2024-07-09

 

 

ANDRÉS LAGUNA Y MOZONCILLO

 

Vuelvo a Mozoncillo al cabo de más de cincuenta años esta vez en coche, no como aquella tarde de verano del año 58 en que mi amigo Teodoro Llorente y yo pedaleamos hasta la localidad emplazada orilla del río Pirón, a ver a su abuela; treinta kilómetros de bicicleta en total. Nos dio la buena señora un tazón de café con leche y soplillos y regresamos a Segovia de oscurecido.

No he vuelto a saber nada de mi amigo Teodoro compañero de seminario un curso superior al mío.

Él me salvó de una buena en la noche más triste de mi vida en Oviedo. Querido Teodoro, do quiera que estés te digo parafraseando al Talmud que el que salva a un judío salva a todo el género humano y tú me sacaste del pozo de los leones atisbé sus poderosas garras como Daniel. Abriéndome la puerta de la comisaría.

Y he regresado a este pueblo del altiplano segoviano 838 m. sobre el nivel del mar al hilo de mi historia sobre el doctor Laguna quien al parecer tenía propiedades en aquel término.

Se embarcó en un largo litigio con Antonio de Olmedo cura de almas de dicho lugar, en la creencia de que le pertenecía a él el beneficio en propiedad. Ausente de la localidad don Andrés, y con vara en la curia de Roma, donde residía, elevó el pleito al Tribunal de la Rota. Y lo ganó.

El papa Julio III al cual asistía como médico de cabecera falló en su favor. El autor del Lazarillo al punto cedió todos los derechos del beneficio del arciprestazgo de Mozoncillo a su hermano Gaspar el cual luego sería ordenado obispo. No he conseguido consultar los libros de apeos pero la propuesta está ahí y se la brindo a los investigadores segovianos que vengan detrás.

A los de Mozoncillo llamamos en Segovia los “piñoneros”. Debió de ser una parroquia importante, por su cercanía de Aguilafuente y Turegano. En Turégano veraneaba el obispo de Segovia y en Aguilafuente tuvo lugar en 1478 el famoso sínodo provincial, la publicación de cuyas actas dieron lugar al primer libro impreso en España: “Los sinodales”. Eran sexmos aportillados o prevenidos en frontera, encomenderos, defendidos por los templarios desde el siglo XII con sus usos costumbres y fueros e iglesias que eran verdaderas fortalezas.

El cabildo parroquial de Mozoncillo debía de estar constituido por una veintena de individuos entre presbíteros, diáconos y sacristanes. Cosa usual en aquellas décadas.

El siglo XV marca el punto álgido del catolicismo como religión estatal. Otro dato a tener en cuenta es que con toda la seguridad Laguna hubiera

sido ungido con el sacramento del Orden, o fuese, cuando menos, minorista, como Quevedo y Góngora.

El primero rehusó el presbiterado y se quedó con la tonsura y el grado de ostiario; tuvo que pedir licencia para contraer matrimonio con su adorada Lisi. El casamiento saldría mal.

Góngora sin embargo se ganó un buen pasar como beneficiado de la Mezquita de Córdoba.

Era lo consuetudinario en las universidades medievales, tanto la de Alcalá Salamanca Bolonia o el mismo Oxford.

En todas ellas ejerció la docencia teológica Andrés Laguna a quien le prestaba mucho más el ejercicio de la medicina y de la investigación farmacológica que disertar sobre la divinidad a fuerza de abstrusos silogismos a puñetazos.

A Dios que es Amor no se le puede escudriñar con el garrote de los cánones y falsas proposiciones (el ladrillo de Roma).

Quizá fuese un sacerdote tibio pero fue un sublime humanista que honra la estirpe de los segovianos. Las aguas congeladas del Pirón, que corre a casarse con el Eresma, cerca de Confluentia, saben de este enigma y arrastran en su corriente los secretos de la vida y obra de este segoviano judío converso.

Saludo a Mozoncillo pueblo recio, cuna del paloteo, con su iglesia de san Juan Bautista y las ermitas de san Roque y del Humilladero.

Suplico a la Virgen de Rodelga la patrona de los piñoneros que proteja al antiguo compañero Teodoro Llorente do quiera que esté. Es mi única fórmula de agradecimiento. No pasa un alma por las calles piñoneras en esta tarde de invierno. Los cuervos vuelan bajo por estos sexmos. Son los hielos de san Sebastián que decía mi abuelo.

 


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