San Martín 1997
El día tal me abracé al círculo de la
penitencia decidí mandar sobre mí. Y ejercer el control de mis pasiones dejé de
ir al bar y tomé la decisión de comer para subsistir y no comer para vivir.
Ocurrió un milagro. Se me apareció en el camino de Morañas Santa Fuerza de
Voluntad. Muchos monteros la garza combate, malo será no la abatan. Pero era
pobre. El salvohonor de mis pantalones delataba remiendos. Eran las
perdigonadas del Baladrón un tipo que me perseguía cuando trabajaba en la Administración.
El morbo visigótico la envidia y la calumnia
habitaron entre nosotros. Subí la cuesta de las Perdices y luego la del puerto
de los Leones más trabajosa. Saqué mi bota y eché un par de tragos a la sombra
de la torre del Viento, un venado y tres ciervas y un me observaban entre los berruecos.
Descendía respirando el aroma de los pinos.
¿Dónde vas? A vender libros. Odietamo un personaje de Catulo se carcajeaba de
un servidor cuando le expliqué mis razones de acudir a la plaza del Arrabal con
mis cajones de letra impresa. Mis sueños de librero de lance dieron de través.
No vendió nada aquel día el pobre bibliognosta ni los martes subsiguientes.
Tome varias fotográficas del señorial escudo
de los Verdugo, uno de los siete linajes castellanos que dieron fama a la
villa, puertas con herraje y de firme clavazón y un ventanario arruinado.
Asomada a aquel ajimez lloraba una princesa. Cantaba mi dueña en ese momento un
madrigal cuya letra no recuerdo del todo bien.
“A quien ventura olvida sóbrale la vida” pero
yo pensaba para mis adentros que tal cosa ventura te dé dios hijo que no por
mucho madrugar amanece más aína. Y aquí en España donde no hay harina todo es
mohína. Creo que el Coletas vocinglero debiera conocer este refrán pero ayer
eran un pitorreo los parlamentos con sus catilinarias niños amamantados y besos
en la boca. Histriones.
De ellos huyo y por eso tomé las de
Villadiego, quiero decir las rectas de Arévalo. Hable con un cura que después
de misar en Santo Domingo se vino conmigo al barrio húmedo. Los dos acabamos
borrachos como cubas pero un día es un día, que leche. ¿Qué fue de mis buenos
propósitos al amanecer de aquel día del Glorioso san Martín? Pues lo que dijo
el ama de Guadalajara de los que dije anoche no hay nada en la madrugada.
Llegamos a
comer y llamó al ama una tía gorda vestida, de buen ver como la Ester,
la tertuliera, esa de Toledo, de hábito que lucía en el colodrillo albanega de
lana.
El cura no hacía otra cosa que darle
pellizcos en el culo a su ama de llaves pero el cabritillo estaba superior y el
vino pasaba con alegría. La felicidad dicen que viene de darle unos cuantos
tientos al jarro y bugger expenses, que se jodan los de Podemos. Cuando me fui
ya el señor arcipreste estaba preparado para consumar el ágape rindiendo culto
a Venus.
Un tanto corrido y avergonzado salí de la
rectoral dejando atrás los jipios jaculatorias y exclamaciones inconexos de
parte de la boca de las mujeres en la coyunda.
Supe después que aquel párroco debieran
abandonarlo aquí para simiente. Garañones así que no se mueran nunca.
Había dejado preñadas a cincuenta mujeres de
la contornada. Maravílleme un punto pero me dije que un librero de lance no
debe asustarse de nada ni tampoco meterse donde no lo llaman. Estas cosas pasan
en las buenas familias.
La vihuela de un rabelero que estaba en el
centro de la plaza del Arrabal ensartaba dulces melodías y canciones antiguas
del ayer.
Ante tales cosas experimenté un ataque de
tialismo. Ay que me meo. Debe de ser la próstata. Manaba saliva de mi boca y yo
no hacía otra cosa que escupir. Yo tenía la culpa de aquel auto exilio interior
por haberme enfrascado en homéricas peleas a favor de las causas perdidas, algo
muy español. ¿Constitución?
No prostitución. Siempre venía bien porque te
dejaba el cuerpo como un reloj pagar una visita a mis deudas rumanas de san
Vicente del Palacio. Adopté a una sobrina de Timiseora a la que felicitaba las
pascuas en su idioma “Xapum perisit” (feliz Navidad.) Empero, la víbora de Asnieres no me mordió, vivía en
el poblado de Hammersmith en el número 152 de Kings street. Visité la tumba de
aquel poeta hispanocubano en el cementerio de Kensal Green.
También era un bala rasa luchador de las
causas perdidas. Se enzarzó a puñetazos con “Clarín” pero esa es historio.
Bonafoux en la colección de malditos estaba en la baraja de mis autores
preferidos. Sostuvieron una ardiente polémica literaria que eran los espasmos
del arco y la cuerda… Y al juez Álvarez del llano que le den por el ano.
No se andaban ni uno ni otro con chiquitas ni
se dedicaban a las zalemas que acabamos de ver en el palacio de congresos con
esos besos en la boca y esos amamantamientos al niño muerto. Tal vez no nos
merezcamos otra cosa, aunque ayer estaba doña Ester la gorda, la de Toledo
“tertuliano” como de costumbre al lado de Benavides que es el león que monta
guardia en el estilóbato del congreso y al que llaman Malos Pelos”. No me
despeluchéis a ese tartaja del canal 24 a ver si lo mandáis a una clase de
locución. Caquexia mental injurias pasquines a cada hora un sobresalto esa es
la vida en este país, donde los padres de la patria que por poner el culo en el
escaño y pisar moqueta cobran sus buenos sueldos maldicen de España y del país
que los abatanó. Fue un crimen acabar con la vida de José Rizal el prócer
filipino pero al general Polla Vieja el insurgente se le metió entre ceja y
ceja.
Dichas estas razones y después de contemplar
el castillo donde pasó su niñez la reina madre, regresé nostálgico a Madrid.
Convertido en todo un prometeo un autentico librero de lance. Difícil empeño
vender libros a los muchos analfabetos del país. Sufren y añoran los mejores
tiempo franquistas. Pues que se jodan. Suya es la culpa. Al librero de lance le
parecía un sacrilegio que aquellas buenas gentes desconocieran e incluso hubieran
renegado de su heroica historia.
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