Yo
nací en una ciudad levítica, crecí a la sombra de la torre de una catedral
gótica, me dieron en el rostro los sones de sus campanas, escuché salmos y
cantos de ronda bajando hacia la Hontanilla, dejando atrás la judería vieja,
pasando el arco del Socorro. Tiré varetas por las mismas trochas que recorrió
Pablillos. Conocí las huellas o las marcas en el camino que dejaron las cáligas
de los hoplitas de las legones romanas, las sandalias de los franciscanos y las
zapatillas de los santos. Había una roca cerca de una fuente en mi barrio que
tenía una cruz de hierro ya mohosa donde se sentaba Fray Juan cuando subía
jadeante desde su convento al beaterio a confesar a las monjes y donde dicen que Teresa de Jesús se sacudió el
polvo de su calzado despidiéndose a la francesa para no volver más.
-De Segovia, ni el polvo de zapatilla.
Las
lenguas de las cotorras mal hablaban de que tenía un lio con su frailuco y
medio pues era de corta estatura quiero decir san Juan de
He
de decir a tal respecto que nuestro amor a
Total
que nuestros antepasados se bautizaron en masa y las aguas del Rasemir se convirtieron en un gran Jordán
donde los del Pueblo elegido tornó sus ojos a Cristo. En cierta manera los
segovianos nos sentimos un pueblo elegido. Elegidos para la palabra y para el
dolor. Si la cruz es un privilegio a nosotros nos signaron con ella desde el
principio hasta tal punto que sólo a nosotros se nos permite hablar mal de la
ingratitud de los elegidos. De raíz conversa eran los coronel y los Dávila
incluso el propio Torquemada prior del convento de Santo domingo presentaba un
origen nada preclaro y converso era Pablillos y el gran historiador Colmenares
otro que tal. Que nos nos vengan con alicantinas. Lo que pasó pues pasó. A qué
ton eso de meter la reja en
En
la mescolanza de los sonidos que bajan de arriba o suben por abajo escucho los
ecos de mi niñez perdida: los cantos infantiles de la rueda y el corro, el son
de los viejos romances. Veo subir la cuesta que lleva a
Pero no maldigamos a los tiempos creyendo el
pasado fue mejor pues eso supone una blasfemia un querellarse contra los
designios misteriosos del Criador. Yo me forjé una idea heroica del mundo.
Caballeresca. Había que salir en pos de un ideal a la búsqueda de ínsulas
baratarias a desfacer entuertos defender a los humillados y ofendidos y
pelearme contra los gigantes que luego resultaron solo aspas de molino
harinero. ¡Qué cosas! Acaso me sumí en un romanticismo trasnochado pero eso ya
nada importa.
La
sombre de aquella catedral acariciadora y benigna hizo de mí un exaltado de la
cruz hasta llegar a la convicción de que sin cruz ni cristianismo no son
posibles ni la el amor ni la belleza. Acaso en parte llevase razón pero la cruz
no debería jamar imponerse por la espada ni a la fuerza. Bajo el arco oscuro y oliendo
un poco a húmeda bodega del postigo aquel por donde pasaban los carros y los
areneros de Espirdo y los panaderos de Encinillas que subían a vender su
mercancía a la ciudad o los curas de teja breviario y balandrán arrebujado como
un tapabocas sobre el pescuezo para no apañar frío en las tarde heladas habían
cabalgado los guerreros de la edad media (Segovia enclavada sobre un castro que
es todo un baluarte siempre conservó un aire militar, fraguamos país en la
lucha contra el moro o peleando en nosotros mismos acabada la reconquista) pero
tambien los picaros y los Perailes.
Subían pobres de solemnidad y detrás mujerucas
arrebujados en sus mantones. Peleamos contra el sarraceno pero acabamos
adquiriendo muchas de sus costumbres en realidad. Todo en la vida es
circulación. Ir y venir. Subir y bajar. El eterno metisaca del nacer y morir
del engendrar del parir. Arillos concéntricos de la nada. Relojes de sol y
clepsidras. El arco del socorro impertérrito entendía poco de cronómetros.
Tempus fugit. Pero da igual. La estancia del hombre sobre la tierra no es más
que un soplo.
Habían
clavado una lápida en lo alto del pasadizo que decía al gran escritor humorista
don Francisco de Quevedo autor del Buscón que era de Segovia natural.
Efectivamente en una de las casas del cantón tuvo el verdugo municipal su
residencia y al lado vivían los corchetes y alcauciles. El corregidor un poco
más arriba. Creo que era el mismo edificio donde una comadrona que se llamaba
doña anciana Dios la tenga en su regazo me sacó del vientre de
Ahora
bien tachar de escritor humorista a don Francisco de Quevedo el poeta más serio
y profundo de la lengua castellana que sólo pasó al conocimiento del pueblo por
sus chistes verdes o los relativos a la coprología (pedos, privadas, eructos y
otras bellaquerías que entre dos piedras feroces salió un hombre dando voces
adivina quien es pues píntale de verde) me parece un poco precipitado pero
acaso responda a una venganza de la historia que ha sido contando y manejada
por quien ha sido contada y don Francisco que acaso fuera de la misma estirpe
de los manipuladores acusó a los judios y a los venecianos de ser los grandes
conspiradores contra la corona de Castilla. Eso nunca se perdona. Claro está.
Aquel
letrero contra el cual disparamos algunos cantan osen nuestra furia iconoclasta
y llevados de la ignorante clastomanía de la juventud (hay que destruirlo todo,
no dejar títere con cabeza) lanzamos algunas pedradas y todavía está ahí la
señal. Mi cantazo hizo una esquilar en un ángulo pero aún se puede leer. La
leyenda también le pareció a don –camilo José Cela cuando cruzó por allí un
bruma de mal gusto indicio de la estulticia de nuestras fuerzas vivas.
Pablillos
pudo ser uno de mis compañeros de juego aquellos niños con los pantalones con
remiendo que no gastaban calzoncillos y un solo tirante de mi cuadrilla. Con
los que jugaban conmigo al chito a la malla a guardias y ladrones al zorro pico
zaina. Juntos entrabamos en las casas deshabitadas en los hospitales de sangre
abandonados donde todavía quedaban vendas y jeringuillas y sondas sobre las
camillas. De uno en uno nos daba miedo explorar aquellos recintos. Podría haber
fantasmas. Y la leyenda clavada en la Puerta del socorro pienso al cabo de
muchos años que selló mi destino. Sus letras gordos pesan aun sobre mi cabeza.
Yo iba para santo. Quería ser cura y acabé en escribidor que es una profesión
por decir algo y que guarda cierta relación con todo lo relacionado con la
picaresca.
Naciera
yo a la sombre de aquella catedral divina que se erguía sobre las casuchas de
mala nota y las escalerillas donde estaban las puertas marcadas del barrio
sefardita. Pienso si mis orígenes no me habrán predeterminado. ¿Habrán sido
maldición o medición? ¿Trajeron suerte o fueron una desgracia semejantes
premisas del que busca y se afana y doce al año que viene en Jerusalén, reza
salmos, eleva sus ojos al cielo al dio y siempre vuelve sobre sus pasos. Ir y
venir que llaman acarrear. Girar y girar. Y venga dar vueltas. Vano empeño eso
de buscar la arcadia. El paraíso y el infierno yacen en el fondo de nosotros
mismos. Son estos empeños frutos de la vanidad y de la locura humana. Cristo
sin embargo nos sonríe. Está en las historia. Aunque nos elija solo para el
dolor. No para el triunfo ni para la fama o la honra- esa sabiduría me la
comunicó Pablillos- porque no somos otra cosa que carne de dolor. Eso no lo
entienden ni las mujeres ni algunos paisanos míos. Todos ellos no leyeron jamás
el Libro del Bendito Job. Por eso se despegan y no encontrán jamás consolación.
De esta forma me apareé a mi yugo y me resigné
a mi suerte. A veces me parece que he triunfado que soy un elegido que el Santo
de los Santos ha escuchado las plegarias de este pobre miserable. Por todo eso
y por mucho más muchas gracias, Señor.
En
los terraplenes de los adarves de la muralla donde crecían hierbas ociosas,
lampazos y parietarias, estaba el edificio. Le llamaban
Entonces
desconocíamos lo que era eso. No había aparecido aun en nuestras carnes la
llamada del sexo que todo lo desbarata; ni fumábamos ni bebíamos vinos aunque
nos mofasemos con los borrachos muy frecuentes por aquellos contornos y en
aquella porque en Segovia había más tascas y tabernas que iglesias y oratorios
que ya es decir ni habíamos empezado a alternar ni a tomar café. Nuestros
pulmones y nuestros bandullos estaban todo lo limpios que se puede estar a los
cinco o seis años así como nuestros pensamientos y nuestras almas por más que
nos diga que el ser humano viene al mundo con el sello del pecado y sienta una
proterva inclinación a hacer daño y a mal pensar.
Tambien
es verdad que estábamos en estado salvaje o acaso fuéramos el buen salvaje
roussoniano limpio de polvo y paja. Triscábamos por la vereda, saltábamos de
una peña a otra temerarios en nuestra osadía y despreciando el precipicio que
mediaba entre ambas rocas. Jugábamos a la guerra en batallas de moros y
cristianos como no podía ser menos en cualquier ciudad española. Organizábamos
dreas con los chavales de San Andrés parroquia a la que pertenecían los que vivían
en la puerta ulterior del Arco. Los de la citerior éramos de San Millán. Había
verdaderas guerras campales a cantazo al final de las cuales alguna ventana
quedaba con los cristales hechos zarzamillo y los dueños traían al delincuente
de la oreja abriéndole a su padre el libro de reclamaciones por daños y perjuicios.
-Son tres reales por el cristal que
rompió tu chico.
Y
el progenitor ya estaba esperándonos con el cinto. Aquella noche no había cena
o mejor dicho cenábamos de la correa y de los vergajos. Pero Eros y Tantos no habían
asomado aun la oreja y de la política únicamente hablaban los mayores y de sus
conversaciones colegiamos la tristeza y desolación las vida truncadas y los
muertos que trajo aparejados aquella contienda fratricida. Las mulas de las
inquisición nos traían al fresco. Hacía muchos años que habían dejado de
transitar aquellas sendas. El tizne del demonio sigue ensuciando todavía
algunas almas negras. No comprendo ese afán de los españoles por cuestionar
nuestra historia y entregarnos a disquisiciones que a ninguna parte buena
conducen y sólo sirven para enfrentarnos los unos con los otros. Debe de ser
porque aun llevamos la ley del ojo por ojo y el diente por diente marcada a fuego
en nuestros entresijos displicentes. Buena gammas de elucubrar con ucronías y
futurismos. Nosotros ajenos a todo eso jugábamos al trompo y a las canicas como
si tal cosa.
Aspiraba
a llegar a las estrellas siempre buscando el plano ideal el que marcara la
aguja del pararrayos catedralicios allá arriba por encina de los ojos de la
torre. Los días de fiesta yo veía sacristanes en camisa volear las campanas
sudando oprimidos bajo el peso de los Badajoz pero había que anunciar el magno
acontecimiento de la pascua. Abajo en la plaza los de las charangas lanzaban
voladores y don Francisco de Quevedo los ojos cegatos los pies zopos pero la
lengua suelta y acerada de un cofrada subía hacia el enlosado muy fatigado el
hombre. Se acababa de entrevistar con el Domine en la casa donde no se come ni
se bebe. He seguido los pasos de aquel cojo divino genial y tabernario yendo
por el mundo un poco telumante de libros y de literatura pegando palos de ciego
y de que me cerraran antisidas puertas.
-A los profetas ya no os hacen caso.
-Mientras no nos ahorcan seguiré
apostrofando.
-No eres más que la voz que clama en el
desierto. Cabezazos contra un muro. Mira que eres testarudo.
Por
la calle pasaban algunas monjas un panadero morisco y un cristalero que iba a
componer una vidriera que había derribado uno de los pedriscos que suele haber
en esta ciudad por las fiestas de San Pedro. Todos se los veía muy afanados las
monjitas con los ojos bajos el morisco muy altanero y que no le quedaba en la
boca ningún diente portaba a la cabeza una bandeja como una herrada. Por allí
cerca estaba el obrador paredaño al convento de las claras. Don Francisco que
iba ya harto de vino entró en un cuchitril socavado como una bodega en los
mismos bajos del temple al lado de una ebanistería. La entrada de la bodega
ostentaba en el dintel un laurel báquico y un letrero que ponía: “más vale aquí
mojarse que enfrente ahogarse! Y justo enfrente acurrucado en el lecho del
valle donde estaban los pegujares y los tablares lindamente labrados por los
hortelanos moriscos con sus arriates y sus caballones adosados en perfecta
simetría bajaba el Rio clamores bastante crecido de corriente salvo en agosto. También
lo decían el rio Mierdero porque en él desaguaban las letrinas de la ciudad.
Sumirse en él debiera de ser buena tortura. Don Francisco llevaba sobre el chaleco una enorme cruz colorada. Era de
la orden de Santiago y aun borracho aparecía siempre en compostura. El mosto
nunca le hizo perder la condición de caballero. Me hubiera gustado a mi ser el
escudero de aquel sublime beodo. Sus libros aun me siguen emborrando de
sabiduría, de piedad y de risa.
Aspiraba
a alcanzar las estrellas. Siempre buscando el plano ideal. Mi vida se enmarcaba
en el rectángulo de aquel ventanal balcón que daba a la acera. Esta condición
de niño humilde ha marcado mi camino. Anduve casi todas las sendas hice muchas
descubiertas por muchas tierras pero sobre todo exploré todos los libros y caté
los mejores vinos de la tierra. In vino veritas. Sangre de Cristo. Desde lo
hondo del jarro el jocundo espiritu de Pablillos el mejor amigo que hubo en mi
infancia me hacia momos. Y no eran burlas. Eran señas. Asi cogía fuerzas y
cargaba con la gran luna del espejo para irla pasando a lo largo del camino.
Y
las campanas tan… tan… tan. Los moros las aborrecían y es una de las muchas
cosas que me fastidian de su religión aparte de que no permita beber de lo
mejor que da la vida ni comer jalufo wl que no toquen campanas nunca en lo alto
de los minaretes. La voz del almuédano nunca tendrá los timbres maravillosos y
por eso he llegado a la conclusión de que el cristianismo es la religión
verdadera. Sin campanas no puede haber dios y yo escuché muchas horas su dulce
repicar. Invitan a la paz, la armonía, el civismo. Algún sacristán en aquellas
tenidas en lo alto de la torre se asomaba a descansar y a echar un cigarro
contemplando el magnifico panorama que brinda la ciudad. Debía de ser un
hombrón pero desde abajo parecía muy pequeñito.
-Baja un poco el acelerador. No te entusiasmes
tanto.
-La pasión siempre nos vuelve a los
hombres ridículos. Ya se muy bien lo que
me quieres decir, zampabollos.
-Piensa mal y acertarás.
-Desde luego
Mi
vida iba a ser no tardando mucho un descarrilamiento a la carta. Fracasos
sentimentales. Problemas laborales trifulcas de todo tipo. Originales para publicar
devueltos. Fui un vagabundo sin suerte. Una novia me dejó a la puerta de la
iglesia otra me divorció. No sé qué mal hice. No tienes vista. Eres un poco
patán. Fracasos sentimentales situaciones decepcionantes. Por los cafés hice el
ridículo y hasta las putas se reían de mí en los prostíbulos. Sin embargo yo
les decía aguardad que yo escriba. Dadme papel y tinta. La literatura me transformaba
en una arcángel. Entonces, armado de la flamígera espada de la palabra, me
convertía en una arcángel invencible, desalmenaba a mis enemigos, les dejaba
sin argumentos y sin palabra en la boca. Había una fuerza en mí. Quizás fuera
la potencia de la fe.
Descarrilamientos
a la carta. Fui pegando bandazos pero estos fracasos son algo exterior hay que
fijarse en lo que va dentro no en el accidente sino en la sustancia. Mi vida
osciló a péndulo entre realidades consecutivas y suposiciones metafísicas. Fui
don Quijote y Sancho a la vez. Pero ser español significa estar sujeto a esa condición
de metamorfosis.
Aquella
fue la ventanal de mi infancia un balcón que daba a la calle pues vivíamos en
un piso bajo. Dicen que no eres de donde naces sino de donde paces y yo pací en
muchas partes pero el haber visto la luz primera a la sombra de la catedral y
haber abierto los ojos a los paisajes que cercan la urbe fue algo definitivo.
Como un sacramento que imprime carácter.
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