GOGOL Y EL DIABLO
Cristo es la ternura, la compasión, la belleza de la pintura, la música y la literatura, la paz, el humor, el buen talante, la castidad, la salud y la esperanza. Cristo es la esperanza, la armonía, la quietud. Su oponente por el contrario representa la inquietud, la envidia, la venganza, la lujuria, la guerra, el terrorismo, la política, el desasosiego, la carcajada brutal, el odio, el mal. Lo llaman no en vano el príncipe de la mentira. Son dos fuerzas que rigen el mundo, en la religión persa se los percibe como Ormuz y Ahrimán.
Ambas alternancias (la cruz y la luz en perpetua lucha con el espíritu de las tinieblas: el diablo) las estampa Nicolai Gogol 1809-1852 en la novela “El Retrato”.
Nacido en Ucrania toda su obra la escribió en ruso y es junto a Dostoievski quien mejor plasma la idiosincrasia del alma rusa. Confiemos en que el matarife de Kiev no dinamite su monumento como ha hecho con el de Pushkin.
El maestro Gogol cuenta en su relato la historia de un acuarelista que vivía una vida disipada en los cafetines de la Avenida Nevski y del barrio de Kolomna el más adinerado de la capital de los zares. Su vecino era un usurero judío al que todo el barrio temía y debía por hacer préstamos al cuarenta por ciento.
El viejo usurero sintiendo la llamada de la tierra va a visitar al pintor y le pide que le haga un retrato porque quería posar para la posteridad. Cuando pinta el cuadro el artista siente cierto desasosiego al trasladar al lienzo la mirada de aquel viejo Shylock. Se encuentra mal. Le dan vascas. Así y todo, logra concluirlo y se lo presenta al cliente. El usurero le dice que no le gusta y lo rechaza.
Así que el retratista tiene que “comerse” su trabajo después de haber sido recibido con tan malos modos por el cliente. Bien. La obra queda en su taller, pero empiezan a ocurrir cosas extrañas. Porque los ojos del modelo parecen vivos e inquietan al que lo contempla.
A veces el autor de la obra tiene como pesadillas y ve al usurero salir del cuadro y pasearse por la habitación. Decide regalárselo a un amigo. Éste se desprende de él porque a raíz de adquirirlo le ocurren desgracias se le muere la mujer y un hijo. Opta por regalárselo a un merchante. El cual a su vez se lo vende a un pobre pintor por veinte copecs.
Era el último dinero que le quedaba. Lo instala en su dormitorio y vuelve a ocurrir lo de la mirada asesina. El retratista vuelve a vivir sensaciones paranormales. El señor del cuadro echaba fuego por los ojos. Era un mirar que hablaba.
Al día siguiente viene el casero a cobrar la renta, no tiene con que pagarle, te desahuciaremos. Viene un guardia con él que examina el marco del cuadro y en ese momento se desprende un saquito que contenía la suma de mil onzas de oro. Sin que el casero y el policía se den cuenta se lo guarda en la camisa. A partir de entonces la suerte empezó a cambiar.
Es el todo te lo daré si prosternándote ante mí me adoras de las tentaciones de Jesús, el pobre pintamonas que no tenía donde caerse muerto se convierte en el retratista más solicitado y afamado de Petersburgo, todas las madres le envían a sus hijas para que estampe su bello palmito al pastel y así poderse casar con un buen partido, pero tras la bendición, la maldición.
Todos los pactos con el diablo
acaban con la destrucción del que se confía a él. Chartkov alcanza las cumbres
de la fama, viene el derrumbe, engorda, se da a los placeres, los humos se le
suben a la cabeza, ya no lo admiran y su arte decae. A consecuencia de la
tristeza enferma y muere.
La narración no es lineal. Tiene bastantes recovecos un lujo que sólo se permiten los genios. En la segunda parte nos describe la verdadera personalidad del artista que pintó al demonio. Se trata de un pintor de iconos que se horroriza de su obra y arrepentido ingresa en una cartuja.
El abad del monasterio le pide pintar un cuadro de la Virgen. El se niega diciendo que no se siente limpio. Hace penitencias y permanece aislado como un eremita en una cabaña mortificando su carne, ayunando y azotándose con disciplinas. Al cabo se presenta al prior ya purificado y se pone a la tarea, el resultado un cuadro maravilloso, celestial; “para el hombre la intuición de lo divino está en el arte. Está por encima de las pasiones y la soberbia de Satanás”. Gogol tuvo una crisis mística. Y debió de pasar una temporada en un monasterio. Consultando con un “staretz”.
De sus conversaciones con el cenobita surgió la decisión como arrepentimiento de quemar la segunda parte de su gran obra “Las Almas Muertas” una de las más grandes de la literatura universal, siniestro consejo porque los lectores de todos los tiempos ya no podrán seguir las aventuras de Chinoviev el recaudador de impuestas.
Al igual que Las Almas Muertas el ucraniano exhibe su ironía y la crítica social.
Verbigracia: cuando las cosas salen mal los rusos se dan a la bebida, dice que los porteros de los inmuebles de San Petersburgo eran en su mayoría licenciados del ejército.
Desmovilizados
el gobierno les daba esa prestamera para un buen pasar, y que las mujeres
cuando pierden su belleza que son muy guapas las rusas optan por la beatería,
el vodka o el chismorreo. Hay que leer a Gogol para entender por qué el destino
de Ucrania siempre estuvo unido al ruso.
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