EL ENIGMA DE LA PEQUEÑA FLOR
Antonio Parra
Encontré entre los talegos de una vieja mochila de mi hija menor algo que me impresionó: un rosario carmelitano de cuentas de madera con una estampa de la “Pequeña Flor” que es como llaman los expertos en Mística a santa Teresa de Lisieux. Mi Cris había asistido en compañía de un grupo de jóvenes de Getafe a una de las clamosorsas visitas a España cuando el huracán Wojtyla arrasaba multitudes arrastrando tras sí a los jóvenes. Pasó el sembrador y la semilla no cayó en barbecho sino en tierra fértil. Sólo que quedó oculta en el fondo de un armario. Ahora su madre teme que nuestra Cris se nos vaya monja, pues,sí se nos va, bendito sea Dios.
Pese a todo, esta generación, muy a diferencia de cómo éramos nosotros, que nacimos aferrados a las cuentas del Santo Rosario y el avemaría a flor de labios, no está muiy acostumbrada a rezarlo. Hubimos de enseñarla a pasar los dieces. Sin embargo, los jóvenes no acaban de acostumbrarse. Han venido al mundo con el ratón de un ordenador entre los dedos y esta plegaria hesicástica que siempre anduvo en la boca de sus abuelas y cuyo orígen se remonta a la oscuridad de los tiempos no la acaban de entender.
No importa. Eso es lo de menos. Lo de más, el símbolo. En este hallazgo he encontrado yo una manifestación del Espíritu que sopla por donde quiere y cuando quiere. Su aliento está detrás de nosotros aunque no lo percibamos. Bien por Teresita. Su vida y su obra que creo conocer bastante bien puesto que dediqué muchas horas al estudio de “Historia de un alma” y cuya biografía publiqué en Lloviendo rosas, un texto en el cual no narro la vida heroica de esta santa francesa sino también en parte de la mía y los favores que le debo a su intercesión milagrosa, es un espejo en el que se mirarán las futuras generaciones y nos enviaba una señal sobre el triunfo definitivo del amor que vencerá a la cólera y al deseo de venganza y de reivindicación. Gracias a ella estoy vivo, no me arrojé a las aguas negras del Támesis, ni he quemado las filacterias en los momentos críticos de la persecución que padecí en los años ansarinos.
Teresita pasó los veinticuatro años de su existencia en un lóbrego y húmedo Carmelo normando escribiéndole al dulce Jesús cartas de amor, nos enseñó el camino de la renuncia y del abandonó en manos del Esposo. Su teoría sobre la infancia espiritual, basada en la recomendación evangélica
Resulta que mientras los vaticanologos y futurólogos pasan lista y se entregan a especulaciones de todo género acerca de quién será el hombre que ocupe la Silla nº 265 de la cátedra del Pescador yo me he dado de bruces con ese rostro eternal y oculto, la verdadera faz de Cristo en la enigmática sonrisa de esta monjita francesa, campeona del verdadero amor del que surge de la renuncia y del sacrificio, ante un siglo de odios y plagado de guerras y de desastres como la que ella conoció. Pocas mujeres en tan corta vida consiguieron abarcar tanta plenitud. Ella lo despreció todo, hasta la vida larga y la salud –murió tuberculosa a los 24 años- y la autoestima, para conseguir el amor.
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