CATEDRAL DE TOLEDO. A MÁS
RICA: DIVES TOLETANA
La catedral de Toledo
sede primada es misteriosa y encaramo bosque de piedra alzada
fantasmagórica que se alza sobre el cerro sueño del Greco. Se me
apareció sobre el paisaje un día de mi adolescencia. Luego en los
60 se puso de moda entre los estudiantes los viajes a Toledo el
cigarral donde escribía y trabajaba sin parar Gregorio Marañón.
Es un pecado mortal para
un endocrinólogo la perdida del tiempo. A mí Toledo se me clavó en
la mirada. Canté su garbo en algunos de mis poemas. Posee toda la
grandeza y ese furor de los obispos guerreros que se calaban la
celada prevenidos en frontera Gil de Albornoz o el arzobispo Gelmirez
el de las Navas.
A Gil de Albornoz le
echaba en cara un papa de Aviñón cuando regresaba de Bolonia donde
acababa de fundar el colegio de los españoles sus pasiones bélicas.
Ni corto ni perezoso Su Eminencia mandó traer un carro lleno de
cadenas y de cerrojos:
Don Alonso Carrillo
cuando recibe un breve de Aljandro VI amonestándole por su mal
comportamiento con Cisneros rasgó el papel en cien pedazos y metió
en la cárcel al que había de ser uno de sus sucesores en la silla
primada.
Vuelvo a visitar la
catedral para abstraerme de este ambiente deprimente que nos invade a
los españoles por las mentiras y desacatos e insultos contra España.
La sombra de don Opas vuelve a pasearse sobre la piel de toro.
Aspirar el perfume de los
siglos le viene bien a mis pulmones saturados de humo y de los aires
mefíticos de la actualidad española. Busco el anonadamiento
místico.
Los boceles del tímpano
de la Puerta del Perdón elevan mi mente a la serenidad del
pantocrátor. Busco la abstracción solemne del airoso botarel, la
gárgola de boca monstruosa y los arbotantes que hacen equilibrismo
sobre los muros encaramados.
Quisiera escalar el más
alto pináculo para tocar la trompeta del juicio final como ese ángel
estampado en una de las cresterías.
Voy huyendo de los azotes
con que nos disciplinan las noticias de las breve y esta sordidez
castrante de los comentaristas políticos con bocas de sapo y
desagradables voces de chicharra. Mi alma está sedienta de armonía.
Es lo que hoy no acontece.
Busco en los diccionarios
la palabra “eutrapelia” que es el resultado del hablar
bien y sentirse bien como resultado del goce contemplativo.
Quise reencontrarme con
esa historia de cuyas enseñanzas se abstraen la educación canalla
de esas constituciones que negaron a España. Por el Miradero bajaban
los estafermos gigantones y cabezudos y en Zocodover ya instalaron
sus reales las carrozas de la tarasca de Corpus. Toledo tres culturas
cosmopolita, ciudad. Tres misterios trinitarios, tres maneras de
adorar a Dios a veces no de manera constructiva. Yo pienso que Menorah y la
Media Luna siempre habrán de situarse a la sombra de la cruz en
contra de lo que afirman los irenistas. Las antiguas herejías
(pelagianos, donatistas, maniqueos, materialistas, saduceos que no
creen en la otra vida) forman parte de la mentalidad moderna.
La paz nunca será
posible sin admitir que Jesucristo fue el hijo de Dios verdadero.
Sale a pasear por las
calles empinadas mi alma en busca de la melancólica belleza de algo
que se fue. Escucho los acordes de la novena sinfonía conjugados con
el rabel y las tiorbas de los juglares. Toledo es un gran romance
arquitectónico. En cualquier esquina uno puede toparse con los ojos
rasgados y misteriosos, ojos de fuego, de las tapadas.
Por estas cuestas subía
la mora Zaida el amor de uno de los grandes reyes de Castilla.
Hago mis escorzos
novelísticos; recuerdo mi pasado y el ambiente levítico de mi
niñez. Yo también fui niño de coro en otra catedral. Me rindo de
hinojos ante la Virgen del Sagrario. Junto al tímpano de la Puerta
del Mollete sentados en cuclillas piden limosna tres mendigos
runabas. Rejas doradas de Villalpando cierran el paso a las
capillas.
La catedral de Toledo
atrae como un imán a los hombres de iglesia, se agita ese morbo o
ese duende de la utopía que llevamos dentro y hay que menear el
incensario de los recuerdos pensando en lo que pudimos ser y no
fuimos.
Los canónigos cantan
vísperas en el coro igual que hace diez siglos delante de un
facistol enorme donde se reclinan los becerros forrados de piel de
toro con letras capitulares y las pautas del contrapunto. Nuestra
vida debiera de ser un salmo de alabanza al Criador. Pero últimamente
rezamos poco. Sille et psalle era la norma de aquellos
prestes: (guarda silencio y piensa que la mejor oración es la
cantada.)
Cantar y rezar eso es la
vida, o debiera ser. Hoy nos embargan las noticias dirimentes y la
angustia de los nuevos tiempos. Teníamos madera de santos pero el
mundo nos hipnotizó con su mirada de lobo. Quedó, con todo y eso,
como un estigma indeleble, esa ternura ese amor a la ciencia, esa
belicosidad del guerrero implacable poco sensible ante las miserias
humanas.
En las aulas de los
seminarios adquirimos esa dureza eclesiástica que tiene en menoscabo
los afectos humanos. Vaya lo uno por lo otro. Toledo siempre me dio
algo de vértigo; el vértigo de sentirse español. Me hubiera
gustado decir misa en la capilla muzárabe que conserva el rito
visigótico bajo la mirada del cardenal Cisneros.
El transparente barroco
de santo Tomé en la girola es una apertura invleible que causa
pasmo. Los rizxos de la capilla de san Ildefonso la puerta del Reloj,
la de la Feria y la de los Leones un torrente de armonía sube a la
bóveda desde la panza del gran órgano catedralicio accionado desde
la tramoya por un manchador o palanquero que carga los fuelles
rompiendo la quietud las augustas soledades templo. Colgados de
alguna capilla y listados por el polvo de centurias pingan los
petasos o sombreros de los titulares de la silla toledana.
Aquí van algunos nombres: Wistremiro, Montano, Eulogio, luz de
España, Ildefonso que era tan devoto de María que una mañana la
Virgen bajó del cielo a colocarle la casulla con que se disponía a
cantar misa —entrañable cuadro que
puede admirarse en la sacristía del monasterio de Guadalupe—.
Patruno, Pelagio,
Melancio se llamaron los primeros obispos de Toledo. Después de
Roma, Compostela, Canterbury y Constantinopla la iglesia toledana fue
la más importante de la cristiandad. Pesa la historia.
Actualmente es uno de los
monumentos más visitados por el viajero. La ciudad vive del turismo
Ello no es óbice para que siga celebrando el culto divino con el
esplendor de los tiempos antiguos. Terminado el canto de vísperas
una fila de canónigos marcha detrás del deán con la cruz
procesional. La luz de la tarde que se cuela por el ventanal de las
vidrieras del transepto trazando encajes maravillosos sobre el ándito
de acceso al altar mayor. Se dibujan en el suelo alfombras de
colores. Y cada uno de los clérigos tras la cruz procesional caminan
pisando como una alfombra de luz; unas son rojas, otras verdes, otras
de azul. Calma augusta. El canónigo silenciario a una indicación
del pertiguero da una palmada al concluir el oficio y todos entran en
la sacristía por el portón de Claverías. Me embarga un aroma de
misticismo. Esta tarde no sé si la he vivido o es el reflejo de una
imagen que tengo en la cabeza porque la catedral de Toledo padece
también el síndrome de “seminario vacío”. Actualmente, aparece
no como un lugar de devoción sino como un museo. Los turistas
atendiendo a las explicaciones del cicerone miran para arriba