2023-07-06

 


10 de diciembre de 1999






LAS CORRUPCIONES DE TORBADO Y LAS MÍAS



El “Barbas”, uno de los personajes de “Las Corrupciones”, la novela que define a la generación del 68, con tanta fuerza y certinidad literaria como pudiera ser el caso de La “Colmena” con respecto a la quinta del 36, que pasa por buque insignia de la brillante escuela de postguerra- constituye el personaje mejor definido de esta gran novela de Jesús Torbado, al que silencia aposta y ningunean los mandarines de la literatura mala leche ligera1, plagada de tópicos, lugares comunes y de autores extranjeros. Aquí mandan los de siempre. Son los hijos de Julián Marías, no los de María (ya quisiéramos) los que manejan el cotarro.

Conque y a pesar de todo, supo Torbado situar al hijo de sus sueños bajo una perspectiva profética, al retratar a un comunista español, hijo de papá, que hambrea y hopea su anhelo de aventura y su picaresca por la orilla izquierda del Sena. Quiere conseguir una beca para universidad Lumumba de Moscú. Deja aparcado su deseo y cambia la dialéctica de Marx y Lenin por los trastos de reproducir. Se convierte en gigoló. A cambio de los favores sexuales a una señorona se olvida de sus ideales de reforma de la injusticia.

He aquí todo un Romeo al que sólo le faltaba el Alfa, que le compra su entretenida, para lograr las metas que se había fijado para esta vida. La señora baronesa lo viste de punta en blanco con trajes y fular de Pierre Cardin. Ya no quiere ser comunista. Cambia sus inquietudes por un descapotable. Y a vivir.

En el “Barbas”, Torbado acierta a columbrar las entretelas de una corriente subterránea. En su héroe traza la etopeya de un tránsfuga, sin ideario fijo, amoral, pesetero, ambivalente, y siempre bien instalado en el flujo del río que nos lleva. Dios nos libre de nadar contra corriente. Es la herencia del pícaro que recorre toda la literatura española. Nos fuimos a París, pero lo de cambiar el mundo no era más que una añagaza. Lo que en realidad queríamos era subir, medrar, la conquista del poder. Sin embargo, hubo entre ellos algunos, entre los que me cuento, que no quisimos vender nuestra alma al diablo. Vale más nuestra dignidad que un plato de lentejas.

Por lo visto, el Barbas supo evolucionar desde las barricadas de la contestación a un lugar al sol que más calienta, como son las sillas ministeriales, los cargos y los centros de poder. La burocracia destruyó los sueños falangistas y este tic lo heredaron los que vinieron con la democracia convirtiendo a España en solio de las corrupciones, una palabra entre nosotros de todos los días. Torbado en esta novela se viste de la tiara profética. El PSOE, los peperos, los separatistas del CiU y de la margen del Nervión por cuya orilla pasaba una gabarra son una segunda edición corregida y aumentada de los vicios del franquismo.

Su metamorfosis es metafísica. Su personalidad, absolutamente del tiempo que nos ha tocado vivir. Abundaron las metempsicosis, los cambios de sexo y de pareja. Aquí el que no corre vuela. Torbado estaba, a lo mejor sin proponérselo, haciendo la prognosis de la Transición Gloriosa, y, tal vez, radiografiándose a sí mismo.

En un guateque en una buhardilla, con picú, extranjeras que se daban bien, ginebra de garrafón, amor libre en plan alfombra y vomitonas sobre la colcha, a este personaje lo dan de hostias. No hay cosa más tragicómica que cuando a los que en amor siguen el mal consejo de Onán se les pone en cama redonda, saben que la simiente nunca ha de ser suya. Habíamos quebrantado la ley del “levirato” y hubimos de atenernos a las consecuencias: a una condena bíblica. En el texto no hay mariconería ni uranismo. Era lo que nos faltaba para trazar una panorámica de la España de hoy donde el clan gay es todo un poder fáctico introducido en los mismos muros de la iglesia como un auténtico caballo de Troya.

El que le solmena es precisamente un inocente, un partidario de la no-violencia. Un ex seminarista. En esta generación todos hemos empezado por un ex, lo cual hace la composición de lugar de tanto acontecer. Como prueba que nuestro destino se halla en las estrellas, si mi primer coche fue un seiscientos que empezaba por seis, seis, seis, el segundo un Miraflores rematado en el sufijo fatídico de “ex”, venía a demostrar que yo soy miembro de la generación x.

Todo lo nuestro es una incógnita, como la distancia de pi, que sigue sin resolverse. Según los logaritmos, la penúltima letra del abecedario engloba todos las incógnitas del espectro. Hemos sido la promoción del Enigma, pasamos por esta tierra como una leva desconocida, pero dejemos de fantasear.

A un tercer grado cáustico nos someterían las perversas fuerzas del hado. Novelar es dominar, hallarse en posesión de las riendas de la creación. Por eso, los grandes escritores y poetas consiguen arrebatar a los dioses el fuego sagrado, quitarles algo que es privativo de su preeminencia ontológica: la facultad de hacer y deshacer cosmos a capricho. Torbado pertenece a esa estirpe de privilegiada casta de artistas capaces de sacar vida de la nada, insuflar alma al puro caos. Tienen la facultad de articular mundos con vida apropiada, y hombres que echan a andar bajo la carpa de cielos hialinos o emplomados, que se aman y se destrozan, viento que alienta, rosas que huelen, y ríos y montañas que no son paisajes del belén sino verdaderas cimas y abismos.

Llevan dentro esa carga de tracción de sangre que en movimiento pone a los buenos percherones literarios. Resultado: el transporte onírico, y, eventualmente, el agarrar por la punta del pelo al lector subiéndolo, como hizo el ángel con el profeta Ezequiel, en volandas al Carro de Tespis, que florezca la tierra y rían los cielos con carcajadas definitivas, consiguiendo que el ser humano pierda su horizontalidad de bípedo (hay algunos que aun se arrastran a cuatro manos), levantarlo camino de las estrellas, y conducirlo a otros mundos. Eso es ángel. Algo que los dioses que dan gratis y reservan a unos cuantos afortunados, de lo más escogido del Huerto de las Musas.

José Antonio Fernández, el protagonista de la inmensa novela río, con una traza argumentativa potente y congruente, nada light, ni vino flojo ni suelo arijo1, sino un peso pesado del arte de contar, siguiendo los pasos de Flaubert, Maupassant, Tolstoi, Dostoievski o Somerset Maugham, es quien le cruza dos sopapos bien dados al lechuguino. Estaba como poseído por esas vehemencias paulinas del que acusaba haber practicado esa gimnasia mental escolástica, con la que se preparaba para ser atleta de Cristo. Quizá todavía un mínimo de decencia conserve, a pesar de las corrupciones a las que es sometido. ¿Corrupciones o confesiones? Es una secuencia de deterioros ambientales y de valores que están cayendo en picado: la Iglesia inmersa en la crisis más grave de su historia, la familia que empieza a dar síntomas de agotamiento, la sociedad, el sindicato, la amistad y el amor. No ya meramente hay moros en la costa, sino que ya ha entrado toda la jarca.

No arremete a su amigo porque haya pretendido quitarle a su novia griega, sino porque ve en el Barbas reflejado su propio desencanto. Le grita, lo zarandea, pero, al hacerlo, se está zarandeando a sí mismo. Esta es una historia a caballo entre la esperanza y la desesperación, espejo de un tiempo de juventud inconsciente y generoso, vivido al calor de la bohemia. Al igual que en la novela de Melville, este Moby Dick de la revolución de terciopelo se mantiene incólume en medio de la marejada de corrupciones y, consecuente consigo mismo, acaba defenestrándose desde lo alto de la Torre Eiffel, cuando llega a sus manos un mensaje del padre de su amada, Anika, desde Estocolmo, anunciándole que ésta había cometido suicidio. “Selbstmord” es la palabra que retumba en sus oídos igual que una maldición y la voz de la conciencia que dice: “yo la maté”. Se trata de un conjuro del destino formulado contra él.

Ubi sunt?”.¿Qué fue de aquel furor de vivir? ¿Dónde fue a parar tanto frenesí? ¿Qué se hizo de tanto galán? Pienso que alguien se ha encargado de rebajarnos los humos a todos nosotros. Os pasarán la pluma por el pico. Al diablo todo. Cohen Bendit, aquel Daniel el Rojo, inspirador del levantamiento del mayo francés, no era más que un tigre de papel, aunque nos pareciera un atlante por entonces. Hoy está instalado. Ficha cada mañana en Francfort en las oficinas de una multinacional. Joan Baez es una estrella que se ha extinguido. Los hippies de MacKenzie no llevan su oblada de flores a San Francisco. Se ha acabado lo que se daba, se rayó el disco, y nosotros con él. Otros han muerto.

Parece que José Antonio Fernández lo adivinaba. Los cisnes se han transformado en gansos y esos ánsares no hacen otra cosa que graznar con gemido lúgubre. Ahora los arúspices recogerían en un cartulario magnético el registro de tales vibraciones proféticas. Este libro crea una tensión elegíaca dentro de mí.

Trataré de explicar a humo de pajas el argumento: un novicio dominico, que, por lo que describe, debió de ser el de Caldas de Besaya, Cantabria, donde también profesó Torbado (las mejores novelas son las que tienen un apoyo autobiográfico) cuando declina su vocación descubre que la vida no es digna de vivirse encerrada en un silogismo, por la sencilla razón de que carece de lógica. Es indomeñable. Los universales no abarcan los particulares, como pretendían las súmulas tomistas en su estética aristotélica tan bella como inalcanzable. Era una dialéctica como hecha para ángeles, no para hombres. Resultaba todo tan excesivo, demasiado para que lo aguantasen cuerpo y alma sin enloquecer. Nuestras almas y nuestros cuerpos no estaban hechas para volar. Todo lo más para caminar al trote. O al paso ligero que nos marcaron en la mili, a las voces del sargento.

-Media vuelta… Ar

Y como resultado, al cabo de una crisis religiosa, Fray J. Antonio descubre que no se llama ni José Antonio ni Fernández. Había nacido en un hospicio y era expósito. Seguramente de origen húngaro. Sus padres adoptivos lo habían metido a los diez años en aquella bella jaula de oro entre montañas y aguas termales. También descubre que tampoco tiene vocación. Un enamoriscamiento primerizo con una muchacha del pueblo durante unas comedias que echaron los seminaristas en jornada de puertas abiertas, por vísperas de Reyes, tuvo la culpa de esa decisión. Las escenas que describe, la evolución de este primer amor, son un dechado de delicadeza literaria y de penetración psicológica, un caso de precocidad genial, porque Torbado escribió esta obra maestra a los diecinueve años. Todos los españoles hasta aquella generación nos enamorábamos o en las comedias, o en un baile de candil o en el paseo por la Calle Real. Los noviazgos con chica formal habían de ser largos, pero tampoco faltaban los fogonazos de amor a primera vista.

De remate, cuelga los hábitos y se planta en Madrid con lo puesto. Aun se le notaba al marchar, como a todos los ex seminaristas, esos andares destartalados en pie valgo de curilla, el pavor ante los desconocido, la falta de desenvoltura para con las mujeres, y esa alma como bisunta que tiende hacia la vida ordenada y al ocio contemplativo pero sometida a las exigencias de la carne. Producto quizás de una mala educación sentimental. Para conseguir la pureza, nos decían, fíjate, nada mejor que el miedo al infierno, las duchas de agua fría, y una alimentación a base de judías verdes, mucha lechuga y, alguna vez, de cena, huevos con patatas fritas.

No se puede vivir con el alma partida, nadie puede amar a Dios sin conocerlo. Lo que instiló e deseo de conocimiento fue el amor divino reflejado en sus criaturas. Resulta que el pobre J. Antonio era un místico. Este personaje de Torbado me ha servido de espejo al cabo del tiempo. En este libro me monté, cual si de cola de escoba de bruja se tratara, en la moviola retrospectiva del tiempo; un paso atrás y el espejo me ha devuelto color mate una imagen que casi ni reconozco, pero atravesada de fulgores lancinantes. Soy yo mismo.

Si la verdad está en los números, lo vividero hay que pasar a buscarlo a los libros.

Era un místico a redropelo, un anacoreta a destajo y en contra de su voluntad, que lleva su soledad en el desierto de París, después de su amarga experiencia de rebotado y de menestral español a lo que salga. Había trabajado en la construcción de casas baratas, y, como nadie puede pisar su propia sombra y el destino te talla a ti, que no tú a él, el escritor Torbado estaba designado a comprarse un piso con el dinero que le dieron con lo del Premio Alfaguara. Yo lo conocí como alumno de la Escuela de Periodismo de la Iglesia.

La palabra nos lleva a donde quiere, y aboca con frecuencia al descubrimiento de nuestros equivalentes. José Antonio desconocía que fuera un místico. Fue ese idealismo panteísta que aprendimos en la celda con el pensum y los himnos marianos, esa sed de universales a través de particulares en tardes de melancolía y de ilusión infinita, el que abrió los postigos de los claustros. Los seminarios quedaron vacíos. Vino una barrida, sopló el viento del desierto, y nos pusimos todos en movimiento. Se produjo la desbandada simultanea al concilio Vaticano II. La SRI se auto inmoló, dejó de ser la misma ¿Lo del 68 fue un movimiento o una movida?

Partimos en busca de un punto de fuga, un asidero de la palanca, pero tampoco, al otro lado de las montañas cuyo perfil contemplábamos tarde tras tarde desde la ventana del estudio, había pestillos ni palancas. No había risueñas lontananzas y todos los países venían a ser lo mismo. Sin embargo, el viaje, desde el género de novelas de caballerías, es el motor que hace andar el carro. La literatura es una escabullida jalonada de insensatez maravillosa. Nos invitaron a vivir nuestro propio cuento de hadas y no declinamos la oferta aún a costa de pasar hambre y arrostrar toda clase de peligros. No pocos quedaron atrapados en la vorágine.

Allí no estaba la arcadia ni el paraíso de los caballeros andantes. No había orden ni concierto para los que nos pasamos la infancia creyendo en la armonía de las esferas y la congruencia de todo. (2)

Nos dimos cuenta que habíamos vivido demasiado arropados y protegidos una vida que no era nuestra al sesgo de una disciplina y un horario a toque de campana. El mundo se estaba haciendo añicos y nosotros vivíamos arropados al calorcito de un sistema de valores injerto en la edad media, que no se correspondía a la realidad del momento. El hilomorfismo (3) aristotélico no explicaba la realidad que se avecinaba. ¿Materia y forma compatibilizan pero no constituirán una antigualla en el siglo XXI? ¿Dónde está el alma? Habíamos sido adoctrinados en una trascendencia que nada tenía que ver con el día a día del hombre de la calle.

Teníamos madera de santos, de apóstoles, pero acabamos repartiendo leña, o nos la dieron, en las manifestaciones contra los “grises”. ¿A quién íbamos a evangelizar nosotros, pobres diablos ignorantes, que de la vida nos sabíamos de la misa la media, y nos prepararon mal? No obstante, aquella generación conoció un tiempo de grandeza genial. La primera medida congruente fue colgar los hábitos antes de que el concilio vaticano proscribiera la sotana.

Pero el simún aquel que ya soplaba se llevó nuestros bonetes, nuestras becas rojos, los fajines de donado, y nuestras esclavinas. Se manchó en los cenagales de Pigalle, el Soho o el St. Pauli el distintivo azul. manchamos el símbolo de pureza, que un día nos entregaron para parecernos más a la Inmaculada. Haría volar aquel viento del desierto las páginas del Errandonea y del Raimundo de Miguel, que uncieron nuestras vidas a la subyugante latinidad.

Aquel viento tiró por tierra nuestras torres airadas, arrastró camino del valle nuestras becas rojas de estudiante y las hopalandas conventuales, colándose por los resquicios del alma. Algo nuevo estaba a punto de empezar. Pocos ciclos históricos hubo tan sometidos a aquella presión demoledora de la acción secular que en poco más de dos décadas todo lo trastocó.

Se acabaron los paseos interminables por los vericuetos extramuros y los lozanos campillos en mediodías de tedio y sequedad, cuando íbamos y veníamos al lado de las murallas medievales, y con ello los regímenes de visita de nuestras madres con la muda, el talego con el matute para reforzar las calorías de aquella pitanza conventual que era rancho cuartelero y a veces pre de cárcel, mientras rezábamos a la Madona de los Tránsitos que nos amparase. No habría en adelante más visitas al Sagrario y una hora fija para alzarse y acostarse. Ni registros de conciencia al terminar el día, ni retiros a fin de mes, ni aquellos ejercicios espirituales cada año que daba un fraile especialista. Siempre eran los mismos gritos, las mismas amenazas del infierno y el numerito de mostrar la calavera encendida mientras se apagaban todas las luces de la capilla. El efecto sobre nuestras blandas conciencias fue terrorífico. Y no es porque yo lo diga pero unas cuantas sesiones descriptivas de penas del infierno tampoco nos vino mal psicológicamente.

Hoy, desparecido el Leteo, las hartonas de la tele lo han substituido por colesterol, cáncer, enfermedades venéreas y los kilos. Antes los diablos eran todos esqueléticos eclesiásticos. Ahora se nos muestra a los condenados como pobres diablos rollizos y que, para colmo, fuman. Seguimos sin haberle ganado a la muerte la partida. Sin embargo, por aquellos días ¿Cómo comprender tanta muerte cuando aun no habíamos empezado a vivir? El miedo guarda la viña. Predicando sobre ella constantemente se nos tenía sujetos. Pero también nos estábamos volviendo unos desquiciados. Tiempo adelante, se nos abrirían los ojos. Llegaríamos muchos por nuestra cuenta al convencimiento de que el Dios que nos planteaban los jesuitas no era sino una caricatura de sí mismo. Se trataba de un Dios muy burgués: personaje cominero, mensurable y contable. A tanto por barba. Si tú me das esto, yo te doy lo otro. Si pecas de pensamiento, son tres padrenuestros de penitencia. Si pecas de obra, trescientos, y así, sucesivamente.

Era un Dios fabricado a nuestra imagen y semejanza egoísta, meticuloso y severo, impervio e infranqueable, particularista y nada coral, lejos del alcance de nuestros pronósticos y de nuestros desalientos. No era el Resucitado con rostro humano que luego aprendimos cuando nos curtió la vida. Sin embargo, la semilla quedó lanzada. Dice Zamacois ese gran novelista psicólogo que los hombres inventaron la Religión por miedo a Dios y la Justicia por miedo a la Ley. Júpiter y Themis cabalgan la misma montura.

A través de aquella horma en la que nos metieron fueron moldeando poco a poco al Cristo sin prejuicios, señor de la historia. De forma imperceptible y sin casi quererlo nos fueron introduciendo en el amor y el conocimiento del Gran Rey. Los jesuitas, contra los que nos rebelamos, consiguieron que dejásemos de ser rahez para convertirnos a la casta del cielo, en raza de los elegidos. Tampoco era la culpa de aquellos pobres sacerdotes, si tuvieron fallos. Como dice San Agustín nunca te quejes ni preguntes qué es esto ni por qué. Porque eres hombre. Ellos nos dieron lo mejor que tenían, con lo poco o lo mucho que sabían. Fue justo que quedasen vacías las aulas de los noviciados y que sobre Roma lloviesen en avalancha las peticiones de secularización.

No obstante, en medio de la tempestad y flotando sobre aquella borrasca de crisis interiores lucía perenne la llama del fuego sagrado.

Ahora, al cabo de mucho tiempo y con costurones y heridas en el alma (dejamos la piel en el combate) se presentan ante el mundo y sus vanidades los que una mañana de Témporas dijeron:“Adsum”(4).

Entonces no comprendieron el sentido de su convocatoria; ahora sí. El vínculo sacerdotal es permanente. Esa promesa de servidumbre al Cristo total formulada ante el obispo nos ligaba bajo juramento a un hermoso proyecto soteriológico. Aquel día nos habían atado las manos. El nudo no se podrá ya deshacer. Es indeleble. Para el óleo de la unción no hay asperges. No se borra ni con papel de lija.

Me pregunto si no irían metidos en aquella desbandada general los apóstoles de los últimos días. La cuestión personal mía, que debe de ser la de otros muchos que se encuentran en mi misma situación, llega en una tesitura difícil para la Iglesia. ¿Serán en todo caso las víctimas las que salven a sus verdugos de antaño? El mundo estaba cambiando.

Muchos sabíamos que la solución no vendría atada a las resoluciones del tan traído y tan llevado Concilio, sino en la reforma radical que la pusiese a cobro de sus enemigos, tanto internos al igual que externos: la gazmoñería, el clericalismo, la prevaricación y la secularización. Intuíamos el peligro de la mano de la frase evangélica “mirad que portáis un tesoro escondido en frágil vasija de barro”. Cuanto más Vaticano, menos cristianismo. Roma pecó. Nos sentíamos desamparados; un poco, como los hijos de la noche. Nadie tiene la verdad absoluta en sus dominios, no se ha formulado la última palabra. El depósito de la fe, de un credo unívoco, yacía consignado en el corazón de Cristo, y era el dracma enterrado que habría que exhumar, pero nosotros con nuestros altercados y nuestros gritos de aula magna, los anatemas y las memeces retóricas, tirábamos su herencia por la borda. Mientras nosotros vamos a piñón fijo, Él mueve todos los resortes. Su visión del tiempo y el espacio es panóptica, no admite segmentaciones. La apostasía de las masas fue el paso siguiente al desbarajuste y confusión que ofrecía aquella tribu de jerarcas aferrada a la letra muerta, que sólo creía en la perduración de sí misma.

Muy sagaz MacLuhan, cuando dijo que lo que importa es el medio, no el mensaje. Los obispos tenían un oído muy sutil para sintonizar con los cambios de rumbo de los vientos marcados en los giros de veleta. Para percibir las frecuencias de onda de la minoría que dirige a las mayorías. Por eso, se ponen siempre de parte del fuerte, pero nosotros no éramos apoderados de renta vitalicia sino los paraninfos que pregonaban un mundo nuevo, los heraldos del amor.

Las ratas empezaron a abandonar el barco, pero nosotros, los que nos salimos o nos echaron de aquellos seminarios superpoblados de los cincuenta y sesenta, seguimos agarrándonos al tablón de una fe visceral y, aun con el agua al cuello, nos consideramos los portadores del estandarte del Paráclito.

Si no pudo ser entonces, nuestro sueño podría llegar ahora. Los dedos divinos hilan muy fino sobre la pleita de la historia. Los plazos del carisma tienen mayor longura que las tablas con las que operan los planificadores de la economía. Hubiera sido terrible convertirse en un obispo al estilo de Setién, otro alumno aventajado de los jesuitas. Aquella dispersión general, aquel rompan filas que sonaría en nuestras orejas como un gemido de atabales, o como una contraseña apocalíptica, sólo se entiende ahora de un modo explícito, al cabo de tanto tiempo. ¿Dedo de Dios o mera concurrencia fortuita?

Medio siglo no es nada en la historia. Nos desapuntamos entonces de una organización que sonaba a hueco, y que quería hacer de nosotros apóstoles cuando aún no nos había zurrado la badana la vida. Por los rincones en los altares laterales donde hacía tiempo que se dejó de decir misa olía a gatuno y a pis de vieja, provenía de no sé donde una emanación agria a rancio sepulcral. Sobraban los retablos. Nunca desertamos de Xpto. Y cada noche invocábamos a NªSª.

El Barbas al mirar hacia Moscú había oído campanada y no sabía dónde. Amábamos las iglesias, y no las queríamos destruir, sólo reformar. Nos sobraron agallas para largarnos a París, o a Londres o a Estocolmo, con una guitarra bajo el brazo, unos pocos duros y un cartón de “Celtas Largos” en el zurrón. Desconocíamos adónde íbamos pero queríamos llegar a alguna parte. La Estrella de la Mañana guiaba los pasos de nuestro exilio. Ella es la que salva y purifica conduciéndonos al Hijo.

Al fin y al cabo, el catolicismo no consiste sino en un combinado perfecto de humanismo y de soteriología cargada de tradición y de símbolos. Constituye la mejor salida ecléctica a los problemas, porque la palabra Iglesia en su acepción estricta de asamblea, combina realidades vivas. Es un círculo infinito. No comprendíamos aquel tiempo, éramos unos caloyos, y, sin embargo, querían hacer de nosotros, nada menos que, unos presbíteros. La obsesión por la pureza daba frutos malignos. Incluso algunos superdotados como Pablo y Agustín se las vieron y desearon para poner la carne bajo férula. Sin embargo, quizás fuera pecaminoso convertir al celibato en una obsesión. Mandaron que maceráramos nuestras espaldas con flagelos y cilicios, y a algunos les cantaban las cadenas cuando marchaban en la fila, al arrodillarse al hacer genuflexión simple ante el Santísimo, al pasar la jarra de agua al compañero en el refectorio y por las noches, cuando tocaba la campana a silencio, la obscuridad se llenaba de golpes sordos de las verberaciones. Nos mandaron comer berros y lechugas porque eran verduras idóneas a la castidad, y las comimos. Nos prescribieron duchas de agua fría, y nos bañábamos en el Eresma en pleno enero. Ayunos y penitencias, sin embargo, se mostraban inoperantes para dominar el deseo. Notábamos mutaciones en nuestros cuerpos. Algo nuevo había nacido.

Una noche de marzo con viento oscuro y denso sentí la llegada del primer alhorre genésico, heraldo del río de la sangre. Fue como la fuerza de un chorro caliente en mi organismo. Percibí vergüenza y pasmo, a la vez que una laxitud indescriptible. “Si te la meneas, te vuelves tísico. Además, vas al infierno”. Hasta entonces no sabía lo que era una contaminación fálica. Pero todo ocurrió de una manera involuntaria como un acto reflejo. Acababa de cumplir dieciocho años. Aquel invierno me había cambiado la voz y apuntaba ya un bozo raquítico que yo observaba al pasar por algún espejo, así como el crecimiento del vello púbico, en las axilas y en las piernas. Me gustaba estar solo. Empecé a llevar un diario y a escribir poemas. Leía novelas inofensivas como la “Meta Soñada” del P. Sobrino y “Perico en París” - los dos primeros libros con que se inauguró mi voraz apetito bibliófilo-. El “Sabor de la Tierruca” y el “Gonzalo González de la Gonzalera” que tenían una portada asaz incitante en la colección Molino (un indiano que trata de seducir a su criada) fueron dos libros para mi vocación incipiente de lector empedernido, pero sobre todo me gustaron las novelas históricas como “Amaya” y “Alfonso VI”. Éstas las devoré en un par de noches en el silencio y la oscuridad de mi camarilla, arrebujado con una linterna bajo el embozo. Varias veces me pescaron. Leer después del rezo del “De Profundis”del acueste, el salmo que taxativamente jalonaba los actos del día hasta que a las seis y media volvía a oírse la campana que nos tiraba a todos del lecho, sonaban las palmadas del presidente de imaginaria e iniciábamos el día con las preces del himno “iam lucis orto sidere”, atentaba contra las normas del Reglamento.

Se cometía un pecado venial. Otros, mientras yo me enfrascaba en aquel ambiente del medievo, hacia el cual me he tirado yendo y viniendo la mayor parte de mi vida, puesto que en este tiempo de navegaciones por Internet mi espíritu sigue vagando por las poternas de un castillo o conserva una querencia imprecisa a las puntas de diamante de una muralla encantada, alcázar fuerte de los sueños que no se corrompen, y bebía los vientos por el ceñidor de Zoraida o me enamoraba de Dña. Urraca, se entregaban a ocupaciones no tan santas, a juzgar por el chascar de jergones o los sórdidos estertores agónicos que se escuchaban de vez en cuando entre las cortinas o detrás de los biombos. Era una forma de paladear nuestra libertad. Aquel pequeño rincón de la camarilla en medio de la crujía era nuestro territorio, único recinto personal, nuestro bastión autóctono, y era con frecuencia violado por el Presidente que recorría todas las dependencias del seminario de imaginaria con su linterna delatora, patrullando los dormitorios. Parecía un fantasma dando voces.

Silencio... A dormir chiquitos... no hagáis marranadas”. Cada uno podía hacer lo que le diese la gana, pero siempre acabábamos todos por ser pescados in fraganti por el prefecto, aquel D. Pedro Recio, o algunos de los presidentes, sobre todo uno de los seminaristas del Mayor, por nombre Eloy, que era un vivo y que se sabía todas nuestras tretas por haber sido cocinero antes que fraile. Se alzaba la cortina de improviso y aparecía el superior con la linterna:

-¿Qué haces?

-Sólo leer. Estaba repasando la lección de Griego que no me la sé bien.

-Estas no son horas. ¿No has tenido tiempo en toda la tarde?

-No, señor presidente.

-¿Cómo que no? Encima de infractor, mentiroso.

A los presidentes, aunque no fuesen sacerdotes ordenados todavía, no se los podía tutear.

-Pues mañana a primera hora te presentas en la rectoral y luego tres horas de rodillas con los brazos en cruz y dos ejemplares del Raimundo de Miguel a cada brazo. Cuando acabes, escribirás en el encerado cincuenta veces: “Después del toque de oración es una falta grave leer en el dormitorio”. ¿Estamos?

-Sí, don Eloy.

Aquel calepino pesaba lo suyo. Se me cansaban bastante los brazos, se me ponían los dedos perdidos de tiza, pero, dentro de lo que cabe, mi castigo era menos vergonzante que el de otros compañeros que habían sido cogidos con las manos en la masa por aquellos sabuesos del Mayor. Para los que se la meneaban, se orinaban en la cama o se hacían incluso lo otro, también había un lugar en el testero del estudio general cerca del estrado. Eran puestos cara a la pared. Aquí un cagón, allá un meón, y ése de los granos va para tuberculoso cofrade del “ale, manita”. Llamábamos más a los cofrades del vicio solitario congregantes del “ Alemanita”.

Los reincidentes eran expulsados. Ante casos de bujarronería, que gracias a Dios no fueron frecuentes, la verdad, el Sr. Rector cortaba por lo sano. Se puede ser todo en esta vida menos invertido. Luego supe que aquellas situaciones de peligro de desvío de la libido hacia la homosexualidad no representaban una alarma, por más que comportasen un peligro real de giro sexual, y dicen que los que van no vuelven; se producían, como cosa natural, por el ambiente cerrado, la represión y el hambre de hembra que suelen ser endémicos en establecimientos donde no hay convivencia entre los dos sexos.

La sala de lectura tenía tres ventanales que miraban al norte y seis que miraban al este. Por unas veíamos machacar el ajo a las cigüeñas en la casa fortaleza del conde de Cheste, en la rinconera de uno de los postigos de la muralla donde arrancaban los arcos del acueducto airoso y esbelto. Estas callejuelas en la parte de atrás de la muralla estaban sumidas en verano y en invierno con sus altos muros cubiertos de enredadera de una tristeza y un misterio infinitos. Eran predios de duendes y de almas en pena; para mí reflejaban la esencia de aquella Segovia mítica y desconocida. Los jueves, día de mercado, abajo, en el azoguejo se escuchaba el ruido de las ruedas de los carros y las voces de los paisanos que siempre hablan recio. Un poco más allá estaba el torreón de los Dávila mirando casi amenazante al parigual del de los Lozoya y entre medias la espadaña de la iglesia de las monjas dominicas, recoleta y románica, que no se abría al público más que por Jueves Santo. Por los otros miradores, a todas horas del día y del año, teníamos una excelsa panorámica de la estatua yacente orogénica de la Mujer Muerta cubierta de nieves entre noviembre y abril y de un color violáceo por el verano. Por esa ruta del sudeste llegaban las cigüeñas, recién pasada la fiesta de San Antón.

Un paisaje así dominando la panorámica tenía obligatoriamente que hacer de nosotros gentes soñadoras. Lo mío, al fin y al cabo, no era más que la pasión por la lectura, pero otros estaban condenados a la vergüenza pública por comisiones menos inocentes, por pecar contra el sexto, y no de pensamiento que al fin y al cabo ningún hombre sabe lo que pasa en el hombre sino el espíritu de hombre que está en él, sino de obra. Habían transformado la potencia en acto. Por la noche en las pequeñas horas de la madrugada se escuchaban sus jadeos a duras penas contenidos y el ruido de los muelles del somier que era lo que ponía en guardia a la vigilancia del somatén de castidad que capitaneaba el bueno de Eloy. Había manos no tan inocentes como las mías que sólo pasaban páginas debajo del embozo. A algunos les salían de tanto darle callosidades en el canto de la diestra o en la de la siniestra, si fueran zocatos, y hasta en las muñecas. La culpa de todo la tenía el ejercicio del “ale manita” en el empecinado dale que te pego. No serás ni el primero ni el último entre tus sodales.

Hay que ver la cantidad de compañeros que hay castigados esta mañana. Las jarras del refectorio se rompían, cascaban los badajos de las campanas y las cigüeñas seguían machacando el ajo sobre los tejados de Segovia. Había siempre ropa tendida en los sobrados. “Fides ex auditu”. Hacia la fe mediante el oído, recomiendan los santos padres. La razón también crea monstruos, como en los aguafuertes de Goya. Aspiras a un lugar bajo el sol del amor platónico, crees en la armonía de las esferas y la fuerza de la gravedad te arrastras hacia el lupanar. S. Pablo y san Agustín se quejaban de lo mismo. San Antonio el Grande, lo cuenta Tolstoi, en un magnífico relato, colocó su mano en la toza y la seccionó con el destral, pero con la única que le quedaba también le venían tentaciones; entonces, fue a otro hermano de la Tebaida y le pidió que le diera allí otro hachazo. Más vale entrar manco en el reino de los cielos que ambidextro. Hubo otro bienaventurado de cuyo nombre no me acuerdo, pero que está en el catálogo santoral, que por no pecar se emasculó a sí mismo con una bipenna o hacha de dos filos. Si tu ojo te escandaliza, arráncatelo. Muy duro esto. En aquellas noches de insomnio, desvelado y casi febril, escuchaba en rededor sonidos feroces. Era los demonios que resoplaban. Había un tal Pantaleón que era cosa mala. Las manos quietas, Pantaleón, mira que te condenas. Mira que te mira Dios, mira que te esta mirando, mira que te has de morir y no sabe cuando. ¿No te da grima abrasarte en las penas del infierno, Bartolo? Más ni por ésas. Pienso, tiemblo, me mortifico, pero qué queréis que haga. El impulso es más fuerte que yo. Vas a acabar en las calderas de tu tocayo Botero, Perico. Allí estaré por lo menos calentito y no me saldrán sabañones, y qué gustico pasarse la eternidad haciéndose una paja. Amos anda, no digas burradas. Vale ya de tanto paloteo.

-Ay Panta, Panta.

Era vasco y como sabía tocar la chifla y también el acordeón le pusieron de nombre Pantaleón.

Pantaleón, más que meneársele, se la machacaba. Sentaba un mal precedente, le cundían émulos e imitadores por toda la comunidad. Supe a la sazón lo que era el placer solitario al que nos arrastraba nuestro masoquismo y los cargos de conciencia que después quedaban. Lo peor de pecar eran las tormentos en forma de escrúpulos al rayar el día, las angustias de la mañana siguiente, cuando me torturaba arrodillado en el confesionario e iba a descargar mi conciencia con el penitenciario sobre si había intervenido mi voluntad en aquellas poluciones.

Procul recedant somnia el nocturna phantasmata, ne polluantur corpora”(5), cantábamos en el himno de Completas. Sin embargo, nadie puede parar a la naturaleza cuando el arroyo de la sangre hace acto de presencia. Bienvenido a la vida mi primer semen. Aquello era como una epifanía, un descubrimiento de manual de iniciación. Entre sofocos y jaculatorias (me había inventado una “ad hoc” que repetía mil veces: “Antes morir que pecar, Jesús mío”) cuando me quería recordar ya tenía mojado los calzones. A los catorce años empecé a notar ciertas durezas en las tetillas. Mis invocaciones incesantes no eran atendidas. Dios no me escuchaba. Iría al infierno de cabeza en compañía del pobre Pantaleón Galende.

Sin embargo, pecaba y no me moría. La voz interior me arguye de pecado. Si te mueres esta noche, te condenas. Desde entonces, por asociación de ideas, que me hacen ver llamas, garios, falos, la crija que pubesce en una adolescente, y diablos cornúpetas, la noción del sexo viene a mi envuelta con el pensamiento del infierno. La fuerza de la vida se encontraba en mis ingles. Por convulsión masoquista. Ya tenía ganas de ir perdiendo de vista al deseo. Y todo esto que es hoy para mí motivo de hilaridad, doblado el cabo de Buena Esperanza de la vida, alcanzada la edad provecta, en el despertar de mi organismo, creo que llegó casi a tararme psicológicamente.

Torbado lo cuenta mejor. Su protagonista, el fraile, se sentía también indigno de acercarse a la sagrada mesa después de una de aquellas efervescentes y movidas vigilias en el cuarto a oscuras. ¡Qué noche la de aquel día! Es una canción de los Beatles, pero también se ha convertido en todo un símbolo de nuestra vida órfica, puesto que para tapar aquellos agujeros nos largamos a París. Si lo confesabas, te sentías mal, lleno de vergoña. Luego los confesores eran todos un poco ladinos o estaban algo salidos. Te asaeteaban a preguntas detallistas de tal forma que ir a confesarse resultaba como ir a la batidora, ponerte bajo el mangual. Te sometías a un tercer grado, y a mí nunca me han gustado los interrogatorios, pero el padre espiritual lo quería saber todo con pelos y señales. Era un meticón por no decir otra cosa. Muchos empezábamos a sospechar de aquellas curiosidades pecaminosas ocultaban cierta morbosidad.

Desde entonces tengo a los maricas entre ceja y ceja. Pero, si no confesabas aquellos nuevos accidentes que acababas de descubrir en tu cuerpo, te condenabas, cometías sacrilegio. Esas eran palabras mayores. Hogaño, cuando se vive en materia de moral a años luz de todas aquellas correncias incoherentes que mortificaron nuestra adolescencia, en plena borrachera del sexo, cuando la gente no distingue ya entre el bien y el mal a tal respecto, y se ha ido al otro cabo la pesa del péndulo, y cuando he descubierto que hay matrimonios que son un infierno portátil que diría Quevedo y que son perfectamente justificadas las cauciones de la Biblia contra la mujer, porque transmiten la vida y también la muerte y llevan el diablo dentro, a muchos puede que todo esto que cuenta Torbado en su libro les suene a cosas de otra galaxia.

Antaño suponía para nosotros un martirio como la uña de fuego o el cepo. Algo parecido al potro, los caballetes, el garfio, la pezuña de hierro, o la parrilla. Para no caer en tentación, algunos intensificaban sus mortificaciones. Más ayunos, más duchas de agua helada, ración doblada de latigazos con las correspondientes disciplinas al acostarse, el cilicio en el muslo o a la cintura. Mucha escarola en el refectorio. Pero, nada. Los movimientos lascivos del sueño tenían un poder extraño sobre el subconsciente. Convenido que la castidad aúna lo que está disperso, S. Agustín, con su mente sublime y su palabra candente, quiso solventar el problema con su famosa imprecación: “Dadme lo que mandáis y mandadme lo que quisieredes”, pero en aquel curso ninguno de nosotros habíamos acaparado la santidad y la inteligencia del que escribió “La Ciudad de Dios”. De poco servían pediluvios para bañar todo un océano. Aquello estaba cada vez más tieso, era una erección sin pausa. Pantaleón fue diagnosticado de padecer una doble enfermedad que nadie había oído: priapismo y elefantiasis, todo en uno. Ofrecía deplorable aspecto y ante el espectáculo de aquel ser deforme había que preguntarse si fue Perico el que pecó, o fuera más bien su padre.

-Esto es terrible, chiquitos. Paso unos apuros que ni al más enemigo deseo. ¿Qué queréis que lo haga? Pero el urólogo dice que es un acto reflejo.

-¿Y qué tal meas, Pedro?

-Fenomenal, chico, fenomenal. Meo como un padre de la Iglesia, pero que no se me baja. Todo el día, emporrado.

Se le notaba un bulto imponente debajo de la sotana. Lo tuvieron que dar de baja. El rector le mandó para casa unos meses por ver si se le pasaba con un tratamiento. Nunca volvió. Fue entonces cuando empezó a circular por los corrillos la noticia de que D. Marciano, el ecónomo, había dado orden a las monjitas de que echasen ciertos polvos en las jícaras del agua del refectorio. Lo del bromuro, sin embargo, no funcionó como tampoco surtieron efecto los triduos y novenas a S. Luis Gonzaga. Aquel sexo desvencijado y en conexión directa con una semiótica de muerte y de convulsiones agónicas en plena noche empezó a ser para muchos de nosotros un trauma. No tuvimos una educación sentimental y acabábamos, una de dos, por colocar a la mujer dentro del casalicio de las vestales intocables, o las bajábamos del pedestal y nos largábamos al burdel. O no bebes o te emborrachas. No había termino medio. Tampoco es eso.

Dª Dulcinea se daba el pico con Dª Barragana. Los erotómanos vendrían a decirnos que eso que llamamos amor no es más que una reacción química, y que al fin y a la postre el hombre y la mujer (ésta en grado supino) no somos más que cañerías en un ochenta por ciento.



Al igual que Fray J. Antonio, yo también perdí la virginidad con una morenica de culo bajo, y con pinta de valenciana, de la calle Echegaray. Sólo recuerdo que hacía mucho calor. Era un día de Santiago. Yo hice mi primera carga de caballería, inscribí mi nombre en el registro, hacía mucho calor, un calor caliginoso de tormenta, y sobre las calles de Madrid descargó una tromba de granizo con gran aparato eléctrico, mientras yo me ocupaba con Merceditas. La meteorología y mi incontinencia festejaron al patrón de la España por todo lo alto. Había que matar la tarde. Honrar al santo.

-¿No me pegarás algo?

-Voy al médico cada quince días, cariño.

-Es que es la primera vez.

-Bueno. Tú no sufras. ¿Me pagas ahora? Son quinientas.

Me moría de remordimiento y bajé huyendo como despavorido hasta encontrar un templo. Vagué por las calles vacías como un zombie. Estuve hasta que cerraron el Cristo de Medinaceli en un rincón de la nave de la iglesia, en lo más oscuro, de rodillas y muerto de vergüenza. Si te mueres esta noche, te vas al infierno. Estás en pecado mortal. No sé si lo que sentía era asco de mí mismo o tristeza post coito. El peso de la culpa no me dejaba vivir. Llegué a suponer que acostarse con una puta era un pecado de naturaleza reservada, de esos que sólo son perdonados por el papa. No me atrevía a confesar mi pecado con un cura de Madrid y tuve que ir a buscar penitenciario fuera de la capital. Una mañana me subí en el tren camino de Toledo. Hice cinco leguas para descargar el saco, pero, contra lo que yo asumía el camino fue bastante recto y llano, aún queda buena gente en el mundo. El abad, al que confié mi conciencia, no era de la clase de torturadores a los que yo estaba enseñado. Su manga ancha recordaba a la de los capellanes castrenses. Para él irse de picos pardos no revestía demasiada importancia, con tal que la frecuentación de burdeles no se hubiese afianzado como habitual en las costumbres del confesando. Lo primero que me preguntó fue si me desahogaba con visitadoras por norma general.

-¿Cuantas veces, hijo mío?

-¿Cómo?

-Que ¿Cuántas veces te has ido de putas?

-Una ¿Y le parece poco?

Me miró de hito en hito. Saltó la sorpresa. Casi pega un brinco dentro del confesionario, estaba que echaba humo y de la furia creo que se le volvió negra al padre la estola morada, yo le veía por la rejilla cómo sudaba. Me pareció que me estaba llamando gilipollas.

-Y ¿para eso me has hecho bajar, mastuerzo? Si la gente no se acostase con la gente, tú y yo no estaríamos aquí en esto. Tirarse a una tía siempre resulta más higiénico que masturbarse, y siempre será un pecado menor que pagar mal a los obreros, pero ¿ qué estamos haciendo en la Iglesia si no prefabricar tarados mentales, curas insulsos y martirologios de idiotas?

No me lo esperaba, el reverendo abad me había salido del todo progresista, era uno de esos frailes que andan por el mundo con pinta de idiotas, pero que luego resulta que saben más que Cardona, pues están al loro, se tragan todos los telediarios, saben leer la letra pequeña de los periódicos y hasta visitan de incógnito los burdeles. De modo que lleva razón el refranero cuando se formula la pregunta sobre nuestra paternidad siempre incierta. Nadie podrá decir que este cura no es mi padre. Acaso estos escrúpulos tengan la culpa de que algunos ex seminaristas salieran tan malas personas y es que nos torturaron de pequeñitos, nos dieron una imagen falsa de la mujer, llenaron nuestra cabeza a pájaros sobre hipotéticas salvaciones de negritos. Sembraron en nuestras conciencias toda esa malicia vaticana y se agenciaron una bonita manera de espionaje por poco dinero, colándose de rondón en los hogares y en los tálamos y en hasta en los calzoncillos de nosotros todos, mediante la astracanada de intimar los pecados privados. La Iglesia griega sólo conoce la exmologesis que viene a ser una confesión privada de ciertas faltas y una profesión pública de fe, pero sin las aberraciones a las que ha dado lugar en la latina esta norma, dejando la puerta franca al diablo de los escrúpulos que torturan la conciencia, la preeminencia del clero partiendo de la base de que toda información es poder, e incluso el trato torpe. Obras como La Regenta y gran parte de las novelas de Galdós dejan al trasluz todos esos abusos, que no son pecados de fe sino afrentas a la credibilidad soteriológica de los que están obligación de estar con el pueblo y defender la grey. Esta confesión y penitencia pública era posible en la edad media cuando había una interacción de valores, incluso una identidad del hombre de la calle con el credo romano, cuando trono y altar y “Pópulus cum exercitu” eran partes de una misma realidad. Hoy el Vaticano ha hecho de la nave de Pedro un ente de razón, una inmobiliaria, acaso una ONG, con una cabeza visible de mucho prestigio, pero que eclipsa totalmente al caballo de fuerza de la institución, que es el pobre cura de una parroquia del suburbio, o de un católico desorientado con angustia y con muchos problemas que la Iglesia no puede resolver. Y alguna veces los curas - son los mejores- lo reconocen como me ocurrió a mí con el pobre Hernández, capuchino de Medinaceli al que confié mi delicada situación conyugal.

-¿Qué soluciones me da, padre?

-Hijo, no lo sé.

Como era un tipo muy legal, acaso por eso acabó cometiendo el disparate de asestarle varios navajazos a otros cofrade de la comunidad para después terminar suicidándose. Era un sacerdote eximio, que cargaba con las culpas de todos, yo pienso que se ha salvado. El padre Hernández, el de los buenos consejos, nunca podrá estar en el infierno.

¿Quién puede decir que este cura no es mi padre? ¿A quién no le tocaba la pirla el P. Muñana, rector espiritual de retóricos, y que era algo maricón por cierto y uno estaba en Babia por aquel entonces?

A medida que iba soltando estas Maximino fadas, subía el tono de la voz que ya no era de falsete, sino casi gritos desairados. Parecía fuera de sí. Algunas beatas que estaban abrazadas a los santos volvían la cabeza con cierto temor ante la bronca que me estaba echando el fraile. “Éste me sacude si no espabilo”, decía yo para mis adentros. Faltó un tris que no me puso la mano encima. Pero, “De nimis non curat praetor”. Me despachó de mala manera y casi me negó la absolución. Nunca pude ver a un abad con tanto cabreo en el cuerpo. De buena gana hubiese agarrado el báculo y empezado a dejarme marcas en las posaderas. Pero me hizo un bien de paso, porque al levantarme del reclinatorio me sentí alígero casi como aquel personaje del Decamerón al que su amigo, después de muerto, vino a visitarle en espíritu, y le confesó que hacerlo con moderación no era pecado. Camino de Madrid, otra vez en el tren, era como si me hubiesen crecido alas por los sobacos. Hubiese sido capaz de comerme el mundo. Al fin y a la postre, yacer con hembra placentera constituía parvedad de materia, un pecado menos grave de lo que hubiera imaginado. Ya no era pecado, ponía un anuncio muy grande en la calle la Montera. Allí las hetairas de Madrid hacían la carrera.

Sin embargo, no estaba tan curado de espanto como suponía, porque al polvo siguiente, esta vez con una portuguesa, que durante la coyunda no paraba de asirse a mis carnes llamandome miño fillo del alma, (al terminar se despidió de mí con un cortés “moito obligado”), la conciencia atormentada volvió por sus fueros. Los moralistas no se ponían de acuerdo sobre mi caso, porque cada uno me venía con una respuesta antagónica. El abad toledano, o tenía demasiada manga ancha, o debía de ser un viva la virgen, me dijo otro padre, al que fui a descargar de nuevo mis escrúpulos. Ese que te ha dicho eso ni es abad, ni es franciscano. A ver si eres tú que los has soñado. Hijo mío, te estas haciendo mucho daño.

Acabé a los pies y ante las luengas y blancas barbas del P. Dámaso, un capuchino del convento de Bravo Murillo con fama de santo, cuando no había aun llegado la relajación a los monasterios y no se producían en ellos confrontaciones a navajazos como acaba de suceder en el convento de Medinaceli (entonces tenía la Iglesia al diablo en amarras y hoy anda suelto, va por donde quiere y le da la gana) y la revolución escatológica que trajo el Vaticano Segundo no había causado estragos en las filas del Cordero, y la jerarquía no se había apercibido que el aggiornamiento y la renuncia al latín Roma había claudicado ante la bestia.

Tenía buen cartel aquel religioso de barba que parecía el vellocino de Gedeón de tan blanca y abatanada, y muchos parroquianos que acudían a él para descargar el saco. Por lo menos, era uno de esos curas que no se asustan por nada, ni te echaban un rapapolvos, ni nada de eso. En su confesionario, muy solicitado y el más concurrido de Madrid, había que guardar cola. A él confié de nuevo los secretos de mi ánima atormentada, por mor de las flaquezas de un organismo insumiso. Ya digo, para mí el sexo ha tenido que ver con la escatología. La avenida del gozo es tributaria del infierno. A juzgar por la forma en que fuimos hechos, no podremos temer esa inclinación de la naturaleza a yacer con una buen torda.

Una filiación más animalmente asquerosa. Sus advertencias me metieron el miedo en el cuerpo. Me exhortaba a que llevara una vida casta, no por la virtud sino por las consecuencias del vicio en que estábamos enviscados muchos jóvenes de aquella pléyade. Una de las frases que pronunciaba ante sus pupilos el franciscano:

-No sólo, hijo, se pierde tu alma, sino que te estas haciendo polvo. Ya sabes lo que cumple: a rezar a la Virgen pidiendo te regale el don de la pureza, acordándote siempre de la era de la muerte, pues Dios lo ve todo incluso los actos impuros que se cometen en la intimidad.

Francamente, no hay que negar morbo a tales admoniciones.

Pero ¿Qué tenía que ver la Deípara con cosas de tan poco monto que nuestra imaginación cargada de ñoños escrúpulos exacerbaba?

Sus campañas contra la masturbación fueron titánicas. El onanismo constituía para él una especie de terror milenarista, un signo de la degeneración de la raza. Y puede que estas advertencias del buen capuchino que sonaron en los púlpitos de los sesenta tuvieran algo de proféticas, porque en los noventa se nos ha secado el jugo; somos el país con menor tasa infantil del mundo. Antes, las españolas cuando besaban parecían hacerlo de verdad, hoy ya nos las empreña ni el conde Lequio, porque se han vuelto de lo más negado para parir. Todas, machorras, oiga usted.

Los que se desahogaban se volverían impotentes, no podrían procrear, clamaba aquel bendito, a decir verdad. Y es que acaso no sea sola la culpa de las mujeres. Como de jóvenes nosotros nos pasábamos la vida meneándonosla, ahora se ha secado la simiente. Castigo de Dios. Tales amonestaciones, que antes las escuchaba como quien oye llover, sembraron ahora la alarma en mí. La posibilidad de una condena eventual al fuego eterno no revestía tanta importancia como el hecho de que pudiera quedar mal cuando fuese con una mujer. Empezaba a asomar ya su cabeza de pulpo el fantasma de la impotencia. El deleite oculto e inconfesable secaba las fuentes de la vida, según el capuchino en cuestión. También me asustaba pensar que me pudiese pasar a mí lo de Pantaleón. Vamos lo que le sucedió a mi compañero de aula es para cortársela. ¡Qué vergüenza! ¡qué suplicio! Tuvieron que hacerle una operación para que se le bajara la cosa, ¡qué cosas! ¡qué desperdicio de hombre! Y ¡ahora tanta gente que toma el viagra! No malgastes tus defensas procreadoras, Antoñito. Resérvate para el día de mañana. Pero yo por aquellas calendas estaba para pocos sermones.

Era este medio frailuco tan exiguo de estatura que no alcanzaba con los pies al suelo. Dábate en la espalda tiernas palmadas, mientras recitabas tus pecados. Vamos desembucha, hijo y no te azares. Siempre, lo mismo. Aborrece el pecado, compadece al pecador. Exhalaba un aliento fresco como de juncias que acariciaba mi oreja. Todas prevenciones eran pocas, como si dijésemos, para ayudarte a descargar el saco. Pero me asustaba más su barba blanca de gnomo de jardín que mis propios pecados. No era ninguna tontería lo que se decía de él: que había obrado milagros. Fue el único miembro de aquella comunidad que se libró de ser fusilado por los rogelios en el 36. Corrían leyendas acerca de su capacidad para hacerse invisible y sus dotes de bilocación. Le vieron en dos lugares al mismo tiempo. Cuando le llevaban esposado junto con sus compañeros los milicianos se hizo invisible en el instante en que subían a los claustrales para el camión. Era tan pequeño que podía esconderse en una caja de muñecas, y a lo mejor en esta milagrosa evasiva intervinieron sus poderes taumatúrgicos. Se contaban de su persona cosas parecidas a las del P. Gago al que llamaron para fuese a confesar a una mujer de mala vida, en los días iniciales de la guerra; ésta se hallaba sana, simuló estarse muriendo, y, al llegar al lugar, fray Dámaso la interfecta acababa de expirar. La broma terminó de una manera macabra. No se puede jugar con estas cosas de Dios. Luego durante la década de los sesenta cuando yo le conocí se habían hecho legendarias sus caridades. Todos los pobres de cuatro Caminos y Estrecho lo tenían por un tutor en su desconsuelo, rescató a muchos de la cárcel saliendo fiador de muchos. Murió en olor de santidad.

-Sí, padre, sí.

-Pideselo a Nª.Sª.

-Se lo pediré, padre mío.

-Mira que tu cuerpo es templo del Espíritu Santo.

La frase del apóstol siempre me ha parecido o mal interpretada o excesiva, pero en fin... Dije:

-Hago propósito de la enmienda y así será.

Intenté el plan aconsejado y surtió efecto. Desde entonces, jamás cometí un acto impuro conmigo mismo. Todo lo puedo en Aquél que me conforta. El bendito capuchino tenía una gracia especial. Y ese poder me salvó de las secuelas de mi decisión de haber abandonado la carrera eclesiástica cuando sólo me quedaban unos meses para ordenarme. Creo que entonces quería todavía ser sacerdote. Quería irme a misiones o encontrar un obispo que revisase mi caso. Lo encontraría en la diócesis de Westminster algún tiempo más tarde. Me ordenó de cura Mons. Callaghan, pero no se habían acabado enteramente mis corrupciones. Al poco tiempo de empezar a ejercer mi ministerio me crucé en el camino con la mujer de mi vida. Esta obra de Torbado ha resucitado en mí amargos recuerdos. Cuando el protagonista declara “yo la maté”, al ser enterado del suicidio de su novia Anika, pude hacer mía las palabras, porque Suzanne murió de un cáncer poco después de separarnos, como consecuencia de mis corrupciones, de mi carácter inestable, de un pasado cultural y familiar de prejuicios seculares. Eso pesaba mucho. Suzanne, mi santa mujer, estés donde estés, que sepas que te sigo queriendo, y te pido perdón.

Quedó una hija que no ha querido saber más de mí. Este apartamiento ha sido para mí la gran corona de espinas. Pero éstas son mis corrupciones y no mis confesiones. He tenido que hacer este inciso, porque el P. Dámaso, a pesar de ser un santo y de curarme de mi herida, no pudo acabar con mi dolencia. Vivíamos con el alma escindida. Actualmente, reivindico la causa de los sacerdotes casados, de los pecadores que han bebido con Xto. El cáliz del dolor. Ahora sigo siendo sacerdote. Rezo el breviario y digo mi misa todos los días en el silencio de mi apartamiento. La memoria de aquel capuchino llega teñida de bondad. Es un recuerdo agridulce, el que queda después de haber conocido a un santo. Había sido amigo del P. Pío el vulnerado, y lo mismo que su hermano de hábito italiano, llevaba sobre su cuerpo los estigmas de la crucifixión. Sus manos eran blancas, al igual que las barbas sobre el escapulario de color café y el cíngulo blanco. Brillaban en la oscuridad del templo. Su cuerpo despedía odoraciones místicas. Había conocido a muchos sacerdotes, pero a pocos santos y uno de ellos era el P. Dámaso.



Una noche, de regreso a casa a mi domicilio, en la calle de Presidente Carmona, en un descampado que se llamaba en el viejo Madrid el Canalillo- la zona donde ahora se levanta Azca- me salió al encuentro una mujer medio desnuda solicitándose e insinuándose.

-¿Tienes cinco duros, chato, y nos tumbamos un ratito? La hierba del Canalillo está fresca, como un botijo, acaba de llover.

Le entregué todo el dinero que llevaba encima, que eran unas treinta pesetas, pero me negué en redondo a acompañar a la meretriz. Esta dádiva le pareció una injuria.

-¿Por qué? ¿No te gusto, cacho bobo?

-Sí, pero soy templo del Espíritu Santo.

Rompió a reír la esquinera. Nunca había escuchado yo carcajadas tan infernales. Era una de esas orondas ninfas, mucha mujer, que merodeaban las riberas del Canalillo o los altos del Cerro la Planta en el Madrid de aquellos años. Ya Galdós, que debía de ser buen cliente de ellas, y adicto al amor mercenario, menciona como lupanar a la luz de las estrellas las campas de detrás de los Cuatro Caminos en sus “Episodios Nacionales”.

Por su forma de hablar la dama de noche debía de ser culta.

-¡Qué tío más cachondo! Si tú eres el templo de la Blanca Paloma, yo soy el Partenón de Atenas. ¿No serás tú un cura disfrazado por un acaso?

-Sólo soy diácono.

Eché a correr. Llevé su burla pegada a los talones bastante rato. Sus homéricas risotadas retumbaron sobre las gradas del Bernabeu. Entré en mi casa victorioso de haber ganado aquel combate. Nadie es continente si Dios no lo da. Razón llevaba S. Agustín. Durante mucho tiempo no me cupo la menor duda de que la solicitadora, docta e inspirada en el mundo clásico, era el diablo que se me apareció. Desde entonces no volví nunca a caer en la tentación del trato torpe. Cuando tuve relaciones con alguna mujer, tiempo adelante, era o porque las amaba o porque buscaba en el ayuntamiento carnal el noble afán procreador. Había tomado la resolución de volver al seminario y completar el trimestre para concluir mis estudios de Teología. Cuando abandoné la carrera eclesiástica ya estaba ordenado de Mayores, y tuve que solicitar las engorrosas dispensas. No me había sentido con fuerzas para aceptar el yugo del celibato, pero por ese cabo, así lo creía yo, al final de una serie de tristes experiencias, creía haber conquistado una posición de fuerza. Pero esas experiencias no pudieron ser más bochornosas. Sin embargo, el P. Dámaso me había hecho regresar al punto de partida. Nunca debía de haber saltado el zarzo. Había obrado con precipitación. No me restituí al conciliar de Segovia. Por el momento fui a París y -la de vueltas que da la vida, que “es más voluble que el corazón de una hetaira”, como bien dice Torbado en esta novela- quien me iba a decir que a los dos años me ordenaría de presbítero en Londres. Fui destinado a una parroquia al Este de la metrópoli, conocí a una de mis feligresas, y acabé casándome con ella, pero esta similitud no hace al caso, a la hora de parangonar mi acción personal con el de los personajes de esta ficción torbadiana. Toda obra de arte es la consumación de una profecía. Las “Corrupciones” vienen a ser una visión sincrónica del mundo de entonces. Todo ha dado la vuelta en poco más treinta años. Su libro es tan sugerente porque encarna la forma de ver la vida de toda una generación. En lo que a mí afecta, bien lo sé, los paralelismos son sólo periféricos, pero hubo miles de españoles que el año 64 tenían veinte años y que pasaron por ese trance. La crisis, más que política, era religiosa. Por boca del Barbas y del ex fraile habla todo un coro de juventudes reacias. El catolicismo tal y conforme había sido entendido o nos lo habían enseñado estaba cayendo en barrena.

Casi pasé como sobre ascuas por el París existencialista. Las cavas de la margen izquierda del Sena me interesaron menos que las alturas del Monmartre, que Chartres, Notre Dame y Reims y, sobre todo, la catedral ortodoxa de París, donde escuché el arrullo aquietador de la recitación de las preces, donde mi alma feble quedó inmersa por el halago del oído con aquellas escalas arcangélicas que sólo la liturgia de Bizancio supo conservar, quedó sumida para siempre en la sublime belleza de la Sabiduría. Era Xto entrando gradualmente por la conjunción de las voces en los concentos del coro. Mi alma se derretía en la suprema verdad. Francia era para mí Cluny, Lisieux, Chartes y la Catedral de la Trinidad en uno de los barrios más elegantes parisinos. Mirando para la mandorla mística de Reims, claustro materno del Pantocrátor, volví a nacer. Vi que en el vientre de María flotaba la salvación, y desde entonces habitó el Verbo entre nosotros. Al encarnarse en el útero de la Deípara el hijo de Dios se hizo ciudadano del mundo. Sin embargo, toda esa carga experimental que relato en otro libro no pertenece a este humilde reseña mía (cada libro escrito proyecta otros mundos, incluye otra infinidad de tramas y de situaciones, y de ahí ese carácter de epifanía reveladora que tienen todos los grandes trabajos de inspiración) de esta novela iniciática, la cual refuerza mi criterio, toscamente expresado, de que el Señor no abandona la tierra, aunque nosotros, con nuestra impostura, y apostasías, intentemos arrojarlo del mundo. No puede ser. Dios es la memoria. Nadie podrá borrar su rostro poliédrico, ese ojo de Ra, que encara las tres vertientes trinitarias, el hoy, el ayer y siempre, ni hacer deleátur de su nombre así como así. Los personajes de las “Corrupciones” estaban en mi evocación, que es como una estación de radio, que capta las ondas de la Gran Memoria divina. Todos entramos en esa rueda. Todos estamos salpicados de su reflejos. Recuerdo la teoría sobre la novela que expone al respecto C.P. Snow, como sincronía, participación, comunión con un trecho histórico. Las casi cuatrocientas páginas de este relato fluvial me han hecho sentirme más yo mismo, no obstante ser parangonables algunos entramados con  la  peripecia que yo viví. A este flujo de movimiento igualitario, en sincronía con el cosmos, lo denominaba la mística de oriente la redola de nivelación. El círculo gira y no se acaba en sus evoluciones de rotación por la órbita solar.

Aterrizamos en París de antuvión, como bajados de una nube, éramos los hijos de la noche los jóvenes de aquella generación que fumaba canutos, y, organizadas las sentadas, se proclamaba partidaria de hacer el amor y no la guerra. Llevábamos briznas de hierba en el pelo y flores psicodélicas en las orejas. Esas rosas no han fenecido. Aun siguen esparciendo su aroma. Todo nuestra acucia, tocar la guitarra y hacer la revolución. No éramos más que una cuadrilla de soñadores laborantes de la Hora Undécima recién llegados a vendimiar el majuelo borgoñón en sus mejores cepas. Y París era una fiesta, ¡Oh dolor! Mas, es preciso insistir: las semejanzas con este friso de caracteres dibujadas con mano experta por Torbado y que todavía andan en lizas vivitos y coleando por las madrigueras del recuerdo (Susi, Anika, Demetria, el Barbas, el Viejo, el Holandés, la portera y los mozos de cuerda de Les Halles) son pura coincidencia. Nadie sabe nada sobre el hombre. Cada persona arrastra un mundo tras sí. Sin embargo, son tan verosímiles y tan felizmente trasladados de la realidad al papel que los lectores que vivieron aquellas experiencias seguramente se habrán codeado con ellos en el metro o hayan hecho cola por la lechuga y la escarola ante el puesto de una misma verdulera. Esta cualidad para plasmar en universales lo que es particular, y la agilidad de abocetar personajes de carne y hueso sobre una horma que muchos palparán y hasta comprenden, es lo que define mejor al novelista puro.

Al igual que ellos, me emborraché de París, subí a Montparnase, escuché el canto de los mirlos en el Bois de Boulogne o di de comer a las palomas reunidas en concilio a mis pies mientras iba desgranando las migas de una “demi baguette” por Trocadero. Sentí afluir un torrente de lágrimas que me supieron a miel nada más escuchar a los acordeonistas callejeros. Aspiré las emanaciones olfativas de la ciudad. París huele diferente, que Londres o Madrid. Cada metrópoli hace reserva de sus propia odóntica, porque es a través de sus olores que llegamos al corazón de una ciudad. El vino y la cerveza no los caté. Era abstemio por entonces y considero que mis relaciones con mujeres fueron esporádicas y banales. La Ciudad de la Luz iluminó mi inteligencia con su foco de la razón pura. El amor me aguardaba a orillas del Támesis. Cada uno seguimos nuestro propio sino. Paris es demasiado lógico y silogístico para entregarse a las dilapidaciones viscerales del amor. Recapitulemos por vía comparativa: si Berlín es la bolsa filosófica y la caserna de Europa, y Paris, la cabeza racional, Londres es su corazón afectivo. Los que llaman a Paris la ciudad del amor se equivocan; la verdadera ciudad del amor es Londres, la cual desde que llegué a ella me subyugó. París sólo me entusiasmó desde la dialéctica. Aún me pareció escuchar los ecos de las polémicas de Pedro Abelardo en la Sorbona, Descartes me miraba desde su peluca invasora. Toda Francia, como un gran monumento a la razón, es un país como tirado a cordel, basado en la trigonometría. Estaba por venir la experiencia traumática de mi vivir. En Inglaterra un corazón me aguardaba al otro lado del Canal, y más allá de los lises teúrgicos de mi querida Lisieux. Si mi concepción de la existencia es cartesiana, lo mejor de mi sentir pertenece a Londres. Ella me estaba esperando en un jardín de Essex. El punto de fuga es la búsqueda del eterno Femenino. A París habíamos salido en busca de las muchachas en flor y de los escritores de la generación perdida (Proust, Dos Passos, Hemingway, Henry Miller). El nombre de la “década prodigiosa” era algo más que un grupo musical. Nosotros lo supimos. Se trataba de una aproximación diferente a las cosas, otro método de interpretar el mundo. Los sueños por una vez cobraron carta de naturaleza y se convirtieron en reales. Nos prosternamos a las plantas de la utopía. Fue algo que no había conseguido nadie hasta entonces. ¿Ardía París? ¿Era aquel estridor de gentes llegadas del otro lado del mar que pasaban el asfalto reblandecido por los calores de agosto de la Plaza de la Concordia nada más que una quimera, una ilusión óptica?



Dejé de ir a misa los domingos, pero rezaba el breviario todos los días. En el metro, en los bancos de las Tullerías, deambulando por los parterres de los innumerables jardines parisinos era para mí un orgullo silabear los salmos infinitos y las antífonas de cada jornada. No se trataba de cubrir el expediente ni de cancelar mi reato con la Iglesia, en virtud de mi compromiso con ella como subdiácono, sino de religarme nuevamente con el ámbito de la Promesa. Este rezo me llenaba de calma, aplacaba mis hambres, y era como respirar. Vine a encontrarme con otro que estaba en una circunstancias similares. Era Usategui, un ex jesuita que había sido condiscípulo en Comillas. Ahora era un giróvago, una especie de vagabundo, pero él también saldaba su compromiso y rezaba el reato del breviario. Nos tropezamos por casualidad en los vestíbulos del n. 53 de la famosa Rue de la Pompe. Yo no le reconocía, pero él se percató pronto de mí:

-Maximino, ¿Qué haces aquí?

-Supongo que lo mismo que tú: buscar trabajo y un lugar donde tirar la boina.

-La chapela querrás decir.

-Llevo dos días durmiendo a la belle etoile abrigaño de los evónimos de un bulevar. Se me ha acabado el dinero y no tengo alojamiento.

Musitó algunas palabras en vascuence. Me miró de hito en hito. Lo primero que le llamó la atención fue el devocionario que estrujaba contra el sobaco y un crucifijo, el de mi rosario, que colgaba del jaretón del bolsillo del pantalón.

-Veo que no has olvidado las buenas costumbres. Eso está bien.

-Sí. Anteanteayer, cuando se me acabaron los cuartos y me echaron de la pensión, deambulé por las calles sin saber adónde ir. Fui a Saint Sulpice, les expuse mi situación, pero un abate con cara de mala uva me dijo que era un pecado de lesa majestad quedarse sin guita en una ciudad como ésta. He rezado ya todo el hebdomadario de las siete ferias empezando por maitines y terminando por completas. No tenía otra cosa que hacer y la plegaria parece que me confortaba. El oficio de la Virgen (eran las vísperas de la Asunción) es grandioso. Alguna ventaja por módica que parezca tiene que tener el saber latín.

-Tú siempre con tus aventuras, ¡eh Maximino! ¿Pero has comido?

-No.

-Vente conmigo.

Me invitó a café con leche en la Estación de Austerlizt.



Iñigo Usategui había dejado de ser aquel adolescente de piel trigueña con el que compartí pupitre en tercero de Retórica en el seminario de Comillas y se había convertido en un mocetón con boina como aquellos marineros que pintó Zuloaga, pero sus ojillos seguían siendo risueños. Era el mejor pelotari de los cuatro seminarios, el tirocinio incluido. Como buen vasco era de corazón sencillo, aunque le salía una jactancia de no sé donde como un furia contenida cuando hablaba de su país. A mí me tenía cierto respeto, porque yo, aparentemente muy poquita cosa y un renacuajo castellano, le había ganado una vez al frontón. No se le había olvidado. La hidra de Lerna del nacionalismo sin concesiones, tajante, xenófobo, cargado de odio y de reivindicaciones al que le escuece esta historia nuestra que siempre han tratado de imprimir en la Edad Moderna los dómines de Oxford, señores tan petulantes como los Carr, los Madariaga, un poso negro de anti España. Sus siete fauces, sus catorce ojos que se iluminan como el fuego fatuo de campo de tumbas, candelas espectrales en las hermosas noches de nuestros veranos repletos de vida cuando Castilla huele a polvo de verbena y a churros de la fiesta. Ellos han domado la bicha. Tendrán que rendir cuentas por su felonía. A su grupo cabría unir a los del Vaticano. Pero hay un enemigo interior, un topo implacable que horada y horada. Durante siglos sólo hizo una cosa: destruir.

-Le dabas muy bien a machote, ¿eh?, pero a cesta punta yo siempre te hacía mascar el polvo.

-Hombre, claro. En eso los vascos sois los mejores, pero cuando hay que dejarse la mano en pelotas forradas de piel de gato, los tíos de Palencia o de León éramos más sufridos. Vosotros erais como más señoritos.

-¿Eso te parece?

-Me parecía entonces, cuando sólo había diferencias regionales. Hoy lo que hay son nacionalismos y muchos deseos de venganza.

-No me seas facha, Maximino.

-¿Qué, lo dejaste ?

-Sí. Tampoco me probaba. Estuve dos años de cura en una iglesia de Derio.

-¿Tendrías que pedir dispensa a Roma?

-Como todos.

-¿Y ahora a qué te dedicas ?

-¿Cómo que a qué me dedico? Vaya pregunta. Toma. A luchar por la independencia de mi país.

Ciertos eran los toros. La Eta, una palabra que zumba en torno a los oídos de los españoles como un silbido de serpiente cascabel, omnipresente en la actualidad española con su amenaza de secesión perenne, y una lista negra de atentados, muertes, mutilaciones, se formó en los claustros de los conventos. Sus primeros militantes fueron cucarros como mi amigo Usategui, el risitas. ¡Qué baldón para la Iglesia! Muchos de mis compañeros, los pocos que se ordenaron, se tiraron al monte. Se unieron a la facción de los guerrilleros en Colombia. Formaron tanda con Camilo Torres.

Iñaqui Usategui todavía rezaba el breviario por las noches. Le daba fuerzas para la lucha revolucionaria. Seguía siendo tan buena persona como fanático en sus convicciones políticas. Perdía los estribos cuando alguien le mentaba palabra España o Franco. Nunca conseguí entender aquella exaltación animaadversa de los recios vascongados contra Castilla la gentil. ¡Pero si España es el país de la cultura perfecta! Y, como en euskera no hay tacos, empleaban el español para llamarnos hijos de putas, enanos, ogros sanguinarios. Yo asistí al parto de los montes y vi mi patria destrozada. España se poblaba de piedras tumbales y de lápidas funerarias donde yacían tricornios y se inscribían nombres de sufridos guardias civiles, gente del pueblo, a los que la Eta mataba y el gobierno organizaba funerales vergonzosos en el que había que sacar al muerto por la puerta falsa. Ellos iban a consumar un proceso iniciado en la timba del 98. España tendría que apurar el cáliz del dolor caminando por la senda de la vía dolorosa, desde el tupé de Sagasta al “recorrido” de Anasagasti. A ese Sagasta le arranco yo el tupe. A ese Anasagasti lo despeluzo para mostrar al mundo que es calvo con todas las de la ley. Sabrá entonces el mundo quién estaba detrás de los que pusieron la bomba del “Maine”. Arzallus es legatario de Maceo y los dos tienen por padrino al mismo hermano americano.

-¿Qué os hacen esos servidores del orden público para que les deis cobardes tiros por la espalda, Usategui? ¿Qué ofensa os han deparado ?

-Personalmente, ninguna, pero son miembros de un ejército de ocupación, enemigos de los gudaris.

-Te has olvidado de los diez mandamientos. Ya sabes: el Quinto...Además, no es decente que una manos consagradas se manchen de sangre.

Se encogió de hombros y me echó una mirada de través.

-Alguna vez resulta lícito matar al tirano y hacer la guerra justa. Lo dijo el P. Suárez.

-Esos son mohatras que os habéis inventado los jesuitas. ¿Sabes? Ignacio de Loyola, tu tocayo, era un vasco típico. Sois un pueblo violento, algo presuntuoso. Nunca se os ve venir. Y una panda de borrachos y de reprimidos sexuales. Todas esas prendas se dan en el fundador de la Compañía de Jesús, pero acaso vuestro pecado mayor sea la soberbia. Os creéis más guapos, más listos, más altos que los demás, pero llega un tío de Segovia y os pega una paliza a la pelota y entonces pedís árnica.

Eta estaba gestándose aquel verano del 64 en un piso de la orilla izquierda, donde (no sé ni cuándo ni cómo pero la fuerza del destino me ha conducido a ser testigo de hechos fundamentales) yo pasé una noche, presencié un aquelarre increíble y me dieron de cenar. Devoré lo que me pusieron mis dadivosos anfitriones, pues me hallaba gandido y con hambre de varias semanas, su hatería estaba bien repleta, puesto que pagaba el partido. El cucarro y sus camaradas habitaban una “penthouse” o sobradillo.

El techo inclinado que se proyectaba sobre una linterna con vista a la Isla de la Cité y una espléndida panorámica de Sena, se hallaba cubierto de carteles con la imagen barbuda y mesiánica de Ernesto Che Guevara. En el tocadiscos la música de Brassens se alternaba con la de los Beatles. Por todas partes, ikurriñas. Era la primera vez que yo me topaba con aquel distintivo y creía que era la Unión Jack, o la de alguna bandera británica, menudos berrinches me había cogido yo con lo de Gibraltar español, hete aquí que había otro Peñón al norte y yo sin enterarme, Sabino Arana no tenía mucha imaginación, que digamos, claro que fueron los británicos sus testaferros. Detrás de las guerras carlistas estuvo siempre el dinero judío. Vertimos demasiada sangre, pero vosotros erre que erre con vuestras ikurriñas y carteles horizontales. Presos fuera, escuché gritar a las pancartas. Era una algarabía semejante a la confusión de babel y escuché, sintonizando con el futuro a través de un canal que radiaba sólo profecías, la vista alborotada de la causa del Proceso de Burgos, con sus encartados que hablaban en vasco para confusión de los magistrados y blasfemaban en español. Hizo mucho frío aquel invierno del 70 y yo me vi con mis maletas en la estación del norte. Había venido a pasar la navidad desde Londres. Hijo, no hagas caso. Aquí cada quisque va a lo suyo. Se me cayeron las plumas del sombrajo ante la recomendación de mi madre y fui consciente de mi rechazo. He sido un dilapidador de oportunidades, pero, cuando caí del burro, era demasiado tarde. Reparé en mi condición de odioso. Todo mi proyecto biológico no podría ser. Aquello a lo que había amado tanto sencillamente no existía y sentí por primera vez el odio y el desprecio fantasmal de la que me había dado el ser. Pero había que echar balones fuera, buscar chivos expiatorios. ¡Maldito Disraeli! Padre del Estado Moderno, un Billy Gates de las relaciones internacionales. En toda Europa el nivel de los conflictos no tocaría techo, y al pensar en lo que aconteció en aquel gélido mes de diciembre de 1970 no siento más que rabia. Faltaban sólo seis meses para que tú vinieses al mundo, amada Helen, pero ellos siempre están al norte y al sur, al este y al oeste. Tanta bandera inglesa trufada de colorines empezaba a desasosegarme, pero tú no sufras. Ya verás cómo volatilizaremos tu país. Después de los cucarros vendrán los mamporreros de las ondas y ya se acabará España. Oye, y todos millonarios. Se conoce que el servicio de desguace y acarreo de las antiguas grandezas patrias servirá para que unos cuantos listillos se forren. Ahí tenéis al Hermida, verbigracia, jefe del cotarro, con su batuta mágica y su cadeneta, derecho de pernada informativa, todo un rey de reyes, vasallo de los apátridas, con su agrio gesto risueño de mofa, petulante y cruel. Recuerdo sus cabreos en la Onu cuando Félix Ortega y yo nos marcábamos un “scoop” y le pisábamos alguna noticia, pero nuestra bitadura era un tanto desmañada, la quilla en el bajío, estábamos tocando fondo, encallaba el buque, y luego acontecería el naufragio. Le llamaban de Madrid a las tantas de la madrugada y él tenía que levantarse de la cama, echarse el abrigo de pieles a las costillas y presentarse en la oficina y examinar el boletín de comunicados de la Casa blanca o del Pentágono. Eso le sentaba como un tiro. Un chulo como él era incapaz de aguantar niñerías. Que le hablasen de Cirilo Rodríguez también le sacaba de sus casillas. Y como se dio cuenta de que en este país nunca llegarás a nada si no judaízas, fichó por Antena Cónica. A río revuelto ganancia de pescadores. Muera la cruz y vengan los vértices y los triángulos del asenso. Consensos y disensos. Han polucionado nuestra hermosa fabla de palabras feas.



Un americano de origen judío pagaba el alquiler donde doce tíos vivían a cuerpo de rey. Entre ellos sólo había una mujer: Itziar. Todos la llamaban “Amatchu”. Era una morena de rostro alargado(dicen que los vascos proviene del norte de África, son iberos puros, su perímetro craneal les diferencia del resto de los mortales, y hay quienes les relacionan con la Tribu Perdida), la nariz recta, el perfil aguileño, típico espécimen de la raza euscalduna. Sus andares eran desenvueltos. Había en todo su continente una cierta dureza de hembra pura y atávica que recordaba la postura incansable y venatoria de Diana. Sólo le faltaba la trompa para ser proclamada Cazadora de los Bosques. Era la matriarca del grupo.

-Muy guapa Itziar, ¿eh?

-Ya lo creo. Sin embargo, creo que prefiero el marmitaco que me acabo de meter entre pecho y espalda, cocinado por ella.

-Es nuestra despensera y madre- clamó el cucarro.

-La fuerza que nos sustenta en la lucha- terció otro de los de la cuadrilla.

-Nuestra Amaya, que arrastra su manto de estrellas, la que lleva el cetro, virgen coronada de deseos, que viaja en un carro tirado por una cuadriga de cien leones domados en reata- soltó un carilleno de muy angostas espaldas e insinuación de un ridículo belfo. Era, pese a sus gestos femeniles y eunucoides, uno de los epígonos de la lucha anti españolista. Este furor asesino ya entonces dominaba su neutra fisonomía. Sus anchas caderas hacían que su figura se pareciese a la de un huso.

Sobre las paredes colgaban banderas españolas manchadas de sangre o hechas girones. Esto supuestamente enardecía a los presentes. Y en un armario se ocultaba la munición del goma dos; debajo de la cama yacía un armero de pistolas Parabellum. Había posado mis plantas en la rama del nido del cuco. Todo un arsenal con su parafernalia.

Marañón, que tanto se fijaba en estas cosas, porque la envoltura dilucida a la prosapia y la cara es espejo del alma nos lo hubiera descrito como un hermafrodita típico. Apuesto a que si lo hubiésemos desnudado se hubiera descubierto el pastel: resultaría que el vello púbico no apuntaría hacia arriba en forma de treznal o isósceles sino que sería un equilátero truncado su monte de venus, como de mujer. Eso no quita para que aquel individuo se convirtiera en uno de los asesinos en serie más buscados por las fuerzas de seguridad, autor de la matanza de Vallecas.

Entonces, uno de los del grupo, acercándose a la moza matriarca representante de las virtudes de la raza, la cogió por detrás y, aferrado a su basquiña, le pidió le diera de mamar. Ante mi estupefacción, pues los demás no dieron importancia al suceso, habitual en aquellas tenidas esotéricas, donde era muy importante una mitología y el folklore cargado de símbolos, se desabotonó el corsé, y, desabotonada la almilla, extrajo una de sus ubérrimas mamas, colocó al grandullón en su regazo, y todos pudimos presenciar la escena. Estaban amamantando al pelotari. Es que estos vascos son la leche, Ibarreche. Amachu parecía una virgen medieval dando de comer a un S. Cristóbal ya talludo. Tenía un pezón de color entre sonrosado y canela. Nunca hubiera visto yo ubres tan poderosas. El rorro tiraba de la aréola, cerraba los ojillos con laxitud sensual y suculencia. “He sucked in a bliss”, lo digo en inglés. Estaba en el séptimo cielo. Se lo estaba pasando bien. La ubre de la teta de la vascongada región tiene un pezón muy largo, es como el brazo del k.g.b.

-¡Buenas escas las de Illescas! - no me pude contener- Éste vuelve al rollo de la inmensa teta. Le da de comer la patria. Gandul, no te da vergüenza, deja un poco para merendar.

Precisamente el día que yo llegué a París se celebraba el Día del Soldado Vasco. Todos los presentes hicieron corro a la lactante. Apagaron el tocadiscos y en su lugar empezaron a sonar las notas de un zorcico, cuya entonación recordaba a la de los corridos mejicanos. Las estrofas saltaban de un lado a otro simulando la carrera de un corzo que desciende desbocado por las montañas con el viento silbándole en las orejas.

-Pero ¿qué hacen esos gordos?

-Cantar epitalamios. Es costumbre.

Luego se desnudaron todos, pusieron a la moza en pelota, la quitaron al “niño”, el cual, ahíto, empezó pronto a roncar su borrachera en una cuna de cristal que parecía una enorme urna funeraria. La escena que presencié a continuación no la olvidaré en lo que aliente en mi un soplo de vida, todos aquellos doce apóstoles en porreta viva, empalmados, excepción hecha del amorfo que no montó y éste no podía puesto que tenía sus genitales enterrados en una viscosa masa de grasa (Marañón tenía más razón que un santo al detallar la prosopografía del impotente, que lleva los estigmas eunucoides de su glande atrofiados en el cuerpo grande y destartalado, del mismo modo que al estreñido se le nota por una marca en la frente, los cojones se llevan pegados al culo como mandan los cánones de la garañuela reproductiva) y que era el Judas de aquel cenáculo de superdotados sátiros y la fueron poseyendo una a una. Fue la primera cama redonda que presencié en mi vida, un espectáculo de desazones pero cargado de símbolos cuyo mero recuerdo me conturba- siempre pensando en lo mismo, Dios mío- que sobrepuja a lo que pueda fraguar la imaginación de los ganadores del premio “La sonrisa vertical” y a los guionistas del mejor porno.

El sexo allí tenía algo de magia y muchos de los que participaba en aquella tenida orgiástica el sexo en grupo y descargando a escote se declaraban epígonos de Henry Miller cuyas novelas se estaban introduciendo en España por la puerta de Vascongadas. Se impartían conferencias sobre su obra en el seminario de Vitoria que era el más nutrido del país en cuanto a vocaciones sacerdotales se refiere. En cierta manera, el pornógrafo californiano consiguió que su “Trópico de Cáncer” sustituyera al Kempis, que muchos se resintiesen de desencanto, colgaran la sotana a punto de cambiar el cilicio por la metralleta. Eta nació en un seminario, sí. Fue la respuesta trabucaire a una mala educación sentimental y una soberbia característica del racismo solapado, de la soberbia loyolea, ese pensar somos los mejores y a nosotros no nos gana nadie.

Se las dieron luego todas en un carrillo.

Los conspiradores, más que darse al desenfreno de la cópula, estaban invocando a sus dioses tutelares. Fueron despojando con voluptuosidad como en los burlescos episodios de striptease que luego presenciaríamos en Londres de cada una de sus sayas, los refajos, las enaguas de la gorda Ama a la que venía un diablo en guisa de padre de la Compañía calado el bonete hasta las cejas y daba su bendición por detrás exclamando interjecciones en su lengua de consonantes aglutinatadas.

-Esto parece el último tango en París.

Dejó al descubierto sus carnes prietas y unos muslos de aldeana. La fueron poseyendo por turno.

-¿Eh qué hacéis? ¿Violar a la madre patria?

Ni puto caso. Cayeron en saco roto mis advertencias y exhortaciones a la morigeración y a la continencia. Habían mamado de la ubre de la terruño várdulo aquellos benditos gudaris, de la que dicen ser fuente que mana, oh portento, chacolí del que calienta y da fuego, sin emborrachar.

Usategui me invitó a participar, pero yo decliné la oferta, más que por virtud por temor a coger “algo”. Me habían hablado de que cuando se practica el sexo en grupo luego vienen las purgaciones. Ellos, adictos a un contubernio cuyo alcance y consecuencias ignoraban, se emperraban en convertirse en el instrumento de una agonía lenta, la muerte de un pueblo, iniciada con la voladura de un destructor surto en la bahía del puerto habanero. Nuestra aula mater, para ironía del destino, desplegaba sobre campo de gules el triunfo de la iglesia y el destronamiento de la sinagoga. Los hechos se producirían, en el correr imparable de los acontecimientos, justo al revés: la exaltación de los enemigos de la cruz y el destierro, la opresión, la caída en desgracia y la humillación de aquellos que soñaban en una tierra repleta de Evangelio.

-Mirad que vais a sufrir mucho. Vuestras mujeres os traicionarán, seréis víctimas de los hijos que engendrasteis, vuestras madres os negarán y vuestra existencia se tornará en hiel. Disraeli, el mentor de Marx y que sin embargo pondrá en órbita al gran capitalismo, será el profeta de todo lo inicuo. Sus promesas de liberación traerán a la tierra esclavitud, y muchas lágrimas. Os pasarán la pluma por el pico, pero habréis de seguir firmes en la fe, cuando la caridad se entibie.

Ellos estaban a lo suyo. Usategui, que fue el postrero en entrar, era el que la tenía más larga, puesto que no en vano era un cura. También perdió el pudor y se guardó del recato de las miradas. ¿Es eso lo que tenéis por costumbres? ¿Son éstas las señas de identidad de la pureza racial vasca?

-Somos un pueblo unido - exclamó Usategui al terminar.

-Ni que lo dudes. Todo lo compartís, pero esto no lo hacen ya ni los salvajes.

-Nuestra estirpe se fortalecerá.

Sonó el grito de ataratxu y todos se levantaron e iniciaron los pasaos de la danza prima. Los zorcicos se alternaban con el tripudio pagano, los cantos ancestrales a las divinidades del lugar y otras mitologías vascas. Yo empecé a sentir nauseas y hui de aquel lugar y pensé que alaveses y, vizcaínos tenían una rara manera de celebrar el Día de la Raza. Anduve deambulando sobrecogido por las calles de aquella urbe extraña. Me parecía que el mundo había perdido la inocencia y que todos éramos culpables.



Recordé mis tiempos de Comillas donde conocí a Usategui que pertenecía a mí mismo grupo de las congregaciones marianas. Todas las noches en el examen - aquello no tenía a la sazón ninguna gracia- se impartía una consigna para la guarda de los sentidos y solíamos repetirnos la máxima al pasar en la fila la jaculatoria que nos había mandado copiar el director espiritual: “antes morir que pecar” y ahora , al cabo de los años, mi antiguo amigo congregante, que había ahorcado la sotana, me llevó a ver aquella orgía desenfrenado. Definitivamente, el mundo estaba cambiando. Aquel mal sabor de boca era el primer eructo de corrupción. Empezaron también en París mis corrupciones. La vida da más vueltas que el corazón de una furcia. A este desengaño, ese gran fracaso de mis ilusiones derrocadas, achaco yo el solipsismo melancólico que me caracteriza. La salacidad de la virgen vasca abierta de piernas sobre el diván y el ondear de aquella ikurriña, una mala copia de la Uniona Jack, así como los sermones del P. Arzalluz, o la cara de sapo de políticos tan viscosos como Pujol o Anasagastegui que oculta la calva con un recorrido que a mí me recuerda el insolente tupé de Sagasta, me pusieron en antecedente de todo lo que habría de venir más tarde. Nunca he llegado a comprender ese odio visceral hacia la palabra España. Es un rencor cainita, la venganza de Disraeli enfurecido contra el proyecto de unidad conseguido por los Reyes Católicos. Es un odio demoniaco que nunca nos dejará vivir. España es un país marcado. Acaso debido a esta impostura, dejará de existir.

Nunca conseguí entender aquella animadversión exaltada y cerril de lo vasco hacia lo español. Es como un renegar de sí mismo, un insólito aborrecimiento que a muchos nos sobrecoge desde pequeñito, y yo he padecido ese aborrecimiento materno en mis carnes. No tuve madre en la tierra. Sólo ha velado mis sueños la Madre del cielo. Por eso me pareció una terrible profanación de lo más sagrado la pantomima sacrílega que presencié en una piso de azotea orilla del Sena.

Usategui era bueno y servicial, pero, cuando le hablaban del árbol de Guernica, se ponía a llorar de rabia y empezaba a despotricar en la jerga de Cervantes contra Franco exhibiendo un léxico selectivo de procaces blasfemias (no hay tacos en aquella lengua por lo visto) reservados a Su Excelencia el Generalísimo. Le llamaba de todo: picha corta, enano, “ogro sanguinario del Pardo”.

-¿Por qué despotricas de esa manera, cucarro? Tales palabras suenan mal en uno que va a ser cura, por todo lo vasco que seas tú.

El de Baracaldo perdía los estribos.

- Cago en su madre. Si tú le defiendes te voy a matar.

Me miraba torvo y encandecido.

Recuerdo cierta conversación que tuvimos en el Stella Maris, aquella bella plataforma frente al Cantábrico donde se fraguaron nuestros sueños, presidida por una estatua blanca de María sobre el vértice del hastial imponente, de albardilla, una atalaya frente al océano. Aquello marcó carácter. El culto a la Virgen fue para nosotros un octavo sacramento. Cuando visito aquel lugar al cabo de los años me rodea el sentimiento de tumba vacía. Sin embargo, la imagen, mascarón de proa de un galeón invisible tripulado por los ángeles, sigue encaramada en su puesto protegiendo con sus brazos rozagantes la panorámica que domina un abrupto acantilado. Las gaviotas le cantan la salve, ausentes para siempre sus seminaristas. Es como si el maligno entrando a saco con aquel palacio como entre sueños en lo alto de una colina hubiera desperdigado sus fantasmas. Ya los claustros quedaron en silencio, pero nos llega el eco de los primeros fervores marianos, que sellaron el despertar de mi adolescencia. Antonio López, aquel aventurero que lo mandó edificar, tan pecador y devoto como nosotros, y que fraguó su fortuna en las guerras de Cuba, quedó arruinado con la construcción de aquella obra faraónica y ni siquiera llegó a santo, puesto que no ha progresado la causa de su beatificación.

Usategui fue el primer compañero con el que me encontré nada más subir la Cardosa y me llevó como nuevo por todas las dependencias del caserón para mostrarme el sitio donde habría de vivir desde septiembre de 1959 hasta julio de 1960. Me presentó al P. Mayor aquel gran helenista.

Se arraciman en la memoria una escala de recuerdos mixtos: la llegada una madrugada de lluvia; aquel maestrillo gallego, buen samaritano que nos ayudó a trasladar los baúles; el encuentro con el catedrático de griego al que ya he aludido; la primera impresión que me produjo la visión del mar como un inmenso estanque de plomo derretido que henchía sin confines la raya del horizonte; los puntos que nos daba por la noche aquel jesuita; el constante ajetreo de gente joven por los pasillos. El cuarto del P. Teófanes que olía siempre a café- café. El miedo al infierno que tuve la tarde en que llegamos. No habíamos aterrizado todavía y ya empezaron los ejercicios espirituales ignacianos. Creo que tengo atragantado a aquel santo desde entonces. Los baños en la playa de Oyambre. Un criado gallego que nos servía la leche aguada de los desayunos. Los vascos, galaicos y astures, tenían visita más a menudo que el resto, pues sus pueblos quedaban menos a trasmano y, además, eran todos ellos gentes de posibles. No había que pasar los puertos ni franquear la cadena de montañas. Una partida de seminaristas de Compostela, la más nutrida y numerosas entre los que se encontraba un tal Lois, un gallego de mofletes sonrosados que sólo se jactaba de una cosa: ser hijo de canónigo. Siempre estaba hablando con uno al que le llamábamos La Vieja. De vez en cuando venía a visitar a los compostelanos un joven sacerdote recién ordenado en Munich. Se llamaba Rouco Varela y habría de escalar tiempo adelante puestos muy delanteros en la jerarquía. Hoy es el cardenal de Madrid.

El año que pasé en aquel pueblo de suaves lomas inclinadas y playas abiertas de dunas traicioneras fue un año difícil en pleno despertar de la adolescencia. No conseguí adaptarme a aquel ambiente clasista. El P. Larramendi me puso en el pelotón de los torpes y me dijo que lo mejor sería que me volviese a mi seminario. De aquella humillación nacería mi primera disposición escribir, porque empecé a llevar un diario y a componer poemas como un descosido. Emborronar cuadernos o disparar conceptos sobre la maquina mecanógrafa, que suena igual que el tableteo de una ametralladora, ha sido el eterno desahogo. Cifra y compendio del derecho al pataleo que siente todo español vivo. Esa acción terapéutica y purificadora de las bellas letras y de las balas es la que más vale.

A partir de entonces masqué el polvo de la derrota y sé de veras lo que significa sentirse un marginado, pero ahora mismo encuentro justificada mi rebelión. La tarde en que les gané a los vascos al frontón la consideré un momento de desquite.

Tampoco se me han olvidado las bellas y calurosas tardes con viento terral en que el grupo de los suspensos bajábamos a bañarnos a Oyambre, aquella playa de aguas blancas y de arenas movedizas, con las corrientes encontradas de la ría, a cuyas aguas se asomaban los nueve pueblos y nueve valles, y del mar. Todos los años perecía ahogado más de un alumno.

Se agolpan en el cajón de los recuerdos nombres, ventanas y tránsitos, y las notas de un piano que suena al fondo se entreveran con el perfil de algunos rostros ya borrosos. Los parterres de la fachada principal tenían rosas todo el año. Se escuchaban de ve en cuando mientras traducíamos a Homero el trajinar del Hermano Prudencio, el jardinero con sus tijeras de podar afanandose sobre los aliños y macetas que tanto embellecían la fachada orientada a Mediodía. En el Norte no helaba como en mi ciudad, pero las navidades de hace cuarenta años y lo digo porque escribo estas referencias la noche de San Silvestre del 99, cuando dentro de una hora enterraremos el Siglo Incomparable, que es como se debiera llamar al siglo viejo,-y ¿qué nos deparará el nuevo, madre?- fueron tristes. En portería se quedaron con un poco turrón y unos chorizos que me mandaron mis padres. Don Amable, el cura de Ruiloba, viejo moreno y carilleno, pero sin una sola cana, que venía a confesar a los del seminario menor, jadeaba al subir la cuesta de la Cardosa en las tardes de lluvia y en las mañanas con viento sur, que en esta región santanderina es un terral mortífero. El P. Nieto estaba casi amarillo; daba un poco de miedo al acercarse a él. Tenía la cabeza deforma y un rostro monstruoso sobre una panza muy abultada, signo fatídico de la cirrosis que lo habría de llevar a la tumba, pero decían que era un santo y que algún día subiría a los altares. Por el verano los domingos había baile en el pueblo y el sonido que retumbaba alacre por todo el valle subía hasta nosotros durante el estudio. Era un canto de sirenas y alguno no lo pudo resistir. Por culpa de aquella orquesta se perdió más de una vocación, pero de eso ha quedado ya constancia en una maravillosa novela “Sin camino” que escribió Castillo Puche. Allí ese ambiente cerrado de isla alejada que resultaba asfixiante. Se atacaba en ese libro a la educación elitista que se impartía en aquel recinto, pero los jesuitas, que no son tontos, compraron al impresor toda la edición. El novelista murciano veía venir la gran desbandada y el cambio que se avecinaba. Cuando la mayor parte de los españoles se mostraban germanófilos, con un olfato muy fino algunos de los profesores y maestrillos de la Pontificia se declaraban aliadófilos sin remilgos.

Comillas tenía un alma doble y la tempestad soplaba sobre los corazones en calma a primera vista, pero esa beatitud no era más que aparencial. Para mí no fue exactamente un paraíso. Sin embargo, el verde de aquellos paisajes me tiraba. Dejó secuela en mí. Los prados de las Asturias de Santillana eran un barrunto de los de las Asturias de Oviedo donde habría de vivir lo mejor de la vida y pasar los días más felices de mi existencia si es que ha habido alguno. Hacia ellos, sin yo darme cuenta, me estaba arrastrando mi destino.

-A Oreanda irás.

-¿Dónde está Oreanda ?

-Un sitio entre laureles que miran al mar cabe la mar.

-Señor, ¿me resarcirás?

-Yo seré tu pavés. Entre tanto, aguanta.

Así estaba escrito. La divina misericordia , sin que mis ojos lo detectaran estaba trabajando por de dentro y me preparaba un sitio junto al mar al abrigo de las montañas donde se sellaba un pacto de vida, una querencia incoercible. En aquel lugar yo era, sin embargo, un ser extraño. Es duro a los quince años sentirse un rezagado, un fracasado. Fue el dictamen de Larramendi que pesa sobre mí. A partir de ahí me han estado echando de todas partes. No me considero , en cambio, un paria ante “in conspectu Dei”. El éxito y el fracaso en el ámbito de lo temporal y lo metafísico no son conceptos relacionados.

No entendía la Física que daba el P. Cabezas. Las matemáticas resultaban un suplicio y en Griego y en Latín, que yo suponía mis fuertes el P. Larramendi, que empezó a mostrarme ojeriza desde el principio, se ensañaba llamándome calamidad delante de toda la casa. El P. Martino nos hartaba de Machado y de García Lorca y de Alberti que fueron los poetas más leídos del franquismo. En prosa la monserga cotidiana eran Azorín, y venga Ortega y Unamuno. Siempre más de lo mismo. ¿Quién dijo que toda esta gente estuvo postergada? Desde entonces tengo también atragantados a esos autores, pero una vez en la clase de composición del P. Penagos, saqué notable por una descripción que hice del valle de Ruiloba. Se me quedó grabada una visita que hicimos al monasterio de Vía Coeli, uno de los siete que guardaban la entrada al Revulgo de Santillana, a la vera misma del mar, fundado por Diego Velarde, “el que la sierpe mató y con la infanta casó”. Aquella visita sería iniciática, pues empecé a sentir algo muy especial por la liturgia cisterciense, y esa atracción se vino a consolidar a lo largo de mi vida. Estuve allí no más de una hora, pero el recuerdo de aquel lugar de paz bañado por las olas isócronas del cántabro mar recogiendo en cada marea el canto de la Salve y la santidad de los mártires (al P. Heredia lo defenestraron el tres de diciembre 1936, era el prior). El abad y todos los monjes habían sido pasados por las armas en los aciagos enfrentamientos de las dos Españas.

En Comillas tuve el mayor fracaso pero allí empecé lo que habría de significar la Virgen a lo largo de mis pobres días de escritor y periodista contra las cuerdas. Allí empezó el camino de la gran rebelión y de mis frustraciones, pero, ya digo, la Madre de Dios estuvo al quite. Ella pararía los golpes que desde muy niño empezó a lanzarme la Bestia. Encontré en su manto iluminado de estrellas mi pavés. Esta mujer tan excelsa es el único argumento que encontraréis en mi pobre existencia novelesca, plena de altibajos y de contradicciones. Tenía dos nombres: uno celeste y otro terrestre, Sofía y María.

Sólo hallaría yo solaz en su dulce mirar.

¡Pobre de mí! Usategui, el amigo fiel de aquellos instantes de incomprensión, se había convertido en un vulgar activista político que no escatimaría medios, incluso el asesinato, a la hora de alcanzar sus designios. Apuntaba alto la flecha, pero el carcaj le estalló sobre el pecho como a los capitanes arañas de la revolucionaria incumbencia, ya de camino, que él indoctrinara, les sería deparada la muerte con la carga de dinamita manipulada. Murió a pies de obra. Muchos honrarán su heroida de memoria, le recitarán versos, pero para mí nunca dejó de ser un cretino. Se unió a la guerrilla urbana, fue detenido y condenado, según conseguí saber después de nuestro accidentado encuentro en París. Por tener ordenes sagradas se libró de la máxima pena y en un par de ocasiones viajé a visitarle a la cárcel de Zamora. Aun seguía rezando el reato del breviario cada día. Se consideraba el rubiales risueño que yo conocí, con unas cuantas arrugas de más en el rostro. Prorrumpía en dicterios y apóstrofes no catalogables cuando se le mentaba el nombre de Francisco Franco. Él, que era tan fervoroso y tan místico. El fin justifica los medios. Parece ser que san Ignacio adoptó esa dialéctica después de leer Maquiavelo. La vida gira y pega tumbos. Sólo la palabra etarra me hace temblar porque viene asociada a la noción de titulares de luto en los periódicos y una constante desazón de odio que acabará por rompernos por dentro como país. Los asesinos adquirirían un protagonismo de hecho consumado. Las manidas frases, los sólitos argumentos. La verdad es que la vida moderna se ha convertido en un aburrimiento. La hidra del noventa y ocho que esgrime sus siete cabezas amenazante contra nosotros. ¿Dónde estás, Diego Velarde? ¿Fuiste tú, en verdad, el que la sierpe descabezó? Retumban nombres como cañonazos a todas horas: proceso de Burgos, Lasa y Zabala, Martutene, impuesto revolucionario, Arzallus, “peneuves”, “penenes” y peleles. Ya son años escuchando las mismas querencias en la galería triste de la actualidad. El áspid inocula su veneno mientras constriñe su bufanda mortífera enroscada a nuestros cuellos. España se acabó.



La grotesca escena de la violación múltiple de aquella muchacha, símbolo de la patria vasca, en una buhardilla parisiense me hizo entender muchas cosas que hasta entonces no comprendía. Había fracasado la educación sentimental de toda mi generación. Josemari Amilibia en otro gran libro “Los Héroes de Barro” - es otra tremenda novela al que se ha ignorado a propósito pero que resulta apodíctica para comprender a la generación del 68- suscribe de forma inapelable ese juicio.

Todos estas memorias comillenses me vinieron de golpe cuando me eché a la cara a mi amigo vasco en París. Cada uno había seguido rutas distintas, pero continuábamos rezando el breviario y recordando los emocionantes himnos que entonábamos en la explanada del Stella Maris el 31 de mayo. Te gané por siete de diferencia y aquella partida fue un punto de referencia para mi ahínco. Larramendi me fulminaba de anatemas. Vuélvete a Segovia, no eres de los nuestros, eres un desastre, pero yo había dado una buena tunda a uno de los cestistas vascos favoritos; con todo, aquella tenacidad no era más que el furor del vencido. Si me hubieses levantado la mano, bien sabes que yo no me iba hacer de pencas. De chico, cachis diez, a dos matones de Cantalejo, que también tiene lo suyo de jacarandosos, y, aunque son vacceos, se traen un aire a vosotros en lo de fanfarronear, los metí en un puño, pero Stella Maris, poblado de cantos entonces, ¿ por qué ahora te has convertido en un desierto? Claro, los cambios de rumbo de la Nave de Pedro, se me dirá, hay en todo este abandono y ese silencio de caserón vencido un pecado antiguo que nos ocultaban. Casi ya da lo mismo. Ni me quedan rencor ni nostalgia. Es un drama la vida de los pueblos y en menor escala la de los individuos y la vida da más vuelta que el afecto de una mujer aunque no sea puta. Sólo ella, la que alza sus plantas como un ángel blanco sobre la fachada del transepto nos sigue queriendo. Nos comprende y hasta nos cura con su mirada. Yo siento sus rayos de vida sobre mi pecho, Usategui. Lo demás todo es filfa. Poca importancia tiene que tú te hayas hecho de Arzallus. Aquella devoción que juntos aprendimos está por encima de las creencias políticas, los rasgos de la personalidad. Tanto monta, monta tanto en que vosotros bajaseis al frontón con pelotas que botaban bien, traídas expresamente de los EEUU o de Francia, y yo me presentara al torneo con una forrada de piel de gato que me había regalado un paisano de Peñafiel. ¿Quién ha sembrado el odio? ¿Tanta discriminación a qué ton? Las majaderías de Sabino Arana llenaron de vientos tu cabeza, pero tú sabes que uno a uno, hombre a hombre, nunca por la espalda, no nos ganáis. Me acuerdo de la vez que discutiste con Pipe Hevia, el sobrino del obispo de Oviedo por la misma banalidad. Él empeñado que no hay verde como el de Pravia, donde él había registrado hasta treinta y seis matices, y no me extraña de ese color, y tú decías que había muchos más en Vizcaya. No tenéis ojos más que para lo vuestro y así no hay forma. La única música, la del chistu. El mejor guiso, el marmitako. Los mejores pescadores, los de Bermeo, y ahí te doy toda la razón, pero no te olvides que no son peores los de Huelva o los gallegos. La mejor bebida, el pacharán. Los mejores poetas, los versolaris. Los mejores cantantes, los copleros del zorcico. Ese antagonismo sólo nos va a llevar al desastre. Acabaremos todos hablando no en vasco sino en spanglish y bebiendo coca cola a todo meter. No digo yo que el mejor campo de futbol sea el de San Mamés, pues ya desde entonces yo era del Atlético de Bilbao, y nunca he visto mejor puente colgante que el de Portugalete, de donde era Arriaga, pero era una impostura querer parcelar la historia de España en banderías.

Los que aspiraban a una hornacina y sentar plaza de San Luis Gonzaga luego se desquiciaron. El diablo ganaría la partida, pero no nos fuimos con Satanás. Es que con nuestra postura rebelde queríamos enseñar al mundo el verdadero rostro de Cristo. Salimos de estampida y en cierta forma arrollábamos a un mundo desconocido y que tampoco hizo demasiado esfuerzo por conocernos, y menos entendernos. Todo nos lo tuvimos que ganar a pulso y el proceso de adaptación, porque andábamos sin las ideas claras y no sabíamos distinguir la realidad de la ficción, que era lo que nos enseñaron, lo temporal de lo espiritual. Esa paranoia condujo a algunos de nosotros a la catástrofe.

Por ejemplo, en la frase que pronuncia el dominico exclaustrado y transplantado nada menos que a Estocolmo donde nace de nuevo a la vida, porque allá conoce al amor, “ Anika, yo te maté”, cuando se entera del fallecimiento de su novia sueca, es un grito de dolor del niño que se enfrenta ante el juguete destripado. Los experimentos con gaseosa. Pero a nosotros nadie nos introdujo en el consumo de esta bebida efervescente. Nos empezamos a emborrachar con vino peleón o con aguardiente de garrafón. Fue demasiado brusco entre el ideal y lo real. Recibimos una rutinaria educación basada en lo superficial. Nos soltaron de repente y nuestra conversión a la inversa redundaría en corrupción. El sol pesaba demasiado sobre las cejas, la arena quemaba los pies, la gente pegaba voces, y oíamos el ruido del coliseo enfurecido. La plebe necesitaba sangre y espectáculo para ser feliz.

Yo la maté”. Ya no habría una segunda oportunidad.

Muchos acabaron en la droga y en el alcohol. O tirándose desde el pináculo de la torre más alta del mundo, para dejar que los supervivientes de aquel naufragio se hayan convertido en cadáveres que ambulan, padres de familia maltratado, aburridos Falstaff, que únicamente encontraron un dios en el vientre, viejos prematuros y gente de las clases pasivas sin demasiado horizonte.

Sin embargo, no nos podemos quejarnos de la vida. Conocimos el amor y por él lo tiramos todos. Abrimos brecha. Fuimos esos los últimos aventureros, los descendientes de un pueblo que conquistó continentes.

Torbado acertó plenamente. Su frase nos define. “Yo la maté”. Eso es lo que fuimos una generación de “ex” que sigue sin encontrar el rumbo.

Era el sitio más poblado de sotanas por metro cuadrado de toda la Península. A Comillas la llamaban “Villa de los Arzobispos”, debido a la gran cantidad de mitrados que produjo a lo largo de sus tres cuartos de siglo de existencia. En sus aulas se inventaría la palabra “hispanidad” y fue una postrera tentativa por crear un clerecía de altura. En aquel cotarro rodeado de cuetos y de acantilados bravíos el Marqués trató de convertir al Seminario de San Antonio de Padua en una suerte de campamentos de Dios. Se asemejaba un poco a Grafenwohr, donde se preparó a la Wehrmacht antes de su campaña contra Rusia. Nosotros nos entrenábamos para conquistar el orbe para las banderas del Señor. Era eso un castro campamental enriscado en el otero místico, desafiando al aire y al orvallo perenne y mirando con cierta altanería para la poza donde se rendía a sus pies el humilde pueblo montañés. Allí estaban los que habían de ser convertidos. Era una forma de hablar porque la música alborotadora de la verbena por el verano como un canto de sirena les hizo desistir a muchos, que no eran tan fuertes como Ulises ni tenían las cosas tan claras, de su demanda. Vivíamos sobre una roca exaltada por los sueños entre las nubes de una maravillosa quimera. El can del desengaño no había distribuido sobre nuestras carnes la cuota alícuota de zarpazos. El alcázar se rendiría al soplo huracanado y laico de los desengaños.

El momento más espectacular del día era el de la misa conventual que se celebraba de forma multitudinaria y deprisa, pues eran cerca de doscientos curas y a las nueve sonaban los timbres de la clase de prima. Habían de establecerse turno para la concelebración de misas simultáneas y las numerosas capillas y oratorios que había en las cuatro iglesias existentes en el recinto no daban abastanza a aquel ir y venir de estolas y de casullas, de hijuelas, credencias y epactas. Los jóvenes sacerdotes recién ordenados guardaban cola de pie en las cajoneras de la sacristía para ponerse el cíngulo. Era todo un espectáculo. Los tres seminarios en peso nos teníamos que movilizar en peso para ayudar a los misacantanos. Entre las cinco y las diez de la mañana se decían entre trescientas y cuatro misas rezadas. Me complacía a mí hacer de acólito a los franciscanos y a los carmelitas descalzos que seguían un rito especial y que a diferencia del clero regular se colocaban el amito a manera de cogolla, pero los dominicos eran los más espectaculares. Recitaban todo el canon con los brazos en cruz.

Aquellos genitivos de la oblata, los gestos y las bellas impetraciones litúrgicas de la liturgia de San Pío V quedaron grabadas para siempre en mi memoria y tantas veces les habré repetido que me las sé de coro. No creo que puedan ponerse en boca de hombre plegarias tan sublimes. Creo que fueron inspiradas por el Espíritu Santo.

A lo largo de los pasillos de los tránsitos estaban colgadas los retratos de los obispos, arzobispos y patriarcas que fueron antiguos alumnos. En la nómina de dignatarios obispales y arzobispales aparecían jesuitas. Sólo algunos, de los desplazados a Misiones, porque se da por archisabido que las constituciones de la Orden lo prohíben y clasifican como pecado “de ambitu”: pretender obispados. Se da la paradoja de que los guardias de corps de Jesucristo incurren en los defectos del reduccionismo luterano o jansenista, enemigos a los que combaten al sacar la cara por el papa: desmontar el tinglado jerárquico haciendo recaer toda la autoridad sobre un solo pastor del rebaño, impidiendo el gobierno sinodal que tenía una larga y solidaria tradición desde los Apóstoles. Al actuar a rajatabla a favor del mando único impusieron una autocracia piramidal, seca y estricta, que tiene que ver poco con el rostro amable y misericordioso del Redentor. Se arrogaron una facultad justificada en un dudoso mandato evangélico, el de las llaves, que a lo largo de la historia, en vez de abrir y tender puentes entre los hombres, ha servido para construir muros y elevar barreras de separación. San Ignacio, lleno de santas intenciones, perseguía una utopía sólo aparentemente, porque lo temporal y lo espiritual no vienen en ligas separadas, sino que son resultado de la mena metalífera complicada de aleaciones varias. Este conundrum no es sino el harnero de las cosas, el enigma de la realidad fraguada en la luz y en la sombra. Su viaje a Roma lo pone en camino de un deseo de desquite. No había hecho carrera en Arévalo como paje en la corte de Isabel la Católica, su carácter violento le había metido en líos de duelos por mujeres y como soldado del Duque de Nájera tampoco llegaría muy lejos: una arcabuz casi le descuaja una pierna. Quiere resarcirse de los despechos sufridos en Castilla. Nada de rey, ni emperador. Sólo Dios y su vicario en la tierra. Para llegar a alguna parte hay siempre que ir a la cabeza.

Los rostros hieráticos de aquellos monseñores colgados sobre la pared y gozando de la serenidad enjalbegada bajo los artesanos del Paraninfo, cerca del sitial del Nuncio con baldaquino de guadamecí parecían gritarme: “ Tú tienes que ser como ellos. Si ellos pudieron por qué tú no; persevera, hijo, que algún día te verás en este cuadro de honor”. Muchos no pertenecían al mundo de los vivos y puede que hasta hayan sido canonizados al recibir la palma del martirio. El furor sicario de las hordas rojas parece que se ensañó con ellos. Eran la gloria de la Pontificia. Un número nutrido de esta lista de mitrados cayó víctima del furor iconoclasta de la guerra civil. Yo hubiera volado hacia aquel Olimpo de dignatarios si Larramendi no hubiese cortado las alas a este gorrión que quería imitar a las aguilas triunfantes, pobre de mí. En el camino de la santidad aquel prefecto de hirsuto como el de una brocha encalvecida me puso la trabilla. Creo que era de algo más que dudosa tendencia, pues había que ver con qué ojos de carnero degollado miraba para Gamboa, aquel retórico rubito con cara de virgencita, que cantaba de tiple en el coro bajo la batuta del P. Nieto, cuando traducíamos a Cicerón.

-Tú, Gamboa, aquí a mi lado. No quiero perderte de vista.

Capté al vuelo el doble sentido de aquella frase, porque la jaula de oro de Comillas dio muchos obispos y predicadores de campanillas a la Iglesia, un buen cupo de poetas y de escritores, pero también de bujarrones de todos los pelajes. Las reglas de la naturaleza, inapelables. Tenía que ser así. Con más de mil tíos encerrados sin una mujer a la vista y sólo el consuelo de las estampitas del Hermano Garate , el encargado de la lavandería, que también decía que era un santo, pero hay cosas incluso para lo que la santidad es insuficiente. El protagonista de la novela de Castillo Puche, ya en cuarto de Teología, aprovecha uno de esos viajes que se hacían a la capital de provincia con el objeto de ir al médico de Valdecilla o a resolver ciertos asuntos, para ir a un baile, allí se emborracha y se va con una mujer. En plena noche se declara el terrible incendio del año 40 que destruyó completamente la ciudad de Santander. Todo echábamos fuego. El viento del sur nos volvía muy ardientes.

Pero si ellos pudieron, yo también podría. Era lo que se repetía Iñigo de Loyola cuando decidió convertirse en santo. Yo aspiraba a la santidad, pero no así. Ya en el refectorio, donde uno de los mayordomos gallegos venía con la herrada durante el desayuno y me servía ración doblada de café con leche pues sabía que me gustaba aquella leche pura de vaca -en el seminario de San Antonio no conocimos nunca el queso de bola americano ni la leche en polvo- y que yo no recibía paquetes de comida desde casa. Esto para el gordito. También Loís era uno de sus preferido y a él también le colmaba la taza y le decía algo cariñoso en gallego.

Los de mi mesa éramos como una familia. Al empezar el curso te colocaban en un sitio y de allí no tenías que moverte. Si alguno fallecía o era expulsado nunca se llenaría el hueco hasta el año siguiente. Esto también tenía que ver con las costumbres atávicas de los tirocinios. ¿Una forma de expresar la brevedad de las cosas y de meditar en la muerte sin tenerte que empachar de la prosa del P. Garzón o meterte en la tramoya de los Ejercicios ? Tal vez.

Hice, ya digo, amistad con los otros cinco comensales. Había un madrileño castizo regordete y mofletudo con el pelo a cepillo al que enviaba su familia un buen matute de refuerzo y siempre nos convidaba. Una vez nos dimos un atracón de anchoas con vino de Valdepeñas para acabar la cuaresma. Vale un florín cada gota este vinillo aloque, dijo Otto con frase de Baltasar del Alcázar.

Luego estaban Usategui, Bedoya, uno que era de Potes y tenía algo de maquis, porque su padre estaba en la guerrilla, una vez nos enseñó una foto en que aparecía el famoso Juanín, que para unos será un luchador por la libertad, pero para nosotros en aquellos tiempos un simple bandolero, uno que era de Burgos que tenía, como Gamboa, la cara de niña, el Larramendi siempre les sentaba en los primeros bancos, y yo. Creo que se llamaba Santos y era un impertinente gafotas.

Bedoya tenía los dientes postizos, el pobre tan joven y se los lavaba en los aseos cuando nadie lo veía. La gente le tomaba un poco el pelo por esa merma casi trágica de ser desdentado para toda la vida en plena adolescencia, y porque era “de ideas”, no recibía visitas, sus parientes no venían a verle nunca, a pesar de que su pueblo caía de allí a menos de noventa kilómetros, se le había muerto la madre y su padre estaba preso en Santoña, pero yo sentía una gran admiración hacia él. Era uno de los que mejor escribía de quinto de retórica y el que sabía más literatura porque era el más leído.

Los demás pronto nos encasillaron como el “grupo del Bedoyo”, el pelotón de los torpes según el prefecto Larramendi, los díscolos y los incorregibles, los que al año que viene tendrán que volver a su seminario, porque no valen para Comillas.

-Déjales, no les hagas caso, Maximino.

Los jueves por la tarde que había paseo nos juntábamos unos cuantos en torno a Bedoya y recitábamos en voz alza el Pascual Duarte en Peña Castillo, mientras abajo en el despeñadero estallaban con rítmicos estampidos isócronos sobre las rocas las olas del océano y del Stella Maris llegaba el estruendo de los que jugaban al fútbol.

-A mí me gustaría ser escritor, Bedoya. ¿Crees que lo conseguiré?

-Sí hombre, sí, como no. Para escribir sólo hace falta un poco de paciencia. Pero siempre hay que tener por delante un objetivo, alguna causa justa.

Cuando se apasionaba por alguna cosa al lebaniego le temblaba la barbilla y se le removía algo la prótesis. Cela era uno de sus autores preferidos. Recuerdo que la primera vez que fui a entrevistar al autor de La Colmena me acordé de mi compañero de fatigas, ¿qué habrá sido de él?

Aquellos campamentos del espíritu donde se preparaban las acérrimas cohortes de la infantería celestial, los manípulos y los reitres de la caballería de San Miguel se licenciarían muchos antes de jurar bandera. A mí me destinaron no a la plana mayor sino a los lavaderos como edecán del Hermano Garate. Se podía llegar al cielo y ser religioso sin que te impusiera las manos el obispo, pero decliné del todo la oferta que me tendía el padre rector de ingresar en el Máximo no para hacerme maestrillo, sino hermano coadjutor.

Lo mío eran las letras en verdad y creo que he emborronado mi vida de palabras, taxativamente soy grafómano, para demostrar a Larramendi que estaban equivocados. La sombra de aquel rechazo proyecta todavía su silueta sobre mí, pero entonces la poesía fue el esquife al que me icé sobre las olas para salvarme del hundimiento. Un náufrago fui entonces y un náufrago soy ahora. El P. Heras me echó una estacha:

-¿Por qué no te vuelves para tu seminario? Yo creo que tienes verdadera vocación. Eres uno de los llamados y no has de dejarlo.

-Para Larramendi soy un retrasado mental.

No dejaba de decirme que parecía medio tonto.

-Te nos ha colado. Entraste aquí por la puerta falsa.

Raudales de indignación acuden a mi alma aquellas palabras por aquel hombre espátula, brocha y escoba de la hipocresía abatanada en los mejores noviciados de la Compañía, también la violencia. Ya sé que todos los jesuitas no eran así, pero la imagen de aquel trágala. Incluso, pasados tantos años, aquel orífice de malevolencia se ha enquistado dentro de mí. No era ni más ni menos que el heraldo del sino infausto. A lo largo de mis días hube de defenderle contra el mal agüero de aquel jesuita que abría la caja de pandora de los peores instintos.

Trató de justificar su decisión poniendo un símil castrense:

-Mira. Esto es como una academia de alto grado para la formación de cadetes de elite, West Point, Sandhurst, Saint Cyr. Los chusqueros no nos interesan. Aquí necesitamos alféreces de carrera, no cabos primera. Esto es un seminario de altura, no un colaña. Tú no eres de los nuestros.

Me sentí como un reo al que comunican su sentencia de muerte. Se me ocurrió recordarle al prefecto lo de los últimos serán los primeros, mas creo que hubiera sido inútil porque Larramendi estaba demasiado pagado de sí mismo para creer en Cristo. Ahora comprendo por qué Usategui, que ése sí era de los suyos, acabó en banda armada. Guardé silencio y aunque sentí que me temblaban las piernas y se me humedecían los ojos a toda costa procuré reponerme.

Había sido convocado a su cuarto de forma solemne y anunciarme el finiquito:

-Lo he consultado ante el Sagrario y he decidido que no vuelvas al año que viene.

Era una desapacible tarde del 17 de marzo de 1960. Cuando llega ese día me echo siempre a temblar, porque la efeméride ha convocado a la sombra y en tal fecha como esa el infortunio se repite. Porque las desgracias nunca llegan solas, aquella expulsión precipitó otras.

No me pude contener y me eché a llorar sorda e irremisiblemente, pero en aquel verdugo mis pucheros no hicieron mella. Larramendi no sólo tenía el corazón duro sino que era un masoquista. Le enervaban mis sollozos. Pero yo me daba pena de mi mismo con aquel hábito que parecía iba hecho un adefesio.

-¿Es que no tienes ni para una sotana? Se te van patatas en los calcetines, tienes chepa, enseñas los pantalones debajo de la sotana, eres lo que se dice una ruina.

-No, padre. Somos pobres.

-Me he puesto en contacto con tu familia para que vinieran a recogerte, pero tu madre está enferma y creo que carecen de dinero para llegarse hasta aquí. Puedes quedarte hasta que termine el curso, pero, ojo, a la menor queja, te ponemos con la maleta en la Cardosa. Te hago una concesión, soy generoso.

-¿Qué hace tu padre para ganarse la vida?

-Es sargento de Artillería y mi madre lava para afuera. Somos muchos en casa.

Recuerdo que me enjugaba las lágrimas con la manga de la hopalanda que me había regalado Don Bienvenido, el canónigo lectoral de Segovia, al que trataban mis padres, y que se me había quedado corta, porque aquel año había pegado yo el estirón, y luego para reprimir aquella lastima que sentía por mí mismo así con los dedos los flecos del fajín azul. Y pedía a la Virgen que me socorriese. Creo que es verdad, vino en mi auxilio y he sentido su presencia de madre invisible sobre mi orfandad pecadora.



Larramendi era delgado y larguirucho. Se estaba quedando calvo pero algunos pelos lacios como púas campeaban sobre su colodro dolicocéfalo. Todo en él, hasta el alma, debía de ser puntiagudo.

-¿Por qué lloras como una colegiala, eh?

-Es que mi padre es suboficial y como ha dicho Su Reverencia eso de los sargentos...

-Pues, si tu sigues por ese camino, no vas a pasar de soldado raso. Y ahora largate de mi vista. Agur.

Cuando bajaba por las escaleras hacia la planta baja, creí percibir un olor fétido y ruidos extraños como de forzados que arrastran cadenas y van esposados con bretes y pihuelas de pies y manos y eché correr para prosternarme ante el edículo de Nuestra Señora (una vez que acudí a Comillas en el verano del 95 le hice un retrato y aquella madona está ahora en mi habitación cerca de mí). Se me acababa de aparecer el diablo disfrazado de jesuita. Larramendi era su representante en aquellos campamentos donde se preparaban las milicias apostólicas. El trigo y la cizaña crecen aparejados en los campos de la virtud, que de todo tiene que haber en la viña del Señor

Formulé la resolución firme de poderle demostrar a aquel arrogante y malvado sacerdote que se había equivocado conmigo, que las guerras a veces no las ganan los generales ni los guardias de Corps sino aquel turuta borracho y díscolo que duerme muchas noches en la prevención y que en un momento de arrojo se lanza contra el enemigo y consigue que no se rinda la plaza. Algún día pueden que resuciten Cabo noval y el Cascorro. De la misma forma no dejo de acariciar la idea de que la iglesia de Jesús está a buen recaudo no por el papa tal cual, ni por aquel predicador, sino por ese ostiario humilde y pobre al que elige el Espíritu Santo para consumar su obra.

Los últimos serán los primeros, Padre Larramendi. Entretanto, tendremos que seguir soportandoos, acariciando vuestro yugo, besando el látigo. Amen. En espera de que un día se abran las puertas de la campa y entre por ellas el libertador.

Con la absoluta en el bolsillo y habiendo aceptado mi suerte irremediable de ser apartado como oveja negra del rebaño, ya no me importaba nada, pero no adopté la actitud pasota del cucarro, que para lo que le queda en el convento, se mea dentro. Al revés, me volví más bondadoso y cumplidor del reglamento. Era ya yo mismo, y así el último trimestre que pasé en el seminario de San Antonio fueron tres meses quizás los más felices de mi vida. Fue una primavera hermosa. El sol rompía su lanza de luz en auroras faustas por los ribetes de Peña Castillo y de Ruiloba coronado de pinos y de eucaliptos, los cielos narraban las glorias del criador acariciando sus rayos mi despertar, mi camarilla se orientaba a levante.

Rápidamente me tiraba de la cama nada más amanecer y prosternado frente al astro naciente recitaba la plegaria triunfal que suele rezarse en comunidad en los monasterios cistercienses “Iam lucis” y que en Comillas musitábamos en privado camino de las duchas. Se trata de la mejor fórmula para dar comienzo a una jornada y el mejor sortilegio contra los enemigos meridianos que nos acechan a cada paso.

Procuré ser servicial con los demás, sacando fuerza de flaqueza. El prefecto me dispensó de asistir a las clases, Bedoya me dejó algunos libros y pasaba gran parte de aquellos hermosos y largos días entregado a mi vicio favorito: la lectura. Un libro que me impresionó fue la “Vida sale al encuentro” de Federico Sánchez Mazas. El padre Heras vino a verme una vez y trató de consolarme. Recuerdo la cara de aquel bendito, su rostro largo, el pelo echado hacia atrás, su porte de hidalgo castellano, podía ser el fantasma que habitaban en alguna de las casonas cerradas de Santillana de Mar, que estaba de allí a un tiro de piedra. Su presbicia inspiraba cierta ternura y era un buen religioso, acaso un santo jesuita que también los hay. Le sobraba la caballerosidad y buena crianza que le faltaba a aquel vasco mal educado e histérico.

-No hagas caso ni lo tomes a mal. El P. Larramendi es el típico maestro de novicios. Su aparente dureza se justifica en las rigurosas pruebas a que somos sometidos en el postulantado. Esta táctica forma parte de lo que llamamos “suspensio mentis”. Un aspirante a llamarse hijo de San Ignacio tiene que pasar por la ordalía. Ello forma parte de la forja del carácter, la renuncia a la pompa y vanidad del siglo, la aceptación de la obediencia de cadáver. No te preocupes, Maximino. Regresa a tu seminario y sigue allí la carrera. Tú serás un sacerdote. Olvida lo que el prefecto te ha dicho y acepta toda esta amargura como la voluntad de Dios, que desea que te acrisoles.

Luego me abrazó y me besó con ternura y compasión infinita. Fue el ósculo de paz, el beso más pudoroso que he recibido en mi vida. Me lo dio Cristo. Y en aquella acolada puso la casta energía que derrama el Paráclito sobre los escogidos para el dolor. Ser sacerdote no constituye otra cosa que la donación de un viejo símbolo: ser presbítero, administrador de la paciencia divina, transmudarse en pies, manos y alientos de una voluntad imperiosa de salvación, algo cargado de misterio que nada tiene que ver con la temporalidad eclesial, sino con su esencia misma: la economía soteriológica.

Cuando viene a mi mente el pensamiento de Cristo, acude el rostro de aquel jesuita arandino. Él me confortó, me restañó las heridas con el bálsamo de la palabra de vida. Era el paraninfo de una gracia que llegaba; como tantas veces, fui refractario a ese raudal de dones que me anunciaba en aquella modesta celda que daba al paraíso. Por la ojiva del ventanal adornado de arquivoltas vermiculadas penetraba un haz de rayos en diagonal como en los retratos de frailes místicos que pintara Zurbarán. Los tamarindos de la varga Cardosa daban ya florecido una escolta de verdor a la mole cuadrada del edificio, que también tenía forma de parrilla y era un anticipo en la España verde del Escorial castellano. Las golondrinas habían vuelto volando raudas con sus alas en forma de horcarte bajo los aleros o alrededor de los mazos transversales del inmenso rosetón que coronaba el dintel del pórtico de la capilla mayor y su alborotado piar esponjaba el ánimo de serenidad y de emoción. Uno se acordaba de los versos de Juan Ramón: “...y yo me iré y quedarán los pájaros cantando”.

Mi conocimiento de la literatura española ganaba aumentos con las lecturas solapadas en Peña Castillo bajo la férula de Bedoya. Nos metimos entre pecho y espalda a todo Neruda, a Gerardo Diego y a los grandes de la generación del 27. Una tarde mi amigo lebaniego, aquel día nos dieron manises de postre, tuvo un accidente, se le chascó el paladar de la prótesis y tuvo que ausentarse durante algún tiempo. Quedó apalabrado con un mecánico dentista de Torrelavega que le haría la compostura.

-También es mala suerte, Bedoya, tan joven y descolmillado.

-Es cierto, Maximino, pero la garra y todo lo que muerde no lo lleva el hombre en los puños ni en los piños, sino aquí.

Y se dio un palmetazo en la frontal de la sien.

-Desde luego, nunca veremos a burros calvos o sin molares - le dije para consolarle.

Hablaba como un viejo dejando explosionar el aire a través de las encías como cuévanos y apenas se le entendía pero en sus sentencias vaciaba la carga de sabiduría que llevaba en su interior:

-Creo que los hombres se equivocan cuando hacen reposar el vértice del honor en los cojones. Nuestra honra no puede cifrarse en las partes más innobles sino en el alma. Ya ves. Resulta que, como soy desdentado, mi obispo no me dejaría ordenarme. Cualquiera que adolezca de defecto físico no puede recibir órdenes sagradas. Roma es en esto tajante. A ti me han dicho que Larramendi te segrega porque eres gordito. Lo sé de buena fuente, Antonio.

-Pues a Mlle. dije- cuando leo el Evangelio veo que Cristo se rodeaba de gente poco escogida: paralíticos, epilépticos, o con flujo de sangre como la hemorroisa, y hasta enanos igual que Zaqueo, y no pasaba nada. Eran sus preferidos.

-Pero por lo que se ve, ni tú ni yo damos la talla.

-Bueno ¿nos volveremos a ver ?

-Quien sabe. La vida da muchas vueltas. Aunque no te lo creas, estoy contento de alzar el vuelo de esta jaula dorada. Me ha escrito madre que a padre le llegó el indulto, ha salido de Santoña, está en casa.

El padre Teodoro Heras bajó con él hasta la plaza del pueblo donde tomó el coche de línea. Pensé que no le volvería a ver más, pero me equivocaba. Una noche me topé con él en el Café Gijón. Era un hombre alto, espigado. Se había puesto los dientes de porcelana y el encuadre era an perfecto que apenas se notaba lo falso. Estaba acompañado por una rubia despampanante. Bedoya, miembro del Partido socialista, ocupaba un alto cargo. Se había olvidado de la literatura y funcionaba en positivo.

Creo que me reconoció pero estuvo frío en el saludo.

-¿Te acuerdas de aquellos años?

-Más bien, no. Hay que borrar la memoria de aquella Dictadura.

-Para mí el único dictador que hubo fue Larramendi.

Calcó en mí una mirada de reproche, murmuró algo despectivo contra los fascistas, se tornó a la rubia y al punto la pareja se alejó de la taberna. Había pasado factura por lo del internamiento de su progenitor, los maquis, Juanín, aquella fotografía del bandolero acribillado a balazos junto a un árbol, y creo que llegó a presidente de su autonomía. Fue un caso parecido al de Usategui, por más que yo no lo esperara, pero sigue habiendo dos Españas.

Recuerdo los ocasos sin parangón posible en los alrededores de Oyambre, las olas con su movimiento isócrono y la acribia de sus trazados lamían las dunas, festones de espuma danzaban junto a los arrecifes. Nosotros nos lanzábamos desde una duna con forma de terraplén. En una marea en que había mucha resaca la tarde del trece de mayo Santos y yo fuimos arrastrados por la corriente. Todo ocurrió a una velocidad terrible y de forma inopinada y súbita. Cuando quisimos darnos cuenta en los resaltos del reflujo nos encontramos rumbo a la alta mar, pedíamos a la Virgen a voces y con grandes lagrimas su socorro. Unos del Mayor y varios padres que tomaban baño a esa hora de Vísperas, era un sábado, alertados por nuestros gritos acudieron a socorrernos. Un catalán, Massolíes, se zambulló con una cuerda que llevaba amarrada a la cintura. En la orilla había quedado sosteniendo el cabo el hermano Quintana.

-Agarraros - gritó Massolíes.

La resaca era tremenda pues había nordeste que picaba la mar, nos prendimos de la maroma presas de pánico, puesto que vimos que por venir a salvarnos el gerundense casi se ahora. Al otro extremo, el hermano Quintana que era fornido pudo hacerse con el arrastre. De esta forma fuimos sirgados hacia un abrigo entre las rocas y así salir. Pienso ahora que Massolies y Quintana fueron dos enviados por la Virgen y así lo pregonó aquella noche después de la sabatina el padre Carrizo, el director espiritual de los Retóricos.

Todo el resto del mes de las flores fuimos encargados Santos y yo, los “ salvados” junto con Massolíes el “salvador” de atalajar el altar de la Señora y de dirigir las preces del rosario. El día 31 fue emocionante. Los seminaristas se despedían de la Madre que amaban tanto y les protegían hasta el curso siguiente. En mi caso, era definitiva, pero no sentí ninguna tristeza. Antes bien, mucha alegría porque su intercesión había evitado una muerte segura en las embravecidas olas del Cantábrico a los quince años, pues sabía que siempre iría conmigo aquella Madona de los Tránsitos. Mi destino en la vida era coleccionar sus invocaciones e ir recorriendo uno por uno cada uno de los santuarios.

Ante su altar recargado de flores y perfumado de nubes de incienso yo canté el solo de una canción muy bonita: “ Salve Virgen pura, de los cielos reina, salve dulce madre, alégrate siempre, estrella”. Fonseca, uno de Yepes, hacía el contrabajo. Creo que este Fonseca ha llegado a obispo. Era el número uno de nuestra promoción. El día de San Juan Crisóstomo pronunció él solo y en griego dórico con la entonación más perfecta, asesorado por el Padre Mayor, una de las Filípicas de Demóstenes. Cuando proclamaba aquello de “ge...ge” se venía abajo el paraninfo. Nunca conocí una mente humana con una retentiva como Fonseca, pero debía de ser cosa de familia, porque su abuelo se sabía el Quijote de memoria al revés. Después de la fiesta de San Antonio, el trece de junio, concluía el trimestre lectivo y daba comienzo un tiempo excitante de planificación de vacaciones veraniegas, pero empañado en la melancolía de las despedidas. Se daba la mano a gente no volverías a ver. La partida de los alumnos para sus puntos de origen, que eran todos los rincones de la península, se producía de forma escalonada. A los de la provincia de Castilla y Baleares se nos asignó el último cupo. Debía de ser norma de la casa.

Deambular por los ámbitos vacíos del inmenso caserón con forma de silogismo puesto que fue trazado a plomada como toda la escolástica que se nos enseñaba en los seminarios, producía tristeza y un cierto encogimiento del corazón. Nunca volveré a dormir en esta cama ni salir el sol por el parteluz difuminado de mi camarilla. Adiós, virgen de los tránsitos, tan cordial y silencio, que desciendes el rostro y prestas ojos misericordes a quien te invoca. Hasta la vista acantilado de Villa Castillo. ¿Cuándo volveré a pisar las dunas de Oyambre ? Es posible que vuelva a bañarme en este mismo sitio, pero ni las olas inescrutables ni sus orlas de espuma pertenecerán al mismo mar, aunque lo parezca. Lo dice Demócrito. Tampoco yo volveré a ser el mismo.

Lanzaba miradas de partida hacia aquel paisaje que desde que arribé me parecía tan distinto y una parcela del edén. Era la magia de aquella zona que fue la fragua del ser de mi patria. Asomado al terraplén de la Cardosa sentí de pronto que el futuro me estaba esperando.

Mis desposorios con la belleza se consumaron a partir de mis bodas con la literatura. Intuía que mi porvenir estaría en una celda abrumada de papeles, respirando anhelante mientras sufría afanandome sobre las cuartillas. El vértigo de escribir, los descubrimientos inenarrables del placer de la lectura, trato de sofrenarlos con las vedijas de una buena pipa. Una radio sonando, una taza de café por enésima vez, una chimenea encendida con el sobradillo cargado de reliquias, una foto de mujer, el enkidrion de mi cante misa, los libros que he comprado a Riudavets, el ángel de mi guarda, dulce compañía que me desampara noche y día, múltiples imágenes de Cristo y de la Virgen María. Tú, Señor, te apiadaste de mí y me guardaste para este tiempo.

Pese a las descalificaciones de Martino y las condenas de Larramendi, conseguí mi objetivo en el camino: empaparme de la belleza y de la palabra de España. ¿Qué más se le puede pedir a la vida? Desde la atalaya hermosa de Comillas Dios me estaba mostrando el camino de la dulce Piedras Vivas de mi madurez. No ha sido una senda llana, sino tortuosa. En algún recodo de esta quebrada ruta sentí en más de una travesía oscilar la aguja de marear, me iba a pique, me hundía en el abismo, pero me desviaba del asolamiento una fuerza incoercible y fuiste tú, Madre, la que en aquella triste y desastrosa noche de Oviedo me indujiste a conocer a la compañera de mi destino.

De antemano una voz misteriosa me había comunicado el derrotero de mis días. Resonó en aquella casa levantada por un paladín del noventa y ocho y me mandaba apostar por América y contar la verdad, porque yo no fui escogido para ser heraldo de la mentira.

Hubo un hecho por aquellas fechas que me llenó de inquietud, y fue la conferencia que nos dio el P. Rábago contándonos cómo él había sido intérprete de Franco ante el general Eisenhower que el año precedente había estado en España, un acontecimiento deslumbrante, hito final de una era. Rábago era un hombre alto y moreno, con la raya en medio, el porte juvenil y llevaba un sobrero como los curas irlandeses en lugar de queja. Fue el primer anglófilo que conocí. No hacía otra cosa que hablarnos de Inglaterra y de los estados Unidos.

Yo me repetía: “ tendré que ir algún día a ese territorio” y cuando veía de arribada a las lanchas al pequeño puerto de aquel resorte santanderino se me encendía la imaginación pensando que detrás de la estela que los barcos de cabotaje y los grandes buques que veíamos cruzar el horizonte a muchas millas, a las espaldas de su larga estela quedaban las costas de la Blanca Albión. Algún día irás al lugar enamorado de Merlín.

Era la Odygitria que me designaba el rumbo.

Pero ándate cuidado eres demasiado tajante, Antonio. Deja tus extremismos a un lado, tira por la borda tu entusiasmo y ciñete a la banda de la circunspección y medida, pues el bien ni el mal subyacen en capas sino que se amontonan como vetas en desorden. Uno puede ser bueno unas veces y, otras, perverso. Todos llevamos un mártir y un Nerón en nuestro interior. En religión no hay linderos para lo negro y lo blanco. Como la vida es un acto permeable y elástico, los buenos tendrán que sufrir con paciencia a los malos, pero el día del juicio los corderos de Jesucristo serán apartados de los cabritos del Impostor. Los consagrados a Dios viven no ya con la mirada puesta en este mundo sino en cuanto empieza después de la muerte. Sin embargo, en derecho civil no se dan tales polaridades. La Constitución puede ser ética e incluso estética, pero no tiene que ver nada con la teología. Arte de la coyuntura y del momento está reñido con la moral y con la ética. Es una teleología con medios y objetivos diferentes. No hay nobleza en ella ni vileza, sino logros y fracasos. Sólo aspira a la praxis y todo lo que se ponga al alcance es bueno, hasta la calumnia, con tal de que se recabe el objetivo. Cristo no era un tribuno de circunstancias al estilo de los candidatos presidenciales - esa incapacidad para imitar la sencillez del Pastor sea quizá uno de los errores mayores de la Grey- sino el ungido del pueblo por el carisma. Era ese carisma agostado, pero fuente de vida de todos nosotros, era el que había que volver a resucitar. Ni Larramendi ni Rábago creían en él, pero aquel gracia transportaba las miradas de Heras, Mayor, y Teófanes. Era un sacramento de amor. La tierra sólo bendice y premia a los que triunfan, pero el Evangelio construye su mundo futuro con la rahez más despreciable. La piedra rechazada por los arquitectos la constituí en basa de mi fundamento.

¿Dónde está Dios? Por aquellos días de fin de curso aconteció en el pueblo un suceso que habría de conmover a toda la provincia y a España entera. Un perro alano enloquecido había decapitado a un infante de dos años, hijo del dueño. El animal no sabía lo que hacía, pero el niño de cuna era inocente. ¿Por qué permitió Dios que ocurriera semejante desgracia? ¿Dónde se había metido?

Todos estábamos consternados. Los novicios del Colegio Máximo, que no tenían vacaciones, y los pocos gramáticos y retóricos que quedamos asistimos a la exequias en aquel cementerio tan aireado y tan bonito sobre la rasa de Peña Castillo. El P. Nieto pronunció una sublime oración fúnebre pero no supo dar respuesta a esa agobiante pregunta que se hicieron Marción y los maniqueos ya en lo primeros siglos: Leviatán desde entonces prosigue su asedio a las murallas de la Ciudad de Dios.

¿El Criador permite que se desencadene el reino de las tinieblas porque así está escrito en su mente que rige todos los designios o para redondear las cifras de la casualidad y los baremos de la estadística ?

Todos no somos más que un número. A mí se me había asignado el del 288. Iba bordado como el anagrama de los soldados del emperador en el dobladillo de mis camisetas y campeaba humilde sobre la puerta de mi celda. Dentro de unos días tendría que entregar la chapa para que se la dieran a otro el próximo curso. Al niño despedazado por el can no le cupo tal suerte. Su cuota no entraba en el de la numeración al uso. Sin embargo Dios lo creó para sucumbir ante las fauces de un sabueso enloquecido de celos y presa de las furias de Leviatán. ¿Lo amaba desde toda la eternidad? ¿No falló en cierto modo la providencia, una de las cualidades ontológicas que asigna la teología católica al ser supremo ? ¿Somos fruto del amor o de la pura casualidad?

Sólo la virgen de los tránsitos acertó a responderme, pero su respuesta, que no transcribiré, no pertenecía en aquel instante a las razones de esta tierra. Hay ocasiones en las cuales las palabras lo echan todo a perder. Hundí la cabeza entre mis hombros y acepté la voluntad de Dios. En el cielo aquella tarde había un angelito más. Yo también me iba de aquel lugar de ensueño y como hechizado por una fuerza magnética para no volver más a él, pero la providencia me preparaba una casa en el norte. Porque ni el ojo vio ni el oído escuchó lo que Él reserva a los que le aman. Era un remedo de la ciudad de Dios que portan como una maqueta algunos santos en la mano en los cuadros de los primitivos alemanes. Mi noción del paraíso tendría que ver en adelante con un lugar escarpado- oh beata solitudo - y apartado del mundo como el caserón en el que habían transcurrido los últimos meses de aquella fase crítica de mi existencia.

La cabellera de Larramendi recordaba una barza de heno y sus dedos péndulos, apéndice de brazos en escarpia y cubiertos de vello, sostenían el tomo de los discursos de Cicerón, que a mí me parecían como un gario amenazante. El terror de los magníficos párrafos caía como una catilinaria (no sabéis nada, sois unos zotes, malos seminaristas, y además muy feos) sobre aquella clase de alumnos de segundo de Retórica. Nos sentábamos a lo largo de los bancos de cinco en fondo y a mí me correspondía un puesto entre Massolíes y Perea. Ya todo se acababa. Resultaba difícil meter en brida al potro de la imaginación, mientras los ojos se disparaban hacia el tierno paisaje montañés que se desplegaba al otro lado de los ventanos ojivales y que se mostraba insensible a mi tristeza. A los nueve valles poco le importaban las zozobras de mi fracaso escolar, pero era menester encontrar refugio en alguna parte, y mi imaginación corría por aquellas trochas y calellas que conducían a lugares descubiertos y recorridos durante nuestros paseos de los jueves. Aquellos pueblos tenían todos nombres de cantares de gestas y traían a la memoria las entonaciones de la vieja fabla con su acento preñado de dulces cadencias, hitos mágicos de la Castilla vieja: Caranceja, Carrazo, Reocín, Toranzo, Bárcena, La Busta, Quijas, La Veguilla, Villapresente, Ibio, Valdaliega, Villaescusa, Trasmiera y San Vicente de la Barquera. Eran behetrías y merindades, ciudades exentas entre los montes oscuros, amagadas al socaire de collado, entre sernas de sembradura y prados tiesos de hierba segadera, donde pacen las vacadas de huelgo y apuntan al cielo como una adarga de paz idílica las estacas del almiar con sus coloños de alfalfa prieta, a la vera de molinos blancos y arroyos de aguas dúctiles. El paisaje evocaba los primeros días de un cantar de gesta. Santa Illana con sus torres bravías los gobierna. Vi, poco antes de que agonizase el Medioevo, al pie de las casas blasonadas, donde sobre la piedra se estampaban los símbolos de una misteriosa danza heráldica, que tenía un aire sagrado e iniciático, transitar por aquellos cordeles que iban a dar al mar los últimos carros del país tirados por bueyes duendos cargados de heno que hacían balumba al rodar sobre el piso desigual, y escuché cantar a los ejes mientras el boyero marchando delante con la ijada con voz ronca y huesa atacaba un aire de la tierra. Y las aguas pandas de la bahía me parecían más alegres y tristes que nunca. Se detenían y se quedaban como en éxtasis escuchando la tonada del auriga que pasaba con sus mansos. El belfo de los animales, bajo el peso del yugo y la presión de la testuz uncida a la gamella, casi besaba la tierra. Se me quedaron esculpidos en la memoria aquellas escenas de idilio pastoral. Había un Dios callado en la naturaleza, donde el hombre todavía conservaba su estado de gracia, y que no tenía nada que haber con el que nos mostraban los sermones terroríficos del cura que nos dio los ejercicios. Su querencia andaba flotando por las notas de aquella canción de bueyes. Cuando un carretero se arranca con un aire de la tierra, todo se para, contienen la respiración el cielo y la tierra, y un sol condescendiente y beatífico, halagado por tanta belleza, quiere enviar sus rayos con mayor clemencia.

No era Cicerón lo que me pedía el cuerpo en aquellos instantes, sus párrafos escanciados sobre nuestras cabezas por aquel mecenas del infierno, aquel protocanalla de los locos repúblicos, un esténtor que repetía sus monsergas separatistas (Te has “colao”, no eres de los nuestros, participios perfectos a lo zamarro, que es característica prosódica del vascuence), sino las Geórgicas de Virgilio.

Santander fue para mí el primer postigo de la Arcadia, la encartación primigenia donde late ese noble ideal caballeresco que ha orientado mis pasos. En la contramarea del sofión de mi primer fracaso y de aquel viento de repulsa supe tener el timón. Oreanda me aguardaba en un rincón de mis días. Era tu voz, la voz de la tierra y del amor que me llamaba. Martino me había descalificado para la literatura, pero yo empecé a garabatear mis primeros cuentos y poemas por entonces. Me fatigaban, pues desde un primer momento empecé a gozar de ese instinto literario necesario para la originalidad, tanta palinodia sobre Machado y García Lorca, con la que nos querían lavar el cerebro. Los volterianos nunca han sido santo de mi devoción. He vivido desde entonces enterrado entre libros. No me darán gato por liebre. Riudavets, ya entonces, como Oreanda, como Caronte, también me aguardaba enarbolando en su diestra el puñal de la sabiduría.

No considero aquellos ultrajes acreedores de la memoria, porque Dios es memoria y perdón, pero pienso con frecuencia que aquel rechazo en cierta manera ha configurado mi manera de ser. He proyectado mi vida en contra del conjuro formulado por Martino y Larramendi. Con vuestros anatemas me proclamasteis basa angular de un palacio hecho de palabras lanzadas contra el muro del malecón, piedra a piedra, sillar a sillar. Fui eliminado, pero las recusaciones del “Peniciliado” me pusieron en el camino de las grandes rutas, de las que aun me siento peregrino. Eran muchas más hermosas que vuestros sermones las vacas de huelgo rumiando en los prados segaderos y aquellos montes y aquellas fuentes, ese venero de poesía que estalla en lo pueblos solariegos a la sombra de la torre de la colegiata. El año que pasé entre vosotros no fue más que el pago de mi primera contribución al patrimonio del dolor y del desprecio. Con mis humillaciones tributé los adeudos de derrama, de nución, infurción y de fonsadera. Supe que los monasterios, mitad cuarteles, mitad presidios, con un poco de paraísos entre medias, eran legatarios de una misión a la vez temporal y espiritual. Rezar por las almas de los fundadores a perpetuidad y defender a los lugareños del peligro exterior. Entonces como un ideal quijotesco, lleno de libertad, ese loco y maravilloso proyecto que se denomina España. Me topé por las rúas empedradas de Santillana con los caballeros de la cruz, no eran fantasmas, sino algo real y el monje negro, ese emblema hesicasta que yo llevo en los adentros me dio la bendición. Tú no hagas caso, no vuelvas la vista atrás.

Pero, ay amigo, luego vendría Polanco, quien para más inri es un apellido que surge en estos prados de pación legendaria de esa cuna y cuña ilustre de la España solariega que es Santillana, con la rebaja. Él sería uno entre los muchos que han acabado con la patria, un godo de pura cepa.

Incluso fue Comillas el escenario de mi primer amor: Fronilde, la hija de un alojero local. Se asomaba a verme pasar a la hora del paseo.

-¿De dónde eres curín? ¿Y adónde vas?

-De tierra adentro, Fronilde. En mi pueblo hay torres muy altas, sin que desde allí se vea el mar. Hacia ellas ahora me vuelvo, pero no creo que llegue a ninguna parte.

-¿Algún día me escribirás?

-Quizás.

-¿Cuándo cantes la misa? Tú vas a ser arcipreste y a lo mejor llegas a obispo.

-Pues, aunque no te lo creas, estoy aquí de más. Ya me han dado la absoluta y el prefecto me ha dicho que no tengo luces para cura, pero yo lo voy a volver intentar. El curso que viene me matricularé en mi seminario en primero de Filosofía.

-Tú no hagas caso. Eres un mozuco de cara muy lista y todo lo que te propongas lo conseguirás.

-Pero ¿perseveraré?

-Eso depende de ti.

Fronilde no sólo fue mi primer amor sino toda una gran pitonisa.

-Pues cuando me ordene, me acordaré de ti en el memento de vivos.

-Reza por mi padre. Es alojero y pasa más de medio año en Sevilla. No lo vemos el pelo y está algo delicado del estómago. Lo nuestro es la aloja. Hacemos el agua de azúcar mejor del país. ¿Quieres probar un poco?

-Bueno.

Se perdió en la oscuridad y al punto salió con un vaso de agua de miel. No habían llegado por aquel entonces las colas, y la aloja y la gaseosa eran nuestros únicos sorbetes.

-Ten.

-De hoy en un año, Fronilde, y a tu salud. Que seas feliz.

-¿Rica eh? La acabo de sacar del pozo, entre la nieve.

-¿Cuál es la receta?

-Es un secreto familiar. Sólo mi padre sabe hacer aloja. El enigma se lo transmitió mi abuelo y cuando se muera se lo dirá a mi hermano. La tradición viene desde la edad media, no te lo puede decir, curín. Bébela y no te me pongas triste.

Desde el siglo doce este tipo de vendedores ambulantes pregonando obleas y la rica miel de aloja recorrían toda la península, iban a Francia, a Portugal, y a veces cruzaban hasta Inglaterra con su mercadería. Muchos eran pasiegos. Si hay que encontrar un antecedente entre las grandes familias de banqueros que controlan hoy el dinero en el país, los Botín, los Herrero y tal vez los Olarra, había que encontrarlos entre estos vendedores de barquillo y aloja. Ellos fueron los instituidores, con su sentido del ahorro, y la posibilidad de ganancia, del primer capitalismo hispano.

Estaba buenísima. Le di las gracias, partí, nunca más volví a ver, pero la alojera fue la mujer para la que escribí mis primeros versos.

-¿Quieres un poquito más, Toñuco?

-No, gracias, Fronilde. Me tengo que ir, se está haciendo tarde y a las siete suena el timbre de recogida. Hay que estar allí para pasar lista.

Nunca la escribí a la guapa Fronilde, pero su caridad y su comprensión (el amor es lo único que merece la pena en esta vida) trae a la memoria algo amable entre la retahíla de amargos recuerdos de mi estancia en el antiguo caserón : la universidad de ladrillo mudéjar, el seminario menor color del cemento, y el colegio máximo de puertas blancas, todo enjalbegado y recubierto de hiedra y de palmeras. Si el P. Heras fue para mí el buen cirineo, Fronilde representó la ventana que se abría a la belleza. La hija del alojero fue la mujer samaritana que me daba de beber. En mi primera misa fue por ella la primera por la que recé. Su nombre de princesa ocupa un lugar aparte en las preeminencias de mi memoria.

Al pasar debajo del pórtico central entre las enredaderas la piedra del escudo me advertía del símbolo. Sobre un campo de gules aparecía el cáliz de la Iglesia y la sinagoga con el cetro quebrado. Eran los reyes de armas de aquella casa, pero el padre Carral y el bendito Don Claudio López estaban en un error: la sinagoga empuñaba

Sin saberlo yo me lanzaba de cabeza a un mundo dominado por la política bajo la influencia de los amigos del P. Rábago, culpables de los tres grandes sucesos traumáticos del Incomparable y Violento siglo vigésimo: Hiroshima, el descabezamiento de Rusia y la creación del Estado de Israel. He aquí un triunfo de la razón practica, brújula de toda política pero,¿donde queda la conciencia? Habiendo hecho reventar la bomba atómica y alimentado el terrorismo internacional - el chantaje comenzó con la voladura del “Maine”- se erigen en árbitros salvadores de la especie humana.

Dije adiós a la Cardosa una sofocante y lluviosa noche de bochorno de verano un seis de julio. Me sentía muy triste y fracasado al tomar el tren en Torrelavega. A la siguiente mañana cuando llegamos a la estación del Norte ya me había olvidado de mis pesadillas. Madrid era hermoso y acogedor. Toda la capital estaba engalanado y lleno de guardias para dar la acogida al presidente Onganía de la Argentina en visita oficial. Me esperaba un largo y cálido verano. Después volvería a ingresar en Segovia y allí estuve hasta cuarto de Teología.

En vez de pronunciar el “Adsum” entonces me marché a París. El sí de la unción tardaría en llegar otros dos años tras mi aventura parisina, pero ese es un fleco que no atinge a este relato de mis corrupciones, perversiones, perplejidades, desencantos y paradojas de la fortuna voltaria. Ha de bautizarse a aquella perínclita quinta del sesenta y cuatro como la gran Promoción Ex.

Ese verano en París fue determinante. Cuando dejé a los vascos viví en un cuchitril de poco más de tres metros cuadrados donde no podía erguirme, cocinaba en cuclillas y permanecía tumbado en un camastro para ahorrar fuerzas horas y horas, pero la buhardilla tenía un belvedere con vistas a los Campos Elíseos. Me sentía débil porque me alimentaba sólo de leche, cartones y cartones, pero estaba en París, que no es poco. Me impresionó el silencio del metro, sus vagones destartalados, la gente no leía periódicos sino libros de bolsillo, la ciudad me acogió en sus brazos con su aire impersonal, cosmopolita. París tenía una forma especial de oler y de respirar, enseguida lo capté. Frecuenté -cómo no- el 53 de la Rue de la Pompe donde había un hogar para españoles, allí se me puso en contacto con una empresa que contrataba mano de obra no cualificada de aparceros y de jornaleros. Trabajé como ascensorista en un montacargas, en una lavandería y hasta en una fábrica de prendas femeninas poniendo etiquetas, donde discutí con un marroquí que por poco me cuesta la vida en el ardor del agosto parisino. Luego empaqueté periódicos en las oficinas del Herald Tribune donde un americano al vernos llegar todas las mañanas decía:”Adelante la Sorbona”. Entre los empacadores había una bailarina del ballet Bolshoy. Nunca he visto un cuerpo tan elástico ni unas piernas tan bien talladas. En el verano del sesenta y cuatro lo que sobraba era trabajo en aquella encantadora ciudad. El mundo estaba a nuestros pies, acabábamos de cumplir veinte años, debía de ser por eso.

Cerca del Ayuntamiento, entre cuatro alquilamos una alcoba. Encontrar alojamiento era un poco más difícil que lo de la chambra. Yo tenía la mosca tras la oreja después del incidente con los vascos, pero en aquella ocasión no fui testigo de hechos bochornosos, ni estuvo en peligro mi seguridad. Era un cuarto limpio y los días se desenvolvieron con tanta normalidad que ahora mismo no caigo ni en el rostro ni en los nombres de aquellos con los que compartí el derecho a cocina. Se me han borrado del recuerdo, todos eran españoles, eso sí, pero no tan problemáticos como los amigos del cura Usategui. Cuando alguna vez estoy triste y quiero soñar, la mirada del recuerdo revierte a aquella pensión en que viví cerca del parisino Hotel de Ville.

Permanecí en la Ciudad de la Luz hasta bien entrado el otoño. Todo el mundo regresaba a España; por el contrario, yo compré un billete en la Gare du Nord con destino la estación Victoria. Aparte de que adelgacé sobremanera no tuve ninguna experiencia digna de mención, ningún pasaje truculento acreedor de ser puesto en perspectiva por el gran Torbado. Sin embargo, pienso que muchos de los personajes de las “Corrupciones” se cruzaron en mi camino. ¡Tiempos que no volverán!


Lo que no se olvidará mientras viva fue lo que me sucedió en mi encuentro con mi amigo el “ex”, al que ya ha aludido. Fue una prueba que Dios quiso ponerme en la senda para dar a entender que durante nuestro vivir no hemos de bajar la guardia. Estaba yo muy bajo de moral porque no había probado alimento durante cerca de una semana y además creo que alucinaba.

Durante el camino hacia la chambre fuimos recapitulando sobre nombres y anécdotas de gente a la recordaríamos toda la vida: el P. Penagos, que hablaba tan deprisa que apenas se le entendía; del P. Mayor, el mejor latinista; de Heras, nuestro prefecto, un maestrillo de Burgos, al que yo llegué a querer.

-Casi perdono a los jesuitas porque aquel hombre, que era un santo, era un buen hijo de san Ignacio. De Larramendi y de alguno que otro no guardo buen recuerdo.

-El P. Heras lo dejó.

-Ah, sí.

-Y también lo he dejado yo, - dijo Iñigo - Y aquí me tienes en París. La vida da muchas vueltas.

-Más que el corazón de una pelandusca de Pigalle.

-Ya hemos llegado. Sube.

-Franqueamos un portal del Distrito dieciséis, uno de esos edificios estilo fin de siglo, con tejados de pizarra y balaustradas en las plantas nobles, testimonio en piedra de que aquella ciudad había sido el ombligo del mundo. La “concièrge” una señora cuarentona con el pelo blanco con un “Gitane” de vaina amarilla en la comisura de los labios me miró de arriba abajo y mi amigo tuvo que darle explicaciones de que yo era un condiscípulo suyo al que había invitado a pasar la noche. Ella largó una Maximinofada ininteligible en el que se adivinaba el mal humor.

- “Dites, donc, les espagnols”.

Se fue refunfuñando. Pero Usategui la corrigió.

- “Pas españols. Nous sommes basques, madamme du Pont”.

-Tu len est aussi, toi.- dijo dirigiéndose al que suscribe

-Yo no. Soy del interior, pero mire mi noble nariz, señora.” Tous les castellaines ont de basques quelque chose”.

-Ah bon - gritó la matrona con su voz de jilguero, pero sin demasiado interés por la cuestión.

A mí tampoco me parecía la variedad regional tan significativa, aunque mi segundo apellido sea vasco. Pero noté que mi amigo, tan risueño en otras cosas, esto de la nacionalidad no se lo tomaba a broma. El bueno de Usategui, como más adelante conseguí comprobar, se tomaba muy a pecho la cuestión racial, aunque jamás lo entenderé, pues pienso que todos pertenecemos a una raza única, la humana. Lo que único que nos diferencian son las peculiaridades culturales del medio, el clima, el suelo, las creencias, pero él era un cucarro, un trabucaire clérigo. Carlista de pura cepa. Estaba metido en la causa hasta las cachas. Puede que yo fuera también algo vascuence, pues tengo la cabeza grande y la nariz poderosa, las caderas anchas, y unas buenas manazas para pegarle a la pelota, he corrido un par de veces en los encierros de Cuéllar y porque la región donde nací fue poblada por navarros. Hicimos una fetiche de la religión. Esta es la diferencia mayor a grandes rasgos entres Castilla y León. Los leoneses son descendientes de asturianos y gallegos.

Subimos hasta una buhardilla en el último piso. La habitación estaba llena de humo y de guisos recientes. Había como diez tíos hablando en vascuence. Al sentirnos llegar, suspendieron la conversación. Vibraba en el tono de su voz y en sus ademanes un tufo de conspiración. Todos ellos se decían refugiados políticos. De las paredes colgaban carteles de Fidel Castro, de Marx y de Lenin, que me hicieron sentirme algo cohibido.

-No preocupar. El que traigo aquí es de confianza, pues. Cura ha sido.

Esto pareció tranquilizarles a los vizcaitarras y siguieron a lo suyo, pero yo pude captar que soltaban pestes del régimen de Franco y que estaban preparando algo gordo. A lo tonto yo me había dado de bruces con el primer embrión de una organización terrorista que iba a ser protagonista de la triste actualidad española lustros enteros, durante la dictadura primero y más tarde con la democracia. Entonces no me daba cuenta de que aquellos tíos con cara de aldeanos iluminados que tenían pinta de aizkolaris y que se parecían un poco a Urtain acabarían por envenenar la historia de España. Eta había nacido en un seminario y mi amigo el inocente y simpático Usategui sería uno de sus impulsores. ¡Quién me lo iba a decir a mí por ese entonces!, pero la vida da más vueltas que el corazón de una puta de lujo. No reconocía casi a mi antiguo amigo el baracaldés de la perenne sonrisa. Siempre inmerso en su parsimonia. Todo lo hacía con facilidad. Sólo su alegre rostro cobraba un perfil adusto cuando se refería a un tema de sus predilecciones: la represión franquista, un asunto que yo no entendía demasiado, pero a él le gustaba hablar de gudaris, del cerco de Bilbao, el cinturón de hierro, la represión de los fascistas. Yo era de zona nacional. Los rojos habían matado a varios miembros de mi familia. Las ideas del baracaldés me sonaban a algo como formuladas de otra galaxia, mas no por eso dejaba de ser mi amigo. Por mi parte yo también debía de parecerle un extraterrestre al defender la causa de los nacionales. Mi padre, al que yo consideraba casi como un dios, y al que he adorado durante mis días, peleó al lado de Franco. Pero allí, también en el seminario, había dos Españas. Los superiores trataban con un cariño especial a los de Bilbao. Apellidos como Aburto, Arriola, Echeverría y Aguigorriaga siempre salían en el cuadro de honor. Y a mí el P. Larramendi, el profesor de latín, desde un principio, me tomó ojeriza como a los de Zamora, a los de Valladolid y a un tío de Guadalajara. Tuve que pegarle una paliza -veinte, dos-a Usategui para que se me empezase a tomar en consideración. Éste se me coló, me espetó Larramendi al que apodaban el “peniciliado”(sus malos pelos le acaban sobre la testa en forma de pincel) una vez que le fui a contar mis problemas de adaptación. Me hizo llorar.




En Comillas se comía mejor que en otros seminarios. Allí iba la crema de la crema de todas las diócesis. Pero yo demostré que también sé tener agallas, reverendo padre. Nada, nada. Tú te marchas. No das el coeficiente. También debió de influir que yo era pobre. De casa no me mandaban dinero como aquellos vascos de Bilbao y de San Sebastián muchos de los cuales tenían por padres a empresarios y a gente de dinero. Conocí que había dos Españas y que los vascos eran los mejores, los más altos, los más bonitos, los que sabían más latín o matemáticas, pero, que se chinchen, yo había pegado una paliza al frontón al gran campeón. Pero ¿ha sido ese canijo de Segovia? Si parece que no puede ni con los calzones. Pegué el estirón. No me servía la sotana que, a través de mi madre, había heredado de un canónigo el magistral de aquella santa iglesia catedral, don Bienve. Me quedaba muy corta porque este beneficiado todo lo que tenía de pequeño lo tenía de inteligente. Quizás me contagió su ropa la perspicacia de aquel clérigo para las cuestiones canónicas, su capacidad memorística, su verbo inflamado, pero no sus posibles ni su riqueza. De casa no me mandaban dinero para hacerme una nueva, no teníamos dinero para comprarme otra. Pero ¿cómo vas así, Maximino, hecho una adefesio? La sotana te queda como un tres cuartos. No tengo dinero para comprarme otra. Mi padre es militar de baja graduación.

Duré un año en Comillas. El P. Larramendi me echó, pero al curso siguiente me readmitieron en mi seminario. Volví con las orejas gachas. Pero en Comillas aprendí que había dos Españas y que la guerra la habían perdido los alemanes. El P. Rábago, nuestro profesor de Física, hablaba el inglés perfectamente y estuvo en Madrid haciendo de interprete cuando vino Eisenhower. También había ricos y pobres. No todos éramos iguales. Yo caía en la segunda selección. Nunca conseguí entender la animada conversación exaltada y cerril de los vascongados contra Castilla. Es como un cáncer que acabará con el ser de mi patria a la que he querido tanto y he defendido siempre, incluso contra las imposturas y poca altura de miras que ha demostrado la Iglesia. Usategui era bueno y servicial. Le perdía sólo su pasión nacionalista. La cabellera del “Penicilino” recordaba una barza de heno y sus manos delgadas, cubiertas de vello, sostenían el florilegio de autores latinos con los discursos de Cicerón en el aula de paredes blancas, con aliños de pupitre de roble, dispuestos en forma de satélites alrededor de la mesa doctoral. El aula era grande y se encontraba bien iluminada por cinco ventanales con remate en ojiva, que abrían, pasada la Cardosa, un paisaje de cuencas y sernas. En días de sol aquel escenario se iluminaba con el cromatismo de todas las variantes del espectro. Todo el valle parecía sumido en el estridor de una fiesta. Por aquel iconostasio o mural de hermosura desfilaron los sueños de mi adolescencia. Comillas supuso un tiempo de nueve meses de contemplación, pero ya el curso tocaba a su fin, todo se acababa. Resultaba difícil meter en brida al potro de la imaginación, mientras los ojos en horas de clase se distraían contemplando lontananzas y añoranzas de los lugares recorridos durante las marchas y paseos de los jueves por la tarde. Eran lugares con nombre de romanceros, hitos mágicos de la España caballeresca. Todos se han hecho acreedores en mi memoria de un sitio de honor: Caranceja, Cerrazo, Reocín, Bárcena, La Busta, Quijas, Veguilla, Trasmiera, Ibio, Carriedo, Valdaliega, Toranzo, Villaescusa, Trasmiera y San Vicente. Eran montes oscuros de los que a las veces el verde triunfal se sentía transfigurado por el blanco de cal de las minas de potasa y del litoral de monte bajo formando landas y ensenadas hacia la ribera. ¡Qué lejos estaba aquel Usategui comillense del otro, de el de la buhardilla de París! La generación ex había pasado por las horcas caudinas de las corrupciones.


Fin

21 de enero de 2000

1Leche ligera es lo light, lo políticamente correcto, no nos metamos en tremedales. Haga pedestrismo y haga zapeo. Ponga usted al mundo a paso ligero. Sin embargo, el que esto escribe prefiere el paso largo



VIENDO PASAR LA PROCESIÓN


Era Jueves Santo y en Segovia nevaba. El capirote es un poco cegato y hay tela que tapa el globo ocular. El penitente tiene que saber donde va. De ahí esa mirada de los capuchones de Semana Santa que a mí me asustaban desde niño y podían ser tan amedrentantes como los zangarrones de Carnaval.¡ Uh.Uh¡ Que te asusto.¡ Uh. Uh! El coco. Luego ese capirote ridículo que no era sino los viejos remilgos del alma colectiva de un pueblo que temblaba a la Inquisición y tenía que hacer muestra y profesión publica de fe en mi Segovia, y eso que allí hemos sido de siempre cristianos viejos. Tambien a los relajados al brazo secular del Santo Oficio lo vestían con una túnica morada, les tapaban el rostro y les subían en un jumento.

A la hoguera se iba siempre cara atrás. Las procesiones son remembranza enigmática de aquel abigarrado mundo. Había triunfado el catolicismo. Casi nadie explica cómo perviven tales representaciones del fervor popular. Por unas horas aquellas masas férvidas quitaban a Dios de las manos de los curas y lo sacaban a la calle bajo estandartes. Era también un mundo gremial. Ciudades divididas en barrios. En el horizonte las cofradías. Las hermandades competían como en un campeonato de mus por exhibir el mejor cristo y la imagen de la Virgen más viva. Nosotros éramos de los Dolores de Santa Eulalia, por otro nombre Nuestra Sra. De los Siete Cuchillos. Antiguamente sector textil, mayormente tintoreros y peraíles. Por las calles de mi pueblo aquella noche que nevaba (era la acción de los vientos exhidras o favonios que para los romanos anunciando lluvia traían primavera) porté mi cruz y camine descalzo y con cadenas por el piso helado. Bajo el capuz sonaban en mis orejas sonaban determinativas las profetas del santo Profeta “Di mi cuerpo a los que me herían y mis mejillas a los que me mesaban el cabello: no aparté mi rostro de los que me injuriaban y escupían. El Señor era mi auxilio” [Isaías 50,5,10]. A lo largo de mi vida he sabido lo que es la calumnia y el gargajo de las bocas purulentas pero mis lomos estaban bien amarrados. Sint lumbi vestri precinti (hay que atarse los machos) otras palabras que recordé al ceñirme el cíngulo o la soga de esparto de cofrade Ninguna asechanza a mi salud no obstante a pesar de aquella burrada de caminar descalzo y con una cruz que pesaba ciento veinte kilos a la costilla. Sólo agujetas un par de días pero luego como si tal cosa. ¿Milagro? No lo sabría explicar pero algo hay.

Uno se siente reo no sabe por quien y con complejo de culpa. La culpa. Oh félix culpa. Luego lo comprendí, era gente menos aficionada a los toros que a los autos de fe. Allí siempre gustaban las procesiones y cabalgatas. Pasos. Carrozas. El Santísimo Sacramento. La tarasca de Corpus. Las fiestas de la Catorcena. La Piedad de Aniceto Mariñas. El novenario de la Fuencisla. El gallo de san Pedro. La espina de Santa Rita de Casia. Gigantes, cabezudos y estafermos por San Juan de Junio y hasta el brazo incorrupto de San Antonio María Claret he visto yo desfilar bajo los ojos solemnes y ensimismados del acueducto porque todas las procesiones las de la Semana Grande y las otras confluían en la Plaza del Azoguejo. No había cine, pocos teatros y muchas ganas de aprender y de ver cosa. Los rostros de aquellas grotescas tallas y esos cristos moribundos, sanguinolentos, llagados y con la expresión de la agonía, los pelos lacios, hirsutas barbas y esas vírgenes atormentadas de expresiones compungidas blondas de seda, justillos de encaje, y moqueros de puntilla, siendo así que las lagrimas eran de cristal, arrastrando mucho peplo y mucha joya bajo el palio de brillantes se me metieron alma arriba. Fueron sensaciones perdurables. Que llevo marcadas en lo más profundo de mi ser.

-¿Por qué suelta usted tanto latinajos en sus escritos, Ejusmodi?

- Toma por que va a ser porque parece que retumban en mis oídos los ecos del canto de la passio que hacían a tres voces los chantres de mi catedral –Dimas, Jerónimo y don Bernardino, el bajo Jesús, el contralto, la sinagoga y el tenor, cronista)

Y aquellas voces, aquella melodía, suenan como un grito inmortal en mi memoria. El ámbito de las procesiones era una plástica de rigor. Sermones tallados en imágenes de cartón piedra o en madera de Espirdo. Una teología que entra por los ojos y de la que a lo largo de tus días no podrás deshacerte jamás. Lo mismo que el sonido lejano de clarines, timbales y tambores. O el silencio vibrante del Cristo de los Gascones. Nos llevaban a todas. Recuerdo un Domingo de Ramos que mi hermano Nano agarró un perra porque quería que los subieran en la borroquilla de Jesús del paso en la que el Señor hacía su entrada triunfal en Jerusalén.

  • Yo quiero ir ahí.

  • Hijo mío que esto no son los caballitos. Es Jesús que pasa camino de Jerusalén; tírale un beso

  • Yo quiero subir al burro. Pues sí, pues sí y sí.

Y el Naneras se revolcó en el barro poniéndose perdido el traje de marinero recién estrenado. Le tuvieron que calentar el canto, mas ni por esas. Él berreaba aún con más fuerza. Había cogido tal perra que se había puesto muy burrito.

Estábamos en la acera de la calle de Muerte y Vida viendo pasar la procesión y los berridos de mi hermano que estaba de antojo creo que se escuchaban en la Escarelillas de San Roque a la otra punta. El deán de la comitiva, don Fernando Revuelto, que bien me acuerdo de su nombre y de su prócer figura casi dos metro medía, nos miraba de reojo y un canónigo pertiguero estuve a punto de acceder a los deseos del enano y ponerle sobre los lomos del borriquillo de cartón en lo alto del paso.

-¿Y ahora qué hacemos, Desiderio?

- Auparle en lo alto del paso, don Fernando

  • Y si le seguimos dando el gusto nos pide la luna. ¡Condenado nene!

  • Déjenlo ustedes, señores curas, déjenle que está burrísimo –terció mi pobre padre.

Aquel día Naneras se acordó de la tunda que le dieron por ser Domingo de Palmas. Y se lo tuvo merecido.

Las procesiones duraban tres horas y era casi media noche cuando regresábamos a casa, mis hermanos medio derrengados y despeados de tanto estar de pie horas y horas, los pequeños dormidos en brazos de mi madre. Mi padre nos llevaba a la gigantilla o en cuello. Papá cógeme que me canso.

En el cielo asomaba solemne y compasiva la luna de Pascua. Sólo comíamos torrijas el jueves y el viernes y los soldados que desfilaban y los que estaban cubriendo carrera con el ánima del fusil mirando para abajo. Por la radio sólo ponían saetas y canto gregoriano (ojalá volviesen aquellos días) y las calles se llenaban de un sorprendente mujerío. De las hermosas Manolas con el rosario de cuarzo y la mantilla que iban a velar a Cristo muerto. Los hombres se metían en las tascas a beber una limonada que hacía que se te doblaran las piernas y una cazalla que llamaban los taberneros matajudios, especial de la casa para los días santos.

Las pítimas que se cogían eran procesionales. En las iglesias el monago no tocaba la campanilla y los santos de los retablos estaban tapados tras un lienzo nazareno.

  • ¿Por qué está triste la luna, papá?

A mí ya por entonces me llamaban en casa el filósofo porque era muy repensado y tenía unas caídas chocantes y se me ocurría lo que no se ocurre a nadie.

  • Porque se ha muerto Dios.

Y las campanas de las catorce parroquias y de los treinta y tantos conventos y monasterios de Segovia estaban toda la noche tocando a muerto. Y hasta el Río Clamores lamía las murallas y la hoz del Pinarillo embebecido de silencio. Toda la ciudad estaba de duelo.

Ese mundo de mi infancia es el que quise recuperar yo hace unos años cuando me vestí de nazareno. Detrás de la Dolorosa de Santa Eulalia la de los artilleros con las insignias de las lombardas al través sobre el montón de granadas en el peto de la carroza. Los cabos gastadores cubrían armas. Nos habíamos puesto el hábito a la bajada de la cuesta de Cantarranas, enristré las cadenas eslabonadas a un brete que servía de cerco a los pies y yo debía de ser un espectáculo porque el metal al contacto con los adoquines tintineaba que las llevaban los demonios o como si acabasen de aterrizar toda una división acorazada en plena Calle Real. Los grilletes y los golpes de rebenque era una escena antigua de los viejos disciplinantes. Condenados a galeras por Jesucristo. Al fin y al cabo todos somos cómitres y remeros de la vida. Túnicas moradas y hermanos mayores con hábito de galas, muy distintos al de los vulgares nazarenos con aires prepotentes subiendo para arriba y descendiendo para abajo, dándose mucha importancia.

  • Siga la fila, penitente, y ese capirote va de medio lado. – ordenaba el Hermano Mayor como si fuese un mariscal

Estos capuchones impertinentes eran los capataces y comisarios de la procesión. Los que te metían en vereda y hacían guardar la línea. Y te daban un poco de aguardiente de guinda si desfallecías Mi cruz pesaba un huevo. La habíamos traído de Valsaín y las cadenas eran especiales. No sé cómo resistí en aquella tarde fría de nevasca los pies desnudos detrás de mi Virgen de Santa Eulalia. Cada uno tome su cruz y sígame. Me hacía mucha ilusión seguir al Señor. Le pedía por mi familia. Por mis hijos. Le agradecí haber salido con bien de una grave enfermedad (había estado dos años con unos dolores tremendos de barriga y pasaba las noches en un grito). De vez en cuando mi vista se concentraba en las aceras.

Algunas mujeres me miraban con compasión, los niños, aterrados, y algunos hombres descreídos como si aquello fuera una broma. Inquiriendo con los ojos. Pero tú de que vas tío. Y yo con los míos les respondía: por una promesa, sí por una promesa. ¿Sabe usted?

Horas antes de que comenzara el desfile penitencial unos graciosos habían esparcidos cristales y puntas por el firme de la calzada por donde había de pasar Dios. Ninguno de los nazarenos se lastimó, ¡qué cosas!

A la catedral llegamos derrengados pero airosos y con unas ganas trágicas de mear. No me aguanto. No me aguanto. Ay que me lo hago. Preguntamos a un canónigo que nos miró de arriba abajo, como si cuereamos la escoria de la sociedad. Con un gesto de superioridad y como diciendo pero mira que chiste (ya sé porque le llamaban el chistoso aquel tonsurado) como si los hombres fuéramos ángeles y no estuviéramos sujetos a las leyes imperativas de la fisiología.

Cuando haya WC en las iglesias, ermitas y catedrales la humanidad habrá dado un paso importante. En la sacristía de la iglesia mayor de Segovia había un triste evacuatorio rudimentario. Nos vedaron la entrada a los nazarenos pues estaba reservado a clérigos, monjas y para personas consagradas y nosotros éramos vulgares penitentes. Pecadores del montón así que buscamos el rincón más oportuno, salimos al enlosado de los autos de fe y exoneramos nuestras vejigas bajo las dovelas de los postigos. Meadas de caballo o mejor dicho de apóstoles. Por debajo del halda de nuestras túnicas de nazarenos. Orinamos junto a la pared de la fachada más impresionante, la del Oeste, de todo el gótico flamígero. Es la puerta de Santa Bárbara una especie de Sarmental en Segovia donde yo he visto lucir las más impresionantes puestas del sol. Que cada uno cargue con su cruz. Que cada palo aguante su vela. Creo que desde su camarín la atalajada Virgen de los Dolores miraba para nosotros con compasión como diciendo: “pobres”. Los canónigos empezaban ya a cantar el “Stabat Mater” y empezaban las horas santas ante los monumentos. Se había muerto Dios.


04/04/2007






VOLVIENDO A LA GARRAFATINA







El día de Nuestra Señora 15 de agosto

Ya han pasado muchos años de aquellos 15ª pero mi alma venerara y rememora. Se han gastado las páginas de aquel misal olvidado de tanto pasar las hojas mojando con saliva el papel. Te igitur, clementissime… aquel niño de las misas pontificales en la catedral portando el acetre o la naveta del incensario es un viejo diacono olvidado, un literato sin fortuna, acaso un vagabundo con poca suerte pero agradecido a Dios por la fe y por todo cuanto fui. Yo creía en la utopía. La noche pasada mientras rezaba el oficio cantaba en el bosque un mochuelo el cual con su particular lúgubre llamada que por estos pagos llaman miago. Inconfundible el lamento de la curuxia (lechuza) como un himno epicinio de las ninfas de la naturaleza sonando allá atrás en la aliseda. Creí interpretar el sentido de las palabras del pobre autillo de mi pueblo que visita estas soledades una madrugada sí y otra no:

Arca non putri fabricata ligno

Manna tu servas, fluit undique virtus

Ipsa qua surgent animata rursus

Ossa sepulcros

Surge, dilecto pete

Nixa celum

Sume consertum diadema stellis

Este himno de salutación mariana nos cerciora de que la Virgen estaba hecha de otra pasta al resto de las hijas de Eva, que su carne incorruptible no pasó por los estragos de la muerte y que se durmió en el regazo de su hijo y se fue al cielo cercada de ángeles y pisando una diadema de estrellas. Exageración, tal vez; hiperdulía, culto mariológico pero hay cosas que no acierta a comprender la razón y el corazón entiende. Sin proponérselo el “miagón” escondido entre las ramas del “humero” le cantaba a la Deipara una copla de resurrección. Ya solo las aves nocturnas rezan en latín. Los curas y al hilo de esto me encuentro sorprendido e indignado con el circo que se ha montado en este país a costa de la visita papal. Benedicto XVI nos lo presenta la “media” (aquí hay gato encerrado y se percibe claramente una burda e inicua maniobra) no como al siervo de los siervos que son lo que los papas son sino como una suerte de vicedios robándole competencias al propio Jesucristo y a su Madre Santísima, propugnan una cierta aversión hacia la lengua. Happenings, espectáculos, tenidas, misas con el acompañamiento anti -litúrgico de rock and roll. Jóvenes y jovenas de todo el mundo, un chorro de dinero que para acoger a estas juventudes vaticanas han salido del contribuyente español. Este Benedicto o es tonto o es un bendito de Dios. No se ha enterado que nuestros hijos están en paro, que hay angustia en las familias, que en su seno se percibe recelo y poco amor, que existen problemas muy de fondo en nuestra sociedad que se dice cristiana aterida por el consumismo y una desorientación quasi escatológica, sin que la Iglesia predique contra tales abusos. Antes bien se ha adherido a los banqueros y el clero se ha vuelto capitalista, escucha las soflamas de la COPE o las catilinarias burdas de Intereconomía y ha vuelto a leer el ABC sionista. Y tiene que soportar a un obispo con cara de palo Rouco o aguantar las boutades de Martínez Camino. El pueblo de Dios está desorientado o que le llevan los demonios. Uno no sabe si Benedicto XVI es el heraldo de Jesús o el de la banca Morgan que, estomago agradecido, condona todos los crímenes y aberraciones del estado hebreo que es el que corre con gran parte de los gastos y al cual todo el Vaticano se encuentra sometido vía twitter y facebook. Twit en inglés es gilipollas y facebook cara de libro paniaguados. Roma trata a su gente como gilipollas y paniaguados. Pero de esto ya nos puso en antecedentes el Salvador cuando predicó a los hipócritas a los levitas, a los fariseos, a los curas encastillados en la soberbia y en el poder. Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y fue asaltado por ladrones que lo dejaron medio muerto. Pasó un sacerdote y cruzó de largo. Vino después un escriba el cual tampoco se detuvo. Sin embargo, acertó a bajar por allí un samaritano, pecador, algo borrachín y con no muy buena reputación el cual cargó con el herido a su jumento, lo llevó a curar y dijo a los sanitarios que todos los gastos correrían de su cuenta. Hoy día de la Asunción a la vista de una Iglesia que nada tiene que ver con aquella que yo soñé de niño y al que podría aplicarse la parábola del buen samaritano (cuantas veces estuve en dificultades y pedí auxilio sus sacerdotes, sus escribas, sus levitas se desentendieron mostrando una falta de humanidad rayana en el paroxismo) he rememorado aquellos quince de agosto cuando todavía por estos valles de las Luiñas asturianas suenan los estrepitosos voladores. El pueblo español, huérfano de tantas cosas, sigue honrando a la madre de Dios. Lanza cohetes al aire, se escucha el rumor de la música verbenera bajo las carpas. Hoy es fiesta en muchos pueblos de por aquí. Mi fe en Cristo Jesús y mi amor a la Virgen poco tienen que ver con este circo y estas maniobras comecocos del sucesor de Wojtyla. ¿Llega un vicedios o un embajador del diablo? O un nuevo judas que ajustó la venta de la iglesia al sanedrín por veinte siclos. Pese a las traiciones Cristo está en la historia y el atardecer es hermoso. El mundo pasará pero mi palabra no pasará

La plenitud del verano el sol en su cenit nos acogía tiempo de augusto. Íbamos al valle de Tejadilla a coger moruelas. La oxicanta o el escaramujo pintaban entre las zarzas.

-Estas son buenas, Teodoro.

Mi amigo Doro y el que suscribe cuando amanecía dios por los torrentes y blanquea la cal por las torreras antes del amanecer cogíamos el fruto medicinal y poco a poco las echábamos en un bote. Eran buenas para el hígado y el boticario de Santiespiritu las pagaba a duro el cuarto kilo. Al alba un jolgorio de campanas llenaba la ciudad se místicas y alegres sonoridades. Era el único día que subían los sacristanes a la torre de la llamada Dama de las catedrales. Melecio el sacristán mayor que era pariente del deán y que solía recorrer el templo con un atadijo de llaves y era un segoviano de pelo fuerte muy cano y de fácil sonrisa dirigía aquel repique. Una vez subimos con él los cien metros de escalera. El huso de la empinada escalinata era tan estrecho que había que subir de costadillo pisando palomizo y gallinácea. Chovas, golondrinas y aves de todas las especies habían posado allí durante siglos. Merecía con todo pasar canguelo trepando por las angostas oscuridades. Desde lo alto del campanario se divisaba en la majestad de sus campos media Castilla. El tañer de la campana gorda sólo una vez por año la mañana del 15 de agosto se esparcía por la ciudad amurallada con euforia de ritmos y megafonías triunfales porque ese día no se tañía “de sencillo” sino de redoble. Era el Día de la Virgen. Nos habían hablado del sueño que tuvo san Agustín sobre la mística ciudad de Dios basada en la armonía, el concento y el contento, la ausencia de maldades sin crímenes ni robos ni borracheras ni bandos bajo el báculo del obispo y la espada del príncipe que velaban por la seguridad de los súbditos y fomentaban la conllevancia entre las diferentes clases sociales meditante los gremios- a cada uno le correspondía un oficio y todos los miembros de la comunidad eran útiles y estaban adscritos a un puesto, a un lugar. Era la utopía y aquellas campanas de mi pueblo recogían el eco de aquella llamada a la excelsitud. Hay que buscar la excelencia. Miremos a lo alto. En el cielo sonreía la Virgen maternal con un niño en brazos. Aquella mujer que aplastaría la cabeza del dragón había estado subida a aquel trono de nubes desde mucho antes. Los egipcios la llamaban Isis con su niño en el regazo: Horus. Para los romanos era una diosa que se paseaba por los campos en un carro de fuego tirado por leones. La diosa Cibeles. No importa la denominación pero en algo hay que creer. Bebamos de los vasos sagrados. No rompamos las orzas. Sagrado es el vientre de la mujer. En ella nos concibieron pero estamos hechos de barro. Había un grito triunfal que al final de la liturgia prorrumpía el subdiácono:

-In conceptione tua inmaculata fuiste

Y contestaba el orfeón:

-Ora pro nobis Deo qui Verbum peperisti.

-Assumpta es in coelo.

Te llevaron al cielo en volandas. Y para ti la tierra te fue leve porque te dormiste. Asunción dormición de acuerdo con la tradición oriental. Un serafín entona hoy con más brío las estrofas del Akathistos. Alegraos mujeres del mundo porque en Ella está vuestro triunfo. En España el país de la Virgen pura, cristiana, pero que rindió culto a Cibeles, a Isis y Horus y otras deidades ibéricas de la fecundidad se escucha la voz del serafín anunciando la búsqueda perpetua del amor que no se extingue o la llama que no se apaga pero también suenan pasacalles. Tan. Tan. Talan. Tan. El grito de aquel bronce en día tan significado lo llevo inscrito en mi memoria. Debe de ser que la fe entra por el oído como decían los padres de la iglesia y la religión tiene que ver mucho con la acústica. Sin ortofonía ya no queda armonía. Y han derribado los púlpitos. Derrocado el tornavoz que en su techo mostraba la paloma del Espíritu y suprimida la predicación pues la Iglesia ha suprimido la predicación que tiraría por tierra la sagrada didascalia. Y ya sólo nos quedan las campanas para hablarnos de Dios.

Bajo la atenta mirada del sacristán mayor al que recuerdo con su cara bondadosa y caminando por las naves de la iglesia arrastrando los pies (debía de tenerlos planos) con un manojo de llaves engarzados a la cintura tres mozos de la parroquia elegidos por sorteo para repicar se las veían y deseaban para girar la melena de la gran campana. El bronce y el roble eran símbolo de los días augustos. Segovia y concretamente aquella iglesia mayor, un canto del cisne del gótico tardío producto del ingenio del gran arquitecto Juan Guas, consagrada a la Asunción, festejaba a su patrona. Era fiesta mayor y uno de los días más hermosos de aquellos estíos de mi infancia cuando íbamos a coger moras a Tejadilla o a Juarrillos para luego bañarnos en los peñascales del río Eresma. Las gentes, las casas y los objetos parecían tener un fulgor particular ya en los comedios del verano. La mies se acumulaba en los trojes acabada la bielda. Los majuelos en sazón mostraban racimos como ubres bajo los entorchados de las Maximinos o las cepas crecidas de pámpanos. Días de Baco y de Ceres que retornaban bajo diferente adoración. El sol augusto amparaba los campos y, el estío de vencida, los barrios estaban repletos de veraneantes. A todas las horas pululaba el gentío por la calle real. Los primeros turistas americanos e ingleses se hacían fotos en el pretil de la Canaleja. El bigote de Clark Gable sonreía, morboso, en los carteles anunciaban películas como el “Viento se llevó” que fue prohibida por inmoral. Era un 3R pecado mortal. Total por un par de besos que le da el bueno del Orejas el pabellón auricular más sexy de Hollywood a la O´Hara se armó un escándalo. ¿Qué hubiera hecho o dicho el obispo fray Daniel hoy en día ante la ola de pornografía que nos invade? Volverse a morir. La castidad ya no se estila. Las púberes canéforas han dejado de ir con flores a María y hasta la duquesa de Alba, ese carcamal, se ha echado un novio funcionario al que pasea por Sevilla. Entonces las mujeres para entrar en la casa de Dios tenían que ir recatadas. La manga corta y los escotes, cosa prohibida. Se quema incienso en los altares paganos al adulterio, al hedonismo. Tetas y coños melenas al viento ululan y pululan por las viscerales revistas del corazón. En veinte siglos de cristiandad no había padecido España la peor lacra que acomete a un pueblo: la baja natalidad. Destruida la autoridad paterna muchos padres están acobardados sin saber por donde tirar ante la desobediencia y el desacato de sus parientas y de su prole. Se ha destruido a la familia y muchos hogares son un sufrimiento sin esperanza que hace pensar en las conmociones del Apocalipsis. ¿A quien recurrir? A la Virgen de Agosto. Pero no nos engañemos. Entonces también se hacía el amor. A la caída de la tarde los bosques del pinarillo se poblaban de mirones que iban a espiar los muy sádicos a las parejas en faena. La Farela que era la mancebía que estaba en la Calle de Cantarranas puerta por medio del convento de Santa Isabel tenía mucho trabajo con la venida de los de la IPS. No tiene enmienda pero entonces las cosas se hacían con más recato y a los jóvenes se nos inculcaba un código de valores para discernir el bien y el mal. Emborracharse o irse de putas no eran actos para merecer una condecoración. Hoy los amoríos y líos de falda se pagan mucho dinero en exclusivas en las revistas del corazón. Si había habido buena cosecha todas las mesas de la terraza del Columba bajo los arcos del Azoguejo estaban ocupadas de gente de los pueblos que acudía los jueves al mercado de la capital y entre el ir y venir de camareros de blancas chaquetillas y rojas charreteras – todo parecía como militarizado y reglamentado por aquellos días se veía a los tratantes de Turegano fumándose un farias. Corrían por la bandejas bastantes billetes verdes. Los marraneros de Extremadura saldaban buenos tratos con la venta del cerdo jaro y para Nochebuena tras la matanza del marranillo morato comíamos morcillas y jamón de jabugo. Por la calle Real para arriba para abajo no se veían más que gorras de plato. Por todas partes, militares. A los de la guarnición se agregaban los estudiantes de la IPS que hacían la mili durante tres veranos en Robledo y salían de alféreces. Y estudiantes muchos estudiantes que enviaban sus padres para estudiar una carrera o prepararse para la Escuela de Magisterio. La pluma la cruz y la espada eran la marca de España. Hoy esto muchos lo encuentran anacrónico o fascista pero había mucho más respeto, mejor convivencia, más alternancia y más posibilidades, hoy los caminos se han cerrado para los jóvenes sin que el papa haya dicho ni esta boca es mía al respecto.

La imagen que da la informativa zapateril no se corresponde con las realidades pero han vuelto a este país los torticeros de la historia los muñidores de la infamia. Los bobos de Intereconomía y de la COPE, los insidiosos del ABC que quieren copiar en Madrid al New York Times. El día que llegó con gran pompa el “Vicario de Cristo” a Madrid los israelíes bombardearon la franja de Gaza dejando en la estacada varias decenas de muertos. Y en Libia soldados de Gadafi y mercenarios se acribillan a tiros por las calles. Si no vienes en son de paz a esparcir el mensaje de la buena nueva mejor te quedabas en Castelgandolfo, Benedicto porque tu viaje sólo habrá servido para halagar el ego orgulloso y vindicativo de Rouco. Después de que pase la marabunta, volveremos a lo de siempre, a las iglesias católicas vacías, a la cultura laica, al hedonismo y a la paganía de siempre. Los viajes papales no son más que una tormenta de verano, un baño de multitudes, besamanos, corifeos, culto a la imagen. Y yo seguiré como tantos otros al pie de la cruz.

Estos bobos son los de siempre. Entre bobos anda el juego. Zapatero a tus zapatos y cuando la clerigalla mete los hocicos en político en este país vamos marcha atrás. Los curas no se resisten a perder la parcela pero España es laica, ha dejado de ser católica y la culpa es de ellos. Dios es un proscrito en nuestra vía diaria. Se ha mandado al exilio el culto a la belleza inmaterial para quemar incienso en las aras de la cutrez, la ordinariez, el morbo. Sólo vale todo lo que se come, se esgrime y se caga en inglés y a las nuevas generaciones de españoles se les ha negado el privilegio de conocer su historia, de hablar su idioma y la jerarquía que no ha movido un músculo para evitarlo antes bien se unió a la ola es culpable de este orden de cosas.


Entretanto, Doro y yo introducimos las bayas en una cesta y a lomos de nuestras bicis cruzando el Puente de Hierro y por detrás de los ventorros camino de Hontoria subimos a Valdevilla. El puente romano parecía nuevo flamante y sus piedras tenían dos mil años. Por ellas caminaron las legiones de Augusto y los rabadanes de la mesta. Seguía el concierto campanero impregnando de melodía el aire de la mañana. Todas las torres se pusieron a tocar para acompañar a la campana gorda. Como la señora Teo había ido a la peinadora mi amigo Doro desayunó en casa. Restauradas las fuerzas a base de un café con leche y picatostes nos pusimos el traje de los domingos y otra vez pedaleamos por el Camino Nuevo hasta llegar a la catedral. Don Asterio a su vez el maestro de ceremonias, y el precentor encargado de dirigir las voces blancas ya nos estaba echando en falta.

-Creí que no llegabais.

-Es que fuimos a Tejadilla por un mandado.

-Hoy no se va a por moras. Hay que estar aquí derechos como velas para cantar a la Patrona. ¿Estamos?

-Sí don Asterio- respondimos los dos escolanos agachando las cabezas.

El día de Nuestra Señora el aire de la ciudad parecía poseer una mayor claridad iluminando las caras iluminadas de las gentes, las palabras y hasta las broncas del maestro de capilla no sonaban tan impetuosas. En aquel momento entraron en la sacristía dos sacerdotes con capa pluvial que llevaban una barra de plata rematada en un santo cristo cada uno de los dos. Eran los pertigueros. Los prestes se atacaban el alba con el cíngulo o se echaban la casulla cerca de las cajoneras de la gran sacristía contemplándose en los oscuros espejos que devolvían una imagen triste y fantasmagórica de sus figuras. Algunos comentaban incidencias de la vida local y Melecio el sacristán le hablaba de un automóvil que acababa de salir al mercado.

-Don Fernando, porqué no se compra usted un 600. Ese coche le vendría bien para ir a ver las tenadas y las fincas que tiene en su pueblo.

-¿Y para qué quiero yo un 600, hijo, si no tengo para gasolina?

-Pues tambien es verdad, señor deán. No me había dado cuenta. Echarse coche es fácil. Lo peor es mantenerlo.

El obispo, hombre muy bondadoso, no decía nada pero asistía a la conversación con una tímida sonrisa mientras se colocaba la mitra toda de nieve y aleteaban en torno a su persona una cohorte de fámulos que le atacaban las calzas o le ceñían el cíngulo antes de salir a celebrar. El maestro de ceremonias golpeó con una vara uno de los bancos y al son de tres golpes secos la escolanía entonó la antífona de entrada.

-Niños a coro- exclamó don Asterio

Y se inició la procesión. El grupo de acólitos con nuestras sotanillas rojas de lana abríamos carrera al séquito que a través de la girola detrás del altar mayor recorría las naves y las múltiples capillas luciendo la pompa y esplendor del rito visigótico a lo largo de aquel templo que era el más grande de España después del de Sevilla. Abría carrera la cruz procesional flanqueada por los ciriales. Yo caminaba portando el acetre con el hisopo y la naveta haciendo las veces de ayudante de Teodoro que oficiaba de turiferario. La comitiva ascendió las gradas del presbiterio y el cabildo cruzó el enlosado de la nave central con enterramientos de todos los obispos de la diócesis desde san Hieroteo hasta la fecha y todos ocuparon su sitial. Tras el canto del magnificat se iniciaron los Kyries de la misa cum jubilo. Las deprecantes notas del responsorio surgían como voces clamando al cielo iban a besar las impostas o se esfumaban por las bóvedas de crestería. Las voces se habían escuchado allí durante siglos deprecantes, compungidas, pidiendo la misericordia divina. Ten misericordia de nosotros, señor. Aquella plegaria había sonado en aquel recinto miles de veces. Kyrie eleison. Una fila de clérigos con los ornamentos más ricos que guardaba el ropero medieval de la sacristía para aquel jueves que relucía más que el sol – había casullas y dalmáticas del siglo Xi y una regalada por doña Berengüela que enseñaban estampados y fimbrias que eran obras de arte, nuestros antepasados reservaban lo mejor de sí mismos para la virgen y el Señor, no había codicia ninguna en las legaciones- y don Asterio nuestro precentor que aquel jueves oficiaba como subdiácono llevaba una gorjal en el cogote que pesaba un quintal y le devolvía un aire majestuoso y respetable, se parecía a san Lorenzo, con fimbrias hiladas en oro macizo que debieron de costar un dineral (andando el tiempo tuve ocasión de admirar en un archivo la preciosa tunicela). A pesar de las joyas que llevaba encima don Asterio era pobre como una rata y moriría en pobreza. ¿Quién podrá acusar de avaricia a aquellos pobres clérigos de Segovia? Vivían de un magro estipendio, alguna capellanía monjil, y algún funeral por el que percibía un duro. No. Es posible que en el Vaticano sean ricos pero los curas son pobres. Son de los nuestros y además tenía Asterio que aguantar al edecán del obispo que era un hombre pequeñito de pelo blanco y de sonrisa bonancible sometido a la regia voluntad de su fámulo. De la gestión y el mangoneo de la diócesis se encargaba Julián Tuero un asturiano fornido que había nacido en el pueblo del Inquisidor Valdés. Sus gestos eran muy vivos y la mirada penetrante. Daba órdenes al cabildo haciendo sonar su gran vozarrón. Gustaba ser denominado hijo del trueno. Era un aristócrata. El obispo, a su lado, parecía un pordiosero cercado por aquellas eminencias capitulares de entre ellos destacaba el prelado Tuero hecho un figurín luciendo la muceta una especie de babero de lana blanca y calzando mocasines de fieltro con hebilla de plata sobre los calcetines morados. Hablando con su vozarrón de vaqueiro metía a todo el cabildo en vereda cuidando de que se cumpliesen durante las celebraciones todas y cada una de las rúbricas del ceremonial. “Yo cuidaré del esplendor de Tu Casa” era su norma. También al obispo lo traía derecho como una vela cuidando de que el número de pasos sobre la grada fueran los precisos y que las cáligas que calzara en la misa pontifical fueran del mismo color que el de la casulla. El obispo fray Daniel como era un santo y había sido franciscano antes de acceder a la mitra se dejaba hacer aceptando como penitencia la pompa y el boato prescritos por el maestro de ceremonias.

-Debía de ser don Fernando el que portase el báculo y no ese pobre fraile menor al que preconizaron obispo nadie sabe por qué- murmuraban los beneficiados.

-Para cabo de vara o para sargento mayor ese asturiano no tendría precio- respondía don Alejandro Fucsina el magistral que era el rival de Tuero. Había dos bandos en la sala capitular de aquella santa iglesia catedral. Una la encabezaba el magistral y otra el secretario del señor obispo- Y ¿tú qué opinas, Asterio? Si no andas listo, ese te va a quitar el puesto porque ya le veo venir. Se inmiscuye en tu tarea de maestro de ceremonias y no debieras consentirlo.

Don Asterio, el maestro de ceremonias, puesto que obtuvo tras reñida oposición disertando una hora de reloj mientras caía el aluvión de la clepsidra – ese reloj de aluvión que ha popularizado el ordenador y que antaño servía para medir los tiempos de los sermones, de los cantos en el coro y de las pláticas y prácticas catedralicias- y era un experto en los ritos que adornaron la adoración en la SRI (el caldeo, el sirio, el basilio, el maronita, el griego, el rumano y hasta el ruso) como no tenía ya demasiadas aspiraciones a la Curia, poco le importaban aquellas comidillas y rivalidades capitulares. Llevaba el ceremonial litúrgico en la cabeza pero no era un maniático del rigor. Su manga era ancha y solía decir:

-A Dios le gustan las cosas bien hechas pero somos humanos y a veces fallamos incluso en lo esencial.

Abstracción hechas de estas fruslerías, el jueves de la Virgen de Agosto era una de las fiestas más hermosas del año en aquella cátedra cuando toda la urbe rendía homenaje a la Virgen Blanca aquella talla gótica que sonreía mofletuda en su edículo central del altar grande ostentando al niño en brazos adornada la cabeza de una inmensa corona de plata. Se le decían piropos en latín y en vernácula. Se la cantaba y se la bailaba. Aquella luz del gran jueves del verano en Segovia ha iluminado las tinieblas de mi existencia. Ahora que lo pienso el haber sido niño de coro me ha ayudado a entender mejor a la Iglesia en sus miserias y en sus grandezas. Los papas vienen y van y muchos de aquellos prelados y canónigos han bajado al sepulcro. El sacristán Melecio fue enterrado con una copia de aquel manojo de pesadas llaves que colgaban de sus artríticas caderas. Espero que esas llaves le abrieran las puertas del paraíso. Pero queda lo esencial. Aquella sonrisa de Nuestra Señora en su trono, la luz especial o el sabor de aquellas moras que picábamos Teodoro y yo por los barrancos de Tejadilla. Tampoco he sabido nada de él. Las veleidades de la vida hicieron que los caminos se bifurcasen y no volviésemos a ver jamás. ¿Nos veremos en el más allá? Tampoco eso importa demasiado. Lo importante, lo real, fue nuestra fe a sabiendas de que los papas, los obispos, vienen y van. Para el creyente que vive aferrado al baluarte de su fe, todo lo demás es vanidad. Y está claro. Todo se os dará de añadidura. Rouco que acaba de cumplir los 75. Hoy se jubila. Vino el papa bendito que Benedicto se llama pero esta generación sigue siendo la misma después del baño de magnitudes y de multitudes. ¿Y qué? Estoy seguro de que Cristo vive. Que reina en la historia cosa en estos días que corren harto difícil pero a Cristo a diferencia del bueno de Benedicto XVI no se le ve. Suficiente.













EL DÍA DE MI PRIMERA COMUNIÓN HACE 56 AÑOS

Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo Corpus Christi y el Día de la Ascensión. Aquel día en mi querida Segovia era la fiesta de la Ascensión día gris encapotado de nubes y de dulces cantos silentes del serafín de la dicha. Hoy a este lado de la Mujer Muerta y Siete Picos cúspides sagradas de mi niñez que yo veo o intuyo desde los campos de Brunete, campos de mi “vejentud” luce un sol espléndido de 56 años después y hoy es el Corpus la fiesta solemne de la Eucaristía que en griego significa sentir la gracia y estar en onda con la belleza. Eucaristías y eulogías en mi corazón. Eulogía es hablar bien. Prosperar en comunión con el Logos. El Verbo. In principio erat Verbum. Uno desde entonces ha sido un Eulogio que va por el camino mirando para la hostia que está perpetuamente expuesta en el corazón y que irradia fuego interior. El fuego divino ha bajado a la tierra y estará con nosotros hasta la consumación de los siglos. Este misterio ningún mortal después de Juan Evangelista supo traducirlo a palabras de hombre con tanta acucia y perspectiva como Tomás de Aquino. Teología global. Pange lingua gloriosi Corporis Mysterium sanguinisque pretiosi quem in mundi pretium fructus ventri generosi Rex effudit gentium (canta lengua mía el misterio del cuerpo glorioso y de la Sangre que el Rey de las naciones hijo del generoso vientre de una Madre derramó por rescatar al mundo). Mis amigos de la infancia se llamaban Toñi, Merceditas, Rafita, José Luis y mi hermano Javi. La víspera de aquel día la recuerdo perfectamente. Era un día de calor. Toñi, Rafita, Merche, José Luis Casado y yo mientras todas las campanas de las cuarenta y tantas iglesias de Segovia repicaban a gloria jugábamos a la malla por entre las peñas del Río Clamores. Todavía había neveros blancos en la sierra. Al abuelo Benjamín lo recuerdo sentado en la terraza de aquella casa de Valdevilla recién estrenada. Había traído una cesta de guindas cogidas la víspera del huerto y pan blanco reciente.

-Ten, hijo, todavía puedes comer hasta las doce de la noche

-¿No peco abuelito?

-No pero tienes que ser bueno y bien mandado.

-Sí.

Aquella merienda fue exquisito yantar de dioses con un corrusco de la hogaza encentada a mano al lado del querido abuelo Benjamín que se había echado la boina sobre los ojos perezosamente para resguardarse de los rayos de Apolo que doraban los pretiles del puente romano y proyectaban resquicios lumínicos entre las hojas de la acacia joven. A partir de la medianoche no se podía tomar ni un vaso de agua y la norma del ayuno era guardada religiosamente en la católica España que yo ahora añoro y tan es así que algunos sentían escrúpulos si por descuido habían ingerido algún alimento y cometido sacrilegio. Me desperté casi al alba y en el comedor estaba la sorpresa: mi traje de primera comunión que había hecho para mí a la medida Blas Carpintero el sastre de Segovia al que recuerdo su calva su gran nariz y sus dedos expertos y acariciantes cuando me tomaba medidas. Tan locuaz y buena persona y unos anillos de oro en sus dedos que debían valer una pasta. Por aquel día el sartorial menester de los alfayates daba para una posición acomodada. Era un traje blanco con capa y bordados como el de Joselito y al que cantaba Antonio Molina. Todo era blanco y puro. Una buena capa todo lo capa pero aquel traje de mi primera comunión que me sentaba que ni pintada no tapaba sino que enseñaba un niño puro y feliz. Blanco de arriba abajo. Blanco hasta los zapatos: la corbata pajarita, el chaleco, la camisa, el cinturón, el pasador, las presillas. Todo. El señor Casado y la señora Henar los padres de Merceditas vinieron a participar ver salir de casa al comulgando.

-A ver si nos ensuciamos eh.

Y con las mismas nos encaminamos a pie toda una comitiva de quince o veinte personas porque me acompañaban mis padres mi abuelillo Benjamín mis tíos y mi hermano Javi que iba vestido de marinero y que recibió la primera tunda de mi primera comunión que no era la suya pues no se le ocurrió otra cosa que meterse en un charco y ponerse perdido el traje de marinero. Se plantó a llorar y a decir:

-Yo quiero ir primera comunión como mi hermano

-Déjale que está burrísimo.- dijo mi padre dándole un pequeño azote en el culo pero con lo fuerte que era mi padre y lo gorda que tenía la mano de cuadrar piezas de artillería en los campamentos una caricia suya era como la confirmación del obispo.

-Tira palante.

-Yo quiero ir de primera comunión con un traje como el de mi hermano.

-A ver si te callas, Javierito que si no cobras

Cuando llegamos a la iglesia de los claretianos el atrio estaba lleno de familias acompañando a los comulgantes. Bendito jolgorio infantil.

-La vela ¿Habéis traído la vela, chiquitos?

-No.

El señor Casado el hombre otra de las personas buenas que jalonaron mi infancia [era brigada de Artillería] fue arreando a comprarla a una cerería. Las cererías abundaban en Segovia por aquel entonces pues éramos católicos a machamartillo y nada de cultura laica. Y con aquel cirio en la mano me acerqué por primera vez al altar. Recuerdo la misa, el sonido del armonium, los cantos como el “Cerca de Ti Señor” el fulgente retablo, las casullas blancas de los oficiantes y las dalmáticas y gorjal de los diáconos y sobre todo la mirada piadosa de la Virgen. La iglesia estaba atestada. De la mano del Padre Sanabria que fue el padrino de todos subimos a la grada y el preste era el rector el padre Alonso nacido en Urueñas y hasta el monaguillo que sostiene la palmatoria. Todos íbamos de blanco. Se llamaba Otero y pertenecía al gremio de aquellos monaguillos pillos que se guardaban las perras en el bolsillo. La iglesia estaba de bote en bote. El padre Alonso nos echó una plática tan breve como hermosa. Habéis venido a recibir a Jesús y este cuerpo que acabáis de tomar os va a convertir en otros cristos. No entendí de todo bien la frase pero se me quedó grabada y desde entonces la vela, mi vela, la que me compró el brigada Casado a toda prisa, estuvo encendida. Luego el desayuno: café con leche y churros con picatostes. Mi madre invitó a todo el barrio. En aquella España las casas estaban abiertas las veinticuatro horas del día y todos éramos de la familia. Ah mi capa blanca, una capa blanca todo lo tapa. Que tape mis pecados. No la llevé puesta sobre mis hombros más que unas horas pero aun me abriga en los recuerdos de los cierzos hielos y escarchas de mi existencia. Ahora al cabo de muchos años entiendo perfectamente a Napoleón, el introductor de la cultura laica, cuando vencido y desterrado en santa Elena le preguntaban:

-Mariscal ¿Cuál fue el día más feliz de vuestra vida? ¿Fue Austerlitz ¿Fue Egipto? ¿Fue el día en que vos entrasteis en Paris para proclamar el imperio?

Y Bonaparte movía la cabeza con tristeza a todas esas insinuaciones.

-No. Os equivocáis.

-Entonces ¿Cuál fe?

-El Día de mi primera comunión.

Lo mismo digo. Bendito seas, Señor. Aquel día de cielo gris y nubes bajas llegó hasta mí envuelto con este recordatorio que subo aquí el cayado del Buen Pastor y la Túnica bendita el olor a rosas. El sabor a guindas del huerto de mi abuelo, el traje blanco. Fue un jueves que lució más que el sol. Aquel 22 de mayo de 1952 día de la Ascensión. Cuando mi hermano Javierito cobró. Dejale que está burrísimo…













































































A MARIA DULCINEA DEL SOTRONDIO DAMA DEL ALBA YA PEREGRINA A LAS TERCERA ESTRELLA


Tú mirabas al mar

Y te quedaste pensativa

Las barbas de ola y espuma de neptuno

Estaban reflejándose en tus flavos ojos de atardecida

Mujer que ya me miras desde la distancia infinita

Y mi pensamiento se acurruca

Entre cantiles

Escucha, alma, con el bullir de olas, el fragor de las estrellas.

Así suena la eternidad.

Para siempre…. para siempre jamás.

Que poco es el hombre en un atardecer de su vida

Eras de la cuenca minera tu padre un entibador

Y mi alma es marinera.

No pudo ser

Mujer de agua y aire lejana y etérea

Elegante

Tus trajes de chaqueta no se manchaban en los bancos del aula

Ni en las mesas del bar de Filosofía

Y pasaste por mi vida como un rayo del atardecer

LUZ que fenece en el ángulo del cabo y esparce sombras.

Tu nombre me arrastró hacia estos verdes valle, María

Ha pasado tanto tiempo

Una vida y todo parece que fue ayer

Sirenas ahora cantando están en la ribera

Fuiste fuerza de la mar y barca que me arrastró

Y7 me hiciste naufrago de tu nombre

Argonauta de aquel beso que nunca estalló.

Se cubren de sombras altas los montes

El Aramo imponente me mira

La Rondiella alza su gario campesino

Tridente de la muerte amenazante.

Queronte aguarda.

Una xana se peina en las bravías aguas del río Uncín

Mientras me tomo un culin

En el bar de Alfredo

Cantemos alegres a la sidra que ye mexu d´anxelin

como queriendo abrir la compuerta de la alegre senectud.

Vengo a la recherche du temps perdu

A ti vuelvo cargado de años, de afanes y de días.

Joven fui y un día tuve un amor que no granara pero amo aquella flor no desflorada que dejó en mi ser un poso de belleza. Es la calta que alza su blanco cáliz en mi jardín...

Dama del alba no me ofrezcas el refugio gélido de tu regazo y tu esclavina

Quiero vivir para llevar flores a la tumba de mi amada.

Se llamaba María


FUENTESOTO SEDE DEL CISTER



El papa Benedicto XVI ha nombrado a un jesuita como su portavoz de prensa y para celebrarlo (ya les veníamos anunciando que este pontificado iba a deparar sorpresas que hacía falta un relevo, el revirement) me voy a la bodega de mi pueblo con los de mi cuadrilla. Ya van flaqueando un poco las fuerzas pero el vinillo de la ribera sigue igual de tieso.

-¿Que hay bien y tú la familia bien?

-Todos buenos. Y en salud.

-Eso es lo que hace falta.

Al tío Colodro ya le han dicho unas cuantas misas pero su fantasma se me aparece. ¿Es el Colodro o su hermano Victoriano al que decían Vitines, entenado o de un costado y que por aquí llamabamos el “andao”. Misterios del lenguaje de mi pueblo. Bien se trasiega este vinillo de la tierra y calma la sed. Mucho tiempo sin volver por estos tesos. Una eternidad que no lo cataba pero aquí en estas bodegas de la ladera hurgandole las entrañas al monte pues se excavan en plena roca se está bien. El descanso del guerrero. Mi primo Juan José al que no veía desde hace mucho tiempo matiza: “Y por muy poquyito dinero”. Me llevo una grata sorpresa cuando éste me enseña un fajo de papeles. Son mis articulos que ha sacado de la impresora. Me sigue, sabe que estoy vivo por mis artículos de vistazoalaprensa.com. Mejor halago no puede existir para este plumilla. Gracias, primo. La sangre tira. Tgenemos la misma nariz. Impreonta de familia. Mi hija la Helen la inglesa que ha dado señales de vida al cabo de mucha vida y mucho tiempo no puede negar que pertenece a la estirpe. Es una nariz galinda. La de mi tía Paulina, la de mi madre, la de mi prima Leo y la de mi ahijado Marianito. En fin perdonen estas expansiones y desahogos sentimentales pero hacía mucho tiempo que no pasaba una tarde tan feliz bajo la sombra de los almendros que flanquean la entrada de la bodega milenaria.

A tres o cuatro leguas de por aquí están los arribes del Duero zona de Sacramenia “con la venia”, Valtiendas “para que me entiendas”, Moradillo “y su parada ¿quedó preñada la yegua? Y no fue el garañón sino el céfiro que la empreñara”, Aldeasoña “dormida en un empalme de caminos, territorio bisulco”; Membibre para molinos y de cimbel, Peñafiel”; Castro “los chivos”; Torreadrada “las cabras”; El Caserío de San José “gente garrida”. Por los Valles nunca pasar que te pueden acantear y San Miguel mucho barro y poca miel. Para beatos Fuentepiñel, y Fuentesoto cagaberros que se crian en Peñacolgada por donde alza la pata la zorra cuando a ella la da la gana”.A por roñas íbamos al pinar. Y si quieres pan vete al batán que allí hay un perrito que caga poquito le alzas el rabo y le das un besito. A la nbumburabara. A la bumbureros juego tenemos. Amagar y no dar. El que se ría paga la nbola, etc. Cosas de la mi tierra. Las viejas palabras parece que me estallan en la cabeza y me traen un vioento del ayer tramontanda la vuelta de los carros donde más de uno hizo molino cuando subía a las eras cargado de haces. Los recuerdos están vivos y no parece que haya pasado medio siglo. Aquí cada lugar tenía un patrón de reconocimiento y el personal lo cantaba en el soniquete del “prefacio” gregoriano para entretener el aburrimiento de la faenas de los largos veranos entre colleras, trillos, horcas y garabatos, hoces, zoquetas. Había que llenar la botija y mover las abarcas. No usabamos calcetines sino piales y aquel calzado tenía una cierta semejanza con el coturno romano.¿Qué fue de tanto afán?. Fuentesoto se reclina sobre un valle al pie de una fuentona manantía a la que nunca vi seca y que este verano lleva más agua que nunca. Con la torre de San Gregorio centinela montando guardia sobre el morrillo del somo que vigila todo el cotarro dando la espalda a Tejares, el anejo y que honra a San Mamerto. Cuando los de Tejares bajaban a la fiesta por San Pedro siempre había leña pero eso fue ya hace mucho tiempo.

Cada pueblo de esta comarca que dicen comunidad de Villa y Tierra tenía un apodo o remoquete y la gente se lo pasaba bomba llamándoles nombres cuando no había prensa rosa ni televisión. Y una personalidad propia, una manera de entender el mundo y hasta un acento característico. Gfran parte de toda aquella tradición oral hoy se ha perdido, mas he ahí un filón que sigue sin descubrir y está aun por investigar para filólogos y etnólogos. Enólogos abstenerse porque desde que irrumpieron aquellos catavinos y pincernas para los que el mosto no era lo que era sangre de Cristo y no la toqueis más que así es la rosa lo el fruto de las cepas ya no es lo que era. Se ha vuelto arisco y cabezón. De “polvos” como decía mi abuelo Benjamín el hombre que más ha influido en mi vida. Parece que escucho todavía su voz y su dicción empedrada de refranes y de esa sabiduría de los hombres de campo. He venido a visitar su sepultura y beso la cruz blanca de mármol que preside el cuadradillo de tierra donde duermen sus restos en la esperanza de la resurrección. El trece de julio se cumplieron justo 49 años; aún percibo su presencia. El Justo nos dice el Ecclesiastés no muere del todo. Así es.. En algo, volviendo a las rivalidades de campanario, había que entretenerse. ¡A ver! Algo brutos sí que eramos pero no del todo mala gente. sólo cuando el vino no se nos subía a la cabeza. Yo recuerdo escuchar a mi abuelo las tardes de trilla aquellos cantares que la voz anónima del pueblo sacaba por aquí y corrían de boca en boca hechos, dichos, fazañas, desacatos y otras truculencias. En mi infancia me crucé con los últimos juglares que recorrían estos hontanares y adradas como una reliquia de la España del Cid. Tuve la suerte de vivir en mi niñez los últimos resoles del esplendor de la edad Media con todo lo que eso conlleva. Toda esa riqueza de expresiones,tonadillas, retahilas, giros, donosura y diferencia en el decir sedimentó en mi alma un poso de literarios afanes. Un empeño quijotesco sin perder de vista a Sancho. Antaño acariciaba sueños de gloria que no pueden ser aunque esas cosas nunca se saben.ahora la escritura es desahiogo y terapia. Rescribir y vivir. soñar y regoldar todos esos sueños sobre el papel. también rezar al llegar escucho los coros de Resurrección y la voz fantasmal de los monjes se esparce melíflua por todo el valle. San Bernardo llegó desde Claraval con doce monjes, abrieron un fundo en Pecharromás que está de la fuente matriz a un tiro de piedra y nos enseñaron a labrar la tierra y plantaron majuelos siguiendo los consejos de Virgilio en las “Geórgicas” de quiero mi viña en cuesta. Esa tradiciómn fue el origen del Vega Sicilia. Ese caldo famoso no era superior al que pisaba mi abuelo en el viejo lagar romana y luego combinaba en la cuibeta manso nectar escondido entre las duelas de roble. No se inventó en el mundo mejor quitapesares. De niños si caimaos malos nos daban sopilla. ¿Cómo no nos va a gustar el soplen y marchen?

Fuentesoto posee una vida interior. Es como un legado místico de hortus conclussus. aquí los cistercienses establecieron el primer jardín de María en Castilla la Vieja.la huella templaria quedó estampada en los chimorretes que orlan la fachada de la vieja torre de San Gregorio. Es la cruz visigótica de palos iguales. Tomas imitan a la de la Victoria del tesoro de Chindasvinto. Con su sentido de protección apotrocaica. Fue el signo que vivió Constantino el cielo tras la batalla de Puente Milvio. Hewroez, mitos, tradiciones, leyendas y creencias pero todo forma parte de un acerbo común. Una forma de vida al pie de la cruz. Que dio forma a la gran sñintesis y cohesión a un pueblo de múltiples etnias e hijos de muchas leches aunque no el melting pot o el coctail molotov olla presión que cuando estalle - yo no lo veré pero los que me conocen dicen que tengo algo de profeta- puede ser terrible para mi patria descangallada en plena voragine toralizadora. Vendieron la tierra y por eso ahora algunos hacen montón. Aunque, ojo. Con el mucho quito y nada pon pronto se llega al hondón.



SANTA CLARA CONTRA LA MORISMA


Aquel tiempo fue un tiempo de sonrisas limpias y de “Celtas Cortos”. Vivimos en la calle Ávila y Bravo Murillo adelante, pasado el Cine Montija a la derecha y el Cristal a la izquierda justo donde estaba la iglesia de Maravillas que ardió en la guerra civil, Prunela iba a coger el autobús que bajaba a la universitaria. Sus años de seminario habían inoculado en él un amor hacia la lengua latina- Mariner aquel tarraconense contra su costumbre le subía nota y era de sus alumnos más aventajados en la cátedra de latín- y a pesar de que había orillado sus estudios a la carrera eclesiástica- Prunela decía que no le “probaba” aunque tal vez sentía la corazonada de que se estaba viniendo encima un cambio del ciclo histórico que a la SRI no la iba a conocer ni a la madre que la parió- seguía siendo de comunión diaria y de las prácticas de piedad al levantarse y al acostarse y al Ángelus las tres avemarias. Señor antes morir que pecar pero pecaba infinito de pensamiento y de “mano” más que nada sobre toldo cuando en los apretujones del metro sentía el roce de la pierna o de las nalgas de alguna modistilla.

Antes de sus clases solía asistir a misa en San Antonio de Cuatro Caminos. Los franciscanos siempre le habían inspirado devoción. Solía confesarse con el P. Dámaso un fraile de barbas níveas y corta talla el cual no hacía demasiadas preguntas y era de esos confesores de manga ancha sin ninguna inclinación morbosa como era habitual y casi obsesiva en aquellos tiempos por las cuestiones atañederas al sexto mandamiento (sixtus, sextus, sex) hasta el punto que muchos repulgos y obsesiones freudianas se sentaban ante el tribunal de la penitencia disfrazados de roquete y estola. Ego te absolvo a peccatis tuis. Vete y no peques más pero hasta otra.

El cura dibujaba una cruz en el aire con la mano o aparecía aburrido aguardando clientes como el padre Sortea el exorcista de Alcalá que dice que realiza conjuros y en vez de expulsar a Belcebú- ¡qué cosas!- los diablos van para adentro y se tragan los muy arteros y comilones las almas pues a la vista está que corren tiempos en que los hombres parecen esclavos del demonio todo lo engulle Satanás.

Sin embargo, el padre Dámaso no. Para él la vida era un pecado venial toda ella y tenía sus barba blanca tiznada de rubio de nicotina pues fumaba tabaco negro. Era reposado en sus juicios y benevolente y compasivo en el mirar. Rézale a la Virgen tres avemarías, hijo, pidiéndole el don de la pureza, evita las ocasiones y ya sabes: lo que cuesta vale. ¿Cuales eran las ocasiones? Pues a veces las sesiones en el Montilla al que denominaban el Tijilla donde la Anita Ekberg una sueca con poderosa delantera aparecía en picardías en una escena con Mastroiani luciendo sus torneadas piernas y los generosos escotes y un exaltado de la tercera fila hizo comentarios jocosos al respecto parangonando a la sueca con la vaca lechera canción que se cantaba mucho por aquel entonces.

-“Ahí va esa da tres azumbres”.

No es que el Tijilla un cine de barrio por aquel entonces del que se decía que entraban dos y salían tres y en las andanadas de atrás había parejas que se daban el lote las tardes de sesión continua metiéndose mano furiosa. Desapoderadamente, con glotonería, con avaricia y sin dejar nada para después. Total que a veces presenciabanse en la sala escenas de procaz jaez del tipo del cipote de Archidona que aquello sí que fue un caso (lo cuenta CJC) en sus memorias) y en vista de lo cual algunos iban prevenidos contra lo que pudriera pasar con un paraguas que extendían a lo alto si desde la fila cero notaban que “empezaba a llover” porque todo el que no cosecha desMaximinoma y porque la consigna del póntelo pónselo de aquella Matilde de marras que convertiría en acto natural lo que antiguamente se consideraba una cosa muy fea, un pecado mortal, no había hecho acto de presencia. Doña Matilde, aquella infausta ministra, no había sacado los pies de las alforjas y era alumna de las ursulinas donde la ponían en el cuadro del honor muchos meses. De mayor se hizo socialista cambió de casacas y ya nada volvería a ser igual. Prunela por su parte era un ingenuo que consideraba todavía que a los niños los trae la cigüeña de Paris y estas cuestiones del sexto le obsesionaban lo suyo. Le atraían y al mismo tiempo le causaban cierto repudio.

Quiso ser angélico, no sentir el fuego de la pasión pero sentía el peso de la carne. Sus pies pisaban el barro. De modo y manera que aquellos esparcimientos de los programas dobles remataban en arrepentimiento y tenía que clavarse de rodillas ante el confesionario de un capuchino. Pero ¿qué tendrá que ver el culo con las temporas? ¿Qué relación existía entre aquellas idas y venidas pa arriba pa abajo por la calle larga de Bravo Murillo, hoy repleta de moros y de antillanos, una calle alegre, que siempre parecía estar de fiesta y aquellos tres cines: el “Montija”, el “Cristal” y el “Europa” donde por cierto había pronunciado José Antonio un importante discurso treinta años antes del relato de estos hechos con el padre Dámaso y sus barbas blancas el cual echando penitencias no demasiado severas y recomendando duchas de agua fría y una dieta de lechuga para vencer la tentación genésica, intentaba corregir o enmendar las deformaciones de las cuales había sido objeto el pobre Prunela en su precaria educación sentimental con la iglesia de Maravillas quemada por las turbas rojas y convertida en mercado municipal y la iglesia de San Antonio bajo la observancia de los frailes de san Francisco? Soñaba a todas horas con la mujer portadora de la manzana de Eva. En el connubio, la dicha matrimonial conseguido en la unción perfecta de dos seres. Eres un iluso, le decía el confesor. Déjate de entelequias. Sin embargo, el ex seminarista veinteañero sabía muy poco del mundo y de mujeres. Éstas por lo general son rabos de lagartija esparcidos por el mundo. El aguijón del escorpión que se clava en los collarejos. Taladros en la carne con sus insolencias. Algunas de ellas pasarían por su vida cual viento regañón que agria todo el verdor de lo bueno que existe en la vida. Le depararían lágrimas, sinsabores, con frecuencia cuernos. Llevaba razón el padre Dámaso al advertirle de los peligros de la concupiscencia.

Pues sí. Estaba muy relacionada porque allí en el retablo y un poco más abajo del camarín donde se alzaba el amado san Antonio con sus varas de azahar, su Niño Jesús, su cerquillo, su rostro angelical que inspiraba confianza en sus numerosísimos devotos pues es el santo más popular de la catolicidad al que acuden las gentes de buena fe que han perdido algo e incluso las modistillas para encontrar novio, había un cuadro de Santa Clara de Asís portando una custodia de oro esparciendo rayos que fulminaban cimitarras y turbantes que traían los jinetes de las hordas musulmanas al asalto del convento, pasarse por la `piedra a todas las religiosas desde la priora hasta la última beguina y llevarlas cautivas a sus harenes de Argel o de Constantinopla.

Desde los muros de su convento de Asís la monja transfigurada al blandir como un escudo el viril de la credencia eucarística rezaba la siguiente oración: “No entregues, mi Dios, a las bestias a las que te alaban. Tú eres mi refugio y fortaleza, Señor”. Dios puso su detentebala y aquella fórmula de la dulce hija de san Francisco sirvió de deterrente a la morisma y toda aquella jarca turca ejercito formidable tuvo que volver grupas mientras las clarisas entonaban el himno de no pasarán y no pasarán. Fue un conjuro una apelación a la gracia santificante que es el SOS que lanzamos a lo alto los cristianos cuando nos vemos en peligro.

La contemplación de este mural que a mí me llamaba tan poderosamente la atención en 1964 sigue detrás del altar mayor en 2010 y ahí estaba el otro día, 12 de agosto, cuando se celebra la fiesta de la patrona italiana en todos los conventos de clarisas, al pasar yo por Cuatro Caminos que parece un aduar del Rif, con algo de Harlem, entré en el templo a rezar una visita.

¿Vencerá el amor al odio y la revancha? ¿Qué podremos hacer los ingenuos franciscanos contra este hervor mundanal, este rebullicio, que nos machaca, nos tergiversa, nos pulveriza, nos llama meapilas, nos insulta- la verdad es que yo de meapilas tengo muy poco- nos posterga, nos silencia, nos condena al ostracismo o nos pone la túnica de locos; ya lo hizo Herodes con su Jesús y al hijo de Bernardote tambien lo pusieron por loco? Loco de de atar y loco de atar por Cristo.

Ese mural no es que sea un prodigio de técnica pictórica pero plasma a la perfección la idea de la superioridad de nuestra fe sobre la superstición del fanático Mahoma que fue avariento y cruel y por supuesto orgulloso. Ceuta y Melilla dos plazas españolas vuelven a estar amenazadas por la morisma. Después vendrán las Canarias y más tarde media Andalucía y Castilla la Vieja hasta San Esteban de Gormaz.

Ante unos hechos tan gravísimos el ejecutivo Zapatero está missing. Ya no hay ministerio de jornada como solía hacerse en otro tiempo. El canciller Moratinos no asoma la oreja. Don José Líos vaca. Chaves, cauto y superprudente – tiene casa entre los alauitas y se bajó al moro hace bastante tiempo- es la vera efigie de don Opas.

Ante asunto tan grave la irreflexión y la irresponsabilidad de tanto traidor y felón como chupa de las arcas del estado, los españoles se encogen de hombros y van a su bola cuando cualquier país democrático estaría ya mandando la escuadra o a los Phantons. Sólo Aznar parece haberse movido con arreglo a las pautas de los intereses nacionales aunque sería un error garrafal convertir a estas dos ciudades españolas que reivindica el maldito Mohamed un tema de debate electoral.

Por aquí sólo se habla de Ramadán, nefasta costumbre que habla de la hipocresía semita, no comen en todo el día y se ponen como cerdos a la noche cuando ya no se puede distinguir un hilo blanco de uno negro, dice el Alcorán. Y a mí ¿que me importa? Con tanto ayuno Mahoma no ha hecho otra cosa que mandar gente al infierno. Ciertamente, el Islam se encuentra a las puertas de Europa aupado e instigado por los poderes ocultos, ese sanedrín que tiene la guerra al divino Jesús declarada y aspira a descristianizarr el mundo sustituyendo la cruz de nuestras torres por la media luna. Esto me desasosiega y perturba

Sin embargo, la visión del cuadro de Santa Clara que estaba allí al entrar igual que cuando era estudiante ahora que soy jubilata me reconforta e infunde bríos. Ha sido una gota de almíbar en medio de tanto acíbar de este 12 de agosto. Empiezo a entender, a la vuelta de muchas cosas en la vida, los desengaños y sinsabores que me depararon las mujeres. Tenía razón fray Dámaso el amor divino está por encima de todo y el amor carnal no es más que un fantasma. Una pena que por aquellos días no me volviera para el convento. ¡Era tan ingenuo! Llamo a una antigua amiga de Facultad, yo le3 ayudaba en el latín, quedamos a tomar café por Goya y me cuenta su vida. Se casó con uno de su pueblo que falleció al poco tiempo dejándolas tres hijos.

Me habla en ese tono de superioridad que tienen ahora las mujeres expertas cuando hablan con aquellos admiradores platónicos del ayer, que les escribían poemas y cuando se hacían novios formales sólo se cogían de la manita, nada más y en casa a las diez. Como de vuelta de todo. Se creen mujeres fuertes, son feministas y se muestran decididas como si tuvieran la sartén por el mango.

-Pero te volviste a casar – le digo a Nizarda una matrona hecha y derecha en quien apenas reconozco a aquel lirio que desMaximinomaba gracia y alegría por los pasillos de Filosofía.

-Sí. ¿Sabes por qué?

-No.

-A mí lo que más me gusta en la vida es tragar y follar… tú te lo perdiste...

Quedo semi paralizado por el horror y el desparpajo de la condiscípula.

-¿Y cómo conociste a tu segundo marido?

-A través de una agencia matrimonial.

-¿Tú?

-Sí, yo.

-Pero si eras una de las chicas más solicitadas de la Facultad. A mí si mal no recuerdas que quise salir contigo me diste calabazas porque a las de Filología los chicos del curso os parecían poco partido y os echabais novios ingenieros de montes o de caminos.

-Sí. Yo. Pero aquel señor me volvió loca. Luego supe que era bígamo. Me daba igual. Encima de engañarme con otras me hizo un desfalco. Tuve que vender todas las fincas del pueblo para pagar a los acreedores, me había estado engañando en la sociedad que fundamos a medias, pero le seguí queriendo. Fue un amor. Un amor negro.

-Pardiez.

Hubiera querido que Nizarda como Dafne para no caer en las garras de aquel sátiro de quien me dio pelos y señales y que se llamaba Rafael (a no ser que mi amiga me estuviera contando una historia) por más que sarna con gusto no pica, hubiera sido convertida en laurel. ¡Dios mío qué bochorno! El amor de mi vida convertido en Mesalina.

Me pareció una mártir de la causa, una esclava del demonio. A mi me recordaba uno de esos personajes de Buñuel. No nos veíamos desde el año 68 y tambien me dijo que uno de sus amantes fue un cura al que conoció en el camino de Santiago, los dos romeros. Sus encuentros amorosos eran sobre los bancos y las cajoneras de las sacristías y a veces dentro de los confesionarios. Caspita. No te cansabas nunca, hay que ver.

-No. Yo siempre quiero más y más. El cura a veces pegaba gatillazos. Eso no le ocurría nunca a Rafael.

-Por supuesto. Todos queremos más y más. Ya lo decía la canción.

Deduzco de las afirmaciones de Nizarda que o era ninfota aquejada en medicina de ese palpito extraño al que los tocólogos llamaban furor uterino, que estaba mal de la cabeza o era una mentirosa compulsiva y grandísima trolera. Casi se me atraganta la tónica que tomábamos en el atardecer de verano bajo las acacias de Velázquez muy cerca de Lagasca 67B donde ella vivía con sus padres (alguna vez rondé su puerta pues para mí fue una especie de Dulcinea, fue mi amor platónico de juventud)… vivir para ver qué engañado yo estaba en mis percepciones bachilleres pero Nizarda era una hija de la raza una mujer de su tiempo que vivió el libertinaje de la misma manera que a mi me dieron tentaciones hacia el vagabundaje. Pero a los 20 años uno está sujeto a tales espejismos a la vista de una beldad femenina” cuya era tanta su belleza que al mismo sol eclipsó”.

-¿Por qué me diste calabazas?

-Pues te lo voy a decir, Prunela. De una vez porque ya entonces tenías algo de tripita y yo pensaba que los hombres panzudos eran impotentes.

-Toma ya. ¿Entonces yo te parecía poco?

-Sí.

Alzamos el campo casi sin despedirnos y todo el camino vine rumiando las sentencias de mi platónica amiga y el susto y la congoja no se me pasaron hasta llegar a casa. Nunca se me olvidará este día de Santa Clara como tampoco se me olvidaron los de mi niñez cuando mi madre me llevaba a ver a las clarisas de Santa Isabel y las monjitas no sacaban pastas y vino generoso. La hermana tornera decía a mi madre al vernos tanto a mí como a mi hermano que estábamos de buen año:

-Que niños más gordos tiene usted, Teófila.

Mi madre la pobre no sabía que las barrigas no valen para el amor y a la Nizarda le iban a suponer un trauma. Los gordos son espásticos, flojos, no tienen derecho a vivir. El amor humano qué estúpido y veleidoso es. Clara al escoger el divino se quedó con mejor opción. No es extraño el libertinaje de las mujeres cristianas haya encendido la cólera de la morisma que no puede ver en la frontera de Melilla que números femeninos de la PN o de la Benemérita les sellen el pasaporte. Que la santa de Asís nos valga y a todos nos proteja. ¡Pobre Prunela! Ya no quedaban pájaros hogaño en los nidos de antaño. La pasión de su vida no fue más que un espejismo. Guarrerías. Besos negros. Mala cosa.


UNA PESADILLA EN JUEVES SANTO

(cuento en ingles)

My friend Empires was a man of many lectures and adventures a great reader, in his young days, he came across of a big short story by the Asturian writer Leopold Alas Clarin called EL DIABLO EN SEMANA SANTA (The devil in the holy week). And as it happens, what is in books later is in real life, fulfilling the norm by Aristotle’s quod est prius in sensu postea etiam in intellectu, but the other way round. The plot was about a man of good will going every day to the library. He was a dreamer; he lived by the Law of Books, in the middle of a country of illiterates, and the great ideals thinking that there was hope for human kind. By education. The inception of good morals. Reforms. The quest of excellence. He read and read. He dreamt and dreamt. One day-it was Good Thursday when Christ invited his disciple to the Passover dinner and instituted the rule of love, a new commandment I give to you that you love each other as I have loved you- went to the hall of the municipal books, choosing that endeavour because it was quiet and warm. The precept of loving each other was hardly followed by the so called Christians. And he lived in a small Spanish town by the name of Epicidia, when the believers brought the images of the passion to the streets and organized the big processions typical Spanish, the poor guy was a believer but he never was in a procession. Humbug he said, humbug and superstitions. Poor guy, he became the odd out man and was always under suspicion, our poor writer and reader he worked long hours in the pursuit of happiness and endeavoured at the local library. Religion was for him a free feeling of intimate and personal convictions of respect for the other criteria. That was why perhaps that his faith was more consistent and deeper. He loved that silence and seclusion and quietness, only transgressed by the drone of a solitary Spanish fly and the distant sound of the glare of drums and trumpets at the sacramental processions of Holy Week. When barefooted Nazarenes in black or crimson cassocks baring candles or carrying crosses went to the streets. You could also perceive the murmurs of their steps mingled with the strophes of the Miserere. Some of them trailed big chains cuffed to their barefoot. The spectacle was quite medieval. It was the Day of Atonement. For their sins they mounted crosses and pillories staging the different passages of the Crucifixion in real. It was a public manifestation of Catholicism and a signal of their conversion in a country where the Cross achieved victory over the Half Moon and the Menorah by the rule of sword. For fear of the Inquisition, they had to show and make the big performance demonstrating adherence to Orthodoxy, and that the reason why from the windows of many homes hung the ham’s big logs and strings of black puddings and mondongos. Physically, faith had to be proved, or demonstrated the allegiance of the culinary codes of Roman Catholicism which permitted the flesh of the pig at meals. Jews and Moslems, meanwhile, never ate pork. It was banned by their prophets as inmundus or forbidden animal. Christ said, it is true, that what made man pure or impure was not what he ingested through his mouth but what he expelled from it. The inmundus or unclean had to do more with immaterial things like bad thoughts dwelling inside or ill wishes. With that rule he destroyed the puritanical commandments of the Synagogue and he said beware of the false prophets. Don’t trust them, the devil is marauding like a lion and there are wolves disguised under sheep skins. The resurrected Christ is always in perpetual war versus antichrists. Here it is the perpetual fight of our Lord who was a rebel against conventions of satanically established forces of the Pharisees And there is the devil coming even in the Holy Week. However, the Conversos, in their zeal, went further up and appear more roman that the Romans and more popish than their own pope although in private they might remain to the religion of their father. That is why in Spain religion had been secularly a question of appearances. In essence, that was the justification of the holy week big show: to try to rub off the old stigma in a nation which endeavoured to find coherence in credos and forget the differences of believes of ethnical precedence (Goths, Jews, and Arabs). Spain was always a melting pot effervescent. A big olla. The locals were eager, every spring, to stage the drama of our Saviour in flesh as it were a reality show. You could touch it in the defiles of those agonising crucifixes all bruised, maimed and blooded in the procedures or “pasos” leading to Macabre Mountain or Golgotha or into presidium expiring in the cross or hand tied at the flagellation, or those vivid “dolorosas”, pasted; tearful faces majolica full of gold and silver and embroidery. You could smell it in Seville when Macarena our lady of Dolores tumbles in her throne entering Triana among of flood of flowers and the streets full of people clapping in emotion or in the verge of hysteria calling names to the statue saying props that for the non accustomed ear might sound irreverent: “Mira qué guapa llega la hija de puta”. And you could hear the whining echoes of the saetas a Morris song deriving from the ancient jarchas sung in Andalusia by the time of the caliphs. All that was very sensual that you could not think that you are in a holy week but in a paean festivity. The crowds seemed to want to touch the old goddess and have intercourse with divinity. But to our man, the character depicted by the magical prose of Clarin religion was quite an other thing, more abstract and inner feeling you can’t share with anyone but yourself. Also, he did not like capuchones dressed like the kukluxklan. Those figures clad in black with piercing eyes under their hoods beneath the tradition of the penanced by the inquisition frightened him. They were like the masks of carnival. Holy week the histrionic representation of Passover, the hooded cowl of the capuchones was the ballast of five centuries under the spell of the tribunal of faith, the holy office. Like the jewelled thrones and the trailing “peplum” or the Dolorosas. Oh yes the laughing devil was jumping to and fro under the cathedral gurgles. The inquisition is always in the back of our mind. For him the pathos and suffered of our lord at the cross had more consistency and purpose than a mere mystery play. His passion was a reminder of his love for men, a perpetual exhortation to repentance and also a signal of his presence in the earth until the end of time. The invincibility of the cross stems from celestial reasons rather tan earthly explanation or convictions. But evil was around even in holy week. That was the idea of demoniac presence at Holy week by Clarin. This criterion wasn’t shared by most of his countrymen. And the poor archivist and scholar was surrounded by suspicion and forebodings. His life was marked by incomprehension. Politically, he was also incorrect. Why? He dared to think by his own. They treated him as a the sheep out of flock, mad heretical. Society had its own caveats and is full of conventionalisms. You cant trod the line. You cant deviate from what is assumed and accepted by the hypocritical moral attitude. My friend Empires looked at the personage described by Clarin and saw in it the spitting image of himself: the odd man out, the freethinker, the mystic, the guy with his own ideas and visions. He didn’t join the mob, he didn’t adhere to the conventional norm. that was why he was crucified. Like his Lord and Master Jesus Christ.

On the balmy spring evening as he was leaving his beloved library he came across with one of the many processions organised by the Guild Hall. This one was one of flagellants. Man barefoot and naked backs came down flogging themselves wuith flagella and batons staging the scenes what happened two rhousand years ago in the Lithostros of Jersualem, oh vos omnes qui transtis per viam videte si es dolor quasi dolor meus. Jeremiah said. He stepped aside and looked in awe to the representation of the Holy Burial (Santo entierro) but he did not kneel down or made the signal of the cross, as perceptive, and for that he became under the suspicion of the local policeman. One of them who looked exactly like some of the Pilate bailiffs who executed the Lamb of god in Via Dolorosa. The town was full of henchmen and burrows. The gallows by coincidence in Epicidia stayed behind the old library building. It was called El Rollo. They were burnt at the staked after long processes to be condemned by the Inquisition.

  • Eh you, why are not you in the processions. Are not you a Christian?-the myrmidon in blue police uniform said.

He did not know quite to answer.

-Em… I had to do a little work with my thesis, and need consult some books for my readings

-Didn’t you know, you bastard, you heathen you scum of the earth, what day today is?

-Holy Thursday, sir, and tomorrow Good Friday should be-, he answered meekly.

-I did not see you at the Oficios (liturgical services)

-Perhaps I thought it was not necessary. At home I read the Passion of our Lord.

-Esa misa no te vale (that Mass is not valid) are you a protestant or somewhat?

-No, sir, I am catholicus, apostolicus, romanus.

-Well then. You had to explain that to the Judge. Come with me.

In Epicidia the holy Tribunal of the Faith was suppressed in the XIX century but that infamous court is in open session in the mind of many ignorant. The warden asked him for the brief where he kept his books and jotters. Give those papers. He resisted the order and the local policemen called others of his cronies and they beat the archivist, the writer, the searcher, the dreamer, the mystic, on the spot. They handcuffed him and took him apprehended. Regardless of the exempting privilege of habeas corpus, was conducted to the police station or cuartelillo. There they beat him again, they harassed, impeached, called him names, slapped his face, and punched his nose. He suffered with patience the effrontery and in a way he was proud to undergo the same suffered of his Lord in the presidium. He realized that the Devil is at loose even in Holy Week The world since then is full of kangaroo courts. Unfortunately Anas and Caiphas, the holy sacerdotal class, the pontiffs had many emulated too long during 2000 years of history. And when the cockcrow sang three times the welcome to the new morning, they released him but he was in a poor state after the “paliza”. He could hardly walk and was all bruised. His hands, his head all his limbs ached but he could at the end by the grace of God reach his humble lodgings. And when he went back home and entered in the hall of his house, his wife seeing him as an Ecce Homo” said:

-Eh, you have been drinking again .

That was her salute. Poor guy! Even his wife wasn’t interested but such sort of things were quite frequent in Epicidia those days. There was no love.

ACACIA


A la entrada de Segovia según se va por la carreta de Madrid bajando la cuesta de Baterías hay un puente romano el de Valdevilla por el cual las antiguas cohortes y clades de augusto vadeaban con su impedimenta el río Clamores que hace dos milenios debía de llevar mucha más agua que ahora y en la otra orilla estaban las casas militares unos chalecitos un un pequeño jardín delante y un corral detrás en las que transcurrió mi infancia. La colonia inaugurada por el coronel Tomé en 1951 (guardo una foto de la ceremonia de la entrega de llaves) y que había sido edificada por presos de guerra que en régimen de redención de penas por el trabajo trabajaban para Regiones devastadas hoy ha sucumbido a la recalificación de terrenos –esto no era más que un peñascal- y a la reconversión urbanística. O a la revanchista de algunos que se liaron a derribar lo que había construido el anterior régimen. Se cerraron cuarteles y se ha dejado prácticamente indefensa a la nación o bajo el paraguas estratégico (es como tener un tío en Alcalá) de la OTAN. Y la reforma del ejercito constituye hoy por hoy una delas grandes amenazas al porvenir de la unidad de la nación. Sin conscripción y sin levas la mili que era una escuela de hombres de ciudadanías y de valores ha dejado de existir. El puente que había ha sido cegado para canalizar al clamores que desde hace bastante tiempo era un río subterráneo, Guadiana bajo los arcos del acueducto. Pero aun quedan los apeos y el pretil. En el lado de allá y en la curva que hace la carretera sigue la acacia plantada por mi padre en la esquina del patinillo del sargento Casado. Más allá vivía el brigada Vences un poco más el teniente Ricardo y un maestro ajustador de Zamora que tenía un hijo que se llamaba Pedrito que jugaba conmigo al gua. Siempre andaba con mocos.

-¿A qué Virgen alumbras, Pedrico?

-A la que me dé la gana.

La acacia ha crecido tumbada porque a los de mi cuadrilla nos gustaba zarandearla por el tallo como si fuese una muchacha. Y digo la acacia sigue floreciendo y tiene 56 primaveras poco menos de un lustro que yo. Siempre que vuelvo a mi pueblo me fijo en ese detalle y paseo mi melancólica. rodada por lo que fue mi barrio que es lo que llaman Castrobocos. Volví en otra ocasión y ya no estaba la acacia. Tampoco la urbanización que entonces llamaban colonia. La volaron. Había sido construida por cuadrillas de presos políticos, redención de condena por el trabajo, y fabricaron bien sus muros y sus jardincillos delanteros, un corral detrás con cohiqueras para el marrano, con materiales baratos. Borraron la memoria. Dio vuelta la tortilla y el que quiera saber más que vaya a Salamanca o lea mi novela iste confessor. En ella no se ajustan cuentas pendientes. Se reivindica sólo un tiempo que se fue. Guardo la foto de aquella casa. También guardo la llave.



EL ADELANTADO DE SEGOVIA.

El Adelantado” ha salido “El Adelantado” lo voceaba por la calle Real con bronca y acatarrada voz un señor con boina que tenía cara de buena persona seria y fría y acento de segoviano cuando entrábamos en el Portalón a comprar pipas o un cucurucho de castañas pilongas a la seña Isabel viuda de guerra que a su marido Zoilo cabo pieza artillero se lo mataron los republicanos en el Alto León durante la primera embestida los primeros días de guerra y estaba echando la pobre los papeles para poner un estanco que no se lo pusieron nunca, y pendientes de aljófar-no se los quitaba nunca y era una nota saliente de coquetería femenil en medio de aquellos lutos y aquel dolor de la posguerra que no fue tan triste como algunos dicen sino algo más cachonda y fraternal de lo que determinados mendas suponen pues los españoles por aquel entonces éramos pobres pero honraos y lo pasao, pasao que teníamos que tirar palante- cuando no a la Tía Concha que subía y bajaba calle arriba calle abajo con su bandeja atada al cuello con un cinturón de cuero regalo seguramente de alguno soldado compasivo. La Concha vendía el pirulí de la Habana algo de regaliz de palo juanolas para la tos y a veces otras muchas cosas. La Concha otra pobre era hermana de la Felisa muy guapetona ella y que según dicen y casi lo puedo certificar como testigo de vista no como usuario que uno era un niño por aquel entonces a juzgar por las largas colas de hombres que aguardaban turno ante su puerta de su chiscón ubicado en la Casa la Troya donde nací yo a todas horas había ejercido el oficio más viejo del mundo en la Corte y hasta dicen que fue querida de don Inda don Indalecio Prieto quiero decir y era de ideas. No la fusilaron de milagro pero la emplumaron y la cortaron el pelo no por puta sino por roja. La Concha pregonaba por las ferias de san Juan o en la tablada donde se preparaba el ferial detrás de la estación y mismo al lado el cuartel de la GC el pirulí de la Habana a perra gorda a perra chica caramelos de limón y menta que el que no los come revienta (era la caramelera un prodigio de la publicidad de boca a boca) y a real la media docena. Cuando la romería de San Marcos por abril o pasado verano en las fiestas de la catorcena se escuchaba la voz aguardentosa de la Concha dale que dale anunciando a real su mercancía:

  • A ral…. A ral…ral… el pirulí de La Habana para el nene y la nena. Fresa. Limón y menta el que no los toma revienta

Antes de salir a vender le gustaba su copa de anís o su copita de ojén y salía a despedirla su hermana la Feli en negligé.Las dos eran altas y la Felisa lo que se dice una mujerona con aquellos tupés apelmazados sobre las sienes y su cara de mirar antiguo depiladas las cejas que se parecía un poco a la gitana de Romero de Torres el pintor que pintó a la mujer murena la de los billetes de cien pesetas. Un domingo por la tarde que había un bautizo porque habían bautizado a un chico que tuvieron la Serafina (pobre serafina que alma más buena, recogió a la Feli desahuciada por la sífilis y se la llevó a morir a su casa) la de la tía Carnerita y su marido el Iglesias, un socialista histórico que acababa de salir del penal de Cuellar y era un rapsoda de profesión que recitaba “El Pillayo” de Gabriel y Galán mejor que nadie, estábamos a la puerta de San Valentín una cuadrilla de chaveas esperando el arrobo y que se estirase el padrino que si no le espetábamos al bueno del padrino aquello de arrobo cagao que a mí no me han dao si cojo al chiquillo le tiro al tejao, pues se presentaron la Concha y su hermana. La Feli tan cariñosa como siempre me estampó un par de besos en los carrillos que olían a aguardiente o a vino peleón que tiraba pa atrás pues en la Casa de la Troya esto es en San Valentín numero 4 yo era una personalidad porque mi padre el hombre en aquellos años del hambre nunca volvía a casa del cuartel de vacío. Venía con él el machaca con un saco chuscos de las sobras de mayorías un fardel de judías o de patatas el rancho mismamente o los desperdicios de las perolas que le regalaban los rancheros y los repartía entre los inquilinos de aquella corrala. Todos eran pobres y pertenecían al bando de los perdedores. Sólo había tres familias que habían hecho la guerra con Franco: las dos solteronas del tercero Maruja y Carmen que iban a misa todas las mañanas a la catedral y eran muy amigas del precentor o maestro de capilla,;una de ellas era enfermera de Falange. El cabo de la guardia civil al que llamábamos el señor Juan y del que hablaré después pues al retiro se colocó como portero vigilante en nuestro seminario y allí le veíamos muchas tardes con su gesto adusto entretenido con la lectura del Adelantado de Segovia que se leía hasta los anuncios. Le interesaban en particular las esquelas. Era un hombrón. Infundía un poco de respeto cuando le veíamos abandonar el domicilio y estaba de servicio con el tricornio las cartucheras los correajes y el máuser que debía de pesar sus quince kilos. Él se lo echaba al hombro como si nada. A la espalda un zurrón y escarcela impresionante. Iban de correría y a la puerta de San Valentín le aguardaba el otro numero de la pareja un guardia menudito un jijas pequeño renegrido pero con un gran bigote cuyo nombre era Venancio. Se cuadraba ante su superior.

-Sin novedad mi cabo.

Pues andando- entonces decía el señor Juan

Y los dos que parecían la l y la i se perdían calle arriba y desparecían al trasponer la arcada umbría de la puerta del socorro que tenía una repisa con un arcángel flamígero desenvainando la espada y al otro lado un altar con una virgen románica y su galería. Siempre me impresionó el cabo tan serio y cara de pocos amigos. Sonaban sus pisadas en la escalera y todo el tillado se resentía. Era un hombrón y mucho más con el chopo a las costillas. No solía dar los buenos días pero una excelente persona y, jubilado, le recuerdo leyendo el Adelantado en su garita de la portería del seminario. El mal humor y la esquivez de su carácter eran fruto de la enfermedad que tenía. Padecía una próstata muy maligna que le llevó a la tumba. Creo que era un noble hijo del duque de Ahumada. Sirvió a la Benemérita cuarenta años y a la Iglesia los últimos siete de su existencia. Una vida de servicio aunque fuese un civilón a la antigua uno de aquellos mangas verdes que nos hacían poner pies en polvorosa cuando asomaban la gaita y el perfil inconfundible de la pareja avanzaba por los caminos. Guardia civil caminera te llevará codo con codo, Lorca dicit. El otro vecino de derechas de aquella corrala era mi padre Silvino que gloria esté. Era el que traía el rancho del cuartel. Los chuscos les sabían a gloria por ejemplo a la familia de la señora Antonia la catalana viuda de otro fusilado por los franquistas. Vinieron a Segovia desde Lérida después de un bombardeo con lo puesto y yo prácticamente me crié en aquella casa y crecí escuchando hablar catalán una lengua entrañable para mí pues fueron las palabras primeras que escuché en mi infancia cuando hablaba aquella familia que compartían derecho a cocina con Serafina la hija de la Carnerita casado con el Iglesias del que ya hablé y hermana de Claudio el chato que era el portero del Peñascal. Claudio cuando estaba en la puerta me colaba y así me colé a ver muchísimos encuentros de tercera división de la Gimnástica de gorra. Tenía una hermana la Carmen a la que hizo un chico un italiano cuando los balillas de Mussolini estuvieron de asiento en Segovia durante la guerra, -tener un hijo de soltera en aquellos tiempos era una cosa bastante peliaguda por aquello del que dirán y las habladurías- el Antoñito que sería muy amigo mío pues en la infancia no entiende uno de tales prejuicios y los dos salíamos juntos a nidos por Tejadilla. Me quisieron como a un hijo y yo bajaba a que me diese croquetas la señora Antonia que estaban más ricas que las de mi madre y a sentarme en la cadira6 que era más cómoda que las de casa. Desde entonces siento una veneración y respeto por la lengua de Verdaguer y digo yo que qué tendrá que ver el habla con la política. Los hijos de la señora Antonia se llamaban Ramón el peluquero, Quico que tuvo un garaje de recauchutados en el Camino Nuevo, la Juani que me crió prácticamente y vendía helados mantecados en el Columba por el verano y Agustina a la que llamábamos la Agus que era la que hablaba más en la jerga ilerdense de todo el grupo en un catalán elegante y señorial que a mi me sonaba a uvas y queso y las uvas con queso saben a besos. En el tercero mirando para las cuevas del Pinarillo vivía la señora Segunda a la que siempre recordaré viejita y encorvada sobre el fregadero lavando cacharros y cerca del puchero de la cocina de carbón. Era tan pequeñita que no alcanzaba la taza del fregadero sino era subiéndose a un tuero. Tenía una cara muy bondadosa, siempre vestía de negro y un lobanillo al lado del labio inferior de la que salían una cerdas algo así como una barba de tres pelos. O cuatro. A un hijo se lo fusilaron cuando el Alzamiento. Pertenecía al partido comunista y le dieron mulé en el foso del Alcázar y a otro Gabriel porque era cojo e impedido que sino también le “pasean”. Nunca se recuperaría de aquel golpe la señá segunda. La poliomielitis determinó que aquel hombre tan inteligente estuviera condenado a una silla de ruedas. Los del Frente de juventudes le fabricaron por mediación de don Tomás que era el jefe de abastos y que vivía en la casa de la esquina justo al lado de la muralla un coche silla y pedaleando con las manos se desplazaba todas las mañanas a la estación del norte a vender pipas caramelos y cromos.La bajada por la escalera del querido Gabriel era tan sonora aunque mucho (plon, plon peldaño va peldaño viene y además el resuello de su penoso respirar) más trabajosa que el del cabo de la Benemérita. Quico el catalán le agenció unas rodilleras con neumáticos de camión y unas chanclas para las manos y a rastras se deslizaba desde el tercero hasta el cochecito que le aguardaba a pie de calle. Era todo un experto en el manejo de su vehículo y los amigos le llamaban el rey de la montaña por la celeridad con que subía las cuestas manoteando sobre los pedales y en una ocasión pues era muy decidido se propuso hacer el viaje hasta Madrid pero al llegar al Portachuelo antes de San Rafael pinchó una rueda y tuvo que traerlo a casa la Guardia Civil precisamente el señor Juan que por aquellos días estaba de servicio por aquellos pagos unos dicen que tras la pista de unos quinquis que robaban gallinas por la Losa y otros que a cazar gamusinos. Fue una noticia muy comentada en la localidad y salió su foto en el Adelantado pues la hazaña del cojo tuvo mucho mérito. A Gabriel se le quería mucho y todos conocían por lo que le había sucedido que Franco no era santo de su devoción. Sin embargo él y mi padre se hicieron muy amigos y a veces discutían –sin reñir- de política. Cuando nos mudamos de casa a las viviendas militares del Puente de Valdevilla mi padre me mandaba bajar a comprar el Adelantado por toda la pista que no sé si el periódico valía un real como los pirulís de la Concha pero a mí – jo papá no tengo ganas- se me hacía muy larga la caminata hasta el quiosco del Tío Braguetita que estaba junto del Regimiento pero yo no hacía gratis el mandado. Recababa de mi progenitor una perra chica esto es cinco céntimos. Nuestro periódico era muy conservador y de derechas o más bien de tono objetivo e imparcial por lo que resultaría inconcebible que el señor que lo voceaba en el Portalón cerca de la Casa de los Picos muchas tardes pudiera aportar a los titulares algo de su cosecha como ocurrió en cierta ocasión en León con Genarín- Jesús la que se preparó- y pregonaba el diario Proa de la prensa del Movimiento. Una tarde en que había pimplado más de la cuenta y no se le acercaban clientes le puso titulares sensacionalistas al rotativo él mismo y se inventó la noticia:

-Proa…Proa… ha salido Proa… últimas noticias. El Papa Su Santidad Pío XII cuelga los hábitos, y se fuga del Vaticano con la Hilda… Proa. Ha salido Proa. La pareja se va Honolulu de viaje de novios.

La gente se arremolinó en torno al pregonero que despachó su mercancía en un suspiro. Se produjo un alboroto, casi una conmoción social ante la indignación de las gentes bienpensantes que no había sabido percibir una broma de borracho y a Genarín se lo llevaron a la trena los guindillas. Pero eso solo podía pasar en León tierra de cazurros, en Segovia jamás. Allí éramos un poco más señoritos circunspectos y delicados. Pobre Genarín esa es otra historia. Todo el mundo conoce su triste final. Lo arroyó un camión de la basura mientras exoneraba el vientre y la vejiga cerca de la muralla romana una noche de viernes santo. En Segovia había otros singulares personajes como Mariano Conejo el hospiciano que tenía una voz poderosa e iba por las casas a pedir con su traje marrón de los presos y espiaba a las mujeres mientras fregaban la escalera. O Fernandito que una vez se disfrazó de fantasma en la Alameda e iba asustando con una sabana a las parejas. Uh…uh..uh. el Fernandito era un aprendiz de lo que ahora se llama violencia sexual, un violador en potencia, vamos, pero la gente se lo tomaba a cachodeo.El mismo Tío Braguetita era otra personalidad local. Había estado en Rusia con la División Azul. Regresó del frente del Este con un pie congelado. Le dieron un quiosco pero se emborraba con frecuencia y cuando estaba beodo iban los chicos a cantarle:

-Tío Braguetita… tío Braguetita.

-Si voy ahí chiquitos os meto un brazo por una manga.

Hacía una amago de salir de su tendejón y los malvados chavales que le arredraban emprendían una carrera sin parar hasta los jardincillos de Santa Eulalia donde crecía y crece un centenario y señorial almez todo una orgullo de la botánica segoviana. Vuelta y otra vez:

-Tío Braguetita…. Tio Braguetita.

Pero aquel veterano de una de las guerras más cruentas que ha tenido la humanidad era inofensivo incapaz de matar una mosca.Hay que decir que no cumplió la promesa de maternos un brazo por una manga. Algunos de sus camaradas ex combatientes se acercaban a visitarle entre ellos el teniente Ricardo que era nuestro vecino un artillero alto y cenceño que debajo de la guerrera siempre llevaba camisa azul y bajaba a comprarle el Arriba y hablaban de los viejos tiempos y de las fatigas del frente de Novgorod y de Leningrado. El quiosquero que se llamaban Crescencio departía en largas Maximinofadas con el teniente Ricardo y con el brigada De la Paz también divisionario, aunque todos le conocieran por el apodo de la dichosa bragueta y eso porque la gente que se fija en todo observó un dia que tenía que orinar con frecuencia y tenía un perico dentro de su garita para hacer pis que debía de padecer poliuria o incontinencia de orina y olía por allí a meaos que tú no veas y por el verano todas las moscas del barrio venían a posarse en su bragueta con ronchones sospechosos lo que era recelo de diabetes pero el tío Braguetita no murió del azúcar ni del tenesmo. Se le cantó el gorigori por otra causas. Una borrachera de anís. La cogió temblona y se lo llevó por delante. Sereno, era una delicia de paisano pero la cosa cambiaba cuando se había tomado unos chatos y más en la taberna del Tío Juvenal. Nos decía algunas palabras en ruso y a mí me enseñó el paternóster en ese idioma…. Otse nash… La estepa había cambiado su percepción del mundo y decía que el pueblo ruso aunque se les motejara de comunistas y de rojos perdidos eran buena gente. Él mismo ostentaba un icono de la virgen María que le regaló una baba (vieja) o una panienka (moza en polaco) cuando pasó por Grodno que en este momento no me acuerdo a punto fijo.De lo que sí me acuerdo es de la bondad de aquel rostro cansado y vencido por los sinsabores de ka vida pero que no perdía jamás la paciencia y la serenidad. Nunca nos dijo chico si voy ahí os capo que eso si que hubiera sido más morrocotudo y es con lo que nos amenazaba, por ejemplo, el tío Juvenal el tendero de Castrobocos que tenía mucho peores pulgas. Don Crescencio sólo se atrevía a sentarnos las costuras de manera más leve: meterle a uno un brazo por una manga no debía de ser gran cosa. Su entierro se recodará en los anales de la ciudad como uno de los más multitudinarios. Vinieron coroneles y generales entre ellos Muñoz Grande y el general Infantes mandó un telegrama de pésame.

En el Arriba el periódico que llevaba siempre el teniente Ricardo bajo el brazo y era uno de los mejores periódicos que se publicaban en España por las firmas que en él aparecían desde Eugenio D´Ors hasta don Pío Baroja y el mismo Ortega- estamos hablando de una España no de revancha sino de reconciliación- yo me hinché a escribir crónicas desde Londres desde Nueva York así como en los otros cuarenta y tantos restantes de la querida prensa del Movimiento- le dedicaron una larga necrológica. Nasie hubiera podido pensar que aquel vendedor de periódicos borrachín tenía una laureada.

En el Adelantado hice mis primeros pinitos literarios y di a la estampa mis primeros versos como un romance al Eresma glosando a Gerardo Diego.” Río Eresma río Eresma que vas camino del Duero para estar contigo a solas esta tarde he bajado solo y triste. He bajado con el viento.. etc”. Muy malos versos y casi una copia del romancero pero todavía traen un perfume de aquel ayer- años 62 al 64- y algunos números de entonces aun los conservo. Recuerdo la bondad con que el director Cano de Rueda aceptaba mis ripios. Pero eso de ver mi firma estampada en la pagina literaria de los jueves me hacía sentirme un tío importante, casi un Tolstoi. En este rotativo tabloide que tenía forma de sábana y muy pocas hojas probé yo ese veneno, esa comezón que deja en el alma el duende de las imprentas. Por eso esta bonita foto que me mandas, amiga Amaya Barrio, en la que apareces detrás de una ventana del Negresco o de la Suiza tomándote un café con un bollo y en la mano el periódico de nuestra ciudad tiene para mí connotaciones mágicas. Es mágica y ha suscitado en mí esta retahíla de viejas remembranzas. Muchas gracias. Río Eresma, Río Eresma que vas camino del Duero… Adelantado de Segovia uno de los diarios más antiguos que se publican en España humilde y entrañable y sin demasiadas paginas, sólo puedo decir gracias.



EN LA MUERTE DE UN PRIMO MÍO


Hoy estoy un poco cabreado con Dios. La naturaleza se cobró su estipendio y avasalló, triunfal, la muerte los despojos de mi primo carnal verdadero hermano Agustín. Hoy se me ha muerto algo de mi propia alma y cuerpo que lo vi horrible y macabro en ese rostro arropado en un sudario blanco cuando los del crematorio destaparon el féretro y apareció pavoroso y desencajado incipiente aviso de calavera - como me ves te verás; como tú eres yo fui- la orlada de los ojos profundos como socavones exvoto de la cera todavía con manchones de la sangre que se congestionó en una agonía que fue tormento y purgatorio. Demasiado. ¿Qué crimen pudo cometer mi primo para haber tenido que aguantar dos años esta crucifixión de un melanoma en un pie? No entiendo. Pongo doble contra sencillo y los ojos de la carne me llevan a la oscuridad de la nada al final macabro y absurdo de la vida de un recio castellano de 63 años. Venciendo mi repugnancia estampé un beso sobre la frente lívida y le hice sobre las labios la señal de la cruz deseando vivamente que esta resignación fuera fiducia de salvoconducto del viaje a la eternidad. Para los cristianos la cruz de dolores persecuciones desacatos humillaciones insultos contumelias enfermedades y otras crueles realidades es la moneda que todos llevamos prendida entre los dientes para pagar al barquero y sacar pasaje en la misteriosa nave de Queronte. Conviene no escupirla jamás y tenerle bien agarrada en el mandibular. Es como si dijésemos que así atenazáramos inmovilizándole por los mismísimos a un púgil que siempre acecha, siempre hostiga y acabamos tirándola en la parva como en aquellas luchas que nos echábamos en la era las tardes de trilla y brega cuando éramos niños a ver quien era el más fuerte y tú Agustín aunque más bajo que yo me tirabas contra las cuerdas. Al caer de espaldas recuerdo que me aterrizaba el vacío y esta mañana al cabo de tantos años he vuelto a sentir aquel vértigo de caer de espaldas no a una mullida parva de espigas tiernas sino a las aguas salobres y tenebrosas del lago de la eternidad. Murmuré un réquiem por lo bajo que parecía un mutis y luego en alta voz dije ante sus despojos una frase:

-Agustín, siempre fuiste un valiente. le supiste echar un par de cojones a la vida. El cáncer te ha vencido pero estoy seguro de que tú buscarás revancha en la resurrección de cristo. Hasta luego.

Todos estábamos aterrados en aquella cámara fría y desnuda que en el tanatorio llaman la Sala de la Despedida. A ella nos llevó a los del triste cortejo aunque para disimular ibamos hablando de nuestras cosas tratando de dar un aire de familiaridad a ese momento tan trascendente una azafata de talle fino y guantes blancos. Los ojos de la fe avezados a calzar las antiMaximinos de la teología el dogma y los viejos conceptos me llevan a la seguridad de que él está cerca de Ti, Señor. A tu lado y que le preparaste a Agustín una morada en tu reino, allá en lo alto, o donde sea. Que habrán acudido a recibirle en la gloria los Ángeles y ese serafín de los prefacios al que entonaba su melodía al armonio su padre mi tío Pedro que era el sacristán de Fuentesoto en aquellas multitudinarias misas de Angelis y que su madre, la Juana, a la que él llamó a voces antes de expirar Madre...madre. Madre y santa María y san Pedro y san Gregorio y todos los justos de mi pueblo y todos los pueblos habrán prestado acogida en los prados amenos de la eternidad. Según dijimos en la recomendación del alma que me cupo el honor de leerte en tu lecho de muerte a la cabecera de aquella cama del 12 de octubre tan impersonal y tan fría para ti que eras entusiasmo puro y carcajada viva que no merecieras reclinases tu cabeza para exhalar el último. Otro absurdo que me llena de angustias y de dudas pero no te preocupes, Agus, lo superaré. Mi fe es más vieja y recia que todas esas cantinelas con los que nos sorprende el pateta siempre tan oportuno y tan poderoso que lo llaman el señor que preside los designios pero lo derrotamos y vencimos con aquellas oraciones tan inspiradas del misal latino y luego yo te escuché que decías Jesús José y María valedme en mi ultima agonía y llamabas a tu madre, la Juana a la que yo siempre tuve por santa y a la que tu hermana Lidia acude al cementerio de Fuentesoto a llevar flores y a suplicar su intercesión para pedir algún favor o cuando la aflige una necesidad. Estoy seguro de que ella también estaba allí. Con Jesús María y todos nuestros patronos tutelares. ¿Recuerdas cuando ibamos a coger botijos de agua a la fuente grande? A trillar, beldar, arrancar hieros o algarrobas a Las Suertes Viejas que estaban a casi cuatro horas de camino, cerca de Valdezate y que para ir a labrarlas había que uncir el carro a las cuatro de la mañana. O las moras que cogíamos en un bote por la fiesta de Nuestra Señora de agosto.

Con azúcar o algo de arrope sabían buenas o por lo menos mataban el hambre y la sed de aquellos veranos tórridos. Estaban superiores. Aquel mundo que dejamos atrás no era ni mejor ni peor que el que vivimos ahora pero ya no es. Se apagó el fuego y quedan los rescoldos y los rencores que aquel pueblo del que salimos eran muy envidiosos y quejados de esa enfermedad tan norteamericana del “keep up with the Jones”. De aquella tierna etapa de la infancia datan las primeras crueldades. Pueblo de cristianos viejos o acaso nuevo pero de catolicismo y de cristiandad poco, personajes que no te daban una hogaza o te invitaban a comer asado el día de la fiesta si no estaban ciertos de que iban a recibir diez. Muy mirados y muy a lo suyo y, según tú decías, Agustín, muy zorros. Pero estas menudencias y trastornos tales mezquindades no pertenecen al corpus dogmático, son materiales para la casuística. Pero hay que hacer balance sub especie Aeternitatis y llegan el momento de las verdades. Castilla dio de sí todo lo que tenía que dar y se ha venido abajo por el mal de siempre: el morbo visigótico, la ignorancia de los fetiches, las suspicacias y desplantes entre unos y otros. Siempre busqué el viejo espíritu pero sólo encontré ruinas y mezquinos destripaterrones. Los hispanos de los que decía un papa Deus aspicit benignus- ¡qué ironía!- nos vigilamos unos a otros en vez de querernos y de perdonarnos que es lo que cumpliría. Ese y yo más porque nos hemos hecho supremamente materialistas y en este tiempo y en aquel y siempre estaba el tanto tienes tanto vales. Los había que querían un sitio preeminente en la tribuna de la iglesia y aunque más malos que Judas pérfidos y traidores colmaban la iglesia de bodigos para ser invitados a las comilonas en la rectoral

Reunión de pastores oveja muerta y ya se sabe el mejor cuarto asado y el cobro de diezmas en especie que los reverendos se comían en carne pellizcando el culo de la mejor moza y siendo piedra de escándalo para el feligrés. Algunos no eran muy evangélicos. Querían mandar. Pecados de sexo, bueno pues por ese cabo todos somos pecadores y no tenía importancia al cabo del tiempo y cuando tantas aguas han llovido que lo que contaba tu padre el sacristán que en aquellos sanpedros del ayer el cura de Valtiendas se bebía una cántara y luego no acertaba, arremangada la sotana, a los pedales de su bicicleta para subir la Cuesta Los Carros o el de Pecharromán que en cada fiesta le hacía un chico a una moza del arciprestazgo. O el de Cuevas que se masturbaba en las eras coram pópulo que tío mas guarro para que le viésemos todos los chicos. El peor pecado eran la soberbia, la envidia y la falta de caridad, el querer ser los mandamases y caciques del pueblo y eso que a sí mismo se llamaban discípulos de Jesucristo. Todo pasó y de aquello quien se acuerda. La vida fue evolucionando. Éramos pobres y felices. Pero la vida tenía cierto sabor y yo ando la querencia de aquellas horas, de aquellas rosas, de aquel tiempo de amistad en que éramos como más libres y desinhibidos, de aquellas chanzas inocentes, de aquel vino. En una fotografía en que comparecemos tú y yo retratados por un fotógrafo de feria a lomos de un caballo de cartón se nos ven los vientres abultados. Hambre. Hambre a secas. Gazuza de posguerra y es que no había, hijo. Cuando tu madre mi tía Juana que era una santa le daba sopillas para merendar a tu hermano el pequeño que no sé si era Pedrito o Salva nos poníamos todos en corro o sentados sobre los bancos de la cocina y éramos felices si nos daba a probar una cucharada y como pajarinos abriendo el pico. Hambre y no había. Por eso se nos inflaban las panzas como a los niños de Biafra. Vivencias comunes del pobreza en compañía deba de dejar una huella indeleble como aquella luz de nuestro pueblo, los olores del establo, el sudor fuerte y perfumado de las caballerizas, el aroma de estoraque al pasar cerca de la fuente en la cerca del médico, las esquilas de los astros en reata del molinero de la Villa que preparaban unos escándalos de aquí te espero cuando barruntaban una yegua con hipómanes, o las del burro yeguato del tío Aquilino grande de alzada y esquelético como su dueño que bajaba para las pobedas la chaqueta al hombro a regar su cerca la azada al hombro tieso más que un huso, la mala leche de la Tía Maricruz Nuestra Señora de los siete tobillos la única en el pueblo que se echaba polvos en la cara y luego supimos que otros polvos también echaba y a ti te preguntaba muy interesada:

- ¿Tú eres el chico del sacristán?

- Sí, señora, para lo que Vd quiera mandar.

- ¿Y donde anda tu padre?

- A las tierras. A labrar.

- Hogaño le veo poco, hijo.

- Tía Maricruz ni falta que hace

A ti te tenía buen concepto. Por algo será, asumí. Y recuerdo las impresiones que marcan para toda la vida: las tardes de invierno en el callejón que para calentarnos jugaban los mozos al chito y nosotros al zorro pico zaino que era un divertimiento muy antiguo y español. Y los bailes de candil por san Pedro cuando le mangábamos al Bigote las garrapiñadas y los perillos al hortelano del Valle de Tabardillo cuando venía a vender y se quedaba en las bodegas, bebía más de la cuenta y luego le pasaba lo que al cura de Calabazas que no encontraba el camino y nosotros aprovechando que andaba el hombre un poco chispa le hurtábamos algún perillo.

O cuando la noche de Ánimas nos mandaba tu padre a tocar las campanas y allí estábamos acurrucados en el campanario muerto de miedo los dos. Alguna paloma sorprendida en su nido al vernos levantaba el vuelo y a nosotros se nos erizaban los cabellos pues creíamos fuera un ánima. Las castañas y nueces de Nochebuena. Y los filandones de San Andrés. Correr el gallo por las Candelas. Los cantes de ronda cuando se iban los quintos y al Irineo le tocó a África. O poner la enramada después de la Minerva y el Corpus. Felices éramos a nuestro modo. Ayudábamos a misa al cura Saturnino que nos daba una perra chica o una patada en el culo si nos equivocábamos en el confiteor. La escuela de doña Catalina la esposa de don Tomás aquel maestro que según decían era de ideas y se libro de ir a la cárcel alegando que estaba loco y lo internaron en el manicomio de Quitapesares. ¡Dios mío, al cabo de los años comprendimos la tremenda injusticia que supone el emparedar a un maestro tildándole de débil mental por pensar por su cuenta! Aquella puta guerra, la guerra, y lo peor las revanchas. Por lo general el personal se escudaba en la religión y la política para dar rienda suelta a sus instintos inferiores, pero a mí siempre me pareció que don Tomás sí entendía de política. Los demás no. Era un buen maestro. Volviendo la vista atrás uno tiene que volverse cínico o un hipócrita. Todo aquello de entonces ahora sale por lo visto. Pero a mí los malos ejemplos clericales no estorbaron mi fe en la religión. Ahora bien como yo no quería ser un cura de misa y olla como aquellos que bajaban a nuestro pueblo en la bicicleta con la sotana arremangada que enseñaban los pantalones negros y a nosotros nos sorprendía que llevasen pantalones como los demás pues me salí. No quise saber nada. Pero continúo en aquellos valores del Evangelio y en la piedad y en el amor de Nuestro Señor Jesucristo. Luego vino la emigración o evasión del campo a la ciudad. Recuerdo aquellas vísperas de San Silvestre que nos presentamos en la plaza con tu motocarro una Trimak recién comprada cómo nos miraba tu hermano Maudillo que quería venirse con nosotros para Madrid pero no había plaza en aquel triciclo con el que empezaste a trabajar, el primero de la saga de una flota de camiones. En el puerto de los leones se planta nevar y no teníamos cadenas. Hubimos de poner nuestros abrigo y nuestras chaquetas debajo de las ruedas para el agarre en la nieva y no sé ni como coronamos la montaña. A fuerza de tesón, que tú siempre le echaste a la vida muchos cojones. Los dos tiramos para adelante enderezando nuestras propias rutas.


Algunos domingos salíamos juntos a alternar o nos metíamos en un bailorro a asustar a algunas chachas y yo un poco bisoño te pedía consejo sobre cómo había que hacer para que las chavales te diesen baile y tú decías mira te has de comportar normal decirle cosas agradables que no vean que te azaras. A las mujeres les gusta saber que tú mandas. Buen consejo, mas ni por esas. Hasta tomé complejo de que nunca tendría novia de que nadie me querría. Hay que ver, Agustín que cosas se le meten a uno en la cabeza. Y pensaba en aquellos recuerdos agradables tratando de espantar la sensación horrible de mi beso de despedida, ese olor a cadaverina, espeso y dulce de los muertos cuando empieza el heder y la descomposición de la carne y de la sangre. Estaba como zombie. Desde el tanatorio sur hasta la Almudena donde iban a hacerte polvo y ceniza había un atasco infinito. Nos perdimos un pare de veces en una de las incorporaciones, casi me choco contra un taxi. Estaba como alelado. La noticia de tu muerte me dejó frío y todavía no me lo creo que puedas estar muerto. ¿Adonde te has ido? ¿Cómo será el cielo? ¿Cómo habrá sido tu entrada en el Paradiso? Cavilar sobre estos misterios me saca de quicio, siento como una desazón un cosquilleo en el estomago y es que la eternidad me da vértigo y quiero suponer -y este es mi único razonamiento- que de la misma manera que en tantos azares y peligros sentimos una especie de protección y misteriosamente nos vemos salvados de las acechanzas y trampas de la existencia, en la hora de la muerte Él seguirá ahí a pie de obra. Al menos es lo que ponía en la oración diaconal de la recomendación del alma que te leía cuando estaba en los estertores de la agonía. Mas una cosa es predicar y otra dar trigo. Yo también tengo dudas y un miedo infinito. A ese vacío de tus ojos cerrados que dejaban de ser ojos para volverse cuencos de calavera... A esa sonrisa macabra que vi en tu cadáver. Bien es cierto que no eras tú sino tus despojos en la hora del hic jacet mas no por tales reparos deja de activarse mi congoja. Por eso iba recordando con tu hermano Pedrito los buenos momentos de cuando éramos chavales. Bromeando haciendo nuestros planes ilusionados con el vivir. Bien es cierto que era un subterfugio. Una escapatoria. No entiendo nada. Tengo la mente en blanco esta mañana hermosa de verano cuando la circulación en la M 30 es caótica y por la mañana la tele retransmitía el encierro de san Fermín. Otro breve responso y más lloros de los deudos de un curita joven capellán del cementerio cuando llegamos después de perdernos otra vez por las aleas de la inmensa necrópolis. A mi me hubiera gustado entonar el Libérame me Domine de Morte Aeterna y musitar el a porte inferi o el dies irae pero recité estas secuencias de los viejos funerales para mí mismo.


Había mucha gente y allí estaban tus hermanas Rosario, Lidia, Salva y Pedrito mi escolta de poca talla pero de corazón grande el que más se parece a ti. Me impresionó la dulzura de tu nuera Esperanza que me dio a besar a tu nieta y yo la bendije. Esta niña es clavadita a ti. Y ese pensamiento me confortó un poco. Porque en esos ojos almendrados se posaba tu luz por ese milagro de los genes y tu cuadratura. Y el amor que vencerá a la muerte, en esta megapolis superhabitada de fantasmas donde todo es difícil e impersonal hasta morir los ojos un poco asustados me alejaron del cabreo que siento esta mañana de sol con Dios - uno puede a veces estar enfadado a veces con lo que más quiere ¿no?- me dio cierta tranquilidad e hicimos las paces. Él está cerca de Ti, Señor. Lo sé. Le habrás preparado esa morada que se merece tras su crucifixión del cáncer de piel y la muerte que Tú quisiste compartir con Agustín, conmigo, con todos, pero Te pido no me des tan dura prueba como la suya que no sé si lo resistiré. Vermis sum et non homo, miserere mei, digo con el Santo Job. Al regresar de la Almudena a mí me pareció que entre los ruidos del tráfico de la calle impersonal los cláxones de los automóviles entonaban un Miserere. Y luego el aleluya de la Resurrección en Jesús. Aparqué en una de las zonas más bonitas de Madrid Alcalá con Goya y entré a cortarme el pelo en una barbería. La vida sigue. Muerte, ¿dónde está tu victoria? Volví a inquirir sólo para mi capote. La verdad es que no entiendo nada pero acepto la muerte como una parte esencial de mi condición humana. Que hoy me embargan la melancolía y acepto resignado el fin de esta persona tan querida como acepto el mío propio. Más que nunca hoy recuerdo la frase del Prefacio de Difuntos: Vita mutatur non tollitur. (La vida se transforma, no se nos arrebata)



APORTELLADOS DE SACRAMENIA Y FUENTIDUEÑA


Aportillados eran los adelantados del rey, castellanos que pagaban Parias castelarias lo que les daba derecho a ser señores prevenidas en frontera con todo su ajuar. Para ser aportellado –este adjetivo define toda la reconquista con su entera mentalidad de combate- había que estar empadronado en una villa o ciudad, tener allí casa, corral o dehesa desde san Miguel hasta la santa trinidad, pagar la fonsadera o pecha de guerra y manejar espada, lanza y capillo, tener caballo. Hay que tener en cuenta que las armaduras eran entonces caras. Prerrequisito era el haber sido armado caballero y jurar lealtad al monarca. Los aportillados o aportillados podían administrar justicia y recibían la cara de alcalde Es el principio vasallático otorgado en avenencia y de mutuo acuerdo (los godos no firmaban nada a no ser con la sangre y les bastaba la palabra empeñada) para cabalgar en algara contra el moro cuando la anúteba lo reclamase. Los caballeros eran mesnaderos bajo el pendón real. A tales aportillados se refiere el fuero de Peñafiel del cual ya hablamos otrora y que es uno de los más interesantes para los medievalistas. Don Claudio Sánchez Albornoz hace un estudio exhaustivo del mismo y lo clava. Es un fuero que fija los usos y costumbres de los sexmos ribereños del Duratón. Zona que había sido repoblada y don Claudio dice que el gran problema de la España del siglo X al XII fue la despoblación del Duero por gente de muy diferente origen. La integraban los gascones llegados de Francia siguiendo a los monjes repobladores del cister y de Cluny, vascos, satures, cantabros pero sobre todo casi en un 37 por ciento eran exaricos o cautivos agarenos que habían sido obligados a moverse hacia el norte tras las exitosas campañas en Al Andalus de Alfonso el emperador. Abrazaron seguramente a la fuerza la fe cristiana. Van a ser los primeros componentes de la fuerte raigambre mudéjar de esta zona que se irá desplazando hacia el Oeste por Cuellar, Arévalo, Peñafiel. Otros eran muladíes raíz mucho más antigua y asentada porque es obvio que no todos los mozarabes quisieron ser mártires hubo bastante chaqueteo y se sumaron al credo del Coram, o árabes descendientes de cristianos conversos al Islam también por obligación. Todo un variopinto melting pot. El Duero era la tierra de frontera. Tanto el como sus afluentes se encuentran salpicados de fortalezas y castillos. Los antiguos tumbos refieren que el dueño de estos señoríos el conde Ansurez de Monzón era un muladí: Ibn-el- Manssur y Alfonso III de León en 912 dona la tierra de Cardaba cum edificiis a un tal Gonzalo Téllez para hacer cargo de esta zona de monasterios y de morabitos tanto musulmanes como cristianos que vivían encuevados en simas que ese dan en abundancia por estos valles. El cenobio oriental va a ser sustituido por una fundación monástica del Cister. Esa va a ser la constante durante los siglos medios: el anacoretismo bizantino visigótico va a a ser siendo sustituido poco a poco por una firma de vida en común y a la occidental. Eso desde un punto de vista religioso. Desde un ángulo económico los monasterios eran auténticos fundos de explotación agropecuaria



QUIRÓGRAFO DE LA ASCENSIÓN


Esperanza entre mis teclas. San apolinar firsa alto y dejo de fumar en este bello día de julio. Sed aliud est coelum aeternum. ojos que miran al cielo como en la oda de fray Luis, y dejas pastro santo tu grey en este valle. Uno es el cielo inmaterial y otro el cielo aereo. El matiz es importante porque en ambos cielos moraban los espiritus en uno los angeles, angelica turba coelrum exulñtet y abajo los demonios. Una era una cucaracha alemana con el pelo de estropajo y las mandibulas como garras de la hormiga atomivca. Sed exulytet turba coelotrum que todos esos nada podrán contra mí. El cielo aereo es lo proximo a la tierra pero el empireo es otra historia muy diferente. al cielo aereo fue sublevado o subllevado elias. Y transportado hasta una remota región que se trova en paradero secreto hasta el fin de los tiempos. Coelum quippe terrae proximumn est. Cuando bajó al limbo Jesus resucitado al tercer dia, palabras maximas, sioniquetes y comodines, palabras palabras, rescató a los justos. Esto es pura mitiología. Señor que duro es creer pero aqui se guardan los sellos de la vida humana en el quirografo de la ascensión. Et mortios debitum persolvit. Nuestro redentor no padeció a la muerte propiamente dicha, la superaría. La ascensión por su propio pie y no en manos de anglesfue el finiquito de la resurrección. Elias fue transportado al cielo igual quie san pablo en un ataque de gota coral seguramente y la virgen fue asunta. Diferencias por tanto de contorno entre sublevación, asunción y ascensión. Esa fue una de las primeras cosas que nos enseñaron con el catrecismo. A elias lo tomaron los angeles de la mano lo mismo que a enoj para superar el lastre de la gravedad pero cristo se elevó de su propio pie y con la fuerza de su mano. Se eleva por tnto sobre las miserias de este siglo y los palidos reverberos de la gran belleza del padre en las obras que hizo. La ascensión es la fiesta más platónica del calendario cristiano. Y dicen los comentaristas que el Señor coelorum fastigia penetravit. El fastigio era un techo de doble vertiente. derribó las potestades diabolicas aber heute meine tochet hiess mich cocroach. Qué me pasa? Mientras especulo de tan altas razones mi existencia subrauyce en la abyección y la miseria. Sede a dextris meis dijo el salmo y esteban el dia de su lapidación vio los cielos abiertos et filium hominis stantem a dextris. Hay una dioferencia entre sedere et stare. El stare es algo más transitivo. Al seder realiza uin papel más activo en favor de aquellos que en la tierra invocan su nombre. Ibamos diciendo que se acercaba un tiempo de mártires. Y va induido de la estola (cpitraxil) de glroa. Todos los santos bizantinos portan la estola cruzada sobre los hombres con la cruz a manera de estandarte. me queda un año para jubiklarme y esto va a ser otra via dolorsa. Ascensión significa exaltación de la humanidad. Al subir con cristo a la gloria el cristiano se convierte en algo sublime y firmó de esta mnanbera el quirógrafo o compromiso de nuestra salvación. Pero el ave ignoró la senda. Semitam ignoravit avis. Sea. Elevata est magnificentia tua super coelos. En el con el y por el y en ´çel triunfamos de nuestra corrupción y podredumnbre. Sin embargo cristo nos dice que el camino hacia la excelsitud es la humildad, la mansedumbre, la claridad. De esta forma un dia podremos gozar de su plenitud. Hay que circunvenir las tentaciones y adversidades y suprimirlas plantandola combate mediante la huida. El cuerpo que se eleva a efectos de la potencia divina. El amor viene saltando los montes. Ecce hic veniet saliens in montibus. de coelo venit in uterum, de utero in praesepio, et de praesepio venir in crucem, de cruce in sepulchro et de sepulcro redit in vitam et de vitra in coelum. jolin too much. Muy brillante. mucha hiperdulía.


TEATRO E IGLESIA


Esta noción del teatro como una liturgia y de la iglesia con un escenario con sus decorados pertenece al ambito del pensamiento y la literatura rusa. Sin estetica y sin arte y sin misterio no hay religiíon. creo que fue ivan bunin que cuenta una misa entre los expatriados rusos de berlín y llega a la conclusión de que parece la representación de una ddrama solemne con sus decorados con sdus caracterizaciones y puesta ne escena. Los rubriquistas saben mucho de esta intima conexión de lo sagrado con las artes escenicas porquie la pintuira y la musica y la pintura son sagradas, tienen ese hálito o palpitación de la divinidad incombustibles.

You ought to dominate some tecnicla effects. Es como un proceso en el que la inspiración se somete a la ferula de las corcheas y las fusas y las semifusas. Una buena partitura, una sinfonía, es contar una historia inefable que avanza entre tinieblas. Por eso cuando entramos en una iglesia nos sentimos diferentes, acaso seamos diferentes. Nos embarga el roce de lo trascendente, la vivencia de lo ultrasensible. Esa misma sensación nos acomete al pisar la alfombra de un patio de butacas. Para los rusos esto es el equivalente a una confesión de parte [pobiedy, mui pobiedy gospodi] y la musica resulta en ese sentido una confesión de lo inefable. Ante el altar ante la grada del proscenio o clazando el coturno los dialogfos a veces se vuelven monologos.

Asi que en un decorado teatralmente tan perfecto como Petersburgo la srquitectura se vuelve musica pero todo dentro del gusto neoclasicico y ese amor a las tres unidades de Cataliona la grande. Tanta linea recta tanta magnificencia parece no ir a compas con el sinuoso caracter de los rusos que es circular y romboide como las cupulas magicas del oriente. pero en la ciudad de los zares las piedras se vuelven pentagramas o versos de pushkin tan refinados tan respetuosos con las normas de boileau. La ciudad tiene alma de fuego y en los atardeceres parece que le nacen llamas a las cupuilas y todo se vuelven fulgores e incandescencias perfiles de estrella asmando a la distancia y cabrilean las cupulas en forma de llama sobre el espejo de las aguas del neva. De la mano de cualquier compositor aleman instalados en la ciudad nos parece gastar el tiempo (die Seit verzheren) porque Petersburgo tiene tambien alma filosofica. En ella pudiera haber hanbitado Kant. es rusa y es alemana. Pero no seamos retrecheros con el paisaje. Volvamos a la hiostoaia. En 1582 hubo una vistoria cosaca sobre los tartaros y el zar hizo una donación a las iglesias y monasterios (Soende). En cada uno apostó un carillón o garita [karyl] semejante veleidad le da a la capital un caracter de fortin, de plaza fuerte amurallada contra las ventiscas que vienen por el Baltico. Hitler era tan torpe que desconocía la historia y esto se vuelve un crimen imperdonable en un hombre de estado. Otra nota a destacar es el aspecto religioso. La iglesia más grande de ctoda la cristiandad mayor incluso que san pablo de londres y la basilica del vaticano está en san isaac. Esta visto que cristo estorba con sus planes de redención a otros demiurgos. Por eso le llaman cinico y tonelero agresivo [ausfallend] un profesor de ciencia itinerante o wanderlehrer que se expresaba en parabolas. Su palabra quedó prendida como mechón de humo sobre las cornisas. El es nuestra antorcjha. Unserer fachel. aspiramos a su visión, vamos a su encuentro pero nos entorpecen los grilletes o compedibus. la escritura manda dirrumopere vincla eorum. ewn petersburgo se siente la resurrección y las cupulas de la catedral de kazan suben y suben, ascioenden. Son una metafora de la ascensióm. Cristus glorioficatio nostra. La caridad cierra la culpa? Charitas operit multitudinem peccatorum. pero la cioudad mas rusa de todos es Nijni Novgoprod.



LUNA DE AGOSTO

Baila mi esperanza como la flor de edelweis

entre las teclas

sueños que no aprehende el volumen de mi pipa

entre volutas caprichosas

que se elevan lentamente

y salen al prado a besar la luna del jardín

siento en mi alma el ser/no ser

entre tinieblas

la luz queda y tenue

que traza el oscuro camino

eolicos molinos alzaronse gigantes

reyes de la braña

en la sierra de los vientos

y esta visto que Xto estorba a los globales

que su idea no es mi idea

pero no me entienden

sólo la luna nos entiende

y las redondas blancas

que pulso en el sentir y la furia del grito ahogado

con cien mordazas

vuelvo por el camino de la Mocha Grande

hacia la casa.

Ya la Mocha Chica han hecho della una parcela

y la luna refleja en lo alto

el rebrillar de mi pena.

Las cabrillas fugitivas y solemnes

se unieron a la orquesta.

If you cant win them all, join the mob.

Amor de juiventud.

Quimeras.




MEDIO MILENIO DE LA MUERTE DE LA REINA DE ESPAÑA i



.-Deme toda la información que tenga sobre Isabel la Católica.-

¿De esa guarra?, -preguntó la gran coordinadora jefa de la Oficina de los Palimseptos, doña Eudoxia Perejil Malostratos. Ni se lavaba ni se peinaba y olía mal con todo lo católica y todo lo reina de España que fuese-. La conversación que escuché en las dependencias de un centro oficial del estado español con estas orejas que han de zamparse los gusanos más que de indignación y de horror me llenaron de tristeza. Es el colofón de casi treinta años de desespañolización, esa intensa carcoma inverecunda que roe a este país tan grande como desgraciado las entrañas. Ha sido un verdadero lavado de cerebro a todas las escalas. Una labor de zapa orquestada concienzudamente, con una frialdad que nos dice que los artífices no son españoles, con muchísimo dinero y enorme tesón, a lo largo del último cuarto de siglo. Se ha procedido por los cirujanos del desamor y los vigoleros del odio a un legrado de matriz de la madre patria que nos esterilice como nación descubridora de mundos y paridora de pueblos. Así estamos todos en el patio de los tormentos. Otras blasfemias dijo la interfecta que en boca de una mujer máxime si se declara feminista profesa en un hombre serían causa sonrojo, pero estas pibas son tan lenguaraces como infames. Quemaron en efigie su bendita memoria y ahora la Rico Godoy ahonda esa herida proclamando al Islam religión oficial en la enseñanza secundaria. ¡Pobre reina de España como te maltrata y te befa la antiespaña! Te pegan golpes y patadas, te insultan como al “pelele de Árevalo”. Execrarán tu tumba cualquier día de estos. Tal es su enemiga contra la religión verdadera y su inclinación al impostor Mahoma. Que si murió por falta de higiene. Que si la olía el coño y otras lindezas por el estilo. La especie partió de quien partió y ha calado muy adentro en el alma tierna de los españolitos llegados al mundo a lo largo de la última generación. Es la verdadera fundadora del Estado español. Medio milenio de su desaparición física – que el alma de esta mujer toca las fibras más profundas de la historia de España- y su quinto centenario han pasado desapercibidos de la misma forma que todas las fuerzas vivas e intelectuales de este país hicieron un mutis por el foro canalla con motivo de los cien caños del natalicio de José Antonio. Dios los perdone.Bueno; en realidad la idea de la unidad de la patria surgió de su marido, Fernando de Aragón que la trajo de aquellos reinos. Para libre Aragón, decía Gracián. Las barras catalanas son en verdad la esencia y matriz de las Españas. Tanto monta monta tanto. Rovireche, ese mal seminarista, no sabe por donde se anda, aunque me temo que los que andan tras él a cara tapada, sí. Este barco que denominamos España empezó su singladura antes del matrimonio de Fernando e Isabel, casi setenta años antesen la villa zaragozana. San Vicente Ferrer fue el gran artífice.Había granado la flor del compromiso de Caspe. La fruta estaba madura. Insultar y despiojar a la reina de las reinas es fácil como también es fácil y está de moda la injuria y menoscabo de todo lo español pero nunca la hubo mayor. ¿De donde pudo partir el infundio? Algunos historiadores entre ellos el sesudo catedrático Suárez Fernández recogen esta fama de desaliño pero este dómine, tan hispanófobo como deformador de la historia de Castilla él que dice ser asturiano (siempre barre para casa) creo que se confunde con María Antonieta o con el perico y la bacinilla de Luis XIV que había que entrar en sus aposentos tapándose los ollares. No sé de donde pudo sacarla. Y más con una mujer tan humana y con tanto equilibrio mental como el suyo. Era la que empeñó sus alhajas para pagar los viajes de Colón e indemnizar a los damnificados del campamento de Santa Fe. La que rezaba todos los días las horas en su breviario latino, lengua que aprendió de su tutora Beatriz Galindo junto con el árabe que se hablaba en la corte de su padre. La que una vez cuando fue a rendirla honores el cardenal Mendoza acompañado de sus bastardos hizo un comentario: ya veo ya los bellos pecados del cardenal. La que profesó una fe mesiánica en España como imperio étnico a los pies de la cruz. Gracias a sus misioneros los indígenas de ambas Américas abandonaron el canibalismo, los sacrificios rituales y los tiempos oscuros de la prehistoria. Merced a su previsión de mujer castellana – muy lista y de gobierno- esos pueblos del sur no andan por ahí en taMaximinobos todavía o serían esquilmados, debelados o exterminados con güisqui y con cerveza como ocurrió en el norte. Más de veinte repúblicas abrazaron la fe cristiana. Pero en Roma son renuentes a estatuirla en el santoral lo que prima face resulta un despropósito pero el ojo desnudo del ayer no puede diquelar los tejemanejes inmundos y globos interiores de la política actual. En todo esto por supuesto hay gato encerrado.Wojtyla que canonizó a todo lo que se mueve en su largo pontificado muy refractario se muestra a elevar a los altares a una mujer de vida irreprensible. ¿Por qué? Buena madre de familia y mejor esposa. De una recia y rancia fe recibida de sus mayores exenta de las truculencias e intereses de partido de las místicas nacionales que venían todas de donde venían claro y por eso había que creer en sus arrobos y deliquios. Si alguien merece estar en los altares con más categoría incluso que san Luis de Francia, promotor de la Cruzada o san Eduardo el Confesor, es ella. La vida de piedad y la vieja fe de esta leona de Castilla era mucho más enteriza y, además, dio gloria a la Iglesia. Tuvo mucho que sufrir a lo largo de su medio siglo de vida y esta paciencia y longanimidad en el camino de abrojos de la existencia (si quieres venir en pos de mí, toma tú cruz y sígueme) que curte y acrisola es uno de los síntomas que avalan haber practicado la virtud en grado heroico. Era un mujer sencilla y muy popular por lo querida de las gentes que se identificaban con su persona y sus sueños y por su concepto de la equidad y de la equiparación de sexos precisamente en una época al final de la edad media cuando algunos teólogos propalaban y se quedaban tan panchos de que las mujeres cueva de los instintos inferiores eran un estadio intermedio entre los animales y el hombre superior por lo que se dijo que no tenían alma. Y ahí tenemos a la guarra que decía la coordinadora de la Oficina de los Palimpsestos con ganas de camorra y el deseo de inspirar a los historiadores. Todo un monumento al alma castellana. Su infancia fue turbulenta porque hubo de padecer los deslices de un hermano algo maricón que se aljamió – tanto le gustaban los moros- y Castilla sumida en guerras de sucesión por mor de la Beltraneja fruto del adulterio de la mujer de Enrique IV con Beltrán de la Cueva. Jamás, sin embargo, consentían que en su presencia hablaran mal de su hermano. La casaron por compromiso con el rey de Aragón pero suele pasar en los matrimonios de conveniencia: acabó enamorada de su esposo hasta las cachas. Ver su testamento que lo refrenda. En el codicilo o separata de este documento pide ser enterrado al lado de su marido en Granada porque si bien estuvieron juntos los cuerpos menester es que en el más allá se junten las almas. Su vida fue un testimonio de fe vida hasta el martirio.Todo esto la acredita como una católica de visión universal y una verdadera santa. A este matrimonio feliz no le fueron perdonados las pruebas ni los trabajos. Casaron a sus hijas con el heredero de Portugal (María), con el príncipe de Gales (Catalina) y con el pretendiente del trono de Alemania (Juana. Casamientos nobles pero poco afortunados. María moriría en un pauperio. A Catalina de Aragón se le murió su primer marido Enrique VII y luego se veló con su hermano el octavo de los Enriques que la encerró en el castillo de Killinock después de hacerle una hija, María Tudor de triste memoria. El repudio de esta infanta de Castilla por el salaz Enrique VIII dio lugar al cisma de Inglaterra nada menos y nada más. Por lo que respecta a la última, Juana la más longeva, remató en Juana la Loca. Murió de amor y de celos a raíz del fallecimiento de Felipe el Hermoso. El trauma de su vida fue la muerte de su único hijo varón el infante don Alfonso muerto en la pubertad. Desde que lo enterró en Ávila no levantó cabeza. Aparte de esto tuvo que lidiar toda su vida matrimonial con los continuos escarceos amorosos de su marido. Fernando era tan mujeriego como buen diplomático. Tuvo que meter en cintura a los nobles y corregir a algún obispo levantisco como Alonso Carrillo el de la mitra primada cuando se le quiso subir a las barbas. También se las hubo de tener tiesas con el papa Sixto V. Pocas mujeres tan augustas y que supiesen lucir con tanto garbo y señoría el cetro y la corona. Tanto monta, monta tanto. A los escolares de las nuevas generaciones se les ha ocultado la verdadera historia de nuestra gran nación o la han manipulado torticeramente a posta. Muchos no saben quién era Isabel. La fórmula de equiparación entre Castilla y Aragón se acuña en Segovia al pie de la olma de San Miguel donde la proclamaron mis paisanos un día de fines de verano de 1474. Desde entonces para los que nacimos cabe los arcos del acueducto la veneramos como una diosa tutelar. Es como un hada. Nuestra hada madrina. Y más que todo eso una santa Una santa que vela desde la altura por los designios de España. Queda aun mucho rabo por desollar que no entonen victoria esas aviesas prójimas, como doña Eudoxia Perejil Malostratos, saliendo de cualquier tolmo empolvado o uncidas a una ligarza. Abren la boca y supuran los rencores de la ignorancia. Que no nos la llamen guarra y asquerosa porque lo pueden pagar caro. Pura y sin mancilla fue siempre la reina de Castilla aunque sus enemigos fieros digan que no se lavaba. Cuidadito con la lengua que os puede ser arrancada. Ella a pesar de todo supo siempre estar en su puesto. Del reclinatorio a la rueca y de la rueca al salón de embajadores o al cuarto de banderas porque también fue a la guerra y Granada – era tal el impacto que causaba entre sus soldados dispuestos a morir en el asalto de las murallas con el nombre de Isabel entre los labios- se ganó gracias a ella. Era muy buena hilandera, cocinaba buñuelos y muy hacendosa porque ella misma en lugar de sus azafatas zurcía y repasaba las camisas y las faldas de las infantas. Una verdadera mujer fuerte, roca de ese nuevo Israel que quiso ser España. He aquí la idea matriz que alienta en la creación del imperio hispánico: la síntesis de los dos testamentos, sobreseído el Viejo por la Buena Nueva evangélica. Un solo Dios, Jesucristo, un solo poder temporal, un solo credo, la fe católica a la sombra de la tiara del papa. San Juan de Letrán mantuvo hacia esta política ciertas reticencias y en realidad Roma nunca supo agradecer ni pagar lo que el imperio español hizo por la consolidación del catolicismo romano. Ese es otro de los grandes misterios históricos y uno de nuestros peores traumas. Había elegido el camino de la unidad que es el de la fortaleza y el de la pacificación universal. Los Estados Unidos que son hoy el imperio copiaron los símbolos que quiso plasmar la Reina en su heráldica: el yugo de la labor, las flechas del poderío con su correspondiente aljaba y con un epígrafe o leyenda que refrende esa ambición: ex pluribus unum7. Lo que pasa que en el escudo yanqui el águila de Patmos ha sido sustituido por el águila calva de las rocosas, una idea menos mística y más positivista. La idea que subyace en este emblema de las Estrellas y Barras americanas es laica mientras que en el escudo de los Reyes Católicos abolido por el actual sistema y sobre el que llueven denuestos (el pajarraco, el buitre y demás) es de índole más espiritual. Si hay algo que conmueve es ese fervoroso patriotismo de los estadounidenses y ese amor a los símbolos suyos por los que murieron tanto. Contrasta con la plebeyez y clastomanía de nuestros partidos bisagra, nuestros historiadores necios y con mucha baba y nuestras archiveras nefastas. Todos son expertos en tirar cantos contra su propio tejado. Estamos corriendo el gallo y aunque todavía no son las Candelas aquí hay mozos y mozas que cabalgan la yegua para arrancarle al pobre masto la cresta o defenestrar la cabra desde un campanario y luego reírse ahítos de vino y de saña contando el chiste que yo he oído contar en los estrados de algunas universidades de que no se lavaba. Necios. Ahora se pretende matar a cantazos a este águila triunfal que voló prócer durante siglos. El yugo de la labor, destral en ristre, lo hicieron astillas unos deslamados coreando consignas del extranjero y hablando por boca de ganso y claro no hay trabajo. Estas funcionarias con las oposiciones recién ganadas – cómo sería el tribunal que las aprobara- maltratan a un estado que les paga y les asigna un puesto o un pesebre fijo en la Administración del Estado. Ese estado fue fundado precisamente por “la que no se lavaba” y nos lo están descuartizando. Lo malo es que luego quieren pasarse por caja. ¡Qué morro! Pignoran convite de catalanes el Archivo de Salamanca, quieren hacer otro tanto con el Corona de Aragón, luego le tocará el turno al de las Indias. Quo vadis, Hispania? Y seguir cobrando de los dineros públicos. Son sus garbanzos y andan con tantas alharacas. El reto de ZP es de órdago a la grande: la reforma de una administración sólida que dio trabajo y se va a convertir en duerno de amiguetes. Hasta los mismos norteamericanos envidian esta seguridad en el empleo de los funcionarios españoles. Y sustituirla por la de un estado fantasma. Que no existe más que en la utopía o en la mente de unas cuantas cabezas cuadradas. Construirán más pesebreras. Crean entes públicos macrocéfalos a costa del erario común. Accederán a los puestos candidatos que escriben en castellano con faltas de ortografía o que no sepan quién era el Cid o don Juan de Austria. Desconocen a los clásicos, aunque hayan oído hablar mucho de Cervantes y digan que España les trae al fresco. O contrata como personal fijo a las señoras de la limpieza como hizo FO. A Aznar tampoco hay que darle un premio pues pasó como una caballo de Atila – parece mentira habiendo sido inspector de Hacienda- por la Administración. Obedecía consignas de arriba. Había que desguazar y se desguazó, se purgó, se puso en cuarentena a funcionarios valiosos. Ya lo decía Lope. España es madre natural para el extranjero y para sus verdaderos hijos que la aman se porta como madrastra. Desde el Cid ese parece ser nuestro sino. El pueblo, que intuye verdaderamente algo de lo que está pasando, sestea en la ignorancia. Le dan panem et circenses. Mucho fútbol los fines de semana. Cultura del botellón y entreaño Terelus por las mañanas y mucho Milá, mucho marciano y gran hermano por las noches. Todo cuanto sea alienante nos viene bien. Por eso hay tanta gente con depresión y se llenan los manicomios. Estamos formando generaciones ágrafas, lúmpen intelectual pero que se quema los codos sacando o memorizando apuntes para ganar oposiciones. No hay futuro.. Las carreras no dan para más pero los padres se empeñan en que el niño saque la carrera para acabar en el paro. Es un remanente de las ejecutorias de hidalguía y de los privilegios de casta que siente un horror cerval a trabajar con las manos. Necesitamos fontaneros, albañiles, encofradores, escayolistas y nos mandan archiveros que llegan diciendo lo que oyen: que Isabel la Católica era una guarra. ¡Pobre España!




CUANDO EL CUERVO VUELA BAJO….



Cuando el cuervo vuela bajo hace un frío del carajo. Cuando el pene está empalmado la sabiduría va al carajo o cuando las ganas de joder aprietan ni a los muertos se respeta. Todos estos son refranes yiddish. He encontrado durante los largos años de mis aficiones paremiológicas un sorprendente paralelismo entre las consejas en español y las judías. Eso por una parte. Por otra, el refranero castellano se parece mucho al ruso. En efecto, el aforismo del ghetto “ Van der putz stehet light der Sechel im pre=(con la polla en erección ´la razón está de más”) que yo escuché en un cafetín del Lower Manhatan (me gustaban los tupís judíos y había uno Staten Island donde yo asistí en los setenta a la llegada de miles y miles y miles de judíos exilados de la Urss, y a la de las excavadoras de las inmobiliarias, misterios del mundo, y desparecieron los cilancos y las grandes charcas, el canto de los patos salvajes sustituido por el ronroneo del tráfico) El mundo se acelera de una forma imparable. Me invitaron varios veces al templo esto es a la sinagoga pero a mí me daba corte colocarme la yamulka en el occipucio que me sentaba que ni pintiparada y verdaderamente tengo cara, la nariz sobre todo, de judío pero no hacían más que hacerme preguntas y había un paisano que se parecía mucho a mi abuelo Benjamín al que los flecos de las filacterias (los sefarditas se colocan para orar en los cuadriles una especie de faja) que eran exacta a la largo ceñidor con la que mi abuelo Benjamín se atacaba para no agarrar frío a los riñones. Se llamaba Samuel y un día me enseñó emocionado la llave de la casa de un pueblo de la provincia de Segovia: Coca. Sus ancestros debieron de ser, pobres, los protagonistas de aquel triste éxodo hacia Berbería que cuenta El Cura de los Palacios en uno de sus almanaques, la llave guardaban y algún día regresarían tal vez al hogar del que fueron despojados. Me quedé de una pieza y no regresé al Templo en bastante tiempo pero con motivo de la muerte del generalísimo fue invitado allí a un kadish o responso. ¿Franco era judío? Esa era al menos la tesis de un libro que yo tengo inédito Franco y Sefarad un amor secreto. La puesta infurió a tirios y a troyanos. Yo no sé si era o no de origen sefardí el anterior jefe del Estado. Pero hecho ineluctable era que el apellido Franco lo es. Como lo era Cisneros. Fray Francisco heredó el toponímico de un pueblo palentino. Tiene la cosa tres pares de perendengues. Resulta que la herencia que desMaximinomaron los godos entreguistas y corruptos la trataron de recomponer los dos franciscos fautores de la unidad española. Los Franco me caen bien. Pero más Ramón el aviador republicano – su mirada llevaban la llama del fuego sagrado- o don Nicolás buen diplomático algo putero y gran vividor lo mismo que doña Pilar que era una cachonda mental. Más que el Dictador al que otro compañero de armas, el inefable Queipo, le llamaba la “culona”. Siempre lo tuve a Francisco Franco en un pedestal y un soldado valiente (innegable) pero mis colaciones últimas sobre la guerra civil dan a entender que en el escalafón había generales mucho más brillantes que él; como Rojo y Casado que hablaban varios idiomas incluso el árabe y Franco nunca llegó a aprender inglés. Todos estos postulados revisionistas, con todo nunca me apartarán del amor que profeso hacia Pachín y su familia. Que no se enriqueció a costa del erario público y llevó vida modesta y familiar, austera, amante de los libros y del campo, y en sus gustos y discreción se reveló como un pequeño burgués judío. Le gustaba Stefan Zweig y Lajos Zilahy. Disquisiciones aparte, lo que no cabe duda en esta hora en que todo el mundo le calumnia y le insulta, el hecho es su innegable amor a la patria, su austeridad, su distanciamiento de la pasión española y eso que amaba a España con todo su corazón y hay algo mesiánico y misterioso en toda su vida y obra. Y he llegado a la conclusión de que los judíos a los que salvó a miles de las garras del tirano a través de sus embajadores en Atenas. Bucarest, Budapest, Sanz Bricio, [lean un libro descatalogado del gran periodista de “Arriba” Eugenio Suárez. “Corresponsal en Budapest”] le sustentaron en el poder con maniobras ocultas dirigidas desde Wall Street. Todo eso es impepìnable guste o disguste. Por eso me insubordinan las mentiras propaladas por un menda en una televisión que decía que el general Franco con una mano mojaba los churros en el café y con otra firmaba las sentencias de muerte. Wrong. La condena a muerte de Grimau le costó dos noches sin pegar ojo. Ese tal Herrera especialista en prensa de la entrepierna dicen que es poeta (caspita y pardiez rediez como deben de ser sus versos) y uno de los más eximios practicantes de lameculismo borbónico y de coyundas y de líos de la jet que interesarán sólo a su padre pues yo tenía un capitán que odiaba la pornografía y cuando veía a un guripa con una revista pornográfica entre las manos se la hacía pedazos: “El sexo en directo y en privado, chaval, te van a doler los cojones de tanto mirar esas porquerías”.Bueno, pues valga esta larga digresión para meternos a analizar una de las grandes novelas del siglo XX “El lamento de Portnoy” de Phillip Roth un profesor de Columbia hijo de supervivientes del Holocausto. El eje de marcha o argumento de esta novela sin argumento hilvanada a base de calas psicoanalíticas en las que se acomete algo tan moderno como es el rechazo a la figura del padre, la vida paranoica inmersos en el ruido de Manhattan, la gran manzana, la pina cucaña donde solo los mas ardidos trepan al mayo encerado y resbaladizo y los demás quedan tirados, el onanismo, el mironismo, el fetichismo, los complejos de Edipo, la equiparación de Eros con Tanatos. Los jadeos del orgasmo se parecen a los de la agonía. El protagonista no da paz a la mano y siempre haciéndose pajas. Debajo de la gabardina, utilizando un calcetín y a veces la pulpa de una manzana un guante de béisbol. La palabra joder, coño, te la meto, follame por atrás, el lirio y el basto, duro que te pego, saltan a la escritura cientos de veces. Así y todo yo creo que se trata de un libro místico. Impregnado de ternura y de crudo humor típicamente judío en el que no se deja títere con cabeza. Los cromos y los clavos de Cristo. Esa sonrisa meliflua de algunas imágenes religiosas de tan mal gusto. La mula y el buey y el pesebre y sonando en toda la barriada el disco rayado “Noche de paz” como si fuera el himno nacional. A través de esta novela he vuelto a revivir mis vivencias neoyorquinas. La Navidad católica solía coincidir con las de la Janucha y allí teníamos al vecino italiano que montaba un gran pesebre en la antojana con un misterio muy relamido y el Niño Jesús sonriendo entre las bombillas a veinte bajo cero, y al de más allá (protestante) un árbol de Noel mientras los altavoces colocados en el balcón emitían a toda mecha los sonidos de O Tannen Baum en alemán. Los judíos para no quedarse atrás montaban casi con las dimensiones de un andamio el candelabro de los siete brazos. Este absurdo me hizo recapacitar de lo irracional de nuestras disputas. Y de que los judíos promotores de la renovación en el mundo moderno y que han sufrido persecuciones por contar la verdad, aunque hay algunos que los encontré fanáticos y muy cabezones, llevan la razón en este absurdo de las creencias y de los mitos y que los cristianos hemos hecho una caricatura de nuestra fe contaminada de aditamentos paganos. Y la llevan más que un santo y gran parte de ellos eran santos, pero santos laicos, no santurrones ni capullos. Comprendí – me ha costado años de cavilaciones- la tragedia del Holocausto como apéndice o corolario de la Crucifixión. Se complementan, no se excluyen, por más que algunos traten de verlo así. Dos hechos que han redimido al ser humano con sangre y dolor, el uno en el plano soteriológico y espiritual y el otro en su parte material porque el Holocausto ha acelerado la Historia que ha entrado en un carril vertiginoso con la era de las comunicaciones. También entiendo a Agustín cuando desde su invitación a leer y meditar (tolle et lege) llamaba a los judíos nuestros hermanos mayores. Que van por delante en la Historia. Por más que dicho camino esté lleno de abrojos, plagado de contradicciones. Y también entiendo al presidente ZP reatando cabos y tratando de meterme en los ojos del otro.Se consuma el mensaje salvífico de Jesús: “Estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos”. Pero la Iglesia institución ha cometido muchos pecados (el poder corrompe y el poder absoluto corrompe más que ningún otro). Por desgracia no ha sido madre sino madrastra para algunos de nosotros. Antes de ayer la Schlichting, sin ir más lejos, hacía una entrevista con su voz sexy a uno que decía que Cristo nunca existió. Piedra de escándalo para mi y mis convicciones. Pero más escándalo es que esta trola se propalara desde los micrófonos de la COPE. ¡Vaya con los curas! Por lo que parecen siguen estando al santo y a la limosna. En misa y repicando. ¡Qué lío, Dios mío! Pero yo seguiré aferrado a mi canon muzárabe y a mis salmos en latín. Abrazado al rito ortodoxo más esencial y antiguo que el romano. Se lo debo a mis hermanos rusos Creyendo y amando a los judíos de la misma forma que espero que ellos me perdonen, aunque no puedan amarme, a mí, pecador. La mayor parte de mis vecinos y amigos en Nueva York, una ciudad dura, practicaban la religión mosaica. Muchos me abrieron las puertas de su casa. Otros me seguían considerando como un goy (pagano). Pero en aquella época todo se impregnaba de amor y de humor judío. Los grandes guionistas de Hollywood eran de este origen y los actores: Jack Lemmon, los Hermanos Marx, George Burns, Peter Ustinov, Samuel Bronston- todo aquel gran cine que vimos en nuestra infancia que nos hizo reír, llorar, enamorarnos y sufrir- y hasta Charlot. Charlie Chaplin tuvo que abandonar California a causa de la “caza de brujas” del presidente MaCarthy. Lo cierto es que la literatura americana, el cine, las artes, se hubiera quedado en nada sin la contribución de estos autores: Herzog, Salinger otro obseso sexual que psicoanaliza a otro adolescente en “El guardián sobre el centeno”, John Updyke, Norman Mailer etc. A este último nunca le pude sufrir porque me parece algo libelista en sus planteamientos contra Europa.Ellos fueron los diseñadores de esa América que yo amé, la de Kennedy, la de la alianza para el Progreso (yo no soy antinorteamericano ni antisemita ni antinada por Dios, que yo soy de Segovia, y mi equipo la Gimnástica desde que era rapaz). América en estos años tenía una faz atrayente – las sentadas contra la guerra, los discursos de Martín Lutero King “I had a dream”- que se ha venido al traste con esa derechización ideológica impuesta por Bush y sus aláteres. América se ha vuelto gazmoña, prudish, políticamente correcta y gazmoña. Este victorianismo del nuevo doble lenguaje me saca de quicio; no se puede pronunciar la palabra cunt, prick, shit, sempiternas en el lenguaje coprológico de las tribus urbanas porque te echan del chat o te motejan de machista. Nada de machista. Simples facts of life. Una América que es consciente de que se ha metido en un jardín en el Irak, una guerra que no podrán ganar porque el sofisticado ejército yanqui carece de una básica y leal infantería y tiene que echar mano de los británicos. O de la catapulta. Ero sería el apaga y vámonos. Los ingleses sí que tienen una buena infantería. A veces hasta brutal. O de los hebreos que también la tienen (la mejor del mundo) y, así y todo, Olmert está pasando por dificultades en el Kenesset donde se cuestiona el fracaso de la última guerra del Líbano. Pero mejor incluso que sus infantes es la inteligencia de los israelíes y el humor de sus escritores y cineastas. Ellos han proyectado la noción de un Daniel en el pozo de los leones. Israel siempre en mis labios que nunca se vaya esta palabra de mi boca. Y así nos hemos sentido algunos, como el bravo Daniel en la leonera, cercados por la calumnia, la frivolidad, las soflamas de los mediocres que no podrán entender ni a América ni a Israel. Reconozco sin embargo que no es fácil y a veces cuesta pero el mundo ira adelante. En el Lamento de Portnoy, una cura inteligente contra el antisemitismo de nuestros días y el pesimismo que nos invade, también lo pone. Cuando yo aterricé en Manhattan el 30 de noviembre de 1976 un casero ruso su mole junto a las pilastras del puente. Ambos detalles fueron en mi vida todo un signo misterioso. Somos carne de dolor. E la nave va de origen judío me buscó apartamento. Cuando abandoné la ciudad un 25 de abril de 1980 al pasar por Brooklyn escuché el canto de las plegarias sabatinas a un rabí en una yashiva o seminario que alza.




MARISOL DE ESPAÑA




Dallo mi hierba trillo mi parva muelo mi trigo y me como mi pan. Y me pago mis copas. Y como el Gijón ya no hay quien lo toque porque la nostalgia se apodera de los espejos y de los paneles embonados de madera noble aunque las musas siguen correteando por los veladores de mármol donde escribieran los poetas o los bancos de crepé donde alguna vez yo vi con un dedalico de más de borgoña en las tripas a las ninfas pegando brincos y no era más que Carlos Oroza que trataba de ligar a dos noruegas y les contaba un chiste que ellas entendían chapurreando el lenguaje universal de las manos (creo que era el de las novicias mudas que hablaban del padre Juan...) busco barras al otro lado de la M30 donde Madrid pierde el cinturón de los convencionalismos provincianos y se convierte en Kansas City. Por ejemplo en el Valtins que regenta mi amigo Moncho un vasco de las encartaciones mayores no sé si de Ondarraoa Lequio Lequeito o Echanove pues vizcaíno es el hierro de todas formas vizcaíno es el hierro que os encargo corto en palabras en hechos largos. Así es también un poco el vasco de mi barrio. Pero con esa simpatía que sólo tienen los de Bilbao y esa llaneza de los que tomaron chiquitos por la siete calles anda la ostia. Mucho señorío, sí. Mucho señorío. Mis mejores amigos nunca fueron de derecha. A la derecha la encuentro hostil suspicaz muy maricomplejines y aburrirá a las ovejas y a la izquierda poco más o menos pero los bohemios en la España indiferente siguen siendo los de siempre. Ya se sabe al amigo el culo al enemigo por el culo y al indiferente pues que se le aplique la legislación vigente. Y la Derechona se ha vuelto masoquista y majadera vigila su tapia y le va la marcha. ¿Es que por detrás les gusta más? Tiro siempre la boina entre rojos y parto mi hogaza con los menesterosos de afecto y los huérfanos y huérfanas del amor. Ramón es un anfitrión con sabiduría de calle que dicen por Nueva York. Las ve venir de largo y tiene esa delicadeza y exquisitez los buenos mesoneros del país que solo pueden tener todos aquellos que han formado parte de un orfeón. Canta primoroso. Esa experiencia les da un sentido interpretativo y coral de la existencia. Tiene una calva prematura unos ojos grandes una nariz perfecta y tallada a cincel y toda esa displicencia de los euskaldunes que ven la vida cantar y correr. Así que el burladero que yo tenía en el Gijón lo he trasladado al Valtin. Albergue seguro. Sus talanqueras de cristal tapan mi próstata renqueante y mi taleguilla ya para no demasiados trotes. Uno en medio del ardor del vino puede cantar mal, ver visiones, mandar a tomar vientos a un coronel de Estado Mayor que se va a Bosnia a cobrar dietas y encontrarse con el almirante tunante que no resulta tal sino un remero. Cía. Cía. marinero. Ramon ese nos tomó por isidros el otro día. Decía que había mandado una flota y no era más que un bravonel que sólo se había embarcado en el estanque del Retiro para pasear coimas ninfas de toldo y arandela o mozas de fortuna que guardan el cantón. Pero a veces en estas travesías del desierto que son mis hégiras polvorancas uno tiene un sentido eucarístico de la vida y de la solidaridad humana y eucarístico es el vino. Sangre de Cristo. En él y en el pan quiso quedarse con nosotros N.S., aunque yo más de una vez he visto al diablo más perverso en cuclillas dentro de una botella. Uno busca asideros y talanqueras donde refugiarse. De mis dolencias físicas ni por pienso y no voy a darle aquí al lector entretenimiento haciéndole una relación circunstanciada de mis alifafes dolamas y de las cazcarrias que me afligen al vadear las salas de los hospitales. Seguramente daría el do de pecho. Prefiero hablar de Pepa Flores. La Marisol de mi adolescencia. Por aquello de que la vida es una tómbola me la encuentro elegante y comunera alta y delgada y eximia sentada en majestad igual que una madona en una tajuela junto a la barra. Fuma discretamente. Gestos de novia antigua. Uno entiende a la vista de esta mujer que tuvo chispa y tuvo ángel cómo puso a media España y a media Hispanoamérica boca abajo. Recuerdo cuando vivía yo en Staten Island mi vecino colombiano Arnaldo emigrante en Nueva York tenía en un trono su fotografía como si fuese una virgen o una diosa y puso a tres de sus hijas con su nombre Marisol Pepa I y Pepa II. Fue el mito de nuestra infancia y de nuestra inocencia. Después quiso desdecirse del mito de la imagen o del cliché que la sambenitaron con el franquismo no sé por qué porque en este país de camándulas hay gente que le saca punta y partido a todo y se nos hizo roja pero ella tambien es gualda y muy española. Y en este periodo – María Pineda, Bodas de Sangre, Caso Cerrado- demostró ser una primerísima actriz de recursos felicísimos. Para empezar esos ojos. Yo no sé si Pepa se sentía comunista lo que sí sé es que habla un buen ruso y que sus películas de la primera incubación tuvieron gancho y mucho éxito en la Unión Soviética tampoco sé si llegó a amar tan profundamente a Antonio Gades padre de sus tres hijas como algunos dijeron lo que me consta es que es toda una señora amante de su discreción de su privacidad y de su libertad. Venía de los Coros Danzas y fue un festival de la Casa de Campo donde la reclutó Goyanes después de verla actuar pero ella nunca quiso que la confundieran con el Platanito ni con la Carmen Sevilla ni con la Lola ni con la Nietísima ni con esa parte truculenta del franquismo que a golpe de talonario de la prensa de la entrepierna ha vendido su dignidad. Ella triunfó y no tuvo que volver su alma al diablo para volver a triunfar. No cedió la piel a Esaú por un plato de lentejas. Delgada elegante con los mismos ojos azul celeste que a mí me recuerda las primaveras incandescentes del 63 o del 64 y su voz estallando por todos los patios de luces de las viviendas de España sigue haciendo la esfinge pero a lo que más recuerda por su rostro esbelto e iluminado es a una cariátide griega. Ramón detrás de la barra vigila sus movimientos y la protege. Olía a guiso y a familiaridad al mediodía y las madres llamaban desde la ventana a los niños que jugaban en la calle. Ese grito de llamada hoy sería imposible... “Cayetano, Palomita... a comer en los dichosos años. Como no subáis en dos minutos bajo y os caneo una paliza.”. La voz de aquella niña de Málaga sonaba en todas las radios peticiones del oyente. La vida es una tómbola.. Tómbola. Y su cara aparecía en todas las pantallas. La íbamos a ver al cine Montija. Cintas ciertamente de no mucha calidad artística a lo mejor pero que tallaron nuestras almas. Yo me entusiasmé con Santiago de Compostela por aquella película Ha llegado un ángel en que trabajaba Marisol y había un profesor cascarrabias y un estudiante de la casa de la Troya de Pérez Lujín que tenía un flequillo que se subía para arriba con solo soplarlo(el pobre ya ha muerto) la vida es una tómbola. Sí. Sí. ¿Lo habrá sido también para Pepa Flores? No me atrevo a formular esa pregunta a mi ídolo por temor a romper la magia de una arcano. Baste decir que todos tuvimos trece años y nos enamoriscamos de una ojizarca con coletas de plisada falda y calcetines negros a la que de trimestre en trimestre veíamos crecer. Los abrigos les caían todos grandes y hacía mucho más frío los inviernos pero eran más hermosas las primaveras y hasta más ardientes los veranos. Ahora ahí sentada tiene Marisol la majestad y dignidad de una Madona o de una española que afronta sin alharacas ni fervorines el reto del climaterio evoca a la impasibilidad de la gloria, el taburete del Valtins es su verdadero trono. Marisol ha llegado un ángel acaba de cumplir los 59 y la mayor parte de sus admiradores somos sesentones o setentones. Pero no pude por menos de darle las gracias a esta señora y un beso en la mano. Ella es una de nosotros. Una española de verdad con el nórdico mirar ojos claros y serenos. Una mujer del pueblo. Este encuentro en el Valtins de mi amigo el vasco ha sido como una epifanía. Por lo que a mí respecta seguiré siendo un escritor bohemio aunque me gustaría que esta noche hubiera estado conmigo Juan Pla. Este tipo de situaciones y de reportajes él las bordaba. No he pretendido hacer una exclusiva ni un panegírico. Además entrevistas a Pepa para qué. Esta mujer te daría para escribir un libro con sus reflexiones. Lo titularía La prudencia en la mujer o la Lozana andaluza pero me pierdo por tales esquinas. Esta exclusiva quedó en una mirada de agradecimiento unas palabras en ruso y este articulito. El mito de mi adolescencia al año que viene cumplirá sesenta años. Esa es la noticia y la maula.


13/02/2007

EL TESTAMENTO DE DOÑA URRACA Y LA VIOLENCIA GÉNERO. DIALOGOS A TUMBA ABIERTA CON UN CURA DE PUEBLO



Anduvimos al Burguillo este fin de semana luna de lobos encinas chaparros un almez munificente en la ribera del río que no sabemos lo que pintaba por allá y algún espantapájaros. Se van los veraneantes y pronto empezarán las vendimias, afila sus ojos y sus garras el garduño, los buitres se dejan ver solemnes y silenciosos circunvalando despectivos la vertical del aire. El oso busca querencia madriguera. para la invernada Tierra misteriosa: tomillares, cardos borriqueros, la genciana y el cantueso y otras hierbas que desconozco esparcidos por la plataforma de aquella meseta de soledades.Por allí pasaba una calzada romana que atravesaba desde Asturica Augusta hasta Tarraco los costillares del macizo ibérico. Quedan algunas lajas del viejo empedrado y los restos de una gran necrópolis visigoda. Aún no han llegado las palas debeladoras del paisaje que meterán la vertedera de sus dientes gigantes y en vez de surcos colocarán cimientos para domar el paisaje de urbanizaciones a marchas forzadas de ladrillo y de cemento. Segunda vivienda, casa en el campo, yo siempre albergué un sueño y en el fondo de las aguas enigmáticas del pantano yace con sus artes, sus aperos, sus arcas, sus llaves y sus huertos todo un pueblo. La verdad es que Madrid queda un poco lejos. Por estas lindes pasó un día el Cid camino del destierro. Valles de Almazán, vegas de Osma, la vieja Uxama. Soria fría, Soria, pura, cabeza de Extremadura, que cantaba el poeta Bandadas de jilguerillos tiene querencia a la zarza. Por san Frutos ya se sabe. No en vano lo bautizaron al buen godo eremita con la sobrehúsa del pajarero. Uno se siente a gusto por estos riscos buen tiempo de septiembre de alboradas frías pero a más de mediodía estorba la chaqueta. Mi amigo Elpidio que es cura por estos contornos no diré cual pueblo y el nombre también es fingido nos tumbamos a la bartola a tomar pan apoyados de un codo como hacían los romanos que se tumbaban para comer-costumbre que aún se conserva en Castilla sobre todo en el campo- en su triclinio y en un ahí nos las den todas le echamos mano a unas tajadillas, un torrezno, un par de cascos de cebolla comida humilde y sana regada con unos cuantos tiempos a la bota y de hoy en un año. Es la hora de tomar el pan y aquí se está bien.


El reloj marca las cinco y nosotros llevamos desde la salida del sol zamarreando por estos tesos entregados a la noble ocupación de ver pájaros, no matarlos, sólo diquelarles con nuestro catalejo y tirar alguna placa cámara digital en ristre.Barzoneábamos por los terreros y nos saludaban desde lejos las retamas y la flor de la camamila. Tierra de pan llevar a trechos. El jabalí y el lobo al acecho. Yo llevo un eremita en mis adentros y así se lo confieso a don Elpidio que comprende mi asqueo de la civilización, del tráfago, el pago de la hipoteca, los atascos y el metro y alza la mano y señala unos gollizos que parecen la marca de un glaciar en los bordes del inmenso lago. Allí estaban las cuevas de los Siete Altares.

-Lo ibas a pasar mal. Te ibas a aburrir de lo lindo. La vida cenobítica que tú ansias no es nada fácil.

Acaba de pasar el vilano y se dirige por la hondonada hacia Fresno de Cantespino que es el pueblo con el nombre más bonito más sonoro de Castilla después de Madrigal de las Altas Torres. Allí, hacia el año 1111 vivía con su amante el Conde de Cantespín cuando su marido legítimo vino a por ella, mató al conde y se llevó a doña Urraca la pobre a un convento de Teruel. Ella, cabra que tira al monte, y cerrera de condición, se escapó del aragonés con la ayuda de sus mesnaderos castellanos.

Hablamos de mujeres pero Elpidio, mi compañero de terna en el seminario hace ya muchos años, pone oídos de mercader, no suelta prenda. Ya a estas edades... Si los curas se jubilaran a mi compañero le tocaría dar carpetazo el año que viene pero los curas no se jubilan. Sirve a cuatro parroquias y dos anejos. Está hecho un roble pero misar todos los domingos y fiestas de guardar supone un recorrido de sus buenos ochenta kilómetros entre pitos y flautas.

Tiene que binar consagraciones y ponerle mucha agua al cáliz de su sacerdocio.Una vez, cuando iba a decir la eucaristía de un pueblo a otro, le paró la GC y en un control de alcoholemia dio positivo. Don Elpidio le explicó su problema; siete misas en siete pueblos, una tras otra.

-Y a mi no me gusta aguar el sanguis. La sangre de Xto es la sangre de Xto y hay que apurar el cáliz hasta las heces, mi sargento.

  • Pues va usted aviado, padre. Pero siga su camino.

El sargento de la Benemerita hizo la vista gorda y a nuestro curilla no lo metieron en la cárcel ni le quitaron puntos del carné.

Hay escasez de sacerdotes, la juventud ha dejado de ir a misa, que en las parroquias sólo aparecen viejos, y abunda la violencia de género. Y como las cosas no parece que tengan remedio pues litro y medio. Agua y ajo. Si te pega tu Paco pues agua y ajo. Ay Paco.

Mi curita tuvo que ir a poner en muchos sitios. Es una tarea muy complicada y desagradable porque dos que duermen en el mismo colchón se vuelven de la misma opinión. Mejor no interferir.De algo tan positivo como es la emancipación de la mujer que es persona humana, que busca su vida y su libertad, se ha derivado una problemática que parece insoluble tal y conforme están las cosas.

-La cuestión es insoluble pero el matrimonio es indisoluble nos decían. Algo para toda la vida.

-También existe en esta tierra nuestra mucho moro posesivo. Dios nos libre de los celos de Othelo y del maté porque era mía.

-No, no las matan por cuestión de sexo, Elpidio. Ni siquiera por la honra a lo mejor. Las asesinan porque se ven perdidos y en la calle. Es cuestión de pasta y de dineros. Los jueces fan toda la razón a ellas que se quedan con todo y ellos se desesperan. El origen de los litigios conyugales como todo tiene un matiz económico.

Sin embargo, discuten y andan a palos. A don Elpidio le da mucha pena que antiguos feligreses suyos buenos padres de familia acaben en la rúa de vagamundos. Y todo porque se llevan mal con la parienta. Tratan de meterlas en vereda pero por el testamento y la maldición de doña Urraca que vaga por estas tierras cuando una mujer sale traviesa no hay dios que las meta en vereda. ¿Solución? Agua y ajo.

-No sabes el favor que me hizo Dios cuando abracé el celibato, Antoñito.

  • Pues sí y lo que decía don Camilo a sus guardias si no podéis ser castos por lo menos sed cautos.

  • Yo estoy casado y me ha ido bien aunque tambien pasar mis malos trances, pero en general bien no me arrepiento

Las desavenencias conyugales son incluso en el campo no ya meramente en la ciudad una pandemia. Ha caído una estructura. Se acabó una forma de vivir y abre sus batientes el portón de una nueva era. Está claro que la mujer tiene derecho a su libertad, no vale aquel prejuicio de la pata quebrada atada a la mesa y en casa como pretendió hacer Alfonso el Batallador con doña Urraca. Hoy las mujeres salen. Son más independientes. Eso es de cajón y en ese cajón puede que también esté metida la Iglesia. Que tendrá que andar lista, reformar su estructura ni meterse en berenjales. Los patrones medievales no sirven.Uno, visitando estos riscos, y todos estos pueblos románicos que vivieron a la sombra despreocupada de un campanario durante milenios, tiene ese barrunto. Que faltan curas es un secreto a voces y que, si esto sigue así, muchas iglesias de Castila, Andalucía, Asturias, Aragón, León, tendrán que echar el cierre. Por agotamiento de la raza. Que una institución tan veneranda como es la familia, tan arraigada en España, pues nuestro país tiene una constitución tribal, dé en quiebra traerá aparejado que se cancelen muchos templos. Don Elpidio y yo hemos sido testigos de este cambio que hará cosa de medio siglo nos parecía inasumible.

-¿Sabes quien era doña Urraca, Elpì?

  • Pues que ha de hacer. A los moros por dinero y a los cristianos de gracia.

  • Eso es con lo que amenazaba a su padre Fernando I de Castilla cuando hizo las particiones del territorio. Meterse a puta si no le daban una hijuela con más garantías.

  • Le tocó Zamora la bien cercada. Por uno la cerca el Duero y por otro Peñatajada.

Mi amigo Elpidio que ya nos sorprendía en el seminario cuando era capaz de soltar una tesis de Aristóteles en latín sin perder el huelgo. Tenía buena memoria y era un apasionado de la historia.Un cura tiene que saber de todo. Pero a la pobre doña Urraca, que era algo pendón, su marido el Batallador y hay un documento en Simancas que así lo avala, la sacudía el polvo. A ella a lo mejor le gustaba la marcha:

Faciem meam suis manibus sordidis multoties turbatam esse; pede suo ne percuisse omni dolendum est nobilitatem

(tengo la cara desfigurada por sus puñetazos y me pega patadas en el trasero; lo que me duele no son los golpes sino que se haya olvidado de mi dignidad de reina.) Que ande a puntapiés un rey con su reina no es cosa que se vea todos los días pero la violencia de género no hace distingos de condición. Escala los talamos y los altos estrados. Este testimonio del siglo XII ya demuestra que el zurrar a la parienta es más viejo que el andao para adelante y no se detiene ni ante las propias testas coronadas. Luego mi amigo Elpidio socarrón me dice que si la zurraba algo haría. Y aquello de si te pega tu Paco pues agua y ajo. Es mejor no meterse en estos enredos. Aunque no hace ascos a la idea de los curas casados dice que el celibato demuestra la sabiduría de la iglesia.

-Y su hipocresía-le replico.

-Yo creo que estamos muy bien así.

-Pero sois lo último de una estirpe. Esto es un fin de fiesta.

  • Que te lo crees tú.

  • La vida de casado es más dura que la de soltero-, salto yo como un resorte.

  • Partim eumdam partim diversa. Que no eres lógico y te has olvidado de la asignatura que nos enseñaba don Fausto López.

  • La verdad amigo mío que sois un poco misogenos.

  • Que va. Somos más cómodos. En la vida hay que evitarse complicaciones. Ya sabes lo que dice el Eclesiastés de ellas: aula diaboli, aquilonis percussio.

  • El aula diablo y el picotazo del escorpión. Pero creo que la mujer es también lo mejor de la vida.

  • Puede que sí y puede que no. Dubitatio metódica cartesiana que decíamos de seminaristas.

Elpidio el cura se me queda pensativo y añorante y murmura:

  • Yo no sé. No tengo experiencia. Nunca lo caté. Tampoco lo echo de menos.

  • ¿Nunca?

  • Moriré entero como mi madre me echó al mundo.

  • Qué cosas. De buena te libraste pero yo también conocí a párracos que andaban con el ama a puntapiés como Alfonso el Batallador.

  • De todo tendrá que haber en la viña del Señor. Puede que existiera ese tipo de violencia en las sacristías. Al fin y al cabo los curas también somos hombres.

Está diciendo la verdad, don Elpidio no es el típico cura mocero o el que se va de marcha a los puticlubs de carretera. El un buey suelto que bien se lame. Toda su vida muy independiente. Para él el celibato no ha supuesto problema. La soledad sí lo es. Las bodas de plata de su sacerdocio las celebró en el 92, año mágico. Ni feliz ni infeliz. Todo a ratos. Tuvo que pasar malos trances porque ha vivido una de las épocas más traumáticas de la iglesia. Ha sido un buen cura de aldea. Lo que le costó más duró fueron las innovaciones litúrgicas, pastorales e incluso teológicas que vinieron con el Concilio y que para muchos curas fueron una especie de cambio climático. Un terremoto. Un tsunami en rectorías y curias.

  • ¿Sería el cambio para bien?

  • En algunas cosas-responde don Elpidio- sí en otras no tanto.

Ahora le preocupa la violencia de genero y me lo cuenta. Muchos de sus feligreses se están separando. No se aguantan. Las casas y las familias se vienen abajo. Y yo le digo que más valiera que esos maridos acaparadores echasen un poco más la vista gorda, tuvieran más mano izquierda y sepan lo que contaban nuestros abuelos de que los españoles solemos tocar a siete y una tuerta, viejo resabio del harén moro que corre por nuestras venas.

-Eres un machista.

-Lo que soy es realista.

Elpidio me mira con una aire de superioridad incrédula y abandonamos el lugar ameno. Se desploman sombras desde la montaña, corre una brisilla y hay que ponerse la chaqueta. Ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio. Y la cuestión de la jodienda no tiene enmienda. ¡Si tuviéramos la mano un poco más quietas! Me acuerdo del testamento de doña Urraca, una reina de Castilla que fue algo ligera de cascos y a mí siempre me cayó simpática pues llegó a contar entre la larga lista de sus amantes con un arzobispo. A los cristianos de balde ¿Y a los moros? Por dinero, pero de ellos no hay registros en las crónicas. Callades, hija callades, le dijo el rey Fernando su padre al testar. Esa palabra no pronuncies. Y ella gritó puta con más fuerza: A los moros por dinero y a los cristianos de gracia, lo que tradujo en verso libre Quevedo con aquello de gallinas y mujeres todas ponen. Unas huevos y otras cuernos. Pobre doña Urraca. Fue la reina de los tristes destinos como doña María de Molina.

  • No murió por las tabernas, ni tampoco tablas jugando que él murió sobre Zamora, vuestra honra resguardando- cantaba el romance.

Deslices de la humana naturaleza. Pobre doña Urraca.

  • Me alegro, sin embargo, de verte, Elpidio. Estás hecho un toro.

Se ríe y dice:

  • No creas, las apariencias engañan, también caen los cedros del Líbano.

Luego al despedirnos echamos el ultimo traguillo de la bota y él me bendice unos rosarios que he traído para regárselos a mis hijas. A ver si con la bendición de Elpidio encuentran un hombre que no las maltrate cuando se casen.



LA NOCHEBUENA DE UN KAROBO EN EL FRENTE DEL ESTE. CARTA A SU MADRINA

Posición 375 sección de Antiaereos


Querida Aderita; Recibí tu carta ayer. La trajeron los del hipomóvil de la Comandancia. No había podido hacer el reparto en siete días pues hemos tenido una cellisca de las que hacen época. Estos sí que son tormentas y no las del Bierzo. Gracias por los aguinaldos con el turrón y la botella de coñac él detente bala y la estampa del Niño Jesús que hemos colocado en sitio preferente de la chabola y está Jesusín hecho un sol y yo no sé cómo con esos pañalinos blancos puede aguantar los treinta y dos bajo cero. Cómo es Dios y todo lo puede! Pues verás nos liamos a cantar villancicos como descosidos y después llorábamos todos como bobos. Hasta al Teniente Müller que manda la barrera y es un militar prusiano de aspecto seco y que parece poco sentimental le rodaban las lágrimas. El tapabocas también te lo agradezco y más sabiendo que ha sido tejido por ti con una toquilla que era de tu abuela. La botella de Carlos III nos la chiscamos en amor y amistad fraterna. El cabo Seidenbaum escotó unas salchichas y varias botellas de aguardiente del que por aquí llaman schnaps junto con una botella de vodka que tomó de un ruso que hicieron prisionero y alguien sacó una guitarra y una pandereta. Y fuera penas. Dirás que somos unos borrachos pero no. Sin algo de calor en él estomago aquí te arrices pues como te digo aquí hace mucho más frío que en León. Dirás que por que té cuentos estas cosas. Pues es que no te tengo nada que contar. Aquí sólo hay nieve y nieve. Hasta los árboles se sumen debajo del talud blanco. Villancicos. Cantamos La Marimorena y él TañenBum ese. Somos una sección mixta de artilleros alemanes y españoles. Mi unidad quedó tan diezmada en los últimos días que hubo que agrupar fuerzas. Nos entendemos como ponemos pero yo he aprendido algo de alemán aunque casi me entiendo mejor el ruski que me parece menos difícil y en esa lengua me sé varias frases. Una que nos aprendemos cuando en las largas marchas pie desde Grodno hasta esta zona que llaman la Rusia Blanca entrabamos en las isbas o casuchas de los campesinos medio despeados y muertos de sed y de hambre y nos salían a recibir niños descalzos abuelas sonrientes y pobres viejos cubiertos de harapos. Y allí la cantinela de siempre. Y menia sti ñiet karovo ni malieko que quiere decir se nos han muerto las vacas no tenemos leche. Pero los pobres nos daban a los soldados lo que tenían y encendían el samovar y nos calentaban té con un poco de pan. Las abuelas bondadosas nos persignaban en la frente pues así son cristianas Aderita y eso no me lo suponía yo que nos había dicho que eran los rusos comunistas y rojos perdidos. Pues no es cierto. En las chozas aun en las más miserables había imágenes de Nuestro Señor y de la Virgen. Tienen mucha devoción a la Madre de Dios que llaman Blogodortisa. La, lamparilla encendida día y noche me recordaban un poco el altar de mi pueblo cuando ibamos al rosario y hacíamos genuflexión de rodillas ante el Santísimo. Los rusos no se arrodillan, se inclinan y se hacen la cruz continuamente. Dicen que para espantar a los malos spiritus. Esta buena gente me impresionó y me pregunté que hemos venido a hacer aquí a esta tierra a sembrar la muerte y destrucción. Muchas dudas me asaltan Aderita. Aquí hay un comandante Schmidt que dice que la invasión de Rusia ha sido un error de Hitler. Que todos creíamos que lo que había que cambiar eran la desigualdad de pobres y ricos. Schmidt dice que el diablo se metió en la cabeza loca del Führer. Y que esto es una locura. A mí la verdad nada me hicieron los rusos pues aquí los comunistas que había en España no los vemos por ninguna parte, sino gente humilde y llana y muy sufrida como los castellanos, claro que el comandante Schmidt sólo profiere esas dudas cuando ya lleva en el cuerpo cinco o seis copas. Y como para su camisa porque puede ser arrestado, yo soy el cabo pieza de un cañón que llamamos ocho. Ocho. Me harté a disparar contra los aviones rusos y alguno he conseguido abatir pero buena gana cada vez vienen más, son un enjambre. Rusos y rusos a todas horas. Atacan en tromba y sin descomponer el gesto. Unas cuantas baterías delanteras a las nuestras han sucumbido a su empuje. Es natural: luchan por su patria, por su tierra que les arrebataron los alemanes creyendo que la estepa era Jauja. El otro día sacaron a diez o doce de la Wehrmacht que estaban metidos en unos pozos de tirador. Eran alemanes casi unos niños. Tenían los pies congelados, se escucha el día y la noche la música de los organillos de Stalín. Les paramos de momento pero al poco rato traen refuerzos y atacan y atacan. Al fondo el cielo se tiñe de rojo. Es el infierno de Stalingrado, . Ayer estuvieron pasando convoyes de batallones destrizados. Eran infantes rumanos. Mal se presentan las cosas, querida Aderita. Y yo mañana que es Nochebuena cumplo 22 años. A que he venid yo a Rusia, Dios? Una voz interior me dice que para cambiar el mundo para hacerle mejor para defender a España del Comunismo pero la verdad es que no lo tengo muy claro. Me alisté voluntario en la División Azul. No sabía dónde me llevaban ni adonde me metía, al principio todo iba bien y avanzábamos casi sin pegar un tiro. Yo cogí un mal constipado y me hospitalizaran en una ciudad que se llama Vilna. Me lo pasé en grande pues conocí una muchacha y fue conmigo al baile un par de veces pero un día cuando fui a buscarla otra vez vi cómo la sacaban de su casa unos policías de paisano con abrigo de cuero y cara de muy pocos amigos. Recuerdo su nombre Ester, era judía y a mí por confraternizar con el enemigo una orden de arresto de dos días en el calabozo y me enviaron otra vez al frente. Ya te lo he contado maja. Aunque no te conozco me pareces una chavala estupenda y hasta pienso que si regreso con vida de esta ratonera me gustaría c pedirte relaciones. Estas muy guapa en la foto, tienes una cara de buena persona. En fin tu estampa me ha recordado otras más felices y el niño Jesús me mira con cara ternura y hasta parece que me habla a mí solo a mí y me dije Celerizo Cabrillo yo te voy a ayudar. Y me quedo ensimismado contemplandole. Mis camaradas dicen que es un Jesus muy bonito, los alemanes no tienen imágenes pero creo que son también cristianos, no creen en el papa. Los domingos suele venir un páter que creo que es luterano se pone un gorro muy raro y una estola negra como la de don saturnino el cura de mi pueblo y cantan himnos y ya está pero no dicen misa como los católicos, sólo cantar y los soldados los cantan con mucha devoción pues parecen sentir muy adentro su religión más que nosotros. Para que te vaya a contar si no son calamidades aunque así me desahogo. Soy el único que queda de los españoles porque han ido cayendo todos. El jueves le atizaron a un asturiano que se llamaba Teófilo Muñiz. Salió a hacer del cuerpo el hombre y por lo visto se puso en un sitio algo lejos de la tienda que no tenía desenfilada y le arrearon. A Rodrigo que era mi mejor amigo un obús lo dejó sin pierna y lo evacuaron a Riga. Pero esta muerte de Muñir me impresionó. Murió en mis brazos. Llamaba a grandes voces a su madre y a mi se parte el corazón. Madre y el eco arden la inmensa estepa retronaba su voz moribunda. Madre, madre, dónde estás? Dios le tenga en su seno. Aderita me dice en la tuya que no haces más que rezar por pues esas preces me vienen bien. Tus velas a la Virgen del Camino han dado resultado aunque pienso que salgamos enteros de aquí va a ser un milagro y de los gordos. Madre. Madre y las voces que pegaba Teófilo eran la misma s que otro asturiano también amigo del alma que se llamaba Agustín al que atizaron a lo tonto cuando se fumaba un papirosi de la petaca de un caído ruso que no pasó de la alambrada nuestra en un ataque. Era también muy fraterno. De Cudillero. Me decía que cunad io acabase la guerra me convidaba a las fiestas de su pueblo que son por san Pedro y los marineros hacen una ceremonia muy ocurrente y chistoso que llaman la amura vela. Se llamaba Agustín Fito. Si esta carta llegase a tus manos yo quisiera que se las remitiese por favor a su familia que vive en ese pueblo dándole mis condolencias. De mi vida aquí poco puedo contarte. es muy monotona. Los días se parecen unos a otros como dos gotas de agua. El único aliciente es la llegada de la estafeta con la carta de vasas. Lo emas comer y dormir. uno se embritece y no opiensa en nada. Quien inventaría las gfuerras Aderita. La verdad es que cuando recinbñí felicitaciones de la Komandatur por haber abatrido a cinco cazas enemigos no me senti un heroe, me pusieron la crtuz de hierro pero yo le dije al coronel que la poníoa. Fue de pura chiripa mi coronel.si dijese lo contario mentiría. No. No me siento un heroe nio odioo a los rusos. Por que tener que disparar contra gente que no conozco y nunca se han metido conmigo? Belay mis contradicciones, Aderitabueno madrina, Felices Pascuas y ojalá el año que viene de 1943 sea prospero y mejor que este puñetero 42. Estoy seguro de que nos vamos a ver pronto tú y yo uy que vamoa a hascer buienas migas. Te gustan los bambinos? Claro que te gustarán a no ser que tengas vocación de monja. Reza mucho por mí y arieta con el Santo Niño Jesus de Praga. Lo necesito. Y sin otro particular y deasndo la pasas bien la Nochebuena se despide este tu amigo y admirador este Karovo que lo es. Tu Karovo.

Fermín CELERIZO


EL CASTELLANO EN DIQUE SECO


Antonio Maximino

El castellano en dique seco, cercado y acorralado en la albarrada por aquello de muchos monteros la garza combaten, neblíes muy ligeros sobre ella se abaten, por muchos oteros los perros la llaten mal no será no la maten Cristóbal de Castillejo dixit pero vigoroso y plena salud los muertos que vos matais. Tiene una frágil salud de hierro. España quiere ser bilingüe perfecto (acabaremos todos hablando el inglés la lengua del enemigo que así lo mandan doña Espe y otros aburridos políticos ignorantes); pues muy bien sea. Para los que escribimos y apoyamos ya nuestra ya larga vividura sobre esta hermosa lengua a la que tanto ignoran los papanatas que la desconocen ello es una afrenta. A veces en el afán de buscar la plabra exacta y expresarnos con la propiedad que los conceptos de la vida merecen nos llueven varapalos de cursis y rebuscados. Y yo les contesto que aprendan no sean burros que se den un garbeo por el inmenso jardín del de la RAE con más de un millón de vocablos, rosas del pénsil olvidado esperando la llegada de la ática abeja que libe de sus corolas. [joder que cursi me ha salido esto] Ya sé que esta lucha es un quijotesco torneo contra los molinos de viento. No hay manera. Los escolares no saben quién es el Cid. descatalogaron a Cisneros y con él el pensamiento de los Reyes Católicos. ¿Quién es Nebrija, chaval? Ni pún. Nuestros libros de historia nos lo escriben los ingleses y los norteamericanos. Nos han puesto una albarda a los castizos, nos quitaron el pesebre y sólo nos queda rebuznar. Hoy se tiene a gala escribir mal y si te esfuerzas por borronear con propiedad que es tanto como decir adecuar la palabra precisa a la cosa y al concepto te dicen que no se entiende. ¡Qué palabros! Pero lengua de Nebrija cada día me gustas más. Y me pasa lo que a Turguenev cuando venían mal dadas y veía desmoronarse a su patria. Iván Turguenev se refugia en los atrios sagrados del idioma de Pushkin. Al castellano le pasa otro tanto que a la ruso. Es una de las lenguas más bellas y con mayor cargazón semántica del mundo pero los cultivadores del feísmo los que quieren pensar en inglés y le pasa lo que a la burra del gitano que sabe hablar pero no sabe pronunciar los zoilos de la modernidad te echan los toros al corral. Asno grande ande o no ande y cuanto más burro y de mayor alzada mejor el penco. Es la erótica del horror el repetir igual que loritos las frases hechas y los tópicos convencionales o copiar a los grandes pues vivimos en la cultura de la queja y del plagio y sienta jurisprudencia el tópico y la repetición machacona de los consejos del nazista Goebbels. Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad. El que pretenda salirse del carril palo. Quien aspira a un cierto grado de autonomía y de originalidad no es de los nuestros. Está loco o es un borracho. Así que me refugio en el Casares de la misma forma que Solzhenitsyn se atrincheró en las casamatas del Dal y empezó a ametrallar a los lectores rusos con la gran lexicografía de la lengua de Pushkin. Las palabras no matan pero llevan una carga de inteligencia y de precisión que irrita al tirano. Lengua vieja el romance asediada y vilipendiada por la revancha de los perifericos por el paleto catalán o los afiladores gallegos o por la petulancia de los vascos. ¡País…..leonés! se hizo reserva de las variantes dialectales y las diversas jerigonzas y gaterías en las cuales coloquiamos los hispanos desde la edad media han conseguido la categoría de idiomas. No importa que estas vernáculas fueran coloquiales y que apenas cuente con una literatura fiable. Han echado la instancia para ingresar en la ONU. Mi experiencia de filólogo me dice que cuando los políticos se meten en estos negocios todos vamos a por lana y salimos trasquilados. El modo de hablar de la gente no se puede imponer mediante decreto ni a través de las paginas del Boletín Oficial del Estado. Eso me lo confesó el bueno de Cela cuando en 1972 le hice una entrevista. La confusión de Babel. Reinos de taifas. El ojo del amo engorda al caballo. Os quiere a todos confundidos y divididos el gran hermano. Y para colmo el problema de Eta y del terrorismo, consorte de la ignorancia, se cierne sobre tales supuestos. Es peor el terrorismo psicológico al que nos somete el mundo de la colocación casi el de los verdugos sanguinarios. Sin embargo una de las demostraciones más evidentes de que el que aguanta gana y nuestra lengua aguanta y gana de la misma forma que aguantará y ganará España. Queridos padres conscriptos y muñidores de conflicto con los que engorda vuestro ojo de amos y de caballos, esto no es Yugoslavia.



¿SON CIERTAS LAS

APARICIONES DEL ESCORIAL?


Antonio Maximino

Los coletazos del dragón siempre largan embestida a tiro fijo en los tiempos oscuros las famosos doce noches cuando huyen los dioses de la tierra y dejan sin timón ni gobernalle que gire a su antojo el mundo. Ataca siempre por Navidad. Con menos frecuencia en Pascua de Resurrección y los romanos que sabían mucho de esta sabiduría oculta o conocimiento solapado acerca de los dioscuros establecían las saturnales februarias como fiestas de purificación. Parce mihi, Domine. Lo han coitado los musulmanes gente animista que por estos días sacrifican un carnero en memoria de Abrahán padre de los creyentes que se inspiró en la paganidad de los suovetaurilia [inmolación de un toro un cerdo y un cordero lechal lustrando el suelo y la frente de los creyentes para purificación] Estas doce noches 6+6=anosmia caen bajo la férula de Saturno y son nefastos como bien sabe cualquier iniciado por rudimentario que fueren sus conocimientos en quiromancia. Las fuerzas de la noche luchan con la luz del solis invicto. Los planetas entran en colisión. Los españoles hemos sido de siempre algo milagreros. El reinado de los austrias que fueron unos campeones del catolicismo está impregnado de superstición. Por eso tenemos que sacar de vez en cuando a la Patrona a pasear en procesión. Esa fe tinta en superchería por nuestra ascendencia pagana o romana nos hizo llegar lejos. Así que visitamos santuarios y acudimos al favor de lo alto cuando las cosas no tienen remedio. Y de perdidos al río.

Hagamos un poco de memoria en estos lustros intensos que todos hemos vivido. Yo no será pero se trata de elementos muy poderosos contrarios a N.S.Xto. Caída del muro de Berlín 11 de noviembre 1989. Gorbachov rindiendo la Urss en una tormentosa entrevista con George Bush padre - el hijo lleva en su apellido todavía una b mucho más feroz- a bordo de un barco circunnavegando la isla de Malta en Nochebuena el año 92. Nochebuena y un día de Navidad fusilamiento de Ceaucescu el año fatídico del 89 dos siglos después del Terror de Brumario y ayer día de Santo Tomás Beckett obispo y mártir de Cantorbery pereció en la horca Sadam Husein ¿tirano o mártir de la causa? Cualquiera que sea la respuesta porque aquí hay opiniones para todos los gustos a uno le entra un miedo en el cuerpo y le desciende una extraña sensación desde la cabeza a la rabadilla. Tiempos de terror. Espanto y cobardía se pintan en muchos rostros. El basilisco mata con la mirada ¿tendrá instalado su trono en la TV global? Y es lo que se dice un coloso. El que se oponga (El los quiere sumisos y a mí no se me retruca, tú mosca cojonera) ya sabe lo que le espera: la parrilla los garfios el ecúleo la hachuela besemos el látigo pongamos la cabeza en la toza.

La guerra primera del golfo la que empezó todo esto estalló la noche de San Antón de 1991.

En cierta modo los que asistimos una tarde de mayo de 1981 - se cumple un cuarto de siglo- a un extraño fenómeno parapsicológico se nos marcó un signo en la frente una cruz como de miércoles de ceniza vimos la danza del sol y mirando a lo alto vimos dibujarse después de una tormenta trazada como por un ángel con lineas de nubes la imagen de la Virgen del Perpetuo Socorro para los occidentales la Odygitria de los griegos-la que muestra el camino- y la Blagodorotsa para los eslavos estábamos apercibidos de que iban a acontecer cosas extrañar que el Este se daba la mano con el Oeste y que se confundían el Norte y el Sur. Regreso del rey Herodes que con el aborto a discreción sacrifica todos los días en España a miles de niños inocentes. ¿Qué más? Recelo en las miradas, odio, envidia, evolución e hipocresía o memez por todas las partes. Los enemigos de lo light lo íbamos a pasar mal. Oleadas de emigrantes. Involución y Europa vivía sus últimos días de ciudad alegre y confiada. Todo dará de través por aquellos días lo blanco en lo negro lo grande en lo pequeño resucitarán los gigantes dice el Eclesiastés. ¿Qué gigantes? Esta iluminación del cielo del Escorial ocurrió un 13 de mayo coincidiendo con el aniversario del atentado al papa Wojtyla en Plaza San Pedro. Cualquiera que fuese aquella potencia, aquella inmanencia, aquella precognición, sabíamos que lo que venía tenía una energía aterradora. Olía a rosas junto al fresno y algunas mujeres se pusieron a gritar histéricas. Desde aquella tarde soy un converso a la ortodoxia y musito el salterio de Israel con más devoción, acaso porque vi las orejas al lobo. El aire se llenó de canciones y de melismas de diáconos. Fueron unos años de esplendor. Luego enmudeció la gran liturgia porque se esparcieron consignas por el espacio hertziano. Este es mi dominio dijo Satanás y los ángeles se marcharon llorando.¿Una derrota de Miguel el ignífero? Aparentemente sí pero a no tardar mucho se va a producir una gran reacción para espanto de muchos.

La pelota está en el alero y Josué tendrá que volver a detener el curso del sol si quiere vencer otra vez; se realizará el prodigio de la batalla de Puente Milvio. In hoc signo vinces.

La verdad que en la vidente no he creído mucho pero seguí acudiendo al Prado de las Prodigios. No me llegaba la camisa al cuerpo pero lo que vi me llenó de esperanza y de pavor. Los casos extraños se sucedían uno tras otro. He visto pasar por el lugar a los ángeles y a los demonios. Fui testigo de curaciones insólitas, de coloquios en lenguas extrañas y de exorcismos petrificadores. Resulta que yo padecía por aquellas fechas un dolor muy fuerte en el vientre -en el 83 me diagnosticaron adenoma prostático a los 39 años- y creía ya llegada mi hora. Las noches las pasaba en un grito. Progresivamente aquel padecimiento remitió. En mi círculo de amigos me tomaron por avenate. En la empresa donde trabajaban fui victima de la calumnia y la envidia porque en este país lo primero que hacen es al que despunta cortarle la cabeza , sufrí mucho a causa de la malicia de los hombres, me enviaron al loquero. Yo seguía acudiendo a la campa sin embargo. Entre los virginianos que no estaban familiarizados con mis conocimientos mariales, gente sencilla y muy elemental, pobres, sólo llegué a intimar con los más humildes no con los que iban a la nave. Con Amparo Cuevas no hablé más que una vez y otra que trabé contacto con un hijo suyo al que mataron, líos de droga o no sé qué calumnias, seguramente, como todo.

No me gustaban los suspiros y sofocos de aquella ex chacha nacida en un pueblo de Albacete que se llama El Pesebre curiosa y extraña mujer tan española y con rostro de Dolorosa pero aquella tarde de 1981 habló conmigo y me contó cosas de mi vida que hasta yo desconocía. Hablé de mi ex, Suzanne. Yo quería saber si estaba viva o estaba muerta. No obtuve una respuesta explicita. Sin embargo me anunció que tendría noticias suyas y de mi hija Helen cosa que sucedió el año pasado por estas fechas. Otro anuncio: que sufriría mucho para purgar mis muchos pecados en vida y que la ruptura de mi primer matrimonio fue causa mía. En efecto yo tuve la culpa. Amparo temía sobre todo por la paz del mundo. Entró en trance y empezó a decir que se acercaba un día de tinieblas (¿hablaba en alegoría o strictu sensu? Nunca lo podré saber) que todo estallará en la tierra en que tú posaste los pies, Jesús mío. Fue entonces cuando empezó a oler a flores y el prado de las apariciones se iluminó de una luz extraña como sobrenatural.

Desde luego, todos los escurialense dicen que en ese ejido se han producido estas situaciones inexplicables desde el tiempo inmermorial porque el lugar está empalizado en un sitio mágico. Felipe II quiso levantar allí su monasterio asesorado por sus zahoríes (una era la vidente de Ocaña) pero siempre es mejor edificar en el somo que en el soto con vistas al valle pues arriba los aires eran más puros. De lo demás nada sabré decir, suspenso el juicio. Yo pongo aquí negro sobre blanco mis experiencias. Escribí un texto de más de doscientas páginas que no he querido publicar. Estoy seguro de que esta Mariofanía tiene que ver con la situación que ha vivido la humanidad a lo largo de este cuarto de siglo su cambio más traumático. Parece que se ha acelerado la historia; el Escorial ha sido un punto de reclamo para los majaras para los impostores y para los aprovechados pero no me cabe la menor duda que -el mal anda revuelto y de por junto con el bien- es un sitio místico y que tan extraños fenómeno no han de ser tomados tan a la ligera a la luz de los acontecimientos que estamos viviendo.

En la foto que tomé de la vidente en 1981 y que el lector podrá escrutar aparece detrás como una imagen de la Virgen con el Niño y en otras claramente se advertía estampado sobre la corteza del fresno la efigie del Ecce Homo. Otros datos de apoyo. Ya no tengo dolores, recuperé mi trabajo, encontré a la familia que tenía extraviada en Cornualles sigo escribiendo a veces con demasiada osadía. Sin embargo el mundillo comercial que rodea a las apariciones y aunque no se acercan ni por pienso al grado de especulación y al comercio que tienen las de Lourdes o las de Fátima siempre me pareció harto extraño. Ahora bien si esas apariciones están aprobadas también deberían estarlo las del Escorial. Puede que desde ese fresno bendito y a través de una pobre sirvienta con algunos rasgos histéricos no me cabe duda puede que Dios haya hablado. Recordamos lo que dijo la Biblia: “la piedra rechazada por los arquitectos fue escogida para roca angular”. El pontificado de transición del polaco nos ha puesto de manos a boca con el del alemán que va a resultar crucial en la historia de la Iglesia.

Mientras tanto sigo enfrascado en mis cartularios, abadologios, los archivos itinerantes del pasado, mis colporteurs ambulantes, mi especulación lírica, el “Acordaos” de san Bernardo que es mi invocación a la Virgen preferida, los bularios y toda esa labor del hombre que es tarea efímera. Dios nos enmienda la plana. Y la Odygitria señala el camino. Hace falta una estrategia de búsqueda o un expurgo. Yo enciendo mi ordenador uso mi base de datos llamo por teléfono a la ayudante de consola. ¿Se aparece o no se aparece, don Verumtamen? En qué quedamos. Y les respondo que las cosas de Dios son más complicadas que las que supone el hombre tan primitivo tan primario. Esta noche de San Silvestre hay centellas cruzando el aire preparan la alfombra iluminada para que pisen los santos la avenida perfumada que es lecho de rosas pero no hay rosas sin espinas. Eso sabedlo todos. Están a punto de hacer su entrada por el arco de los dones san Terencio y san Gendo santa Visterela y san Sisenando san Busto y san Ilerdo obispos godos. Carga los exergos, nin, pero no empieces con la prueba diabólica. Hemos pagar con moneda forera nuestras extravagancias del consumo. Dominus mihi adjutor et ego decipiam inimicus meos (El Señor es mi auxilio y con su beneplácito engañaré a mis enemigos) creo en la isogoría o libertad de expresión. En ese ten con ten o equilibrio de juicio tan difícil de mantener en estos azacaneados tiempos.

Necesitamos un remedio. Agarrarnos a la ultima tabla de salvación. Puerilidades pero acaso la fe mueva montañas. Tengo para mí entonces que las apariciones del Escorial son ciertas. SIEMPRE HABRÁ QUE CREER en algo. Aunque la vidente nos cansaba algo cuando empezaba a hacer gorgoritos e hilo directo con el cielo se jartaba de decir con voz gangosa lo de hijos míos. Eso era tongo, la verdad. O al menos eso me pareció a mí que soy de natural poco morboso y mente práctica aunque concedámosla el beneficio de la duda. Dios puede escribir al derecho de torcido y el Padre Arintero nos dice en su historia del misticismo que Castilla ha estado plagada siempre de estos personajes extáticos levitadoras monjas de las llagas visionarias y mujeres histéricas porque histérica viene de útero y por ese cabo si nos ponemos a discernir llegaríamos hasta ciertas aberraciones sexuales que dan en crisis misticoparanoides. Es difícil muy difícil pero el propio Jesús se encarnó en nuestros barro y debe de perdonar estas cosas. Ahora bien sin profetas no hay escritura ni testamento ni salvación. Yo tengo por cierto que Xto sigue presente en el mundo y se manifiesta de muy diferente modo aunque desde luego la mariología es terreno resbaladizo y muy difícil para un teólogo porque la línea de demarcación entre el falso y el verdadero misticismo es muy sutil e imprecisa.

Allí tomamos contacto con un mundo extraño de la España negra pero alentada de profecía ya que se auguró la islamización progresiva de la cristiana Europa. Los sarracenos ya piden culto compartido de la mezquita de Córdoba. No es un acto amistoso que digamos y menos habiendo sido dicho templo un recinto consagrado nada menos que por el obispo Gelmírez. Nosotros les devolvemos Córdoba pero ellos nunca se dignarán entregarnos Santa Sofía la catedral más antigua de la cristiandad y a lo mejor puede que nos hagan cuartos nos coloquen en espetones y hagan de nosotros pinchos morunos porque el diálogo de funciones así no furrula ya que equivale a rendición a reconquista a recolonización. El obispo Asenjo al negarse a tan disparatada preposición corre el riesgo de convertirse en un digno heredero de san Eulogio o de San Pelayo a los que decapitó Abderramán en Medina Azahara. El fresno donde posó sus plantas la Emperatriz de los Cielos nos acercó a unos cuantos privilegiados elegidos para el dolor, el escarnio y la persecución, a ciertos grados de conocimiento gnóstico y supimos de esta invasión que vendría antecediendo a unos tiempos más duros aun de persecución . Vae victis! Ay de los vencidos. Madre de los desamparados ayúdanos. Cayeron las murallas de Jericó misterio de las torres Gemelas y ayer víspera de san Silvestre toda una terminal de Barajas voló. En estos días es evidente los dioscuros aprietan el pistón. Y no creo que por lo que digo y sin dármelas de arúspice sea del todo incoherente lo que digo. Pese a todo, las fuerzas del mal con sus maquinaciones oscuras serán vencidas por el enviado de la luz. Antes hará falta la gran metanoia o conversión. Se acercan tiempos de purificación o de martirio. No digo más. Pero no tengáis miedo. Feliz año 2007.




EL CASTELLANO Y EL VASCUENCE


Un amigo de Santander me llama indignado. Tiene gente en Coruña y hay un contestador que responde en gallego con una muletilla que dice “hable la lengua madre”. No te preocupes, Zeledón, que por lo visto el castellano debe de ser la madrastra. Vivimos en un mundo delirante en que todo está al revés. No sabemos ya quién es nuestro padre y quien es nuestra madre. Y los que no tenemos abuelas porque somos mayores para tenerla pues nos hacemos cruces ante semejantes hilaridades. Mondo cane. Mundo fugaz. La nugación (de nugacitas, oiga, que no es un latinajo) impertinente y la negación de la evidencia. Se politizan las lenguas. Malo. El gallego es un dialecto del bable o la fala asturiana y entre estas dos variantes del latín engendraron al castellano. El vascuence de los várdulos y vacceos actuó como el padrin de boda. Cosa chusca es que los españoles nos estemos tirando los trastos a la cabeza entre periféricos y mesetarios, otro motivo más de crispación en la calle ¿y van?, por algo tan baladí como es el modo de expresar, la cadencia o los vocablos que utilizamos para llamar a las cosas. In principio erat Verbum. Todo empieza y termina en la palabra. Nos olvidamos de las Cantigas y del primer Fuero Juzgo escritos en gallego enxebre. No el gallego castellanizado y macarrónico que ha querido imponer Fraga que tan mal le sonaba a mi amigo Celso Collazo que era de las Rías Baixas o al pobre Torrente Ballester que era compostelano.

La lengua, compañera del imperio, ciertamente, pero también instrumento de libertad se ha convertido en correa de transmisión de la opresión impositiva. Por ejemplo, los catalanes les dicen a los valencianos cómo tienen que hablar y éstos a los mallorquines y los mallorquines a los de las Pitiusas y así sucesivamente. Esto es una cadena. La confusión de Babel unida a ciertos malos modos lingüísticos que los nacionalistas trabucaires han tomado de los nazis tienen muy revuelto el cotarro. Es una campaña de acoso y recibo al castellano que ha sido la lengua franca en que nos hemos entendido siempre en Hesperia- ¡qué bella palabra, viene de Véspero, lucero de la tarde!- los unos y los otros, los de arriba y los de abajo, los de ahora y los de antes, centrípetos y centrífugos, los del mar y la montaña, insulares y peninsulares. Esta confusión idiomática es la asignatura pendiente de la democracia. En ella nos jugamos la libertad. El castellano en dique seco, cercado y acorralado en la albarrada de los siglos por aquello de muchos monteros la garza combaten, neblíes muy ligeros sobre ella se abaten, por muchos oteros los perros la llaten mal no será no la maten Cristóbal de Castillejo dixit pero vigoroso y en plena salud están los muertos que vos matáis. Tiene una frágil salud de hierro. España quiere ser bilingüe; perfecto (acabaremos todos hablando el inglés la lengua del enemigo que así lo mandan doña Espe y otros aburridos políticos ignorantes); pues muy bien sea.

- Do you speak English?

-O yea. Aquí espiquea el personal que se mata.

Para los que escribimos y apoyamos ya nuestra ya larga vividura sobre esta hermosa lengua a la que tanto ignoran los papanatas que la desconocen ello es una afrenta. A veces en el afán de buscar la palabra exacta y expresarnos con la propiedad que los conceptos de la vida merecen nos llueven varapalos de cursis y rebuscados. Y yo les contesto que aprendan no sean burros que se den un garbeo por el inmenso jardín del de la RAE con más de un millón de vocablos, rosas del pénsil olvidado esperando la llegada de la ática abeja que libe de sus corolas. [Joder que cursi me ha salido esto] Ya sé que esta lucha es un quijotesco torneo contra los molinos de viento. No hay manera. Los escolares no saben quién es el Cid.


CISNEROS, DESCATALOGADO


Descatalogaron a Cisneros y con él el pensamiento de los Reyes Católicos. ¿Quién es Nebrija, chaval? Ni pún. Nuestros libros de historia nos lo escriben los ingleses y los norteamericanos. Nos han puesto una albarda a los castizos, nos quitaron el pesebre y sólo nos queda rebuznar. Hoy se tiene a gala escribir mal y si te esfuerzas por borronear con propiedad que es tanto como decir adecuar la palabra precisa a la cosa y al concepto te dicen que no se entiende. ¡Qué palabros! Pero, lengua de Nebrija, cada día me gustas más. Y me acontece lo que a Turguenev cuando venían mal dadas y veía desmoronarse a su patria. Iván Turguenev se refugia en los atrios sagrados del idioma de Pushkin. Al castellano le pasa otro tanto que a la ruso. Es una de las lenguas más bellas y con mayor cargazón semántica del mundo pero los cultivadores del feísmo los que quieren pensar en inglés y le pasa lo que a la burra del gitano que sabe hablar pero no sabe pronunciar los zoilos de la modernidad te echan los toros al corral. Asno grande ande o no ande y cuanto más burro y de mayor alzada mejor el penco. Es la erótica del horror el repetir igual que loritos las frases hechas y los tópicos convencionales o copiar a los grandes pues vivimos en la cultura de la queja y del plagio y sienta jurisprudencia el tópico y la repetición machacona de los consejos del nazista Goebbels. Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad. El que pretenda salirse del carril palo. Luego están los blasfemos. Los delirantes, los insultantes, los rencorosos y los reconcomidos, los rijosos, los biliosos, los mendaces, los destripaterrones del periodismo, cargada de bilis la melsa, que a todas horas nos tocan el acordeón.

  • ¿Y con esta caterva qué hacemos, Zeledón?

  • Pues, ponles la collera, únceles a la muela y que muelan, Emeterio. Que muelan.

Quien aspira a un cierto grado de autonomía y de originalidad no es de los nuestros. Está loco o es un borracho. Así que me refugio en el Casares de la misma forma que Solzhenitsyn se atrincheró en las casamatas del Dal y empezó a ametrallar a los lectores rusos con la gran lexicografía de la lengua de Pushkin.

Las palabras no matan pero llevan una carga de inteligencia y de precisión que irrita al tirano. Lengua vieja el romance asediada y vilipendiada por la revancha de los periféricos por el paleto catalán o los afiladores gallegos o por la petulancia de los vascos. ¡País…..leonés! se hizo reserva de las variantes dialectales y las diversas jerigonzas y gaterías en las cuales coloquiamos los hispanos desde la edad media han conseguido la categoría de idiomas. No importa que estas vernáculas fueran coloquiales y que apenas cuente con una literatura fiable. Han echado la instancia para ingresar en la ONu. Mi experiencia de filólogo me dice que cuando los políticos se meten en estos negocios todos vamos a por lana y salimos trasquilados. El modo de hablar de la gente no se puede imponer mediante decreto ni a través de las páginas del Boletín Oficial del Estado. Eso me lo confesó el bueno de Cela cuando en 1972 le hice una entrevista. La confusión de Babel. Reinos de taifas. El ojo del amo engorda al caballo. Os quiere a todos confundidos y divididos el gran hermano. Y para colmo el problema de Eta y del terrorismo, consorte de la ignorancia, se cierne sobre tales supuestos. Es peor el terrorismo psicológico al que nos somete el mundo de la colocación, en fraternidad universal con los verdugos sanguinarios. Sin embargo una de las demostraciones más evidentes de que el que aguanta gana y nuestra lengua aguanta y gana de la misma forma que aguantará y ganará España. Queridos padres conscriptos y muñidores de conflicto con los que engorda vuestro ojo de amos y de caballos, esto no es Yugoslavia. Todavía está el gato en el tejado y la pelota en el alero. Desde luego, lo que está ocurriendo entre nosotros viene en razón a la importancia estrategia que tiene la Piel de Toro para los dominadores globales: España es militarmente una trinchera y geográficamente una tenaza. Pero esta llave de paso –cuidado- esta piel de toro no es una corambre colgada de la percha del batán. Esta nación es tarda a la ira y le lleva mucho tiempo despertar. Cuando despierte, cuando se sacuda de su modorra España...Los estragos puñeteros de los ramblizos de la política – aquí todo se politiza- se interfieren con los caminos verdaderos de la semántica y se produce la gran confusión histórica. Y en tal tesitura pocos sabrán que la palabra burro tiene un origen vasco. Lo mismo que corral y los sufijos en arro (cacharro, guijarro, cachorro, pitorro etc) según el gran Lapesa. Y si nos metemos en topónimos sería el cuento de nunca acabar. Aranjuez y Aranzueque están en relación con el vascuence aranz. La antigua Castilla para los vascongados era aratoi o tierra de llanuras y así nombraban a Valderaduey. Los lugares que se llaman Egea como por ejemplo Egea de los Caballeros no era sino echea (casa). Javier es Echeverri (casa nueva)) y Javierre (Huesca). Lascuerre (lats corri= arroyo rojo). Estrabón da noticia del vascongado al que adjudica una raíz de los pueblos celtíberos que hablaban muchas lenguas. En el poso de los siglos se decantaron algunos de los términos de aquellos hablantes nuestros prerromanos que pronunciaban la r sonora como en rorro, corro, ronzal, riestra, rasca, carro, perro. Una pronunciación fuerte como la j y la ñ. La fonética vasca se impuso en el castellano (tojo, sarna, nava, breña, páramo y Prámaro, gándara o pedregal, braga y brega, izquierdo, urraca). Queda la cuestión de la romanización. Algunos historiadores infieren que Vasconia no fue nunca romanizada. A mí me parece falso este supuesto. Fue romanizada y era una provincia del limes cántabro donde operaba desde Asturica la Legio VII, también denominada Victrix. Y Bilbao era un puerto secundario sucursal de la Gijón romana. Marcial era de Bilbao. Dicen los vascos que una pena que Cristo no fuera bilbaíno pero Marcial el mayor poeta del Bajo Imperio cuando estaba viendo los juegos del circo añoraba ya el vino de las Siete Calles, su patria. Los vascones, vacceos y várdulos alaveses mascaron el polvo de los lábaros imperiales. Porque ya entonces tabernas no faltaban. El latín tenía lo menos quince vocablos para designar a los garitos: cauponae, vinarias, popinas, tabernas, etc. La sumisión fue desde luego trabajosa y los naturales de aquel país conservaron sus lenguas y costumbres algunas de ellas muy a lo burro. Por ejemplo, el Código Calixtino aconseja a los peregrinos jacobeos que eviten estas provincias donde las gentes observan tradiciones poco civilizadas como por ejemplo el bestialismo. Por lo visto a los iñaquis de entonces les gustaba darles leña al mono y copular con sus animales domésticos. Se tiraban a la cabra, a la burra y a la vaca de su establo. Y aceptaron a regañadientes el cristianismo renunciando con dificultad a su sincretismo pagano. Estaban un poco salvajes la verdad. Prudencio se queja de que le mataron a un diácono de una pedrada cuando iba anunciarles la buena Nueva y bautizarles. Parece ser que la trabajosa cristianización de aquel pueblo se hizo desde Calahorra que era donde estaban los castra romanos. El Padre Mariana, que era algo antisemita, vierte sobre los vacceos y la verdad es que fueron los primeros habitantes de Cuniculandia o Hispania que quiere decir span (tierra de conejos) y extendieron su dominio hasta Iliturgi en Granada, y vaccea o vasca fue por ejemplo Numancia, criterios peyorativos: “los vascos son ferocísimos, orgullosos e independientes, porque son de linaje hebreo”. Ya está el gato en la talega en la tierra de los conejos y las liebres. ¡Anda la osa! Resulta que todos aquí en esto venimos de Israel y somos los judíos del Oeste. Sefarad.

  • ¡Cuánto me enorgullece esa ascendencia, Emeterio: pertenecer al pueblo elegido!

  • No iba descaminado Mariana, Cele, porque la Biblia hablaba de que el rey Salomón cobraba pechas en Tarsis a los fenicios. Y Tarsis era de Cádiz.

  • ¡Andá! Así que los españoles somos de origen judío.

  • Un setenta por cierto.

  • Pero unos más que otros.

  • Por supuesto.

  • Lo que no casa en esta historia son los prejuicios del Calixtino contra los montaraces euskaldunes de aquellos tiempos. Si hay un pueblo civilizado que aborrezca la fornicación y el bestialismo es el pueblo hebreo.

  • Moisés tuvo que predicar los suyo para ponerlos en buen camino y apartarles de las costumbres paganas, de los sacerdotes de Baal y del Becerro de Oro.

La verdad es que la filología científica desmiente a Mariana. No se encuentran relaciones terminológicas del hebreo con el vascuence y sí con el indoeuropeo y el de los beréberes que se parecen a los vascos físicamente. También ahora ha salido un profesor de Oxford diciendo que los ingleses descienden de los vascongados. No se sabe. Pero al menos en el País de Gales y en algunas zonas de Irlanda con residuos étnicos iberos (tipos morenos, con el pelo crespo y buen talle) puede ser. Todas estas hipótesis contribuyen a hacer más complicado el laberinto español. Estamos al cabo de tantos siglos pagando el alajor de la historia. Los gallegos quieren ser celtas e invocan la redola y la cruz gamada. Los catalanes lemosines o descendientes directos de la lengua de Oz. Designios bíblicos. España no es un país como otro cualquiera. Más que un país parece una bomba de relojería. La serpiente caducea, por ejemplo, emblema del separatismo estaba esculpida en la columna dedicada al dios Iamconquian el dios vasco por antonomasia y que fue encontrada en Córdoba en 1635. El Camino de Santiago los evitaba dando un rodeo por La Rioja a las Encartaciones de estas gentes tan hostiles y rabiscas y se bifurcaba luego en León en dos ramales. El de Asturias que fue la provincia más romanizada de la península y ese peso se nota aún en la historia y el otro hacia Galaecia o pequeñas Galias. Todos ellos, las palabras que digo, son vasquísimos y los vascos no pronunciaban la f labiodental latina que convierten en h y de ahí farina dio harina y phormosa (hermosa). El vascuence desconoce la f. Y existe como en castellano la oposición r y rr. Pero es pospositivo y no declinativo. Además nunca estuvo unificado y ha sido homologado a la fuerza en sus diversas modalidades de labortano, guipuzcoano y suletino, la variante del valle del Roncal y otros tantos dialectos navarros. Su primer texto escrito data de 1545, una coplas que escribió un cura erotómano el P. Dechepare. Y su primera gramática El Imposible Vencido: arte de la lengua del jesuita Larramendi es de 1729. Aunque su literatura es muy pobre pues el peso de la historia es llevado por los rapsodas y versolaris de tradición oral que recitan por las aldeas las kopla zarrak (versos viejos) toda lengua es un tesoro que hay que conservar y en las escuelas y universidades debiera promocionarse el estudio de este peculiar idioma único en el mundo conectado con los beréberes, con los celtas y con las antiguas lenguas del Caúcaso.



Las lenguas son apolíticas. Entre ellas no hay separatismos. Sólo mestizajes y parentescos. Entristecen, pues, todas esas historias del RH del que se pavonea Arzalluz alusivas a una superioridad racial de los euskaldunes sobre los demás, etnias. Jactancias nazis. Está visto que no hay pueblos mejores ni peores que otros. Pero nosotros que no queremos meternos en política hemos de manifestar que nos gustaron de siempre las canciones vascas: aquellos zarzicos que nos enseñaron los PP. Jesuitas como el ago guiztian o el amate bi rai zazu etc. Toda lengua es una riqueza. En eso estamos con Unamuno que hablaba y conocía el vasco mejor que nadie. Lo mismo que el castellano. Si viviera ahora los aberztales le parecían algo insólito, esperpéntico, lo más antivasco que se pueda dar. Y por su culpa menudo zurriburri el que aquí se puede preparar, Prevascuences son las terminaciones en briga = baluarte. Así Segobriga que sería el baluarte de la victoria pues sego es victoria. Con dos fórmulas: el prefijo celta y el latino. Así que sego-via o camino Mi pueblo quiere decir Segovia camino de la victoria. El nombre de mi pueblo me entusiasma.Y victoriosas serían por esas mismas Segorbe Sagunto y Sigüenza o Segontia. Parece ser que es un prefijo indoeuropeo pues el ruso la conserva en la palabra segodnia (hoy) con otra acepción En filología no excité el separatismo, la trabazón y la unidad y según eso lo vasco no viene de vénganos ni los iñaquis los trajo la cigüeña desde Paris. Se trata a decir verdad de los españoles más genuinos. Sabino Arana era un iluminado como De Juana Chaos. Los dos están locos. Un nacionalismo de terruño y de campanario hizo que a estos dos personajes se les volvieran los sesos agua. Aunque sigo pensando que pese a todas estas cosas el castellano minado por amenazas exteriores e interiores como las de esos políticos tan nefastos como doña Esperanza Aguirre que quiere hacer de Madrid una ciudad angloparlante – en las escuelas más horas al inglés que al español- goza de buena salud. El gran peligro y lo que puede hacer periclitar la idea de España es el alud inmigratorio. Llegan en verdaderas hordas cantidad y diversidad de gentes como nunca se conoció. Y en los autobuses capitalinos al menos yo escucho todas las lenguas del mundo menos el castellano. Y ni las autoridades ni los propios recién llegados salvo los latinoamericanos hacen gran cosa por la integración o asimilación, cosa que no ocurre en Gran Bretaña y nada se diga de los USA que en esto del idioma son inexorables y más absorbentes que una aspiradora. Eso me aterra un poco. Estas invasiones calladas a las que llamamos eufemísticamente movimientos migratorios pueden acabar con todos nosotros. Aniquilarnos como pueblo en nuestro propio suelo. Ellos son más fecundos y sus mujeres paren constantemente. Ahí está el busilis. La horda nos desborda pero ya digo que lo nuestro es la filología y esta ciencia puede demostrar que el independentismo vasco – y también a los vascos se los tragará la trampa de seguir el alud de etnias sobre nosotros y las vascas tomando la píldora o ligándose las trompas- es un absurdo contra natura. Es la tesis que expuso en un brillante trabajo el profesor Manuel Asensio después de estudiar la Crónica Silense y las glosas Emilianenses. Ambos textos se encuentran en posesión de los ingleses. Las conclusiones de este ensayo paleográfico de ambos libros preliterarios determinan que nuestra lengua romance, aunque derive del latín, tiene un alto componente eusquera. Los cultos en el periodo visigótico gustaban de expresarse en latín pero el pueblo llano lo hacía en el rusticus sermo. Y a la gente se le escapaban vasquismos como chorro y gorra o vocablos provenientes del alto alemán: guardia (ward) y guerra (war). Los textos en cuestión datan del siglo X y son anotaciones marginales a sermones redactados en latín La Glosa Silense es un penitencial. Su origen un monasterio de Álava. El copista indolente o algo ignaro hace estas anotaciones el margen en el dialecto vasco-aragonés que le resulta más familiar. Habrían de pasar dos siglos antes de que el castellano hiciese su acto de aparición en la historia con el poema del Mío Cid lo que no deja de ser algo elocuente puesto que nos hallamos en el milenario de Rodrigo Díaz de vivar. La sonoridad y la marcialidad la heredado el español del vascuence que tiene casi la misma fonética. Los primeros viajeros hacen observaciones sobre este carácter marcial del viejo romance: “illorum lingua resonat quasi tympano tuba” (la lengua de los hispanos suena como un clarinazo). Poseía un dinamismo que le hizo superar los grados de evolución de otras lenguas ibéricas. Su fragua fue la j la ñ la ll y la ch. Estas dos últimas letras han sucumbido a los imperativos cibernéticos de los nuevos diccionarios pero nuestra querida ñ que es tan vasca como la ch se mantiene. Hay extrañas fuerzas misteriosas que parecen querer capar al román paladino de su atávica sonoridad. La labiodental l se convierte en ll en los albores del siglo XI y posteriormente deviene en j. Así.: mulier, conellus, filius devienen muller, coello, fillo y el grado siguiente es la transformación en j a la que los asturianos en su bable no acceden al tercer estadio de evolución dicen que trajeron los moros pero que es absolutamente vasca. La l pasa a ll por la regla de la umläut o evolución. Lar da llar y losa da llosa, lagar, llagar y así sucesivamente. El bable es un viejo castellano sin evolucionar de raigambre vasco-mozárabe. Pero el problema en la vieja fabla romance es sistematizar. Se habla, al igual que el vasco, una lengua forzada, pues hay un vasco en cada bable. Los de Tineo, verbigracia, dicen “tsuna” para nombrar a la luna y los de Llanes “lluna”. Y por ultimo la ñ fue una aportación vascongada a la lengua de Mío Cid. Nada más vasco que chistu y que Iñaqui, pues. He aquí algunos elementos claves para el estudio de un enigma y para adentrarnos en el laberinto español. Y nos ocurrirá lo del gaitero que fue a Salamir, bonito lugar de la costa cantabra, a tocar “pues no tenía donde ir” pero añade la conseja que luego el buen paisanín “no sabía cómo salir”



EL FUERO DE PEÑAFIEL. EL CISTER Y LAS TRES CULTURAS (I)

El Fuero de Peñafiel o Penna Fidelis consuma un proceso de repoblación de la meseta septentrional que siempre nos ha llamado la atención por lo que representa un adelanto de mejora y legislación de los “omes buenos” y de un intento por el avance de las relaciones intercomunales. Curiosamente esta zona en el antemural de la sierra norte de Segovia fue repoblada con musulmanes traídos por Alfonso VII el Emperador tras la batalla de Jaén, algunos se convierten al cristianismo pero la mayoría sigue practicando su religión y sus costumbres a escondidas. Algunas costumbres moriscas las observé yo cuando niño sobre todo en las mujeres viejas que se sentaban ante los hacheros de sus difuntos no arrodilladas sino sentadas en tierra como hacen los árabes. Una aldaba con una mano también había en casi todas las puertas. La mano de Alá. Ocupan la escala inferior de la pirámide social. Son los alarifes de Olombrada y Fuentepiñel (muchos barros y poca miel) los talladores de piedra y canteros de Campaspero que conviven con la población goda la vascongada y la gascona de Valtiendas y Valdezate o los crestas de los tres Castros Fuentudieña, Castrojimeno y Castrorracín (en este último lugar parece que fueron importantente los colonos de extracción islamica como su propio nombre indica) pero en Lovingos son visigodos de pura cepa. En Torradrada las cabras y los arevacos y en Fuentesoto cagaberros que llaman vuelve a predominar el elemento semita lo mismo que el pueblo navas abajo Peñarromán pero la extracción etnica era muy diversa de los de Tejares donde debieron de haber bastantes familias judías. Total que somos un salpicón de razas y un cruce de civilizaciones. El elemento integrados eso de todas todas fue el cristianismo. De lo contrio hubiéramos estado a palos. Y así y todo por unas suertes, por un majuelo, por una fuente o por un almendro siempre saltó la chispa intervecinal. Estos son los orígenes remotos pero casi es peor ahora con tanta civilización. Quizás necesitemos un nuevo Fuero de Peñafiel. Otro de Sepúlveda y otro de Arévalo o de Toro y más Cartas Pueblas para acoger a la población inmigrante. ¿No resucitará Alfonso X el Sabio para que nos cante unas cantigas y dejemos todos de andar a la greña, recelando del otro o haciendonos la puñeta? Uy Dios. En esta zona es frecuente encontrarse con individuos del fenotipo árabe puerta con puerta con pelirrojos y rubios de ojos azules. En Sacramenta y en Sepúlveda parece ser que hubo juderías importantes que vivían en barrios separados. Uno de los primeros condes castellano era Fernando ibn Al sur (Fernando Ansurez) conde de Monzón que se bautizó en la mocedad y señor de estos territorios que por un privilegio rodado que se conserva en el Archivo Histórico pasaron a ser propiedad por granjería de Alfonso III de León a Gonzalo Tellez al que otorga el monasterio de Sancta Maria de Cardaba cum adjacentis et edificis el año 912 el castillo de Peñafiel y el de fuerte de Sacramenia que como su propio nombre indica debió de ser fundación romana. Murallas sagradas. De ellas apenas nada se conserva. Sólo un farallón de lo que fue la iglesia románica de San Miguel perteneciente a los templarios. En 1136 Alfonso VII llamó a los cistercienses franceses – y de ellos hablaremos otro día- cuando ya quedaba muy poco del antiguo cenobio pues en estas tierras de somos pelados y de apartados valles escondidos que cruza el Duratón debió de desarrollarse una importante vida monástica. Se trataba de ermitaños que vivía en cuevas apartados del mundo. Este eremitismo troglodita tiene que ver con el sistema de fundos que trajeron los cistercienses monjes agricultores por excelencia y que se convertirían en templarios mitad monjes mitad soldados. Construyen en los cerros iglesias fortalezas. Las relaciones con el Islam se hacen más difícil así como las diferencias entre las diferentes villas-estado principalmente la citada Sacramenia, Fuentidueña y Cuellar. Los castellanos siempre estuvieron peleándose por cuestiones de la jurisdicción y de las lindes. Nunca faltaron pleitos y rivalidades comarcanas. El Fuero de Peñafiel tiende puentes y trae consigo el amillaramiento de los términos. Se nombra a los concejos integrados por los “omes probos”, los aportillados que hacían justicia a las puertas de las ciudades como Pedraza o Roa junteros de los adelantados o gobernadores en frontera. “No puede ser aportillado quien carezca de casa en una villa y no habite en ella desde San Miguel a la pascua de Flores y no tenga caballo ni adarga, capillo, brahón y lanza con perpunte . Alfonso X el Sabio sanciona el fuero de Peñafiel el 23 de julio de 1260 en compañía de su mejor dola Violante y de su hijo el príncipe de Asturias. Los súbditos se conviertan en pecheros y han de pagar la fonsadera y las marzadgas. Y habrán de acudir a campaña cuando el rey lo dispusiera mediante a la convocatoria de anúteba.



EL REDINGOTE DE LARRA Y EL LUCILO DE SAN FRUTOS

Escribir es llorar, Larra dixit. Su redingote nos viste a todos de pardo silencio. Entre la tumba del Cid y la de Larra no hay más que un paos y ese es el síndrome de este ir y venir que llaman acarrear. O delante de las curas en la procesión enarbolando cruz y ciriales o detrás de los curas a zurriagazos. Una condena nacional pero el abrigo y el tupé del famoso afrancesado son algo muy precario que nos da comezón y de este desosiego turbio a escala nacional todos participamos. Yo peregrino con unción a la tumba del Cid y la de Larra en la sacramental de san Isidro me trae al pairo aunque ello no quita para reconocer que el Pobrecito Hablador dijese algunas verdades.

Hay escritores que son conocidos más que por su obra por una frase suya o un atuendo, una calcamonía en los libros de preceptiva. Y a muchos santos no por su vida y obras lejanas y perdidas en la noche de los tiempos sino por el reguero de mitología que arrastraron a sus espaldas. Porque son un arquetipo. Quizá un comodín algo de lo que tenemos que hacer uso para seguir pensando o para continuar viviendo. Siempre en la lucha, sobre todo, aquellos que nos hemos sentido más inclinados hacia la perquisición de la virtud, de la sabiduría y de todo ese aroma que perfuma a los libros antiguos y a los santos viejos porque venimos acaso de la idea de un soñador para un pueblo. Y yo sentía esa frase en aquellas mañana de finales de octubre camino de mis recuerdos y de mis espadañas a honrar los huesos de san frutos que se guardan en un lucilo policromado de jaspe. Al santo le veo con sus barbas inmersas en la lectura de su libro de piedra en el pórtico de la catedral que nunca acaba de pasar la hoja y, si la pasa, malo; vendrá el juicio final. Y a Larra hecho un pollo pera un tupé la barba rala con un redingote colgándole hasta los pies como una inmensa saya, diciendo displicente vuelva usted mañana. Había intuido el del gesto y la palabra afrancesada que en este país siempre es carnaval o nochebuena. Se pegó un tiro en el numero doce de la calle de santa clara. Nadie le hacía caso. Aquí cada uno va a lo suyo. Murmuran las vecindonas.

-Déjalas que se desahoguen. Así quedarán a gusto.

Aparqué el coche a la entrada no sea fuera a ocurrirme lo que otra vez y la visita accidentada del jueves cuando me llevó el coche la grúa monté en cólera discuto con un policía y me llevaron preso. Cosas que pasan. Las diferentes voces y tempos que conviven dentro de mí en una suerte de esquizofrenia bien avenida y que yo denomino las opciones del alter ego empezaron una de las charlas que acometen cuando estoy solo. Son las tres Opciones, o tres musas como tres soles. Aquel día una de mis musas me recriminaba:

-Estás solo. Tu teléfono fijo y tu celular permanecen mudos semanas enteras, nadie se acuerda de ti, nadie te llama. Sólo tus acreedores del banco por lo de la tarjeta de crédito ya sabes que esa es otra historia. Edificaste su casa sobre arena, Verumtamen. Eres un exilado interior. Te condenaron al ostracismo.

-¿Y qué crees que a mí me gusta la popularidad?

- A nadie amarga un dulce.

- Mira yo desapruebo las mañas de Erostrato aquel griego que quería ver su nombre inscrito en el Partenón pero era un mindundi, uno más y para que se hablara de su persona asesinó a su padre. Tampoco soy la vidente del Escorial que dijo que se la aparecía para salir en los periódicos o el bombero que simula un accidente para declararle el amor a su chica. Yo no soy más que un escritor, un fabricante anónimo de lluvia. Creo la nube, la cargo de electricidad y ya suenan los truenos. Es lo que tiene poner en circulación una idea. No me importa salir en los papeles. Me gustaría bien es cierto ser remunerado en el trabajo y me revienta haber de trabajar para este gran turco que es internet, sistema de control de las personas y de canalización de lo más sagrado. Se que nos estamos acercando al síndrome de la torre de Babel. Se muy bien de que me hablas, Quosquetandem, pero no tengo otra opción.

-Está claro estas haciendo tu pequeña revolución a ciclostil.

-Internet es nuestro samisdat, el único apoyo que contamos los literatos cuando ha muerto la literatura. También sirven para que nos tengan fichados pues se han dado cuenta de que el pensamiento no delinque pero hay que tenerlos amarrados por un por si acaso

-Muy poco me convences.

-no pero la red de redes es un timo. Han mandado a los buenos escritores al pozo airón echándolos al foso del olvido donde será el gemir y el crujir de dientes sustituyéndolos por amanuenses amaestrados y por calcógrafos y cecógrafos.

-¿Y esa palabra cacografía que significa?

- Escribir mierda. Televisión basura, cultura basura. Sociedad postiza, justicia ertsatz. Todo un sustituto. Puto sustituto. Vivimos en un mundo virtual. Todo, apariencia y todo vanidad: mataiotes mataiotetwn kai panta mataiota8. Así nuestra vida se ha impregnado de vanidad. Está corroída por lo superfluo. Ciertamente. Pero ¿qué queréis que haga? Las noches y los días, los días y las noches. Se acabó el interés por la literatura porque se terminó el interés por conocer. Eso nunca se sabe. Mi trinidad interior empezó a discutir. Yo estaba rodeado de pobrecitos habladores que en mis adentros preparaban ellos su propio guirigay. Muchas noches escucho voces. Todas ellas parlando como cotorras y cada una dando su propia versión. Mis demonios familiares eran por este orden: Verumtamen, Quosque y Accipiter. Accipiter lo llamaban que quiere decir el constante el ponderado pero bien pudieran denominarlo Virtus in medio est. Ni que decir tiene que era un hombre de centro y si mañana se celebrasen unas generales y a Suárez se le curara el alzheimer votaría por la UCD. Verum se inclinaba a la extrema derecha y Quosque era un rojo perdido y a esta terna o trinidad presunta que hacían que mis días se tornasen en una perpetua guerra civil había otros personajes unos de inclinaciones místicas como Tantumergo y otro el rabelesiano Saturnino al que le gustaba el vino a las comidas, fumar buenos vegueros y mirar para las chicas guapas. Con todo el más peligroso de todo era un tal Erifos causante de muchos destrozos y de precariedades a lo largo de mis días y de mis sueños. Erifos era gran amigo de los demonios y traía el olor a azufre y el calor de las llamas de Pedro Botero. En más de una ocasión estuvo a punto de arruinar mi vida. Gracias a Dios que Tantumergo devoto de la Virgen María nos sacaba a todos de atascos. Cada uno de estos personajes a los que me he referido evidenciaba un poco el esquema de mi lucha interior. Tanto unos como otros eran buenos dialécticos, convincentes, persuasivos. Los puse a todos a pasear por Corobias para orear sus melancolías. Ya ibamos todos para viejos y habría que mitigar los antiguos ardores. Verumtamen estaba aquel día que le llevaban los demonios, desazonado no sólo por el panorama político sino por la cerrazón de oídos y de corazón de los otros. Le embargaba la impresión de estar viviendo en un país de autistas.

  • no quiero trabajar para el turco. Ser un lacayo de Google y de los americanos no me da la gana.

  • Tú eres tonto, chaval- le increpaba Quosque- y en tu casa no hay botijo. ¿Tú no oíste hablar nunca del efecto mariposa?

  • Herr Schmetterling no hizo otra cosa que copiar la tesis tomista de la comunión de los santos. En efecto, los seres humanos somos vasos comunicantes, pozo artesianos donde el agua fluye. Pero eso no es más que teoría nada más. Aquí los que se llevan el gato al agua son la gente del dinero y el que más chifla capador.

  • Hombre de poca fe. Tú pones una idea en franquicia y da la vuelta al mundo gracias a internete o a la telepatía.

  • La red de redes es un timo. Ha servido para jubilar a los escritores. Guillermito Puerta ha sustituido a Cervantes a Shakespeare y a Dostoyevsky por sus propios calcógrafos. La propaganda y la publicidad ocupan el puesto de la verdad y de la información auténtica.

Verum se sentía un poco aplanado aquella mañana de octubre un poco preguntándose qué he venido yo a hacer con mi vida, inquiriendo si tenía sentido todos aquellos absurdos y adonde habíamos venido a parar y no estaba por la labor de enfrascarse en una de las habituales reyertas con su contrincante. Tenía miedo al Ojo que todo lo ve. Los fantasmas de su niñez poblaban los recuerdos a la vista del puente romano que había sido aplanado y destruido, tupido el ojo por donde discurría el río abotijas aplanado el campillo donde ellos jugaban al fútbol. La piqueta del tiempo había destruido los chalés o casas militares donde él pasó su infancia, no estaba el jardín donde sus padres se hicieron la fotografía al lado del coronel Tomé. Para más INRI aquel día no era el día de san frutos pajarero como lo fue siempre sino el de los derechos humanos. Se preguntó qué es lo que hacía él allí.

  • Has venido a cantar el himno y no te den ganas de hacer el torno. No entres en ninguna taberna que ya sabes lo que pasa al final.

Vio entonces a Erifos con una botella a manera de lanza y una copa a manera de yelmo de mambrino que se paseaba alegremente por los adarves de la muralla. A veces asomaba la gaita por entre una de las almenas. Ponía firmes a los añafileros de su escuadra haciéndoles interpretar cualquier canción báquica. Tú podrás hacer lo que quieras hasta decir misa si lo quieres pero en el día de hoy no cataré una gota de alcohol y no ocurra el desastre de cuando marras. Una nube de viejos se habían puesto a echar partidas al viejo juego de la petanca detrás de las tapias del cuartel de la guardia civil y justo en la dehesa boyal de Enrique IV donde se montaba el ferial por las fiestas de san pedro había construido un parque para niños. En el empalme de la base mixta había nacido una gasolinera y el quiosco donde él bajaba a comprar el arriba por encargo del teniente Resellado que había sido divisionario y se le movía a veces cuando cambiaba el tiempo la metralla le metieron unos partisanos cuando cruzaba el lago Ilmen helado se convirtió en un parterre. Preguntó a uno de los viejos si se jugaba al chito todavía como era costumbre y el hombre no le supo dar razón.

  • ya no jugamos al chito ni a la rana en este pueblo. Tenemos diversiones más sustantivas.

  • Ah si pues vaya.

Continuo su descenso por el camino nuevo abajo. Se habían llevado los tanques de la base mixta y los cañones de la guerra del catorce que aparecían en la puerta principal de la academia junto a aquellas lombardas que debieron de ser de los años de la invencible. En la calle san francisco había cerrado la taberna de prisco, pasó a mejor vida el famoso figón del Vizcaíno y ya estaba casi sin darse cuenta en la misma plaza del azoguejo muy concurrida y vital como siempre. En la catedral no se cogía. Todo un inmenso gentío abarrotaba los laterales y la congregación daba la vuelta por la girola hasta la nave del transepto. Sonaron los violines y atacó el solo su entrada al siervo bueno y fiel. El precentor dirigió fenomenal el concento entre violines y las tres voces. El coro estaba formado por casi quinientas personas. Afinando todos. Todos los años hacía un milagro el santo eremita de las barbas que escuchaba el convierto desde el paramento de la puerta principal sin descomponer el gesto ni mover una sola cerda de sus luengas barbas de granito. Seguía tan calvo como el año pasado y mirando para la misma hoja y el mismo libro de piedra donde el tiempo y la historia permanecían estancados y detenidos.


EL TÍO MONAGO. REFLEXIONES SOBRE EL TABACO


Desde el año 1929 no he fumado un solo cigarrillo. Había en nuestro pueblo un medico que llamaban don Adolfo no sé si lo recordarás y este me dijo un día “monago a que no tienes fuerza de voluntad para dejar el tabaco” como que no y al instante aplasté el pitillo y no lo he vuelto a roer más ni siquiera en una boda ni en un bautizo. Creo que fue una buna apuesta y la gané vaya sí la gané a beneficio de mis pulmones pero ahora que lo pienso el tío Monago también estiró la pata y no demasiado viejo así que eso de fumar o no fumar no es una patente de corso que te libra de la que no perdona a nadie. Pero mi cuerpo abandonó el vicio execrable y el tío monago falleció con los pulmones pero el alma algo tiznada y eso que era muy beato. Varón con una voluntad tan enteriza como la de aquel labriego sería difícil encontrarla en todo el partido judicial. Muy zorro eso sí. Pues ya había llovido en el año 29 fue el crack de la bolsa de nueva York y cayó también la dictadura y vino la dicta blanda. Un general Berenguer por otro general Primo de rivera y en esas estamos del coro al caño chiquitos bua. Decía don Estanislao no sé cuanto que este es un país pendular y eso es una verdad como un templo. Pero fue aquel año cuando el mejor labrador de mi pueblo el que arreaba yuntas de hasta siete machos y hacía los surcos más rectos el que abandonó el vicio execrable del tabaco. La venganza de los indios. El cura don Anacleto dejó también a las mujeres pues era un cura muy corrido y siempre andaba a mozas y se puso ahí en eso un cinturón de castidad pa no meterla donde no debes caray que mucho predicar y poco dar trigo pero ya dijo el refrán tratándose de curas haz lo que yo diga y no hagas lo que yo haga. Pero con el tabaco no pudo. Amonestaba desde el púlpito “si la dejas quieta un mes ella te deja una año y su un año un lustro y si un lustro toda una vida pero la cigarra, amigo, eso es mucho más difícil”. Los curas mandan mucho por estos tesos tienen mucho poder. El que usted fume o no fume me es indiferente. Porque usted deje de encender no se va a parar la rueda del carro ni la del molino pero somos tan cretinos que nos creemos trascendentes y de trascendentes aquí nada oiga que no va a quedar ni el apuntador. Cachis en diez caguen tal. No podrá haber pero seguimos inhalando nicotina y alquitrán y seguimos inhalando toxinas gasta que nuestros bronquios se hagan zarzalillo y nuestros pulmones brea. ¿Por qué se fuma? Nadie sabrá responder. Ya nos lo advirtieron desde que prendimos por primera vez. Que esto cuelga. Crea hábito. Como si nada. No puedo por menos de sentir cierta admiración por el tío Monago. Era un labrador de los que llamaban ricos aunque por su aspecto y catadura nada se distinguían de los destripaterrones que lo rodeaban. Sólo que tenía siete pares de mulas y se permitía el lujo de hacer algunos extraordinarios como encargar al Pedrete algunos cuartos de asado entreaño pero las tierras no le dieron para echarse coche. Viajaba en burro a la feria de Cantalejo. Era tacaño y el par de abarcas habían de durarle un lustro. Lucía unos pantalones de pana que eran un juego de damas de remiendos por culeras y por perneras. Iba hecho un adán. Gastaba camisa sin cuello como era costumbre abotonados íntegramente- con esa compostura de pescuezo tieso aparece el abuelo Toribio en las fotografías. Todos los primeros de año me acuerdo del Monago y hago el propósito de dejar la cachimba. Eso que en Inglaterra llamábamos good resolutions. A los dos días mis proyectos de vienen abajo. Por falta de perseverancia o flojedad volitiva. Luego, cuantas veces intenté dejarlo por lo general siempre te sucede algo desagradable. Riñes con la parienta. O el jefe te echa una bronca. Te sientes más solo y angustiado. Las dos únicas razones que yo miento para no deshacerme de mi cachimba se dividen en dos apartados. El miedo a la muerte. Uno fuma –qué cosas- para participar de esa inmortalidad que es la madera de dios. No me preguntéis si Él existe o no. Sólo sé que a veces lo siento más cerca y estoy como más reconciliado con el mundo cuando sube de la cazuela de mi cachimba las circumvolutas del incienso de quemar mi tabaco Apolo que es mi marca favorita. Soy incapaz de chiscarme otra denominación. He fumado en narguile y hasta en calamet o gran pipa en la cual firmaban los indios la pipa de la paz. El tabaco de Virginia por ejemplo me levanta el dolor de cabeza y hay algunas labores inglesas que llevan alfo de droga. Te “colocan”. El otro motivo es que ahuyenta la soledad. La inmensa soledad de fondo de un escritor. Tabaco y literatura forman una extraña pareja. La dualidad, la disparidad y el disparate de la vida tan absurda tan falta de lógica como crudérrima en el tiempo real. Estoy tan solo que creo que los únicos amigos que tienes en el mundo, los que nunca te traicionan, son tus colecciones de artículos de fumador, las vitolas de algún tabaco que consumiste en horas felices, los envoltorios de algunas cajetillos. Nombres y títulos que son la historia de mi vida. Recuerdo aquel mataquintos el primero que prendí. Era de noche en la plaza mayor de Segovia. Me voy un amigo de mi padre ramón el Catalán anda con que el curilla ya te vas a enterar como vea a tu padre lo apague inmediatamente se me caía la cara de vergüenza. Toses. Arrasaba la garganta como una cuchilla. No hay que olvidar que el tabaco es un irritante pero yo sería capaz escribir un poco la historia de mi vida a través del logo de las cajetillas que va asociado al nombre de las mujeres que amé, a los momentos de triunfo y de tristeza cuando en los duelos la mejor forma de reconciliarse con uno de esos misterios de la existencia para los que el hombre desconoce respuesta la única salida es inhalar y exhalar humo. No somos más que humo y aquí hay que tragar mucha mecha. En la posguerra se llamaba eufemísticamente a los difuntos a los muertos desconocidos por el cariñoso calificativo de los que han dejado de fumar. Y hemos fumado mucho los hispanos. Hasta hace pocos años si te encontrabas a un español no fumador te parecía que estabas ante un caso anómalo. Hemos fumado mataquintos y hasta las flores secas de una malva real que había en el berral de mi pueblo – eran pura grifa-, ideales, celtas largos y celtas cortos, rumbo canario y fetén ducados etiqueta negra y luego estaba el camelo (I will walk a mile for a camel, rezaba un byline publicitario inglés). Con un pitillo en los labios entrmos en la adolescencia y en la universidad, conocimos el amor y la muerte y nos preparábamos para los exámenes. Aguantábamos las imaginarias de la mili, esperábamos a la novia o aguardábamos al tren. Hay que aguantar mucha mecha pasar bastante humo y si no fumas ¿qué haces? Colgado sobre el vacío pingando mi existencia somos tan aleatorios y fruto de tanto azar que parece que a veces el cigarro te da una respuesta o nos parece que te da solución a lo que insoluble es. Cuando no hay remedio pues litro y medio dicen los beodos pero la “venganza de los indios” dentro de los vicios me parece menos dañino que el alcohol y aunque quien no conoce a los hombres no conoce a los vicios ofrecer el tabaco de la amistad me parece una suerte venial inocua dentro de lo que cabe. El tabaco es pensador e intimista, dicen que activa la inteligencia y que por lo común hay pocos fumadores que enfermen de alzheimer. Alguna cosa tenía que tener buena la entupida costumbre que crea dependencia. En Inglaterra yo fumé a lo primero Number 6 y Woodbine y cuando sali de menos pobres empecé a consumir Embassy. En nueva York donde el tabaco era baratísimo en los EE.UU. conocí todas las marcas y suculencias del rubio puro sabor americano. Enumerar cada una de las marcas sería largísimo y aquí viene una observación filológica. Denominación en inglés es marca y en alemán que es lengua pariente denominación quiere decir fuego. Nos quemamos los pulmones. Rescoldos somos de la gran hoguera pero el fuego tiene un carácter purificador y se ofrecía el fuego sagrado en los turíbulos. En Roma estaban encendidos los pebeteros y no había serenos, sólo había porta antorchas. Era justo y necesario incensar los altares de las vestales con vaharadas de olíbano. Fuego que se quema el río.

Yo he fumado [y perdonen si hablo tanto de mí mismo] lo mejor de Vuelta Abajo, vegueros de hasta 20 € corridos y de las pepitas marrones de las malvas del berral, secaban las flores pero mantenían el tallo tieso y los amenitos de los que utilizábamos para liar fijos. Targaninas y mataquintos y hasta tabaco de papel de estrazas me he llevado a mis labios pecadores. Si los nenúfares se tienden humildes en señal de acatamiento horizontal esta flor del tabaco es siempre erguida y desafiante algo así como un caballo desnudo o un falo en erección desafiante y cara al sol. El humo del tabaco es rescoldo altanero. La gomorresina es posible que reduzca el oxigeno en sangre pero activa la pía mater del cerebelo y da coraje o cuando menos una sensación de coraje para arrostrar los peligros de la existencia.

¿Por qué se fuma? La humanidad es un tanto gilipollas. ¿Por qué nos iniciamos en este vicio desconocido hasta que un marinero de Colón lo trajo de América? Yo creo que por ese deseo de normalidad, que nos empapa, y luego dicen que el tabaco aleja el hambre y por tanto adelgaza (qué tontería) de que todo marche acorde con nuestros pasos en ese business as usual de los tenderos ingleses. En el Yorkshire yo compraba paquetes de aquel Navy Cut de forma ovalada en una shop round the corner a una señora anciana que tenía una pierna cancerada y no había fumada nunca. Era tan pobre que no tenía para pagar la eléctrica y te despachaba a la luz de un candil. El miedo a lo desconocido o el anhelo inconfesable de que no me pase nada de que no me operen - ¿el cáncer? Eso siempre les ocurre a los otros- es un aliciente. Por otra parte puede que este vivió de la hoja del tabaco que tanto disgustaba a Quevedo y quien a pesar de no fumar era zambo medio cegato y muy listo tenga que ver con un anhelo onírico de inmortalidad y de perpetuarse a sabiendas de que no somos más que una caprichosa vedija que adopta formas voluptuosas en el aire cuando sube la nube. Son los registros de la inmortalidad que nos convoca la voz de eterno y el retumbo del eco del paraíso perdido. Se manifiesta en ese horror vacui. El pánico que nos acomete al encontrarnos en un lugar solitario cuando transitamos por un parque una noche de luna parece que se desvanece cuando tiramos de petaca. Al propio tiempo mis memorias de los intentos fallidos por abandonar el fumeque – y voy a cumplir 64- son poco agradables. El día que dejo de fumar o me riño con la parienta, discuto con el jefe, se me pincha la rueda del coche, me olvido el móvil en casa, pierdo el autobús o recibo una notificación de multa que me pone de un humor de perros. En la vida moderna estamos condenados perpetuamente a las prisas y al mar humor. El cigarrillo dicen los psicólogos que parece tener con el chuparse el dedo intrauterino. En esto encuentran acreditados autores una querencia onanismo, uno busca las talanqueras del claustro materno para ponerse en seguridad toda la vida. ¿Fumamos por la misma razón que el adolescente se masturba? That is the question. Buena pregunta. Volvemos a la posición fetal y al rollo al pezón de la madre qué agustito. A Winston Churchill le debía de pasar algo de eso. Por eso era mucho más vigoroso, contumaz y amenazante con un puro en los labios. Cuando no lo tenía parecía que le faltaba fuerza al líder británico. Y su cara y ojos de dogo parecían transformarse en el de un bebé. Fumamos como cucarachas y la verdad que también nos sentimos en cucaracha el animal que metamorfoseará el hombre moderno según explica esa nueva Apocalipsis laica que refleja la obra de Kafka. Churchill era un inseguro. Necesitaba asideros y una agarradera buena en las grandes crisis era el veguero, costumbre que adquirió cuando fue corresponsal en la guerra de Cuba y era un espía a las órdenes de la Cadena Hearst. Fumar o no fumar es indiferente. Todos tenemos que morir. Esa es la fija. Todos los mortales somos productos fungibles y llevamos estampada en la frente una fecha de caducidad. Como un código de barras. Hagas lo que hagas nunca te pasarás de fecha. Por eso yo me acojo a sagrado de la iglesia – algunas cachimbas tienen la forma de narguile- al sagrado de mi pipa. Es mi mejor amiga. La que nunca me falla. Los cigarrillos los dejé hace muchos años. En Inglaterra me cambié a omo pues allí las labores eran tan fuertes que tenía que utilizar boquilla. El humo te raspaba la garganta, anegaba tus fosas nasales, encrespaba tus migrañas. El pernicioso irritante ha acabado con mi sentido del olfato pero éste tan desarrollado en otros mamíferos – el perro sobre todo y ningún animal fuma y viven mucho menos que el ser humano, otra paradoja- al ser humano no le sirve de mucho salvo para oler las tostadas quemadas tras el desayuno. Y aquella cachimba que compré en una tienda cerca de Oxford Street que denominan el Paraíso del Fumador me daba empaque, solemnidad y oficio. Dicen que el hábito no hace al monje pero en los brazos debe de esconderse y quemarse el secreto de la buena literatura. Flaubert era un empedernido fumador. De sus botafumeiros contenido que se convierte en carburante de la imaginación y continente incombustible, toquemos y quememos madera, nació como Afrodita de la entre las aguas Madame Bovary. Todos aquellos aprendices de novelista lo primero que hacían era echarse bigote y comprarse una pipa de espuma de mar que dicen que era un afrodisíaco y compulsaba los sueños oníricos. Ciertamente Graham Green que tenía bastante mala leche padecía el síndrome de los conversos de la hoja detestaba a los fumadores. Pero él fue un borracho toda la vida y ves el chache pues así es la chacha. El inglés nunca fue capaz de crear personajes como el jorobado de Notre Dame creado por Victor Hugo y es que etilismo y literatura no se compadecen – Poe era un alcohólico y en estado de ebriedad redacto una prosa tan excepcional pero es una excepción y los libros de Graham Green me parecen estar escritos con resaca. Son una clase de novelas que sólo pueden gustar a loco avisados en materia literaria a los paladares poco exigentes y a los papanatas como a don Juan cruz. En este momento me acojo a altana. Me acojo al fuego sagrado del humo de mi pipa. La vida se redujo a escribir, comer, fumar, pipar y cagar, a veces algo de caminar Doy una calada veo las nubes de colores inmerso en los reflujos de un nirvana al rescoldo del muro protector de los cierzos bajo las inclemencias de una mampara que me dispensa de los rigores del resistero y de las inclemencias de las noches heladas e incluso de los escupitajos de los que me profesan homecillo me tienen malquerencia. Ahí me las den todas me digo. Mientras veo ascender en círculos psicodélicos las vedijas de mi cazuela me parece como si alzara el vuelo alejándome de las miserias humanas. Allá abajo todo es tan pequeño y ahí arriba tan excelso e infinitésimo. Los Ángeles buenos de buena hipada me cogen del brazo y me suben en volandas. El Apolo no es un tabaco delicado. A veces entre la picadura me encuentro estacas y otros elementos poco a propósito para riscar en la soledad de mi alma. El tabaco me descubre una verdad: estamos solos en el universo. Las cacimbas que me fumo más a sabiendas son aquellas inhalo y exhalo en plena soledad porque a diferencia del fumador de cigarrillos nervioso coloquial y sociable el de cachimba y el de cigarro puro rinde culto a su vicio de forma diferente. Es como el paso de un buey y el tránsito de una ardilla. Para Oscar Wilde abandonar la cigarra es la cosa más sencilla del mundo. Lo duro lo verdaderamente duro en esto como en la vocación religiosa es la perseverancia. Yo he dejado miles de veces de fumar-toquemos madera que esta no sea la definitiva- en otras tantas good resolutions de año nuevo, pero he vuelto siempre a casa por navidad. Si acabas de dejarlo hace una hora o a lo sumo un día, el humo te sabe mal pero es gloria bendita cuando regresas a los brazos del dios evanescente al cabo de un año o así. Te encuentras a gusto en medio de sus cendales de calima no quieras saber más. Yo he conjurado mis angustias en el estanco. Por eso ya digo que me pareció siempre un falso profeta el tío Monago que amen de zorro mala persona camándula y fariseo y algo puritano porfiaba en falso. Creía que por no fumar no se iba a morirá y se lo llevó una pulmonía a los 62 años. Los cigarritos me han servido de palio, capa pluvial y nave al pairo contra las desdichas y capear algún que otro temporal en mi vida. ¿Qué hacer cuando percibes tu indefensión ante la malicia, la zorrería, la intolerancia o la codicia de tus semejantes o el desamor y las atriciones de la mujer amada? Pero la humanidad no tiene remedio siempre anda a la caza de chivos expiatorios y de culpables para que carguen el mochuelo. La jodienda no tiene enmienda y acaso el fumeque. Y siempre se muere “por dó más pecado había”. Fumando muero contento y eso que me voy a llevar. La golilla el gaznate y hasta las entrañas pueden estar más negras que las calderas de pedro botero pero más negras y deleznables son las almas de algunas hermosas que lucen palmito por la televisión. La Campos hubiera sido mucha mejor mujer si no hubiese dejado de fumar. Ahora tiene el tabaco hecho caso omiso de la lluvia ácida el cambio climático y la deforestación global el tabaco. Ahora que se han cerrado las puertas del infierno y no hay purgatorio ni limbo y los pulpitos, pues los curas parece que están acojonados cuando predican, han echado el cierre por falta de quorum y a los predicadores apenas hay quien les haga caso que de los púlpitos y ambones con tornavoz tomaron el relevo esos bustos parlantes tan estirados de las noticias de las tres de la tarde hechos un brazo de mar con muchos puños y cuello duro que nos exhortan a vivir sano y nos amenazan con los fuegos del infierno del tabacador. Ya no hay pecadores pero siguen existiendo fumadores. Y estos savonarolas de ágora mediática les coaccionan a renuncien a su vicio y abjuren de herejía. Yo no abjuro aunque sea de levi ni aunque me aspen.


MI MEJOR FOTOGRAFÍA


Los monjes rusos cantan el Akathistos en esta mañana tibia y soleada de enero, San Antón. Soledoso estoy. Tiro de archivo y este invento maravilloso de un judío norteamericano, Guillermito Puertas, ha dado la oportunidad a los escritores que escriben con tesón pero a los que con un tesón no menos sospechoso se les cierran las puertas de las editoriales. Gracias. Willy Gates, tú llevas el fuego sagrado y la magia del verdadero Israel. La chispa que enciende el mundo: la palabra. A la palabra agregaste la imagen. En ti se consuman los dones del Espíritu Santo en el Cenáculo y ello nos convierte en antorchas vivientes nuestras almas. Por él. Con él. Y gracias a él, cuelgo esta diapositiva en la Red de Redes que ha cambiado el mundo. Esta fotografía está tomada en Fuentesoto (Segovia) el año 1976. Aparece a la puerta un hidalgo castellano, Pedro Delgado, con su mujer la Vicente. Al fondo aparece cose en una silla baja de anea la hija que no se casó: Pili y detrás la puerta solemne de cuarterón al fin de la corraliza o lo que llamábamos la portada. En Pedro con su cara alongad, la voz clara y los ojos algo pitañosos, con su boina, que se sienta igual que un rey, veo la efigie de mi abuelo Benjamín. Eran primos carnales. Esta instantánea me recuerda mi infancia: una época cuando iba por los botijos de agua a la fuente grande, los olores aquellos olores de las pobedas autentico perfume al pasar por la huerta donde estaba el manzanal del médico, los del berral, los de la pobeda y el olor del gallinero y del bardal, calor humano. Largas tardes de trilla bajo el resistero de agosto y los fríos de las heladas mañanas de enero cuando jugábamos al Zorro pico zaino en el callejón. Aquí está, o infancia representado en la sonrisa triste de este castellano que labró la tierra con coraje y que nunca salió de pobre. Recuerdo que mi abuelo Benjamín me reñía el pobre porque, amigo que me era yo de su hijo Vicente Delegado que por cierto ahora es millonario y se lo ha ganado trabajando en la construcción – es la mejor herencia que pudo legar este hombre de Fuentesoto a sus hijos: la laboriosidad, la hombría de bien, a sus descendientes- me hacía el roncero e iba a su casa a que me dieran de merendar, lo que llamábamos “tomar pan”.

-Son pobres- decía el abuelo - ¿A qué tienes que ir tú a casa de nadie?

A los ocho años no se comprende bien lo que significaban estas cosas pero yo no me separaba ni a sol ni a sombra de mi amigo Vicente que andaba con las albarcas y conocía el nombre de todas las flores del campo y todos los árboles y me enseñaba muchas cosas que después no he conseguido aprender en los libros. Para mí Vicente era una especie de dios. Gracias a su protección no me sacudían estopa los chicos del pueblo que eran algo brutos y a mí me tenían por forastero y no me admitían en ninguna cuadrilla. La merienda consistía en una rebanada de pan que la Vicenta sacaba del arca y un casco de cebolla. ¡Qué bien sabía aquel pan! Manjar de dioses. La casa estaba frente por frente de la de mi abuelo al otro lado de un arroyo de aguas bravas y las carretera por donde pasaba el coche de línea y a mí me impresionaban aquellas puertas carreteras de pino envejecido talladas a flor con una azuela y el picaporte que era un furaco de roble. No encajaba del todo bien y debiera de tener sus doscientos años. Era de las primeras del pueblo cuando el pueblo por orden de Carlos III y pasados los baticores de la Reconquista fue edificado en aquel barranco. Antes estaba situado en lo alto de un cerro pelado. La iglesia que debió de ser de tiempo muzárabe con algo de románico y de gótico se convirtió en cementerio. Un cementerio a la que le escoltaba una olma milenaria aunque abajo en el soto había otra que era mucha más vieja bimilenaria y a lo mejor coetánea de Virgilio y de las legiones romanas que también debieron de acampar en Fuentesoto cabe a la fuente en el roquedal a la que nadie conoció secarse. Salía un raudal impresionante en la que llenábamos los cantaros y los botijos. Los cantaros o hidrias eran cosa de mujeres. A los chicos nos estaba reservado el derecho de implar el botijo. El agua hacía gluglú y era como estar delante de un cristal. Abajo los cantos rodados parecían perlas. Las mozas solían entretenerse más de lo conveniente con sus novios y en el pueblo se decía cuando se veía a un mozo y una moza juntos cerca de la fuente “esos ya hablan” para significar que habían formalizado las relaciones de un eventual noviazgo. Al Tío Pedro Delgado le tengo grabado en mi memoria siempre camino de misa el pobre andando con dificultad camino de misa ayudado de dos cachavas. El reuma hacía estragos en aquel barranco insano y húmedo. No sé cómo pudimos sobrevivir a aquellos años de hambre, de dificultades y carestías económicas de posguerra. Como era pobre sus pantalones de pana los lucía como los escaques de un tablero de dama un remiendo de un color y otro de otro y el tapabocas o bufandas con el que se guarecía de los cierzos malignos en aquel valle de tantas corrientes – el clima era rigidísimo- muy zurcido por la Vicenta que era hacendosa y todo lo apañaba. Era muy creyente como mi abuelo Benjamín de una fe vieja y rancia. Además de primos eran amigos y se sentaban en un banco de madera nueva que parecía un arca al lado de la sacristía detrás del Tío Bernardo y el Tío Gregorín los mayores, los ancianos del pueblo. El Tío Bernardo fue alcalde. Nunca he visto envejecer a la gente en medio de tanto respeto y dignidad. ¡Ay aquel cristianismo sólido simple sin demasiadas alharacas de aquellos años! Fe de los ancestros muzárabes. Fuentesoto era vigilado por la presencia de la muerte. Aquella torre del viejo cementerio románico presidiendo la vida comunal no se nos despintaba jamás. Ahí tenemos que ir. Ahí acabamos todos. En ese cementerio del que he escrito bastante pues es una joya arquitectónica y en el que en los años 60 descubrí cruces templarias. Fuentesoto estaba en el limes o frontera. Se fraguó en la lucha contra la morisma. Cuando acabamos con los sarracenos nos seguimos haciendo la guerra los españoles contra nosotros mismos. ¡A ver qué vida! En este rostro de Pedro Delgado añoro el tiempo que se fue cuando la vida era más sencillas, no había tantos egoísmos ni envidias. Pobre y cristiano viejo. Como yo he querido siempre ser pero hidalgo. Una hidalguía que ha fenecido en la vieja Castilla que “face los homes y los gasta”. Lo dice el poema del Mío Cid. Y en este rostro apergaminado del Tío Pedro está escrita un poco nuestra historia. Recia. Hecha de sufrimientos y de austeridad y de fríos cierzos a los que se combatía con el tapabocas. Y ardores de agosto en la obrada o en la trilla que aliviábamos con agua fresca del botijo y el vino del barril que nunca faltara. En casa de mi abuelo que era labrador rico este elemento no faltaba y algunas veces le mandaba con mi amigo Vicente y conmigo un jarrillo de vino de la cosecha y a veces hasta una cántara.

-¡Pobres!-decía el Tío Benjamín- El caudal no les alcanza.

Mi abuelo Benjamín cuando iba a las tierras se metía al coleto dos y hasta tres botellas. No le hacía daño. Nunca lo vi borracho. Y es que aquel vino que yo he buscado por muchas tabernas del mundo sin encontrarlo, daba fuerzas. Era verdadera sangre de Cristo. Vino autentico de la ribera. Un Vega Sicilia siempre a nuestra disposición. Aunque pobres éramos ricos.


ANDRES LAGUNA DEFENSOR DE LAS TRES CULTURAS ( Lanza, 13 de noviembre, 1994)

Viaje a turquía es la novela principal del médico segoviano Andrés Laguna que no por poco conocida es menos indicada para entrar en la problemática del siglo XVI amen de entrañar una actualidad palpitante en grado de profecía. Los problemas abordados entonces palpitan en la Europa y en la España de hoy: el misterio del surgimiento u difícil convivencia de las tres religiones monoteístas con una historia por la cual corre la sangre y que está plagada de suspicacias y de prejuicios. En el nombre de dios. Se dice que en nombre de dios se han estado matando durante siglos. Esto es cierto sólo en parte. Detrás de las diferencias teológicas subyace un conglomerado de intereses creados de matiz económico. Pero hay sobre todo miedo al otro. Al que es diferente. Al que reza de otra forma, no viste igual, coime diferente y tiene otros hábitos o una pigmentación diversa de la piel. Viaje a Turquía está escrito en una prosa tersa amena y llena de encanto. Rehuye de la retórica en la cual suelen incidir nuestros clásicos. Resuma tolerancia y humanismo dentro de un retablo narrativo en el cual no faltan ni la resignación ni la irreverencia de las gran novela picaresca. Traza una panorámica en la cual los judios los moros y los cristianos viejos y nuevos a veces se odian a veces se desprecian se man o se entienden bajo cuerda. Constantinopla (Istambol para los sefardíes) siempre estuvo en el corazón de España. Bizancio es el sincretismo de Mahoma de moisés y de Jesús de Nazaret y un salpicón de razas y de culturas. El libro está escrito en plan gran reportaje redactado sobre una prosa amena y nerviosa que refleja el mundo de 1557 y que parece haber sido escrito ayer. Cristóbal de Villalón pseudónimo bajo el cual se oculta el humanista segoviano y médico del emperador Carlos v Andrés laguna hace la relación circunstanciada de la vida de un galeote de su dieta de su higiene precaria que no era óbice para que todos estuviésemos buen músculo. Tomaban bizcocho remojado con algún refresco aceitanas y miel. Habla de lka hedentina y del olor a humanidad sudada y sobada en los sollados malolientes y sudados de los fayados o salas de maquina de las galeras donde se trajinaba a golpe de rebenque. Los piojos las pulgas y la liendre estaban allá abajo. Era el mundo de galeras. Cada embarcación iba comandada por un patrón o capitán y un cómitre un alguacil y un escribano 50 ballesteros y 20 arcabuceros. Todo ellos eran gente de cubierta. Abajo en la mazmorra estaba la chusma 150 forzados bajo la mirada del arraez o capataz al que cumplía la obligación de “arrear” el remo haciendo triscar la tralla o rebenque. A los penados o bogavantes sentados en los bancos de proa se les denomina proeles. A los de popa espalderes. Tras ser apresada la escuadra del emperador consistente en 37 navíos y más de tres mil cristianos entre marineros y gente de guerra el protagonista pedro de urdemalas relata su odisea y nombra todos los puertos en los que atracan el bajel g. Cárcel del turco: Estambul Patras Lepanto puerto león Gallipoli. Llegados a su punto de destino los cautivos se convierten en esclavos del bajá. A fuerza de ingenio simpatía y derroche de astucia y no pocas dotes de simulación pedro de urdemalas logra abrirse camino y sobrevivir en la Constantinopla de mediados del quinientos. La urbe fue tomada por los turcos en 1453. al principio los imanes fueron tolerantes con los cristianos que según hace notar laguna en su obra es una religión superior y eso lo decía un converso pero humanista aspiraba a un cristianismo evangélico. Dice que esta religión resulta un verdadero grano de mostaza que crece y arraiga en fortaleza en tiempos de persecución. Es la idea que repetiría después Nicolás Berdiaeff. Es el misterio de la ortodoxia como mansa fuerza de choque contra el hervor de las sectas que subsiguen a los furores luteranos y a todas las herejías habidas y por haber. La idea de defensa de la ortodoxia fue puesta en orbita por un judío como enseñanza moral para un catolicismo demasiado pagado de sí mismo. Andrés Laguna constituye una de las grandes torres de la literatura castellana. Era un converso insistimos nada tolerante y dogmático a diferencia de otros que llevados de un futuro de tornachaquetas los arrepentidos los conversos en el sentido peyorativo de la palabra que damos los españoles a aquellos que hacen cursillos de cristiandad y se vuelven más papistas que el Papa o los que dejan de fumar y se trastornan casi maniacos acérrimos contra el e3ncendedor y la cajetilla. Lo dice una de las lumbreras de nuestro siglo de oro y cuya personalidad me atrae cada vez más. Esa furibundia que alcanza el grado de furibundia donde las ideas alcanzan un grado personal y no hay mas que entrar en los chats de religión y en los foros de ateos sobre cuyas teclas y pantallas se dibuja la nariz corva las espaldas cargadas de Torquermada. Pero ello forma parte del misterio de la historia de España. Tanto laguna que fue profesor de hebreo y de griego en la universidad de Alcalá de henares como Cervantes no se cansaron de ridiculizar a los orates pero con la iglesia hemos topado sancho. A causa de estos tornadizos la vida española de antemano siempre precaria a causa de la envida y la emulación debió de volverse difícil. Menudearon las denuncias al santo oficio. Se barrían herejes debajo de la alfombra se vigilaba las costumbres sospechosas y los escritos y las palabras de los dómines eran analizados con lupa. Laguna debió de pasarlo mal y volvió a sus hierbas y a su cirugía. Castilla era un hervidero de fervorines mesiánicos. Las aguas del río se había saludo un poco de madre al cabo de los movimientos comuneros y de las germanías que tenían una raigambre social de denuncia contra los poderosos nobles flamencos como Adriano de Utrecht pero eran de cuño religioso y una maniobra de ida y vuelta que preconizaba el advenimiento de la reforma. En el reino de valencia las germanías estaban impregnadas de una cargazón revolucionaria inusitadas y en Castilla se empecinaban algunos exaltados frailes en anunciar la llegada del fin del mundo. Al emperador lo consideraban el anticristo. Cervantes trata de no entrar al trapo con la frase que citamos más arriba. Pero el medico segoviano tanto en el Crotalón como en su viaje a Turquía se muestra decididamente anticlerical. Y apunta una idea que luego habría de remachar el padre isla en su Fray Gerundio con esta ironía que es una verdadera perla: Necesitamos púlpitos de acero en España que de otra forma los furibundos y malhadados clérigos todos lo hacen pedazos a voces. Parécele que a porrazos han de defender la fe de cristo. Feijoo trillaría en la misma parva poniendo en ridículo a los escolásticos con un siempre las mismas voces las mismas disquisiciones los mismos razonamientos en los paraninfos. Y esta postura de profunda religiosidad alegría de vivir y deseos de poner enmienda a los errores de sus contemporáneos le vuelve sospechoso de disidencias y es posible que el lazarillo de Tormes saliera de su pluma. Estamos ante una de las mayores obras de las letras castellanas solo parangonable con el Buscón y el quijote pero ¿Andrés Laguna? No quiso firmarlo. Lógico. Los sabuesos del santo oficio andaban a la caza. En el estilo se percibe la donosura y llaneza la campechanía de los segovianos y Laguna era segoviano a machamartillo mucha sorna inteligente buen talante y donoso en el decir y algo redicho.

Su viaje a Turquía no es sólo una interesante novela de aventuras y un puntual tratado de geografía en un tiempo en que los conocimientos de otros países eran mítico y la noción que se tenía de Bizancio era como referente de los libros de caballerías. Por eso es de una solercia literaria impresionante y magistral su descripción de las costumbres de los monjes del Monte Athos con sus cinco cuaresmas, la vida cenobítica en cavernas escarpados, el rechazo a la presencia de la mujer porque en los monasterios no se admite la presencia de ningún animal hembra. Al propio tiempo indaga sobre el alma humana y retrata la mentalidad de los españoles de su época. Tiene la costumbre el español, observa, de olvidar de su patria, bendecir lo extranjero y tratar mejor a los forasteros que a los indígenas, cuando repasa los Pirineos. En las mismas seguimos y esta observación la hace un autor del siglo XVI.

Torrezneros

La verdad es que somos un poco torrezneros. Por sus páginas desfilan vizcaínos que ya por esa sazón eran los mejores marinos de la escuadra “gente amiga del buen comer que habla mucho y atropelladamente opero que es muy noble. Hablar atropelladamente. ¿No será esa una herencia vasca adherida a nuestros genes?. La ponderación y una cierta ternura y compasión ante los pecados ajenos son la mejor cura que propone el galeno segoviano a lo males nacionales. Andrés Laguna no se calla un pelo y canta las verdades del Barquero con ese desparpajo y la franqueza que caracteriza a los hombres de su tierra. Viaje a Turquía fue escrito en 1558 el año de la muerte del Emperador. Su autor combate el oscurantismo y la superstición. Era amigo de Erasmo y de Luis vives y con las hierbas oficinales que conocía bien pues ya desde niño salía a comerlas a la zona de Tejadilla y que maja con el mortero hace autenticas maravillas. Las enfermedades más difíciles no se le resisten a sus curas homeopáticas a base de centaura y escamonea una plantas que crecen en los campos de Segovia. La escamonea le fue bien al cesar para su gota pero no tuvo el remedio que éste le pedía para curar la impotencia. Carlos V según sus cronistas acudió a la santería y fue a ver a una saludadora de Cabreros que decía realizar maravillas con los desganados pero el emperador que quería tener hijos y aunque la buena vidente le dijo que viviría treinta años y podría engendrar más niños moriría al cabo de poco tiempo en una húmeda celda del monasterio de Yuste. La medicina a Andrés Laguna le salvó la vida pues estando cautivo en Constantinopla fue requerido por el sultán al que desembarazó de unas fiebres y este en pago le otorgó la carta de la libertad. Curandero de su honra el doctor regresa a España visitando Paris y los países bajos. El viaje de vuelta no fue nada sencillo. En Grecia hubo de disfrazarse de monje y visita una de las tebaidas más celebradas de la cristiandad: el monte Athos. Allí recibe protección del idumeo y es el primer español que consigue poner el pie en cada uno de los 22 monasterios que conforman esa laura. Son los “papas” o “popes” los que le libran de otra persecución de los turcos.

Enjundiosas son sus reflexiones sobre las diferencias entre la iglesia griega y latina pues dice:

Ellos viven a la evangélica. Sus iglesias son pequeñas y no tan fastuosas. No hay canonjías ni prestameras o beneficios eclesiales y viven de lo que el pueblo quiera dar. Siempre andan haciendo santiguadas y tocando la tierra con la frente y cantando kyrie eleison. Y sus oficios son muy largos como nuestros maitines en Nochebuena y dicen en todas las misas las oraciones que nosotros sólo decimos en Viernes Santo9. Tienen cuatro cuaresmas y a la de la pascua de resurrección llaman gran pascua. Es la mayor y mejor fiesta del mundo. Todos se besan unos a otros y se saludan con la frase de Xristós anesti a lo que responde el otro: alithos anastasi (Cristo resucitó... verdaderamente ha resucitado”

La obra del inmortal galeno segoviano, entomólogo y botánico aparte de un gran escritor corografico se puede codear con los grandes de las letras castellanas pese a ser un autor poco conocido. Todo un humanista por lo que su lectura se hace del todo recomendable. Los tiempos de cambio que le tocó vivir son muy parecidos a los actuales. Este hombre galaxia Guttemberg se convierte en un prometeo de la galaxia MacLuhan. ¿Qué hubiera sido si Laguna llega a conocer Internet y Aprovechado sus inmensos recursos? El viaje a Turquía parece haber sido redactado ayer mismo y haber salido calentito de las planchas que entonces se decían tórculos. Sus libros son una buena pagina Web. El paso de los siglos no las hizo perder nada de su primitiva frescura. Por su fascinación ante lo nuevo y su tolerancia ante otras culturas su amor por la belleza y la verdad y por el humor casticista que le caracteriza. Es el suyo el humor de los sabios.




EN EL DIA DEL GLORIOSO ESTEBAN PRIMER MÁRTIR


Protomártir ( de protos, primero) como protagonista, protomedico, protoplasma, lo primerito, como la gtorre de san –esteban aquella que levantga sobre los cielos de Segovia su aguja al cielo igual que una espingarda. Permitió dios que el primer mártir cristiano derramara su sangre ante los verdugos de la sinagoga y eso es figura de un significativo simbolismo sino que es también un vaticinio de los aconteceres del mundo cuando empieza la segunda década del siglo XXI. Quizás muchos no hayan reparado en el mismo y otros- pñor desgracia en este cupo está el Vaticano- miran para otro parte y echan balones fuera cuando ayer día de san Silvestre de 2010 y ewn una iglesia de Alejandría, la ciudad egipcia que después de Antioquia constituyó las primeras comunidades eclesiales en el siglo II fueron masacrados treinta cristianos y otros tanto resultaron heridos que asistían a una misa de medianoche. No basta con condenar el terrorismo venga de donde venga con vagas palabras y gestos ineficaces como ha hecho esta mañana Benedicto XVI esta mañana dia de la circuncisión del Señor sino aludir a las causas. Está visto que nadie se atreve a poner el dedo en la llaga pero a mí me duele el holocausto de esos buenos marinitos asesinados en misa. Han seguido el mismo camino del cielo que inició san Esteban. Vidi oculos apertos et Christum stantem… Domine, ne statuas illis hoc peccatum. Inflamado por el espiritu de Dios confundía a los de la Sinagoga más allá de lo que pudiera tolerar su soberbia



ENRIQUE IV Y LOS JUDÍOS


Se ha intentado comparar a enrique cuarto mal llamado el impotente con Carlos II el Hechizado pero todos los historiadores son contestes de que no puede haber parangón tal. El Trastamara era valiente- fue el primer monarca que devolvió a España el peñón de Gibraltar y resultó herido en la toma de Archidona al poco- vicioso amante del vino y de las mujeres aunque es posible que también de los mozos y la sospecha de su bisexualidad no probada habrá de ser investigada por los investigadores, muy poco rezador y su amistad con los moros le hace ser sospechoso a algunos de sus contemporáneos de sectario de Mahoma. Le gustaba la caza, correr toros y cañas y más de alguna vez se le vio en algún torneo sobre el palenque pese a su horror a la sangre por las heridas inferidas en el asalto a las almenas de Archidona. Mientras el Austria era un imbecil y un caso clínico de los desastres a los que puede llevar la naturaleza: enano, casi deforme y supersticioso, puesto que creía en fantasmas y en aparecidos. No Enrique IV no fue el baldón de la monarquía absoluta ya que en su época de convulsiones, revueltas y aventuras se crearía el germen de la unidad de la patria. Su hermanastra Isabel va a recoger el testigo. El más calamitoso reinado que convirtieron a España en una caricatura de sí misma fueron dos: uno absolutista con trazas de constitucional el de Fernando VII y otro constitucional con trazas de absolutista el de Juan Carlos I al que puso Franco. Éste no solamente no ha recuperado Gibraltar sino que entregará Ceuta y Melilla a su primo el alauita y puso el país a los pies de los caballos norteamericanos que estampan sus cascos apocalípticos contra el empedrado internacional; la eventual secesión de Cataluña, el pavoroso desempleo juvenil, la llegada en masa de inmigrantes de todos los rincones del planeta y seres tan despóticos y repelentes como Esperanza Aguirre, aznar don José Mari, ZP, Federico Trillo, Bono don José, el Chavez, Rajoy don Mariano soplando gaitas y doña Trino la colona la canilleresa que pasa la mano por el lomo a la Obamesa y por supuesto Rubalcaba, ZP, y ese león de Grau catalán arbitro de todas las instancias y caldo de todas las salsas Pujol el caganer, que recuerdas a los antiguos validos medievales siempre a la caza de un momio y defensores cada uno de su parcela local para afianzar la privanza. Con don enrique España aun en agraz se estaba fraguando mientras con don Juan Carlos se descompuso y esto parece la corta de los milagros trufada de una turba de soplones y aduladores: Herrera en la Onda, los malditos tertulianos como Fernando Jáuregui, Pilar Cernuda y la cohorte de cantamaañanas que se configura con el enano Lucas el de las radios de la mañana hasta llegar a don Herrera en la Onda que iba para cantante y se quedó en radiofonista. Todos ellos nos machacan las meninges o nos aterrizan los ojos con novelones de gran calado como los de Carmen Navarro la hija del Yale o los folletines de Pérez Reverte, haciendo gracia al lector de mencionar a los de la telebasura y la prensa del bulevar en cuyo pináculo se encarama el áulico Hola, protolameculos nacional donde manda un cura astur que de primeras era republicano y al que conocen con el alias del Hormiga, con todas las revistas del colorin detrás. Entre unos y otros dejaron a España y a la gran cultura española convertida en un patatar lituano. Y todos estos buitres, epitome de la ambición y las ansias de poder dejan muy pálida la esferas de aquellos maestrantes y magnates de la nobleza castellana de la decimoquinta centuria castellana: el primado Carrillo, renegrido, petizo, violento, infumable eclesiástico, los obispos de Coria y de Mondoñedo, don Pedro Girón, don Suero de Quiñones el del paso honroso del orbigo, el duque de Betanzos y otros muchos de la cuadrilla. El solo hecho de haber ganado la plaza de Gibraltar al año siguiente de ser coronado debiera de hacer del Trastamara uno de los monarcas más honorables del elenco. En cuanto a lo de impotente vayamos por partes. Es un hecho ineluctable que se enamoró de una azafata portuguesa de su segunda mujer doña Juana de Portugal que se llamaba doña Guiomar de Castro. La reina la echó fuera de Segovia pero doña Guiomar siguió siendo visitada en Arévalo donde la puso casa y otro de sus romances lo tuvo nada menos y nada más que con la abadesa de un monasterio de Toledo que se llamaba sor Venidle. Entonces, ¿de donde le viene tanta infamia? Muy fácil. Sus relaciones con los judíos adquirieron un sesgo poco favorable porque ya en tiempos de su padre últimos años del reinado de Juan II se produjo el ultraje sacrílego de las sagradas formas en la iglesia de San Facundo que conmovió a la ciudad. La hostia que hervía en un caldero de la sinagoga empezó a subir por el aire y se produjo el llamado milagro de la Catorcena. Parece ser que tales actos sacrílegos suelen producirse cuando los judíos tienen mucho mando y es suceso continuo y lamentable en la España de 2011 al igual que lo era en la España de 1418: quema de las puertas de la iglesia católica de Santa Catalina en Majadohonda, atentado contra varios templos de Barcelona, robos de copones en los Carabancheles y así sucesivamente. El hecho en la Segovia del siglo desencadenó toda una conmoción popular. Esa enemiga o animadversación no sé si justificada pero real tenía un trasfondo económico porque los judíos eran los alcabaleros y freían a impuestos a la comunidad. Por otra parte se daba el hecho curioso de que los hijos de Moisés se bautizan aunque en privado sigan practicando las Ley Vieja. Este parece ser el caso de Alonso de Palencia burgalés que era algo pariente de Pablo de Santamaría el rabino de Burgos que convertido a la fe de Jesús llega a arzobispo y su hijo Alonso de Cartagena al que se atribuyen las Coplas del Provincial y que sería obispo de Málaga era pariente de Palencia. En ese contexto habría que examinar el origen de las opiniones que vierte contra el soberano embadurnadas de contumelia y de hechos reales. Medias verdades. Su IV Década alude a las indecisiones y los calamitosos sucesos su paternidad que reconoce su propia mujer doña Juana en Buitrago cuando es interpelada al respecto por el cardenal de Albi cuando iban a casar a la Beltraneja con el rey francés pero pasa por alto el que plantara por vez primera vez el pabellón castellano en la Roca de Gibraltar y amen de eso fuera el promotor de las guerras de Granada. Mucho apreciaba a los moros porque hablaba el árabe y había adoptado algunas de sus modas o lucía en el campo armas arábigas pero fue el primero en darse cuenta de que la unidad nacional tendría que tener un trasfondo de unidad de las tres religiones a la sombra de la cruz. Su hermana Isabel recogerá esa antorcha.


GERMANA DE FOIX Y LA UNIDAD DE ESPAÑA

Se cumple el quinto centenario de la famosa Concordia de Salamanca, un hecho que a pesar de su trascendental magnitud en medio de los azorados meses que corren y lo corto de vista que nos hemos vuelto los españoles, obliterando nuestro pasado y, amnésicos, en ese intento contumaz por consumar el legrado de memoria de una vida en común, suicida actitud (vayamos paso pues a muchos los árboles no les dejan ver el bosque) permanece en el olvido. Sin embargo, en virtud de esta entente cordiale y el convenio matrimonial de Fernando el Católico con la sobrina de Luis XII se sella un armisticio con Francia que va a informar toda la política exterior de los Austrias: los matrimonios de conveniencia y por razón de Estado que serían múltiples desde el día de san Matías de 1500 en que nace el emperador Carlos hasta el de Difuntos de 1700 cuando expira en Madrid Carlos II el Hechizado. Princesas de la Casa de Valois para los herederos de la corona imperial castellana, príncipes de Asturias, a la recíproca, que marchan a París a buscar novia, Pacto de los Faisanes y aquellas famosas nupcias de Felipe IV con doña Isabel de Valois, su legítima en medio del gran harén en que no faltaron marquesas, esposas de sus privados y hasta monjas del convento de San Plácido y una cómica, la Pacheca, pues Marañón dice que el bueno de don Felipe Cuarto era de una sexualidad tan exaltaba que rayaba, casi femenina, en lo patológico esto es insaciable: se le contaron cerca de cincuenta hijos naturales. Francia siempre Francia. Detrás de los Pirineos se alza el gran antagonista de los castellanos. Rivalidades sin cuartel. Fernando de Aragón que no tenía un pelo de tonto fundamenta esta alianza nupcial con el francés la mira puesta contra Inglaterra, cuya enemiga hacia nosotros también fue proverbial y que empezaba ya a mostrar -es el otro gran refractario de los intereses hispanos- y donde el rey Arturo había engatusado a su yerno, Felipe el Hermoso, en una alianza antiespañola. Había prevenido una escuadra para conquistar Fuenterrabía. Fernando se adelanta a la jugada y afianza el respaldo del Palacio de Blois. Luego no cumpliría la mayor parte de sus promesas pues era un redomado político pero debió de pensar que París bien valdría una misa. Así aventaría las desconfianzas del Palacio de San Juan de Letrán. El papado, un hecho paradójico, siempre cargaba el carro delantero del lado de Francia. En menoscabo de España, que para eso era Francia la hija preferida de la Iglesia.

Doña Germana de Foix no fue una mujer feliz. Su marido la tuvo un tanto arrinconada. El infante que nació de la unión nació muerto y pasó la vida como una reclusa en Arévalo donde la llamaban pinguis et bona pota por su afición a la buena mesa. Que le gustaba empinar el codo, vaya y para como era algo coxa según dicen las crónicas. Consultando minutas del Archivo Municipal de Arévalo hay algunos documentos que constatan el malestar de la corporación del concejo por la oneroso de la fiscalidad que sobre los hombros de los vecinos recaía a causa de la inclinación de la francesa por el dispendio y los banquetes. ¡Viva el lujo y quien lo trujo! En aquella corte fue paje o menino nada menos que Iñigo de Loyola antes de su conversión y debió de pasárselo muy bien de mozo gozando de la vida galante arevalense y cometiendo pecados según él escribe en sus Ejercicios que lloraría toda la vida. Le salieron al santo surcos por la mejilla a causa de las lágrimas de arrepentimiento por las calaveradas de su disipada mocedad. El rey ya digo, viudo y algo botarate, no le guardó lutos largos a su primera esposa Isabel de Castilla. Era 36 años mayor que Germana. Sin embargo, la política en este maquiavélico personaje uno de los mejores políticos que en este mundo han sido conservaba prelación sobre el amor. En 1505 se suscribe el Pacto de Blois con la corona de Aragón y los protocolos vuelven a sellarse en la Concordia de Salamanca con la de Castilla meses más tarde muy cerca de la casa donde se acaba de celebrar la tan traída y llevada cumbre iberoamericana. Este hecho de una magnitud sin precedentes va a apuntalar la unidad de España conseguida en 1492. La corona de Aragón por aquello del tanto monta, monta tanto, y por lo que decía Gracián aragonés y español soy hasta la gola que la libertad siempre fue española va a jugar un papel relevante en esta unión de los reinos. Venimos un poco de las barras que llaman catalanas pero que en realidad son barras de Aragón. Dicho reino con el de Navarra - todos los historiadores son contestes- es el artífice de la fusión de las tierras de España primero con el Compromiso de Caspe de 1412 y más tarde con la Concordia de Salamanca. La boda no se celebraría hasta el año siguiente. Germana es proclamada reina de Aragón y de Nápoles. Los primeros once años fueron felices pero a la muerte de su esposo que testó a favor de su hija doña Juana al quedar Germana sin sucesión quedó relegada la pinguis et bona pota en su palacio de Arévalo que yo he ido a visitar varias veces y está en ruinas acusando los estragos del tiempo pero aún le quedan las dovelas del arco de su puerta principal. ¿Qué fue de aquellos saraos? ¿Qué se hizo de tanto señorío? Una melancolía manriqueña me dominaba cuando pasaba por debajo del famoso postigo de Alcocer en la villa arevalense, uno de esos lugares cuyos manes siempre me fueron propicios a mí que he sido un impenitente defensor de la unión y la concordia entre españoles. Además, en su castillo pasó su infancia la gran reina de Castilla y el poso de aquel temblor, de aquel gran sueño creo que aún vibra en el airE

Cisneros, aquel fraile correoso un perro fiel a quien sus enemigos denominaban la “galga en pieles” fue cicatero con la reina viuda y le cortó el grifo de los dineros dejándole una escueta pensión que le impidieron llevar el tren de vida que había llevado hasta la muerte de su esposo. El fraile franciscano temiendo bandos y una insurrección de los partidarios de Germana de Foix la tuvo bajo vigilancia. La reina en realidad era una reclusa en su jaula de oro del palacio de Arévalo. A la muerte de Cisneros en 1519 vuelve a casar con el Duque de Brandenburgo. Enviuda y matrimonia con el Duque de Calabria que recopiló una de las bibliotecas más famosas de la cristiandad. Germana de Foix acaba sus días en Valencia el 18 de octubre de 1538. Siempre se relegó un tanto su memoria porque algunos cronistas pensaron que la sombra de Isabel pesó sobre la francesa como un maleficio. Ello no obstante, su vida romántica y novelesca, está ahí y constituye un desafío para los novelistas. Tampoco los cultivadores de la novela histórica han sido demasiado generosos con su figura. Sin embargo, el reto queda en pies para el que quiera contar la vida de esta francesa que fue protagonista de uno de los capítulos más interesantes de la historia de España. Por supuesto, tuvo que aguantar las infidelidades de Fernando el Católico que siempre fue algo putañero pero ella tampoco perdió el tiempo como aducen los testimonios de la vida galante, una verdadera reina del Renacimiento, en Arévalo.

LLANTO POR UN UROGALLO.



Otro ataque. Por lo visto respiran por la herida. Estábamos condenados al silencio ese silencio espeso y mazorral como la sangre municipal que se enriquece a golpes de ladrillo y de hiladas de plomada. Me hubiera gustado ser albañil más que archivero pues la literatura nos condena a la pobreza pero no a la pereza que nada tengo de haragán y en mi vida en lo mío trabajé una burrada. Ahora después de lo de Marbella le toca al norte y todo son casas. Están construyendo la gran carrilana que perforará el monte de los abedules los maestros del gran diseño cartabón en ristre. Me repliego en mi solipsismo en esta mañana de noviembre dorada cuando después de la cencellada – el rocío posó esmeraldas y diamantes en los tallos de la hierba- cavo en el huerto y tengo una visita. Primero un malvís y luego una urogalla. Dejo la azada y contemplo a este ave como el que asiste a una visión. Es una hembra. Está a siete u ocho brazas de mí la cresta encarnada el plumaje entre azul y grís y una cola zanquilarga cimbreante y bien señalada. Cacaracá. Cloc cloc. Bajó a comer desde las cumbres del Aramo y picotea entre los valles. La proximidad de la marina no la asusta aunque bien se ve que es bravío y con querencia de montaña. Desaparece y ando tras ella furtivo animalito del Señor. ¿De dónde ha salido la pava? Rara avis. Dicen que está en extinción. Cuando construyan la gran carretera adiós. Me hubiera gustado ser san Francisco para hablarla en su idioma. ¡Somos poca cosa la verdad! Reparamos ordenadores, hacemos sesudo balances de la situación política, y el teléfono móvil, el vis a vis y el oreja a oreja cual mando a distancia, va por el mundo a mano alzada y todavía no entendemos el idioma de las aves. Hay un acebo cerca de mi casa que lo visitan con frecuencia y a veces tentado el urogallo esplendoroso por la vanidad de toda hembra por la curiosidad o la llamada de la sangre se acerca al nial de las gallinas que Iturripe ha construido en el establo. El gallo se alborota enamorado pues un masto de ese calibre que tiene bien cubierta a su pollada debe de estar harto de todos los días patatas y montar a una urogalla debe de ser para él como cepillarse a Sofía Loren, pero no puede ser. La ferralla metálica impide la componenda de una parada nupcial en condiciones que la pava es bella, casquivana y amorosa. El gallo de la quintana de Iturripe se queda con la miel en los labios. No es la primera vez que el gocho baja del monte y cubre en un santiamén a las cinco marranas que a eso de los ocho meses empreñan y paren rayones. Misterios de la naturaleza. El milagro de la supervivencia que se produce ajeno al gorigori del humano vivir sus horas de vanidad. Después se pierde por la trocha y al fin la veo alzar el vuelo detrás de los laureles. Escucho el silencio del campo un silencio musical de orquesta montaraz. La melancolía se me pasa. Sigo apañando los alcorques. Este año mi ciruelo que es vecero y por julio tocaba nos dio casi dos serones de fruto y casi cogimos una fartura y el castaño secular tampoco le anduvo a la zaga. Buen magosto y castañas para dar y tomar y hasta regoldar. Siento en mi carne la hermosura y opulencia de este paisaje que nos quieren quitar. Si machacan el monte ¿el urogallo dónde vivirá? ¿Adónde irá a tirar la boina a enramar su nido? Una parada nupcial de estas aves en su cantadero es el más hermoso espectáculo del que un ser humano con el mínimo de sensibilidad pueda gozar. Para mí ha sido un augurio de buena suerte la visión de esta mañana del Día de san Martín llega el Adviento y las matanzas como a todo cerdo y que no se den por aludidos muchos les llegará su sanmartín, ya que este pájaro de gran porte y de la envergadura de una becada o algo mayor sí es huraño y no se deja ver con frecuencia pues bien Antoñito ya has visto a un urogallo casi el sueño de tu vida. Que sigan escupiendo mierda todos esos que nos avasallan en sus asaltos por la espalda. Que por delante no tienen cojones. Y ahora que lo pienso y ya me pongo de mala leche y se me pasa el solipsismo melancólico y la alegría casi el éxtasis de mirón de la naturaleza mi padre que paz descanse decía que era tan observador que miraba casi como un marino pues a lo mejor me compro unas botas de media caña como el maestro Emilio Romero. ¿Y para qué quiere usted esos zapatos tan afilados de lamedme la punta, don Verumtamen? Para atizarle una patada en to los huevos a más de alguno. Le condenaron al de Arévalo al silencio claro está que es lo que más nos duele (el otro día el Bibliopola barriga verde me llamó loco y me cubrió de injurias y de escupitajos sobremanera pero ya ajustaremos cuentas que la navaja me tiembla en bolso aunque por semejante pobre diablo non val la pena, nin, bastante desgracia tiene con tener la mujer que le dio dios) a los hombres de pluma pero él seguía con sus kikirikís proféticos. Era el gran urogallo de este pobre cotarro nacional plagado de gritos y exabruptos de los cantarranas que nos dan la vara y no son el mirlo desde la amanecida y todo el puto día que si zetape los explosivos la kaleborroca o como se llame o los líos de la tonadillera que tenemos un periodismo de mastuerzos el más canalla y sinsustancia de los cinco continentes y nos hemos vueltos muy tercermundistas con complejos de nuevos ricos. Jó. ¿Se lo merecerá España? Pero a lo que iba. Me acuerdo del canto de esta especie en extinción y de la alabanza de España que entonaba ya muchos siglos atrás Alfonso X el Sabio. Y la estamos vendiendo en parcelas a los usureros. Quieren convertir nuestros predios edificables en campos de Haceldama. Esto es nuevos corrales de la sangre para que unos cuantos listillos de la municipalidad se forren. Traidores. Judas sigue habitando entre nosotros. Pese a todo ya con el otoño en puertas escucho el último silbo de este ave mayor de las Asturias entre los árboles que talarán para hacer el túnel de la autopista. Es su canto una elegía a un mundo que se va en medio de la incomprensión e insensibilidad de politicastros venales y de corifeos modorros del cuarto poder. Vale ya. El mundo es ansí que diría don Pío. Pedirle congruencia a la naturaleza humana sujeta a la doblez y a la rapacidad, la codicia y todos los demás pecados capitales es pedirle peras a un olmo. Tampoco pasa nada. Me he vuelto escéptico y el mi escepticismo se trasmina en solipsismo. Melancolía. ¡Ay Dios!




JOAQUÍN DÍAZ OBRA INMENSA



Ya lo he dicho y lo digo sin prejuicio de parte que los retratos de Joaquín Díaz y de don Ramón Menéndez y Pidal, el coruñés que encontró su España Mágica en Arbás del puerto donde el Pajares empieza a bajar, como Joaquín al que, al igual que a Clarín lo nacieron en Zamora pero es asturiano por los cuatro costados y castellano universal, cerros y laderas, música de rabeles y el son del requinto en la alforja, algún romance de ciego o alguna endecha a lo zamarro, batallando con las corcheas, fusas y semifusas, presiden mi mesa de trabajo juntos con mis vírgenes y mis cristos, algún san miguel y san Antonio o estampas de la indefectible Auxiliadora que dan suerte y protegen. Ormuz y Arimán en lucha eterna. ¿Por qué se canta y por qué se escribe? Puede que para desahogarse sobre todo los que no sabemos otra cosa que hacer, pero sobre todo para arrimar el hombro a esta esforzada lucha del Flamígero Arcángel contra las fuerzas oscuras y contar la realidad al descuido y al desgaire que decía Gracián que “español soy hasta la gola que la libertad siempre fue española”. Claro que a muchos los árboles no les dejan ver el bosque y sólo le interesa el hic et nunc, el aquí y ahora (take your Money and run) pero la riqueza de la vida no está sólo en esa pasta gansa, el cuatro ruedas, la segunda vivienda en el campo, la hipoteca, la tarjeta de plástico, el tercer divorcio esto es un vivir a lo americano que es un sinvivir pleno intereses mercuriales aunque nunca vengan mal unos eurillos para hacer frente a la crisis que nos sobrenada. Pero miremos un poco para arriba, ganemos un poco perspectiva, oteemos el horizonte. El otro día me encontré yendo a Alcalá con un buen titular “Alcalá basa su riqueza en la exportación de la lengua castellana”. Algo así como han hecho los ingleses, que serán todo lo que quieran pero son muy vivos con Oxford y su English, que es una industria nacional, la primera del país. Mutatis mutandis, lo mismo se puede decir de Urueña, la preciosa villa castellana, gentes y laderas que describió Delibes, donde tiene emplazado Joaquín Díaz sus reales y su casa - museo etnográfico y existe la ciudad del libro, merced a una iniciativa de las autoridades autonómicas – la diputación, la Junta- y algunos esforzados libreros que tienden en los corros10, que así se llaman las calles en aquella villa, en un alcor, nido de alcotanes y de caballeros andantes, que es la ciudad del libro: Alcuino de York, Alvacal, Librería Samuel, librería del Vino, El Rincón Escrito, Alcaraván, La Punta del Iceberg, Almadía y la Boutique del Cuento y con el soporte de José Manuel Valdés, el asturiano que fundó iberlibro.com descubriendo un potencial mercado por Internet. Una receta para el espíritu, aspirinas contra la dichosa crisis: libros, poemas, canciones para vivir un poco más hacia adentro. ¿No estamos un poco vacíos? España tiene futuro. Lo que no podemos caer en el cinismo cainita, un mal que aflige el alma nacional. España es un pueblo que no canta. Antes cantaba y dice el refrán que gallo que no canta… Póngame contra esta cigüa la pluma de un gallo en el sombrero que espanten mis males. Una copla de vez en cuando nunca viene mal. Creo que el porvenir está ahí. Lo que hace falta es un poco de reflexión. La vida es algo muy bello y no es para pasársela viendo los mismos sitcoms o escuchar las arengas envenenas que nos dirigen los pundits o sabelotodos de Intereconomía, de los periódicos o de una literatura de bulevar integrada por malas traducciones del inglés. Si somos listos y sin alharacas chauvinistas, estoy por decir que tenemos posibilidades de que nos vuelvan a vender la mula mal capada no ya meramente los separatistas. Me dan más miedo los separadores. No se trata de ponerle puertas al campo sino de salir al campo a respirar buenos aires como el que nos brinda Joaquín Díaz en toda su obra – y los que me conocen saben que no me caracterizo por ser jabonero ni adulador, pues tuve fama de dar leña entre los colegas de la “mediatic community” y nunca me crecieron pelos en la lengua- inmensa con su gran equipo de colaboradores. Volveré sobre el asunto. Sirvan estas líneas de proemio o de introducción a la obra de este polígrafo que vive como un fraile dedicada a su obra de investigación en un lugar desde donde se miran mejor que en Madrid las estrellas.



LA BASILICA PALEOCRISTINA DE LA REQUIJADA EN SANTIUSTE DE PEDRAZA

Todas las vegas de la provincia de Segovia son emplazamientos mágicos. Vegas de Membibre de la Hoz. Vegas de Aldeasoña, Pecharromán, la Villa. Vegas de Fuentesoto la pobeda de mi abuelo los guindos de la cacera, se comía una cesta de acidillas tanto le gustaban al abuelo Benjamín. Cauces y orillas de viejos mares ríos o lagos prehistóricos. Siempre hay cuevas y algún sitio que los lugareños identifican con el tiempo o la tierra de moros. Que se apareció la virgen a un pastor que se ven cosas extrañas por la noche y que en aquella ermita hubo algún santo ermitaño que vino huyendo del mundanal ruido o de la morisma. Lo romano se confunde con lo visigótico e incluso de mucho antes del cristianismo cuando los hispanos éramos sincretistas supersticiosos y adorábamos a los ídolos. Vaya usted a saber pero esto forma parte del culto a los muertos (aniteria) que heredamos de los romanos que de estos de los lugares fastos y nefastos sabían un rato pues sólo alzaban ciudades en aquellos sitios donde se estaba bien. Gozaban de buen aire y de buenas aguas. Uno de estos lugares que mí siempre me sedujo fueron las Vegas de Pedraza en Santiuste de Pedraza y en el barrio que llamaban la Requijada. Su atrio románico a la sombra de una olma centenaria que no sé si seguirá ahí o la han tronzado era un paraíso de paz y serenidad. Silencio sonoro de Castilla. Las garzas que pasan volando alto. Hace unos años en mi seilla me dediqué a recorrer estos lugares de soledad canora adonde iba con mi padre o con mi tío en carro y se lo enseñaba a mis hijos y a mi mujer. En Santiuste (¿San Justo o santa Justina?)debió de haber un viejo monasterio, primero de eremitas, luego cenobitas, luego benedictinos y luego Cister no sé hablo a humo de pajas. Hermosa piedra caliza y oronda olma. Un tótem pero sobre todo lo más interesante fueron los descubiertos arqueológicos que se llevaron acá en 1963 cuando se desenterró una basílica paleocristiana con su nartex, su piscina crismal. Son los primeros siglos del cristianismo poco antes del edicto de Milán. Todavía se perseguía a los cristianos. Lo más probable que aquí se venerase la tumba sagrada de la mártir santa Justina a la que mandó degollar el emperador Aurealinao junto con Felicitas su hermana. Todo el musivario (mosicos y teselas, sigilata, arte de hacer mosaico) delata esa antigua presencia cristiana según he llegado a saber a través del arqueólogo e historiador segoviano Tomás Calleja Guijarro. El hallazgo de la piscina y del nartex especie de antojana o sacristía donde se guardaban los panes y el vino de los ágapes nos dice que por esta zona el bautismo de los neófitos se llevaba a cabo por inmersión en grandes pilas bautismales como la que publico aqui y que pertenece a la iglesia de Membibre. Allí se cristianaron todos mis antepasados. En la iglesia española no se hizo el bautismo por ablución hasta muy tarde. Una moda que se impuso en Roma pero entre nosotros el cristianismo llegó por e3l sur desde Bizancio.Otro detalle a tomar en consideración es lo importante que ha sido para nosotros la veneración de los difuntos – y ahora la curia quiere suprimir el Purgatorio pues sí que estamos listos- y el rezo de las ánimas, el oficio de difuntos. Esto es romano. En el Cid esto esta expresado en un verso muy significativo: “Tomaron sus reliquias y huyeron por Castilla y así la defendieron”. Cuando el invasor musulmán atacaba un pueblo lo primero que hacía todo fiel cristiano es ir al cementerio, exhumar los cuerpos y cargar con los restos de los antepasados evitando así su profanación. Los huesos, las cenizas, eran algo sagrado para un romano que construían elegantes laudas sepulcrales para perpetuar la memoria del finado. A la basílica de este barrio de Pedraza se la relaciona con otras necrópolis excavadas en Centcelles (Tarragona) y Sadaba (Zaragoza). Segovia estaba fuertemente romanizada a partir del siglo II donde Trajano manda construir uno de los acueductos mayores del imperio y concretamente por esta zona septentrional de la sierra pasaba la calzada transversal que comunicaba la Lusitania con la Tarraconense. Esta devota aniteria o culto a los muertos determina que las primeras basílicas fueran mausoleo donde se reunían los familiares del difunto todos los cabos de año –el Dia del Bien que decíamos cuando se repartía pan y vino entre los pobres- y celebraban una comida. La basílica paleocristiana fue derruida por Almanzor de infausta memoria que entra a saco en estos recintos eremíticos, parece ser que quedaron pocas tumbas y esta zona los que venían huyendo de la intolerancia muslímica en el sur les pareció un sitio seguro. Pero al siglo siguiente ya bahía surgido una importante iglesia románica. Ahora siempre que paso por el enclave para un momento pues me parece un lugar atractivo, mágico porque esta santificado con la presencia de muchos santos unos conocidos y otros cuyos nombres no se sabrán nunca. El Espíritu sigue soplando y cruza los vientos de la historia. A veces sorprendentes o contrarios.


LA CATORCENA ES ALGO MÁGICO



Yo te di una espada(I gave you a sword). Gracias por eso, Señor. The word and the sword. Palabras y espadas y en ese empeño seguimos lansquenetes de la palabra retornando al Alma Mater. Vientos de profecía. Entierrate grano. Mañana serás espiga. El viento de la historia a veces huracán otras brisa pasa página ¿Los ves? En un pocillo les estás dando de comer. Cuando ellos van tú ya regresas. Ponen el grito en el cielo. Nietos de los fariseos se rasgan la camisa, hacen trizas las filacterias. Se proclaman demócratas y abanderados del contraste de pareceres pero la fortuna te guarde de pisarles un callo. Dices que recurres a la descalificación y el insulto cuando son precisamente ellos que carecen del sentido del humor los que te están insultando.Otros porque les cantas las verdades del Barquero y tú se las dices al lucero del alba, sin ir más lejos al propio Fraga cuando te vedó escribir nada sobre Gibraltar están dispuestos a tirar de navaja. O lo que sea. Insidiosos e instalados. Bueyes duendos de ojos romos más falsos que los denarios de Judas que sirven, están sirviendo, para comprar campos de Haceldama. Don Tarariri que te vi ese que gusta de enfocar el problema vasco y el catalán a su manera, ese don Cómodo de la triste figura y que pluma en ristre la moja no en tinta sino en vesania mejor estaba vendiendo libros en Moyano porque escribir no es lo suyo. Se cree Shakespeare o Dickens pero no es Zola ni Flaubert ni Cervantes ni Palacio Valdés. Es sólo la hermana San Sulpicio. Corniveleto ya digo y mucha leña por la cabeza. Le dicen el buey suelto y es un manso. Sus derrotes son peligrosos. ¿Qué dijo? Dijo:

- Ha blasfemado. Es un energúmeno. ¿Por qué? Por defender la unidad de España.

  • Yo voy a lo mío.

  • Ellos a lo suyo. Y nosotros a lo nuestro.

  • Son los de la estirpe tornadiza. Mala raza y peor baba. Se entienden con el bereber bajo cuerda, pero con sus carros de combate arrasan Gaza; pasan mensajes a los gudaris asesinos, sufragan el convite de catalanas vendettas de la Campana de Huesca y tú, Verum, que siempre viste crecer la hierba, tiras de la manta y les coges en renuncio, sus improperios se escuchan en San Pedro Abanto, pasada la Fuencisla.

  • ¿Dónde estaba el ventorro?

  • Allí mismo. Donde invocábamos a Fray Jarro cuando éramos guajes y después de la novena entrábamos a tomar unos chatos y allí encontrábamos al Tío Loco con su mandil verde a rayas y cara de palo. En ese lugar bajo la Maximino que da sombra nos “mojábamos” a gusto viendo nadar a los peces del río creo que fui feliz si es que la felicidad existe en este perro mundo.

  • Pues había un letrero que a mí me hizo mucha gracia: más vale aquí dentro mojarse que enfrente ahogarse. Y enfrente pasaba el Eresma. No es que llevase mucha corriente pero sí la suficiente para dar la última aguadilla y máxime estando pedo.

  • Mucho os gusta el traguillo a los de Segovia.

  • Sanguis Christi inébriame. Sangre de Cristo. Laus tibi Deo que hace un mes que no te veo.

  • ¿Y el corpus?

  • Eso es otra historia. El Corpus es un monasterio de Claras donde ocurrió el milagro de la Catorcena. Allí estaba la sinagoga y allí fue el sacristán de San Facundo a entenderse con el rabí y le vendió a Cristo por treinta maravedíes de moneda forera.

  • Volver a empezar. Estamos en las mismas. ¿Pero no sería un invento de la propaganda antisemita de Goebbels? No hay datos fiables de que se produjese ese milagro. La iglesia de San Facundo hoy ha desaparewcido ¡Pobrecillos! Dejadlos vivir en paz. Ellos son la sal de la tierra. Que se entiendan con los árabes. Y quew la paz reine en el mundo. Shalom

  • Psé. Bueno pues echaron la hostia a un caldero de aceite hirviendo en son de mofa y de cachondeo sacrílega tenida. Al freír será el reír y algunos se les heló en plena boca la carcajada. Como era Jueves Santo querían hacer torrijas pero de repente entre el espanto de los presentes la sagrada forma empezó a subir y subir hasta el techo, abrió un boquete en la bóveda y cruzando los cielos las torres los puentes y los acueductos de mi querida ciudad fue a descender por la Costanilla de los Desamparados hasta el convento de Santa Cruz. En una celda estaban sacramentando a un novicio dominico. La hostia se posó sobre los labios del moribundo y le sirvió de viático y tanto le sirvió que a los pocos días aquel enfermito desahuciado estaba como una rosa escribiendo latines y haciendo silogismos.

  • No me venga usted con historias morunas, Verumtamen. El convento de Santa Cruz era el mismo del que fue prior Torquemada. Deberían quemarlo. Y ya me estás cargando con el monotema. Ellos son el Pueblo elegido. Si maldices de Israel, te empajas a ti mismo. Escupes para arriba. Cuida de que no te caiga tu propio gargajo sobre los hombros.

  • Tiene un retablo muy bonito y allí han levantando una universidad privada. Cela fue el testaferro pero los dineros eran de la mafia. La misma que reconvierte nuestras viejas basílicas en discotecas, los conventos en campus y asfalta la costa al grito de “I ll buy you out” y con una buena mentalidad para los negocios. Jesús Gil cabalga de nuevo. Tiene muchos émulos el uxamense que así se llamaba en la edad media a los de Burgo de Osma y donde como en Hervás judíos los más.

  • A este paso las fiestas de Catorcena – el milagro del sacristán traidor y de la hostia por los aires – habrán de ser suprimidas por políticamente incorrectas. Incitan al odio étnico.

  • Ni mucho menos. Exalta el misterio de la Eucaristía. Cristo se quedó a morar con nosotros. ¿Eso les molesta?

  • No sé pero lo que sí está claro es que harán lo posible por quitarla. Debíamos organizar una rogativa o un acto de desagravio.

  • Ah como recuerdo aquellas verbenas, los bailes de candil bajo los almeces de la Plaza de Muerte y Vida o en los Corrales del Cristo del Mercado. La fiesta iba por barrios y a cada parroquia le tocaba organizarla una vez cada dos septenados. O plazo para renovar las células. A mi que soy bautizado en San Millán me tocó una vez llevar los ciriales. Era un niño cumplidos los catorce. Cuando volvió a pasar la ronda y el pasacalles tachin tacha chundara rá abandonaba la mocedad y emprendía la madurez. Estas fiestas eran el reloj biológico del pulso milenario de una ciudad que siempre se caracterizó por poner los paños al púlpito en loor a Jesús Sacramentado y aquí a la tarasca el Dia de la Minerva que es la octava del corpus la molemos a palos.

  • Bueno pues de hoy en un año.

  • Eso. Corpus Christi salva me. Ya sabes la bella oración que compuso san Ignacio verdaderamente un santo eucarístico para después de comulgar. Y sanguis Christi inébriame. Emborráchame con tu sangre Señor. Pues la verdad que yo pecador de mí la tomé demasiado ad pedem literae. Y a lo largo de mi existencia he atrapado algunas curdas. No me las doy de santo.

  • ¿Conoces la parábola del santo bebedor?

  • No. Ni falta que hace.

  • Y tanto pero quod scripsi scripsi que dijo don Poncio Pilatos. Aquí de lo que se trata es de borrar la memoria o manipularla.

  • Ya.

No hay quien pueda con ellos. Son como gorriones o como trapenses disipados duro cacarear en el coro y picotear en el refectorio. Luego cencerrear por la Misa de Gallo. Han pasado dos generaciones. Seis papas descendieron al sepulcro. La estema de los años arrancó unos cabellos de tu frente y apenas ya te puedes peinar a raya. Eres ya talludito y troncal, la curva de la felicidad hasta convertirse en la peligrosa protuberancia de la ptosis, doble barbilla y tres papadas, enuncian tu llegada a la linde del carcamal por más que tu espíritu se proclame joven talmente como el de un misacantano. Ibas para canónigo y mira tú cómo todos estos te bieldan tu parva. Pero poco más. Te dieron una espada y quince talentos. ¿Los has empleado como dios manda? No sé, Señor. Aquí llego con mi barba cana y mi barriga. Algo atolondrado y gozoso pero impasible el ademán. Trato de guardar tus mandamientos. Te sigo en la distancia. Cuarenta y tantos años después y la vida sigue igual. Regreso a mi Alma Mater. La puerta verde está cerrada pero por encima del dintel hay un letrero en mármol gris y con caracteres desleídos que dice: “En esta Casa de la Compañía vivió el P. Lainez”. Era el hombre de confianza del Padre General que no se fiaba mucho de Ribadeneira el gallego que le hacía momos por detrás.

-Había otro en el grupo de los primeros discípulos de San Ignacio: Polanco.

-A ese que ni mentarlo. ¿Vale?

El gran hastial de piedra gris. Por entre las socarrenas del muro de sillares alzan su melena desangelada matas de parietaria y el cardenillo se ceba sobre los tres bolinches que orlan la base y los lados del triangulo de la fachada. Se trata de una iglesia jesuítica no hay más que verla. Tan angular y biselada verdadera roca de Israel. Todas imitan al Giesú de Roma en una de cuyas capillas nuestro padre general decía misas de tres horas y arrobadizo pues Dios le concediera el don de lágrimas se anegaba en llanto y en devoción. ¿Por qué lloras, Ignacio? ¿Por los pecados de la vida pasada: caballero de Olmedo y por cortejar en Arévalo a la reina Germana? No. Lloro porque en este cuerpo pecador se ha manifestado la gracia. Cristo será el campeón. Y este mensaje de esperanza que plasma en piedra el monumento del Jesús romano transmigra a todos los templos que edificara la Orden desde su creación. La acrotera impresionante promontorio tiene una disposición triangular en función de la espadaña que señala la recoleta plaza tiene una disposición triangular en función de la cruz de la espadaña - estilo herreriano neto y granito escurialense- que señala el cielo de la recoleta Plaza del Seminario que desemboca a través de un callejón frío y batido por todos los vientos en la de los Espejos. Más allá la de San Martín que tiene delante del ábside un impresionante rincón medieval. Segovia ciudad mística y guerrera. Al fondo de la exedra se alza la estatua del Comunero Bravo dando sombra al escaparate de la tienda de Blas Carpintero el alfayate que me cosió la primer sotana. Me retrotraigo a las tardes solaneras del otoño: becas rojas y esclavinas al viento y un chusco bajo la hopalanda que teníamos hambre y cuando nos daban ganas de comer le pedíamos pan en los paseos a uno que llamaban Pénjamo y en lo alto la cabeza el bonete terceronado o juniorado según el curso académico del alumno. Este gorro en determinadas testas era bisunto. ¿Y tú qué me das, Nicolás? Te echarán del seminario y te darán la carta de despido en el trabajo pues no eres archivero colegiado ni tienes oposiciones ganadas ¡Siempre igual! Mucha democracia y muchos derechos humanos para los de fuera naturalmente pero laboralmente he sido siempre un apestado. ¡Dios las que me hicieron pasar! Siempre me he sentido un ciudadano de segunda mano.En este país de carnés lo que importa es tener un título. Es clasista como la madre que lo parió. Se iba a estudiar para ser no para saber y mi equivocación máxima que yo me comía los libros con este segundo propósito teniendo en cuenta de que la sangre si no entra con sangre al mismo sirve de purificación. Aprendíamos música coral y canciones viejas al compás de compasillo. No sé si éramos felices pero nos enseñaban el concepto de la disciplina desde un primer momento. El bonete se alzaba a compás manos arriba cuando nos cruzábamos con algún sacerdote. Los canónigos que acompañaban al deán don Fernando Revuelta o el cura de Santa Eulalia que deambulaba solo y era algo zambo quiero decir que andaba con los pies para adentro.

  • Aparca aquí.

  • No me da la gana. Buena la hiciste. Llenaste el tanque de diesel con gasolina y el auto se te quedó en medio de la autopista. Has jodido el coche.

  • De todas formas purgamos el motor y pude llegar a mi pueblo. Cuando vi desde Juarrillos la excelsa mole de la “aceitera” que así llamamos a la torre de la catedral mi alma se iluminó. Al ver esta escalera del cielo. La piedra se hace llama.

  • El cura de Santa Eulalia (y no me entretengas) se llamaba don Benito y caminaba escoltado por su madre, una tía y el ama que era una moza de buenas partes a la cual los coadjutores miraban de reojo y más de un cura la haría un favor por soñar que no quede ¿De pensamiento también se peca? Pues sí parece que sí.

El ama de llaves del cura de Santa Eulalia se llamaba Cirila y unos carnavales la cantaron la Maximinola bajo el alfeizar de su ventana. Sin embargo, pelillos a la mar. Recordemos que la iglesia siempre fue tolerante con todas estas flaquezas de la condición humana. Todos estos pensamientos se arremolinan tarde de julio polvareda del tiempo cuando salí a dar un paseo vera de ailantos y bajo la sombra relamida de una sofora bastante escuálida que adorna mi jardín. La mujer me arrancó una zarzamora pretextando ser un arto pero a mí me pone muy nervioso esto de que me arranquen mis flores. Que en España por dicho de eso nadie puede decir que este cura no es mi padre. Había llegado hasta mi alma mater en una de las muchas peregrinaciones que dan impulso a mis días. No sabía qué hacer en mi urbanización. Tengo la patria dolorida y el alma en vilo. Volvamos a Segovia, me dije. En verdad toda mi existencia ha sido un largo retornar hacia el pueblo en qué nací pero no me llevaba ningún propósito ni hoja de ruta. Sólo los mal trenzados recuerdos y el deseo del vino. No había perdido la fe en mi dios pero sí en cuanto me rodeaba. El presente y el ayer en mi memoria factual juegan al escondite. Por ejemplo, ahora estoy en Brennen Steinen pero quería retornar a Bridgehead. Más tarde en la oficina sentí el taedium vitae pero sigo teniendo ese amor al estudio, ese entusiasmo por la verdad y por todo lo bello, bueno y santo del mundo que se me inculcó en estas aulas complutenses. Felices se apiadan den la memoria los Hijos de San Ignacio. Unos recuerdos fueron buenos. Otros, malos. A ellos les debo mi vida y mi muerte. El guaje es “ansí”. Para lo bueno y para lo malo. Per intellectum ad Deum. No hay más cáscaras. Para mí Dios está encerrado en las páginas de un libro. Han puesto tras las cristaleras una verja de hierro verde que disuade a los del botellón y un poco más tarde me transfiguro al adolescente que fui. Al curilla retorno que fui. Mediados de los cincuenta cuando el día de San Frutos el sastre carpintero me trajo la primera sotana. La mía me aguardaba en un banco de madera de los tránsitos. Ponerme aquella prenda por primera vez me hizo mucha ilusión creo que no dormí aquella noche y me tiré de un brinco ilusionado al primer toque de campana. Yo me sentía alguien importante. Crecí en medio de una sociedad que consideraba a los obispos y a los generales como el Súmmum bonum. Todo un ideal de vida: o la milicia o la cruz. Aquella sotana recién confeccionada por Blas Carpintero, aquel sastre judío que tenía una gran nariz un sello de oro y una manera de tocar que no te molestaba cuando te tomaba medidas por la pernera apunta nene y una mujer gordísima que abultaba por tres de él no sé como se las apañarían en la cama, me puso en el camino de las estrellas. Per aspera ad astra. Un dicho muy cierto porque en aquel caserón del siglo XVII las pasé canutas. Me había propuesto ser santo. En el bolsique del guardapolvos llevaba un cuentapecados una especie de rosario que servía para contar las faltas o las transgresiones al Reglamento. O las jaculatorias que decías en voz baja por el camino. No resistir a la tentación de beber un vaso de agua cuando se tenía sed por ejemplo era una falta. Por la Cuesta La Fuencisla bajo los alamos centenarios y cerca del convento de Santa domingo de bella y juvenil labra neogótica nos cruzábamos en aquellos deambulatorios de los jueves por el invierno con el arcipreste de Zamarramala. Parece que le estoy viendo algo miracielos tieso como un palo y morando por lejanías. Le hacíamos el hilo y bonetes arriba haciendo honor a las prescripciones del código de urbanidad eclesiástica que era libro de texto bajo el lema de ad educandos discípulos le saludamos desbocándonos. Algunas de estas prescripciones eran algo rancias pero otras me han servido para demostrar a muchos cafres mi buena crianza. Hoy este convento que yo conocí hospicio es una importante universidad de pago y de mucho tronío. Que Fr. Tomás de Torquemada fuese prior de este convento de dominicos y de que Domingo de Soto fuese padre maestro de novicios ya es un tanto. Torquemada no tiene estatua. Domingo Soto, el martillo de herejes de Trento, sí. Pero la han decapitado varias veces. Se conocen que quieren mandarlo a la toza en efigie.

  • Una gamberrada.

  • Ni mucho menos, una judiada. En mi pueblo nos conocemos todos y aquí donde se dijo del judío la maula queda bastante memoria histórica. Así que juntos pero no revueltos. Cada uno en su casa y Dios en la de todos. ¿Me entiendes?

  • No me digas más. Ya estamos. Mira que eres pesado. Esta judeofobia tuya, por más que entendible, pues eres más terco que una mula aragonesa, no te lleva a ninguna parte. A veces, sueltas por esa boquita majaderías en cantidad y muchos desatinos.

  • Llevas razón, Quosquetandem, maldecir de los judíos es tirar piedras contra tu propio tejado. Parce mihi, Domine. Dios salve a Israel.

  • Contradictorio eres, Verum, como todo buen judío.

El bueno de don Jesús que debía de tener lo menos ochenta años pero que se movía con el garbo de un misacantano se fatigaba algo y acostumbraba a descansar en el berrueco que le sirvió de almohada a sus beatas posaderas a san Juan de la Cruz cuando subía a confesar a la Santa en el convento de San José justo por detrás de los Jardinillos de San Roque. Y ésta decía porque les criticaban y había murmuraciones en la ciudad por tan largo tiempo en el confesionario: “De Segovia ni el polvo de los zapatos” y se sacudía el calzado al abandonar la ciudad por la Puerta del Sol.

  • Buenas tardes tenga usted.

  • Vayan en paz de buena quiete los seminaristas.

El cura de Zamarramala hablaba bien y predicaba mejor. Tenía el mirar huido tras los lupos de concha y a veces apestaba a aguardiente que echaba para atrás pero no las cogía lloronas ni era hombre que tuviera mal vino. Sus cogorzas eran hieráticas y solemnes por lo general. No daba escándalos aunque algunas veces lo vieron acometer la subida a La Lastrilla haciendo eses. Creo que era de un pueblo que llaman San Pedro De Pantaleón que guarda entre sus costumbres una danza ancestral ibera que llaman el paloteo. Como el tío Tocino.

  • ¡Cómo atacaba la caja aquel buen hombre! ¡Qué dedos!

  • ¿Y al Agapito Marazuela lo conociste?

  • Sí, precisamente bajo la sombra de un chaparro que había en la puerta del ventorro de San Pedro Abanto. Estaba tomándose un jarrillo con el padre de Julián García un amigo mío.

  • Pues conociste al último juglar de Castilla la Vieja.

  • Ya lo creo

Tengo grabado el sonar limpio de la dulzaina mora en las mañanas claras de primeros de verano por las fiestas de San Pedro. La arrebolada. Era como un canto sagrado. Algo mágico como las fiestas de la Catorcena que nos arrebataron.

  • El buen tintorro no nos lo quitarán.

  • No sé que quieres que te diga. Esto está cambiando mucho y me parece que para mal.

Pues al querido don Jesús que todos los días se andaba veinte kilómetros asi estaba él delgado como un palo y derecho igual que un huso y se bebía media cantara le abultaba algo siempre debajo de los manteos. Era la botella. Cuando llegaba al Columba a tomar café con unos canónigos ya se había metido un litro entre pecho y espalda y en el viaje de regreso otro tanto. ¡Pobrecillo! Era un alcohólico. Más. Otro sombrerazo.

  • ¿Qué va a ser, señor arcipreste preguntaba el pincerna del Columba el que estaba en los reales de lo que fue iglesia del mismo nombre a la sombra de los arcos del Azoguejo.

  • Ponme un sol y sombra, hijo.

  • In vino veritas.

Pero ya digo el cura de Zamarramala era un borracho muy digno. Bajaba por la pendiente con la teja de cachemira en su sitio aunque a veces buscase la querencia de las tapias de la Casa de la Moneda para exonerar su vejiga. O lo otro que como dijo el otro el buen morapio te hará cagar y por eso diz que el Vega Sicilia cura todas las enfermedades al llevarse los malos humores para allá. Así y todo era la comidilla de toda la ciudad y en una ocasión cuando su empinar el codo fue a más el obispo don Daniel Llorente de Federico me acuerdo del nombre de mi obispo con el mismo orgullo con que algunos veteranos recuerdan el nombre del coronel de su regimiento cuando eran sorches le retiró las letras dimisorias. Suspensión a divinis y el bueno de don Jesús no podía decir misa ni consagrar a Dios. Se trataba de medidas cautelares que duraban menos de una cuaresma pues don Daniel que era recto pero de muy buen corazón siempre le amnistiaba llegada la Pascua de Flores. Tampoco habrá que echar en el olvido que don Jesús era un hombre muy caritativo. Todo lo daba. No vivía con manceba ni ama ni dios que lo fundó y durante los aciagos días de la guerra civil fue el pararrayos de muchos furores. A muchos rogelios les sacó de la cárcel o de la tapia del mismo paredón. ¿Creen que se lo agradecieron? Pues no. Vivimos en un país de rencores decía Unamuno. Era un cura muy servicial pero tenía ese defecto o esa debilidad por el traguillo. Y eso aquí no se perdona. Su sombra se me aparece cuando doblo la esquina de la Plaza El Seminario. Es un fantasma eucarístico que me recuerda las catorcenas de aquellos días. Verbena y Maximinonda y en la sacristía buen jerez rosquillas de palo y algún soplillos. Entonces al acabar de aquella terrible guerra los españoles éramos como más fraternos y bienquistos. Nos sentíamos perteneciendo a un grupo o dentro de un redil. Verdaderamente aquellas catorcenas de la solidaridad y del paloteo eran algo mágico. Me traen a la memoria tiempos de perdón. ¿Cómo se explica ese trastorno? Yo me explico y yo me entiendo y dios me entiende. Nos hemos vuelto adoradores de Baal. Y hemos cambiado de religión, hemos renegado de nuestra patria, de nuestros valores, de nuestra fe, del amor al hermano y allí donde antes se leía Caridad hemos puesto filantropía o solidaridad. Estamos instalados en la cultura de la queja y en el sofá de don Comodón. Y ahí nos las den todas. Y nos las van a dar y en un carrillo no tardando mucho. Hemos sacado a Jesús del sagrario como a un príncipe destronado y en su lugar hemos puesto grandes carteles de palabras vacías: Derechos Humanos, Solidaridad, Memoria Histórica. La iglesia está vacía y el ara sin los huesos santos y los púlpitos mediáticos se nos han llenado de demagogos. A eso es lo que nos conduce reemplazar el dogma de la crucifixión por el supuesto contendible del holocausto. Y estos demócratas de pacotilla se cabrean y te lanzan anatemas cuando les sacas los colores y les coges en un renuncio. Si no haces nada por defender tu patria y tu nación entonces no tienes derecho a quejarte mamón de que te la invadan los forasteros aunque en Segovia ya digo todos nos conocemos y llamamos a las cosas por su nombre y sabemos por dónde van los tiros y de dónde viene la cosa.

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05/07/2006

LA MESTA ERA MORISCA

La mesta mixta era morisca. Cruce de razas, empalme de caminos. Ribazos y cañadas apriscos y majadas. Escuchaba de niño el tintineo del esquilón del morueco o carnero padre que iba al frente de los rebaños al cruzar por el Puente de Valdevilla. Siempre sentí pasión por los que van delante al frente y miran al horizonte y no los rezagados que hacen la agachadiza, los que no se determinan, raza de víboras los llamó el Cristo, fariseos, hipócritas y comprendo al Cid – Castiella face los homes y los desface, el buen vasallo si hubiera buen señor que peleaba tanto a favor del moro como el cristiano- y aquel rumor de grey me impresionaba. Ya se van los pastores a la Extremadura esto es a la frontera. Soy hombre de frontera. Me calificarán los malvados de personaje pero yo sé bien lo que me digo. Dentro de mí lo mozárabe. Nunca seré jamás un tornadizo ni un oportunista. Quod decet et non decet, decían los latinos. Ocho siglos de convivencia con el Islam han dejado marca en nuestras almas. Sí. La mesta era morisca. Gente de avanzadilla en los dares y tomares de la política y las pelas con el realengo y el abadengo. Sólo cuando había aceifa o guerra entre los propios reyes cristianos o los taifas no salían a la trashumancia. Era un código de valores en esa libertad libérrima de los españoles. Sabían que a veces el moro podía ser más cabelloroso, más hospitalario que el cristiano. En su vocabulario se amontonan los vocablos de origen arabe:. Rafala que era la escolta de caballería montada que escoltaba a los pastores y la anafaga o provisiones de boca que iban en la impedimenta con los mulos con las sartenes, perolas y anafes. La anafaga yo la he visto avanzar detrás entre los jumentos porteadores. Sobre la mesta casi todo está dicho gracias a un norteamericano K. Klein que escribió un libro magistral acerca de esta organización económica, financiera y social que no se dio en ninguna parte de Europa sino en Castilla, Aragón, el reino de valencia y el Reino de Murcia. Pero no todo está aprehendido. Su ordenamiento jurídico se fija por Alfonso X el Sabio en el Fuero de Cáceres 1256. Es un documento escrito pero las reglas de la mesta que es un régimen de aparcería y de derechos de paso o transito tenían una estructura oral-los pastores no sabían leer aunque supieran muy bien tocar el caramillo- en los tratos de avenencias sellados por la robla o alboroque (otra palabra de las montañas del Rif) venga esa mano ajustando a los pastores desde San Martín a la virgen de Agosto. Las pagas se hacían en especie. Bodigos y corderos recentales por san Juan de Junio. Curiosamente a san Juan Bautista tan bien lo veneraban los musulmanes españoles como uno de los profetas que permite el Corán. Iban en cuadrillas de cien a doscientos para un rebaño pero había majadas que llegaban a contar con hasta mil operarios entre rabadanes, pastores de honda y zagales (más nombres moros) y gobernaban ganado mostrenco o comunal y mesteño o ajeno. Los caminos reales de la mesta vulgarmente cañadas cruzaban España de norte a sur hasta el Guadiana sin penetrar en Andalucía por obvias razones. Se pagaba el aliud en maravedíes y en moneda forera pues los deudores no admitían pago en especie a los terratenientes que eran en su mayor parte los nobles que se beneficiaron por las encomiendas otorgados por los reyes y de los obispos y ordenes militares. Aliud es el nombre de un pueblo cerca del Burgo de Osma y en moro significa judío lo que indica que eran hebreos los encargados de hacer las transacciones. Estamos en la España de las tres culturas y la cosa funcionó dentro de lo que cabe. Oro. Oro que paga salarios. Atropellos de los fanáticos como Almanzor y los almohades pero a veces los descalabros los cometían las rapiñas de la Iglesia. Con la de Calatrava y la de Santiago hubieron no pocos pleitos los pastores de la mesta y a estos conflictos de jurisdicción trató de poner fin con sus ordenanzas el Rey Sabio quien por cierto tampoco se llevaba muy bien con el alto clero. Un primado de Toledo trajo a Alfonso a mal traer y lo tuvo que desterrar de sus reinos. Sin embargo la mesta pateó caminos de reconciliación y de acercamiento y elevó puentes pues aquellos pastores sorianos tuvieron que cruzar no pocos puentes y muchos vados y pasar muchas noches al relente. Tenían sus propios alcaldes y regidores. El Fuero de Cáceres se supone al fuero de Alcaraz algo posterior. Y para demostrar que aunque tolerante y mozarabe todos los concejos se harían en el nombre de la Trinidad. En la sierra de Albacete se denomina al ganado mostrenco de los castellanos ganado pejuguero pero hay pocas diferencias. Estas reuniones donde los jueces y alcaides (más palabras árabes, de caíd jefe) oían la causa de las querellas y litigios. Eran abiertos y se celebraban en pascua florida y la de Pentecostés. Si Castilla fue la creadora de la Caballería andante y quijotesca, la Mesta me parece algo digno de subrayar por ser una institución típicamente española porque representa la Caballería Trashumante en el trajín de los siglos. No eran guerreros. Viajaban al sur en son de paz. Toda la provincia e incluso la diócesis de Madrid es un resultado de aquel afán mesteño de las cañadas segovianas que atravesaba los puertos por Somosierra y Peñalara y llegaban a lo que se denominaba Tierra Madrid y de ahí el dicho de que la capital española es el pueblo mayor de la provincia de Segovia. Aunque algunas de las cañadas han sido destruidas por el afán urbanístico me honra de vivir en un pueblo mesteño que se llama Villanueva de la Cañada. Gracias a los antiguos pastores hoy muchos madrileños tienen sendas ecológicas para hacer pedestrismo. Ojalá (adverbio de modo que significa así lo quiera Alá) pues se conserven. A pesar de todo siguen viniendo a Madrid los rebaños por el otoño y cruzan la Castellana que era cañada real. La mesta empezó a decaer en el siglo XV después de las guerras dinásticas de los Trastamara y el Honrado Concejo de la Mesta pasa a denominarse Comunidad de Villa y Tierra. La literatura pastoril y las Coplas de Mingo Revulgo denotan esa capacidad que tenían los pastores para reírse de todo y poner en solfa los despropósitos incluso de la corona. A Enrique IV en dicho texto se le describe como una “haragán que folgaba entre los setos”.

La mesta es el talante libérrimo de todo español que huye al campo en busca de los espacios y los horizontes abiertos y de vida en comunión con la naturaleza en esta tierra que es España agraciada de dones como decía Alfonso X en su crónica general pero donde patrón no manda marinero. La mesta no era más que esa mozarabía que se echa al monte. Que buen vasallo si hubiese buen señor y que en el siglo XIX se torna guerrillero. El pastor tiró la garrota y cogió el trabuco. Una pena que en nuestras escuelas se estudie catalán, gallego, inglés, vascuence y se dé de lado al árabe una lengua que tuvo mucho que ver en la formación del castellano y en la mentalidad de las gentes que habitan en este país. Propongo lo morisco como nexo de unión de las culturas y de diferenciación positiva para salvar incluso a la cristiandad. Pero Roma nos impuso su férula. Ay. Roma locuta causa finita. Muchos cánones pero escasa caridad. Total. Hoy antevíspera de la sarracina del centenario de 1609 me siento mozárabe si no morisco recordando a los rebaños que cruzaban los puentes de mi infancia y el morueco egregio que iba adelante con el cencerro al pescuezo. El carnero abriendo paso era imagen del Buen Pastor que da la vida por sus ovejas, recuerdo importante cuando hay tantos malos pastores y lobos disfrazados de cordero que nos desollarán si nos descuidamos. Tolón. Tolón.



LLUVIA DE ENIGMAS.


Una lluvia de enigmas pone música de fondo suave tañer del agua contra los aleros a mis soliloquios hoy día de san Miguel divino Signifer. Pongo mi palabra contra los misiles de largo alcance y venceré. Sancte Michael Arcángel defende nos in proelio, contra insidias et nequitiam diaboli esto nobis praesidium. Venceremos. Septiembre se va pardo y con cielos de panza de burro habiendo sido un mes luminoso. Habla, señor que tu siervo escucha. Yo canto las bondades del ayuno. La gula mata el alma de los cristianos, hebeta los ojos que se vuelven más carne. Hoy tengo que pensar en todas esos templos a san Miguel alzados castillos roqueros sobre los cotarros símbolos de nuestra fe en las montañas y la cruz dominando los campos. Uno está como nuevo y recién envarengado con las cuadernas a punto, apto para regresar a la lucha, dispuesto a estampar su adarga contra sacerdotisas, pitonisas, bonzos mediáticos. De nuevo ha bajado el Espíritu. Nos llenó de entusiasmo y sin entusiasmo no se puede escribir literatura. La misión os llama. Escuchad la llamada de la campana y ascended al monte santo. Hasta él se sube por una vereda flanqueada por cruces y matas de hierbas medicinales como la énula campana también denominada helenio con la que fabricaban los alquimistas templarios bálsamo para curar a los freires que regresaban con cuchilladas de la lucha contra el agareno. Ese castillo de san Miguel alzándose sobre las márgenes del Río Perales cerca de donde vivo y mira que nací cerca del Clamores y pasé mi infancia cabe el Botijas río muy cangrejero mucho significa para mí. Es un regalo del Sicagogo que es como llamaban al que se alzó contra las huestes de Luzbel al grito de quien como dios los padres de la iglesia y que es desde entonces protector de iglesia y sinagoga. Su sombra señera envaretada y solitaria cuando paso cerca de la caída de la tarde parece que me bendice y escucho los coros de sus serafines entonando los kyries. Estamos rodeados de venenos pero un ángel porta un turibulo y dentro arde la llama que esparce el humo que conjura nuestros males. Venceremos. Aunque un 80 por ciento de la vida sea pigricia, normalidad, aburrimiento y un 20 entusiasmo y entusiasmo quiere decir endiosamiento. Nos entusiasma ese castillo de san Miguel que vigila las fronteras manteniendo a raya con la vista de su torreón y sus almenas a la Hidra de Ledna. Ya enveraron las uvas. Está la miel en el panal, el vino en el lagar, el grano en el silo y tal día como hoy los aparceros y agosteros cobraban su soldada y al señor del castillo se le pagaban sus rentas.


29/09/2009 12:25:07

ORDENACIÓN DE JOSÉ LUIS LORENTE EN LA CATEDRAL DE ALCALÁ


Cuando todo el presbiterio entonó el “Regina Coeli” a los pies de la Virgen del Valle gruesos lagrimones caían por las mejillas de mi amigo Silvano. Tal vez recordaba aquellas imposiciones de de la sagrada orden del presbiterado que celebraba su obispo que se llamaba Daniel Llorente de Federico.

Treinta tíos como treinta soles tumbados sobre el suelo, y el de la tercera fila, algo más joven y con menos canas mientras el coro atacaba implorante las letanías mayores, el alba blanca los zapatos bien limpios y la estola terciada de diacono, era él: Silvano; la verdad es que era todo un espectáculo.

Hoy en Alcalá sólo había un ordenando, lo que habla de la precariedad en punto a vocaciones, que si esto sigue así habrá que rezar la tienda por falta de quórum. Era un joven de Morata de Tajuña, que recién acabada la carrera de Filología inglesa, optó por meterse a cura. Por las temporas de septiembre cantará misa otro, ya diacono. Es ingeniero industrial pero en el seminario de Alcalá al que yo conocí con trescientos y pico seminaristas, una vez que los de Segovia vinimos hacerles visita, sólo quedan catorce.

Esta penuria viene a darnos la razón de lo que estamos diciendo en este bloque: que si la Iglesia no abandona ese clericalismo maricomplejines de puertas cerradas, aspirantes al sacerdocio célibes y jóvenes y busca nuevos apóstoles en las escuelas, los hospitales, las universidades, las redacciones de los periódicos o en las mismas tabernas porque tambien en ellas se puede predicar la palabra de Dios, esto se acaba, para satisfacción y pitorreo de los impíos que andan hablando de la teología del preservativo – tienen al pobre papa de monaguillo ¿han secuestrado a Roma?- y se terminó. El compromiso con Jesús Nuestro Señor no requiere cataplasmas ni paños calientes. Se necesitan curas de caballo y examinar el pasado, medio siglo, por ver si se han cometido errores. Mi amigo Silvano estaba llorando como un guaje.

-¿Qué te pasa, chaval?

(Bueno lo de chaval es un decir porque el Silvanete es ya talludito, la mirada algo vidriosa por sus muchos ayunos y la multitud de libros leído, pero muy vital y un intelectual. Se nota que estuvo en los jesuitas y que sabe bien la Teología y fue gran estudiante de los Santos Padres. Es un bendito de dios. Pero más inocente que un cubo. Le engañan todos. Sus hijos se ríen de él, su mujer se fugó con su psiquiatra.

En el trabajo lo toman por el pito un sereno y se lamenta con frecuencia no puedo más, no sé si llegaré a alcanzar la edad de retiro. Es medio poeta pero no ha publicado libros. Sus versos no los lee nadie. No le llaman sus amigos. Su móvil no suena jamás. Es de otra galaxia. Vive como en una nube.

Pero a pesar de los palos que ha recibido en la vida él sigue tan inocente como al principio y se lo he dicho yo varias veces mira Silvano a ti te pierde que tienes mal pronto y crees en los reyes magos, bájate del burro y el me contesta mira quien fue a hablar. Bueno. Tendrá que ser así, me retruca. Le engaña hasta su criada y por una criada algo ligera de cascos colgó la sotana. Ay perillán. Perillán.

-Nada que me acuerdo de mi ordenación. De las manos ungidas que me ató monseñor Llorente con un lazo blanco y puro. De cuando me puse por primera vez la casulla y el amito11. De mi padre y de mi madre que me acompañaron y ya no están.

Trato de consolarle pero comprendo y respeto sus lagrimas que son las mías pues Silvano y yo andamos por la vida pegando tumbos.

Nos sentimos como marcianos en medio de un país que ya no es nuestro país, asediado por el tancredismo y la moral de conveniencia, ni la iglesia tampoco es la que nosotros soñamos. Está visto que no se puede ser quite. Si te metes a salvador te crucifican. Aunque somos amigos, no puede haber dos tipos más diferentes.

Silvano es alto delgado, bien parecido, no fuma ni bebe. Se le daban bien las mujeres y yo soy bajito y mofletudo con mala leche, fumo como una coracha y bebo lo que me ponen cuando me pierdo por esas barras de Dios. Silvano va a caballo y yo en burro. A veces nos lo pasamos pipa y nuestra amistad inveterada honra la máxima de que un buen amigo es como un tesoro.

-No te apures, hombre. Sursum corda.

La Virgen nos protege. La devoción a Nuestra Señora me une cada día más a mi viejo condiscípulo que me da a leer sus papeles. Se pone a escribir y no para. Se pone a hablar y va como una moto.

Lo que pasa es que la gente no le entiende, está en otro nivel. Hemos hecho un pacto. Si él se muere antes que yo, trataré de encontrar un editor para sus libros. Algunos son canela fina y si yo la palmo antes que será lo más probable pues yo no me cuido y él es metódico para todo para la comida, el descanso y el deporte, él que se lleve mis misales y mis breviarios y las crónicas que publiqué en la prensa del movimiento que tengo todas en fotocopia y encuadernadas a canutillo.

Yo tambien soy aficionadillo a la literatura pero en honor a la verdad creo que no le llego a Silvano ni al cordón de sus zapatos.

Quiero insistir que en esta misa de ordenación nos lo pasamos `pipa. La iglesia estaba de bote en bote y el obispo nuevo de Alcalá mosén Juan Antonio Reig Pla – no se si será de la familia de fabricantes del puro del mismo nombre- me pareció un obispón. Llevaba con garbo la mitra y los ornamentos episcopales y predica con una voz recia y tonante un hermoso sermón. Por el físico y por la voz se parece un poco al obispo de Segovia don Ángel Rubio. Son de la escuela eclesiástica valenciana surgida en torno al actual primado de Toledo.

Pero pienso que es un iluso si piensa que los problemas del iglesia se arreglan cediendo parte de los inmuebles seculares de la iglesia- vivimos una segunda desamortización que está haciendo a algunos avispados millonarios- al diantre o quitándoles a los pobre curas parte de su jornal para dárselo a los parados.

Eso es desnudar un santo para vestir otro. Tambien se chupan el dedos los dos obispos si piensan que van a llenar el seminario de chavales que nunca han oído hablar de Jesucristo y a los que se ha bañado el cerebro con cliché peyorativos sobre la religión y la eterna monserga del oscurantismo sexual (condones, píldora del día después, aborto libre, mariconeria). Todo como si el negocio de la salvación fuese un problema de bragueta. ¡Oh ceguedad de los mundanos cretinos!

Quizás los impíos le estén ganando la batalla de la propaganda y hoy lo que hacen falta son periódicos, editoriales, Internet y otros pulpitos mediáticos desde donde la Iglesia pueda ejercer el magisterio eterno y civilizador. Eso o no ser. Los católicos se hayan en la peor encrucijada de su historia.

Si tenemos la verdad en nuestras manos, ¿por que ese miedo a decir la verdad, por que tantos complejos? Hay ocasiones históricas en las cuales como ahora en que la prudencia puede volverse cobardía y a la aquiescencia a los dictámenes del malvado una estulticia.

Si se condiciona la Crucifixión y la Redención a un tema tan intrincado y oscuro como es el Holocausto-espero que no lo proclamen articulo de fe o dogma porque entonces Silvano y yo abandonaríamos esta iglesia que se hizo esclava del siglo- nos encontramos con la pavorosa realidad presente.

Es terrible que cuestiones tan de monto no se sometan a un debate público y para escándalo de los creyentes y triunfo de los impíos no se someta a un debate público según los usos y costumbres eclesiásticos. Si Roma locuta casusa finita va a ser el apaga y veámonos.

Lo que hace falta es una verdadera labor de evangelización y de moralización de una sociedad corrompida, sacar a Cristo a la calle y enfrentarse a los poderes lácticos. No caer en la trampa. Y aquí estamos cayendo en demasiadas trampas. Las competencias eclesiales van más allá de los intereses materiales tejas abajo. El clero, los obispos, los arzobispos, los diáconos han de mirar para arriba para la corona de la Virgen como hicimos Silvano y yo. Respice stellam. Voca Mariam.

¡Que pena que hayan suprimido el latín! El ceremonial de órdenes sagradas es más simple que cuando nosotros íbamos a cantar misa.

Se han suprimido las medias casullas, los lazos y los abrenuncios exorcistas al diablo al mundo sus pompas y vanidades. Pero la misa fue hermosa en una radiante mañana de mayo. Luego el obispo nos invitó a los muchos asistentes a un piscolabis.

Que sea enhorabuena. En Morata de Tajuña ondea en la torre la bandera blanca de los misacantanos. Esto no deja de ser un gozo. Para celebrarlo el Silvano y yo nos fuimos al "Geston" a comer y discutimos lo nuestro sobre el monotema mientras tomábamos unas cañitas

. Él decía que yo soy un lerdo y yo la contraria. Casi acabamos a mamporros pero no hay que preocupar. Mañana seguiremos tan amigos. Somos un poco como don Quijote y su escudero que quieren arreglar el mundo pegándose de testarazos contra los molinos de vientos. ¿Serán galgos o podencos?.. digo yo que si serán molinos de viento.

Dulce Santa Maria madre nuestra sácanos de nuestras dudas y protege a tu iglesia. Tarea ímproba. Con la iglesia topamos Sancho. Hasta hemos estudiado la posibilidad de apartarnos del mundanal y hacernos ermitaños. A lo mejor, émulos de san Frutos, nos pasamos la vejez en una cueva entonando glorias y kyries y salmos, lo que no estaría mal. Hay que ir pensando en ponerse a bien con dios. Arreglar un poco nuestra vida ya que no podemos arreglar el mundo.


18 de mayo 2009

UNA AMIGA MÍA ENTRA EN LA MASONERÍA


Mi amigo Quico el Catalán se desternillaba de risa cuando me contaba que le había salido la novia “interpreta” (sic por intérprete) y a Cela una portuguesa que se llamaba Dolorinhos, tenía un poco de bigote pero compensaba y yo tuve una compañera de Facultad con la que salí algunas veces sin llegar a ser novieta que ha ingresado en la orden secreta de la masonería. Grado 33. ¡Coño! En los bancos de filosofía ella me pasaba los apuntes de árabe y creo que llegamos a salir alguna vez en el 600. Fuimos a bailar a un rancho criollo de la carretera de La Coruña. Pero todo muy formal. Nada de metemanos y las manos quietas que van al pan. Y en casa a las diez. Iba para novia formal. No llegó a serlo pero tuve un recuerdo agradable de aquella mujer que siempre me decía no empecemos el pastel. Y no lo empezamos. Al cabo de muchos años me la encontré en la cola del paro:

  • Andá pero si eres Aurita.

  • ¿Cómo te va Gumersindo?

La invité a comer y me contó su vida. Se había quedado viuda de su primer marido que por lo visto la maltrataba y la hacía todas las noches el amor. Parió seis hijos A la Auri por lo visto le iba la marcha. La desconsolada viuda cuando se quedó sin eso llamó a un antiguo novio. Estaba casado con unos amores que él no quería –como en el romance- total que se entendieron y él venía a hacerla una visita erótica todos los miércoles a partir de las cinco.

-¿Y?

-Pues que a mí una vez a la semana me parecía poco. Pero Gumersindo, hijo, hay que ver lo que engordaste. Así que fui a una agencia matrimonial y me junté con un casado que estaba muy bien de ahí ya sabes. A cualquier hora. Sin parar.

-Leches, Aurea ni que padecieses de ese síndrome que llaman furor uterino.

-Pues más bien sí, Gumer, pero como me volvía loca se aprovechó de mí. Montó una empresa a mi nombre y me hizo un desfalco. Tuve que vender la casa y las tierras del pueblo. Me dejó en la ruina. Pero yo creo que todavía le quería.

-Tú lo que querías era otra cosa.

-Sí. Puede que sí. Pero cuando me dejó me fui a vivir con un inglés que vivía en una casa de campo con fantasma. Éste de cintura para arriba estaba cachas. Todo el día lo pasaba castigándose el cuerpo en el gimnasio y además era un hombre rico. Pero de cintura para abajo, nada de nada.

-¡Qué me dices!

-Pues eso que la tenía pequeña.

-Ostras.

Mi amiga no quiso entrar en más detalles pero yo agradecí a los cielos el que no me hubiera tocado a mí empezar aquel pastel tan empalagoso que acabaría en penitencia. Por lo que me contó había tenido una vida cargada de amoríos y de lances bizarros y muy novelescos pues entre sus admiradores también tuvo un sacerdote que en una peregrinación a Santiago jugaban al tute y el bueno del clérigo la ahincaba su pierna en la rodilla por debajo de las haldas de la mesa camilla. Este le propuso aparte de sus indecencias trabajar Maximino el espionaje vaticano. Con los monseñores aprendió muchas cosas de etiqueta y de hipocresía. Como broche de oro y en forma atropellada me confesó que acababa de ingresar en el gremio de la masonería.

Yo no salía de mi asombro. Estaba abrumado y asqueado y pensaba en lo que decía Umbral el pobre si yo hubiera sabido que el amor era eso. Ah se me olvidaba. Estaba afiliada al PP y era partidaria incondicional de Esperanza Aguirre. Hostias Pedrín. Sorpresas que da la vida. Nos despedimos muy fríamente. Ibamos a quedar para otro día pero yo he borrado el número de Auri del listín de mis teléfonos. Yo con Los del mandil no quiero nada. ¡Pobre chica! Ya en casa, un poco más sosegado, pero sin salir de mi asombro, abrí las páginas de un tomo de poesías de Jorge Manrique y al llegar a lo de “nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar” me apercibí que el vate castellano me estaba insuflando al oído ciertas consejas de que el amor es humo y la vida nada. ¿Qué fue de tanto galán? ¿Qué se hizo de tanto frenesí? La Laura del Dante acabó en Mesalina. ¡Vaya un chasco! Tal vez fui victima de una mala educación sentimental o de un espejismo. Mi Dulcinea del Toboso se había transformado en Maritornes, la vera efigie de una vulgar trotaconventos. Su vida fue un salto perpetuo de cama en cama. Guardé mi sueño y éste me guardó a mí. Al final de la jornada pude darme cuenta de que la cabra siempre tira al monte y trisca por entre la sebe y a lo mejor se descuerna, bravía, por una mala calella, al saltar de peña en peña. Poco se puede hacer si una hija tuya o la parienta te salió puta o se mete a la masonería, profesa con el grado 33, se mete una regla y un compás en la vagina y llama a Dios no por su nombre sino por el de Gran Arquitecto. Ay Aurita, con lo maja que eras, con lo que yo te quería, siento pena y horror por tu vida. Hozaste y te revolcaste por las pocilgas de Anteo. Que te aproveche. Ahora me doy cuenta de lo que significa tener una novia interpreta.


lunes, 26 de octubre de 2009







LA VENTANA DE MI INFANCIA


Yo nací en una ciudad levítica, crecí a la sombra de la torre de una catedral gótica, me dieron en el rostro los sones de sys campans, escuché salmos y cantos de ronda bajando hacia la Hontanilla, dejando atrás la judería vieja, pasando el arco del Socorro. Tiré vearetas por las mismas trochas que recorrió Pablillos. Conocí las huellas o las marcas en el camino que dejaron las cáligas de los hoplitas de las legones romanas, las sandalias de los franciscanos y las zapatillas de los santos. Había una roca cerca de una fuente en mi barrio que tenía una cruz de hierro ya mohosa donde se sentaba Fray Juan cuando subía jadeante desde su convento al beaterio a confesar a las monjes y donde dicen que Teresa de Jesús se sacudió el polvo de su calzado despidiéndose a la francesa para no volver más. La Fundadora era de armas tomar, Dicen que dijo:

-De Segovia, ni el polvo de zapatilla.

Las lenguas de las cotorras mal hablaban de que tenía un lio con su frailivo y medio pues era de corta estartura quiero decir san Juan de la Cruz. Que el refrán advierte que entre santa y santo pared de cal y canto. Claro que santa Teresa era abulense y los de avila y Segovia la ciudad rival nunca nos llevamos bien del todo que se diga. Cuando jugaba la Gimnastica con la Unión Deportiva salía la gente a palos en el Campo del Peñascal. Procedemos de una estirpe mística muy devota y a la vez socarrona y pagana aunque de cristianos viejos como el que más. Otros historiadores señalan, al contrario, que somos la mayor parte de raíz de ahí nuestra complicación mental pues de Segovia ni la burra la novia nos achacan los que nos quieren mal. Vaya usted a saber pues se asegura que todos los israelitas de Burgos cuando salieron mal con los de aquella otr ciudad castellana se vinieron a acoger bajo los arcos del acueducto. Se bautizaron en masa y se hicieron hidalgos y caballeros de vieja estampa más papistas que el papa y más españoles que el pupas.

He de decir a tal respecto que nuestro amor a la Virgen de la Fuencisla tan arraigada en nuestras vidas arranca de una pobre judía (nuestra querida virgen debiera ser la abogada contra la violencia de género) a la que su marido acusaba de andar tonteando con un capellán, el sanedrín quiso dilapidarla pero luego cambió de parecer. Hombre sería mucho mejor tirarla por un barranco que nunca faltan por ahí por tejadilla y ahí en eso en peñas escarpadas que marcan las orillas de lo que otgrora fuera mar, una mar prehistórico. Y por ahí la defenestraron aquellos malditos. María del Salto se encomendó a Nuestra señora y Ésta la recogió en su manto como si fuese su regazo maternal se tatatase. Ella estaba allí al pie de las peñas donde las aves alzan sus nidos y donde un pueblo de amor transido vibra en tu Honor. Me he puesto a escribir una novela que es la historia de mi vida y me sale una salve.

Total que nuestros antepasado se bautizaron en masa y las aguas del Rasemir se convirtieron en un gran Jordán donde los del Pueblo elegido tornó sus ojos a Cristo. En cierta manera los segovianos nos sentimos un pueblo elegido. Elegidos para la palabra y para el dolor. Si la cruz es un privlegio a nostros nos signaron con ella desde el principio hasta tal punto que sólo a nosotros se nos permite hablar mal de la ingratitud de los elegidos. De raíz conversa eran los coronel y los Davila incluso el propio torquemada prior del convento de Santo domingo presentaba un origen nada preclaro y converso era Pablillos y el gran historiador Colmenares otro que tal. Que nos nos vengan con alicantinas. Lo que pasó pues pasó.A qué ton eso de meter la reja en la Historia como si fuera la vertedera de un labrador honrado que labra sus campos por La Lastrilla. Judñios eran los asesores y los confesores de la Reina Católica y los pincernas de su hermano el infausto Enrique IV que a mí me parece que no era tan impotente como le arguyen aunque aquel rey todo hay que decirlo se aficcionó a las costumbres moriscas y estaba rodeado por una corte de jenízaros andaluces. Todos los de la Guardia Mora. Judio converso era el sacritán de san Facundo el que entregó las hostias para que las arrojase a la caldera y la sagrada forma empezó a subir y subir por los tejados dando la vuelta giratoria a todo el poblado hasta ir a parar a la celda de un novicio dominico del convento de Santo domingo que iba a recibir el Viático.. el fraile era tambien marrano como María del Salto como la mayor parte de los obispos, deanes y capellanes que ejercieron en Segovia y como judíos fueron los conquistadores que acompañaron a Colón. ¿Fue verdadera o fingida su conversión? Eso pertenece a los misterios archivados en los anales de nuestra historia. España es al fin y al cabo una locura. Pero una locura maravillosa.

En la mescolanza de los sonidos que bajan de arriba o suben por abajo ecucho los ecos de mi niñez perdida: los cantos infantiles de la rueda y el corro, el son de los viejos romances. Veo subir la cuesta que lleva a la Puerta del Socorro a muchos peregrinos camino de Compostela con la calabza y el bordón pardas hopalandas. Pàrdo era el color con los que se vestían los campesinos de la gleba y negro el de los caballeros los clerigos y los domines. Pardos eran los picos de las putas. De las famosas meretrices de Segovia. En mis primeros años conocí los últimos suspiros de Castilla la Vieja. Era un país absolutamente a la españa de hoy. Pardos son mis ojos y pardo soy yo hijo de la luz y de la noche. Parda humildad semi franciscana. Don Pablos me estaba haciendo señas desde la otra ventana y traía un libro en la mano aquel protodiacono de los pícaros y me insinuaba tolle et lege. La primera foto que me hicieron en la alameda fue acompañado de un libro. Tenía un libro en la mano el pelo rubio y la barriga algo abultada.

Pero no maldigamos a los tiempos creyendo el pasado fue mejor pues eso supone una blasfemia un querellarse contra los designios misteriosos del Criador. Yo me forjé una idea heroica del mundo. Caballeresca. Había que salir en pos de un ideal a la búsqueda de ínsulas baratarias a desfacer entuiertos defender a los humillados y ofendidos y pelearme contra los gigantes que luego resultaron solo aspas de molino harinero. ¡Qué cosas! Acaso me sumí en un romanticismo tranochado pero eso ya nada importa.

La sombre de aquella catedral acariciadora y benigna hizo de mí un exaltado de la cruz hasta llegar a la convicción de que sin cruz ni cristianismo no son posibles ni la el amor ni la belleza. Acaso en parte llevase razón pero la cruz no debería jamar imponerse por la espada ni a la fuerza. Bajo el arco oscuro y olendo un poco a húmeda bodega del postigo aquel por donde pasaban los carros y los areneros de Espirdo y los panederos de Encinillas que subían a vender su mercancía a la ciudad o los curas de teja bevriario y balandrán arrebujado como un tapabocas sobre el pescuezo para no apañar frío en las tarde heladas hab´ñian cabalgado los guerrerosc de la edad media (Segovia enclavada sobre un castro que es todo un baluarte siempre conservó un aire militar, fraguamos país en la lucha contra el moro o peleando en nosotros mismos acabada la reconquista) pero tambien los picaros y los cperailes.

Subían pobres de solemnidad y detrás mujerucas arrebujados en sus mantones. Peleamos contra el sarraceno pero acabamos adquiriendo muchas de sus costumbres en realidad. Todo en la vida es circulación. Ir y venir. Subir y bajar. El eterno metisaca del nacer y morir del engendrar del parir. Arillos concéntricos de la nada. Relojes de sol y clepsidras. El arco del socorro impetérrito entendía poco de cronómetros. Tempus fugit. Pero da igual. La estancia del hombre sobre la tierra no es más que un soplo.

Habían clavado una lápida en lo alto del pasadizo que decía al fran escritor humorista don Francisco de quevedo autor del Buscón que era de Segovia natural. Efectivamente en una de las casas del cantón tuvo el verdugo municipal su residencia y al lado vivían los corchetes y alcuaciles. El corregidor un poco más carriba. Creo que era el mismo edificio donde una comadrona que se llamaba doña aniana Dios la tenga en su regazo me sacó del vientre de la Juani que las pasó moradas pues la criatura que alumbró pesaba seis kilo doscientos gramos y esa criatura era yo.

Ahora bien tachar de escritor humorista a don Francisco cde queveo el poeta más serio y profundo de la lengua castellana que sólo pasó al conocimiento del pueblo por sus chistes verdes o los relativos a la coprología (pedos, priovadas, eruptos y otras bellaquerías que entre dos piedras feroces salió un hombre dando voces adivina quien es pues pintale de verde) me parece un poco precipitado pero acaso responda a una venganza de la hustoria que ha sido contgando y manejada por quien ha sido contada y don Francisco que acaso fuera de la misma estirpe de los maniopuladores acusó a los judios y a los venecianos de ser los grandes conspiradores contra la corona de Castilla. Eso nunca se perdona. Claro está.

Aqul letrero contra el cual disparamos algunos cantanosen nuestra furia iconoclasta y llevados de la ignorante clastomanía de la juventud (hay que destruirlo todo, no dejar títere con cabeza) lanzmos algunas pedradas y todavía está ahí la señal. Mi cantazo hizo una esquilar en un angulo pero aún se puede leer. La leyenda también le pareció a don –camilo José Cela cuando cruzó por allí un bruma de mal gusto indicio de la estulticia de nuestras fuerzas vivas.

Pablillos pudo ser uno de mis compañeros de juego aquellos niñops con los pantañlones con remiendo que no gastaban calzoncillos y un solo tirante de mi cuadrilla. Con los que jugaban conmigo al chito a la malla a guardias y ladrones al zoro pico zaina. Juntos entrabamos en las casas deshabitadas en los hospitales de sangre abandonados donde todavía quedaban vendas y jeringuillas y sondas sobre las camillas. De uno en uno nos daba miedo explorfar aquellos recintos. Podría haber fantasmas. Y la leyenda clavada en la Ouyerta del socorro pienso al cabo de muchos años que selló mi destino. Sus letras gordos pesan aun sobre mi cabeza. Yo iba para santo. Quería ser cura y acabé en escribidor que es una profesión por decir algo y que guarda cierta relación con todo lo relacionado con la picaresca.

Naciera yo a la sombre de aquella catedral divina que se erguía sobre las casuchas de mala nota y las escalerillas donde estaban las puertas marcadas del barrio sefardita. Pienso si mis origenes no me habran predeterminado. ¿Habran sido maldición o mbedición? ¿Trajeron suerte o fueron una desgracia semejantes premisas del que busca y se afana y doce al año que viene en Jerusalén, reza salmos, eleva sus ojos al cielo al dio y siempre vuelve sobre sus pasos. Ir y venir que llaman acarrear. Girar y girar. Y venga dar vueltas. Vano empeño eso de buscar la arcadia. El paraíso y el infierno yacen en el fondo de nostros mismos. Son esdtos empeños frutos de la vanidad y de la locura humana. Cristo sin embargo nos sonrie. Está en las historia. Aunque nos elija solo para el dolor. No para el triunfo ni para la fama o la honra- esa sabiduría me la comunicó Pablillos- porque no somos otra cosa que carne de dolor. Eso no lo entienden ni las mujeres ni algunos paisanos míos. Todos ellos no leyereon jamás el Libro del Bendito Job. Por eso se desperan y no encontrán jamás comnsolación.

De esta forma me apareé a mi yugo y me resigné a mi suerte. A veces me parece que he triunfado que soy un elegido que el Santo de los Santos ha escuchado las plegarias de este pobre miserable. Por todo eso y por mucho más muchas gracias, Señor.

En los terraplenes de los adarves de la muralla donde crecían hierbas ociosas, lampazos y parietarias, estaba el edificio. Le llamaban la Casa de la Troya. Acaso este título de una novela de Pérez Lijín definiera el continente y el continente y el contenido fisico así como el carácter de sus moradores. Fue la casa delGran Matarife. Algun escudo con los atributos heraldicos del Santo Oficio debieran de andar por allí cosa que espantaba a algunos transeúntes a los que entraba el canguis y de repente se persignaban arrenado el paso. Hubo habladuría de que oyeron ruidos de cadenas y clamores de almas en pena pero no era en nuestro edificio sino en la finca colindante donde nadie vivía. Sólo algun gato pero de noche todos los gatos son pardos y algunos de estos bichos pudieran resultar gatos inquisitoriales. Hay que andar siempre con la mosca en la oreja. ¿Fantasmas a mí? No gracias. Temo mucho más alos vivos que a los muertos pero no se puede ir contra coririente ni desbaratar las creencias del populacho. Del rey y la inquisición chitón. Asi que ojo al cristo que es de plata. Paso corto y vista larga.

Entonces no sap´ñiamos lo que era eso. No había aparecido aun en nuestras carnes la llamada del sexo que todo lo desbarata bi fuyrmamabamos ni bebiamos vinos aunque nos mofasemos con los borrachos muy frecuentes por aquellos contornos y en aquella porque en Segovia había más tgascas y tabernas que iglesias y oratorios que ya es decir ni habiamos empezado a alternar ni a tomar café. Nuestros pulmones y nuestros bandullos estaban todo lo limpios que se puede estar a los cinco o seis años asi como nuestros pensamientos y nuestras almas por más que nos diga que el ser humano viene al mundo con el sello del pecado y sienmta una proterva inclinación a hacer daño y a mal pensar.

Tambien es verdad que estabamos en estado salvaje o acaso fueramos el buen salvaje roussoniano limpio de polvo y paja. Trisdcabamos por la vereda, saltábamos de una peña a otra temerarios en nuestra osadia y despreciando el precipicio que mediaba entre ambas rocas. Jugábamos a la guerra en baallas de moros y cristianos como nio podía ser menos en cualquier ciudad española. Organizábamos dreas con los chavales de San andrés parroquia a la que pertenecían los que vivian en la puerta ultgerior del Arco. Los de la citerior eramos de San Milla´n. Había verdaderas guerras campales a cantazo al final de las cuales alguna ventgana quedaba con los cristales hechos zarzamillo y los dueños traían al delincuente de la oreja abriendole a su padre el libro de reclamaciones por daños y perjuiciois.

-Son tres reales por el cristal que rompió tu chico.

Y el progenitor ya estaba esperándonos con el cinto. Aquella noche no había cena o mejor cdicho cenebamos de la correa y de los vergajos. Pero Eros y Tganatos no habian asomado aun la oreja y de la política unicamente hablaban los mayores y de sus conversaciones colegiamos la tristeza y desolación las vida truncadas y los muertos que trajo aprejados aquella contienda fratricida. Las mulas de las inquisición nos traían al freco. Hacía muchos años que habían dejado de transitar aquellas sendas. El tizne del demonio siugue ensiuciando todav´ñia algunas almas negras. No comprendo ese afan de los españoles por cuestionar nuestra historia y entregarnos a disquisiciones que a ninguna parte buecna conducen y sólo sirfven para enfrentarnos los unos con los otros. Debe de ser porque aun llevamos la ley del ojo por ojo y el diente por ciente marcada a fuego en nuestros entesijos displicentes. Buena ganmas de elocubrar con ucronías y futurismos. Nosotros ajenos a todo eso juganamos al trompo y a las canicas como si tal cosa.

Aspiraba a llegar a kas estrellas siempre buscando el plano ideal el que marcara la aguja del pararrayois catedralicios allá arriba por encina de los ojos de la torre. Los dias de fiesta yo veia sacristanes en camisa volear las campanas sudando oprimidos bajo el peso de los Badajoz pero había que anunciar el magno acontecimiento de la pascua. Abajo en la plaza los de las charangas lanzaban voladores y don Francisco de quevedo los ojos cegatos los pies zopos pero la lengua suelta y acerada de un cofrada subía hacia el ensolado muy fatigado el hombre. Se acababa de entrevistar con el Domine en la casa donde no se come ni se bebe. He seguido los pasos de aquel cojo divino genial y tabernario yendo por el mundo un poco telumante de libros y de literatura pegando palos de ciego y de que me cerraran antisimas puertas.

-A los profetas ya no os hacen caso.

-Mientras no nos ahorcan seguiré apostrofando.

-No eres más que la voz que clama en el desierto. Cabezazos contra un muro. Mira que eres testgarudo.

Por la calle pasaban algunas monjas un panadero morisco y un cristalero que iba a componer una vidriera que había derribado uno de los pedriscos que suele haber en esta ciudad por las fiestas de San Pedro. Todos se los veía muy afanados las monjitas con los ojos bajos el morisco muy altanero y que no le quedaba en la boca ningún diente portaba a la cabeza una bandeja como una herrada. Por allí cerca estaba el obrador paredaño al convento de las claras. Don Francisco que iba ya harto de vino entró en un cuchitril socavado como una bodega en los mismos bajos del temple al lado de una ebanisteríoa. La entrada de la bodega ostentaba en el dintel un laurel baquico y un letrero que ponía: “más vale aquí mojarse que enfrente ahogarse! Y justo enfrente acurrucado en el lecho del valle donde estaban los pegujares y los tablares lindamente labrados por los hortelanos moriscos con sus arriates y sus caballones adosados en perfecta simetría bajaba el Rio clamores bastante crecido de corriente salvo en agosto. Tgambien lo decían el rio Mierdero porque en él desaguaban las letrinas de la ciudad. Sumirse en él debiera de ser buena tortura. Don Francisco llevaba sobre el chaleco una enorme cruz colorada. Era de la orden de Santiago y aun borracho aparecía siempre en compostura. El mosto nunca le hizo perder la condición de caballero. Me hubiera gusrtado a mi ser el escudero de aquel sublime beodo. Sus libros aun me siguen emborrando de sabiduría, de piedad y de risa.

Aspiraba a alcanzar ls estrellas. Siempre buscando el plano ideal. Mi vida se enmarcaba en el rectángulo de aquel ventanal balcón que daba a la acera. Estga condición de niño humilde ha marcado mi camino.. anduve casi todas las sendas hice muchas descubiertas por muchas tierras pero sobre todo exploré todos los libros y caté los mejores vinos de la tierra. In vino veritas. Sangre de Cristo. Desde lo hondo del jarro el jovundo espiritu de Pablillos el mejor amigo que hubo en mi infancia me hacia momos. Y no eran burlas. Eran señas. Asi cogía fuerzas y cargaba con la gran luna del espejo para irla pasando a lo largo del camino.

Y las campanas tan… tan… tan. Los moros las aborrecían y es una de las muchas cosas que me fastidian de su religión aparte de que no permita beber de lo mejor que da la vida ni comer jalufo wl que no toquen campanas nunca en lo alto de los minaretes. La voz del almuedanbo nunca tendrá los timbres maravillosos y por eso he llegado a la conclusión de que el cristianismo es la religión verdadera. Sin campanas no puede haber dios y yo escuché muchas horas su dulce repicar. Invitan a la paz, la armonía, el civismo. Algun sacristán en aquellas tenidas en lo alto de la torre se asomaba a descansar y a echar un cigarro contemplando el magnifico panorama que brinda la ciudad. Debía de ser un hombrón pero desde abajo parecía muy pequeñito.

-Baja un poco el acelerador. No te entusasmes tanto.

-La pasión siempre nos vuelve a los hombres ridículos. Ya se muy bioen lo que me quieres decir, zampabollos.

-Piensa mal y acertarás.

-Desde luego

mi vida iba a ser no tardando mucho un descarrilamiento a ka carta. Fracasos sentimentales. Problemas laborales trifulcas de todo tipo. Origionales para puiblicar devueltod. Fui un vagabundo sin suerte. Una novia me dejó a la puerta de la iglesia otra me divorció. No sé qué mal fize. No tienes vista. Eres un poco patán. Fracasos sentimentales situaciones decpecionantes. Por los cafes hice el ridículo y hasta las putas se reían de mí en los prostibulos. Sin embnargo yo les decía agiuardad que yo escriba. Dadme papel y tinta. La literatura me transforbama en una arcángel. Entonces armado de la flamigfera espadfa de la palabra me convertía en una arcángel invencible, desalmenaba a mis enemigos, les dejaba sin argumentos y sin palabra en la boca. Hab´ñia una fuerza en mí. Quizas fuera la potencia de la fe.

Descarrilamientos a la carta. Fui pegando bandazos pero estos fracasos son algo exterior hay que fijarse en l,o que va dentro no en el accidente sino en la sustancia. Mi vida osciló a péndulo entre realidades consecutivas y suposiciones metgafíscias. Fui don quijote y sancxho. Pero ser español significa estar sujeto a esa condici´ñon de metgamorfosis.

Aquella fue la ventanal de mi infancia un balcón que daba a la calle pues viviamos en un piso bajo. Dicen que no eres de donde naces sino de donde paces y yo pací en muchas partes pero el haber visto la luz primera a la sombra de la catedral y haber abierto los ojos a los paisajes que cercan la urbe fue algo definitico. Como un sacramento que imprime carácter.

El recuerdo de aquellos años trae hasta mía-recuerdos de un viejo- aromas de la infancia lejana. Percibo en mezcolanza el eco de sonidos de bronce de la campana


Aquellas navidades fueron tristes cuando Juanlo se murió. Yo he nacido a la sombra de la espira de una catedral del gótico tardía, alta ebúrnea, encarmada mirando a las estrellas o en dialogo permanente con el añil de los cielos límpidos de Segovia. Cuando voleaban las vísperas de las grandes fiestas todos los pajaros abandonaban helagaduras de los huecos de la muralla donde posaban sus adarajs los canteros romanos y ahora era habitaculo de golondrinas y de las perennes chovas de Segovia de un altanero y lejano piar y salíanb corriendo mientras se alegraban los rostros y las conversaciones se fundían con el sonido del bronce de la campana gorda que sonaba sólo en fosd ocasiones el Día de la Resuerreción y el 15 de la Virgen en la solemnidad de Nuestra Señora. Ese día al correr de los años me casé yo. Si la torre de la Dama de las Catedral con sus flamígeros pináculos me parecía inalcanzable las paredes de la muralla roman a junto a uno de cuyos cubos se adosba casi la casa de venindad donde vine al mundo me poarecía poco menos que inexpugnable.

-Tan. Tan.tan.

el mundo se llenaba del gozo de las vísperas. Ese toque de visperas o el son más convencional y perfuntorio del anuncio de las horas canónicas los llevo metidos en los tímpanos del alma. Campanas que tocan a veces solas en la memoria. Los niños salíamos a la calle y nos subiamos a las peñas de piedra caliza-en las margas y q¡oquedades sobre las que se alzaban los cimientos de la ciudad aparecían a veces fósiles y animales disecados de formas extrañas, moluscos, valvas, camarones y caracoles que recordaban que un día Segovia fue mar precisamente allí donde se alzaba aquella hermosa y grandiosas catedral, para ver tocar. Los bultos de los sacristanes que accionaban las cuerdas y los Badajoz desde lo profundo de la cuesta del socorro parecían figuritas de un Belén. Unos puntitos blancos en mangas de camisa.

El haber visto la luz por primera vez bajo la sombra de aquel impresionante gótico tardío creo que imprime carácter. Dejaría en mi ánimo un enervamiento, una tensión hacia la verdad y hacia la bnelleza que costituyen el principal legado del cristianismo. Para mi la religión es una bñusqueda y una añoranza del paraíso. Sin esta noción estética que proyecta sobre el mundo la sombra del ideal como la de aquel cimborrio que lanza su sombra a la paramía y el valle no es posible la vida ni la esperanza. Era hermosa aquella catedral que el mundo debe al genio de Gil de Hontañón. Airosa y joven. Siempre que vuelvo a mi ciudad la encuentro moza como una novia. Un mojón clavado en la llanura que inspira elevación recogida y oración. Cada vez encuentro al mirarla algo desconocido. Produce endiosamiento.

Y otra cosa. Está dedicada a la Virgen. Forja una noción protectora desde la lejanía. Anduve luchando muchos años con las sombras del mundo añorando esa claridad que siempre tuvo la luz de Segovia algo único. Nostálgico del manto de protección de Nuestra Señora que los rusos denominan pokrov en una fiesta especial que designan como el Día del Manto. Desde aquella venantgan del numero cuatro de San Valentín yo aprendía a mirar a lo alto a escuchar las campanas y a ver como avanzaba la sombra protectora de la torre con el girar del sol sobre el horizonte como un manto protector de la virgen sobre Segovia. Me hubiera gustado ser menos entusastas y enardecido pero aquella sombra y aquel manto me hicieron como soy. En la muralla había un sillar romano en el que se leía una inscripción. Iuvenalis Iuvenale decía la inscripción. Lo dem´ñas estaba borrado por la lluvia que erosionaron el granito. Podía ser una piedra miliaria o acaso aquella piedra formó parte de un templo a algún dios derruido. La muralla romana fue derruida por Almanzor. En la reconstrucción por algonso se aprovecharon todos los materiales. Tambien me intrigó aquel letrero. Segovia romana inspiró mi inclinación hacia la latinidad lo que es lo mismo que la catolicidad. Vengo de un origen donde universalidad quiere decir tambien altruismo y un cierto sentido caballeresco / romancesco de la existencia. Tales antecedentes me precluyen e incluen. Mirar hacia lo alto a la catedral. Había un cipres intramuros que eclipsaba la vista en parte de ka torre. Las tardes de primavera era un nido inmenso de todas las aves del cielo y a mano izquierda estaba el Arco del socorro con el escudo que mandó esculpir el emperador Carlos V en la cara norte y una talle de la virgen de las Nieves en la otra. El postigo hab´ñia sido derruido en parte pero quedaron en parte los ojos oscuros de los matacanes de vigilancia y las saeteras de lo que debió de ser el cuerpo de guardia.

Yo miraba continuamente para la cuna vacía y seguía buecando a mi hermano por todos los rincones de la casa. En la hornacha bajo el fregadero. La lumbre estaba puesta toda la tarde. Hizo mucho frío aquel invierno del 47 y hubo fuertes nevadas.pero los días fueron alargando, se hicieron más largos y fríos. Estábamos de luto pero venían visitas y nuestra casa era un filandón de gente a dar el pésame. Hay que sobreponerse... llegó el abuelo del pueblo con un saco de patatas y judías que mo madre vendía al estraperlo pero mi madre la Juani que sabía cómo ahorrrar la peseta era mujer de buen corazón y gran parte de los víveres que criaba el abeulo Benjamín en el huerto, en el judiar o que trillaba en la era o molía en los molinos harineros iban a parar a los necesitados de nuestra vivienda. La puerta del sargento Maximino y la Juani estaba abierta y hasta hacían cola y pedían la vez en espera de un socorro. La cola todo hay que decirlo no era tan nutrida como en el pasillo largo y hediondo queconducía hasta la puerta de la Felisa que recibía a sus visitadores-usuarios en bata de cola. Las vecinas se hacían lenguas de la generosidad de mi progenitora.

-Ay, señora Juanita, qué buena es usted!

-Ni mucho menos, Macrina. Tiene que ser unos por otros.

A su lado no había pobres aunque mi madre tenía su geniecito. Cuando rompía un vaso o tiraba la leche que traía el machacante del cuartel me zurraba cola zapatilla. El óbito de Juan José había supuesto un duro golpe para ella y creo que empezó a padecer de los nervios. Yo había quedado como el rey de la casa. Sin embargo, siempre tuve la sensación de ser aborrecido porque al poco tiempo quedó encinta y nació otro hermano el tercero que siempre sería su favorito. Al cabo de mucho tiempo pienso que aquel trauma de no ser querido de ser infravalorado o despreciado ha sido un lastre psicológico en mi vida. Y muchos de los padecimientos psiquícos e inseguridades que me han azotado tuvieron su origen en este interregno entre la muerte de Juanlo y el alumbramiento de Zacarías cuando mi madre tuvo un grave padecimiento de tipo nervioso. No sé. Por otra parte tuve la sensación de que mi padre se volcaba con los de fuera y a mí me golpeaba al menor pretexto. Yo fui uno de tantos niños maltratados de la postguerra. En las fotos de aquella época que conservo aparezco con los ojos tristones y siempre con un libro en la mano. Esto de los libros fue síntoma. A los libros me aferré de por vida. Los clientes-usuarios de la Felisa aumentaban con el paso de los días y debió de irla bien en su negocio el más antiguo del mundo pues al poco tiempo se mudó a una casa más lujosa en la calle Gascos. Era una mujer rubia, alta y muy simpática. Siempre me daba caramelos puesto que el hijo del señor Silvino el militar en la Casa de la Troya era toda una autoridad y me besuqueaba pero a mí no me complacían los achuchones de la Felisa. Llevaba los labios pintados y el aliento le olía vino que tiraba para atrás. Desde entonces las magdalenas me inspiraron compasión y una cierta curiosidad. Yo no sería nunca de los que tiraran la primera piedra. Tampoco los inquilinos de nuestro bloque que hacían la vista gorda. Pobre mujer. A su marido un oficial republicano murió en el Ebro. Tuvo que dedicarse al arte seguramente no por vicio sino por pura necesidad. Tenía una hermana la Concha que iba a vender caramelos por toda Segovia. En las ferias en las porcesiones en el âseo Nuevo o en el Salón sonaba la voz aguardentosa de aquella mujer metida en años y en carnes que vendía chuches y el pirulí de la Habana por un real.

-A ral... a ral... ral.

Era su santo y señas y las buenas gentes de mi ciudada compadecidas se rascaban el bolsillo e iban a comprar a la Concha un cucucurucho. La percepción que tengo de aquel entonces era un vivir como hermanos. No había pasado más de un lustro de finalizar la contienda y allí no se hacíoan distinciones entre republicanos y nacionales. Se hablaba de paz de lumbre de trabajo. Pero las marcas de aquella guerra terrible quedaron tal vez marcadas en el interior de las almas. La señora Segunda que me daba cachuetes por ejemplo. La recuerdo jorobada y pequeñita subida sonbre un tuero del fregadero de su cocina que daba al patio con pozo de brocal y vistas al Pinarillo. Le habían matado al marido en la guerra y a un hijo. Vivían de lo quesacaba Gabriel el cojo que vendía pipas y cigarrillos en la estación. Todos los dias se le sentía bajar por la escalera a rastras. Se protegía las manos con una especie de almohazas para no herirse y con rodilleras y subía a su triciclo con un pedal de mano y con su cestas pedaleaba los dos kilómetros que distanban entre el barrio de la estación y el Arco del socorro. Era el único que miraba a los militares con cierta prevención. Sin embargo, le quería mucho por ser hijo de la señora Segunda una santa él decía.

-Lo pasado pasado, Gabriel, hay que echar todo eso en el olvido.

-Ya. Pero es muy dificil renunciar a las ideas, mi sargento.

Sin saber que responder mi padre le ofrecía la petaca y fumaban amigablemte el soldado de Franco y el paralítico republicano. Gabriel vendía pipas en el andñen y cuando regresaba a casa escribía poemas. Yo tengo sus manuscritos que desgraciadamente no vieron la luz. Por aquella escalera bajaba Taito que era aprendiz de albañil y la Tía Carnerita gorda como una tinaja y la voz ronca de aguardiente dejando un rastro de olor. Uno de sus hijos era ciego y vendía los veinte iguales para hoy y una hija la Carmen había tenido un hijo de soltera, Constantino que era de mi edad. Lo había engfendrado un italiano del que nunca más se supo pero la Sefarina la hija mayor de la Carnerita cuidaba de todos ellos. Freganba suelos se levantaba a las cinco de la mañana para kir a asistir y por el verano vendía helados en un puesto que tenía en el Azoguejo. Estaba cargada de hijos y tenía a su marido emn la carcel. iba a verlo al penal de Cuellar algunos jueves en los coches de lñíneade Galo álvarez. Tengo que decir que mi padre que estuvo destacado en la guardia de soldados que vigilaba el castillo le llevaba algun paquete de comida y lo recomendó al coronel Tomé para que saliera en libertad alegando motivos de buena conducta y además el Iglesias el marido de Serafina carecía de delitos de sangre. Este hombre llegó a ser en Segovia muy popular pues era buen recitador y en muchos salones de actos se le invitaba como rapsoda. Su tour de force era el Piyayo de Ganbriel y Galán.

Aquella ventana de mi infancia otreaba horizontes de ,melancolía pero nunca el odio que ha aparecido casi setenta años después a menos que ese rencor estuviera soterrado o haya saltado a la palestra de forma interesada a instancias de esas fuerzas oscuras que tienen una trayectoria invisible pera tan malignas como frecuentes en nuestra historia. Esas fuerzas son las que envenenan la convivencia entre españoles.

Otro de lospersonajes que subñían y bajaban por la escalera de la casa de San Valentín era un guardia civil padre de otro amigo al que aludiré despues puesto que el señor Juan, muy serio y muy guardia civil, cuando pasó a la reserva fue contratado como portero del seminario de Segovia. Le recuerdo siempre serio inmerso en un gran mutismo introducido en su tronera. En toda la tarde se leía de arriba abajo el Adelantado de Segovia. Aquella sequedad aquuella seriedad escondían un buen corazón pero tambien un entendimiento cargado de ezxperiencias pesimistas sobre la inclinación al mal de la naturaleza humana que él había vivido a través de su oficio de policía en años muy duros. Era un hombre enoprme alto bien parecido con unas anchas hombreras. Nbajaba las escaleras lentamente com el mauser en bandolera la capa y el tricornio. Infundía un poco de respeto aquel honrado número de la Benemerita pero daba la impresión de estar amargado por cuestiones que ya he detallado en otro ca`´itulo de esta hisotira de mi vida. A la puerta le esperaba el otro número con que hacía la mayor parte de los servicios y salía mauser y escarcela al hombro de correría. Se llamaba Belinchón. Pese a su apellido en aumentativo el guardia Belinchón era pequeñito vivaracho y locuaz. La pareja era un contrapunto. Parecían la ele y la i pero toda una pareja de la Guardia Civil circulando por los caminos de España. Acostumbrados a ver mucho y a pasar fatigas y sinsabores. Paso corto vista larga y ojo al cristo que es de plata como se suele decir. Casimiro el guardia mi vecino era de rango inferior a Belinchón que lucía una galón rojo en forma de ángulo por lo que antes de iniciar el servicio tenía que cuadrarse y darle la nopvedad como subalterno.

-Sordenes. Sin novedad, mi cabo.

-Pues adelante con los faroles.

Y La L y la I transfigurados en pareja de la GC desparecían por el postigo del Socorro. Pero antes una paradita en la tienda del Tío Juvenal que solía invitarles a café de puchero y una copa de coñac. Se agradecía pero se rehusaba. La Benemerita no prueba el alcohol cuando está de servicio. Se les respetaba y acaso se les quería pero también se lestemía. El guardia Casimiro le contaba una vez a papá en una de las pocas ocasiones en que éste rompió su reserva y su mutismo que el peor servicio para ellos no era la lucha contra el maquis. Era la cuerda de presos. Alguna vez mirando atras en su hoja de servicio fue cuando tuvo que conducir desde Puerto de Syanta María hasta Chincilla a tres penados que iban a ser reos de muerte.

-Maximino, eso sí que es duro. Se te parte el corazón. Nunca

te acostumbras- le decía.

Por eso aquella tristeza en el rostro del guardia Casimiro. La guerra le pilló en Madrid. Un guardia civil tiene que ser siempre leal a su gobierno. Luego cuando vio aquel desbarajuste se pasaría a los nacionales. Sus ojos estaban cansados de tanto testimonio de tristeza de tanto ir y venir en interminables retenes por los caminos.¡Cuantos secretos encerrados en el macuto de un guardia civil! Luego regañaba mucho con su mujer por causa del Antoñita al que nunca comnsiguió meter en vereda como declararé despues.


De oscurecida pasaban los grandes rebaños de la mesta. Mil. Diez mil ovejas. Creo que hasta cien mil cabezas pasaron por el portón camino del fielato para el pesaje y la alcabala. Detrás venía el morueco o carnero padre con un cencerro. A los flancos, guardando la línea, excelentes guardianes de la majada, los mastines, algunos de ellos de una alzada pareja a la de un buche que obedecían las órdenes de los rabadanes, todos con boina, calzados con albarcas y con piales y zaragüelles. Parecían soldados que la mesta siempre estuvo algo militarizada. Por las noches se sentía ladrar a lo lejos el ladrar bronco y profundo de aquellos perros que desafiaban no sólo al lobo con sus carlancas sino también a la luna. Contemplaba yo aquel tránsito impresionante de cabezas de ganado, un mar de ovejas. Siempre había sido así. Desde la edad media hacían vereda delante de aquella casa e iban a pernoctar al pinarillo cerca del cementerio judío donde estaba el osario o cementerio judío. En plena cañada real. Costumbre establecida desde las merindades. Aquel olor aquel tamo que los animalitos levantaban al cruzar la puerta del Socorro de la vieja ciudad amurallada me impregnó del sentir de la historia de mi país. Un pueblo bronco y m´çagico y comunero que siempre tuvo muy arraigado el sentimieento de la libertad. Entraban por la de San Cebrián e iban a dar al puente de Santi Spiritus que cruzaba el Clamores. La vida seguía y poco a poco dejé de pensar en mi hermanito muerto aunque de tarde en tarde cuando me traían de en cá la señora Amtonia la catalana miraba para la cuna suya recién hecha. Sobre el dosel lloraba un angelito treiste pero las sabanas estaban limpias y las almohadas como epernadole. Al final de aquellas navidades los Reyes me trajeron un caballito de cartón. Era así de grande tan grande como los mastines de los pastores trashumantes. Era muy bonoto de color gris, los ojos saltones, una silla roja y andaba sobre ruedas. Tacatatacata. Con el juego venía una fusta. Es lo que me hizo más ilusión. Me pasé dos días cabalgando y no quería bajar del carretón ni a tiros. Mi alazán tordo gris cabalgaba todos los horizontes. Los Reyes vinieron ricos. También me trajeron un camión de bomberos que arrastraría yo por la acera al pie de la muralla. La hija de la Macrina que era mi amiga me acompañaba en aquellas veladas de la ilusión. A ella la habían echado una cocinita y una muñeca con la que jugamos a los papás y a los médicos. Pero la hija de la señora Macrina no me gustaba. La que verdaderamente me gustaba era otra: era la hija del subteniente Casado compañero de mi padre. Vivían detrás de la Plaza Mayor cerca del obispado y segun la costumbre en aquellos años las familias se solían hacer visitas los domingos y fiestas de guardar. El visiteo a medida que fue subiendo el nivel de vida y fuimos siendo más rico fue sustituido por el chateo: recorrer diferentes bares de tapas más vulgarmente conocido como alternar. En la posguerra no daba para tales dispendios de salir a tomar algo. Ese algo se tomaba en casa. Siempre con algo más de fundamento. Se llamaba Merceditas la hija del subteniente y creo que fue mi primera novia mi amor precoz. Cuando llegaban las visitas a nosotros nos gustaba meternos debajo de las faldas de mesa camilla y nos contábamos cosas. Hacíamos lo que veíamos hacer a los mayores y nos hablábamos sentados en el hueco del brasero. También venían los Tinaqueros que tenían un jijo que se llamaba Cipri y era de mi edad. Él me enseñoó a jugar al guá. Tenía mucho tino con las canicas que llevaba en una bolsa prendida a la cintura algunas de ellas de mármol. Cipri tambien sabía silbar muy bien entre dientes. Me enseñó pero ese silbo maravilloso que hacía él nunca lo pude copiar. Yo decía cositas a Merce en nuestro escondite de la mesa camilla mientras los mayores hablaban de sus cosas y jugaba a las bolas con cipri o a los carreristas. Los corchos de la cruz blanca dentro metíamos un cromo de nuestro ciclista preferido que solía ser Berrendero o Trueba el ganador de la Vuelta a España torneábamos un cristal a molde del agujero del corcho y luego se pegaba con jabón y ya estaba listo para dispararlo por una carretera de arena hecha removiendo la tierra con las dos manos en horizontal y hacíamos puertos de montaña y todos con sus correspondientes bajadas temerarias. El que golpeando al carrerista con un golpe del dedo índice y pulgar llegaba con su cromo a la meta el primero ése ganaba. El que se salía de la pista quedaba descalificado. Así eran los primeros juegos de infancia en la solana de la Puerta del Socorro. Veía pasar la vida desde mi ventana balcón en el piso bajo pero exterior del número 4 de San Valentín. Sólo tenía un dormitorio el comedor y una cocina con los techos muy altos pegada a la escalera con una leñera tenebrosa donde yo pensé que habían encerrado durante mucho tiempo a mi hermanito. La ventana daba a la muralla. El primer paisaje que vieron mis ojos fueron aquel muro de sillares romanos que arrancaban justamente de la espalda de los peñascos de calizas sobre los cuales se eleva la ciudad. Los grajos y los vencejos anidaban en las socarrenas o hendiduras que dejaban los andamios. Las tardes de primavera eran una fiesta de alas negras recortadas de golondrinas en vuelo versátil y exhibicionista alegrando con sus trinos la atardecida.

Si alzaba la vista contemplaba el capitel augusto de la Dama de las Catedrales una saeta volando al firmamento. Todo era verticalidad e imperial arquitectura. El lugar parecía comunicarte una fuerza interior y un grito de llamada: citius, altius fortius. Os quiero a todos escaladores atletas del Señor. Esa fuerza de la mirada hacia las cosas latia dentro del fanal de un ojo oculto. Era como el grito de una fe ancestral.

Aquel edificio del gótico tardío fue la sede de ,is primeras vivencias. De la mano de mi padre subiamos a misa por las viejas callejuelas de la judería casas humildes que se acurrucaban bajo el amparo de aquella torre mágica. Los domingos a las once había misa cantada. Tarareaban Tercia los canónigos detrás de la reja del coro de impresionante labra luces apagadas. Por los vitrales policromos de las grandes ventanas encaramadas penetraba una luz lechosa y sobre el gran facistol donde yacían los etustos y desencuadernados becerros antes de la misa cantada el ángel de los salmos pasaba las páginas. Me impresionaron de siempre y con algo de ellos mi alma quedaría marcada para siempre aquellos librotes, aquella monomio. Abrid señor mis labios. Dios de Israel seas mi baluarte contra quienes me persiguen. Y los herrajes de cierre y las letras gordas pautando melismas gregorianos. Allí se reclinaban las claves de una música olvidada. El prcentor se acercaba con paso leve y cantaba una antífona. Respondía el coro con desgana pero haciendo valer en medio del cansancio la virilidad de los siglos. En medio de la monotonían de la historia las oraciones sonaban. De tanto pasar página los extremos de los cantorales llevaban la marca de los dedos qwue tocaron los cantorales sagrados. Sentados en sus reclinatorios o apoyados sobre las misericordias de fina labra aquellos religiosos de capas negras y blancos sobrepellices cumplían la rúbrica y el decoro. Una ausencia se pagaba con una multa de tres pesetas. Siete veces al día. La impronta de los dedos sobre un ángulo de la página hacían estar en los hombres qye habían cantado las Horas desde el siglo XII. La familiaridad con el trato divino les había convertido en seres escépticos y despondentes. Cantando era una forma que tenían de arremeter contra las embestiodas de la Bestua que acosaba a una humaniodad en aflicción: guerras, hambrunas, discordias, muerte, enfermedad, fracasos. Tus alabanzas salgran de mi bca, Señor siete veces al día. Te alabaré desde la aurora hasta el ocaso. ¿Y tu, dios mío, qué me das? Una protección dispensas yo no la veo. Abre, señor, mis labios pero abre también mis ojos. El organo prorrumpía en sones mayestáticos al final del oficio. En lo alto de la cúpula


VIVA SAN FRUTOS BENDITO.




Para san Frutos – decía nuestro llorado don Julián García Hernando al que dimos tierra este verano- hay dos caminos. El de la Pedriza o tebaida Segoviana en lo alto de un risco donde buscó la santidad apartada y vida penitente mirando para las águilas que planean sobre las hoces y alcores del Duratón. El del trascoro de la catedral de Segovia donde se guardan sus restos en una urna o lucilo de jaspe sobre el retablo que labrara Ventura Rodríguez y se canta el tradicional himno. Yo elegí este último porque llegarnos hasta Fuenterrebollo no me vagaba. La dama de las catedrales estaba de bote en bote. Tiene un aforo para quince mil personas. Y que bien resonaban los coros y la orquesta de violines acompañando al solo. El tiple. Hace cincuenta y dos años yo fui tiple junto con Moyano, Publio Sanz y Marianillo. Oyendo a aquel niño yo pensaba en Moyano y en Marianillo que eran dos latinos. Y que bien resonaba su alegro y el resonar de los violines bajo los elegantes empinos de las airosas y etéreas bóvedas que trazara Gil de Hontañón. No hay en el mundo gótico mas florido ni catedral más hermosa. Viva San Frutos bendito gritó al final de la interpretación un barítono .

Poco más o menos como entonces. La vida sigue igual. De José del Moral heredó la batuta Dom Frechel, canónigo precentor o maestro de capilla. Y a don Daniel Llorente de Federico le relevó en el báculo y la mitra don Angel Rubio que no es tan alto ni lleva capa magna ni caligas ni quirotecas ni manipulo pues es toledano y más bien pequeñito y ha cambiado algo el rito. Me fa la impresión que éste va a ser un gran obispo, muy cerca del pueblo. No suelo equivocarme en los primeros golpes de vista.

Pese a la crisis y la que está cayendo la sede de San Geroteo sigue viva y no ha muerto la ancestral fe nuestra que nos inculcaron a machamartillo.

Qué compases más exactos y que temperamento más sanguíneos los de los maestros de capilla de la sede segoviense. Y sonaron nuevamente otro año más y otro menos las estrofas de una composición del siglo XIX que todos los segovianos nos sabemos de memoria y llevamos en el corazón:

Al siervo bueno y fiel que rogando sin cesar

Consigue bienes eternos de la infinita bondad (bis)

Al que es gloria de esta iglesia patrono de esta ciudad

Como un padre de la patria y socorro universal

Bendigan todos. Bendigan todos y alaben

Su virtud angelical (tris)

Los prodigios. Los prodigios y milagros

Que a favor de sus devotos ejecutó liberal.

¿Quién los podrá enumerar? (tris)

Un icono de San Frutos me acompaña desde hace más de medio siglo. Es una foto de la estatua de que este divino anacoreta barbuda estaba en un altar de nuestro seminario viejo con escapulario de carmelita, túnica de cisterciense, un rosario enorme y un gran libro. Para hablar de este santo de mi pueblo, una santo mozárabe que fue perseguido por amor a Cristo y por su pasión por la verdad criticando las costumbres de los godos, sus envidias, sus estrambóticos placeres y huyó al yermo con sus libros, con su bordón y su rosario que entonces no se llamaba rosario sino “tasbib” o recitación por cuentas a la manera que siguen haciéndolo los mantras y los monjes orientales y los que llevan al conocimiento y unión con la divinidad mediante la recitación del hesicasmo.

Tuvo que poner pies en polvorosa poco tiempo antes de que Segovia cayera en las garras sarracenas. Los moros nos venían pisando los talones pero seguramente más temible que los los moros debió de parecer al santo la incuria y falta de fe de los malos cristianos segovianos. Arreciaba el morbo visigótico poco más o menos como ahora. Eso que llaman envidia. El peor enemigo es el que llevamos dentro. En este país no suele venir de fuera sino de adentro. Hay mucho topo, se multiplicaban los caballos troyanos, todos los días nos tenemos que limpiar las babas de los besos de algún Judas. Ruega por nosotros, glorioso san Frutos.

Buscó las cuevas de los siete altares cerca de Sepúlveda y se instaló en la Pedriza en compañía de los suyos. Es posible que los otros dos santos que celebran con él en la fecha del 25 de octubre el martirologio romano que intercalan la fiesta tomada de los misales visigóticos, San hijo y santa Engracia no fueran sus hermanos sino su propia esposa y su hijo. En la trayectoria eremitita muzárabe los monasterios eran mixtos mucho antes de la llegada de San Benito y de la reforma de Cluny. Es igual.

Que fuera soltero o casado nada importa. San Frutos es san Frutos nuestro santo tutelar. Su rosario, recuerdo cuando pasaba por los tránsitos y le veía colgando de la cintura fue un detalle que entró con todas mis apercibimientos. Soy un desapoderado fanático del rosario y casi siempre llevo en la mano un libro pues siempre hay un ángel que me recomienda lo que a Agustín: tolle et lege. Toma y lee. Siéntate. Olvidate, desaparece. Sueña.

Que hermosa lección de la Iglesia que insufló en nosotros esas taxonomía de lo exacto por la palabra y por la letra. La lectura hace de nuestras vidas algo más sólido y determina que no seamos cañas movidas por el viento. Que no tengamos miedo. Que no cambiemos.

Eh tú, el de Aldehorno, que yo no cambio ni cambeo. Tampoco tengo miedo a nada, sólo al pecado de la envidia que es una manifestación por via de frustración que alienta en muchos corazones.. Opus Dei. Opus mei. Algunos estáis un poco locos.

La esclavina penitente de mi querido santo mozarabe es nuestro baluarte así que a vuestras amenazas ni puto caso. El cuerpo me podréis arrebatar pero ni mi alma que es de Dios y morará en las alturas más allá de las peñas grajeras y de las estrellas que contemplaba san Frutos en las augustas noches de mi tierra.

Existe una leyenda segoviana que debió de tomar en cuenta cuando Aniceto Mariñas esculpió la estatua de san Frutos que preside la puerta mayor de la catedral que dice que cuando san Frutos pase la hoja del libro de piedra que está leyendo se acabará el mundo. Anicetillo se tiraba horas y horas en la catedral para ver pasar pagina al santo. Y ésta siempre se estaba quieta por lo que coligió el artista que nunca se acaba el mundo.

Somos nosotros los que pasamos página. O nos la pasan. Y ya nos lo dirán de misas.

Fue un acto muy hermoso. Ya digo la iglesia mayor de nuestra Segovia registraba un aforo como yo casi no recordaba. Era una catedral diseñada para llenarse para estar abarrotado y allí miles de personas mirando para arriba como lelos a ver si san Frutos pasaba la hoja o escuchando embelesados su himno melodioso. El libro, el rosario, el cíngulo de cuero o de piedra, la gran calva y sus barbas bizantinas fueron sus atributos de santificación. Con ellos venció al mudo y entró en comunión con la armonía de las esferas.

San Frutos es más que un santo tutelar. Todo un personaje entre nuestros paisanos. Y un símbolo de nuestros genes. Nos gusta leer, nos gusta aprender, somos sufridos y recios de temple y tan buenos que parecemos tontos y hasta dejamos que las palomas nos meen en la calva, pero siempre hasta cierto punto; nuestro aguante tuvo un límite. Nos gustan el cielo azul y el canto de las aves.

Y por eso le llamaban el pajarero por que en su fiesta todos los altozanos de esta tierra, todas las zarzas y los espinos se llenaban de bandadas de jilguerillos dispuestos a saltar a África en trayectoria opuesta a la que trae hoy el rumbo de las pateras. Recuerdos aquellas caravanas de ciclistas que veía partir por Baterías o por la Lastrilla en bicicleta con una caja forrada de hule a cuestas la liga y el cebo bien colocado en las varetas dispuestas. De Segovia es la frase de tirar varetas a pájaros para describir nuestra afición por el campo y los tomillares.

Callad la tarde regresaban los pajareros al hogar con las cestas llenas y en los bares te servían siempre un pajarito de aperitivo. Menos mal que hoy la caza con liga está prohibida. San Frutos que es un santo ecológico donde los haya y esta de guardia en el cielo para todo- algunos le invocan también contra la violencia de genero que es el mal de nuestro siglo- debe de haber intervenido para que los desaprensivos cazadores hicieran aquellos estropicios y hecatombes de gurriatos jilgueros algún tordo y más de un pardillo por donde tirábamos varetas. San Frutos er un santo para todo. Optimo remedio para todos los males. De su altar quebraban exvotos bragueros de quebraos y mechones de cabellos de niñlas muertas. Y hasta para el mal de los dientes. Reza la tradición devota que al que de vuelta a la ermita no le volverán a doler las muelas. Y tanto. ¡Menudo precipicio! San Frutos hacía equilibrios espirituales sobre aquellos gollizos que siegan el curso del Duratón como una hoz con sus piedras tajadas.

Aquellos san frutos de antaño en las casas se comía pisto y pajaritos fritos. “Cuando llega octubre el cielo se pone azul de fiesta y emigran los pajaros” así empezaba un cuento mío primerizo.

Era fiesta grande en el seminario. Terminaban los ejercicios espirituales y por la mañana al despertarnos a toque de campana bajábamos a los tránsitos donde Blas Carpintero y Zurita de Valladolid habían colocado las sotanas nuevas. Que ilusión más grande ponerse por primera vez la sotana y el birrete en las gloriosas mañanas soleadas de san Frutos. Era como un regalo de reyes.

Yo creo que desde aquel 25 de octubre de 1955 –ya ha llovido- en que me la coloque sobre mis lobos la sotana no me la he quitado nunca ni renuncié a lo esencial de mis convicciones católicos. El bonete sí. La beca roja me sirvió de bufanda o de moquero. El bonete me lo he quitado muchas veces y hasta he jugado al chito con sus puntas de cartón.

Pas barbas no las tengo tan floridas sino más ralas que mi santo cenobita mozarabe. Y como él tengo un libro en la mano. No paso la hoja. Por si acaso. Mis queridos paisanos, felicidades. Esa hoja y ese libro enhiesto marcan siempre el camino del cielo


06/07/2023

CUARTO TRIMESTRE


La catedral de Segovia es uno de los mayores templos de la cristiandad y después del de Sevilla acaso el más grande de Segovia con sus bóvedas de tracería que alcanzan los sesenta metros de alturas y unos responsiones o columnas sostén de la nave central de hasta ocho metros de grosor. La torre, una atalaya impresionante que se divisa a cincuenta kilómetros a la redonda en la alta paramera, alcanza los cien metros y a decir de algún viajero los ritos de semana Santa de acuerdo con las rúbricas de la liturgia isidoriana o hispano-visigótica en ella resultan de un gran esplendor y nada tendrían que envidiar a los del Vaticano. Incluso los superan. La basílica de San Pedro, lóbrega y sucia, servía de albergue a los peregrinos que iban a ganar el jubileo y su estructura renacentista no inspiró nunca gran devoción. Bruneleschi, Bernini con su arte dieron a entender que Roma está llena de poder pero vacía de Jesucristo. La basílica vaticana como todo centro de poder sobrecoge y no inspira. Allí a diferencia de Compostela no había botafumeiro. La ingente multitud de desarrapados que pernoctaban y hacían sus necesidades en el recinto hacía que las misas papales no fueran todo lo edificantes que cupiera esperar. En la sede segoviana había un retén de vigilantes que expulsaba a los alborotadores, a los mercachifles y a las ninfas de cantón incluso que hacían la carrera en los soportales de San Juan de Letrán velando por la seguridad y compostura de los asistentes a los oficios. La ciudad eterna agrupaba a una tropa variopinta de romeras y de rameras. Siempre debió de ser así.

En su semana mayor por el contrario Segovia se transformaba en un verdadero zoco de devoción donde se daba cita toda la ciudad para asistir al drama de la pasión del Señor. El templo tiene una capacidad para 20.000 personas y esos días el aforo se llenaba. Todo comenzaba el domingo de ramos con la pontifical oficiada por el obispo quien hacía su entrada solemne por la puerta de San Frutos al son de clarines y timbales y de repiques de campanas. Las torres de sus cerca de doscientas iglesias y conventos empezaban a girar con su volteo molinero como arropando a la catedralicia sede de San Hieroteo, que así se llamaba su primer obispo. El bronce más sonoro era el de la campana gorda de la iglesia mayor. Un lacayo con librea le abría la puerta de su coche un Mercedes y los añafileros del Ayuntamiento de levitas de botones de plata con un tricornio en la cabeza se inclinaban profundamente. Ya en el mismo umbral de la basílica salía a recibir al prelado el cabildo en pleno; lo presidía el deán Revuelta con el arcediano Bernardino y el archivero Hilario Sanz con sotana de seda y muceta morada bajo el balandrán (los mejores meneos eran los de Fernando Resines el fámulo episcopal que no se separó de su obispo ni en la vida ni en la muerte, según va dicho) y detrás la clerecía en sobrepelliz: beneficiados, acólitos, cruciferarios y turiferarios agitando el incensario y representantes de las órdenes militares en ropa talar con un bonete de cuatricornios con pompón sobre sus honradas testas. Dos pajes venían detrás del señor obispo portando la capa magna- tres metros de seda colorada enrollada al brazo- mientras la schola acometía las estrofas del “Iste Confessor”.

El maestro de ceremonias don Julián Canto cuidaba de que se hiciesen todos los movimientos, los gestos, las referencias y los pasos conforme a las rúbricas del rito isidoriano, con un puntero en la mano con el que iba señalando al preste las oraciones preceptuadas por el misal. El puntero era de plata y a decir de los especialistas en liturgia tenía un ascendiente muy antiguo: la sinagoga.

Un diacono con dalmática y un subdiácono con tunicela flanqueaban la cruz procesional. El acólito portaba un acetre, vinieron dos sacristanes y revistieron al obispo de capa pluvial con la estola cruzada sobre el alba, en lugar de horizontal para indicar que el que la llevaba había alcanzado la plenitud del sacerdocio y éste tras mojar el hisopo dentro del caldero empezó a rociar las cabezas de los fieles de agua bendita. El coro entonaba el Asperges y, al acabar la antífona del Asperges, el precentor, maestro de capilla, Pepín del Morral, que era asturiano de Oviedo con tan buen oído como don Celso pero peor mala leche dio un golpe seco con un grueso cantoral sobre el facistol – en cuaresma y tiempo de pasión estaba prohibida la campanilla y sólo se permitía el uso de la carraca- alertando al organista que esperaba en su tronera a los mandos de su órgano de trescientos tubos la señal:

  • Celso toca. Ya está ahí el obispo

De repente irrumpió dentro del templo como un tsunami de armonía y una ola de notas musicales bañó la catedral en crescendos, tremos, alegros que eran como el estallido de las olas de un océano de melodías bajo las bóvedas de tracería que habían sido diseñadas con arreglo a unos cánones de ortofonía y disposición tal que se esparcían las vibraciones por cada una de las naves. Las fusas y semifusas las corcheas y los calderones los melismas querían como colgarse de los empinos y voltear los contrafuertes y arbotantes acariciando con golpecitos las vidrieras para luego transformase en un chorro de voz metálica que descendía de lo alto al igual que una lluvia de fuego sobre nuestras cabezas. En aquel flotar de arpegios y de malabarismos sonoros, en aquel tour de force de virtuoso del piano con que nos regalaba don Celso el domingo de Ramos muchos creíamos ver no ya la entrada del obispo don Daniel Llorente de Federico en su cátedra sino que más bien la llegada triunfal de la Iglesia militante a la Jerusalén celeste. Todo aquello era como una avalancha que anticipaba el Paraíso.

En ese momento los de la escolanía, que veíamos desde el coro bajo a don Celso manipular el teclado de su armonium, éste parecía transfigurarse. Bien podía ser un Beethoven resucitado o el maese Pérez el organista de las leyendas toledanas de Bécquer. Distaba mucho de ser aquel cura rural que nos enseñaba el compás de compasillo y el de tres por cuatro en las clases de solfeo. Había nacido en Hontoria el pueblo más pobre de toda la provincia de Segovia y había regentado curatos en pueblos de la sierra. Ahora por esa capacidad que tiene la música para la metamorfosis se nos había vuelto un superman. Estaba claro que era la luz bajo el celemín pero don Celso Díaz sabía música por un tubo. Él fue el que nos hizo la advertencia en alguna de sus clases que la catedral de Segovia conservaba en sus archivos piezas que eran auténticos tesoros de la musicología y cuya clave anterior al gregoriano se había perdido pero algún día a través de la tecnología darían con la piedra filosofal para volver a interpretar dichas partituras. El maestro organista tambien nos dijo que el que canta alaba a Dios dos veces y que la oración mental puede servir de mucho provecho a las almas pero cuando ésta se hace comunal y cantada Dios tiende a escucharla más propicio. La iglesia no es sólo una lista de prohibiciones y de pecados o de las pandectas del Derecho Canónico sino un código de valores entre los que se encuentra la belleza, la ceremonia, el culto solemne. Tales advertencias de nuestro maese en mí dejaron una profunda huella y a partir de ahí he pensado que el Señor no puede encontrarse a gusto entre la estridencia, la procacidad, lo feo. Porque el señor es lo bueno, lo útil, lo afable, lo risueño. Don Celso era tan habilidoso con los dedos que era capaz de improvisar conciertos a tres voces. Se sabía todas las canciones, todas las misas, del repertorio de Solesmes, conocía todas las versiones de los Kyrie, del agnus dei y los diversos tonos del prefacio pero se murió con un retintín: haber sido incapaz de poner en solfa algunas partituras de aquel prontuario del siglo VII letra de Alcuino de York y música de un monje de San Columbano que atesoraba el acervo catedralicio.


Terminado el Asperges, la misa se iniciaba con la bendición de las palmas. El color de la liturgia era el rojo. Gente sencilla del pueblo, sobre todo, niños, traían palmeras, ramos de olivo o de laurel para que se los bendijera el oficiante. Estos despojos vegetales después eran colocados en los balcones y allí se tendían hasta el año siguiente porque era creencia popular que protegían las casas contra el rayo, el fuego o eran un deterrente contra cualquier malquerencia o iniquidad. “Sed libéranos a Malo” (guárdanos del demonio). Último versículo del paternóster. Con su humilde ingreso en la Ciudad Santa la mañana triunfal del domingo de ramos a lomos de una humilde pollina nuestro Salvador había derrotado a las pompas y vanidades del mundo, venciendo a la concupiscencia del diablo y enseñándonos a despreciar las cosas de la carne.

Irrumpía gran congregación de gente menuda (todas las escuelas, aspirantazgos, oblatos, academias, jardines de infancia, hospicios, fraternidades de beguinas, casas cunas y escuelas primarias de la ciudad, dando cumplimiento al mandato de Jesús “dejad que los niños se acerquen a mí” cruzaron bajo el dintel de la puerta de San Frutos y se habían dado cita en el enlosado del atrio) cantando hosannas detrás de un moro con turbante palestino que cabalgaba a lomos de una asnilla blanca dando vueltas por el recinto. A su paso los viandantes se despojaban de sus abrigos y ropas de vestir colocándolos bajo los cascos de la cabalgadura. La gente tiraba flores desde las ventanas. Una matrona arrojó un repostero con la insignia nacional que colgaba en el balcón de su vivienda y gritó con voz recia en latín para que lo oyera toda la plaza;

  • Beatus venter qui te portavit et ubera quae tu suxisti12

  • Viva la madre que te parió- dijo un paisano traduciendo un poco al castellano las palabras de la mujer bíblica.

La gente no se extrañaba que las fregonas hablasen en latín y los arrieros siendo de natural malhablados se despachasen en largos ditirambos al de la borrica porque aquello formaba parte de la magia y del milagro del Domingo de Ramos. El paso de la borriquilla entre vítores y aclamaciones marcaba el cenit de la portentosa vida del Salvador. Viernes Santo sería el nadir. Es el contraste y la dualidad, el misterio de la Primera venida. El hombre de la calle, los simples de corazón, los justos de Israel le aclamaban como rey y libertador. Unas horas más tardes, sus dirigentes, sus políticos, los que tenían la sartén por el mango, los mandamases pedirían su cabeza. ¡Qué gran sinrazón, qué tremendo contraste! El pueblo sencillo odiaría a los príncipes de los sacerdotes y a los pontífices, los anases y caifases promotores de aquel deicidio muñidores de contiendas y revoluciones a lo largo de la historia. Siempre amarrando pareceres y comprando votos y voluntades imponiendo su ley unas veces de grado y con la persuasión y otras a golpes de espada o de martillo. So color de sensatez, de prudencia y de guardar la ley, la democracia etc. no vacilarán en enviar a muchos a la silla eléctrica y sembrar odios y discordias entre las naciones. Les engorda la sangre como a Moloch. Son raza de víboras. Aquellas impresiones de su infancia a Accipiter se le habían quedado profundamente esculpidas en el alma y no podría prescindir jamás de aquel sentimiento, de la traición, de la culpa, de la bajeza del hombre en el marco de la grandeza y bondad de Dios. El testamento de la Encarnación asumido libremente desde entonces fue un sentimiento irrenunciable, una idea que configuró su personalidad. Las escenas de la Pasión imprimieron carácter. Estigmatizaron su forma de ser. Fueron materia de escándalo y de rebelión contra unas naciones que optaron por vivir de espaldas al Gólgota. Por ello escucharía a sus espaldas injurias y rechiflas que lo tildaron de avenate. Y es que tratar de seguir a la cruz era un asunto poco rentable.


El domingo de ramos se tenía por costumbre estrenar zapatos. Yo uno de los primeros domingos de ramos que recuerdo de mi infancia estrené un traje de marinero y en abril de 1957 me regalaron una sotana que había pertenecido al magistral de la catedral que se murió y yo heredé aquella prenda después de arreglarla mi tía Dominica la de Fuentepiñel. Así que pude ir a la procesión de marinerito y de curilla que con mi beca roja parecía un capullo de clavel reventón mi palmera en la mano y en los labios unas canción_

Gloria al Hijo de David

Dios excelso de bondad

Hosanna que viene en nombre

Del eterno Jehová”

Eso cantábamos.

Con la recitación salmodiada de la Passio en latín daba principio la gran liturgia de la Pascua. Dos diáconos, el uno tenor, era el narrador o cronista, y el otro hacía la voz de la sinagoga y del pueblo, y un presbítero (bajo) pronunciaba las palabras de Jesús desde el púlpito de la nave central que era de mármol de Carrara con incrustaciones de porfirio. El cronista y el representante de la sinagoga cantaban detrás del cancel desde sendos púlpitos de reja. La representación dramática de aquellas escenas de Getsemani, el Pretorio y el Gólgota van dentro de mí. Su eco resonará hasta el fin de los tiempos. Aquel canto austero y sublime melopea constituye una de las cumbres literarias jamás alcanzadas por la pluma de un mortal porque en todo el texto late un quid divinum. La narración de Mateo por su concisión y precisión no la superó novelista ni dramaturgo alguno en la tierra. O bona cruz salvum me fac. Cruz árbol sagrado cuyas ramas alcanzan el paraíso, lábaro de la resurrección… Vexila Regis prodeunt… que conjura a los espíritus malignos y destroza la cabeza del dragón. Cruz de los ángeles, cruz de la Victoria, cruz templaria, cruz de espadañas humilladeros y torres en toda Europa. Cruz de la resurrección.


Lo bueno de los papas de aquellas décadas es que no eran personajes mediáticos. No viajaban. Estaban reclusos en el Vaticano por lo que no podían ser manipulados. Pío XII comía como un pajarito, y comía solo únicamente acompañado por un canario amaestrado que de de vez en cuando daba vuelos por la celda, se le colocaba al buen pontífice Pacelli sobre el hombro mientras éste escribía discursos que habían de emitir por radio Vaticano. Eran unas homilías muy inspiradas que hablaban del carisma de la fe, del valor del sufrimiento, de la abnegación y la renuncia cristiana. Pronto llegaba sor Pascualina la religiosa doméstica alemana que cuidaba de las dependencias papales y se llevaba al canario a su jaula para darle el alpiste.

-No molestes a Su Santidad, Caracciolo, mientras prepara sus mensajes urbi et orbi- le decía sor Pascualina.

Pese a las admoniciones el pajarcillo seguía alegrando la estancia y las alocuciones del Papa Pacelli eran seguidos por millones de personas. Pero su presencia así como figura austera no debía de ser del agrado de los anases y caifases redivivos y omnipresentes de todas las épocas. Las lenguas de la calumnia siempre de doble filo y las serpientes sibilantes proferían insultos y descalificaciones contra aquel buen papa italiano, un aristócrata romano que conocía bien los entramados de la curia y sabía estar. Decían que era un nazi y el baldón de la ignominia bajó con él al sepulcro. Para que a uno lo crucifiquen no hay procedimiento más sumario que pregonar a los cuatro vientos la verdad y aquel pontífice promulgaba el perdón y el amor a los enemigos pero profesaba la verdad y eso no halaga los oídos de los tiranos. A Pío XII no lo inscribirán en el catalogo de los santos como tampoco podrá subir a los altares aun habiendo ganado para la fe católica todo un continente en el nuevo mundo nuestra reina Isabel de Castilla. Cuando los bombardeos de Roma por los ingleses y por los norteamericanos el papa del pajarito no se movió de su sitio, salió de Castelgandolfo para consolar a los heridos y rezar por los muertos y las fotos nos lo muestran con los brazos en cruz mirando para el cielo su sotana blanca cubierta de sangre. No era un fascista pero defendió como obispo de Roma al pueblo romano con el tesón y la autoridad con que debe hacerlo un vicario de Cristo. Desde que desapareció Pacelli sus sucesores no son los agentes en la tierra de la herencia de Cristo sino obispos libeláticos que asumen el titulo de vicedioses para sostener su propio statu quo y mirar por los privilegios. Hoy la iglesia es un banco, una ONG, en conexión con redes ocultas. Por eso no se atreve a condenar la brutal ofensiva de la OTAN contra los libios ni hay reprimendas ni excomuniones por lo que puede estar cociéndose en el horno iraní y las revueltas en Siria o Egipto burdamente manipuladas por Occidente en beneficio del estado hebreo dispuesto a masacrar a sus vecinos de Oriente Medio. Aquel era un papa sí señor al que los creyentes amábamos y respetábamos aunque no le viéramos nunca. Sólo en fotografías porque desde su entronización los únicos viajes que hacía fueran de Roma eran a Castelgandolfo. Y aunque era un apasionado de la velocidad jamás montó en avión. Todo lo contrario que Wojtyla que dio no sé cuantas vueltas al mundo pero que dejó a la Iglesia como un patatar polaco sumida en el desconcierto y la desesperación, con los escándalos pederastas y los abusos a menores. Vacila la frágil llama de la fe. La gente ha dejado de ir a misa los domingos porque los curas están mal preparados y no saben vender su mercancía en este tiempo en que los círculos mediáticos luchan por las audiencias y miman sus ratings y sus shares de audiencia. En la liturgia no hay belleza ni espectáculo. Ni maestros de capillas como aquel don Pepín del Morral o don Celso el cura de Hontoria ni maestros de ceremonias con el puntero de plata en su mano derecha como don Julián Canto. Un poco de pompa nunca vendrá mal. En la actualidad estar presente en los servicios religiosos de cualquier parroquia es como asistir a los actos de una sinagoga donde cada cual berrea por su cuenta o una capilla luterana. El pietismo protestante es como la música de Mozart. Técnicamente perfecta pero que no conmueve. Los papas de aquel entonces nos advertían que la fe católica era la única verdadera y nada de contemporizaciones de la cruz con el candelabro y la media luna. Para contentar a musulmanes y judíos la ultima “burrada” teológica que acaba de soltar Benedicto XVI es que la cruz es símbolo del amor, no del triunfo sobre el mal. Es una bonita forma de pasarse por el forro a toda la iglesia constantiniana que tanto molesta a los judíos. In hoc signo vinces y el símbolo apotrocaico de las cruces de la Victoria y de los Ángeles del reino asturiano o la cruz de san Hermenegildo y de Chindasvinto que no servían para nada según estos revisionistas que tratan de relativizar la historia. El depósito de la fe es inalienable, prelativo pero nunca relativo porque en él no se puede aplicar una moral de conveniencia. Quedarán estas cruces para adornar los pechos desnudos de las mundanas y de las putas. Sólo del amor. Todo el mundo es bueno. Este papa dios me perdone mezcla las churras con las merinas y confunde el culo con las temporas. El discurso del pontífice reinante recuerda las panfilias de ZP con su majaderías sobre la alianza de civilizaciones. Juntos pero no revueltos, don José Luis.. El evangelio es tajante al respecto: “todo el que no está conmigo está contra mí”. Al bueno de Benito nos le presentaban como un profundo teólogo y un gran pensador de espesa condensación mental y no se libra del mal de la época que es la vulgaridad, lo “Light” y todo cuanto es imagen superficial. Esta vulgaridad rayana en la chabacanería por estar articulada sobre una gran mentira histórica y la manipulación de las mentes por el Gran Cofrade orwelliano determina el desprestigio de los jerarcas eclesiásticos. La canonización de Wojtyla tan precipitada y basada en milagros no probados- dicen que la han sufragado los banqueros de la City y de Wall Street- añadirá más leña al fuego de la confusión. Es cuanto menos materia de escándalo. Para los griegos las grandes diosas del tiempo eran tres: Lakesis (pasado) Cloro (presente) y Ástato (tiempo futuro) sobre estos tres planos juega la historia es el palimsepto sobre cuya cera modulan los buriles de los anales el devenir. A Lakesis no hay que amarla. Pero conviene respetarla y el presente o la actualidad Cloro tiene que ser mirada con escepticismo para entusiasmarse con Ástato que marca las huellas futuras. La historia es un volver y revolver un pasar infatigable. Por eso la precariedad de la época que vivimos en relación con el esplendor de hace medio siglo puede resultar raquítica pero de lo que no cabe ninguna duda que el futuro acabará poniendo a todos en su sitio si es que en realidad el mundo tiene futuro y no está en el alero una gran conflagración universal que muchos de los que vivimos aquello nos hacen pensar en las profecías del final de los tiempos que insisten sobre la prevaricación de los falsos pastores y de los lobos disfrazados de corderos.




LOS COLORES DE SEMANA SANTA. SAN PEDRO ERA CALVO. LOS RESPONSORIOS DE TOMÁS LUIS DE VITORIA. EL TENEBRARIO



De aquellos días de mi infancia hago memoria que como consecuencia de las veleidades del calendario gregoriano y al no caer la Pascua en fecha fija sino variable el tiempo era frío si la Resurrección era festejada a primeros de marzo y alegre y gozosa, verdadera pascua de flores, cuando la epacta de la semana grande con fechas de últimos de abril en fechas retardadas. Verdadera pascua de flores. Había que confesar y comulgar para ponerse a bien con Dios. Los campos estaban que daba gusto mirarlos porque no había domingos sin sol ni doncellas sin amor. La efervescencia de la naturaleza se mostraba rotunda en las mieses que encañaban, las ramas de los árboles que abrían sus pimpollos las noches que eran más cortas y las tardes más largas y que las muchachas en flor acusaban esa rotundidad de la naturaleza que pronunciaba las curvas de sus talles, el alabeo de sus senos y la sonrisa de sus rostros. Al regresar de los paseos y de las visitas a los monumentos los seminaristas conocían el cosquilleo del primer amor que había de ser platónico por supuesto y que dejaba en el corazón un poso de dicha y de tristeza. El torrente de la sangre estaba ahí pero la voz de la Teología mandaba callar a las células. Echa el freno, magdaleno, tú vas a ser cura, mantente en castidad. Una mirada, una sonrisa de aquellas muchachas que estudiaban Magisterio o estaban internas en las jesuitinas o en las concepcionistas a más de uno lo volvieron tarumba. La primavera había venido y algunos pensaban haberse vuelto modorros y no es que estuvieran modorros, es que habían conocido a una chica que les hacía tilín. Desconocían su nombre, no habían hablado con ellas. Sólo un encuentro casual en el cancel de una de las muchas iglesias donde se hacía el recorrido habitual de las siete estaciones y los siete padrenuestros. Como mucho el contacto había quedado reducido a ofrecerles el agua bendita al entrar o salir para santiguarse. En el talego de la muda con la ropa blanca venía aparte del condumio (el choricillo del pueblo, una morcilla, alguna que otra lata de sardinas y un poco de queso con un recado de la madre escrito con letra apresurada de la madre: Ten, hijo, para que no pases hambre, hinca los codos, no armes bulla, no te metas en ciscos, reza las tres Avemarías antes de acostarte, los calcetines cámbiatelos todos los días para que no huelan los pinrreles que en eso has salido a tu padre, ahorra y no gastes porque ya sabes como estamos, yo he tenido que coger huéspedes a pupilo para pagarte la carrera, procura no coger frío, etc… mamá no tengo un real, sólo me compro una bamba algunos días cuando viene con nosotros la señá Isabel con el cesto cuando salimos de paseo porque me da mucha pena la pobre, no hablo más que en los recreos, me aplico, soy bueno, etc…) venían las Rimas de Bécquer y algunos los más audaces se atrevieron a Encargar el Decamerón de Bocacho con la posibilidad de que libro tan amoroso y tan procaz pudiera ser confiscado por la autoridad competente.

-Aguado, pero ¿cómo se atreve usted a leer semejantes porquerías?

-Es que, don Eloy, nos lo ha mandado don Tirso el profesor de literatura para un trabajo.

-Es que… es que. Pero ¿tú no sabías, pedazo de majadero, lo que es el Índice de Libros Prohibidos?

-No, señor.

-Pues leer a Bocacho es un pecado gordísimo. Es un libro prohibido. Está en la hoguera. Aguado, tú te encuentras en pecado mortal si te mueres ahora mismo, irás derecho a las Calderas de Pedro Botero. Ya estás subiendo inmediatamente al cuarto del padre Mañanas a confesar tu falta ante el confesor bendito.

Ah el padre Mañanas… cantamañanas… el que arrimaba la carita y te magreaba impunemente cuando tú incauto de ti te arrodillabas ante el tribunal de la penitencias. Aguado hizo un gesto de contrariedad porque la penitencia que le mandaba superaba con creces el cuerpo del delito y el director espiritual se hinchaba a hacer preguntas, era muy tocón y algunos habían tenido que salir de naja de la celda de aquel jesuita pegando un respingo. El niño empezó a llorar:

-Pero si yo no lo he leído, señor prefecto, ni siquiera lo hojeé. Mire, está sin abrir.

Y entre lágrimas le mostró el cuerpo del delito; aquel opúsculo intonso editado por Miñón una casa de Valladolid especialista en libros clásicos. Y se lo entregó.

-Bueno, por una vez pase-dijo el maestrillo no del todo convencido.

Aguado se quedó sin libro. Don Eloy se metió la obra prohibida en el bolsillo de su sotana y mandó al muchacho que aquella noche no bajara al refectorio. A la cama sin cenar. Lo que no dicen las crónicas es si nuestro querido presidente no se murió de risa leyendo las salaces y chuscas historias que traía aquel libro del genial literato italiano.

Los que presenciamos la escena mientras girábamos por el cuadrado de los tránsitos viendo dar a Aguado explicaciones y excusas a don Eloy, nos reíamos para nuestros adentros pues intonso y todo Aguado había leído los jugosos chascarrillos que ocurren en la despreocupada y nada melindrosa Verona del siglo XIII contándonos de qué iban algunos de los lances sobre todo el del Hortelanillo de las monjas que era mudo. Todas y cada una de las religiosas desfilaron por su cabaña incluso la madre superiora y a todas se las pasaría por la piedra. Muchos años más tarde cuando en un cine de Londres vi la película magistralmente narrada por Passolini no pude menos de acordarme de Aguado y sus aflicciones con don Eloy que le había tomado ojeriza y me deleité con la secuencia de la madre superiora que se alza el hábito-uno de los preceptos de la regla clarisa era que las religiosas no llevasen ninguna ropa interior como penitencia debajo de la estameña- y apareció in puribus. El hortelano que supuestamente era mudo y harto de tanto laboreo sexual prorrumpe en un grito:

-No, madre, otra vez no.

Todas las monjas acudieron al escuchar tan formidable vozarrón. Y creyeron que era milagro. El mudo había recuperado el habla. Bromas aparte, los seminaristas también tenían su corazoncito y no eran inmunes a los dardos de Cupido en aquellas tardes de domingo sin amor. Muchos empezaron a escribir poemas y a llevar un diario. No sé lo que me pasa. Hoy la he visto. Ayer no me miró. Estoy modorro… En definitiva, es lo que hacen todos los adolescentes del mundo. Pero nosotros éramos diferentes. Teníamos que ser santos y disfrutar de otra clase de bellezas más espirituales. Creo que la Iglesia es sabia al formular tales reconvenciones sobre los peligros de la carne, las veleidades del sexo y del afecto. No escuchéis los cantos de sirena. Oídos sordos. Recordad a Ulises. Una simple falta puede ser una concesión a la fatalidad y el predicador del Sermón de las Siete Palabras era de los que ponían los paños al púlpito, no tenía pelos en la lengua, no paraba en barras. Hijitos míos… para siempre… para siempre. Y describía con tanta viveza y prosapia los terrores del infierno que en los bancos de atrás se escuchaban jipios de almas conmovidas que ante la meditación de las penas del infierno eran incapaces de contener las lágrimas. La pena del fuego era menor según él que el tormento de la sed… esa gota de agua que golpeará la cabeza de los condenados y nunca la podrán beber… para siempre… toda la eternidad… sitio, clamó Jesús en la cruz tengo sed y le pasaron por los labios una esponja empapada en vinagre y en hiel. Y todo por unos malos pasados por un pecado mortal que cometí aquel día y el pecado mortal para nosotros en aquellos días sólo tenía que ver con la infracción de un mandamiento el sexo. Obsesión fatal. Un pensamiento impuro y acababas en las calderas de Pedro Botero. Una idea fija que ahora me haría sonreír con melancolía. Nos querían capar sin duda. De eunucos es el reino de los cielos. Era muy duro desatender a la convocatoria de los sentidos cuando ante la llamada de las células en ebullición todo despierta en tu organismo adolescente y hay añoranza de belleza y de paraíso en aquellas tardes sin amor mientras veíamos pasar a nuestro lado a las muchachas en flor. Sus madres prorrumpían en aplausos:

-Ya estan ahí los curiñas. ¡Pobres! ¡qué majos!

Había uno muy guapo Montoro que parecía el vivo retrato de Santa Inés o de San Gonzaga y una abuela saltó en medio de la terna y se lo comía a besos. Montoro se puso colorado como una berenjena.

-Quite, quite, señora, que me va a hacer perder la compostura y me piso la sotana.

-Guapo.

Los piropos de la buena mujer no le depararon grandes simpatías en nuestros corros. Quizás le teníamos envidia porque era un efebo como el Hortelano de las monjas de los cuentos de Bocacho. Carrasco le llamó marica pero como era muy inocente preguntó:

-Y eso ¿qué es?

Así andábamos de inocentes por entonces aquellos pipiolos. No nos había bataneado la vida. Las turbas nos decía el padre Mañanas en sus platicas son volubles de criterio y pronto mudan de parecer. Mirad lo que le ocurrió a Jesús en Jerusalén los hosannas y vitorees del domingo de ramos se transformaron en gritos de crucifícale. Los besos de la anciana llena de ternura que algunos dijeron que era Santa Isabel que había resucitado para ver pasar a los curillas hacia Baterías eran arrebatos maternales que nada tendrían que ver con lo que le ocurrió a Montoro el cual después de colgar la sotana se matriculó en derecho y se hizo de los de la cuadrilla de Felipe González. Seguía teniendo un buen fondo de armario y en una asamblea en la Facultad de aquellas del 68 mientras largaba un discurso se levantó una moza y de buenas a primeras le desencajó una proposición pecaminosa:

-Quiero un hijo tuyo

-¿Ahora?

-Sí ahora. Soy una mujer liberada.

Semejante caso no ocurría ni en las películas de Fellini cuando los locos se subían a los árboles y pedían a voces que les trajesen una señora. Voglio una donna. Montoro era mucho Montoro; se casó con una muy guapa una tal Carmen y tuvieron unos hijos preciosos, los dos eran del PSOE y los dos acabaron divorciándose. En parte llevaban razón nuestros padres maestros al recomendarnos tiento en nuestras relaciones sentimentales. Y uno de ellos don José Pedro Carrero que había leído a Nietzsche nos endilgaba el consejo de Zaratrusta: “Cuando vayas con una mujer no olvides la tralla”.

Aunque a nosotros crédulos e ignorantes y sin saber lo que era el mundo nos pareciese de otra manera la belleza y el amor son otra cosa. Nada tienen que ver con la fuerza del instinto ni la concupiscencia animal. La belleza carece de sexo pero Ulises sucumbió a los encantos de Ariadna y perdió el hilo. Nosotros ¿qué sabíamos? El corazón humano posee una inmensa sed de belleza un anhelo de eternidad, un deseo vehemente de divinidad y eso sólo podía encontrarse en los sueños, en los libros, en el trazado de las catedrales donde resonaban augustas las voces del diacono cantando la Passio o escuchando los motetes de Palestrina y del Padre Tomás Luis de Vitoria que escuchábamos entonces o recitando los improperios e himnos del oficio divino hispanovisgótico llenos de majestad latina y de sentimientos de amor y perdón. Cristo nos había redimido con sus dolores y devueltos a aquella vida y a aquel sol y a aquella luz de Segovia que parecía llenar de claridad el corazón. No podía ser posible que por mirar a una muchacha o tener una polución nocturna te mandasen a los infiernos para siempre… para siempre. Había una desproporción entre la pena y la culpa pero la sed de vivir se manifestaba en aquellos poemas que leíamos a hurtadillas de Juan Ramón o de García Lorca o de Alberti o Gerardo diego. Me metí entre pecho y espalda a todos los poetas del 27 a la luz de una linterna en mi camarilla. Nadie nos había dicho que Alberti o Lorca eran rojos. Asistíamos a los coloquios del cine club y nos convertimos en cinéfilos de las grandes cintas italianas y francesas de los 50 y 60 (Goddard, Aldo Fabrizzi, Totó, Vittorio de Sicca, Antonioni, Trufeau) y fatigábamos el cuerpo en las tardes de paseo pataleando un balón en campos de tierra. Luego bajamos al refectorio a merendar nuestro trozo de queso americano, amarilla corambre sabiendo a rayos, un vaso de leche en polvo y tres galletas. Algunos renqueaban en la fila por las agujetas y se le marcaba la marca del bonete sobre sus melondras rapadas al cero. Pero en Semana Santa no había paseos (deambulatio) pasábamos la mayor parte del día en la iglesia y el Viernes Santo día de ayuno nos daban limonada. Se había muerto Dios. En el cuartel los soldados del regimiento hacían guardia con el fusil a la funerala. Pasaba bien la limonada y la mojábamos con pan. Un jueves santo dominado por la sed me bebí cuatro vasos de aquella sopilla. Me entraron risas, me rilaban las piernas pero a pesar del día de luto yo me sentía muy alegre. Sin llegar a la borrachera me puse un poco piripi. A la hora de las preces ya estaba chispa.

-Maximino que la coges

-No pasa nada, Valdivieso. Sangre de Cristo.

-Laus tibi Deo- respondió entre carcajadas el hijo del cabo de Vegafría- Hoy vas a dormir bien.

El vino para mí ha guardado desde entonces el secreto de los gozo y las sombras de la vida. Es un anestésico contra los grandes dolores de la existencia pero es un tósigo. Peligro. Viva el vino y las mujeres pero el vino que viva mucho más que las mujeres. Era mi primer contacto con Erifos un dios misericordioso y eucarístico pero traicionero.

-¿Buscas la catarsis?

-Huyo de mí mismo

Judas se ahorcó y en los pasos de la procesión siempre lo pintaban pelirrojo y con barba de azafrán. A San Pedro Calvo y algo tosco a san Juan de verde y la Verónica Maria de Cleofás y a la Virgen María de azul al pie de la cruz. San Marcos el evangelista también escribía en hojas de papel verde, no sabemos por qué. Cristo nuestro salvador iba de colorado como aquel vino tinto de las refacciones de Miércoles Santo que infundía bríos melancólicos. Por Judas siempre sentí compasión. Amaba el dinero y era algo beodo. Su traición estaba escrita y determinada por un hado siniestro. Cumplía un destino inexorable, un papel que se le había asignado. Verdaderamente aquel apóstol que ha venido a encarnar la ira y la abyección que ha sentido la humanidad contra el pueblo judío no era libre. Podía bien haberse ahorcado de una rama del moral centenario que vigilaba nuestros juegos en la huerta cerca de la campana y del frontón a la trasera del cine Cervantes. Al lado de acá estaba un patio semiabandonado donde tenían el convento las monjas que nos cuidaban y llamábamos Carboneras y justo enfrente del refectorio estaba el torreón una de esas torres almenadas que son frecuentes en las ciudades de Castilla la Vieja. Había sido el lugar donde se instalaba el cuarto de guardia donde hacías el relevo los centinelas que vigilaban por la noche desde el tiempo de los romanos. Era un tétrico lugar. Abajo se situaban unos cuartos oscuros que antaño fueron calabozos y arriba había un secadero para poner la ropa a tender. Era la cárcel del seminario. Los alumnos díscolos e incorregibles los que habían cometido alguna falta grave eran castigados a pasar en una de sus celdas dos días a pan y agua por el rector pero esta serie de castigos no eran frecuentes en el tiempo que yo lo conocí y aunque te amenazasen ya no te enviaban jamás al cuarto oscuro de la torre Antonia. Sin embargo, siglos atrás los jesuitas lo habían utilizado como cárcel más que para punir a algún postulante con la intención de probar la verdadera vocación a los postulantes del noviciado. Lo llamábamos la Torre Antonia.

Las procesiones eran interminables y acabamos rendidos acompañante a los cristos muertos y a las dolorosas de los siete cuchillos. La más popular era la de Santa Eulalia que competía con la de San Millán que era una talla de Aniceto Mariñas de María al pie de la cruz muy valiosa. Nos acotábamos tarde y nos levantábamos al amanecer porque teníamos que asistir al rosario de la Aurora. Veíamos salir el sol por la Mujer Muerta e íbamos en fila india acompañando a los cofrades y a algunas beatas descalzas y arrastrando cadenas otras con los brazos en cruz que cantaban el “Perdona tu pueblo, Señor”, el “Amante Jesús mío” y el “Sálvame, Virgen María”. Sin embargo la parte más impresionante de nuestra semana santa eran los oficios de Miércoles Santo en que se celebraban las tinieblas. Se cantaban catorce salmos a cada uno de los cuales correspondía una vela del candelabro o tenebrario con los improperios de Jeremías y las lecciones y la iglesia a rebosar vivía el momento con intensidad en medio de un silencio impresionante interrumpido por el golpeo de los bancos o el sonar de la carraca. Tambien se cantaban los motetes de Palestrina y de Tomás Luis de Vitoria, el “Popule meus”, el “Caligaverunt” con las estrofas de la pasión.




SE RASGÓ EL VELO DEL TEMPLO Y TREMÓ LA TIERRA


Un ángel bajaba del cielo y se paseaba, galán, por los andenes del triforio-unos decían que era un querube, y otros un serafín pero los más avezados en la difícil ciencia de la angelología aseveraban que pertenecía al grupo de las potestades y de los tronos- cuando la schola cantorum daba respuesta a la narración dramatizada de la pasión según San Mateo:

  • Vellum templi scissum est et omnis terra tremuit13

El velo del templo se rasgó, el mundo se cubrió de tinieblas y toda la tierra tembló. Hubo un terremoto en Jerusalén aquel viernes que debió de ser del grado 8 en la escala de Ritzer de intensidad pareja al que acaba de ocurrir en Japón. Las sepulturas se abrieron y los huesos empezaron a caminar. Lo había profetizado Ezequiel. Muchos justos volvieron a la vida con los mismos cuerpos que tuvieron. Pero el pueblo judío no creía. El velo del sanctasantorum del templo que edificó Salomón quedaron patentes y derribadas las arcas de la alianza como un testimonio de que quedaba abolida la Vieja Ley y un pronóstico de su inminente destrucción por las legiones de Tito cuarenta años después. Los mandamases seguían empecinados en su aversión cristo-fóbica pero el eje de la tierra se hizo cristo-céntrico. “Cuando yo muera todo lo atraeré hacia mí”. Y esa saña, esa aversión típica del sanedrín fluye por la historia como un torrente de agua negra. “Crufige, crucifige eum”. Matarle vosotros, dijo el pretor.

-Nobis non licet interficere quemquam14

-Regem vestrum crucifigam?15

Y la respuesta del populacho fue rotunda:

-Nosotros no tenemos más rey que a Cesar

-Pero es un justo.

-Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos.

La naturaleza me ha dotado de ciertas percepciones ultra sensoriales y aquella hora de tarde mientras se celebraban los ritos exequiales por el Señor muerto vi en lo alto de las cúpulas a un grupo de ángeles de luto. Las santas mujeres se habían hecho a un rincón de la nave del transepto afligidas entre los penitentes que aguardaban la salida de la procesión cerca de los pasos. La Verónica ostentaba el pañuelo en el que se había estampado el rostro coronado de espinas y lleno de llagas del Rey de Israel. Pepin del Moral lo bordó con la batuta y el chantre Dionisio, un beneficiado muy corpulento, que poseía una hermosa voz y solía interpretar el papel de Jesús en la narración cantada de la pasión de san Juan rizaba el rizo cantando las palabras del divino redentor en la octava baja:

-Quem quaeritis? (¿A quien buscáis?)

-Ego sum (soy yo)

-Amice, ad quid vinisti (a qué has venido, amigo)- le dice a Judas

Accipiter luego andando el tiempo sería consciente que el eco de aquel canto se había estampado en su pecho como el anagrama de una fe inconmovible y duradera. Le tatuaron el rostro de Cristo un viernes Santo. Había montones de piedras sobre las tumbas y era consciente de que todos los hombres han de morir pero el drama de aquel viernes santo había traspapelado los dictámenes de la naturaleza. Aquel sepulcro en el huerto de los olivos que pertenecía a Nicodemus en el girar de la gran piedra abriría la puerta de la esperanza y de la resurrección en la vida futura. Al que buscáis no está aquí. Ha resucitado de entre los muertos y va delante de vosotros a Galilea. Y al decir estas palabras el ángel terrible que escribía la espada flamígera que hizo tumbar de miedo a la guardia romana que mandó de custodia Pilatos intentó calmar el pavor de las Santas Mujeres. Fue aquel ángel el que entonó la antífona del Vexilla Regis y desde entonces los estandartes de la cruz cruzarán todos los caminos de la historia:

Victimae Paschale laudes inmolent Christiani.

Agnus redemit oves. Christus innocens Patri reconciliavit peccatores.

Mors et vita duello conflixere mirando: Dux vitae mortuus regnat vivus.

Dic nobis Maria quid vidisti in via? Sepulcrum Xti viventis et gloriam vidi resurrentis, angelicos testes, sudarium et vestes.

Surrexit Xtus spes mea: praecedet suos in Galileam

Scimus Xtus Surrexit a mortuis vere: tu nobis victor Rex, miserere. Amen.


Claro que era muy difícil entender aquello. Cristo rey victorioso de la muerte. Accipiter había escuchado muchas veces aquella monserga:

-Ninguno volvió de allá para contárnoslo.

Revierte el polvo al polvo y la carne se pudre dentro de la tierra. Sólo a esta gran preguntas guarda la fe sus misteriosas respuestas.


CRISTO CALLABA

Cuando el diácono cerrando el misal casi con furia anunciaba la muerte del Señor (et emissit Spiritum), un silencio espeso se apoderaba de las tres naves de la iglesia mayor. El clérigo daba un carpetazo de desesperación histórica. Los fieles caían de rodillas a indicación del subdiácono que responseaba con voz tenue y dolorida:

-Flectamus genua.

-Lévate

el señor obispo oficiante musitaba al punto en voz baja y para su casulla de fimbria recamada de oro una oración puntual:

-Adoramus te Christe et benedicimus te quia per sanctam crucem et resurrectionem tuam redemisti mundum16

Las gárgolas por sus fauces abiertas vertían agua hacia los canalones de la calle. Las harpías de piedra chorreaban lágrimas. Viernes Santo era el día del Perdón. Todos participaban, compungidos, de aquel silencio de Dios que ocultaba su rostro en medio del silencio impresionante de la adoración de la cruz. Jesús autem tacebat. Jesús callaba. Los ojos del profeta se nublaron.

-Caligaverunt oculi mei

Se llenaron de tierra mis ojos, esa era la letra de uno de los motetes de Palestrina que entonaba la liturgia del impetratorio, no queriendo ver la espantosa escena del Gólgota.

-Eli, Eli, lamma sabactani

Padre mío, padre mío ¿por qué me has desamparado?

Y uno de los sayones comentó en tono jocoso.

-Che, a Elías llama éste. Veamos si baja Elías a salvarle… si fueras el hijo de Dios, baja de esa cruz.

Jesús callaba. No quería responder al reto y a la provocación ni en la hora suprema pero antes de expirar obró su último milagro y perdonó a san Dimas el buen ladrón:

-Antes de una hora estarás conmigo en el paraíso.

De allí a poco sonó el grito final (cum voce magna) del Crucificado:

-Consumatum est.

Y entregó su espiritu. Rindió viaje terrenal. Únicamente el centurión Cornelio, el capitán romano que mandaba al pelotón de la ejecución, un gentil, creyó en él. Fue la primera conversión:

-Verdaderamente, éste era el Hijo de Dios.

en los labios de aquel rudo mílite que había pertenecido a la Victrix que conquistara Judea se proclamó el primer acto de fe al pie de la cruz en aquella amarga hora de las tres de la tarde de un Viernes de Dolor. Y cuando se derramó el cáliz de su sangre quedando desangrado le dieron a beber hiel mezclada con vinagre. Lo había pedido a sus ejecutores:

-Sitio. Tengo sed

Sólo siete veces interrumpió el Mesías su silencio. Jesús autem tacebat. Callaba en el pretorio, sufrió en silencio las afrentas azotes y salivazos que siguieron a la pantomima del Lithostros, guardó silencio en la casa de Anás, se estuvo quieto en el gazofilacio y delante de Herodes no dijo ni mu. El tetrarca entonces lo vistió de la túnica blanca con que se envolvía a los locos y se lo devolvió al pretor. En el camino fue la irrisión de los jerusalemitanos. Los que le había aclamado triunfante sobre la borriquilla el domingo de ramos ahora lo abucheaban. No puede haber sido escrito en el mundo otra crónica más fascinante, tan trufada de contrastes, como la narración de la Passio en los cuatro sinópticos. En sus párrafos late la inspiración divina. Juan, Mateo, Marcos, Lucas se comportan como notarios de la actualidad o periodistas que dan testimonio de un suceso que iba a cambiar los anales del mundo de manera concisa. Este laconismo de los evangelistas hace más creíbles los hechos narrados. No escribían para el aquí y el ahora del siglo I sino para la plenitud de la Historia.



30 abril 2011



BLAGODORITSA SANTA MARÍA


Arriba del gran cancel de pino de la nave del transepto coronando el balcón de uno de los triforios laterales había un enorme cuadro de María Santísima de la tradición oriental gesto piadoso y dolorido inclinada la cabeza hacia abajo y mostrando en los brazos al Niño. Esta Teotokos suscitaba una gran devoción en el cabildo. El Día de la Purificación se cantaba allí el Akazistos en griego y en toda la ciudad se veneraba al clemente y milagroso ícono que decían que había venido de Rusia transportado en un vagón de militares cuando se produjo la última retirada de las tropas del general Muñoz Grandes del frente de Leningrado. Por lo visto había sido rescatado del incendio de una iglesia ortodoxa y al cabo de los años después de la debacle del 89 fue devuelta a sus antiguos propietarios en un acto de reconciliación solemne con los hermanos rusos. Al pasar por debajo del retrato el obispo que era piadoso muy devoto de la Virgen alzaba los ojos y otro tanto hacían los canónigos. Tenía la Madonna un gesto tan apacible y describía tan a lo vivo su misión de intercesión por el hombre en la tierra desde el misterio de la Encarnación que uno no podía por menos de conmoverse ante su largo y profundo mirar. Pero no se la podían llevar flores por estar a la altura de uno de los pináculos de la cimbria de bóveda. Accipiter la contempló aquella tarde de Viernes Santos y en los ojos de la Teotokos vio sellado su destino: de humillaciones, de persecuciones, oprobios, demasiado dolor, caídas y levantadas, anegado profundamente por sus pecados, mientras desfilaba la procesión y los seminaristas con la beca doblada sobre el hombro derecho en vez de cruzarla sobre el pecho en señal de duelo-dos largas filas de retóricos, latinos y filósofos acompañaban al Santo entierro que se veneraba en la parroquia de San Justo y al que llamaban el Cristo de los Gascones porque fue traído desde Francia en una de las guerras de Flandes. El cristo yacente era portado en una hornacina cubierto de llagas y el cuerpo tapado por un paño de blondas que le servía de mortaja. El sudario era milagroso y se veneraba en la citada parroquia bajo la advocación del Santo Síndone. Impresionaba contemplar aquella talla castellana de Gregorio Hernández. El buril del artista había sabido esculpir en aquel leño todas las vejaciones y crueldades de la divina pasión. El coro entonaba el Miserere. Accipiter vio llorar a la Virgen o al menos así le pareció y una voz oculta le anunciaba similares padecimientos a los del Maestro. Tienes que tomar la cruz. Serás humillado en todas las partes. Te llenarán el rostro de salivajos y por cantar la verdad serás combatido en todas las direcciones de la rosa de los vientos. Lloraba la Teotokos y lloraban las gárgolas del paramento que anuncian la subida a la cúpula de la gran torre. Y aquella no era más que un aviso. Aquello le marcó. Tuvo conciencia y presciencia de que su futuro no iba a ser un lecho de rosas. Las gárgolas abrían sus fauces de piedra para anunciar cosas terribles. Sintió el muchacho espanto y deseos de huida pero a medida que avanzaba aquella procesión que llamábamos en Segovia la del silencio y bajando por la calle san Juan en busca de los arcos del gran acueducto romano para hacer estación en la vieja iglesia de Santa Columba para subir calle adelante por la calle Real. Otro alto en la canaleja que era un balcón que mostraba el paisaje grandioso de la cordillera. Había dejado de llover poco antes de salir el cortejo y una blanca nubes iluminadas buscaban el amparo de una luna redonda blanca y pura como una hostia eucarística. Luna de Viernes Santo. Por la mar tenebrosa de los tiempos que se avecinaban aguardaban a los nautas incautos las sirtes que les engañarían y haría cambiar de rumbo. La nave se iría a pique y muchos perecerán. Sólo los que perseveren en la vieja fe serán salvos.

-¿Quién te insufla al oído esas palabras incomprensibles, Accipiter?-

-Es la voz del Santo que escuchan muy pocos hombres.

-Todos se equivocan y tú eres el único que llevas razón. No se puede remar contra corriente, pero admiro tu tesón y algún día serás recompensado.

Estaba seguro de que la barquilla de Pedro se iba partir en dos cerca de las peñas del acantilado porque el capitán de la nave perdió el rumbo. En aquel tiempo navegábamos hacia los peligrosos bajíos de Livia donde esperan las sirtes con sus cantos de sirena dulces como el oro y el vino pero portadores de la muerte y la destrucción. Los papas vienen y van, los obispos llegan y desaparecen, hay curas santos y curas depravados pero tú Señor permaneces clavado en la cruz. La noche quedó inundada de una luz cósmica y no era posible entender el sentido de aquellos mensajes pronunciados al oído porque Cristo callaba. Los que vinieron tras él hablaron mucho tal vez demasiado. Detentan su poder. No comprenden que ese silencio del Redentor vejado y humillado por sus enemigos transformará la vida misma. Por eso es y seguirá siendo el Rey del Mundo. Accipiter tomó la senda de los que hablan poco sin ser cartujo y de esta manera fue por los caminos dando testimonio. Un testimonio al que ponían las orejas de burro y el cartel de “Inocente”. No os pueden ver, dijo Mig16 y se lo espetó en la comida de autos, un ágape para el desastre. Vida de tormentos en el ecúleo, malas palabras de hembra deslenguada, procaces gestos soeces. Habían desaparecido las santas mujeres al pie de la cruz e irrumpió una patulea de daifas con el culo en pompa de maniquíes que creían que la vida era un constante desfile por la pasarela y lucir palmito. Sólo creían en una religión en la dieta que las hacía delgadas y de buen parecer. El mayor pecado de la nueva religión del Look era la crasitud. Eh tú gordinflas vete al infierno de una puta vez. Traían en una mano el látigo de las gobernantas masoquistas y en la otro el Código de Derechos Humanos y de Valores Democráticos que nadie sabe a punto fijo en qué consiste ni qué es pero que incluye largos parlamentos sobre la alianza de civilizaciones. Todo el Islam se alzaría contra Cristo. El gran Obama mascaba chicle y hacía pompas que estallaban en su boca con los cadáveres de sus enemigos. Este señor se expresaba en inglés y al hablar parecía que estaba zampando sopas. Era el emperador negro del imperio zumbón. Ya digo todo su afán era hacer pompas de jabón con el cuerpo de Ben Ladén – Que- le –den, un extraño moro al que dieron matarile en un lugar del Asia Central, un mito que lanzaron contra la cruz a expensas del Islam. Lo acribillaron en su guarida y luego tiraron su cuerpo a la mar para que fuese pasto de los peces. Twin Towers. Accipiter aquella tarde tuvo una visión en la que se le anticipaba con algo más de siglo de adelanto los hechos que habrían de ocurrir otra semana santa mucho tiempo después. Se escucharon risas del príncipe de la mentira en los proscenios insultando a los caballeros andantes. Chuperreteas tu goma de mascar. Di oh yea, majo. Larga amarras. El ojo nictálope de un fusil que no falla nunca te fusilará pero no queremos mártires ni Spandaus. Arrasaremos de tu casa y de tu nombre no quedará memoria. Ellos construyeron el mito y ellos lo derribaron como un juguete inservible a efecto de sus intereses propagandísticos. El Malo se frotaba las manos de satisfacción. El golpe había sido perfecto y el pueblo entero salió a la calle flameando banderas norteamericanas que tenían colocada en su asta magnífica la cabeza de Uxama. Los discursos en inglés como la música que venía de aquellos pagos se orientaban hacia la cacofonía y el dolor, lo estridente, la venganza, matar, arrasar y brindaba un triste contacto con la polifonía que aquella tarde del viernes santo de 1958 se escucharon en la catedral de Segovia. Música del divino Morales, de Palestrina, de Lobo, del padre Vitoria o del Palestrina y que ejecutaba con mano diestra dirigiendo los coros la batuta maestra de Pepín del Morral. Los dulces responsos por Cristo muerto exhibían una dulzura que saturaba los corazones de felicidad. Los espiches del Negro en cambio bañaban el mundo de inquietud pero todos a diestra y siniestra lo vitoreaban los bustos parlantes y hasta una chica judía que dirigía los informativos de Intereconomía brindó la muerte del asesino, del gran terrorista, con un olé. Pero los hechos eran oscuros, no probados- la matanza de las torres derribadas por el rayo en la mejana de Manjatan seguiría siendo un enigma unos datos opacos guardados con siete llaves en los archivos secretos del Gran Big Brother- donde la verdad es sustituida por la venganza y la justicia se hallará siempre en manos del más fuerte. Y caballero andante de Cristo quería ser aquel pipiolo de catorce años con el pelo rapado al celo que le hacía un cerquillo en la cabeza la marca del bonete que portaba en la mano y llevaba tendida la beca al hombro en señal de duelo. Accipiter saldría a los caminos a derribar molinos de viento, a desfacer entuertos a defender doncellas y quedaría con los huesos tundidos. Defender doncellas. ¿Dónde estaban las doncellas? Debieron de precedernos en el paraíso portando la candela, iban a recibir al Esposo pero esas bodas nunca se celebraron o fueron siniestras. Acabaron en el divorcio o a palos. En el hospital o en la cárcel. Se derrumbó el amor. Ya no quedaban vírgenes prudentes. Todas eran necias. A lo largo de su vida aquel seminarista de entonces cuando cambió de rumbo y ahorcó los hábitos. Le fascinaba la Torre Antonia. Aquel debía de ser el lugar. En sus mazmorras se ocultaban las once mil que cuentan las crónicas. Mulierem fortem quis inveniet? Era el tema de siempre. Cherchez la femme. Cuantas él conoció estaban demasiado dominadas por el barro de la tierra, consternadas por la tristeza del engaño, los cuernos, las palabras fuertes, los gritos, las maldiciones, los conjuros y los ensalmos. Circulaba por todas ellas la mancha de la culpa y el torrente de la sangre fluía con pulsos de pecado y de dolor. Las lágrimas de la Teotokos que inclinaba la cabeza desde lo alto del cancel guardaban la respuesta a aquel inquietante arcano del dolor en el mundo. Ella fue la que aplastó la cabeza del dragón y ollaría la cola de la sierpe. Cándido e iluso de él, Accipiter- ese sería su mayor pecado- esperaba del amor más de lo que éste podía ofrecerle. Sucumbió a los cantos de sirena. Lo embaucaron. Livia la única mujer que amó le abandonó por un capitán de lanceros. La Dulcinea de Sotohondo murió de cáncer de pecho y él fue a su entierro en un recóndito valle de las montañas de León. Sus hermanas chillaban cual plañideras y le inculpaban de la muerte de Dulcinea. Tuvo que abandonar el camposanto antes de que terminaran las exequias y largarse a toda la velocidad en su SIMCA 1000 porque le querían sacudir. encontró refugio en una taberna y dejó que la mucha ingesta de gotas de alcohol lloraran la muerte de aquella beldad leonesa. Después su vida con Angustias- en el pecado del nombre llevaba la penitencia- fue un infierno portátil donde crepitaba el fuego sagrado del absurdo con la gran pregunta de quien encontrará a la mujer fuerte. Habrás de beber hasta las heces el cáliz del desamor. Todo iba a empezar a cambiar en el mundo cuando entre las sufragistas se instaló la Gran Barragana como emperatriz y señora de las naciones ostentando sus tetas enormes y un ojo profundo y proceloso el cogujón que abría la cancela del averno. Traía en sus labios palabras de rebelión y maneras de Lucifer:

-Non serviam. No me someteré.

El ángel caído les escribía los discursos y todas a uno se pusieron a rebuznar sus consignas lanzadas por la boca de un ganso mortal. A su conjuro el ángel derribado por Miguel alzó su horrible testa marimacho. Salieron los reviragos de todas las conejeras y los vestiglos más horrendas iluminaban sus bocas con un candil. La subversión más sañuda y procaz merodeaba por la tierra y el justo no encontraba agujero donde esconderse porque a poco que se descuidase podía caer de patitas en la sima del cogujón hediondo de la Supermeretriz. Había proclamas que establecían el pensamiento único y la igualdad de derechos. Querían mandar a todo fiel cristiano a los leones. Muchos sacerdotes, altos jerarcas de la iglesia convoyaron deslumbrados por el brillo del poder y del oro, la buena reputación, el nombre y hasta se atrevieron a alterar los textos evangélicos. Renegaron cuando llegó la gran apostasía. Estallaría la guerra en los hogares. La sospecha y la delación dominaba los barrios y un silencio sospechoso se apoderó de las ciudades donde las gentes no se daban los buenos días y los vecinos se denunciaban mutuamente por cuestiones baladíes. Los hijos pegaban a los padres, las mujeres infieles tildaban de cornudos a sus parejas y les decían y tú qué me das. En los periódicos se estableció la gran censura y la Bicha dominaba las editoriales y las grandes cadenas mediáticas donde incubaba sus huevos la serpiente. Hasta la tierra desconsolada parecía negarse a sí misma a girar sobre sus ejes iniciándose en ciertas partes de los cinco continentes amagos de movimiento al revés, un hecho que originaba terremotos y tsunamis. La palabra para definir el nuevo terror del milenario democrático era desolación. Tristeza. El odio movía a las naciones unas contra otras. Sin embargo, cerca del icono de las Lágrimas se oyeron aquel Viernes Santo dulces cánticos del ritual de Juan Crisóstomo y un diácono cantó la angelica de resurrección adelantándose un día a las proclamas de Resurrección. Estos cantos eran un grito de esperanza. Las voces esparcían una dulce monodia en griego, en arameo y en ruso. Accipiter las volvería a escuchar por Internet muchísimos años más tarde pero aquella noche del año 58 sonaban extrañas y maravillosas a sus oídos cuando al cabo de tres horas de caminata por la ciudad acompañando a los pasos el piadoso cortejo regresaba a la catedral y cruzado el peristilo ingresaba por la puerta de San Frutos. Los penitentes caminaban cerca de los tronos del Cristo de los Gascones, de la Piedad de San Millán y la Dolorosa de Santa Eulalia portando pesadas cruces a cuestas o arrastrando cadenas kilométricas de gruesos eslabones los cuales en contacto con el pavimento producían una sonoridad especial y característica de aquellas semanas santas. Entonces uno de los capuchones, el que llevaba la cruz más grande y descalzo caminaba con las cadenas más gordas de toda la procesión se le acercó y le saludó. No reconocía la cara ni los ojos bajo el capuz pero la voz le era familiar.

-Hola, gordo.

Reconoció a su amigo Antojito el amigo de la infancia, el hijo de Juan de la Juana, el que siempre iba de hábito y no se perdía ni triduo ni novena y solía acompañar a todas las innumeras procesiones que desfilaban por Segovia entreaño.

-Hola, Antoñito. Tú por aquí.

-Ya ves. Ha sido grandioso. Nuestra Señora de los siete Cuchillos estaba guapa a más no poder.

Se quitó el capirote y me besó. Lo propio hice yo aun teniendo que salirme de la fila pero ya muchos penitentes empezaba a adosar sus cruces sobre las baldas del enlosado y se quitaban las cadenas. Antojito tenía los tobillos hechos una laceria pero me confesó muy serio:

-Es un sacrificio que hago para que el Señor envié sacerdotes santos y operarios a su mes.

Era una frase hecha. Antojito aunque pase por maricón y todos se rieran de él y su padre el guardia civil le arrease sus buenas tundas era un buen cristiano. Un sufridor. Le echaban de todos los conventos. No pasaba la prueba de los noviciados pero él seguía terne en tus convicciones.

-Gracias.

-No me des las gracias, Accipiter, lo que sí que te pido es que me invites a la gala de tu primera misa.

Quedé un tanto consternado porque el besamanos del cantamisa estaba demasiado lejos y yo era tan crédulo, tan inocente. Pero cuando se me ordenó de diacono ortodoxo en Londres me acordé de mi amigo Antojito que murió hace unos pocos años en un asilo abandonado de todos. Seguramente que Cristo no le abandonó y estará en la Gloria asistiendo a todos los triduos, a todas las procesiones y novenas que se celebren en el Cielo que ya serán unas cuantas. De regreso al seminario casi de madrugada vimos a su padre el señor Juan el portero del seminario, el padre de Antojito, sentado en su telonio, como si tal cosa. Hacía un crucigrama del YA y se había leído de cabo a rabo el Adelantado de Segovia. El rector, algo conmovido, le preguntó no se me olvida que porqué no había echado el cierre y se había ido a la cama ya.

-No se preocupe, señor rector, yo estoy muy acostumbrado a pelar guardias. No he hecho otra cosa en mi vida de servicio: pelar guardias y arrear por los caminos con el mosquetón. Esto es mucho más llevadero-

Así habló el cabo de la guardia civil jubilado el padre de mi amigo Antojito. El pobrecillo no se perdía ni triduo ni novena, ni se celebraba procesión o rosario de la aurora sin su concurso pero estas buena obras que tal vez le hicieran medrar en talla espiritual a los ojos de dios no impresionaban a los hombres que repartían el bacalao en la Iglesia del Señor4, aquellos eclesiásticos porros, muy pagados de sí mismo, el cuello de medio lado, que le escupían a la cara, o le lanzaban el ladrillo de Roma entre anatemas y excomuniones habida cuenta de su condición hermafrodita:

-Fuera de aquí, maricón.

A Antojito me lo expulsaban de todas las sinagogas y no era bien quisto por la buena sociedad de Corobias con sus prácticas piadosas de plexiglás, sus aberraciones, sus prácticas de piedad acarameladas y los sermones predicados por frailes sansirolés. Él iba siempre de hábito y en las procesiones semanasanteras solía arrastrar las cadenas más gruesas, y portar las cruces más pesadas hechas de madera de pino de Balsaín. Se le acorralaba y vituperaba como a un perro en traílla y a su padre el señor Juan el guardia civil jubilado que veía pasar la vida en el tranco final de sus últimos años desde el ventanuco del chiscón de la portería del seminario aquel hostigamiento a su hijo mayor le llenaba de tristeza. Y mientras vigilaba las entradas y salidas de la institución hacía los crucigramas que traía en la última página el “Adelantado de Corobia”. De vez en cuando levantaba la cabeza, se quitaba las gafas de leer cuyos cristales habian sido empañados por alguna lagrima y suspiraba para sus adentros:

-Este hijo… este hijo. ¡Ay Dios!


La semana grande terminaba con las velas de la noche del sábado de Gloria. Lumen Christi. Deo gratias. Los oficios se celebraban en el espacioso templo del seminario mayor que era un remedo en piedra y en fachada geométrica flameada por las dos bolas de la gran acrotera. Hoy aparecen cubiertos de jaramago. Las matas brotan amarillas de las junturas de sus sillares de granito y orlan estilóbato que lleva a la puerta de pino verde hoy cerrada a cal y canto. Anidan los vencejos en el alfeizar del rosetón. El viejo seminario era un nido vacío, sus pájaros dispersos porque las aves guías de aquellas bandadas habían perecido en los avatares de los cambios históricos que vivió el mundo en el transcurso de tan solo dos generaciones y muchos monteros la garza combaten… por largos oteros los perros la llaten… mal no será no la maten. No había sobrvenido una catarsis cristologica sino una involución de todos aquellos valores antiguos que llenó el mundo de estremecimientos y de una congoja que presagiaba el fin del mundo. El seminario vacío, la puerta cerrada y contra aquellas piedras aguardando la demolición se espetaban como escupitajos o vuelos de estornino ciego que yerra el camino y se estrella contra el paramento frontal. Se equivocó de ruta y tales errores parieron su gran soledad, una comezón que le devoraba. Pobre barquilla mía. Los gordos y los desdentados no entrarán en el reino de los cielos. Así y todo cundía el grito de resurrección por todos los ámbitos.


A Ildefonso Tejares quien en las témporas de diciembre había sido ordenado de subdiácono le tocó el oficio de turiferario aquella pascua. El cirio era más grande que aquel teólogo gafitas de corta talla y como la cera pesaba lo suyo Ilde parecía que se derrengaba. Avanzaba no sin dificultad desde el cancel hasta el altar mayor por toda la nave central haciendo la proclama:

-Lumen Christi

El pueblo respondía:

-Deo gratias.

Era una rúbrica mil veces repetida en la liturgia de resurrección, en tanto el preste, tras la lectura de las profecías, bendecía los cuatro elementos y con unos gramos de incienso trazaba una cruz en el velón a cuyos extremos colgaban dos letras: alfa y omega. Cristo principio y fin. Impartidas las bendiciones al aire, el fuego, la tierra y el agua se encendían las luces y el templo antes a oscura resplandecía como una pavesa. Los sacristanes se encargaban de dar el interruptor de las cornucopias de los laterales, las arañas de la nave del transepto, los hacheros de difuntos desMaximinomados por las capillas laterales. Una enorme lámpara subía y bajaba sobre el altar mayor produciendo un efecto de fuegos artificiales a causa de los diversos colores de las bombillas. Cristo había resucitado de entre los muertos, sí; verdaderamente había resucitado. El diácono Frominiano de Castro se encargaba de entonar la Angélica texto bíblico que narra el misterio de la encarnación a través de las eras dando detalles de los siete días de la creación del mundo. Frominiano e Ildefonso pertenecían al mismo curso pero no podía haber dos teólogos más diferentes. Uno era rubio que parecía alemán y otro moreno. Aquel de elevada estatura este de mínima talla. Uno de Cogeces del Monte y otro de la Granja. Todo un contrapunto. Don Fromi llegaría a obispo pero su compañero no llegaría a nada. Se perdería en la lista innominada del clero rural pero aquella noche dos seres tan diferentes portaban la llama del fuego sagrado. Resurrexit sicut dixit.

Los cantos de resurrección en la iglesia latina [mind you]17 distan mucho de ser alegre pues empapados de nostalgias revierten a la noción del desterrado que añora la tierra prometida a la que apunta con el dedo la Victima Pascual. Cantemos sus laudes pero el Lábaro del Rey que cantamos en la secuencia suena un poco a funeral. Sin embargo, para Accipiter aquellas ceremonias del sábado gloria de su niñez anunciaban la apoteosis de la pascua rusa cuyos trenos había de escuchar en la vejez cuando los ángeles portando mensajes de bienaventuranza atravesaban el éter hasta posar en la antena desplegada de su radio de onda corta y la grabadora se echaba a andar la reproduciendo los sones mágicos del Himno del Serafín y del Querubín… [Vashe vaskresnia Criste voshe angeli paiou na neba vsiej...]… tu resurrección Cristo Dios anuncian los Ángeles en todos los cielos… un diacono griego corroboraba el mensaje: Xristós anee ti ez nekron. Resucitó de entre los muertos. Y leía la carta de san Pablo a los hebreos: si Cristo no resucitara vana sería nuestra fe. Pero cumplió su palabra y con ello se puso en marcha toda la soteriología, toda esa economía de la salvación a la que la sociedad moderna, dominada por un mercantilismo hedonista saduceo, volvía la espalda. Estaba muy solo en su celda de aquella urbanización tarareando los estribillos en eslavónico, en rumano, en árabe. No le creía. Fue traicionado por su mujer, le plantarían sus amigos. En la barriada lo miraban como una escoria y regresaba a su hogar. Para él fue cárcel el matrimonio y bajaba desconsolado al sótano de la contemplación. Aquel aparato de radio que captaba las estaciones lejanas e iba recorriendo el espectro del ancho de banda con aquel ojo verde completaba en su vejez el mensaje de la voz del ángel en su adolescencia, escuchado bajo las naves de aquel inmenso templo herreriano actualmente iglesia vacía puerta cerrada. Aquello fue el preludio de la inmensa pascua rusa en toda su magnitud. Era muy impresionable. Todos los tiros apuntaban a que sería un enfermo del afecto. La intranquilidad era como un bicho dentro que le hacía morder los lápices. Buscaría calmar el desosiego en la comida, después en la bebida, siempre el fumar. Caería en las redes del Polifemo de un solo ojo y dos cuernos que se sentaba como un dios dentro de una botella de aguardiente. Grandes expectativas, profunda decepciones. A los catorce años le extraerían un paleto y dos colmillos. Aquellas mellas serían acicate de su desdicha. Estaba condenado a ser un inseguro. El dentista que le operó era un comandante grandón que llevaba sobre la bata clínica una estrella bordada de ocho puntas. Para Accipiter sería la personificación del verdugo. El cancerbero del infierno le mostró un sillón de hierro abatible cámara de torturas y le taladró la encía con una aguja enorme. Era una tarde de junio. A través de la ventana se veía la alameda del río Clamores en vernal efervescencia. La naturaleza risueña no se compadeció de aquel dolor horrible en el paladar.

-Escupe, hijo.

Su madre le compró un helado de fresa al salir de la clínica y desde entonces no podría probar los mantecados ni las fresas que le traían a la memoria el embotamiento de la anestesia en el maxilar y la horrible estrella de ocho puntas en la pechera del militar. En la guerra había sido cirujano en un hospital de sangre. El tipo era un bruto. Se llamaba Lope de Miguel. Un desdentado a lo mejor podría ser curo pero seguramente que ejercería el ministerio en desventaja. ¿Cómo predicar y mostrar desde el pulpito aquellas dos cavernas? ¿Cómo iba a persuadir a las beatas y mostrarles el camino? Los mancos, los cojos, los paralíticos no serían admitidos al presbiterado. Luego en Comillas un hermano jesuita que hacía las veces dentista y que era tan bruto como el comandante De Miguel le colocaría un puente que acabaría con toda su dentadura porque hizo mal el trabajo y desde los treinta años tendría que gastar dentadura postiza. Las extracciones dentarias fueron un vaticinio de mala suerte. Tendría complejo al acercarse a las mujeres y al hablar con alguien se tapaba la boca para que no le vieran el estropicio. Estaba condenado a los latigazos de la mala suerte. Se despeñaría ante la realidad de sus “castañuelas” que habría de dejar en la mesilla de noche desde las altas cúspides de la utopía. Una de las cuestiones que más le confortaban del juicio final era que resucitaría con todos sus dientes, aquellos paletos largos que adornaban sus boca de adolescente. Buscaría la felicidad del Sábado de Gloria por las tabernas. El vino eucarístico le insuflaba coraje, le hacía perder el miedo a los demás y a sí mismo. Cuando se salió acudía a los bailongos, pedía bailar con alguna pieza pero el resultado eran siempre las calabazas no te digo. Ellas que son tan detallistas y se fijan en todo ya habían reparado en la prótesis que afeaba su sonrisa. Hablas como mi abuelo, chorbo. ¿Me das baile? Un movimiento negativo con la cabeza. Acto seguido llegó un maromo en busca de pareja y la piba se lanzó a la pista a danzar el twist como una descosida. Chist, eh tú. ¿Es que este la tiene más larga que yo? Cállate tio grosero. La modistilla le propinó una bofetada y su acompañante casi se descojonaba de risa en medio de la sala de baile. Deque ocurriera aquel desastre no volvió a pisar un bailongo. Su misoginia hizo de aquel místico, de aquel seminarista que buscaba las cumbres de la santidad en un bala rasa. Rodó por los prostíbulos. Con la cartera bien repleta pronto se dejaba querer como la mayor parte de los españoles que de vez en cuando echan una cana al aire y se van de putas. Dicen que el sabio Cajal frecuentaba la barra del Abra e incluso merodeaba por los alrededores del Canalillo y los altos del Hipódromo donde abrían su negocio hetairas de ínfima calidad. Pero aun no había entrado en el despeñadero de las corrupciones. Toda la vida suspiraría con melancolía por la pureza de aquellas noches pascuales en el altar de la iglesia del Mayor toda cubierta de lirios y de rosas blancas. Dinos tú, María ¿qué viste en la vía? La sepultura vacío, angélicos testes, el sudario y la veste. Era la letra del estribillo del Vexilla Regis prodeunt cantado en la noche santa. Los oficios duraban parte de la noche hasta bien entrada la madrugada pero no estaban cansados. Al acostarse llegaban hasta la camarilla o el dormitorio corrido el repique de campanas de todos los conventos e iglesias de la ciudad. El cuarto trimestre era el más bonito de todo el curso. Los días pasaban deprisa ante la inminencia de los exámenes y la proximidad de las vacaciones. Por Pentecostés tenían lugar las ordenaciones de los diáconos y presbíteros. Los días eran más largos y parecían empañados dentro de su alegría de la tristeza de algo que está próximo a terminar. En la lomera de los lujosos breviarios que el padrino regalaba a los ordenándoos se notaba el cambio de tono: la pars verna dejaba lugar a la pars estiva y luego vendría autumnales y por último pars hiemalis (invierno). Tambien la ciudad acusaba recibo de la llegada de la primavera, las mocitas se quitaban el abrigo y los tratantes que venían a la feria de los jueves dejaban en casa la pelliza o el mandil y se acercaban a tomar un chato en casa Cándido en mangas de camisa. Las tardes de paseo la comitiva de seminaristas buscaba las umbrías del Pinarillo o los huertos del Paseo de los Melancólicos donde se estaba más frasquete a la vera del río. Todos hacíamos planes para el verano. Quien planeaba una estancia en Roma, quien en Salamanca. El rector iría durante todo el mes de julio a Loyola para completar allí una tanda de ejercicios espirituales que duraban un mes. Uno de los prefectos que era gallego nos daba conferencias sobre el veraneo en las Rías Bajas que a nosotros que éramos de secano nos ponía los dientes largos. Por mayo mes de las flores estábamos muy fervorosos. Se cantaban hermosas canciones a la Virgen e Ildefonso que era muy habilidoso a pesar de parecer tan apocado construía una gruta bellísima con un surtidor a los pies. Fue precisamente ante aquella imagen donde Accipiter realizaría sus pinitos literarios iniciales porque leyó en alto alguna poesía de su cosecha y todos en conjunto aplaudieron su lírica. Algunos dijeron que sería escritor o periodista. Despuntaba en la clase de Retórica y en literatura don Anastasio le endilgó un sobresaliente por saberse de pe a pa el Narciso Alonso Cortés un manual de literatura que le encandiló pero le suspendieron en Aritmética y en Música.

-¿Qué harás estas vacaciones?

-Creo que tendré que ayudar a misa a nuestro párroco don Benito y a la una subir al seminario para la visita. Entretanto jugaremos al ping pong en los tránsitos o ayudaremos a uno de los criados a recoger tila. A la noche, si mi padre está de servicio, tendré que llevarle la comida con el machacante al polvorín, al igual que la muda si hace falta.

-¿Tu padre es guardia?

-¡Qué va! militar Le suele tocar guardia dos veces por semana ¿Y tú “Cañamón”?

Eugenio al que llamaban “Cañamón” por lo breve de su figura bajó la cabeza como sintiéndose mucho menos importante que su compañero de terna. En su casa no había galones ni estrellas, sólo campesinos que trabajan de sol a sol, criados ajustados desde San Juan a san Lucas. A él le tocaría pasar unas vacaciones de borreguero. Con el quiñón que ganaba un verano con las ovejas se podía costear un año de carrera

-A mí me toca trillar, segar e ir a arrancar yeros, levantarme a las cuatro de la mañana, dormir en el carro, pasar hambre, pasar sed y beber agua de la botija que el vino es solo para el amo. Estaba dando las últimas boqueadas la edad media. Se cosechaba a mano por lo que eran muy duras las faenas del campo. Los puños se resquebrajaban de agarrar la hoz y dolían las pajas, los cardos que se habían introducido entre las uñas burlando la vigilancia de la zoqueta de madera de pino. Luego vendría la motorización y aquellas cosechadores con aire acondicionado en la estalación. El gruista podría escuchar la radio y las paridas que contaba Luís del Colmo pero ya no se cantarían sobre el tirillo las canciones de siempre. No volvieron a verse más yuntas delante del arado romano. Se colgaron en la portada o se vendieron a los museos los aperos. Yugos, colleras, gavilanes de uncir, horcas, bieldos, foces, dalles, picos, palas, azadones fueron a parar al baúl de los recuerdos. La gran emigración rural daría comienzo vaciando los pueblos. Las iglesias quedaron cerradas, los seminarios vacíos pero quedaron las torres de las iglesias sin campanas. Ya no tocaban a misa. Sólo se escuchaba el machacar el ajo la cigüeña oteando el horizonte. Se fueron los hombres a trabajar a Paris a Francfort o Barcelona y vinieron los “600D”. Lo importante ya no era ser rico porque también los pobres podrían echarse coches y tener nevera, lavadora, batidora, secadora, plancha eléctrica. Como ya no repicaban a misa el personal dejó de acudir a la iglesia. Ya no se sentía feligrés de nada. Sólo del consumo, del tener y del poseer. Se decía marcha bien pero Madrid no le probaba. Semejante involución significaría que por aquello de que la función crea el órgano el cristianismo estaba condenado a desaparecer como algo folclórico, puntual. El clero tampoco tendría demasiado futuro. El espíritu renovador del Concilio como la guadaña niveladora de la muerte equivaldría a una muerte negra que esquilmaría al clero antiguo, a los curas que habían bebido en las fuentes de la edad media. En España se proyectaba la película “Surcos”. De vez en cuando venía a darnos una charla un sacerdote obrero. A aquel mundo Terminal era al que se enfrentaba Eugenio Pérez Casla alias “Cañamón” o “Geñete” cuando lo ajustaba su padre de borreguero en un pueblo de la sierra. Estaba a punto de sonar la trompeta del juicio final y el ángel de la muerte ensayaba sus primeros arpegios que los tertulianos de la tele convertían en rebuznos. No volvería a ver a Cañamón hasta 47 años después en un mesón de la calle Brumen. Después de abandonar la carrera tomó el oficio de maestro asador, puso un restaurante en Bodeguillas pero salió tarifando con el socio y se colocó de maître en el figón donde iba a comer y alguna nochevieja a tomar las uvas Accipiter en aquel establecimiento cabe los muros del hospital de San Carlos y justo enfrente de donde estaba la fuente de la Alcachofa. “Antes de que yo te olvide Virgen de Atocha se secará la fuente de la Alcachofa”. El ex seminarista iría allí a recuperar fuerzas después de recorrer los tenderetes de libros de la Cuesta de Moyano. Entraba con una bolsa de libros de segunda mano, libros que nunca podría leer todos pero a los que agradaba tocar y pasar hojas pensando en qué había sido de sus antiguos propietarios. También la galaxia Guttemberg- Jano devora a sus hijos- perecería a manos de la galaxia Maculan. Los californios se habían inventado esa antinomia y nada en el mundo volvería a ser igual:

-¿Cómo se llama usted?- le preguntó el maître cuando éste le tendió el menú.

-Eugenio para servirle.

-Yo solo conozco a un Eugenio que fue mi compañero de terna: Eugenio Pérez Casla.

-Anda. Ese soy yo.

Renació la vieja amistad y en aquellos ágapes en que uno se sentaba a la mesa y el otro le servía, el uno ostentando su impoluta chaquetilla blanca y el otro cargado de un macuto de libros que traían entre sus paginas cerradas a veces intonsas el polvo y la ilusión de la historia Accipiter se ponía hasta el culo de vino y de añoranzas. Por mucho que quisiera sus vidas otrora paralelas iban verticales y por mucho que lo intentaran no volverían a juntarse. Con Cañamón le ocurrió lo mismo que la Norberto, un antiguo amor ideal puro de esos que dejan marco y a la que trovaría haciendo la carrera en la calle la Cruz. ¡Qué profunda decepción! “Geñete” vio con horror que su antiguo compañero de terna se había dado a la bebida y a los libros bajo el pretexto de vino a las comidas que había veces que se chiscaba tres cuartillo y a veces botellas de un litro enteras.

-No te preocupes, Eugenio. El tintorro me ayuda a sobrellevar mi dolor. El mundo en el cual yo creía y sus valores han desparecido.

Entonces Accipiter le contó el fracaso de los dos matrimonios y el dolor que supuso ver a la Norberto su antiguo amor de estudiante tirada entre la rahez de las putas. Era una chica muy guapa, muy limpia, hija de una labrador rico al norte de la provincia de Madrid, se casó y quedó viuda, tenía ganas de hombre fue una agencia matrimonial la cual la colocó con una barbazul que frecuentaba a otras dos queridas aparte de su mujer natural. Norberto entró en el cupo, perdió la carrera, la hacienda y los millones.

-Eso es lo que se llama encoñamiento- dijo muy reflexivo el camarero del restaurante de la calle Brumen- No somos nadie.

-No

Después de las navidades del año 2000 un sábado acudió a Moyano como de costumbre. No vio a Geñete en la barra. Preguntó por él.

-Lo enterramos hará una semana. El día la Pascua le dio un infarto.


De lo que recordaba de aquellos veranos era el calor intenso. Los meses estivales eran más tórridos y entraba galbana cuando apretaba el color. Engordaba porque su madre le cebaba. Hacía unas torrijas exquisitas y un arroz con leche para chuparse los dedos con leche que traía el machacante de Mayorías todas las mañanas. Le compraron una bicicleta pero aquella bicicleta estaba gafada. Le trajo mala suerte. Derrapó en un terraplén de Valdevilla y por poco se mata. Al año siguiente le dejó dar una vuelta a un compañero que se mató saltando por el pretil del río Eresma yendo a la novena de la Virgen de la Fuencisla. ¿Cómo es que la vida había podido dar tantas vueltas en poco más de medio siglo? No sería capaz de decir pero los hechos no guardaban atingencia unos con otros y surgía el absurdo, el disparate, la descoordinación. Aquellos silogismos que formulaba don Fausto en las clase de Lógica poca relación guardaban con la vida real. Recordaba el aburrimiento de las tardes de verano cuando venía de ayudar a misa a don Benito el párroco de Santa Eulalia. Los domingos se administraba el sacramento del bautismo en tandas de nueve o diez neófito. En aquellos años cincuenta nacieron muchos niños. Accipiter tenía la vela y contestaba por el padrino los formularios en latín.

-Abrenuntias Satanae?

-Abrenuntio.

-Et ómnibus pompiis ejus?

-Abrenuntio..

Eran los exorcismos con que los catecumenos renunciaban a Satanás al mundo, sus pompas y vanidades.


Y con mano temblorosa el bueno de don Benito le abría la pechera del faldón de cristianar al recién nacido, señalando una cruz con su dedo gordo sobre pecho y espalda, ponía un poco de saliva sobre las orejas al tiempo que pronunciaba en hebreo la palabra “efeta” que quiere decir abríos al tiempo que administraba sobre los labios un grano de sal. El padrino dándoselas de chistoso decía en voz alta ante aquella fuente bautismal que podría tener sus buenos diez siglos:

-échele usted bien de sal para que sea salao, padre cura.

Aunque solía haber tacaños los bateos solían caracterizarse por la alegría y la generosidad de los padrinos que con largueza daban al cura su estipendio bautismal y al acólito sus buenas propinas. Todo lo que yo sacaba se lo daba a mi madre. En tercero de latín después de la visita al potro del verdugo dentista a causa de la impresión y el daño que me hizo aquel tío –Roque de Miguel sigue apareciéndose en algunas de mis pesadillas esgrimiendo el hacha del virgolero de la torre de Londres- dejé de mojar la cama aunque el año anterior mis padres me llevaron a la curandera de Torrelodones. Recuerdo aquel paisaje de berruecos y de la gente que corría con sus cantimploras del agua milagrosa a ver a esa señora que me recetó baños de sol porque decía ella que lo que yo tenía era mucho frío en la vejiga y que mis partes no se habían desarrollado. A causa de aquellas tendidas al sol de justicia como si fuese un lagarto me quemé de tal manera que cuando acudió nuestro médico de cabecera al verme soltó un taco maldiciendo a la curandera y a toda su estirpe.

-No más baños de sol. ¿Es que quieres que a tu hijo le quemen las vísceras, Eduvigis?

En las navidades del primero me llevaron a la consulta del doctor Acero en Gómez Ulla, especialista en riñón, que me quería operar pero allí mi madre anduvo lista y después de dormir en casa de la señora Laureana que vivía en Carabanchel Alto – dormí entre medias de mi padre y mi madre lo que no impidió que se soltase el chorro a media noche, no pasa nada Eduvigis, son cosas de la enfermedad, ahora mismo lavo las sábanas- nos vinimos para Corobias en el tren de cercanías de las 23.45. Aquellos trenes eléctricos llevaban un copete que se deslizaba por la catenaria, eran de color amarillo y marrón, de fabricación alemana antes de la guerra. La enuresis se me curó por sí misma. Me aficioné a la lectura. Las novelas de Emilio Salgari y los libros de Hugo Wast un escritor católico de moda por aquellos días. La vocación literaria nació en la castidad de aquellas lentas tardes de verano. Otro de mis jobos era escuchar la radio, aquel aparato de madera vestido de faldones como si fuera un obispo de pontifical. La voz sonaba opaca y distante cuando recorrías el guial, qué cosas inventa el hombre blanco. Aquí EAJ49 Radio Segovia. También se cogía Radio Toledo y por las noches a las nueve el rosario y el informativo por la radio del papa. Transmite Radio Vaticano. Les habla el padre Topete y el jesuita se refería a alguna encíclica insertando trozos de alguna alocución del papa. Nunca dejé de pensar en aquel Pío XII que comía solo mientras cantaba un canario por nombre Caracciolo en su despacho y sor Pascualina la monja alemana que le servía entraba y salía. Era un papa lejano que vivía como en una nube envuelto en los cendales purpúreos de la divinidad. De él hablaban con entusiasmo en las charlas y en los retiros nuestros directores espirituales y su foto con el perfil numismático la nariz acaballada y los lentes dorados surgían por todas las sacristías y rectórales. La iglesia católica entre sus usos y costumbres tiene una inclinación desmedida al culto a la personalidad. ¿El vicario de Cristo no le estaba robando espacio a quien decía representar en la tierra? No pero el prisionero de Castelgandolfo con su reclusión entonces por lo menos no se exponía a los zarpazos y al desgaste que supone ser un personaje mediático de primer orden. Allí el que llevaba la voz cantante por entonces era Caracciolo aquel pajarillo tan simpático que alegraba los yantares pontificio con su melodía mientras sor Pascualina de lejos vigilaba. En mayo del 76 con motivo de cumplirse los veinte años de su preconización a la sede apostólica se organizaron en el seminario cursillos y conferencias en el salón de actos y en una de las fachadas del patio doctoral se colocó un inmenso moral en el que aparecía Pacelli con un pajarito en el dedo índice y la bondadosa cara enmarcada por los lentes con montura de oro mirando humilde en actitud reflexiva todo él de blanco la esclavina orlada de armiño. Aquel patio interior llamó siempre la atención de los aspirantes al sacerdocio. Eran tres pisos de balcones con marco de hierro de forja, pesadas contraventanas de doble lámina y de madera de pino y un boliche a sendos lados de la reja del balcón. El arquitecto había dejado su sello escurialense en el edificio en aquel cuadrado austero construido por Juan de Herrera. Arriba se erguía mayestático el capuz de la Aceitera y abajo estaba una inmensa biblioteca con cerca de cincuenta mil volúmenes. Aquel pontífice elegante afable aristócrata todos lo teníamos por santo y creíamos que no tardando mucho subiera a los altares pero no. Se cruzaron en el camino las protestas de los de siempre. Crédulos e ignorantes de nosotros no sabíamos que el Vaticano es un avispero de intrigas manejado por el gran capital de los Rochild. ¿Como es que la vida ha podido dar tantas vueltas en medio siglo?

Las vacaciones de verano marcaban el punto de inflexión del año escolar. Yo aprobaba todas las asignaturas con nueves y dieces en griego y en latín y en literatura pero en Matemáticas sólo sacaba un aprobado raspado. Aquellos años fueron los más felices de mi vida. Nada me inquietaba. Estaba seguro de mí mismo y la disciplina inculcada por los preceptos empezó a hacer mella en mi espíritu con arreglo a un método diario de levantarse a la misma hora, rezar mis preces, el Iam lucis orto sedere” que repito al día de hoy, bajar a Santa Eulalia a ayudar a misa, subir la cuesta de Baterías en bicicleta. Desayuno y lectura, etc. Junto a la iglesia de Santa Eulalia crece un gigantesco almez. Cuando tocaba verbena se colocaban allí gallardetes, había títeres y baile y venían los carameleros que tendían en sus puestos garrapiñadas de Alcalá. Al otro lado de la calle estaba una casa porticada del siglo XV con blasones en los ábsides de sus columnas dando esquina a la calle de Cantarranas que subía hasta el convento de Santa Isabel puerta por puerta de Ca la Farola el prostíbulo casa que fue del Domine Cabra y que sirvió a Francisco de Quevedo de inspiración para componer el Buscón. Don Benito solía presenciar tales jolgorios desde un palenque habilitado para el párroco al lado de la tribuna donde tocaban los músicos. De esta manera el buen sacerdote vigilaba por la moralidad de sus feligreses, haciendo todo lo posible para que nadie bailase el agarrao o llamando la atención a las que iban descocadas o con escote.

-Eh tú no te pases. Que corra el aire. Que corra el aire.

El galán que trataba de arrimarse era sorprendido por la amonestación del cura y… paso atrás. Los seminaristas nos sentábamos a la vera de nuestro párroco en sillas de enea como si estuviésemos ayudando a misa. Al poco rato a don Benito harto de velar sin resultado por la decencia porque los cuerpos parecían atraerse como imanes y la cosa parece que no tiene enmienda se daba por vencido. Eran las nueve, hora de acostarse.

-Vamonos para casa, chiquito que aquí a los curas no se nos ha perdido nada.

Los seminaristas le acompañábamos hasta su rectoral a pocos pasos de allí y por el camino nos iba dando una charla sobre los retos de la concupiscencia y los peligros de la carne a los que sólo se puede vencer mediante la huida y aducía el ejemplo del casto José requerido de amores por la mujer de Putifar. Al llegar al portal nos despedíamos besándole la mano y con un “buenas noches tenga usted”. Todo estaba atado y bien atado pero un día esos cabrones lo desatarán. Seguro que sí. La musiquilla hendía melancólica el abismo de la noche. Los mozalbetes dejando desatendidas a las mujeres tiraban al plato con escopetas de aire comprimida o jugaban al bote en medio de la plaza. A la luz de un candil y sobre un cajón vuelto de culo el Tío Monago extendía los naipes con la puesta de billetes de veinte duros. Arriba la banca. Las muchachas bailaban sola de dos en dos con sus faldas rameadas y sus rebecas recién estrenadas. Debajo de las mangas asomaba la punta de un moquero. Casi todas eran muchachas de servir. Algunos soldados del Regimiento 41 las miraban bajo la sombra patriarcal del almez centenario pero sin determinarse a pedir baile. Aquellas catorcenas tristes se me quedaron muy grabadas. Suspiros de España, garrapiñadas de Alcalá y Heli la caramelera pregonando su mercancía: el pirulí de la Habana, el polvo que esparcían los zapatos de las parejas al marcarse un pasodoble. Agapito Marazuela con su gaita mágica interpretaba una arrebolada que era un verdadero tour de force. El arte y la fe entran por el oído. La música es el anamorfismo sublimado de la palabra. Déjate de contemplaciones Accipiter. Echemos un trago. Antón entró en Madrid con su capa rota, bebamos una copa y otra copita y esta nos sabrá más sabrosita. Bah. enomanía y delirios. Accipiter se agazapó en las tabernas porque era un cobarde. Acodado en el mostrador de los chigres se creía un tipo importante y decidor pero no era nadie: un seminarista rebotado.

-¿Qué año te saliste?

-En segundo de Teología. Me faltaba poco para cantar misa.

-Fuiste un cobarde.

-Ya lo sé.

Derrotaba por los bodegones creyendo que tó er mundo ye gueno y dice la verde implementando la máxima evangélica de amar a tus semejantes. Pero ni todos son buenos ni dicen la verdad. El amor de las mujeres no es más que agua en un cesto. Aquel seminario le convirtió en un soñador. A la sombra de la Aceitera se crió la utopía. Pagaba rondas a desconocidos y no se le caía de los labios la palabra qué va a ser, otra ronda, yo pago. Era tan desprendido que no le importaba arruinarse con tal de mantener una conversación escuchar una frase ingeniosa o que alguien le dijera una palabra de aliento o de cariño. Bah enomanía y delirios. Iban tres cristos borrachos arrastrando sus cruces camino del Calvario y n o encontraron a ningún cirineo. Sin embargo una mano oculta le libró de las tremendas refriegas del alcohol. En el fondo en esa inclinación etílica –el hombre busca deleite, honra y ser reconocido- cupiera un atavismo mítico de los viejos alumbrados de los que descendía. Buscaba una amistad personal con Dios pero cuando esa tendencia de los ensimismados se orienta hacia las mujeres grandes pecadores ocurren catástrofes personales. La mujer es tierra, sólo comprende el lenguaje de la tierra, nunca del cielo. Amor cortés, amor profano, se cierra el círculo y ellas nos tienen prendidos por los cojones. Baja de esa nube. Vives en el limbo. Aterriza y deja de flotar. La bondad es un asunto peligroso porque deriva en panfilia y esa panfilia se despeña en la cretinidad. Los cristianos eran cretinos para Voltaire. La caridad bien entendida ha de empezar por uno mismo, aducen los talmudistas y esa bondad que te enseñaron y tú trataste de llevar a tu vida te ha llevado al delirium tremens y del platonismo se siguieron los desengaños misóginos. Ay de los solos.


Agosto con las fiestas de Nuestra Señora era un baremo para calibrar el paso raudo de los años. Pronto llegó a quinto de latín y los tres años de filosofía remataron en los cuatro de teología. Ya era teólogo, podía fumar en su celda e incluso tener una radio. Televisión no había. Las primeras en llegar a Segovia se instalaron en el despacho de un cura rico de Castrovoces que nos invitaba a ver los programas de la Noche del Sábado. Pantalla en blanco y nego. Allí aparecía José Luís Pecquer. Yo me dormía ante aquel extraño aparato. Nadie pudo superar que aquel adminículo humilde y como destartalado se iba a trasformar en el instrumento de dominación universal, un comecocos totalitario. Aquel verano de 1956 el fatídico 1984 orwelliano se instaló en nuestro cuarto de estar. Un purga-conciencias confidencial que nos dominaría totalmente. Se terminó una era. Ese es el mensaje que a los cuatro vientos y con voz chillona lanzaba Pecker al presentar aquellas varietés. En el 64 veinte años de antelación de que se consumase la profecía, veinte años de mi vida justos y buscando otros caminos porque presentía venir una avalancha, yo colgué los hábitos. Ya de minorista, colgué los hábitos.

-¿Porqué te volviste atrás?

-No me probaba, hermano.

Fue la última respuesta que di a los preguntaban. Ni que decir tiene que abandonar la carrera cuando ya te había afeitado la coronilla el barbero y el obispo te dio el titulo de acólito, turiferario y exorcista constituyó en mi casa un autentico drama familiar.



MI ÚLTIMO DIA.



Sol de junio, un verano más”, cantaba un coplero de mi lejana juventud cuando yo cortejaba a una moza muy formal. Nunca empezábamos aquel pastel, nunca nos fumamos aquel cigarrillo de después en el 600. Había que estar en casa a las diez. Ella habrá dejado ya de fumar, yo sólo fumo en pipa y a escondidas porque fumar ya no es políticamente correcto ni está bien quisto pero yo me digo tambien los que no fuman se mueren y les dan infartos, mientras acaricio los viejos recuerdos en el estanque dorado de la memoria y pedaleo –estoy hecho una mula- hasta Navalcarnero ida y vuelta tres leguas y pico en una hermosa tarde con el solsticio de verano casi en puertas siguiendo el viejo camino de la mesta... Esa era la ruta de los nutridos rebaños que veíamos pasar por nuestra puerta camino del sur, el morueco en medio egregio y mostrando su estatura guardiana, y a los lados los perros. Un zagal llevaba un corderillo recental a hombros y a mí recordaba la vera efigie del Buen Pastor. Parece que percibo el bronco ladrido feroz y aquiescente del mastín. Ya no hay mesta ni cordeles, van en camiones, pero el ojo de mi memoria los sigue viendo circular. Parece que fue ayer y ha pasado tanto tiempo. Ya han encañado los trigos. De trigo y centeno hay hogaño un cosechón. Las vides están hermosas y ya granan las cepas. Si no se apedrea tendremos los lagares y la troje hasta los topes. Una collalba me hace una referencia y se me cruza en el camino y canta escondida entre las cepas la perdiz con voz de amor. Sol de junio. El cuclillo y la abubilla tienen un dúo, se han enzarzado en una porfía (a ver quien da la mejor nota) que enternece mi corazón de melancolías y es la orquesta de acompañamiento a este Te deum laudamus te Dominum confitemur que esponja mi corazón. La voz del diacono Shelapin de mi grabación de la noche de pascua pregona el canto del Querubín. Mañana es mi último día y pues me tomé un Moscoso el día 12 si Dios quiere estoy cumplido. Voy a entregar la cuchara pero no la tarja. A mi tarja le quedan todavía algunas muescas por cortar al menos eso espero y loado sea Cristo. Al menos eso espero con la venia del Panadero celestial que todo lo controla todo lo ve y todo lo designa desde ahí arriba. I hope that He spares me.

No puedo estar más satisfecho. Gracias, Señor. . Junio trajo las rosas y la plenitud de un ayer no consumado y yo tuve la suerte de conocer sin conocer a aquel amor. El sol, un sol que se va, refulge en el estanque dorado pero el hombre pecador a veces tira por la trocha más difícil dejando el camino real, se va por los puertos fragosos abandonando la amenidad del valle y del llano. Lo malo es que en este curso de la vida no hay repescas ni exámenes de febrero pero todos los seis de junio se me aparecía el rostro de la querida novia (ah yo vi en Roma do es la santidad que todos al dinero facen omildad… y eminencia, nos quita las buenas para que nos vayamos con las malas). El hombre no es que tropiece en la misma piedra es que es gilipollas y escoge la manzana podrida desdeñando la más manzana y fresca. Ah todos los seis de junio una lagrima de mis ojos y una oración brotaba de mis labios en memoria de aquel amor perdido. Uno se va siempre con las malas y deja las buenas pero es ley de vida. Misterios del destino. Enigmas del mundo... regreso a casa con el primer lucero. Un traguillo del vino de Navalcarnero que era el último pueblo de la provincia Segovia antes de las extremaduras, el que bebían los pastores de los viejos cordeles a la salud de sus rabadanes, de sus amos y de sus novias, me da fuerza a mis empeños, para cubrir el tranco final. Las cuestas arriba las suba mi mulo que las de abajo yo me las sudo, digo con el refrán.

- Aprieta el culo y dar pedales y pasa hoja.

- Es lo que hay que hacer para llegar a viejos.

Un transportista guasón me larga bocina.

-Pi. Pi. quita del medio que va va pasar la camioneta de mi papá.

-Cojonazos..

-¿Violos la tuya mujer, o qué?

-Quitate de en medio que no eres Berrendero ni Bahamonetes, pensionista.

- Es que hice la mili en un batallón ciclista le contesto.

Y me despide con un corte de manga que le devuelvo. Mañana es día escuela el último día escuela y ya brilla por el este el último lucero. Esta mañana cuando por ultima vez ficho al pasar frente a las estatuas del cardenal Gil de Albornoz que se alza mitrada y eminente delante del convento de San Diego, desafiando un poco a la de Cisneros, como un rival, me acuerdo de aquella objeción que hacía el bueno del arcipreste a su cardenal de Toledo cuando quiso dejar sin mujeres al clero y sus quejas son punto de referencia de lo que ocurre en la vida. ¿Me fui con las malas y dejé las buenas, de verdad? No sé. Es muy difícil afirmar esas cosas tan taxativamente. Por lo pronto sol de junio, un verano más ¿y tú donde estás, donde te fuiste, amor que no fenece jamás que es puro y limpio como el brillar del lucero que avisto al bajar la cuesta de mi urba? Estas son preguntas sin demasiadas respuestas. Ya no puede quedar mucho trecho. Sin embargo espero que la tarja de mi existencia se alargue un poco más.. Al llegar a viejo se ha hecho más firme mi fe y mi esperanza. El amor no muere nunca. Nos sobrepasa como el camionero fardón que por poco me tira a la cuneta un ventalle. Es el aire del Espiritu Santo. El domingo fue la fiesta de la Trinidad y vivimos todos en el gran cenáculo.. Se queda prendido en el rielar de aquella estrella. Cuando llego a casa mi santa esposa mantecosa – fue la buena o fue la mala no lo se pero es la que elegí yo, impulsado por la fuerza del sino, del destino o del fatum- se cachondea de mi al verme en shorts.

- Ya no estás para ir de ligue, tio. Con esas fachas.

- Home no, pero eso no lo decías hace treinta años que entonces bien que te gustaba el pirulí de la Habana.

- Si serás machista.

- Tú no sufras que mañana me jubilo, prenda. Hace 65 tacos que me parió la Juani. Con seis kilos mi y medio que di en bascula a mi pobre madre no sé si la desriñoné una larga tarde de junio. El parto sin cesare duró seis horas y era el dia sexto después del D Day.

- Así sigues de gordo-dice mi mujer que ya no me echa piropos pero de vez en cuando me da alguna charla y a callar.

-In te Domine speravi non confundar in aeternum. Bendito seas Señor por esta vida. Me puedes quitar todo menos la esperanza y el sentido del humor.




FIN






































































































1 Arijo(del árabe arraix, incoherente) tierra poco cultivable

2 Esta es la idea motriz de mi libro Seminario vacío: los pecados mortales de la Iglesia

3 El mundo está integrado por dos elementos: materia y forma

4 Adsum fórmula de ordenación. Cuando el obispo convoca tu nombre, tú dice adsum (aquí estoy, presente). Pertenece al ritual de iniciación de las órdenes de caballería

5 Lejos de nosotros los fantasmas nocturnos, que no polucionen nuestros cerpos

6 silla

7 De muchos uno

8 Vanidad de vanidades y todo vanidad, frase de san juan Crisóstomo, EL DE LA BOCA DORADA

9 Se refiere al Agios O Zeos, agios Isskrios, agios azanatos ( Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal) o trisagio atanasiano que en Occidente sólo se cantaba en la liturgia de Viernes Santo. Las observaciones de Laguna no pueden ser más actuales.

10 Corro palabra de origen vasco y que transmigra al inglés y se convierte en court, como corte y cohorte

11 Este ornamento fue derogado por el Concilio

12 Dichoso el vientre que te portó y los senos que te amamantaron

13 se rasgó el velo del iconostasio y tembló la tierra

14 A nosotros no nos es permitido matar a nadie. Frase de urdimbre diabólica. La ley les prohibía mancharse las manos de sangre. Sin embargo suelen matar por encargo

15 Me pedís que ¿crucifique a vuestro rey?

16 Te adoramos, Cristo, y te bendecimos pues por tu cruz muerte y resurrección nos has redimido.

17 No obstante en inglés

LA NOCHEBUENA DE UN ASTURIANO DE LA BLAU EN EL ESTE EL SARGENTO CELERIZO

 

LA NOCHEBUENA DE UN KAROBO EN EL FRENTE DEL ESTE. CARTA A SU MADRINA

Posición 375 sección de Antiaereos


Querida Aderita; Recibí tu carta ayer. La trajeron los del hipomóvil de la Comandancia. No había podido hacer el reparto en siete días pues hemos tenido una cellisca de las que hacen época. Estos sí que son tormentas y no las del Bierzo. Gracias por los aguinaldos con el turrón y la botella de coñac él detente bala y la estampa del Niño Jesús que hemos colocado en sitio preferente de la chabola y está Jesusín hecho un sol y yo no sé cómo con esos tamaraos blanco puede aguantar los treinta y dos bajo cero. ¡Cómo es Dios y todo lo puede! Pues verás nos liamos a cantar villancicos como descosidos y después llorábamos todos como bobos. Hasta al Teniente Müller que manda la batería y es un militar prusiano de aspecto seco y que parece poco sentimental le rodaban las lágrimas. El tapabocas también te lo agradezco y más sabiendo que ha sido tejido por ti con una toquilla que era de tu abuela. La botella de Carlos III nos la chiscamos en amor y amistad fraterna. El cabo Seidenbaum escotó unas salchichas y varias botellas de aguardiente del que por aquí llaman schnaps junto con una botella de vodka que tomó de un ruso que hicieron prisionero y alguien sacó una guitarra y una pandereta. Y fuera penas. Dirás que somos unos borrachos pero no. Sin algo de calor en él estomago aquí te arrices pues como te digo aquí hacmucho más frío que en león. Dirás que por que té cuentos estas cosas. Pues es que no te tengo nada que contar. Aquí sólo hay nieve y nieve. Hasta los arboles se sumen debajo del talud blanco. Villancicos. Cantamos La Marimorena y él tenían Bum. Somos una sección mixta de artilleros alemanes y españols. Mi unidad quedó tan diezmada en los últimos días que hubo que agrupar fuerzas. Nos entendemos como ponemos pero yo he aprendido algo de alemán aunque casi me entiendo mejor el ruski que me parece menos difícil y en esa lengua me sé varias frases. Una que nos aprendemos cuando en las largas marchas pie desde Grodno hasta esta zona que llaman la Rusia Blanca entrabamos en las isbas o casuchas de los campesinos medio despeados y muertos de sed y de hambre y nos salían a recibir niños descalzos abuelas sonrientes y pobres viejos cubiertos de harapos. Y allí la cantinela de siempre. T menisti ñiet mkariovo ni malieko que quiere decir se nos han muerto las vacas no tenemos leche. Pero los pobres nos daban a los soldados lo que tenían y encendían el samovar y nos calentaban té con un poco de pan. Las abuelas bondadosas nos persignaban en la frente pues así son cristianas Aderita y eso no me lo suponía yo que nos había dicho que eran los rusos comunistas y rojos perdidos. Pues no es cierto. En las chozas aun en las más miserables había imágenes de Nuestro Señor y de la Virgen. Tienen mucha devoción a la Madre de Dios que llaman Blogodortisa. La, lamparilla encendida día y noche me recordaban un poco el altar de mi pueblo cuando ibamos al rosario y hacíamos genuflexión de rodillas ante el Santísimo. Los rusos no se arrodillan, se inclinan y se hacen la cruz continuamente. Dicen que para espantar a los malos spiritus. Esta buena gente me impresionó y me pregunté que hemos venido a hacer aquí a esta tierra a sembrar la muerte y destrucción. Muchas dudas me asaltan Aderita. Aquí hay un comandante Schmidt que dice que la invasión de rusia ha sido un error de Hitler. Que todos creíamos que lo que había que cambiar eran la desigualdad de pobres y rucos. Schmidt dice que el diablo se metió en la cabeza loca del Führer. Y que esto es una locura. A mí la verdad nada me hicieron los rusos pues aquí los comunistas que había en España no los vemos por ninguna parte, sin gente humilde y llana y muy sufrida como los castellanos, clatro que el comandante Schmidt sólo profiere esas dudas cuando ya llevan en el cuerpo cinco o seis copas. Y como para su camisa porque puede ser arrestado, yo soy el cabo pieza de un cañón que llamamos ocho. Ocho. Me harté a disparar contra los aviones rusos y alguno he conseguido abatir pero buena gana cada ves vienen más, son un enjambre. El otro día sacaron a diez o doce de la Wehrmacht que estaban metidos en unos pozos de tirador. Eran alemanes cas iunos niños. Tenían los pies congelados, se escucha el día y la noche la música de los organillos de Stalín. Les paramos de momento pero al poco rato traen refuerzas y atacan y atacan. Al fondo el cielo se tiñe de rojo. Es el infierno de Stalingrado, . Ayer estuvieron pasando convoyes de batallones destriozados. Eran infantes rumanos. Mal se presentan las cosas, querida Aderita. Y yo mañana que es Nochebuena cumplo 22 años. ¿A que he venid yo a Rusia, Dios? Una voz interior me dice que para cambiar el mundo para hacerle mejor para defender a España del Comunismo pero la verdad es que no lo tengo muy claro. Me alisté voluntario en la División Azul. No sabía dónde me llevaban ni adonde me metía, al principio todo iba bien uy avanzábamos casi sin pegar un tiro. Yo cogí un mal constipado y me hospitalizaran en una ciudad que se llama Vilna. Me lo pasé en grande pues conocí una muchacha y fue conmigo al baile un par de veces pero un día cunado fui a buscarla vi cómo la sacaban de su casa unos policías de paisano con abrigo de cuero y cara de muy pocos amigos. Recuerdo su nombre Ester, era judía y a mí por “confraternizar con el enemigo” una orden de arresto de dos días en el calabozo y me enviaron otra vez al frente. Ya te lo he contado maja. Aunque no te conozco me pareces una chavala estupenda y hasta pienso que si regreso con vida de esta ratonera me gustaría c pedirte relaciones. Estas muy guapa en la foto, tienes una cara de buena persona. En fin tu estampa me ha recordado otras más felices y el niño Jesus me mira con cara fr ternura y hasta parece que me habla a mí solo a mí y me dije Celerizo Cabrillo yo te voy a ayudar. Y me quedo ensimismado contemplandole. Mis camaradas dicen que es un Jesus muy bonito, los alemanes no tienen imágenes pero creo que son también cristianos, no creen en el papa. Los domingos suele venir un páter que creo que es luterano se pone un gorro muy raro y una estola negra como la de don saturnino el cura de mi pueblo y cantan himnos y ya está pero no dicen misa como los católicos, sólo cantar y los soldados los cantan con mucha devoción pues parecen sentir muy adentro su religión más que nosotros. Para que te vaya a contar si no son calamidades aunque así me desahogo. Soy el único que queda de los españoles porque han ido cayendo todos. El jueves le atizaron a un asturiano que se llamaba Teófilo Muñir. Salió a hacer del cuerpo el hombre y por lo visto se puso en un sitio algo lejos de lla tienda que no tenía desenfilada y le arrearon. A rodrigo que era mi mejor amigo un obús llo dejó sin pierna y lo evacuaron a Riga. Pero esta muerte de Muñir me impresionó. Murió en mis brazos. Llamaba a grandes voces a su madre y a mi se parte el corazón. Madre y el eco arden la inmensa estepa retronaba su voz moribunda. Madre, madre, dónde estás? Dios le tenga en su seno. Aderita me dice en la tuya que no haces más que rezar por pues esas preces me vienen bien. Tus velas a la Virgen del Camino han dado resultado aunque pienso que salgamos enteros de aquí va a ser un milagro y de los gordos. Madre. Madre y las voces que pegaba Teófilo eran la misma s que otro asturiano también amigo del alma que se llamaba Agustín al que atizaron a lo tono. Era también muy fraterno. De cellero. Me decía que cunad io acabase la guerra me convidaba a las fiestas de su pueblo que son por san Pedro y los marineros hacen una ceremonia muy ocurrente y chistoso que llaman la amura vela. Se llamaba Agustín Fito. Si esta carta llegase a tus manos yo quisiera que se las remitiese por favor a su familia que vive en ese pueblo dandole mis condolencias. De mi vida aquí poco puedo contarte. es muy monotona. Los días se parecen unos a otros como dos gotas de agua. El único aliciente es la llegada de la estafeta con la carta de vasas. Lo emas comer y dormir. uno se embritece y no opiensa en nada. Quien inventaría las gfuerras Aderita. La verdad es que cuando recinbñí felicitaciones de la Komandatur por haber abatrido a cinco cazas enemigos no me senti un heroe, me pusieron la crtuz de hierro pero yo le dije al coronel que la poníoa. Fue de pura chiripa mi coronel.si dijese lo contario mentiría. No. No me siento un heroe nio odioo a los rusos. ¿Por que tener que disparar contra gente que no conozco y nunca se han metido conmigo? Belay mis contradicciones, Aderitabueno madrina, Felices Pascuas y ojalá el año que viene de 1943 sea prospero y mejor que este puñetero 42. Estoy seguro de que nos vamos a ver pronto tú y yo uy que vamoa a hascer buienas migas. ¿Te gustan los bambinos? Claro que te gustarán a no ser que tengas vocación de monja. Reza mucho por mí y arieta con el Santo Niño Jesus de Praga. Lo necesito. Y sin otro particular y deasndo la pasas bien la Nochebuena se despide este tu amigo y admirador este Karovo que lo es. Tu Karovo.

Fermin Murillo.


EL TIO BRAGETITA HISTORIAS DE SEGOVIA EN HOMENAJE AL LIBRERO RIUDAVETS GARRAFATINA DE LA BUENA

  Garrafatina.

Existen palabras tan evocadoras como un elixir de eterna juventud. Me ocurrió estos días de atrás de un mes de junio en el dique seco, cuando leyendo a un paisano mío, Antonio Martínez Menchén, me he encontrado con un sustantivo que es una gema espiritual por todo lo que tiene de sensual y de nostálgica del año del hambre: gelatina. Lo único que queda indemne a los estragos de la vida es el verbo mozo, incólume a las fatigas y transportes del cambio de mentalidad y a las mutaciones biológicas del Río de Demócrito.

Se trata de un modismo segoviano autóctono, no viene en el diccionario de la Real. Es el fruto del algarrobo disecado. Su sabor era dulce y su  presentación de color negro arrugado. Me recuerda a tardes muy largas de los inviernos de la niñez, al puesto de pipas de la Isabel que acudía con su cesta a los recreos, con sus cucuruchos de papel a perra chica, siempre changarreando con su cesta de bollos fríos detrás de los seminaristas, los de los misioneros claretianos, maristas y en el capítulo femenino, jesuitinas y concepcionistas domingos y jueves por la tarde.

 Tiene las connotaciones evocadoras de la venta ambulante de cesta de mimbre y torrijas por un duro con que acudía en pos de los seminaristas y de los cadetes que barzoneaban su asueto en  tardes que daban suelta  aquella zabarcera del barrio del Cristo del Mercado que había perdido al marido y dos hijos en El Ebro, la Isabel.  A la Isabel le gustaba su cuartillo de vino a las comidas y una copita de orujo después. Cuando no había bebido demasiado, era una persona tratable pero a veces se enzarzaba en disputas con el personal, lanzaba soflamas contra el clero, regalaba el género o perdía el canastillo que le había regalado el Tío Braguetita, el del obrador de las monjas.

La cadena de alimentación anímica, que ha de ser una de las funciones primigenias de la buena literatura me ha ofrecido, servida en el manjar de las frases ordenadas, todo aquel tiempo que fue de finales de los cuarenta y comienzo de los sesenta. He sentido un torrente de emoción subiendo por mi espinazo al leer el primer cuento de este autor poco conocido, pero magistral en fondo y forma, de una vividura casi melliza a la mía en el viejo colegio de los claretianos cuyas tapias zagueras colindaban con los cipreses del camposanto del Santo Ángel.


Durante las clases de Gramática mirando a través de los ventanales de las aulas cuyos alfeizares por los extremos mostraban una marca blanca de recudir sobre su superficie los borradores de tiza, veíamos ascender por la pina ladeada, vigilada por las torres de ojos vacíos como cuévanos de san Justo y del Salvador, los coches de respeto escoltados por las comitivas del duelo. La multitud acompañante - pues verdaderamente por aquellos días cualquier sepelio tenía toda la categoría de acontecimiento social- iba hablando en voz baja y era impresionante el silencio, que quebraba sólo el zabucar de las pisadas sobre la gravilla del camino de tierra abombada que conducía a las verjas de hierro de la Casa de Todos, la última morada de los residentes en aquella ciudad en la cima de un cerro que por detrás la escarpada tajadura del valle del Rasemir (así llamo yo al río Eresma en mis libros)desafía a los vientos intercadentes de Cronos. Abría el cortejo la cruz alzada. Lo cerraba el preste con capa pluvial de riguroso con bordes amarillos o blancos, según la costumbre en el rito mozárabe.

La muerte tenía un presencia totalizadora en aquella Segovia de nuestra nacencia y de nuestros pecados.

De la misma manera que hoy se la oblitera y se esconde a los difuntos o se los maquilla en esos velorios del crematorio de la M30 ambientados con música polifónica de aséptico repertorio para los fallecidos en la duda sobre el más allá, entonces eran los funerales un acontecimiento social donde no cabían escepticismos herejes.

Hasta eso; todo gozaba de un sentido. La vida llena de penurias y necesidades y también la muerte perfumada de vaharadas de incienso y el aroma, para esconder aquel olor dulzón y algo pestífero de los gusanos empezando a obrar su función tan macabra como inevitable,  de los jacintos injertos en las coronas mortuorias, que llevaban siempre las dos fimbrias moradas bajo el lemnisco con la consabida leyenda de fulanito de tal, tus hijos no te olvidan.

Qué va! No era más que un decir.  Una vez despedida la carroza que tiraba el tronco de  aquellos bridones negros - yo diría jamelgos- con un penacho de plumas de ave, pasadas por el tinte funerario, empezaba la inmensa cuenta atrás, la infinita andadura del olvido.


Muchas veces, estando en la clase de Francés, mientras don Lisardo se paseaba arriba y abajo de la clase por la hilera de pupitres, el dedo pulgar introducto en la sisa del chaleco, provenían desde allende los olmos centenarios del patio, justo donde la buena de la Isabel tendía su cesta de pipas y garrafatinas arropada en un mantón negro aguardando a la peña de clientes con calderilla bastante para asaltar su humilde tenderete, se perdía el eco de las estrofas del Libera me, Domine o del famoso himno compuesto por Tomás Celanno- estoy hablando del Dies Irae- confundiendose la fantasmal ráfaga de las exequias oficiadas por un preste de capa pluvial al que ayudaban un par de monagos también de luto, con el poderoso vozarrón de don Lisardo, al que llamábamos, no sé por qué Chichi Bobote, cuando se apellidaba Zubiaurre, y era vasco francés, conjugandonos el verbo aimer. Todo un símbolo, porque también entonces en la España que nos tocó padecer no es que se amara en exceso que digamos. Por estos tesos la gente se quiere poco. Cómo andamos de amores? Bah! Pamplinas. En Castilla se solía dar a estas cuestiones un sentido práctico. Era un invento de los poetas que no nos puede librar de la gamogénesis o reproducción sexual con el que venimos al mundo los mamíferos. Lo que son las cosas: después de tanta lagotería, los que ibamos para académicos hemos acabado hemos rematado en zabarceras, que lo tuyo es la venta ambulante, niños! Vanidad de vanidades. También los que se creían mucho y se daban tono acabaron donde todos criando aulagas tras la imponente muralla coronada de cipreses sobre un mogote berroqueño erguido sobre el Eresma que es río hirsuto por aquellos roquedos y pasa como pidiendo perdón a los de mi pueblo llevando menos agua que güisqui, anda coño. La muerte no era más que el episodio final de ese ciclo de azarosos encuentros de la naturaleza, la resultante de un apareamiento de grado o violento. El amor no existe.  Los griegos, tan sabios, nunca hablaron de él, lo desconocían en el sentido al que se afinan hoy nuestros calendarios y relatos del corazón, las vivencias de la tele pasión; para los griegos lo importante era la amistad, el convite, la lealtad, la elocuencia, la cítara y el arpa Cómo se puede uno, decían, encalabrinar de una gorda cualquiera si las mujeres no tienen alma? Desconocían esa actitud  deferente hacia la mujer que llamamos amor. Pues, si el amor no existe, la muerte tampoco. Aquí lo único que hay con fuerza es el Logos. 

Las codas de la secuencia famosa de difuntos sonando en la proximidad de las sabinas y de los cipreses, las garrafatinas de la señora Isabel, que eran manjar de dioses, pura ambrosía, los palmetazos y coscorrones de monsieur Bobote forman parte de una manifestación sonora, olfativa y táctil de entierros, procesiones, notas necrológicas y peticiones del oyente por EAJ49, Radio Segovia.

Todo ese perfil de evocaciones llovidas en tromba desde la quima de los árboles de pan y quesillo de nuestra memoria, por gracia del cielo, se me han presentado así, de golpe, con la lectura de este libro de relatos, que lleva por titulo Inquisidores.


Hasta he escuchado el chirrío de los vencejos quebrando el azul diáfano que tenían las tardes de mayo, y a las chovas crascitar majestuosas y augurales desde los clavijeros de la muralla latina o de los campanarios románicos escalonados de socarrenas. Voznaba el cuervo y la golondrina mística y encantadora clamoreaba con su argentino piar de vicetiple llenando la sonochada de los impresionantes estrofas de su vuelo musical que lo convierte en pájaro misterioso, entrañable e inaccesible. Se retiñía el aire de sonoridades entusiastas al bolear a gloria o tocando a muerto. Hasta el sexo no podía faltar en esta comitiva de recuerdos, puesto que Eros y Tanatos terminan siempre por enunciar su acomodo inextricable.

El sexo, del que no se hablaba tanto como ahora, pero que se practicaba con más empeño, porque viene a ser el consuelo secreto de los muertos de hambre en los tiempos de guerra y de postguerra, era para nosotros aquella casa misteriosa en la calle de Cantarranas con las puertas y las ventanas herméticamente cerradas con una lamina de cinc, a prueba de cantazos y de misiles. Se iba allí a espiar la ocasión; cierta vez, vimos saliendo por el callejón a un alférez de la i.p.s. (Milicias Universitarias)abotonándose los herretes de su guerrera que parecían desdobles de la cresta de un gallo, y calándose la gorra  en la que lucía la consuetudinaria bombeta de Artillería, con una sonrisa de oreja a oreja mientras bajaba por la escalera al paso de la oca como el que vuelve victorioso de la guerra, en plan miles gloriossus. Algo debe de tener el agua cuando la bendicen.

Aquella ciudad levítica desoyendo los consejos  apacibles de Cristo Dios era de las que se atrevía a tirar la primera y también la última piedra contra aquellas pobres magdalenas emparedadas justo junto a un convento de clarisas bajo la férula de una madama a la que llamaban la Farela, experta conocedora de las artes celestinescas. Dilapidar los vanos de su vivienda inexpugnable constituía una de las diversiones predilectas de aquellas pandas de arrapiezos salvajes que merodeaban por la ciudad sin saber qué hacer, como perros atraíllados, como lobos en jauría en las tardes del verano en que pica el tábano del deseo y algo que no se sabe qué es lo que es (prurito de la cópula, clarín de la naturaleza), dentro de los trillones de células, torrente biológico de la sangre que despierta, está llamando a la puerta. Es fácil bufar y pecar con hambre de hembra a las cinco de la tarde de cualquier día del mes de agosto. Cuidado, que te vas al infierno, hermano, que te condenas. Ay, ay, no lo puedo remediar padre. Hijo, y cuántas veces? Creo que he perdido la cuenta; no me sujeto, no lo puedo remediar, soy un caso perdido estaré malo?


Todo dependía de si en el fielato de la penitencia te dabas con un gorra de plato que fuese laxista o un rigorista que tomase los cánones de la Moral católica al pie de la letra o asumiese una interpretación ancha de la norma en lo que se refiere a las faltas de la pureza. Te podrías dar con un canto en los dientes si no hacía uso de la salvilla o escupidera que había en aquellos armatostes a media luz, las caras muy juntas como para bailar el tango, los había que apretaban las carnes y hasta como si quisieran dislocarte el brazo, cajones de madera, verja del perdón, cámara de torturas al que ibamos a descargar el saco y con frecuencia punto de encuentro del trato torpe, pecado nefando y rinconcito donde algún que otro presbítero incontinente pecaba pelando su pava, por aquello de mi olla y mi misa y mi María Luisa, con su barragana, que los curas por aquel entonces tenían buen cartel. Éstos solían ser los más recomendables a la hora de buscar una reconciliación con Dios puesto que no solían darle importancia a nuestras ofensas. Te soltaban siempre el mismo rollo de carrerilla con el azacán de la urgencia de acabar y te despachaban con par de avemarías de penitencia. 

A los iluminados con pocas tragaderas había que evitarlos como a la peste.  Eran los que te echaban el aliento en plena cara, una nortada de ajo y de regüeldos de puchero enfermo sobre tus mejillas.

Nunca he conseguido averiguar del todo bien cuál es la diferencia que demarca al dolor de  atrición y al de contrición, aunque el asunto me consta que fue piedra de toque de no pocos altercados en siglos pretéritos entre bolandistas y jesuitas y que hasta se llegó a escribir honoris causa el célebre soneto No me mueve mi Dios para quererte. En esos versos conversos está explayada la filosofía de los contritos que se arrepienten de sus pecados por haber ofendido a Dios, bondad infinita, y los atritos que exhiben un dolor imperfecto, sólo temen al palo. Cuestiones de matiz, no de principio, con las que los curas se han pasado años y años haciendo prestidigitación filológica- teológica. Aunque no hubiera infierno te temiera y aunque no hubiera cielo yo te amara. Pues eso; el hilo de demarcación es endeble. Orbita en torno a la frontera entre la caridad y el miedo. Pero yo sigo albergando mis reservas y aquí las promulgo de corazón contrito y atrito.   A ver que me lo expliquen.

Contrito y atrito yo estaba pero siempre volvía a las andadas. Mi sexo se encendía siempre al pasar por la puerta verde misteriosa cerrada a cal y canto de la cuesta de Cantarranas.

Cuando contemplo al cabo de los años aquellos desahogos y aquellos escrúpulos, porque aquello no tenía solución como la serpiente que se muerde la cola,  padre, otra vez  y ahora me ha venido,  no le des importancia, son cosas del desarrollo, te estás poniendo la cara perdida de granos y es porque te masturbas, cara de listo y cómo lo sabe, don Dimas? porque lo estudié, anda a ver, o es que te crees que uno no ha sido cocinero antes que fraile.


Peccata minuta. El padre Dimas era de los que te despachaba en un santiamén, no mostraba asombro ninguno, ni se enfurecía contigo o te llamaba motes, a diferencia de otros, pegandote voces y rasgando la mitad de los treinta y tres botones de la casaca. Ah, hijo, hijo, mal vas. Luego pude indagar que detrás de toda esta grita de los predicadores de antaño estaba la nueva concepción narcisista y protestante de loa Testigos de Jehová. Llamas del infierno a todo pasto.

Tales aberraciones no han sido detrimento lustros adelante de mi amor por la Iglesia ni han ensombrecido la fe de Cristo bajo la cual quisiera morir. 

Se trataba de cuestiones del régimen interno interdisciplinario de la casuística más propios de la iglesia esotérica o administrativa y que adelanto en prolepsis será un concepto a explayar en las páginas de este libro donde se pretende separar los ámbitos de cuestiones que pertenecen a la policía de la guarda de las costumbres más que a la economía de salvación o cuerpo místico.

La confesión auricular o exomologesis no pertenece al depósito de la fe ni es fuerza de decálogo. Sólo una disposición burocrática y un adminículo de ayuda psicológica al pecador que ha perdido el rumbo y desconfía de su salvación.

Hasta el IV Concilio de Letrán en 1215 era prácticamente desconocida. San Agustín, san Crisóstomo, san Jerónimo y otros padres santos no se confesaron nunca.Fueron al cielo? Claro que sí. En la edad media las absoluciones y las penitencias eran públicas y de carácter libre, no había que hacer una enumeración explicita de las faltas . Después de Trento hubo no pocas peleas entre laxistas de san Juan Eudes y rigoristas de san Carlos Borromeo. Los que secundaban una recitación pormenor en género y en especie contra el decálogo, haciendo una tortura de la vida espiritual, punto por punto, y los casuistas de manga ancha sin referencias tan explícitas. Por ese cabo hay santos como Carlos Borromeo, el napolitano Alfonso María de Ligorio y el cura de Ars, tan tenebrosos dentro de su trono de culpas que es el cajón del confesonario, fielato morboso, donde se pecha la alcabala de la eternidad, ese para siempre y para siempre recitado por los que torturaron nuestra infancia y salcocharon de pecado nuestra vida alegre e inocente, que dan miedo. Deberían estar fuera del catalogo y deberán cuenta a Dios del terrorismo psicológico que practicaron sobre las conciencias, si no la han dado ya.


El poder de las llaves y lo del primazgo tiene que ver con esto del reconocimiento de rodillas ante un cura. Ha sido piedra de escándalo porque preconiza absolutidad sobre lo que es relativo. Cómo deslindar el campo que separa lo mortal de lo venial? Para que haya pecado mortal hace falta pleno consentimiento, pleno conocimiento y materia grave.

-Ego te absolvo a peccatis tuis.

Nunca me he podido imaginar a un Xto penitenciario en su cajonera preguntando la eterna monserga de siempre aquello de y cuántas veces, hijo, y con qué compañía, cuándo y en qué lugar? Seguimos prefiriendo al Jesús de la primera refección del pan, al que anduvo descalzo por la mar, el que curó al leproso o al que maldijo a la higuera.

Yo soy paisano de dos significados adalides de la confesión auricular,  luz y martillo de herejes en el famoso concilio tridentino. Ellos fueron Melchor Cano(1503-1560) y Domingo Soto (1494-1560), los dos dominicos, los dos amigos de Las Casas, los dos conversos, los dos catedráticos de Prima en Salamanca y en Alcalá, las luces y las sombras de un mismo ideal, adarves de la inteligencia y la libertad, una inmensa pasión por los libros y la escritura que siempre tuvo Segovia. Mea culpa judía, viejos yerros. Los que con motivo de su centenario decapitaron a Domingo Soto en efigie - y hasta creo que le han negado un lugar a la estatua en esos jardincillos con un melancólico surtidor en el centro cerca de la Torre de los Dávila no se saben lo que hacían. Padre, perdonalos.

Los ortodoxos guardan una tradición más estrecha con el espíritu del sacramento que se basa en las palabras del Señor sobre el perdón de los pecados. A los que se los perdonéis les serán perdonados y a los que se los retengáis les serán retenidos. Toda esta cuestión, sin embargo, tiene que ver con el enigma de la primacía y de las llaves que siguen sin resolverse. Intervienen los prejuicios seculares, el egoísmo de la raza humana.


Yo me confieso con Dios y confieso a Dios. No tiene el mismo sentido la misma palabra por mor de una preposición. Confitemini Dominum quoniam bonus, quoniam in aeternum misericordia ejus. Dad testimonio de la fe y olvidar vuestros pecadillos, los temores, los desencuentros, que no sea la pureza un casus belli, ni el catolicismo una ergástula de tarados y adocenados sexuales. No le deis la razón a Nietzsche(1844-1900) la mula parda del nazismo que se atrevió a intercalar en sus escritos que Cristo era poco hombre. Suponía que la religión por él fundada pretendía la desmembración de la especie o su emasculación mental para conseguir la sumisión. Satánica conjetura que aun nos hace temblar, porque, sopesado el tema fríamente, así habló Zaratrusta, las acusaciones en parte son verdad. La educación que se nos daba iba a la búsqueda del Superhombre y acabó en la aberración. Los curas nos abandonaron y donde dije diego digo digo. Todo ha dado la vuelta. Pero Cristo bendito no. Sólo nos resta la proclamación de la diaconía como vocación de servicio, socorro, limosna, y desempeño de un cargo.

Puesta en práctica esta norma asociada con el escándalo de las Indulgencias y la teoría del Purgatorio que conmovió hasta los cimientos a la iglesia y fue causa del gran cisma protestante, sirvió como fuente de divisas. Los penitenciarios de Roma recibían a los peregrinos con un cepillo para las ofrendas en su garita o audiencia secreta de los pecados. Al acabar el que se confesaba tenía la obligación de echar allí algunas monedas.

Bien es cierto que dicha práctica aberrante que fue una de las cláusulas que cebó la pira incendiaria del alzamiento de Lutero contra Roma quedaría descabalgada en el Concilio de Trento. En cualquier caso ofrece uno de los aspectos menos amables de la eclesiología secular por lo que tiene de sospecha simoníaca en una nefasta alianza de dinero y poder. Hablando claro son vicios de una iglesia jerárquica que tendrá que entonar su mea culpa ante la debacle que viene. Y de esto hago también prolepsis porque algunos tendrán que descender de su pedestal, apearse del machito. La diaconía servirá para contrarrestar los abusos cometidos por la excesiva clerigalla, para hacerse más humana, menos piramidal y envarada. Mi tesis, pues, consiste en que para mantener a raya el avance del islam tendrá que des jerarquizarse, estallar los antiguos clichés que hicieron el hermoso credo que profesamos una cuestión de prejuicios escrupulosos en lo que lo más importante no fue el amor sino la bragueta. A la barca de san Pedro no la guiará a puerto en medio de la borrasca el colegio cardenalicio sino será cosa del piloto a pie de obra y con la mano en el timón, volviendo a la liturgia sustantiva y al tesoro de la tradición. Ése fue el papel primordial del diácono en los primeros tres siglos apostólicos. Quiero lanzar aquí un reto, y no hago reserva de mi diaconía victoriosa frente a los poderes del Averno. Los curas tendrán que salir del armario, no faltar al compromiso de la defensa de la verdad adquirido mediante la unción del óleo con que fueron consagrados por el obispo. Dijeron Adsum cuando su nombre escrito en un papel sonó en la boca del arcediano y hoy tendrán que volver a repetir esa proclamación militante. Adsum.  Aquí estamos. Queremos dar testimonio como depositarios de la fe verdadera. Nada de componendas con la mentira, ni concesiones al siglo. Aunque tengamos que volver a efundir la sangre. Se acerca una nueva era. Tal vez la crucial: la de los mártires.

Pero ésa es otra historia.


        


Las calles, hoy llenas de viejos al sol, eran por entonces un hervidero de niños tirando varetas por los desmontes, niños sin saber qué hacer, que hacían la rabona, que iban a robar peras, niños fumándose el primer canuto en los Jardines de Villangela detrás de la cárcel, puñeteros niños que se dedicaban a sorprender in fraganti a las parejas, niños a los que se les había muerto el padre o un hermano en la guerra, o decían que estaba preso en algún penal. Tragedias! Una irrupción vital después del caos en aquella España triunfal, que así fue el título de mi primera novela, poblada de hijas de María en edad de merecer. Parecía que a nuestra madre Patria no se le había cerrado la vulva, se desconocían los tratamientos con píldoras anticonceptivas y las familias eran enormes y patriarcales. Las españolas parían como conejas.

El que esté libre de culpa que tire la primera piedra. Allí eramos todos muy puritanos, pero aquellos deplorables ataques contra el baluarte de la Farela conservaban su punto de demoníaco porque no se puede acantear el sexo, era como profanar el sagrario de la vida, la verdad que necesitábamos una buena doma porque estábamos igual que bestias. Quizás en nuestro subconsciente el cuerpo de la mujer fuese una totalidad culpable y había que reventar aquel goce ilícito del trato torpe. Al ataque contra los tronchos que salían por la puerta falsa del lenocinio - que sólo se abría y se cerraba para dejar pasar a otro cliente, el siguiente - con sonrisas untadas de manteca!

-Parece ser que se lo acaba de pasar muy bien el tío. A juzgar por la longitud de su sonrisa, debe de haber echado dos palos, o tres.

-Tú me dirás. Pero peca y un pecado es el suyo de los gordos. Si se muriera en este preciso instante sin sacramentos, iría al infierno de cabeza.

-No jodas. Que le quiten lo bailao.

-Pues sin joder. Es lo que dice el padre Ross.


Agazapados detrás del recodo de Cantarranas, allí donde justo estaban emplazadas las caballerizas de la Academia de Artillería y olía a mulo que se las pela, los chicos de Valdevilla, que así se llamaba mi barrio, nos entregábamos a estas consideraciones banales entre palabrotas para darnos pisto y hacíamos la descubierta sobre aquel palacio del amor libre de puertas y ventanas selladas con láminas de zinc. Nunca se asomaban al balcón las señoras putas, pero nosotros sabíamos que estaban dentro. Justo frente por frente se escuchaba cantar Tercia a las monjas de Santa Isabel de Hungría. Otras reclusas, y, aunque por diferente motivo unas y otras eran vecinas, llevaban un régimen de vida tan parecido como opuesto, pero en sus dos congregaciones ardía el pebetero del fuego sagrado. Ambos recintos nos recordaban el espacio santo de los antiguos templos de Vesta. En los dos edificios reinaba el mismo misterio y la soledad que opera en los arcanos. Cumplían una misma misión de servir al amor, las de este lado al divino, las del otro, al humano.

Martínez Menchén sabe bien encontrar el arranque para prender al lector, y  he aquí la forma -magistral- como empieza su libro:

En aquel tiempo la tierra era rica en boniato y abundante en chicharro y recia como el vinoso ponto. Desiertos estaban los bailes, colmada de fieles la Casa de Dios. En aquel tiempo corríamos nosotros, los niños, al reclamo del bélico clarín para seguir brazo en alto la solemne ceremonia de izar y arriar bandera...

Luego habla de aquel padre Maximino, epítome de los predicadores incendiarios, un Giacomo Savonarola en gira por provincias, que con retórica efectiva y estudiados gestos nos hablaban de las penas del infierno a nosotros que apenas entendíamos pero hacían mella. Hemos conocido a los últimos pregoneros de la Edad Media en sus circunloquios de una mística decadente, pero aquel tiempo se encuentra presente en el actual. Son el prólogo y el epílogo de un mismo aquelarre. Nos enseñaron a amar la santidad pero no hicieron de nosotros hombres de provechos aquellos buenos curas. El ideal de nuestras amplias aspiraciones tuvo que verse las caras con una España mística habitada por gentuza escarramada, de humor intercadente y drolático.  Todo era picaresca, desconfianza mutua de malos cristianos. Algunos no pudiendo aguantar el choque se destroncaron.

Maximino, un fraile claretiano en el cual yo reconozco al padre Ross de mi novela Año Triunfal metía el miedo en el cuerpo con las penas del infierno, con aquel para siempre, para siempre, de los Ejercicios ignacianos, y sus descripciones de una eternidad encadenada y llameante, les amarga a los pobres pipiolos de primero bachillerato una clase de Matemáticas cuando no había venido el profesor.


Pero a mí esta hermosa narración, que cuenta no la historia de un niño, sino que radiografía a toda una época, me trae la luz pajiza de aquellos ventanales amplios coronados de boceras   de tiza en las comisuras, la voz de don Lisardo Zurbiaurre, El Chichi Bobote, las penas de los Novísimos que aguardan al pecador, el eco de los responsos y la continua danza de la muerte cuyo ajetreo cotidiano presenciábamos desde nuestro pupitre con sólo mirar a la izquierda. Estaban los cipreses ebúrneos, llameantes con su cargazón de muerte.  Velatorios y visiteos. Ir a cazar lagartos por las costanillas y terraplenes que rodean a la escarpada villas medieval en que nacimos, espiar a las parejas y empezar a tirarles piedras o dar voces cuando estaban en lo mejor, esa era nuestra misión en la vida sicalíptica y gozosa. Muchas interrogantes y ninguna respuesta, pero qué otra cosa es vivir?

La prosa de este lírico desconocido es rica, variada y parece blindar de ternura y compasión aquella niñez de postguerra de la que fuimos partícipes después de una hecatombe de odio. Su padre era rojo y yo provenía de una familia de los nacionales - mi padre estuvo con Varela en el cerro Matabueyes y con Serrador en el alto de León, y el deán de la catedral, Don Fernando Saínz Revuelta, en honor a ese respeto que siempre tuvo por don Enrique Varela Iglesias, me miraba con un cierto cariño que trasmudado en privanza me hizo sacar nueves y dieces en los cursos de Humanidades - pero entre los de mi promoción no habían hecho mella todavía las diferencias políticas.

El flojel de un mismo nido nos cubrió con el pelo malo hasta que pelechamos como Dios manda y entonces, cada uno por su lado, empezamos a ser conscientes de la distancia abismal que nos separaba. Después de todo aquello, uno tiene la sensación de que nos educaron a patadas y con un garrote nos echaron de casas. Compóntelas como pueda y ayudénte tus zancas, que esta vida todo son maulas. Había que buscárselas.

Sin embargo, de un caudal relicto de sensaciones comunes. No eramos bestias de carga, nos preparábamos para una lucha que sería ardua. Queríamos cabalgar por la vida como don Quijote, pero luego Lazarillo y Guzmán de Alfarache nos echaron el guante.  Hubimos que descubrir entre sinsabores y desencantos que estábamos rodeados no por legiones de ángeles sino por esa trulla que viene a ser la base sólida del macizo de la raza.

El poder de la literatura es una sobrecarga mágica donde se encuentra la verdad sin paliativo y sin añagaza, pero, así y todo, es una fuerza liberadora. Los libros nos muestran lo que somos y lo que fuimos, nos curan de espanto y son el bálsamo a la soberbia innata. Luego el tiempo y los desengaños van limando esas aristas del ideal aspirante que jamás se consuma. A ver quien da más?


Cruza por estas páginas la luz melada, como las uvas de color albillo, que sólo tienen las tardes de Segovia, el cura don Frutos desterrado a un pueblo de la sierra, jugando al ajedrez en un cuarto de estar bañado por los celajes del crepúsculo. Se escucha el repicar cristalino de las campanas, verdadera sinfonía eclesial que ponían contrapunto de tristeza y de tranquilidad a la vez, y uno se topa por doquier con el perfil augusto y funeral del monte de la Mujer muerta, túmulo encantado, las manos cruzadas sobre el brial, más allá del Cerro Matabueyes, entre sabinares y retamas, que alterna las tonalidades a lo largo del año con matices que van desde el verde oscuro al pardo otoñal y al blanco de los horizontes nevados de enero a marzo. Pasan los cadetes en traje de paseo o el de gala. 

Estos cuentos tienen algo de sinfonía pastoral, ese tono entre resignación y austera bondad que oculta en pequeñas cantidades una poción de sorna y de incredulidad del temple de mi ciudad, tan acostumbrada a ver pasar al mundo de largo, con una historia de mucha tralla por detrás, y heridas de carácter religioso o social que es mejor no revolver si se quiere seguir adelante. Y esa ignorancia, que encontró Machado en la Castilla ayer dominadora, y hoy más ignorante que sumisa, con caciques a partes iguales - cerriles y liberales, pero los dos temibles-, curas con balandrán por todas partes, y beatas tocadas con rodete o gargantilla, si eran marquesas, como aquella doña Patro a la cual vi morir en el hospital de la Misericordia en el pabellón de pago.

Hay instantes a lo largo de algunos tramos en que he pegado un respingo de emoción por encontrarme con el niño que fui desde la vehemencia evocadora de algunas palabras. Garrafatina, boniato y báratro. El báratro era el lugar adonde iban a parar las almas de los condenados después de ser pesados en la romana por el arcángel Miguel. Segovia, ciudad en la cumbre, tuvo mucho más de infierno que de paraíso, pero todo aquello ya parece sobreseído y olvidado. Me temo que aquel mundo que soñamos y padecimos no interesa a nadie ya, ni a los propios nativos entregados a un quehacer incesante de legrado de memoria. Si no nos reconocemos a nosotros mismos ante el espejo del ayer, buena gana de hacer el tonto. No ha lugar a especular.

13 de julio de 2000       


                 











                  


El librero Riudavets.

-Quiere un caramelo?

-No, que tengo colesterol.

Es un sábado de mañana. Se ha acercado un grupo de muchachas a la caseta número quince de madera gris en la Feria del Libro, la que está en los trascorrales del Botánico y de bruces sobre las estatuas aladas de bronce del Ministerio de Agricultura. Mientras los hipogrifos alados dan la impresión amenazante de echarse a volar y uno se queda prendado de los historiados mosaicos de mayólica bajo el alar del edificio,  Riudavets  despacha a las niñas con una de sus chuscas respuestas.

Sobre el enlistonado del puesto al amor de una acacia se apilan en todas las direcciones libros en montón, viejos y no tan viejos, enjambres de cadáveres de letra impresa a cinco duros, cada. Son ilusiones descoloridas, esperanzas fallidas de este rátigo vivencial, exponente de la mente humana donde todo cabe. El bien y el mal. La prosa y la poesía. Los tratados de mística y las obras de Voltaire pared con pared. Toda una resaca de papel.

 En torno al tenderete, al reclamo del dicho latino verba volant, scripta manent(las palabras se las lleva el aire y lo escrito queda) se agolpa una enjambre de hombres silenciosos, descoloridos, la edad incierta, y con ese poso de deshabillé rayano en el desaseo que deja la afición a la Literatura. Es como un morbo, como un perenne desasosiego. Todos permanecen de pie muy silenciosos. Ha comenzado la rebusca. Parece una bandada de quebrantahuesos dandose un atracón de letras de molde.

Pero los buitres sólo comen carroña y éstos revalidan las proféticas palabras del Caballero de las Espuelas de Oro: Vivo en conversación con los difuntos, hablo con los ojos a los muertos. Hacia esos predicados de transgresión de las leyes del espacio y del tiempo nos lleva la afición por la inspiración. Riudavets, con ínfulas de capataz y la solemnidad del sepulturero, se hizo millonario vendiendo libros del montón. Cuando se muera habrá que pesar su cerebro, como al de Alberto Einstein, para ver lo que da en báscula y si es semejante al del resto de los mortales, porque es listo como él solo y las caza al vuelo. Me temo, con todo y eso, que el platillo de la balanza, cuando San Miguel pese su alma, se inclinará del lado del corazón, porque también es temperamental, y a veces se las trae.


El momento es lúgubre y a las veces florido. Se palpa un silencio de reverencia.

Algunos miran con ojos saltones, pero otros algunos  los tienen  pachones de tanto estudiar. Quizá vivan estigmatizados por el duende de las imprentas, y ese morbo del olor a tinta no se va jamás. Indeleble, como un sacramento que imprime carácter. Pero puede que también estén allí delante del tingladillo sabatino de Alfonso Riudavets por el afán de acaparar, una manía que dicen que llega a la vejez.

 Hay un lado oscuro en la bibliomanía que conecta con una libido en frustración permanente, reflejos condicionados, instintos subversivos, inseguridades congénitas. Los lectores empedernidos no deben de andar muy bien de la cholla. Saben que su manía no les vuelve bienquistos  y que se sitúan en lo políticamente incorrecto. En estos tiempos de cáscara amarga, de preocupación por lo que es apariencia accidental o look, ellos viven hacia dentro y  van deshabillés. No tienen pintas de triunfadores, lo que desdice aquel slogan que se puso de moda cuando Fraga era ministro de Información: Un libro ayuda a triunfar. Ahora quizá sólo sirva para caer, pero da igual.

Sin embargo, es un anodino contra el dolor, acalla la perplejidad, mientras los ojos se cansan. Leer es como caminar.

Los gestos son melancólicos. Sufren algunos de incontinencia urinaria y de complejos de Edipo. Pero estas dolamas vienen a ser cosa de poco monto que no habrá que tomar demasiado en cuenta. Además, la lectura es la mejor terapéutica para alcanzar la senectud. El hombre muere cuando se extingue su curiosidad.

El dueño de la decimoquinta caseta de esta cuesta de la sabiduría, la más ilustrada de todo Madrid, los sabe administrar bien, conoce a todos y todos le conocen a él. Su porte puede ser el de un ministro de la Oprobiosa o la del empleado municipal de lo que antes se llamaban Pompas Fúnebres y ahora rebautizaron con un helenismo: crematorio, porque parece el fidecomiso de la funeraria de una cultura que se va para no volver. Al menos esto es lo que dicen los partidarios de MacLuhan (Hermida y cía y algún que otro Jeremías de los que parten ahora el bacalao de lo políticamente correcto)que no leyeron un libro en su puta vida. Lo van a tener terne, porque la galaxia Gutenberg les rebasa y es mucho lo que habrá que enterrar por ese cabo en este país. Riudavets es un hombre de peso, como su mercadería, aunque él convicto, confeso y mártir de lo light, pues dice: yo vendo libros, no los leo, todo lo más les ojeo, que es una bonita forma de no mear nunca fuera del tiesto; así nunca te pasas.


  A quien más recuerda este gran señor de los libreros de lance es a Sócrates. Sabe que esto es un ir y venir  que llaman acarrear. El deseo del conocimiento no significa más que un periplo astral, tan patético como peripatético, del ser a la nada. Sin embargo, yo le he comprado a Riudavets una partida de eucologios y de misales. Los suelo rezar todos los días en latín. El que más me gusta es el enchiridion o manual de mi ordenación sacerdotal, curioso tesoro de un valor personal para mí como para todos aquellos que hayan sentido alguna vez ese gozo purificador de la liturgia de un misacantano. Lo encontré aquí perdido en la marabunta inmensa de papel, así como algunas novelas rusas, que son para mí las preferidas, en traducción de Cansinos Assens. En literatura, buena gana de darle vueltas, son los rusos los que dan el do de pecho, aunque ahora hayan vuelto a renacer los ecos de aquella frase cainita que un día pronunciase Serrano Suñer, una nazi al grito de Rusia es culpable. No es un astro a los que los rusos pusieron -un Shakespeare, un Moliére, un Goethe- sino a toda una galaxia de gigantes de la pluma. Por otra parte, hay algo en la  lengua rusa que pulsa las más maravillosas fibras del alma humano, y esto lo reconoce hasta el propio Saúl Bellow, muy poco propicio, como buen sionista a las expansiones sentimentales, hacia un país que se considera depositario de la fe y tradición cristiana por la rama que nos viene de Bizancio. Es el talante homérico y el ser mesiánico de consuno.

Pero no nos pongamos sentimentales que pueden echarnos los toros al corral. Ser rusista eslavófilo resulta hoy del todo sospechoso. Es peor que ser maricón. Pero, en fin, ya caerán. 

Si yo voy a la Cuesta no es porque me guste demasiado el paisanaje o el paisaje, porque más de una vez me he tenido que morder los labios y hasta los puños para no dar respuesta a las andanadas puntillosas del bueno de Alfonso, sino porque sólo allí puedo encontrar ediciones de Gogol.  A tal respecto, mis criterios y mis gustos literarios variaron poco, sigo pensando lo mismo que hace cuarenta y tantos años. Estoy en esa demanda. Y es ese afán de leer bueno y barato a mis favoritos lo que me ha llevando a este encante de la bibliofilia exquisita. 

 No hay soluciones al dorso en este crucigrama. Pero aciertan quienes ven en la literatura un viático contra las zozobras de la existencia.


Para espantar a La Huesuda, mejor que acudir al gimnasio y zurrarse los miembros en desaforadas  calistenias, algo tan viejo como la ruda y que ya hacían los griegos, y también se morían, unas veces se entrega uno al vino, y que viva Baco y muera Afrodita, pero a veces me da comezón por leer. Tengo el chiscón lleno de golletes del tinto de Valdepeñas y de tomos que le compré a Riudavets. Me pasado la vida borracho de libros y de vino de la ribera. Tanto unos como otros te colocan. Son mis dos grandes vicios. Debe de tener el hígado como un balón de reglamento y la mollera hecha puré. Pero eso que me llevo por delante. La vida ha sido para mí soplar- en el mejor sentido de la palabra- y leer. Leo y bebo, luego vivo y fumo. Descartes no falla, pero hay muchos que viven como si hubieran vuelto a nacer tras reciclarse, y yo excogito que no todo lo han descubierto los americanos. Faulkner, Hemingway me parecen una perdigonada, un farol que se han tirado los críticos; no pasé de la quinta página del Viento y la Furia y el Viejo y el Mar me resulta un pegote.  Tienen un estilo fúnebre como si pensaran estarse dirigiendo al lector postrimero del mes postrero viajando en el último vagón del tren del Apocalipsis.

Me he enterado a veces yendo a Moyano de la muerte, la ruina o la separación de los amigos, por los libros que se exhiben en el revoltijo de Alfonso. Cuando uno se divorcia, se va América o la Casa Grande del Este, esto es, para La Almudena, vende los libros. Las casas se deshacen igual que las bibliotecas y de eso sabe algo el ínclito Riudavets. La furgoneta con las personales pertenencias y papeles del difunto suele ir detrás del coche de respeto. Todas las glorias humanas acaban en el trapero. Aquí todo es mudanza. Las viudas de nuestros difuntos pronto se vestirán de alivio.

A través de él, supe de la muerte de un querido colega, González Yuste. Fue el primer corresponsal en Londres del País. Era un muchacho serio, que vestía chaquetas de ante, mucho más serio del que sería su sucesor, Juan Cruz, un canario, que era algo tuercebotas, y al que llamábamos el Polisario por su aspecto de beduino del desierto. Iba siempre con una mochila de cuero. Y lo que son las cosas: ahora es el mandamás de una importante editorial. Y Yuste, que era mucho mejor periodista y mejor persona, se ha muerto. Con él, que parecía un recién graduado de Cambridge, coincidí algunas veces. Le recuerdo taciturno, puntual, buen amigo, fumando en las ruedas de prensa. Estaba casado con María Jesús una muchacha risueña, de cara pálida y con aire de profesora de matemáticas. No había vuelto a saber de ellos. Por lo visto, dejaron de vivir juntos. Esta primavera después de venir de la guerra de Kosovo donde había ido a cubrir la caída de Pristina, Juan empezó a quejarse de un hombro. No duró dos meses.


Compro un libro de Bruce Marshall The Fair Bride(La novia simpática) editado por Penguin sobre la guerra civil española. Son las aventuras de un obispo inglés que consigue burlar a la checa, mediante la ayuda de una prostituta y de un comisario amigo suyo. Algo descuadernado el opúsculo lleva como identidad la firma de su primera propietaria (presumo que yo seré el segundo). Pone en la cubierta un nombre y una fecha. Mi primera novela inglesa. María Jesús. Londres, 17 de abril de 1960".  El detalle no puede ser más entrañablemente doloroso para mí. La historia de este Penguin, adquirido por dos chelines y seis peniques, privándose de una cena a base de Yorkshire pudding y leído en alguna posada de  barrio de Londres una tarde de primavera junto a la estufa de gas, mientras cantaba entre los robles un cuclillo cuyo lamento parecía conseguir que languideciera eternamente la luz infinita de un sol al bies. Yo también me compraba este tipo de libros con el dinero de la cena. Si lo adquiría, no podía irme a tomar la media pinta de bitter al pub de la esquina, que se llamaba El coraje o, cuando se apagaba el gas, no tenía para meter otro chelín en la ranura del contador.

 Se conoce que al efectuar las particiones, Juan se había quedado con algunos libros de su amada. Libro cerrado no hace letrado, pero, incluso abiertos son el mejor testimonio de nuestros dolores y nuestros sueños. La novela del gran Bruce Marshall, un artista algo olvidado -este autor escocés fue el introductor de la literatura católica en Inglaterra y no Graham Green- fue adquirida poco antes de que los Beatles, aquellos escarabajos benditos, cuyas melodías siguen ocupando las más íntimas recámaras del corazón empezasen a echar el vuelo, en los inicios de la gran movida psicodélica londinense de la cual algunos privilegiados fuimos testigos. Ya ha llovido.

Han pasado casi cuarenta años. Mis pupilas  se bañan en lágrimas. Es cierto lo que dijo el clásico de Verba volant.  Scripta manent. Los escritores, los periodistas, de mayor o menor fortuna o renombre, no somos más que polvo de estrellas perdidas en la inmensa galaxia de Gutenberg.  Pero tampoco hay que hacerse demasiadas ilusiones. La letra mata y el espíritu vivifica.

A veces he llegado a pensar que los frecuentadores de la Cuesta somos miembros supernumerarios del Club de Poetas Muertos. Por eso tenemos algunos de nosotros ese aire tan funeral. 

Los cleptómanos no faltan, pero esos no suelen llegar a Riudavets. Cleptómano dicen que era Azorín que fue el que arrampló con las exquisiteces que aun quedaban en la Cuesta. Si se da el caso, Alfonso Riudavets los trata como se merece, sacando el pecho de ese sargento de caballería que lleva dentro y les pone pronto en su sitio.

-Pero no le da vergüenza oiga a usted?

-Es que...


De todas suertes, la pletórica cuadrilla de silenciosos contumaces que hace corro en torno al rátigo de libros de montón llevan muchos de ellos el signo en la frente hic jacet y un R.I.P. sobre sus frentes. Pertenecen a una raza especial entre las vultúridas bibliográficas.  Agitan sus manos con rapacidad. El pico lo tiene curvo y hay algo de duerno  donde estas almas solitarias se hartan de un afrecho espiritual que no tendrán en ninguna otra parte.  El libro de lance nutre a esta peculiar clientela de eremitas literarios, que hacen penitencia en el yermo de los sueños, que leen a los que ya no son, rezan por los que no rezan y pertenecen a un cuerpo místico cuyos miembros crecen en la libertad. Tanto el ojo de Ra como las dulces palabras de Nuestro Señor Jesucristo se guardan en estas tecas o relicarios de letra muerta. El Dios verdadero vive en ellos.

A los lectores incorregibles se nos va poniendo con el tiempo cara de lechuzas.  Como si por esa vía se nos estuviera contagiando la sabiduría nocturna de Minerva. Lo de los buitres no es más que un decir. Parece que leyendo y manoseando libros(hay, incluso, un placer casi venéreo al pasar los dedos por los lomos granulados de un cantoral monástico o alguno de aquellos tomos que publicaba Aguilar) vamos tirando en la vida. Muchos de nosotros somos ya hombres sin amor.

Acudir a este sitio por las mañanas de sábado cuando se ofertan libros a 25 pesetas (el resto de la semana a 100) recuerda algo del instinto cinegético de la condición humana. Los hijos de Adán llevan dentro un cazador. De liebres, de rebecos, de señoras, y, cuando no pueden porque les fallan las fuerzas, de libros de viejo. Encontrar un texto raro proporciona una placer equiparable en cierta medida con el de la caza. Es  como cobrar una pieza los podencos de nuestra rehala han venido persiguiendo por el campo.

Cada uno va metiendo los tomos que están al relente en una escarcela o los selecciona en un montoncito propio al lado de los aligustres que sirven de zarzo al bulevar. Tienen todavía que orearse un poco más. Cuando termina la requisa, el dueño les pregunta:

-Cuantos hay?

-Me llevo cuarenta y cinco de una tacada.

-Mil cien - contesta  sin pestañear y sin tener necesidad de echar cuentas. Se le dio siempre a Alfonso bien el cálculo mental - en número redondo. Te perdono cinco duros.

Si queréis verlo hecho un energúmeno, ir a pagarlo con calderilla. Es capaz de pasaros la pluma por el pico y las perras por las orejas. 


Ah Riudavets, que grande es, el padre en esta hora de todos los huérfanos de sueños imposibles, de los que acariciaron la voluptuosa idea de ser famosos y de brillar astros con luz propia en el atrabiliario universo de la fama, donde fosforean tantos planetas con luz muerta.  Él, verdadero buen samaritano - un buen judío, en definitiva- con sus regañinas y catilinarias pronunciadas en voz de falsete nos ayuda a portar la cruz de la incomprensión.

- Soy un perdedor.

- Pues que te den por el c. No te quejes que otros están peor.

- También es verdad.

-Cuántos hay?

Es la frase preferida del librero y también   Oiga que yo no soy un pobre cuando nota que alguien trata de darle monedas de vellón o incurre en una de esas desconsideraciones veleidosas hacia la gente que vende en la calle. Hay que ser un poco masoquista y desplegar enorme paciencia para poner un puesto. Sus maneras, empero, son las de un señor. Un dios bajado del Olimpo. No se digna de contar nunca los ejemplares que acarrea el cliente. Le basta con su palabra, no faltan rácanos, desde luego, pero él posee una intuición o gracia especial que le vacuna contra los timadores y sabe  con un abrir y cerrar de ojos quien le engaña y quien no. 

Ay ese golpe de vista de Alfonso! Esos ojos flavos detrás de unas gafas de vista cansada son de los de un lince; ven crecer la hierba.

 Manolo Carrión dice que es un hombre muy bueno y muy listo. Lo de la inteligencia no se los discuto. En cuanto a lo de la bondad tampoco, pero la disimula. Y es seguramente porque no quieren que lo tomen por tonto, y él de tonto no tiene un pelo.

 Con su oronda humanidad representa él solo el alma de la cuesta de Moyano. He sido un cliente suyo de los más adictos a lo largo de cinco lustros. Eso no me da ninguna prerrogativa, aunque me deja que le hable si está de buenas, y sin que sirva de precedente como él mismo dice, pues no es hombre que se ande con muchas contemplaciones. Algunas veces resulta brusco, porque, cuando se ha levantado de mala leche, sabe ser punzante y quisquilloso, pero la mayor parte de los días su talante es avuncular,  jocundo y risueño. Por supuesto, no tolera pelmas. 

Puede resultar obsequioso pero sin servilismos. No sufre a los tontos, y menos a los pedantes, pero le hacen cierta gracia los periodistas. A los escritores fracasados les trata a patadas. A muchos políticos los pone a parir.


A mí que me han ido echando de todas partes encontré siempre refugio perentorio en su caseta en conversaciones terciadas que ni iban a ninguna parte, ni duraban una tarde. Hablábamos a voces de política. Nunca disimulé ante él mi franquismo incorregible. Riuda- como le llamamos sus mejores amigos haciendo una carambola con las palabras en las que late alguna semántica porque lo que vende es más viejo que la ruda- seguía mis discursos con sus ojos profundos, color miel, unos ojos que tienen más de magistrado de la Audiencia o de catedrático de Lógica de la universidad que estaba en la calle ancha de San Bernardo, que de subalterno de la literatura, pero sin comprometerse y no es porque sea un tránsfuga al uso corriente. Posee el arte de escuchar y de replicar, porque en sus momentos insufribles se muestra muy suelto de lengua. Sólo dice la verdad y la verdad duele. 

Un individuo de talante tan hispánico le vendría como anillo al dedo a Gracián como referente de su apotegma Español soy hasta la gola, que la libertad siempre fue española.

Ese es Alfonso Riudavets. Español hasta las cachas. Un hombre de una sola pieza. Hay algo de berroqueño en él. Con su calva profética y su hermosa y escultural cabeza, ese cráneo braquicéfalo de las deidades olímpicas, como la de un busto romano, y una bondad natural que trata de envolver en dosis acíbar. Como el país es áspero de por sí no puedes hacerte turrón del blando. Te comerían si no. Y esa debe de ser su filosofía, porque Riudavets, que perteneció al Frente de Juventudes, y sigue teniendo esa veta republicana y algo anarquista de la Falange, no se define, pero creo que toda su familia es de abolengo menorquín, monárquica y muy de derechas de toda la vida.

 Ocupó puestos importantes entre los domésticos de la Casa Real. Fue siempre gente del rey, aunque con Ansón ni se habla. Eran los suyos aposentadores, cocineros, carpinteros y hasta dieron a algún húsar para la guarda de palacio. Así empezó también la familia de Don Francisco de Quevedo. Pero estas coincidencias de origen áulico puede ser que no sean sino suposiciones mías, claro está.

 Nunca se sabrá de qué pie cojea. Nadie lo podría encasillar ni definir.  Si hubiera un Partido Justicialista aquí, a él pertenecería el bueno de Alfonso porque me consta que el don más preciado para él es el de la justicia. Prefiere que le llamen justo, que no justiciero, antes que bueno. No es uno de esos libreros untuosos que pasan la mano por el lomo del cliente, para sacar tajada. La adulación y el servilismo le ponen muy nervioso.

-Si me roban, que me roben, joder.


Ahora bien, no permite el regateo, porque fue ya desde mozo muy tirado para adelante.  Tarifar la mercancía y pujar por las bravas le parece gallardía. No es de buen tono almonedear entre caballeros. Como Riudavets diga mil duros, ésa es la fija: veinte mil reales tendrás que apoquinar si quieres el libro. Tampoco se fía, aunque a mí, por caso excepcional, algunas veces me ha dejado llevar género en rahína, aunque no hipoteque por tu cara bonita y al allá que te va. Pero sin abusar, como él dice. Es Riudavets el tratante más legal de libros al menudo y al por mayor que en Madrid podrá echarse uno a la cara. Tal vez peque por defecto. Demasiado rectilíneo.

 Nunca ha engañado a nadie. Le gusta ponerse a la faena con un blusón gris lo que le daba un aspecto de bedel, de sargento de semana en un escuadrón de la Remonta, de capataz, o de rabadán de los largos rebaños de la mesta de la cultura, pero, cuando le miras a los ojos a Riudavets, ves allá dentro a todo un señor, que es lo que es. Antes, cuando estaba más gordo, se traía un aire a Alfo Frabizzi, aquel actor italiano que hizo las delicias de nuestra adolescencia, pero desde que Conchita, su mujer, su musa y su hada buena, lo puso a régimen, se ha estilizado un tanto su aspecto doctoral.

Hay días que me ha recordado a Moisés bajando del Sinaí ante una multitud de impenitentes bibliómanos y de mozos de cuerda, que aguardan apostados detrás de las acacias municipales a que abra su chiringuito. Tampoco le vino mal dejar la cigarra. Se fumaba a veces dos paquetes de Bisonte, aquel rubio mataburros que se ha llevado a tantos de nosotros por delante.

Con su mandil de ganapán acierta a tratar lo mismo al rey que a uno de los múltiples vagabundos que recalan por Atocha y aledaños. Y él lo lleva muy a gala eso de ser jornalero de la cultura.

Pero, ya digo, cada hombre es un mundo y portador de un misterio inalienable dentro de sí.

Durante unos años en su tabuco al lado de las limpias acacias que plantó la República se escuchaba el ronroneo machacón de esa radio tan pobre y unipersonal, pero electrizante, en programas que parecen dirigidos a  porteras  conducidos por los Midas de la comunicación, los reyes y princesas de las mañanas de nuestra democracia hortera. Escuchaba a del Olmo porque decía ser de derechas. Pero el ánima de una librero de raza tiene que ser alborozada, multilateral y escéptica. Hoy ha mandado al cubo de la basura a Del Olmo, que ya es el colmo y a veces resulta pesado de tanto escucharse a sí mismo, al transistor, y a las derechas, y sólo le vemos acalorarse cuando habla de su Real Madrid.  Le hizo socio del club blanco don Santiago Bernabéu, y debe de ser una de las filiaciones con más solera, pero tampoco de eso quiere hacer alardes.


Debe de ser por aquello de que no hay mal que por bien no venga. Si el personal leyera un poco más y muchas de estas joyas literarias que se exhiben en Moyano estuvieran  a su precio justo, a lo mejor hubiésemos vuelto a las andadas. Quizá una de las claves de su éxito haya sido encontrar acomodo en el carro de los vientos que nos llevan a no sé dónde. Hoy se ha puesto de moda lo light. Estamos instaurados en un sistema que paga el Deutsche Bank. 

Es uno de los seres humanos mejores y más originales que uno puede toparse en esta ciudad aséptica y cosmopolita. Los ingleses dirían that he is a whole character and a man for all the seasons, un personaje redondo, un hombre para todas las épocas. Un genio tal vez de la venta de libros de segunda mano.

La clave de su popularidad y de su éxito estribe quizá en haberse ceñido a su oficio sin alharacas. Conoce los libros como nadie y sabe lo que dan de sí, pero,  vacunado contra la pedantería, él parece siempre por encima del bien y del mal. Muestra un desden olímpico hacia los predicados humanos y a veces los libros, aunque mucho los ensalcemos, no son sino vanidad de vanidades, verdura de las eras que diría el clásico.

 Riudavets, que es un sabio, pone de manifiesto este desprecio hacia las cosas superfluas con su conducta.

Pero lo que yo he tratado de bosquejar aquí ha sido una semblanza, no un panegírico. Y me parece que he escondido sus defectos, que también los tiene. Por ejemplo, un genio insufrible. A mí me ha llamado de todo. Una vez, como sabe de mi afición por la literatura eslava, me colocó el epíteto de archimandrita.

-Eso es una lisonja, Riuda. Ya quisiera yo que me nombrasen obispo.

A veces incluso hemos discutido, con la misma forma que discutieron González Ruano, que se pasaba los días con un café en uno de los veladores más codiciados y don Pepito el del Café Gijón. A veces hasta llegué a formular el propósito de no volver aparecer por su tendejón. Pero la cabra tira siempre al monte y a de mí tiran los libros, pues en ellos vivo enterrado, amando esta sepultura cálida de papel en la cual me evado hacia mis muertos, héroes de hazañas fenecidas. Se hizo materia y carne en mí aquel quevedesco aforismo de escuchar con los ojos a los muertos y andar en perenne conversación con los difuntos, y quiero advertir que nada menos lúgubre, pocas cosas más vivificantes que la literatura. Aunque sean pocos los preparados para este yantar de ambrosías espirituales. No se convoca a todos ni todos los días al banquete de los inmortales dioses.


Y qué es esto? Letra muerta, al fin y al cabo. Pero, cuidado. Haciendo corte de manga a las leyes universales de gravedad, y unidad de espacio y de tiempo, que nos son más que convenciones y formulismos, y por otra parte los libros te acercan a la memoria del ser infinito. Dios es Memoria, y Billy Gates, ese demiurgo con sonrisa de Mefistófeles lengua del cenáculo y puede que también confusión de babel, ha tratado de copiar ese atavismo, aplicando a la cibernética toda la teoría de la relatividad de Einstein. Son los libros mi viático y mi propedeútica. Qué sería yo sin ese paraíso que ha sido para mí la Cuesta de Moyano?

No he cumplido la resolución de no volver.  Cuando Alfonso Riudavets está de incordio, no hay que hacerle demasiado caso. Luego se le pasa. Los libros dan satisfacciones, pero no faltan disgustos, y crean humores intercadentes entre quienes los manejan. Que viva Don Alfonso Riudavets.

 Millán Sacramenia Artedo


A MI AMOR INGLÉS ACRIBANDO EL ARNERO DEL OLVIDO

A SUZANNE RECORDANDO



Si no es amor lo que en mi alma crece

Es al menos un deseo fugitivo

Añoranza plena de tu piel

Taracea de efélides

Suzanne albergue anímico

Hogar del amor incandescente

Llanto por aquello que se fue

Y no vino

Por lo que pudo ser y no fue

Piedras tropezadas del camino

Vedijas de humo

Borras que posan después

En mi taza de té

Vedijas de humo que eran parte de mí mismo surgiendo de la cazuela de mi pipa

Y van a extinguirse sobre el techo

De mi Algorín lentamente

Laxa lisonja olvidada del querer

Ahora maldigo a los curas

A los rabinos

A las patrias potestades flameando

Batifondos en los mástiles significativos

Yo os digo que me comí tu vida a mordiscos

¿Qué sería de ti, mujer inglesa

Por la que vivo?

Lo he perdido todo al oeste de mis culpas

Se acabaron los caminos

Me doy de bruces contra un muro

De veinte finisterres ¡ay¡

Marcho con el ojo dolorido de buscarte

Por las guabas del internet

No desandaré las sendas ya

que se borraron, calellas y caminos

Pero puedo besarte mansamente en el recuerdo

Por el tiempo que me quede

Sepultado entre papeles

Esa sombra tuya

saltando entre mis libros

Rosa disecada en el papel

cuyo aroma percibo pese a mi anosmia

Rezo, mientras, el oficio preces a lo divino

Noviembre es lluvia

Nubes de colores

El hielo cierne jarchas de arrepentimiento

En el arnero del olvido

Acribo mis pesares

muero y resucito



 

 

La Policía ucraniana usa la fuerza contra los fieles del Monasterio de las Cuevas de Kiev | Videos

El Monasterio de las Cuevas de Kiev - Sputnik Mundo, 1920, 06.07.2023
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La Policía comenzó a emplear la fuerza contra los creyentes de la canónica Iglesia ortodoxa ucraniana en el Monasterio de las Cuevas de Kiev, declaró el abogado del monasterio, Nikita Chekman. Las autoridades ucranianas exigen a los fieles y monjes del monasterio que abandonen el recinto religioso.
Chekman afirmó que representantes de la reserva estatal del Monasterio de las Cuevas de Kiev, acompañados por la Policía, entraron en el edificio 70 del Monasterio sin ningún fundamento legal. Como señala la Unión de periodistas ortodoxos, una comisión del Ministerio de Cultura ucraniano llegó al Monasterio de las Cuevas de Kiev para precintar los edificios.
"La Policía usa la fuerza contra los creyentes en el Monasterio de las Cuevas de Kiev", escribió en su canal de Telegram, publicando un video relacionado.
Además del edificio 70, donde tenía su residencia el metropolita Onufri, jefe de la Iglesia ortodoxa ucraniana canónica, también fue sellado el edificio 69, donde se encuentran los talleres del monasterio.
En marzo pasado, el Ministerio de Cultura de Ucrania notificó a la canónica Iglesia ortodoxa ucraniana que rompía de modo unilateral el contrato de alquiler del Monasterio de las Cuevas y que los monjes debían abandonarlo, lo que ellos se negaron a hacer. Más tarde, el ministro de Cultura ucraniano declaró que los monjes podrían seguir en el Monasterio de las Cuevas, si aceptaban pasar a la Iglesia ortodoxa ucraniana cismática.
Pero el superior del Monasterio, el metropolita Pável, afirmó que en ese asunto no podía haber componendas y que los monjes quedarían en el Monasterio de la Cuevas. Entonces a Pável lo pusieron bajo arresto domiciliario.
El Monasterio de las Cuevas de Kiev, Ucrania - Sputnik Mundo, 1920, 26.06.2023
Internacional
Kiev y Unesco acuerdan sacar reliquias cristianas del Monasterio de las Cuevas
En el Monasterio de las Cuevas viven más de 200 monjes y novicios, cientos de futuros sacerdotes, estudiantes de la Academia Teológica y del seminario. También alberga el centro administrativo de la Iglesia ortodoxa ucraniana canónica y la residencia de su primado, el metropolita de Kiev y toda Ucrania, Onufri.
El asesor de la oficina de Volodímir Zelenski, Mijaíl Podoliak, declaró en marzo pasado que en Ucrania debe existir solo una Iglesia, aludiendo a la Iglesia cismática, y llamó a "limpiar físicamente" a la canónica. Al Parlamento de Ucrania fue presentado un proyecto de ley para prohibir a nivel nacional la actividad de la Iglesia ortodoxa ucraniana canónica, supeditada históricamente al Patriarcado de Moscú.