LA PENGUIN
Antonio
Parra
En
un reciente viaje a Londres la pascua pasada con vistas a la publicación de mi
“Franco&Sefarad a secret love” con una editorial inglesa cuyo nombre
no viene al caso, me di un paseo por Portobello que es una especie de Cuesta de
Moyano de los libreros de lance, pero a lo bestia. Y en este recreo o paraíso
del bibliópola pude solazarme, entre añoranzas, con títulos olvidados o
perdidos en los diferentes acarreos y mudanzas por los cuales atravesó mi
biblioteca, sobre todo los de la vieja Penguin.
Cuando era mozo los adquirí a centenares. El
lema con que aparecieron estas ediciones en 1935 era “un libro por lo que
cuesta una caña de cerveza”. O (For a pint a Penguin) Y yo los dos chelines de
mi almuerzo los ahorraba muy a gusto para dar satisfacción a uno de mis vicios
y pasiones mayores: la lectura y la literatura. Los años 30 a raíz de la
depresión económica se popularizaron los libros de bolsillo en Europa. Y lo
mismo hice cuando pasé todo el verano en Paris el año 64 trabajando en un
andamio. Llegaba la hora de comer y bajaba a un kiosko.
Compraba un cartón de leche – aquellos
cartones triangulares que parecían trípodes, aun no era invento el tetrabrik- y
por un franco me compraba un Mauriac, un Maurois, un Zola, o La Nausea de
Sartre de la colección j´ai lu, que era homónima de la Penguin en
Francia. La posguerra europea significó en Europa el triunfo de la literatura.
No se leyó tanto en el mundo como en esta época. Fue la apoteosis de la novela
refrendada por los triunfos literarios. Barcelona otorgaba el Nadal y el
Planeta. Paris el Goncourt y el Interallié. Londres el Book Prize. Nueva
York dominaba los Pulliterzs que consagraban. Y en ese marco de sueños de la
gloria literaria nos movíamos los jóvenes de entonces. Por tanto, nutríamos
nuestra vocación cargada de utopía y de expectativas falsas de escritor a base
de colecciones baratas. Cierto que no sabíamos, incautos de nosotros, que los
premios literarios estaban dados de antemano y que la literatura del bestseller
afila sus armas por lo general en la muela de la propaganda y los intereses
crematísticos. Y no suele poner en altar a la calidad. Éramos teorizantes
románticos o soñadores camino del final de la quimera pero tampoco pasa nada.
Eso hay que tomárselo con deportividad y lo importante de esta partida que se
juega uno en la vida no es ganar sino participar y competir.
Estas
colecciones, recapitulando ahora al cabo de muchos años de hispanofiliación
literaria, introdujeron a las grandes masas en la gran literatura. En España tenemos
el lujo exquisito de la Austral y en Madrid me ocurría lo mismo. La huelga de
los domingos que me daba mi madre para ir al cine o al baile lo invertía en un
“capricornio” que capricornio era el logotipo de la famosa Colección de Espasa
Calpe. El edificio en José Antonio 32 ahora Gran Vía, que tenía esta editorial
era para mí una especie de paraíso. Casona, Valle Inclán, Menéndez y Pidal,
Cela, Santa Teresa de Jesús, Baroja,
Unamuno, Marañón, Zunzunegui, Gógol, Dostoyevski, Chejov empezaron para mí a
ser compañeros de mis viajes al Parnaso pero sobre todo de gira por la arcadia
de un mundo feliz (dicho en frase de título del gran Aldous Huxley) del que
vive hacia adentro, una especie de staretzi místicos o guías por el
camino del Espíritu.
Gracias
a esta inclinación, poseo una bien abastada y completa biblioteca que yo
quisiera legar a mi hija inglesa Helen Parra-Hugh que es la única que ha salido
con una alguna vocación literaria. Pero a lo que voy. La querida Penguin ha
sido para mí una casa nutricia de todos los sueños. Creo que todos los títulos que publicaron en
ésa mis dos autores preferidos, bueno tres: Somerset Maugham, T. S Lawrence y
Aldous Huxley los tengo todos. Y algunos
hasta “repe” como en las colecciones de cromos de nuestra infancia, aunque no
soy fetichista ni acaparador de libros claro. Una vez leídos, los paso, no me
interesan gran cosa. Tratando de imitarles, he de decir que en mi modestia
tengo alguna novelita inglesa ingresada en mi gaveta y ando en tratos para su
publicación; estoy en ello al menos.
Somerset
Maugham es para mí el mayor novelista europeo de posguerra y un autentico tour
de force para todos los que se dedican a la anglística. Posee una facilidad y
un estilo, una carpintería de trama, que son casi inimitables. Cabe recordar “Of
Human bondage” (la condición humana)- un título que ha pasado al habla y a
la retórica de las gentes puesto que se habla de la condición de la misma
manera que se habla de cien años de soledad título de otro gran novelista en
castellano o The Moon and Six Pence.
Tambien
conocí gracias a aquellos títulos de ediciones baratas tan accesibles para un
estudiante pobretón que casi no tenía para la gabardina ni para la abolla
académica ni para pagar la patrona en aquellos infames y lóbregos digs
con derecho a cocina, al impresionante Woodhouse (eso sí que es humorismo) un
autor que era el preferido de mi maestro Rafael García Serrano, maestro de
novelistas y de periodistas. Rafa, yo sigo metido en tu macuto, hoy olvidado
pero aquí al que vale, vale, y al que no le dan un premio.
Pues al igual que él no le hurtaba Woodhouse
el cuerpo a emitir algún que otro taco. Claro está sonaban mucho más rotundos
los del navarrico Rafael que los del londinense G.P. Y en rústica, llegaron las
masas ávidas de leer y de saber al arte de la literatura, y ahora encuentro
aquellos títulos tan queridos para mí otrora esparcidos por los tenderetes y el
rátigo de Portobello. La última Pascua fue para mí, ávido lector, una fiesta.
Con respecto a Lawrence diré que su “Lady´s
Chatterley Lover”, firmado en 1928, no fue reeditado hasta el año 62 al cabo de
una gran polémica debido a las escenas fuertes de adulterio y a las palabras de
grueso calibre de esta gran novela, un incipit para la literatura erótica que
pocos han superado. Su autor era un maestro del dialogo.
Pero allí en fila india esparcidos por los
puestos estaban Graham Green y Chaucer y el Beowulf y Prichett y Bernard Shaw
con todos los del grupo Bloomsbury. Entre ellos Virgina Woolf cuyos textos no
me agradaron tanto porque dicen que la autora era un bicho o bitchy (algo
perra) aunque fumase en boquilla y que las feministas me perdonen. Virgina
asumió su desesperación y su fracaso porque su literatura era demasiado
intelectualoide ahogándose en las aguas del río Ouse.
Encuentro,
por mi parte, la literatura de mujeres difícil de entender. Para leer a Jane
Austen o a las Brontë no hay solo que ser mujer. Hay que ser también inglés.
Las tiradas de la Penguin -la más cortita superaba los cincuenta mil ejemplares-
popularizó a las grandes escritoras que siempre dio Inglaterra, no obstante.
Pero el Animal Farm de Eric Blair (George Orwell) o Granja Animal, una
utopía contra el comunismo pero que en realidad refleja una parodia de la
sociedad actual donde todo el mundo es algo masoquista y tiene lavado el
cerebro, pero este masoquismo de lo políticamente correcto les viene bien,
superó todos los registros. Pasó los tres millones de copias. Pese a tal, los
libros millonarios, los más vendidos de la colección Penguin, no son de
literatura, sino manuales de cocina, cómo arreglar un enchufe o cuidar
rododendros en el jardín. Qué hierbas son benéficas a la salud, etc.
Palmaré de los éxitos que puso en circulación
la Penguin que un libro de la actriz americana Jane Fonda sobre cómo adelgazar
haciendo ejercicio y comiendo lo que a uno le pete. Así como, otros libros
“know how” o manuales de instrucciones de cómo se hace algo cómo se baila o se
presenta uno en sociedad, lo que los alemanes conocen bajo el nombre de Sacherbucher.
Omniscientes y sapientes libritos que luego no sirven para nada. Porque ni te
ayudan a dejar de fumar ni a controlar tu mente y luego acabas ganando kilos.
Pero recuerdo que estos famosos ejemplares con franja naranja y blanca
aparecían por todas las partes cuando iba en el tubo – el metro como los llaman
los londinenses- el autobús o en el parque en aquellas doradas e indolentes “lazy
sunny afternoons” de la balada de los Kinks, no hay placer más grande que
baños de sol en Hyde Park con una novela de espionaje entre las manos una tarde
de junio. En las cómodas y en los muebles que nos alquilaban nuestras caseras
con voz carrasposa de tabaco y aguardentosa de gin y que nos aconsejaban tal o
cual titulo:
-Did you read the latest of Ágatha Christie, Mr.
Normand?
-Oh yes, Mrs. Avisson, a very good read, indeed.
Ha corrido desde entonces mucha agua bajo los puentes del
Tamesis y mucha tinta por nuestras venas y más letra pequeña sobre nuestros
ojos lectores implacables, pero seguimos ilusionados con aquel ardor contumaz de
misacantanos. Continuamos en nuestras
trece amando la literatura. Y dándole muchas gracias a Dios por haber podido
leer tanto y tan bueno gracias a Penguin Books pues así conocemos mejor el
mundo. La Casa cumple este otoño el LXXII aniversario de su fundación. Toda una
efeméride. ¡Y que a nosotros que nos quiten lo bailao!