POR SEGOVIA EN BICICLETA SIN FRENOS
Aquellos veranos
cuando yo era alumno de Retórica en el seminario conciliar serían un pronóstico
de lo que sería mi existencia. Iba por
la ciudad en bicicleta sin frenos la Orbea que heredé del Poncioano. Bajaba por
la `pista a toda velocidad emulo de Bahamontes el rey de la montaña y en el
llano yo era Fausto Copi o Loroño lamiendo rueda. Un día casi mato a una vieja
y otro día casi me mato yo y me despeño sobre los chimorretes del río Eresma a
la entrada de la Fuencisla. La Virgen me echó una mano cuando sentí que iba al
agua de cabeza desde una altura de diez metros. Iba a oficiar de acolito en su
Novena. Ayudaba a misa los más de los días al cura Chiquito. Había que calzarle
con un escriño pues no alcanzaba al altar de la iglesia de Santa Eulalia. Ocurría
igual en los bautizos como monaguillo del capellán del cementerio ─llamabase
don Valerio─ porque había estipendio y después convite al pie de aquellas enormes
pilas de agua bendita circulares u octogonales que recordaban tiempos
medievales cuando el sacramento del bautismo se administraba por inmersión como
los orientales. Trento los suprimió y ordenor la ablución. Al deramar el agua
bendita algún padrino gracioso algo piripi advertía:
─Padre, échele poco
agua para que le guste el vino
Y a la hora del
exorcismo cuando se colocaba un grano de sal en los labios del neófito:
─Póngale mucha sal
para que no sea soso.
Luego a las puertas de
la iglesias un tropel de chavales en
remolino junto al niño que ya no era morito se arremolinaba esperando
que el padrino lanzase monedas al aire. Con una lluvia de perras chicas y de
perras gordas y caramelos se cantaba el arrobo cagao:
─Arrobo cagao que a mí no me han dao. Si cojo al chiquillo lo tiro al
tejao.
Szí yo iba pedaleando
por las calles de Segovia con una bici sin freno, acólito de novenas, triduos y
catorcenas y trite verbenas de ultimo de septiembre cuando empezaba a hacer
frío junto al almez de la plazoleta de Santa Eulalia frente al palacio vacio
del marqués de Buitrago y la casa de putas de la Farela un poco más adelante. Se
nos agasajaba con vino de consumir y soplillos y a veces en ritos de solemnidad
pudieran caer una peseta baticú o dos reales. Ay monaguillo pillo que guardabas
las perras en el bolsillo y ser algún día, empapado de latines y de ciencias que
no valían para la vida práctica, como Shakespeare.
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