CUENTOS DE CLARIN
HARTO de tanta mentira y soborno delitos de peculado y estelionato a punta pala el viento de la perdición sopla contra el muro de la sabiduría estos tíos nos quieren dar gato por liebre nos venden la burra mal capada. Llueve sobre Madrid. Se mojan mis esperanzas, vuelvo a mi maestro Leopoldo Alas Clarín el asturiano al que nacieron en Zamora que nos narra a lo largo de su obra con ternura y sarcasmo inenarrable la España de la Restauración.
Sus personajes eran los pobres de espiritu los muchachos de la
rúa y de la tralla que mueren quemados en una taberna una noche carnestolendas
(Pipá) de maridos y mujeres engañadas (Doña Berta) o pobres currantes oficinistas
que una noche de juerga se permiten echar una cana al aire que sembrará su vida
y la de su mujer de desdicha de perdición porque su hija la niña de sus ojos
bien guardada entre las haldas de la mesa camilla de un hogar puritano acaba
siendo burlada por un subteniente de infantería y termina de puta en un burdel
de Zaragoza.
Los cuentos de Clarín son verdaderos poemas en
prosa, se inspiran y acaso mejoran a los de Guy de Maupasant. La segunda mitad
del siglo XIX desde la abdicación de Isabel II que se exilia en Paris la
literatura castellana muestra su influencia francesa. Cierto que Clarin
obsesionado por el lenguje ridiculiza a los galicismos pero su genio es
francés, nada tiene que ver con la influencia angloparlante de ingleses y
gringos.
Es más: uno de sus enemigos acérrimos Bonafoux
"la víbora de Asnieres" le culpa de haber plagiado a Madame Bovary en
la "Regenta" uno de los libros en español superados sólo por el
Buscón y don Quijote.
Clarín tenía un violín dije yo en un articulo
encomiástico de su centenario. Ciertamente, su prosa posee los registros de la
música sinfónica. No es un novelista garbancero como Galdós o sublime por su
factura clásica y latinizante como la de su discípulo Pérez de Ayala, apta solo
para paladares exquisitos. Leopoldo Alas pulsa una cuerda magistral que vibra dentro del
alma de sus lectores. Es lo que me pasó a mí.
Viviendo en Nueva York me leí todos sus libros y
en la universidad de Columbia pude entrar en contacto con el profesor Bejarano
especialista en la obra clariniana al socaire de los estudios magistrales
realizados previamente por Laura de los Ríos.
La vida artificial y automática de Manhattan me
hacía suspirar por la natural de mi Asturias del alma. Suspiraba trocar los
edificios de cemento armado de la calle 42 por las sebes y cercas y
calellas entre abedules del Prau La
Cuesta o el hórreo donde Doña Berta en un viejo arcón guardaba sus cartas de
amor.
Creo que lo conseguí, Clarín, verdadero profeta de mi devenir, me marcó la senda que yo soñaba en la literatura y en el vivir alejado del vocerío de la civilización.
Él también era un soñador que suspiraba por oir el canto del mirlo de la curuxia y el ruiseñor entre los carballos de su finca en Guimarán aquella aldea perdida. Este autor me ungió desde mozo con el crisma de la belleza del arte literario con su unto de libertad y de independencia y a remar contra corriente en este tiempo de dogmas y de verdades absolutas. Hoy este escritor de la libertad está descatalogado ni las derechas ni las izquierdas quieren saber nada de sus libros.
El furor babayo de la asturianía globalista se desentiende, pero yo sigo escuchando la prosa de este ovetense de pro. Para mis oídos música celestial.
En efecto, Clarín tenía un violín.
Dichosos aquellos que sepan escuchar sus novelas y cuentos sinfónicos o los
paliques y sueltos desperdigados por los periódicos de la época. En ellos campa
por sus respetos el humor, la sátira, el desparpajo, cuando no la ternura hacia
sus personajes que vivían vida anodina. Este asturiano fue un gran español