. Al final y `por más que los testimonios de la historia sean del todo adversos a la causa del crucificado posará su vara de medir sobre los impíos. Lulio prevé que el enfrentamiento con las fuerzas de la oscuridad dudará hasta la consumación de los siglos y que a veces - esta es una interesante visión profética que apronta del choque entre las tres religiones - dará la impresión de que la verdad es arrinconada y acorralada no tardará en caer en el precipicio. Cuanto más vivaces sean las llamas que broten del as fauces del dragón más próximo se encontrará el fin. Los creyentes no tendrán que desfallecer y les exhorta a la perseverancia fiados de la palabra empeñada a los apóstoles antes de ser entregado. Si bien se fija uno, esto se está cumpliendo al milímetro. Macometum y sus socios con el apoyo de los hijos de la sinagoga porque detrás del moro esta siempre el judío - así sera eternamente - han asumido el papel de antagonistas de este drama y siguen pertinaces en sus perjurios. Pero al final el bien se abrirá paso. No faltarán las sorpresas que nos depare el Día del Juicio y habrá muchos que queden confundidos cuando venga el que ha de venir con sus angeles a apartar los corderos de los cabritos. Al que perseverare le aguarda el lauro y la palma del reino prometido pero bien entendido que este imperio triunfal no pertenece a esta vida como pretenden los utopistas de Teodoro Herzl sino que se instaura en el más allá (fatalismo). Los judíos siguen esperando la llegada del mesías pero ven en su persona a una caudillo nacionalista que les vengue de todas las afrentas recibidas como pueblo y declare el reino de la justicia. Los cristianos sólo vemos en lo mesiánico una liberación del yugo del pecado. Ahí está la gran diferencia. Bizarro consuelo pensarán algunos, pero ese y no otro es el pregón que vino a esparcir a la tierra el hijo de dios como aguacil de la promesa del reino futuro. De lo que no pasará. En este vale de lagrimas no siempre son los más felices los más poderosos y ricos sino los que hacen la voluntad divina y viven conforme a sus mandados de los que son nuncios los profetas y los santos. Todo un ejército se puso en movimiento para recapitular el mandato de filiación divina que dejara tras sí el misterio de la Encarnación. Va delante una cuadrilla de añafileros los cuales al grito de Te Deum laudamus et Xtum Dominum nostrum diligamus, cognoscamus, recollemus llenan el espacio de ecos de vibraciones de gran trompetería y fasto. A estas consignas  contestan los guerreros que guardan el castillo, los que tienen encerrada la justicia en una mazmorra, los moros y los judíos, con un grito antitético: “Cristo es un impostor. No hay otro dios que Alá y Mahomed es su profeta”.  La lucha no ha hecho sino comenzar a pesar de que venga desarrollándose desde el hontanar de los siglos este cuerpo a cuerpo de la cruz con la media luna. Bien lo sabía Ramón Llul, que era un catalán prevenido en frontera, que nació en un tiempo de grandeza y de exaltación de la fe de carácter hospitalario. Cuando se decía que hasta las ballenas llevaban las barras de Aragón inscritas en el lomo y losa peces del Mediterráneo en sus escamas. Este es el siglo en que la cristiandad tuvo su hora mayor. También conocía al moro puesto que venía de una familia de guerreros de Gothalandia (Cataluña, tierra de dios, goda de pura cepa, lo mismo que Andalucía es vándala, Galicia, sueva. Castilla. Ibera y Asturias, romana) que entró en Mallorca con las mesnadas de Jaime el Conquistador. Sabía de su fanatismo y correosidad y su incapacidad para el debate de sino religioso desde que los ulemas les obligan a aprender de memorias cada una de las suras. Ese sí que es fanatismo y mucho más que el de los curas y los frailes católicos. El islam es el pueblo de un solo libro. Para lectores tan eclécticos y empedernidas como el que esto suscribe, al que acucia la necesidad de leer en todo tiempo y en todo lugar, la vida en berbería sería punto menos que imposible. Me moriría sin libros.  Yo me paso la vida fumando en pipa y leyendo.  El narguile es una forma del vicio de echar humo - vapor en este caso- que no me seduce y frente a todo libro que cae en mis manos siempre tengo a gala adoptar una postura critica que no podría ejercer con el corán que es la verdad revelada. Me gusta leer entre lineas y debatir pero mi experiencia me dicta que no todos tienen esa misma actitud frente a un hecho exterior contentible y sujeto a interpretaciones. En mis años no he encontrado más que fanatismo y prejuicios.  Sólo en Xto hallé la libertad y la comprensión pero es un Cristo que nada tiene que ver con el que nos imponen desde arribalos telepredicadores. Que tiene más que ver con la experiencia intime que con el dictamen o los fallos de los otros. Me seducen poco los panegíricos jesuitas o esos sermones interminables de los impostores bíblicos que llegan desde arriba y que descubrieron en la biblia un negocio. El cristo que yo llevo en mi corazón es dulce y armónico como un trotarios bizantino. Está en los ojos del pobre, del mendigo. Huye y espera con el corazón partido de los que soportan con longanimidad las intemperancias del tirano, los exabruptos del siglo. PROCLAMO QUE EL CRISTIANISMO ME HIZO LIBRE. Y más que libre libérrimo . Porque ninguna otra doctrina ha roto tantas cadenas como pesaban sobre nosotros. Cristo nos ha rescatado de las garras del dragón y nos sacó de entre las arillas asfixiantes de la serpiente antigua. Soy católico y pecador. En mi vida existe un hiato insalvable entre lo que pienso y lo que hago ¿Cómo salvar esta sima? A veces me domina la impresión de que mi fe se alimenta de retórica, que todos son frases, que las vidas de los santos se copian unas a otras y por su factura estilística semejan al estilo neutro y algo romo de los que escriben en los diarios de gran calado. Lees un artículo pues como si leyeras el otro. Asistes a la recitación de un telediario, pues preparate porque en el siguiente va a haber más de lo mismo. Pero, a pesar de todo, si algo conserva de óptimo la religión instituida en el Sermón del Monte, es esa capacidad de entusiasmo, esa aspiración a la utopía. Somos por eso idealistas y complicados. Quizás nuestro credo al purificar nuestra alma la volvió más difícil . Lulio se encontró con esa dicotomía en su visita a Aviñón.  Allí no entendieran el entusiasmo que produce siempre el desierto. Los dómines sorbónicos lo miraban por encima del hombro.

- Nuestra fe es indestructible por más que tú no seas más que un pobre lego que especula de trinitate.

Lo que vio en la corte pontificia debió de descorazonarle. Allí el evangelio no aparecía por nenguna parte. Sólo las intrigas. Él propuso la fusión de las órdenes de caballerías en los hospitalarios y en los alfaqueques que acababa de fundar su amigo y tocayo Ramón de Peñafort. Pero no le hicieron caso. Pudo más la avaricia y el deseo de rapiña de hacerse con las limosnas y granjearías que dejaba el Santo Sepulcro y para el cual se realizaban las donaciones pro ánima en toda la cristiandad. A cambio de misas perpetuas, los ricos dejaban sus ducados y señoríos a la iglesia. Esta codicia dicen fue el móvil que instigó a Felipe el Hermoso para pedir la disolución de los templarios. La caída de San Juan de Acre en 1291 supuso el primer mazazo. Los cruzados habían cometido demasiados errores. Jerusalén quedaba más lejos en la distancia física pero a partir de ahora más cerca del corazón y como se escribe el Devoto Peregrino la perdida de los santos lugares y el derrocamiento de los templos “pecados nuestros son”. Demasiados escándalos y abominaciones que no se podrán abarcar a lo largo de este humilde codicilo que, si mis dolores y angustias ante el desencanto que me rodea, y los descalabros de mi vida personal me lo permiten, intento poner en mira. Que a todos nos perdone Dios.


Los libros lulianos, por último, parecen escritos siguiendo un patrón acendradamente arquitectónico. Sus obras son un paramento de arriba abajo siguiendo la plomada jerárquica. Desde la cúpula a los cimientos hay anhelo de simetría. Las ramas del árbol de Jetsé enlazan sus tallos en lo alto. Todo es noble, elevado, concéntrico. La pirámide se construye siguiendo la plomada del silogismo y la clave de todo yace en Jerusalén. Unos nombres nos llevan a otros y unas ciudades son calco de la siguiente. Hay una inter teatralidad semántica que nos lleva, vuelvo a repetir a la añoranza de la Jerusalén conquistada. Con el corazón y con la cruz. Nunca con la espada.

 

  

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EL MAESTRO DE LOS PROFUNDOS PENSARES




El bus estaba dando la vuelta a la glorieta de Picadilly. Sobre las gradas del monumento a Cupido tomaba el sol un contingente de jóvenes melenudos. El grupo era ecléctico. Se hablaban todos los idiomas pero todos les había guiado aquel lugar de la superficie londinense como si fuese el epicentro del planeta. Iban acudiendo con flores en el pelo y las guitarras al hombro. Peregrinos de la amistad y de la no-violencia. El aspecto de algunos era sucio y las muchachas se aderezaban con estudiado desaliño que otorgaba a sus personas un aspecto franciscano de atuendo policromo. Los ceñidos vaqueros acentuaban sus curvas, preludio indudable de que se acercaba la apoteosis del hedonismo o que al menos en sus pródromos estábamos. Los comparsas de la operación triunfo y el declinar nacional del rosa rosae granadino hasta el delirio con la repetición incesantes del la sesenta y ocho, el contoneo de Salomé y la virginal voz de Carina saben que aquellos dimes y diretes festivaleros mellaron a una generación que quería ser europea a toda costa. Eso y las melenas de Eva que les descendían hasta los hombros y el cuello donde se ensortijaban amuletos les hacía más deseables. He aquí un tiempo sin afeites. Esto es llamar a las cosas por su nombre. No tanto. Es una retórica y ciertamente todo aquello era una retórica. Las ansias de cambiar el mundo dieron con algunos de sus líderes como Cohén Benditu y Rudo El Rojo en simples ejecutivos de la casa Bearne. Otros se hicieron chupatintas y algunas profesoras o entraron en el bombo de la gran lotería de la política que repartió en tan poco tiempos tantos premios gordos. Pero pro aquellos días de inconsciencia se tumbaban a la bartola gozando de las últimas caricias del sol del enverano u prolongando las horas de miel del dulce summer británico antes de que se atrasaran los relojes y empezase los días sombríos del otoño. Había una canción que definía a aquellos romeros del dolce fare niente: “in the lazy sunny afternoon”. Mis labios la tararearon múltiples veces . Nos habíamos disfrazado de candor que parecíamos frailes franciscanos pero no eramos tan inocentes. Nuestra frase preferida era haz el amor y la guerra pero teníamos nuestras peleas. Nos disputábamos alguna chica y en los bailes cundían los botellazos. Nos acucurrucábamos en cualquier sitio, pues cualquier parte era buena en tales tiempos para arrojar la boina, y entonábamos las estrofas del No nos moverán o el Blowing in the wind. Pero semejante liberalidad sólo se la podían permitir los ricos, los hijos de papá. Para los currantes no se trataba más que de un espejismo. Joan Baez era mi diosa. No answers, my friends. La vida nos dan a palo seco. Estaba bella en verdad y lejana en los recitales la norteamericana con cara y apellido española. Fue para mí el gran ídolo de aquellos tiempos junto con el gran Joaquín Díaz cuyas canciones y el vino me han ayudado a sobrellevar los tragos amargos de la existencia. Ay aquellas canciones que se plasmaron en mi corazón como Bangladesh o el Arriero de Bembibre. El romance de la Loba Zarda. Enzarzábamos nuestra alma en la garganta maravillosa de aquella angloamericana y dejábamos que sus trinos soñasen por nosotros. Cantautor pinciano resucitó las viejas consejas del cancionero sefardí que habían sido excarceladas por M. Pidal y nos identificamos con aquel guay de Israel.  El de las endechas de ronda y saludos a la parida que nada ha de ver con el de las catenarias de los tanques por los recuestos de Belén o las encrucijadas que conducen a la tumba del Profeta. Rodaba la gran piedra de Mich Jacer el Morritos cuyos labios y golpes de cadera y los gritos berreones eran como una floración de rocas volcánicas. Todo él melenudo y menudito era como si se te hubiese aparecido en una noche loca el fantasma de un condón. Alguien dirá que estoy divagando pero al observar aquella cuadrilla de hippies haciendole un corte de manga a la ley de vagos y de maleantes buscando un lugar al sol y gozando de la caricia de las auras otoñales, desde la imperial de mi doubledecker, el departamento que en las antiguas diligencias se denominaba rotonda, se me esponjaba el corazón.  Sus insinuantes e incitantes melodías tenían algo de admonición diabólica. Movíamos el esqueleto incitados por la enorme piedra que rodaba y que había sido lanzada por aquellos muchachos del bajo pueblo londinense: los Rolling Stones. Palabras mayores. Unos escarabajos con cara inocente, pantalones y chaquetillas que les quedaban pesqueros, y zapatos de lameme la punta encendían pasiones por todo el sector. Mientras en el Capsulado, en el Rex y otros bailongos del gran Madrid otros emulos melenudos de los grupos británicos empuñaban escobas y daban brincos por toda la habitación. ¿Para barrer qué? Cualquiera lo sabe pero lo cierto es que había em aquel mundo perverso que nos tocó balear y desempolvar muchas cosas. Señor, apartáme de la tentación de fray Jarro que conduce a las puertas de la locura. No mires mi pecado, ni la mala mujer que me tocó en suerte y de los hijos que me escupen y me insultan, apiadate de la interinidad en la que vivo y de la soberbia e ignorancia que me circunda, cuando las palabras son dagas y los recuerdos torturan y la madre que me parió sin haberme querido nunca sigue fomentando insidias en mi propio hogar. Por ella he comprendido la frase del salmista “ et in peccato concepit me mater mea”. Sólo te suplico un don el de la paciencia para hacer oídos sordos a la mano que estrella su dogal y al verbo que hiere como un venablo. El papa no se retira nunca. Le dicen que abdique pero él como un antecesor suyo, aquel Benedicto, propulsor de un cisma. En sus trece. La gama de papamóviles ha sido ampliado al carretón con el que es propulsado a las audiencias. ¿Es que Jesucristo bajó acaso de la cruz? Esa es la excusa para aferrarse al poder que dejó tras de sí la fe. Es una hora difícil la nuestra. Apocalíptica. Dicen que Dios acortará estos días para ahorrar sufrimientos a todos aquellos que todavía confían en su palabra. Pero por aquel tiempo Karl era un oscuro obispo de Cracovia y el que pontificaba era Montini. Una vez en la redacción del periódico Félix Ortega me mostró una foto de aquel Pablo VI. ¿No has visto que cara de mala leche que tiene? Aquel pobre era un poco más sensible. Tenía más dignidad y era un verdadero demócrata, no al igual que el autócrata polaco. Por lo general, excepto Luciani, y el papa Pío tenían pinta de esa mala leche que comentaba mi amigo Félix Ortega. Sus veredictos no fallaban nunca. Lo que pasa es que entonces teníamos ilusión y ahora estamos todos de vuelta. Dame una escoba para barrer las inmundicias del mundo, quitar todas las telarañas de los rincones. En Londres los jueves a la tarde veíamos nuestro programa favorito los veinteañeros que habitábamos las islas. Top of the pops que mi cuñado Roger decía dando un poco la vuelta a las cosas que no debería llamarse así sino Top de Cocks que en buen cockney significa otra cosa. Así que el pop, el top y lo cock. Yo no me acoquinaba pero empezaban a hacer estragos mis congojas. Derivarían en debilidad mental por mor de aquel juego de palabras de una lengua tan sutil y delicada plena de matices imprevisibles como es el inglés. El conductor de aquel programa era un yorkshireman (los hombres del norte se habían afianzado frente a los del sur en la arena política, mediánica y hasta en lo económico) que se llamaba Jimmy Savile al que le gustaba disfrazarse de trajes laminados de oro como si en vez de una emisión de radio fuese el arzobispo de Cantorbery dispuesto a oficiar los maitines pontificales llevando los ornamentos recamados de piedras preciosas, el báculo y la cruz alzada. Los ingleses, esta era su rara virtud, sabían conceder ritual a los actos más insignificantes. De ahí las casacas del eminente comunicador quien se expresaba con un marcado y casi incomprensible acento de los moors que lo vieron nacer. La iluminación del estudio psicodélico desde donde era emitido el programa buscaba los contraluces de su rostro alargado. A Jimmy la melena le llegaba hasta los hombros, blanca de bote.  Fumaba panatelas, nunca porros, aunque en la parroquia el uso del cáñamo indio fuese cosa frecuente y hasta bien vista y al final de cada canción el presentador transmitía una coletilla que era su signo de presentación. Jo. Jo. Jo. Todo esto le daba un aspecto de papa Noel. Savile no era de la acera del frente por más que tuviera pinta de pájaro loco. Siempre se retrataba rodeado de inglesitas de alegres piernas y mirada inocente.


Los pichones grises y el torso pavonado con sus andares  ondulantes y torpes se paseaban por en medio de la mugre de las acampadas beatniks. Aquellos habían encontrado su lugar al sol.  Les tuve envidia. Ellos no tendrían la obligación de escribir.  De marcarse una crónica. A veces de enviar hasta tres despachos a Madrid. No sentían la comezón creativa o destructiva, según se mire, del arte, ni el deseo de pasar a la historia poniendo su nombre en la órbita de letras de molde. A los pichones de Trafalgar, de Picadilly Circus y de las rotondas del Mall había siempre viejecitas - omnipresentes en toda la geografía del gran Londres que uno no sabe de donde afloran, ejército de viudas de las dos últimas guerras mundiales y de solteronas sin clasificar- les llevaban de comer migas de pan, copos de maíz y hasta comida especial para pájaros que vendían en las grandes superficies. Los pájaros domésticos de estos alrededores estaban gordos y buchones a causa de la buena pitanza de sus protectores misericordiosos. Ser palomo de uno de estos barrios del centro aunque pusiéramos a caer de un burro la solemne estatua vigía de Nelson no era una mala idea. Uno tendría comida y cama gratis y cuantos dineros me habría gastado yo, madre mía, en bed and breakfast porque nada más aterrizar en aquella ciudad la idea que te domina es encontrar cobijo para pasar la noche con los caudales necesarios para pagar la manutención y tenerselas que ver constantemente con landladies y landlores que así se llaman los caseros y que en aquella ciudad tan distinguida donde desde siempre se ha pronunciado con unción especial la palabra property.   Mantienen siempre subida la guardia. Son el ojo vigilante que todo lo ve sin que les escape. Es una de las cosas más difíciles de este mundo burlarles. Son como los capitanes de un destructor. Como la marinería de un barco pirata. Como los oficiales del fisco. Siempre al pairo. Las risotadas del pájaro loco me sacaban de mis cavilaciones. Para colmo los palomos azulones de la Plaza de Trafalgar, que cantalean y zurean al pie de la estatua del más elevado patriotismo carecían de esos vicios menores que forman parte de la vida londinense: fumar y trincar. Su abstemia les mantiene alejados de los estancos y de las tabernas. Por lo que toca al sexo, lo tienen fácil y a la vista está. Me hubiera gustado haber nacido gorrión para poder vivir gratis pero como esto ya no podía ser, lo de volver al huevo, tendría que escribir aquella tarde la crónica. Fumarme unos cuantos panatelas delante de la consola del télex. Cuando estaba inspirado lo podía hacer traqueteando sencillamente sobre el salpicadero de mis teclas, en la fianza de las notas y el dictamen de mi inspiración pero cuando el tema era ingrato o resbaladizo tenía que pasarlo primero por el rodillo de la Underwood o de la Olivetti con su oferta despampanante y triunfal de las veintinueve grafómanas de padre desconocido y filiación diversa. Las otras tantas redondas blancas que dijo el poeta. Londres ya se sabe es una ciudad colombófila. Las palomas allí son las únicas que no se pierden. Gozan de fuero. Le dieron el imperio al Rothschild estableciendo los fueros del periodismo, un arte en el cual la velocidad es la primera de las garantías. Saber es poder pero el saber veloz, más poder todavía. Cabe recordar que allí nacieron las sociedades protectoras de animales que son el antecedente de los ecologistas en boga y una paloma mensajera le dio el imperio del mundo a un Rothschild que supo de la derrota napoleónica antes que nadie lo que le permitió comprar todas las acciones que le viniera en gana y así hacerse millonario. Un primer testimonio del poder de la información en el que hoy nos movemos. El que sabe siempre gana por lo general. Es por esto acaso por lo que la paloma londinense con su aspecto característico y hasta diríamos que sucio goza de fuero por aquellos cotarros. Pone perdidas las cornisas y los paramentos del Arco de Mármol, el monumento a los héroes incógnitos sin que nadie profiera una sola queja por los estragos que causa el palomizo de sus deyecciones incesantes. El obelisco donde se yergue altivo el  paladín de Trafalgar cuando yo vivía allá estaba que daba pena verlo. Eran como las golondrinas poéticas de la balada de Cárcel de Reading. Oscar Wilde y su retrato de Dorian Gray fue para mí una idea fija. Las hijas de Albión que tan rigurosas son en lo que atañe a su dieta y de costumbres tan frugales, pues media onza de queso les dura tres semanas y un sombrero con flores toda una existencia, cuando envejecen certificando el dicho popular de que comes menos que un pajarito ceban a los pichones que andan tan orondos y mansos por entre las piernas de los viandantes con su plumaje de color apizarrado con todos los problemas de subsistencia y de generación de la especie del todo resueltos. Moraleja: amemos a los animales.

En Londres la mejor vida es la del palomo incluso la del cojo. Con mi indómita constancia estudié el alma de la gran urbe que tanto recordaba a Jerusalén por su melancolía y por su capacidad de seducción misteriosa. Lo que ocurre es que la tristeza londinense es distinta con el avance de las agujas del reloj. No hay dos horas iguales y los días muy distintos excepto los domingos que se parecen de una forma increíble. Yo soñaba en la dulce AGLA. Quisiera volver a verla siquiera unos segundos pero era consciente porque así el oráculo que llevo dentro me lo advertía que tal deseo nunca llegaría a cumplirse. El bello amor de mi existencia nunca escribiría. Iba huyendo de mi presencia. Se cambió de casa y no dejó señales de vida. No sabía que cuando las mujeres dan la espantada es para siempre. Pero yo entonces tenía menos años y no tantos desengaños y pensaba que el bien y la justicia triunfarían sobre sus enemigos. Se trata de una entelequia que nos transforma en ilusos y miserables a no pocos cristianos. Los judíos, más realistas, no se despachan con tanta alacridad acerca del tenor de la condición de nuestra especie distorsionada por la depravación y la maldad.


Agla nunca  escribiría. Quiero que lo sepas. No la busques ni la incomodes. Eso está penado por las leyes. Hostigamiento lascivo.  Cacería y cerco amoroso en plan la persiguió hasta el catre y la mató porque era suya. Las concejalas con el busto apretado y el culito tieso y luego pasa lo que pasa que no somos de piedra, señor alcalde, no requiebre de amores a la dependienta Rebenca. Caza de rececho o rondar la reja de la dulcinea de nuestros pensamientos, un vicio o una manía denominada stalking. Todas esas porquerías de la hembra en el celo y del macho celoso, supercherías, engaños y lacerías para dar vado a las instancias del apetito y todos acabamos asqueados. Si mucho hubiéramos sabido de antemano que el amor eso, no se nos hubiera pasado por la mente colgar los hábitos. Dejar a dios por un triste jeme. Ah la depravación y la tristeza que depara la carne al ser humano. Pero yo no era un superman sino un poeta. Hablaba con ella muchas noches como en sueños. Mira Agla, he vuelto. Ya tengo un trabajo. ¿Por qué no os venís a vivir conmigo tú y la niña? Os espero. ¿No decías que no tenía nada que ofrecer? Pues mira una corresponsalía en Londres y toda la ilusión y el anhelo de comerme el mundo. Triunfaré en esta ciudad.


Mi triunfo fue de otra forma. Tuvo que ver más bien con el reconocimiento de la verdad. Con la entrada en el portal de la sabiduría. Mi yo judío, resignado y fatídico, se sobrepuso. Seguí bebiendo el agua contaminada de mi sótano y viendo a los viandantes desfilar como a través de una linterna mágica o el trailer de una película de misterio por el montante del tabuco que tuve alli por morada. Mochuelo en mi olivo. Morabito en su ajarafe. Era la columna del estilita, el propio desierto de san Sabas que yo me había construido en aquel alquiler. Llegué a conocer a la gente por sus zapatos porque en la forma de pisar y el diseño del calzado caben muchos tratados de psicología. Tantos como manuales de gramática parda y había día que tentado por el diablo yo también daba malos pasos y me entregaba a los devaneos de la edad perseguido por el comezón de buscar pareja. Los tiestos que ponía en la ventana todos se secaban. No era por la escarcha que al atardecer de las noches frías cubría los jarrillos con un plástico. Gal me explicó que las fuentes del Támesis afloran gran cantidad de cloro y robín lo que determina que los geranios se amustien con harta facilidad. Agla, ¿habré muerto yo para ti? Viví en medio de la expectación porque aquel proceso de separación abortara el día menos pensado pero ella ya había iniciado las gestiones ante el tribunal de la Rota.  Vivir lejos de Agla me pareció una condena a muerte.  Desiste, alma mía. Tú no vales para el amor. You cant cope with life. You cant cope with people. Un canonista con cara de gorrión me llamó a declarar varias veces. Aquel clérigo tenía la pinta de los verdugos del paso de los azotes que salían en procesión en la ciudad de Segovia los jueves santos. En mi vida había topado yo con unos ojos tan sañudos y tan lascivos. Creo que en el ínterin se estaba beneficiando a mi mujer. Desde entonces nunca he podido consentir con estos tiranos. Mi fe pertenece al kirkos no a la ecclesia manierista y pecadora, cargada de prejuicios que ha tenido por costumbre y tradición engañar y burlarse del pueblo. La church es la quintaesencia del poder. Ego te absolvo a peccatis tuis. Oiga, penitenciario, métase su absolución por donde le quepa y déjeme a mí vivir mi vida. ¿Cómo podría definir por locura un amor tan profundo que rompió todo vínculo incluso el de la unción sacerdotal? Aquel monseñor no sabía lo que se hacía. Señor, perdonale. Ya le habrás perdonado. Claro. No soy más que un tragaldabas, no me hagáis paso, un emulo de los pasos de don MANCIPO.

La obtención de aquel puesto lo consideré yo como una dádiva especial de la dulce Teresa. La virgen des convento de Normandía había hecho un milagro y cuando llegué a Londres un día de octubre del 72 estaba persuadido de que no podía ser de otra modo, pero Dios se echa otras cuentas y yo no soy más que un pecador. Fue el reato que hube de pagar por haber quebrado mis votos. El vehículo prosiguió en su ronda a la emblemática glorieta. Londres no es una ciudad de traza reticular ni de línea recta. Resulta fácil perderse en alguna de las evoluciones de sus crescentes, las innumerables plazas llamadas squares pero que no son cuadros sino esferas. El caminante se siente perdido y nuevamente sobre el punto de partida, y vuelta a empezar. Por toda su arquitectura y trazado se siente la querencia de los caballeros del Temple que montan guardia en la city vigilando los muros zagueros de la catedral de san Pablo.

La cobradora trepó al piso superior de la imperial picando billetes. Tickets, please. Tickets, please. Ta. There you are. Tenía una voz melodiosa y unos ojos bellos que contradecían un poco la dureza de sus facciones y sus andares estevados. Debió de ser hermosa en su juventud pero estaba mal hecha. Extraía el vuelto en monedas de vellón con una habilidad de experta en equilibrios. Alegre como un colorín y fresca como un pepino, no paraba de cantar dejando al pasar una estela de perfume barato. Yo no sé de dónde la London Transporte reclutaba sus operarias. Todos tenían pinta de adefesios y como recién seleccionados entre el reparto de actores de una película de miedo. O iba directamente a los hospitales donde convalecían los enfermos de quimismo o directamente de los nosocomios. El agua de la ciudad era rica en plomo lo que determinara que estuviera arraigada la esquizofrenia. En ninguna otra ciudad del planeta, teatro de operaciones de las novelas de intriga y los filmes de Hitchcock, se encontraban cobradores de autobuses con esas pintas. Por lo estrafalarios y desgarbados. Por la flacidez de sus rostros. Por la exorbitancia o deficiencia de alguna de las partes de su cuerpo. Y es que tres siglos de revolución industrial siguiendo las leyes de selección natural y de adaptación al medio deben de dejar sus secuelas.

Y heme aquí que mi pasado templario me había llevado a morar en aquel subsuelo, en la añoranza de Jerusalén, peregrino de mis propias culpas. Virgen Madre, nos has de proteger.


Alguna noche en medio de alguna de mis pesadillas, mientras quedaba amodorrado viendo el trajín de piernas sobre el montante, pues el pulso de la gran ciudad y los constantes pasos no se terminaban nunca, Londres no duerme nunca, escuchaba el volear de campanas en la torre de la iglesia de mi pueblo. Inquirí a Fray Millán, el quiromántico cuyo espectro me acompaña siempre cualquier pudiera ser el significado de mis impasses oníricas:

-Las campanas tañen para ahuyentar las tormentas. Detente, nube. Más puede Dios que tú.

A pesar de ello, no faltaron contratiempos. Mi existir constituía una brega afanosa, un caminar perpetuo contra el pedrisco.

¡Ah dulce Virgen de Bendueños, a la que yo había venerado en Lena cuando yo era un diácono mozárabe adscrito al coro de la Basílica de Santa Cristina y a la que había cantado algunas tardes el Akathistos. Ella borraría las letras del quirógrafo antiguo dando a nuestra vida una nueva dimensión. El culto a la Virgen los trajeron aquellos monjes adopcionistas consagrados por Elipando y que huyendo de las persecuciones de una sultana maléfica enfilaron las rutas del norte.

Una copla resonaba en mi cerebro:

En Quirós la virgen del Alba, en Lena la de Bendueños y en el concejo de Riosa la Virgen de los Remedios. Las estrofas del canto sublime a Nuestra Señora resonaron, afán y huelgo viejo, entre la paja de las cuadras y el humilde albergue de los aposentos.

A San Salvador de Oviedo íbamos todos. Mancos, lisiados, perturbados mentales, endemoniados y hasta el cojo de Calanda batiendo los tambores de la peregrinación. Todos somos en la vida romeros. Queremos con el andar y desandar de nuestros pasos encontrar sentido al laberinto. Buscamos la flor del agua dentro de la barca de san Juan que no es otra cosa que la barca de Queronte.  El rocío de la noche de san Juan cura las heridas. Por eso son muchos los que se descalzan al ir a pasar el vado. Y yo me descalcé en el número 41 de Roland Gardens. Allí tuve trato con las xanas y vi sus cadeixos o flecos de oro brillar entre las ramas en el contraluz del solsticio de verano. Después me comí un bullete y ese trozo de pan, oblea o farinato de castaña no era otra cosa que la hostia sagrada.

La prensa seguía mientras emborrachandonos con sus argumentos de catástrofe pero yo tenía por aquel entonces una fuerte vida interior que me daba una razón fruitiva de la juventud que pasa sin sentirse.

Llamaba todos los días a la muerte, oh Jerusalén, y ésta no me quiso.

Sonaba incesante la voz de la cobradora Brenda en su demanda de taladrar billetes. Tickets, please. Era una letanía monocorde que recordaba el ininterrumpido trajín de la ciudad amada en su ir y venir inundando las plataformas. Gracias a esta melodía resultaba hacedero no sólo darse una vuelta por Londres sino pasar a través de todos los memoriales de la historia de aquel país. Desde la Batalla de Hastings hasta el último elepé de Paul Macarney. Britania se llenaba de sonidos y canta bastante bien. Le han surgido no pocos imitadores.


-Brenda, hay que ver la agilidad con que subes y bajas por la escalera de caracol.  Todos estamos sometidos a tu vigilancia incansable.

-Es un orgullo haber nacido inglés. -  declamó la muchacha- Mi padre era un sargento mayor de los Highlanders y mi marido pereció en Palestina durante las revueltas de la independencia. El estado se hizo cargo y a mí me han dado este cargo de revisora de la linea que va de Picadilly a Elephant and Castle.

-¿Going out tonight?

Aquella voz era tan bella que había que cortejarla. She gave me her telephone number.


Brenda siguió subiendo y bajando las escaleras con más empeño y su vigilancia sobre el sector se hizo más llevadera. Fue para mí la buena samaritana. A toda mujer, sobre todo, si ha nacido en las Islas, le halaga ser cortejada por un extranjero. Brenda dijo yes. Fue así como me eché una novia, ticket conductor, como la de la canción de los Beatles. Salimos juntos algunas tardes. Cantamos la canción de moda por aquellas días que batían los primeros lugares de los hit parada como “Querida, esta mañana no dejaré la pinta de leche en tu cancel, mi amor está lejos”, “Winchester the Cathedral”, “Lazy sunny afternoon” y nos besamos en la trasera de un mini que yo tenía, azotamos las mejores pubs del sector con nuestra insaciable sed, caminábamos de la mano por las oscuras esquinas. Unas noches la fiesta acababa en mi cava o en su casa de alquiler en un lugar al otro lado del río. Heads or tails. La vida amorosa de grandes y pequeños personajes tiene bastante relación con el azar. Se tira la moneda al aire y sale cara o sale cruz. A pocos les cae de canto. Estos últimos serán condenados a ir de nones de por vida. Sería indecoroso por mi parte declarar que este fue el fallo que ha perseguido mi desdicha. La madre se agazapa y telefonea. Yo tuve una madre cruel.  Ella ha sido el martirio de mis días. Debió de ser que me aborreció en el nido. He tratado de pedirla que por favor no se inmiscuyera en mis asuntos pero ella, cerrera y adamantina en depararme tragedias, sigue telefoneando y hasta haciendo tercerías, pues al fin y al cabo hemos venido al mundo en el país de celestina, para casar a las mujeres que he querido con alguno de mis hermanos. Madre ¿por qué me avasallas? En vez de un hogar y un corazón me brindabas caños de agua helada y abría cada vez que te besaba la espantosa losa de un sepulcro. Mi huida a Albión fue una liberación pero al despertar a la realidad hube de caer de nuevo entre sus redes porque ella siempre fue mujer mala, a pesar de las misas continuas, las visitas al santísimo y la comunión diaria. Madre cruel ¿por qué me maltratas con tanto encono? ¿Cuál será la causa de que nunca he sido capaz de escapar al jofor de tus sangrientas garras? No has traído a mi vida más que desdichas y discordias. Incluso, has tramado contra mí, que digo ser tu hijo, poniendo a los frutos de mi carne en una adversidad constante que me deparas. Ah, Dios mío, si supieras cuanto sufro a causa de esta madre nefasta. No he sido un asesino como los mejores personajes de Dostoievski aunque más de una vez se me ha pasado por la mente la idea de matar a la vieja.

-Esto no tiene solución. Huye a Londres pero incluso allí te perseguirá. Te destrozará entre sus garras.

Algún turista poco avisado y como quien no quiere la cosa pudiera toparse con alguno de los spiritus de ajusticiados que pueblan la Torre pero yo de esos sufrimientos sé bastante porque como trato de esclarecer en esta crónica estuve encarcelado en esta London Tower donde los míos fueron mis verdugos. No me asusta la voz de los espectros sino los telefonazos fiscalizadoras de SOLAPIA. Con ochenta años a sus espaldas sigue estando en todo. A mi pobre padre lo mandó para la tumba. Ahora yo soy el próximo. Ha conseguido lo que se preponía que me aborrecieran todos mis hijos. Lo digo y no me creen oye. Tengo una madre por verdugo. Ana Bolena seguía atizando con sus encantos la pasión del ogro.

Brenda tenía tres hijos varones. Cada uno de un padre distinto y mientras duró todo aquello fue bastante hermoso. Algunas veces me permitía subir a su autobús de gratis y llegó a confesarme entre arrebatos de pasión que yo era un gran tipo, “a nice bloke but somewhat lonely”. Un corazón solitario. Mi desvalimiento y mi incompetencia debió de despertar en su corazón no sé qué instintos maternos.

Nunca he sido más feliz que a bordo de la imperial de aquel doble decor de color Borgoña. Era como si tuviese a todo el mundo a mis pies flotando en una nube de amor acariciada por los susurros de mi cobradora recitando la canción dineraria. Conmigo va aquella entonación.

-Tickets, please. Ta, luv. There you are.

Repicaba la campana de su voz, tañidos sonoros que me convocaban a una misa iniciática, la del amor, que todavía acaricia mis tímpanos al cabo de tanto tiempo. Se perfilaba el domo de la catedral de san Pablo y al poco descendíamos por el recuesto de Fleeet Street, pasado Old Bailey donde iban y venían abogados con peluca. Mis primeros negocios con la justicia fueron blancos a costa de mi divorcio con AGLAE. También entonces hice el tonto y el sólo recuerdo de aquella vez que estuve sentado en el banquillo por no pasar la alimonia, con mis protestas y comentarios, se volvieron del todo ridículos. Todo aquello se perdió. Había que seguir caminando. Dejábamos a la derecha una de las librerías más antiguas de Londres y en el que compré no pocos textos de poesía así como de periodismo.

Mis preferencias de ocio se han alternado entre los buenos restaurantes y los vinos caros con los buenos libros. Esas dos tendencia que parecen algo incompatibles constituyen el ying y el yang que hay en mí.

A mano izquierda quedaban las sedes en mármol negro del Express y del Daily Telegraph edificios que inspiraban consistencia y a la derecha el callejón de Bouberie Street tan querido para mí por razones que me reservo. Allí estaba la delegación de Efe. Olía a tinta y a papel por todas partes.



Si tuve una novia revisora fue para este pobre pecador que anda por la existencia con el hígado averiado a causa de los excesos de aquellos días, he de aducir que fue un honor haber libado en abundancia cerca de los mostradores y veladores de The Chedar and the Cheese que es una de las tabernas más ilustradas y con más abolengo de todo el oeste europeo. Sobre sus bancos el gran Samuel Johnson, polígrafo, lexicógrafo, periodista, autor de libelos y de tratados de jurisprudencia. Inglaterra era un galeón, una nave oneraria, cargada de libros y de galones de cerveza. Sobre ellos se cimienta la firmeza de su gobierno que no es democracia sino talasocracia. Es así como Britania reina en medio de las olas arboladas. Y aquella taberna desde donde me guiñaba sus ojos literarios, asaz cansados de tanto mirar y de tanto leer para ver siempre lo mismo, era como el reclamo de un participio o de un predicable distintivo que conectaba con mi manera de ser, más inclinada a la sesudez ampulosa del verbo latino. Johnson y el johnsonismo eran la garra clásica que nos conecta con ciertos paraísos perdidos. “The Cheddar” era el santuario de todas aquellas creencias que profesarán siempre los amantes de los libros: el mundo redondo, la música de las esferas, perpetuo girar haciendo caso omiso de nuestros devaneos y las intercadencias del avatar personal. Lo exacto. El tiempo que huye pero hay tardes que pueden ser atrapadas delante de un vaso de buen vino conversando y arreglando el mundo desde los pupitres de nuestras almas madres que son la Rotonde parisina, el Café Gijón o este insigne pub inglés donde sentó cátedra la gran erudición de Samuel Johnson.  Él al pasar me lanzó algunas miradas desde su tumba. Está enterrado en la bodega de esta famosa casa pública. Era tan grande y voluminoso de cuerpo que hubo de ser inhumado de pie y mirando hacia Jerusalén. Vestía mi espectro - Londres es una ciudad de ensabanados en la cual los fantasmas hacen acto de presencia cuando uno menos se lo piensa- un jubón de terciopelo, el rostro alargado y con notables papos caídos sobre el ferreruelo pero su peluca algo pringosa y estrafalario denotaba el desaseo de los que viven una vida hacia adentro preocupandose poco por las cuestiones de apariencia. Hasta casi me pareció escucharle respirar en su tronera con esa pesadez y sonoridad de los asmáticos. En mi primera juventud estudié con aplicación sus aforismos que llegaron a entusiasmarme y traté de imitar a conciencia. Fue sin duda el primer ensayista y periodista de Inglaterra. El primer bohemio. Era un embajador de la sabiduría descendido del cielo con pase de pernocta a los infiernos  y lo estaban viendo mis ojos durante aquel paseo en autobús al ramblar de mis pensamientos y el merodeo de mis sentimientos que jamás en mi vida se habían puesto de acuerdo. Dicen que este abogado de la literatura y santo sin aureola pero con un sitio especial en el rincón de los poetas en las laudas cinerarias de la catedral de san Pablo se aparece en cuerpo y alma a todos los alevines de la literatura, a los que desean con todo el ahínco de su corazón y sus mejores propósitos ser investidos caballeros andantes del altruismo utópico de los libros que acuden a la gran ciudad atraídos por el reclamo de la gloria. Pobres.  Desconocen el futuro que les aguarda. En cualquier caso le vi sonreír y lanzarme un guiño desde uno de sus ojos que eran de acero elevando por mí la jarra a los cielos en un brindis de latón. Estaba ingiriendo su enésima pinta de cerveza.

-Cheer us, mate.

-Long life to you, great master of the deep thoughts. You taught me to live thrift and think highly. Ese ha sido mi empeño y mi fracaso. Sigo sus huellas, don Samuel.

El Támesis entonces al pasar por uno de los mayores templos de la cristiandad (creo que es el segundo después de la catedral de san Petersburgo) insinuaba un giro o arco de ballesta.

-Vista a la derecha - gritaba uno de los caporales que conducían la gabarra en que viajaba con gran pompa y magnificencia de espuma en su trono blando de algas la diosa madre de todos, Baodicea, escoltada por uno de los centuriones de su guardia por nombre EPLOCEUS (el rubio).

-Paso a la reina.

-En su jubileo. El mundo hinque la rodilla ante el cetro y la corona inglesa.

Estuve por ponerme a cantar lo de un inglés vino a Bilbao pero seguramente a los tragavirotes del espionaje británico que carecen del sentido del humor no les haría ni la menor gracia. Inglaterra es la única monarquía donde los republicanos de toda la vida se sienten a sus anchas. En mi país, por desgracia, esto no es posible ya que lo tuercen, lo ponen perdido todo con su saliva mal gastada, las babas de los aduladores áulicas. Hay un ánsar que grazna incansable revanchas desde las columnas de su periódico. Guay de mi España. Allá estaba entre otros el cardenal Wosley mirandome desde arriba con sus ojos de carnero degollado. El buen purpurado desde su augusto palacio en Lambeta hasta la oscura celda del verdugo tendría seguramente escasos metros que recorrer. Aunque en realidad de verdad Tomás Wosley, legado papal, fue asesinado en Leicester en 1530 y había sido un simple clérigo de Ipswich que llegó a limosnero de Enrique VIII. Aficionado a las mujeres y a la música era también inclinado a las bellas artes, sobre todo, a la arquitectura, gustos que compartía con el soberano a cuyas expensas fueron edificados el palacio episcopal de Lambeta, el castillo de Hampton Court y las corralizas de Whitehall donde ahora viven los primeros ministros del Reino Unido. Fue una de las personalidades eclesiásticas más interesantes de la historia. Estuvo a punto de ser elegido cardenal pero el sagrado colegio cardenalicio, a la muerte de Alejandro VI, era un piélago de intrigas y los patricios de la sede apostólica optaron por un Medicis. De no haber sido así, la historia hubiera sido escrita de muy diferente modos


Apareció entonces un alabardero como esos que ilustran la portada de las buenas botellas de ginebra que iba cabalgando sobre los lomos de una sirena. Le seguía un pelotón de infantes de marina que cabeceaban asidos al pescuezo de una familia de hipocampos. La visión no podía ser más fantástica. En la otra orilla se alzaban los tubos de los telescopios del Observatorio de Greenwich.

-Mi yugo es suave y la carga de mis obligaciones ligera. Tengan a gala haber nacido ingleses - iba pregonando desde su trono de olas la insigne Baodicea.

Y Neptuno mandó a lo mejor de su escuadra para cubrir carrera. Se anunciaban en el mundo grandes acontecimientos. Un cambio traumático se acercaba y nosotros hurtábamos el cuerpo a aquellos quebrantos de la curva emblemática alzando nuestras jarras en los innumerables pubs del Reino Unido en brindis incesantes por la venida del tiempo nuevo.

Londres ofrece estas sorpresas. Estos cambios de luz y variaciones traumáticas. Cuando vas de una parte a otra de la ciudad es como si te encontraras en una parte diferente del globo. Por eso las giras turísticas en aquella capital pueden tener su miga de periplo iniciático. Es un viaje a las profundidades del corazón en el cual yo trataba de ir al encuentro con mi pasado y no encontré más que disgusto, recriminaciones, recuerdos lancinantes. En una palabra, sólo sombras. Sombras lancinantes. Estibarlas ahora, al cabo de más de un cuarto de siglo es tarea que sobrepuja a las meras fuerzas sobrehumanas. Pero estas nubes de pesadilla que se guardan en los reclinatorios de las frustraciones terrenales me hablan todavía en la distancia mientras trato en vano resucitarlas. Percibo su presencia enigmática y llegan hasta mí con escoltas de voces de mis difuntos. El bronce de la campana humana no muere nunca. Mediante ella el verbo habita entre nosotros.

 

                   

                              EL DESEADO         

“Si no eres partidarios de Antero, o eres bobo, o fraile puñetero”. Era lo que se decía en aquellos tiempos. Yo conocí al Deseado que por entonces ejercía de fámulo, meritorio, correveidile y pelotillero de un famoso santo laico, el cual nos hizo la santísima a los de Pertunda, pues decía desde su cátedra de Preterera que Canis Gallicus o el Galgo tenía que morir. ¡ Pobre! Mucho lo odiaban con una inquina que jamás comprendí en aquellos días risueños del entusiasmo y la gracia y menos ahora en los  tiempos decrépitos cuando todo el mundo parece dispuesto a agujerearme a golpes. Pese a mis decepciones y agravios, sigo terne en la idea dandole cebas a mi utopía. Han ganado.

Nunca pudo catalogarse tanto odio junto dentro del un catedrático. La cosa tenía su busilis y se remontaba a viejas guerras del pasado. Se llenan los vasos y las cráteras con toda la hiel del orbe, el saín de todos los muertos reales o imaginarios dejaba en los zócalos de los sarcófagos manchas sospechosas, delatoras de una corrupción descomedida. Las naciones se han puesto de un humor de perros. Esto a lo que más se parece es a un funeral de tercera. ¡Um! ¡Atisbos de un mundo feliz!


Su rostro se me ha representado estos días en que el monotema se hace más recio. Lo recuerdo imitando los gestos, los andares y hasta la manera de terciarse la capa

La babosa arrastra en la panza el veneno del rencor. Es de la familia del caracol, un molusco que porta en su corazón las inmundicias y defecaciones diferidas.

-Un día las pagaréis todas juntas.

-¿Conque de vomitiva?

-No hay perdón, chiquitos.

Hablaba don Deseado cerrando los puños y disparando perdigones de saliva a su interlocutor a oste y moste.

Su mujer, una señora pequeñita, con ojos como puntos filipinos y que se expresaba en un desagradable tonillo nasal, le tiraba de la capa bajo las arcadas del claustro. Le acababan de nombrar doctor honoris causa. ¿Era él o un famoso músico? No lo recuerdo muy bien pero don Eraso  estaba de muy malas pulgas. Tenía una cabeza muy gorda y casi no le cabía la funda de su capillo que remedaba al gorro de los talibanes, el tronco escaso, las piernas cortas y toradas.

-Yo sé bien lo que me digo- continuaba en su letanía de amenazas.

El odio suyo hacia nosotros era casi fundamentalista, un odio africano y eso que había nacido en una bonita ciudad atlántica para ser ciudadano del mundo. El día que murió El Proditor agarró una curda importante.  Se descorcharon en el humilde habitáculo que ocupaba en Sábula Sciencia, la ciudad profesoral y científica que habitaba en compañía de su mujer vieja, la que justamente tiraba de su toga, cuando lo de la recepción en la alcaldía lo menos diez botellas de cava del Penedés encargadas de ocasión.

-Yo no bebo nunca pero un día es un día. Cayeron los baluartes.

Y al decir la última frase al gran experto de las relaciones internaciones se le puso una cara mirífica de hechos consumados. Era una fecha añorada en sus días. Había visto diñarla a un enemigo. Le tenía ganas. Era el ser humano más abominable. Para combatirlo había largado multitud de

Mandó que tocasen las campanas por todo el recinto  

-No hables con esos. Son los legados del asesino.

Pese a la oposición de la parienta, que tenía los zapatos rotos y al homenajeado, al insigne dómine, le sonreían las coderas por debajo de la toga.

-Señora, que yo no he matado a nadie.

-Venga, Anselmo, no hables con esa gentuza.

Anselmo era el nombre de pila de don Erado.

Quedé más confundido que un obispo en una mezquita,  pero logré sobreponerme a la descortesía de la vieja, que a mí me recordaba a uno de esos estrafalarios personajes que arrastran sus complicaciones mentales a lo largo de las novelas de Dostoievski.


Era una hermosa atardecida de otoño. Las cigüeñas de las torres de aquella ciudad universitaria empezaban a abandonar los nidos y emprendían el vuelo hacia el sur, acompañados de las golondrinas de Oscar Wilde. Era uno de mis primeros reportajes y pese a las recepciones en el vestíbulo en aquel paraninfo cuajado de banderas y oriflama que rendían honores a las personalidades que subieron al estrado, no lo iba a tener fácil.

Todos hablaban de la salud del Camnis Gallicus. Estaba deseando que se muriera. Lo llamaban asesino, impotente, retrasado mental, enemigo de la humanidad. Ahora de forma impostergable escribe este antiguo dominico cortos en el periódico de Walamboso donde tiene una columna cortos de una hondura escueta y antropológica. Ya se le debe de haber acabado el gas. ¿Tomará viagra? Su viagra tendrá que ser erasmista de ahí para arriba  porque aquel fraile que metió cabeza en Oxford era el meritorio del intelectual más bochornoso que ha producido la historia de España, pues era tonto en siete idiomas y lo que hablaba estaba emponzoñado del veneno del áspid. Su mujer paría como una coneja. Había sido monja dominica y creo que aprovechó el tiempo.

- Con mirarla ya la preño - decía fray Castigador - toco el órgano y la hago un chico.

-¡Caramba! Estos frailes trabucaires no se chupan al dedo y cuando se juntan con una monja pues familia numerosa. Creo que le salieron siete, todos de comunión diaria, y algún etarra. De comunión diaria, oye.

Era católico y cruel.  El hombre más malvado tuvo que acabar de antropólogo. Dicen que su padre era un callista que fusiló a muchos rojos. Por eso sus cortos parecen balas. Un mareo de mal café. Pero esto es España envenenada por los cucarros que llevaron tonsura y ahora dicen ala, ala. Los malo es que esta gentuza ha sentado plaza de periodistas y no son más que comisarios políticos. Nunca te llegarán a los zancajos a ti, Feliz Ortega. ¿Te acuerdas de aquel Kondo que teníamos en SP? Pues nos salió etarra y este al que me refiero lo mismo. Un caso acabado de furor uterino. No podía dejarla quieta. Creo que se ha casado tres veces  y ahora tienen una orquitis cancerosas. Estaba predestinado. Que Dios le perdone, que dios me de fuerzas para seguir aguantando a los trepas, pero al maestrillo de Oxford a ese sí que no le perdono la ofensa de lesa patria. Estará ahora en el infierno torrentoso con ancones y masones. Graznando con los ancares del capitolio. A todo cerdo le llega su sanmartín.

Era un tipo vomitivo, un advenedizo, pero con fuste. Le llaman EL DESEADO. Pobres ilusos. No saben con quien se juegan los cuartos.

 

 

 

 

 

 

 


                    FÉLIX ORTEGA COMO EPÍLOGO. FIN DE UNA ERA

   Era su anagrama. Con él firmaba sus crónicas, aquellas crónicas densas, casi oceánicas, pero siempre exactas, que eran leídas con avidez en el Palacio de Santa Cruz, y hacían coger unos cabreos moros de aquí te espero al embajador de Marruecos, el astuto y sagaz Filalli, y que él mandaba desde la planta tercera del edificio de la ONU, desde el habitáculo compartido con un indio con turbante, familia del Marahá de Capurtala, y que nunca escribía nada pues se pasaba la vida sin pegar golpe. Desde la mesa que yo heredé se veían subir aguas del East River arriba las barcazas onerarias del desescombro con toda la basura de la Gran Mejana a bordo, con todos los desperdicios de las vanidades humanas el alma al hombro. Su paso tan trivial desentonaba con lugar tan importante donde se pronunciaban discursos y más discursos y se dejaban caer personajes de rumbo.

Lo mismo en el fuliginoso julio que en el helado marzo allá estaban las gabarras.

Félix Ortega al que acabamos de perder los españoles hace unas semanas, durante las peligrosas calmas de enero, esa famosa y siniestra Doce Noches de las que habló Shakespeare, y el interregno maldito que hacía temblar a los romanos, tan sanguinarias en este año capicúa del 2002, que arrastraron a las aguas negras de la Estigia a Cela, a Pedro Pascual, a Adolfo Marsillach, era un hidalgo del periodismo. O un viejo zorro, como lo queráis llamar. Seguramente el numera uno de la generación del 68. Escuela SP. Con un gran maestro, además: Rodrigo Royo.

La maldita noticia de su óbito me llega con algo más de un mes de demora, desapercibimiento del que yo mismo me espanto, aunque no quisiera estarme sin recapitularla. La figura y la obra de FO, desparramada en miles de artículos, reportajes, ensayos, que al correr de los años habrán de ser exhumados del polvo de las hemerotecas, no pasará de largo. A Félix no había que perderlo nunca de vista. Quienes deseen iniciarse en esta profesión antes denominada infantería de las letras y ahora mundo de la comunicación tendrán que tener a este hombre en cuenta.

Era un periodista científico. Químicamente puro. De raza. Se salía del cuadro. Debido en parte a su humildad y llaneza de campurriano. Era accesible y sin ringorrangos al igual que todos los genios pero sin las manías. Podías contar con él en cualquier apuro. Hasta darle un sablazo. Sólo le indignaba la estupidez, la ramplonería, la falta de sensibilidad. Nunca le vi hablar mal de nadie aunque, astuto, se guardaba siempre bazas desconcertantes y apabullantes para los mediocres. Su estatura de gigante suscitaba, por ende, envidias en la tribu. Maestro en el arte de abordar los temas más escabrosos con la habilidad y el despejo de un Alistair Cook o de un Walter Lipmann, al que se parecía físicamente un poco, era un experto de abrir nuevos enfoques, creando corrientes de opinión.


Corresponsal atípico dentro de lo que estamos acostumbrados, no se consideraba un literato de campanillas y con pretensiones a la galería. Más bien se mantuvo siempre dentro de una línea gris de escritor riguroso que manejaba con elegancia, solidez, sobriedad y dignidad el castellano no dejandose llevar por los barbarismos y solecismos de los amaneramientos acostumbrados de los que pensando en español quieren escribir en inglés pues su lengua nativa les parece poco.

Narraba superior. Y no contaba batallitas. Cotejaba dos o tres fuentes antes de ponerse a redactar aun cuando ello le deparara disgustos. Más de uno y más de dos que yo me sé. Hubo de poner la vida al tablero y jugarsela a la taba en más de una ocasión. Su nombre habrá de estar, sin desmerecer, junto a los grandes cronistas del exterior que ha dado este país: Julio Camba, Bonafoux, Augusto Asía, Valentín Massip, Ismael Herráiz, Manolo Pombo Angulo, Celso Collazo.

Había aprendido su oficio en la vieja A.P. Pero, indomable en la defensa de los intereses de su patria, a Félix no había quien lo sobornase.

Sus textos - era un experto en aeronáutica, y creo que dejó aparcado el ingreso en la Academia del Aire de San Javier cuando ganó una beca Fullbright para ir a estudiar a Nebraska, renunciando así a su primigenia vocación: quería ser piloto de combate- eran examinados con lupa por los gurús del Pentágono. Sabía mucho de cazabombarderos y de misiles de alcance.

Nadie ha sabido contar con tanto rigor, solercia e incluso alborozo la era Johnson, la era Nixon, la era Ford.  Éste último, uno de los presidentes más torpes y anodinos pero de los más simpáticos que hayan pasado por la Casa Blanca.

Aquella América de entonces era un país nodal. O diametralmente opuesto a aquél al que rigen los designios de George Bush el Mozo. ¿Fue una cortina de humo el Watergate para tapar los trapos sucios? ¿O más bien una verdadera conspiración para hundir al mejor emperador con que haya contado la República: Richard Milhous Nixon?  Nunca acertaré a responder.

Sólo FO como un verdadero maestro a los iniciados en estas lides de los “lobbies”, “caucus”, y otros tremedales del régimen interior de la clase política en Washington supo contarselo a los españoles, poniendo tesón, pasión, muchas horas de trabajo y su miaja de refitoleo en cada crónica.

En ellas había que encontrar siempre una clave. Un trasfondo. Él como escritor era hábil y hasta puñetero. Sabía poner una vela a Dios y otra al diablo, pero sin decantarse por ninguna versión, como en el caso de los “fontaneros” del Asunto Watergate.  Supo dar otra lectura del caso diferente a Woodward y Bernstein en el Washington Post. Jamás se contradecía pero nunca le veías venir.  Y eso que no había nacido en Puente Deume sino en Palencia.


¡Con qué orgullo hablaba de su padre, un factor de Renfe en la estación de Venta de Baños!

Me cupo el honor de relevarle en la corresponsalía neoyorquina a la que acudí un poco anonadado pues él había dejado el listón imposible de subir. Aunque hice lo indecible de acomodarme a sus consejos, no supe cumplirlos a rajatabla, aunque me parece que a mí tampoco me fue mal del todo.

Tampoco llegué a entender por qué abandonaba la Ciudad de los Rascacielos. Me dio a entender que lo quería era vivir con Dulce en una casita en el campo en compañía de sus hijos.

Nuestras relaciones, sin embargo, arrancaban mucho antes de aquella coyuntura. Habría que remitirse a los días de vino y rosas del Diario SP allá por 1967.

La relación se ubicaba en una nave frente a una paridera antigua que había sido convertida en almacén por unos chatarreros allá en los confines de los Cuatro Caminos proletarios. Fue la primera redacción libertaria y ecléctica surgida en pleno franquismo. Apiñados al pie de Rodrigo Royo hacían cama redonda comunistas, ácratas, socialistas, anarcos, economistas, un jesuita, un guerrillero de cristo rey y hasta uno que es hoy famoso bailarín. Y todos comiendo en el mismo plato.

Cerrada la edición, nos largábamos a tomar una copa a un pub, El León Rojo, regentado por un inglés que estaba casado con una catalana. FO sorprendía a todos por la elegancia y fluencia de su inglés de “wasp”. Como aprendido en West Point.

Y por su aguante del güisqui y la cerveza. Nunca lo vi borracho en aquellas noches de humo y alterne. Algunas de ellas para olvidar. La prestancia de Félix era la de un hidalgo castellano con porte y dignidad suficiente como para pasar por en medio de un charco sin salpicar los zapatos.

Nuestras rondas por el Red Lion no eran óbice para la gran profesionalidad de Félix y su admirable capacidad de concentración y de trabajo.  Podía escribir sin tachaduras y casi sin alzar la mirada tres horas seguidas. Y de corrido. Consultando únicamente con el archivo que tenía metido en la cabeza. Un verdadero superdotado. Un número uno.

En abril de 1973 recuerdo que Tomás Cerro Garrochano, a la sazón mi redactor jefe en Pyresa, me puso un flash urgente a Londres:

-Espera, Antonio. Te va a hablar un amigo.

Todos los timbres de alarma sonaron como campanas alborozadas en la quietud gris de la atardecida londinense. Estuvimos una hora de palique a través del télex. Por aquellos días era el gran instrumento de trabajo de los periodistas en el extranjero y un anticipo de lo que son ahora mismo los chats de Internet. Maquinas prodigiosas, misteriosos inventos que acortan distancias y parece que han acelerado el ritmo trepidante de la historia.


Me comunicaba que había sido nombrado corresponsal en Nueva York. Tuve el honor de ser uno de los primeros en saberlo. Félix iba a relevar a Guy Bueno, otro histórico del periodismo, que, cansado de la Gran Mejana, se retiraba a Palma de Mallorca, donde moriría al cabo de poco de un cáncer de piel, lo mismo que mi antecesor en Londres, Antonio Avendaño. Entre medias, estuvo Manolo Adrio.

Después quedó patente que la elección no había podido ser más afortunada. El gran Félix Ortega se convirtió en la estrella de la cadena. Le aguardaba un cuatrienio frenético donde brillaría con luz propia aquel fenómeno de un periodismo nuevo, experto en comunicaciones. Oí decir a Vicente Cebrián que lo sabía todo que  lo conocía todo.

Fue un pionero de un género difícil y en el que hay que hacer tantos equilibrios como es el de corresponsal diplomático a la usanza anglosajona. En España sólo tenían derecho a esmerarse los curas vaticanistas y los monárquicos y los que iban de plumas galanas. FO, hijo de un republicano que no lo pasó del todo bien con Franco, pero también producto de un sistema de igualdad de oportunidades en el que se trató de orillar las diferencias que habían dado pábulo a la pugna fratricida, no era ciertamente un meapilas. Del ABC o del YA lo hubiesen echado a gorrazos, lo mismo que del DEIA. Sólo tendría cabida en un periódico falangista en el cual los que trabajábamos eramos mayormente rojos. No era ni de unos ni de otros. Pertenecía al futuro aunque sin desdeñar el pasado.

Habituado a medir la realidad con ojo americano, andaba por encima de las rivalidades de campanario y no llegaba a comprender los enfurcios de la política carpetovetónica, eso que nos acerca tanto al esperpento valle-inclanesco o a la olla podrida de Galdós.

-Pero ¡qué burros! ¡qué burros, oye!

Y cogiendo una lata de cerveza vacía, de marca nacional, una Mahou, trató de aplastarla entre sus dedos. Su liga metálica era lo suficientemente rica y consistente como para no combarse al primer envite.

-¿Qué me quieres decir, Felisín?

Íbamos caminando por el Paseo de Recoletos.

-Nada que si hubiera sido el encase hecho en Milwaukee ya estaría hecha un acordeón. Y aquí no quieren darse cuenta. Creen que todo lo extranjero es lo mejor.

Se salía del cuadro. Por eso les resultaba tan repulsivo a los mediocres. No le perdonaron ser despertados a las cuatro de la madrugada por un timbrazo de teléfono desde Madrid a causa de una de sus habituales exclusivas. Los pisotones de Félix Ortega eran tan tremebundos como implacables.

Puso a España en pie de guerra con lo de la “Marcha Verde”. Él fue el primero en descubrir las verdaderas intenciones de Hassan II con respecto a Ceuta y Melilla primero y después el Sahara Español.  La diplomacia alauita se vio desenmascarada en el primer caso y hubo de dar paso atrás.


Poseía una agenda de buenos contactos y era un tipo valiente y audaz que vivía sin las alharacas de otros en un cuchitril de treinta metros cuadrados en el Midtown y por el que pagaba un montón de dolares en compañía de Dulce. A veces su cuñada Chiqui pasaba con ellos temporadas. Ahorraban para comprarse una casa en España.

Nos volvimos a ver en la primavera del 97. Comimos juntos un par de veces. Se le notaba mucho las tablas y el despejo con que se desenvolvía en la diplomacia de mantel.

Unos le acusaron de pertenecer a la CIA, otros al KGB pero él era Félix - FO para los amigos, ni del Foreign Office, ni del M15 tampoco- sino el hijo de un ferroviario de Palencia. Trabajaba por entonces como jefe de prensa de la Compañía Iberia, empresa en la cual demostró su competencia y profesionalidad, haciendo frente a los retos del desmontaje, la reconversión, las múltiples intercadencias de todo cambio de fase en un país, en una familia, en una firma comercial que era llamado el buque insignia de la tecnología española.

Creo que a este halcón que se había codeado en sus rasantes vuelos espectaculares con las aguilas calvas de las Rocosas y con los buitres del Pentágono le daban un poco de risa los pardillos y garrulerías de nuestros gorriones. Él sonreía con algo de tristeza y condescendencia en vista del panorama. Me pareció que vivía enclaustrado en su mundo de grandes temas. Avances tecnológicos y científicos. Como encaramado en la nube del no saber jugaba a la no presencia, que es lo que hay que hacer por estos pagos cuando las pulgas quieren convertirse en elefantes.

Y recuerdo aquella comida con dos coroneles del CESID en un restaurante de la carretera de la Coruña a los que tuvo Félix dos horas sin pestañear enterándoles de asuntos que ellos no sabían. Sólo un gran profesional como Félix Ortega era capaz de eso: tener con la boca abierta a dos oficiales con tres estrellas de ocho puntas del gran estado mayor de la inteligencia militar española. De lo que se trato en aquel almuerzo hago gracia al lector habida cuenta de ser materia reservada. No bebió ni una gota de alcohol.  Las viandas ni las tocara. Eso sí. Se fumó un pitillo tras otro.

  Despedidos que fuimos de nuestros anfitriones, me pidió que lo acercase en mi coche a Madrid. Ibamos charlando de nuestras cosas, cuando al llegar a la altura de Moncloa me pidió que parase frente al edificio de la Fundación Jiménez Díaz, como al desgaire y casi distraídamente, puesto que su aspecto era magnífico, pese al cansancio que detecté. Había hablado noventa minutos ante los interlocutores haciendo uso de su facundia magnífica, matemática y brillante. Escribía como hablaba.

-Déjame aquí.

-Pero, hombre, si esto es el Clínico. ¿No te apetece que tomemos una copa como en los viejos tiempos?

-Otro día. Ahora voy a que me implanten en la pierna un by pass.

-¿Qué me dices?

-No tiene la menor importancia. Saldremos de esta, Parrita, ya lo verás.


Y salió pero no volveré a verle más. Se perdió por el paso de cebra de la Plaza de Cristo Rey debajo de los regoldos y los plátanos que nosotros vimos plantar cuando eramos estudiantes.

Félix me saludó desde el otro lado de la calle mientras encendía el enésimo cigarrillo. Aquellos “Kent” mentolados light que él fumaba, el bronco tabaco que fumábamos todos en Manhattan y que nos ha ido matando a todos poco a poco. Nunca hubiera podido imaginar que a mi amigo, tan pronto, y tan joven le hubiera salido la hoja roja.

Siento su muerte como una anticipo de la propia. Se ha ido a la chita callando. Sin demasiados aspavientos. Con elegancia. En la sencillez. Como era él. Sin grandes alharacas. Aunque a Félix nunca había que perderlo de vista. Trabajaba sin dar cuartos al pregonero. Era un gran español y también una de las primeras plumas que tuvo la Transición. Con hilo directo al Palacio de la Moncloa donde el presidente Suárez le consultaba. Quizás muchos no sabrán agradecerselo pero él era así. Good soldiers never die.

25 de febrero de 2002

 

 n LOS TEMPLARIOS Y LA RECONQUISTA IMPOSIBLE

Cuando en el mes de marzo de 1214 moría frente a las torres de Notre Dame Jackes de Molay, el último maestre de la Orden de los Caballeros Pobres de Cristo, condenado a la hoguera bajo los delitos de sacrilegio, sodomía y avaricia, se ponía término a una de las grandes utopías que recorrieron el pulso de Europa durante la Edad Media: la recuperación de Jerusalén, el triunfo de la cruz sobre sus otros símbolos rivales.

La condena a muerte del famoso Jacobo de Molay tuvo unas consecuencias mortuorias para sus propios verdugos. El postrer de los grandes abades que tuvo la cristiandad latina, en una arranque de presciencia ante el patíbulo, había vaticinado que tanto el papa que lo condenó, Clemente V, como el monarca francés que se apoderó codiciosamente de todas las propiedades de la Orden confiscadas por la Corona tendrían que enfrentarse ese mismo año con él ante el juicio de Dios.

Efectivamente, a los pocos meses, unas fiebres acaban con la vida del pontífice en Aviñón. Los galenos recetaron un emplasto de esmeralda molida que aceleró su muerte. Felipe el Hermoso sufriría un accidente de caza que le haría descender al sepulcro.

El último de los grandes caballeros antes de expirar formuló otro vaticinio que nos resistimos a transcribir aquí a causa de su duro contenido contra las manipulaciones y calamidades que causaría a la cristiandad, con una recua de escándalos, la gestión de los herederos de los Honorios, los Bonifacios, los Clementes.

A dí de hoy puede que las ultimas palabras del mártir se estén cumpliendo a rajatabla. Basta con alzar la mirada en torno y hacerse cargo de los males que afligen a la catolicidad.


Con él fueron ajusticiados unos quince mil religiosos profesos en dicha Orden entre postulantes, sargentos, hermanos legos y sacerdotes. El rey de Aragón también confiscó las posesiones templarias en Cataluña. Monasterios como el de Monzón, Peñíscola, Horta, Alfambra, Villel, o el de Carracedo en tierras del Bierzo quedaron disueltos.

Los hechos y conclusiones que nos confía la historia del Temple que no es sino la crónica del impulso por buscar la reconciliación con Dios a costa de atropellar al prójimo y el derecho a la primogenitura con el Todopoderosa malquistandose con los semejantes. Es la descripción de una muerte anunciado. El gran fracaso. El supremo baldón.

Son episodios para dejarnos intranquilos y escépticos ante tales denuedos que han convertido la Ciudad Santa en tramoya de odios y de rivalidades viscerales. Sus piedras, manzana de discordia y ocasión de lucha, peligros y sangrientos crímenes contra la humanidad como el que perpetraron los cruzados al alimón con los venecianos dentro del recinto de Constantinopla en el verano del 1202. Ocho siglos después los israelíes practican las mismas masacres en Cisjordania. ¿Dónde está Dios? ¿Por qué no levanta la cabeza y se pronuncia ante la secuencia de desmanes que conforman nuestra actualidad diaria?

“Adoran a un ídolo, escupen y mean sobre un crucifijo, en los capítulos y reniegan de Dios. Sus sacerdotes no consagran en la ceremonia eucarística, limitandose a imponer las manos” fue lo que adujo uno de los acusadores, un tal Equius, en su deposición contra la Orden.

La delación un día de otoño de 1307 con las primeras heladas en Paris echó a temblar todas las hojas de este vergel florido, del jardín de María, que había sido esta milicia de caballeros románticos que habían puesto su espada y su fe a los pies del papa para el mejor servicio de Jesucristo. Muy mal fueron pagados. Pero hay muchos contrastes y no pocos contrasentidos. Caballeros pobres, caballeros ricos, por amor a Jesucristo.

Con ello se pone en marcha uno de los procesos más afrentosos y sanguinarios que registran los anales para sonrojo del papado y vergüenza de la delicada Flor de Lis. La Inquisición de la Soborna - la más temible - mandó a la hoguera o a languidecer hasta las muertes en las mazmorras eclesiásticas a cerca de cincuenta mil varones religiosos. Puede hablarse de un verdadero genocidio y de asesinados en masa de la más aviesa índole.

De esta forma se reconocía el mérito y la labor de los que defendieron los muros de Jerusalén: haciendoles escalar los peldaños del cadalso.


Asimismo, se dijo que durante sus tenidas se entregaban a toda suerte de licencias carnales y que la practica de la homosexualidad era habitual en los castillos del Temple. Besos en las nalgas y a veces en los labios y en el pene. Pero ¿de donde han podido salir tales infundios? Tenían dinero y la envidia posee inclinaciones asesinas.  El populacho suele ser voluble de criterios. En Madrid hubo una revolución durante una pestilencia. Decían que eran los frailes los que envenenaban las aguas con el morbo colérico. Y los templarios a fuer de ricos estaban en la obligación de ser maricones.

 ¡Como si sólo fuera en estos sitios! Los moralistas la denominan la polilla de los conventos y ese es una de las pestes que no ha conseguido erradicar la iglesia latina a lo largo de más de mil años de historia.  Meter mano a un monaguillo o violar a una novicia debe de ser lo más natural del mundo habida cuenta del ambiente de encerramiento.

No hubo testigos en este juicio en el que la tiara y la corona de San Luis trataron de barrer para casa en una simiesca pantomima que remedaba las sutilezas y sobresaltos del tribunal del canguro. La lista de cargos a ojos vista era del todo gratuita. En ella jugaban al tute el escarnio, la contumelia y la delación más deplorable. Se pisoteó el derecho pero tanto la curia como el tribunal regio cohonestaron con visos de honorabilidad esta farsa sangrienta. El objetivo final era el famoso tesoro de los templarios que se guardaba bajo la críptica de la mezquita de Omar que sería su casa madre durante más de un siglo.

Lo de las micciones y salivajos sobre el crucifijo puede que tuvieron connotaciones simbólicas de aborrecimiento de todo aquello que determinó la crucifixión y muerte del Salvador. En el anverso de la cruz gloriosa, dicen, yace el anticristo. Los templarios buscaban por todos los medios el triunfo de la cruz y el aplastamiento de los enemigos del Símbolo de Nicea aunque para ello tuvieran que orquestarse en ceremonias y ritos de carácter iniciático.

En cuanto a que no consagraban puede que hubiese a ojos vistas una notable influencia en ello de los popes con los que convivieron durante tanto tiempos y a cuyos protocolos y rúbricas rindieron pleitesía en la pompa y riqueza de sus ornamentos. Para más parecerse a ellos se permitía a los freires llevar barba, por dispensa especial, aunque el cabello lo traían corto y en tonsura a diferencia de los bizantinos.

En las iglesias de Oriente la transubstanciación no tiene el mismo sentido riguroso que entre los latinos. Es epíclesis o invocación al Spiritu. Los padres griegos hablan de eucaristía pero también de eulogía. Los bulos tenían por tanto una base real pero habían sido manipulados o tergiversados a gusto del consumidor.

Con prelatura personal y bajo la obediencia solo del papa los templarios habían ideado un ritual propio, muy solemne y cargado de símbolos, como diría el propio Jacques de Molay en uno de los raros momentos en que rompe el silencio contra el cerco de calumnias y falsedades que los enemigos de la iglesia propalan contra la orden durante una de las sesiones de la causa.


Dijo que pocos institutos religiosos se había preocupado tanto del esplendor de Su Casa, esto es: del culto católico. Su rito, más ecuménico, se parecía al bizantino y al final de la misa, cuyo canon era sensiblemente largo que el carmelitano, el cartujano o el dominico, que también tenían dispensa de la Silla Apostólica para hacer sus modificaciones, insertaban oraciones en hebreos, en griego y en árabe. Tampoco hubo nadie que se preocupase tanto por la limosna y por socorrer al pobre. Y en el mismo orden de cosas ningún otro consorcio en el seno de la iglesia había derramado con tanta profusión la sangre de sus hijos en defensa de la fe.

  Esta autonomía o prelatura personal fue el desencadenante de la envidia y emulación que marcó la existencia del consorcio y es un morbo del que nunca estuvo exento el clero por naturaleza envidioso y puntilloso. A los diferentes se les suele aplicar la legislación vigente de la murmuración y aquí a quien descuella se les trata por todos los modos de segar las piernas o  descabezarlo. Es el pecado de Judas latente en los estamentos más encaramados del apostolado y la jerarquía y que torna la vida de los eclesiásticos en verdaderas cámaras de tortura. ¡Camándulas!

Tales especies contra los Caballeros Pobres de Xto tenían que venir por fuerza de algún clérigo. Partieron de la boca de un tal Equius, escribano del arcediano de Notre Dame, un tal Guillermo de Nogaret. Éste, seguramente un criptocátaro,  se avino a explotar su enemiga contra los templarios, profesores y difusores del culto a la Virgen que habían traído de Oriente por toda Europa, y algo que repugnaba a la naturaleza de los albigenses, amigos de lo concreto y que no concebían la sublimación de los afectos, quienes veían en toda mujer una suerte de consolamentum o viatico para sobrellevar las tristezas terrenales, nunca una diosa, para dar vado a la codicia y al orgullo del monarca francés. En el odio anti virginiano se anticiparon los cátaros a los protestantes más de tres siglos.

La revuelta de los cátaros que conmovió a la iglesia occidental hasta sus cimientos a comienzos del siglo XIII encontró en el Temple un antemural de contención. Frente al consolamentum, el amor libre y el comunismo albigense ellos predicaban la devoción marial, la rectitud de conciencia, el individualismo. La disciplina. La comunidad de bienes y de intereses pero nunca la comunión de las vidas. Odiaban algo que estos monjes tenían muy a gala y era el ritual, el culto externo, los sacramentos, la jerarquización. El movimiento herético que había sido sofocado a sangre y fuego por Simon de Montfort había supuesto una verdadera guerra civil, por lo que tenía de igualitario y de revolucionario. Por primera vez Francia intenta sacudirse el yugo de los abates. No sería por supuesto la primera vez pero aquello traería estigmas y algunos viales del protestantismo cátaro atravesando las rutas de la edad media y del renacimiento llegaron casi hasta la edad moderna donde propician tensiones como las que depararon el galicanismo, algo tan francés, o el jansenismo.


Nogaret cuyos abuelos habían perecido en la hoguera vierte su veneno contra Jacobo de Molay, un auténtico caballero a la usanza cristiana. No se sabe la causa de porqué el último maestre había despertado en la curia papal tanto veneno. Acaso hay veces que analizando lo que ha sido la historia de la iglesia comprobamos con tristeza que acaso sea el diablo el que tenga la última palabra.

Es la casuística contra el dogma. Las concretizaciones de los “consolados” de Albi contra los partidarios de la gran teología. Se recuerde que san Bernardo había escrito la regla a los templarios para convertirlos en baluarte de la fe y los mandó desplegarse allí donde ésta más en peligro, que eran España y Palestina. Que marcharan de dos en dos. Caballero y su escudero, remembranza ecuestre de Castor y Pólux, jinetes a pelear por la causa justa, que se abstuvieran de la frecuentación del trato torpe con mujeres, que se abstuvieran de los placeres de la caza y que no perdieran  sus “horas en la vanidad del ajedrez y del juego de damas”. Que no comieran carne los viernes y ayunaran el Adviento y la Cuaresma.

Felipe el Hermoso tenía fama de justo pero engreído. Es una versión medieval del primer chovinismo francés. El estado soy yo. Y Dios no es inglés ni romano sino que habita bajo el cielo de las Galias. Puso en práctica una política de “grandura” para someter a los estados pontificios a férula. Este sentido del patriotismo le condujo a no pocos excesos porque entre otras cosas a él se debe el Cisma de Aviñón cuyo chupinazo de salida serían los ignominiosos procesos contra el Temple. La noción de que no hay vino como el borgoñón y que Francia es la medida de todas las cosas junto con un papa débil - Beltrán de Got que subió al pontificado con el nombre de Clemente V y que para colmo era gascón - fue una de las causas determinantes de aquel drama que cambiaría para siempre la historia de la iglesia porque de haber seguido los templarios es casi seguro de que las cosas hubieran seguido rumbos diferentes.

En nombre de esa idea de la monarquía heliocéntrica se escribió una de las paginas más bochornosas de la historia del pontificado con la persecución y eliminación de uno de los baluartes más sólidos del sistema. La jerarquía haría el haraquiri un poco de la misma forma que lo haría siete siglos y medio más tarde. Se anuló, se automutiló a sí misma. ¿Cómo puede ser esto la obra del Divino Paráclito? Los inquisidores que prenunciaron la sentencia de la hoguera y el pontífice máximo que los condonara parecen imbuídos de un alma diabólica. Pero, alto ahí. Razón llevan los que dicen que la barca del Pastor se renueva constantemente y adopta los contrarios cada equis tiempo para sobrevivir.  En el intervalo de dos generaciones, menos a veces, no son los mismos ni el cuadro de mandos, ni la marinería, ni el rumbo.


Los templarios habían sido el surtidor que eleva a la iglesia medieval sobre todo con las manifestaciones catalogadas del arte románico a alturas insospechadas. Se les considera como los albañiles del misterio. Querían que la Iglesia surgiese sobre las cenizas del templo de Salomón cuyos tesoros ellos llegaron a acaparar al tomar posesión de la mezquita de Omar poco después de que Godofredo de Bouillon entrase triunfante en Jerusalén. Un edificio circular de planta octogonal fue su residencia en la Ciudad Santa y su casa madre.

Aquel templo salomónico tenía ocho ábsides y ellos trataron de imitar ese numero áureo en las fundaciones que esparcen por Palestina y por el Occidente.

Del Oriente trajeron los grandes misterios y se consideraron herederos de un patrimonio católico universalista, abierto a todas las tendencias incluso a otras religiones con las que intentan fomentar el diálogo. Cristo a pesas de que sus enemigos dijeron que escupieran sobre su imagen se alza como una verdadera rosa de los vientos de los destinos de la humanidad. No es un concepto unívoco sino equívoco. Hay muchos cristos.

Por eso quemaron en la hoguera al maestre Molay porque era una caballero andante que iba tras las huellas del mayor y mejor de los caballeros andantes que han existido: Jesús de Nazaret.

Su cruz roja - símbolo apotrocaico de salvación- que llevaban bordada en la pechera de sus hopalandas los monjes soldados proclamaba una idea general que entraba en conflicto con el orgullo y particularismo francés.

La caída de San Juan de Acre y la pérdida de Jerusalén a manos de Aladino en 1191 fue para ellos el principio del fin. Sin esas dos mermas, porque todo hay que decirlo, los templarios en lo externo fracasaron, aunque su espíritu interior siga siendo una garantía de éxito para lo porvenir porque será la orden que vendrá a sacar , cuando renazca, a la iglesia de esta impasse, no se hubieran producido los procesos inquisitoriales de París.

Algunos de los inculpados aceptaron los cargos bajo el gatillo de la amenaza y el halago pero esta prueba testifical carece de valor jurídico. Las confesiones que son arrancadas mediante tortura carecen de todo valor. Pero algunos pobres encausados anhelosos de salvar la piel admitían haber tenido contactos pecaminosos y besos en la rabadilla a otros miembros de la fratría, que los sacerdotes no consagraban, que se adoraba a un ídolo que llamaban bafomet, una especie de cabeza parlante, algo así como la “caja tonta” de ahora misma que les tenía a los hermanos al corriente de todos los sucesos que acontecían en el mundo. Le preguntaban algo y la cabeza le respondía. Tenía los verdaderos efugios y atributos de una Sibila.

En el potro y a la sombra de la catasta para conjurar la amenaza del suplicio acabaron confesando todo lo que querían sus esbirros.


Pero en contra de tales deposiciones arrancadas ante el tormento lo cierto es que no hubo orden más limosnera, ni que hubiese proporcionado a la iglesia tantos mártires en defensa de la fe ni que hubiere practicado tanto la caridad pues nacieron para defensa del peregrino. Tampoco hubo dentro del culto latino otro rito más excelso que el templario. Las misas eran larguísimas y todas ellas cantadas, plenas de simbología y de belleza. No hubo ninguna otra orden en la iglesia a la que respetaran tanto los musulmanes puesto que prevenidos siempre para la guerra - que es la misión de un soldado- ellos se decantaban en todo momento por la paz y sabían pelear lo mismo que respetar las treguas con los árabes. Además los templarios, precursores de los jesuitas, eran una clase de frailes muy inteligentes aunque no tan taimados como los de la Compañía, pero, eso sí. Amigos de los pactos y las componendas, y muy pleitistas. Allá donde veían ganancia no vacilaban en embarcarse en un largo proceso con tal de conseguir los objetivos.Hasta incluso admitieron en el seno de la orden conversos muslímicos y turcoples.

Así que lo que se decía contra Molay y su visitador general o senescal, Geoffrey de Charnay, no podían ser otra cosa que fabricaciones y bulos. Pero a veces son la calumnia y la maldad los que mueven la rueda de la fortuna.

El ascenso y la caída de esta institución semeja en todo caso a la crónica del fracaso que retrata en sus páginas el buen franciscano en el Devoto Peregrino por cuanto que refleja el fracaso de un decamerón místico al incompatibilizar el deseo con la realidad. Palestina es la tierra del derrumbe de muchas ilusiones ultra terrenas.

La fenomenología templaria refiere un desastre religioso y bélico que acarrea por paradoja una apoteosis espiritual sin más preámbulos. Este triunfo es el que condice al desplome de forma inexorable.

Entre medias hay, como es natural, un asunto de intereses crematísticos porque ninguna religión puede evaluarse sin interés y sin doblones. Los freires se juramentan para velar por los accesos peregrinos a los santos lugares. Y de paso asegurarse la apertura de nuevas rutas comerciales. Lombardos y venecianos, no se olvide, jugaron un papel primordial en esta aventura mesiánica.

Los mercados se consolidad en retaguardia a fuerza de mandas y de donaciones pro anima. Dichas legaciones testamentarias van a parar todas a las arcas de las ordenes religiosas y son de las albaceas que se genera una copiosa riqueza.

Pero - insistimos pues es la historia de todas las grandes ordenes religiosas de la iglesia latina - el éxito crematístico depara la desintegración espiritual y la ruina en suma.

Cuando se viaja a Londres en pleno corazón de la city y en una calle llamada Lombard st. Todavía los turistas podrán considerar el ámbito de lo que fue una ermita románica de estructura octogonal y orientada hacia el Santo Sepulcro. Allí precisamente los freires del normando Hugo de Payns empezaron a ejercer como prestamistas y banqueras.

Esta consideración hecha en pleno corazón de la ciudadela donde se auscultan las finanzas del mundo es importante por lo que tiene de signo. Los Caballeros Pobres por amor a Cristo en poco más de dos siglos de vida institucional devinieron riquísimos gracias a las herencias, compras, traspasos, cesiones, mandas, beneficios, alodios, mayorazgos, transacciones, usufructos, bienes relictos, hijuelas, últimas voluntades, etc. Del control de Jerusalén, pulso del mundo, se pasó a la tenencia de fincas y a ser sus monasterios latifundios en ejercicio.


A resultas, se hicieron riquísimos. Las encomiendas era el maná que llovía del cielo pero trajo como consecuencia la envida y la disipación. No podía ser de otra forma. Iñigo de Loyola leyendo la “Vita Christi” escrita precisamente por un templario, el Cartujano, se convirtió a la fe verdadera mientras alentaban en su pecho raudales de entusiasmos de un belicismo espiritual que luego haría verdaderos estragos no sólo en el seno de la iglesia católica también de las protestantes. La edad moderna es una autentica milicia a lo divino que nos llevará a las guerras de religión: la noche de San Bartolomé, la batalla del Boyne, etc.

Unos y otros aun diciendose cristianos y seguidores del manso cordero no paran de desenvainar la espada. Los jesuitas vinieron a ocupar el lugar que habían dejado los templarios. Con una diferencia los hijos de san Ignacio fueron siempre más sibilinos y contundentes que los de Hugo de Payns y de Godofredo de Saint Homer.

Aunque los jesuitas no se acercan al remoto ideal caballeresco de sus modelos en su retórica están admitiendo intrínsecamente que para acceder al Rey Espiritual se llega mediante la lucha y con el respaldo de la riqueza, pues la pobreza no es más que un ente de razón y sólo se habla de ella en los votos que harán a los jesuitas, otros caballeros pobres por amor a Jesucristo en cresos terratenientes en la Patagonia y beneficiarios de vastas propiedades en todo el orbe, a pesar de la dicotomía de valores a los que alude el fundador de la Compañía de reino espiritual frente a reino temporal sin aclarar que ambos pueden ser una misma cosa.

Desgraciadamente, las cruzadas como todas las guerras sólo se llevan a buen puerto mediante una buena logística. Esto es caudales bien administrados. Así que de cara a los loables fines soteriológicos de salvación universal es conveniente tener una buena bolsa al alcance. Y un ojo en el cielo y otro en el suelo según decía Aguaviva.

El fraile que escribe el “Devoto Peregrino” no se cansa de emitir llamadas angustiosas a la compasión y la limosna de los buenos cristianos cuyos sufragios podrán conservar el decoro de los buenos lugares. Ese empeño es identico al de todos los maestres que tuvo la regla cuando ocupó la mezquita de Omar y después desde la fortaleza de San Juan de Acre. No hay que pasar por alto ese aspecto financiero que tiene la iglesia. Bajo este afán de dineros lo se esconde es el deseo de lucro. Así, la riqueza de la iglesia viene a ser el producto de dos sumandos: la inversión en la bienaventuranza eterna y un cierto anhelo de reconocimiento temporal.


Con sendas variables tenidas en cuenta la pluma se aventura por los recovecos de todas esas perplejidades de la edad media que fue la hora dulce del poder eclesial. Tal vez los franciscanos desplazados a Tierra Santa desde España que al igual que  el Temple se ligaban por obediencia a un cuarto voto - la vigilancia de los Santos Lugares- pagaron con sus vidas los despropósitos cometidos por sus antepasados cruzados. Siempre fue así, aunque esto no exime a la jerarquía de la búsqueda de soluciones. El poder romano sigue prisionero en su torre marfileña y no se allana a ver la realidad.

Hoy cuando ya no hay quejada o bofetón simbólico, puesto que el golpe de acolada lo da la televisión con sus prorrateos fantasmales, a la hora de investir caballeros, se abre sin embargo un horizonte de esperanzas, pueden volver a cabalgar de nuevo los caballeros pobres de Xto. Y vendrán flotando al viento la estola de los diáconos hasta nosotros. La diaconía puede resolver los males del clericalismo que padecemos como una herencia del legado medieval y ser la solución a múltiples cuestiones e interrogantes que plantea la realidad pero sobre todo el síndrome de iglesia vacía. Hacen falta nuevos sacerdotes pero otros sacerdotes, no los que ya había.

¿Qué importa la cuestión del celibato? De nada sirve volver a las antiguas máximas nicolaístas que permitían a los clérigos casarse con varias mujeres. Lo importante es Jerusalén. Allí nuestro anhelo y nuestro consuelo. Mi vida y mi muerte.

Pedro el Venerable y Bernardo de Claraval sostuvieron una polémica en pleno siglo XII sobre quien es mayor en el reino de los cielos el que sirve o el que reza. ¿Obras de beneficencia u oficios divino? El primero se decantaba a favor de María mientras el segundo pensaba que para santificarse y para más gratulación con la divinidad la postura de Marta es más egregia. Es la pregunta del millón. ¿Qué preferís? ¿El pomo de alabastro o los cuatro tenedores? Judas y los fariseos escandalizados del derroche y del dolce fare niente de la mujer se decantaron por los tenedores y declinaron el perfumador pero hay quienes pensamos que en el llanto y las lagrimas de la Magdalena a los pies del Salvador, al que ungía para la crucifixión estaba la solución a muchos enigmas que nos afligen. La controversia planteada en casa de Simón el Leproso en Betania en tan crudos términos sigue siendo de perentoria actualidad. Sin contemplación difícilmente puede haber acción y a la inversa. Están los tiempos cambiados y hoy se reza poco. El temple se hundió porque en su afición por arrollar a los enemigos de la fe y su anhelo de ganancias y de encomiendas se olvidó de la tarea primordial de todo monje que es la recitación de las Horas canónicas.

Hombres de poca fe, nunca conoceréis que todo lo demás se os dará por añadidura. He ahí por lo tanto una buena conseja.¿A quien soltamos? ¿A Jesús o a Barrabás? ¿Marta o María a quien elegís? Fue la respuesta de Judas: “Hubiera sido mejor con lo que cuesta ese frasco darselo a los pobres? Pero Cristo le respondió: a los pobres los tendréis siempre con vosotros. A mí no. Y aquí seguimos todos rezando muy poco. Y así nos va.

 

 

 

SE TERMINÓ DE COMPONER  ESTE CAPÍTULO EL DÍA DE SAN BENITO ABAD PATRÓN DE EUROPA  11 de julio de 2002

 

 

    LAUS DEO ET AD MAIOREM DEI GLORIAM ET VIRGINI MATRI

 

 

ANTONIO PARRA GALINDO ME REDIGIT

 

 

 

 

TERMINOSE ESTE LIBRO

“HELICÓN: BAJO EL ALERO DEL HORREO CRÓNICAS AL DESGAIRE”

 EN SU TOTALIDAD EN LA FESTIVIDAD DE SAN PEDRO APOSTOL EL DIA 29 DE JUNIO DE 2007-06-

 

Y fue revisado y corregido el 31 de julio de 2007, en la fiesta de San Ignacio Loyoleo. ANTONIO PARRA GALINDO martes, 31 de julio de 2007

                                                     J

 

 


          AD MAIOREM DEI GLORIAM VIRGINISQUE MATRI

 

 

 

 

                             ¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨

 

 

 

NOTAS DE PERSPECTIVA LÉXICA Y SEMÁNTICA.   

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

                                                                             

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  

 

 

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