I
NOS
ENCONTRAMOS DESPUÉS DE MEDIO SIGLO
Allí
estaban Prelatus, Cansino, Segundo, el Flemas, Filemón
(el que olía mal) Pulido, Flavio Fonseca, Liborio, Constantino,
Rigoberto Remiendos (que siempre estaba de luto pues un año se le moría su
padre otro un hermano y al siguiente un tío cura, total que siempre con la
banda en la bocamanga o en la solapa y el gesto compungido de no somos nadie,
resignación, que se le va a hacer y salud para encomendarle El Elías
(nos la lías, que para unos era el Morritos por su labio belfo, y para otros,
el Morgueras o Berretes, y que era de por ahí, de hacia los
castros; de Castrojimeno, Castro de Fuentidueña, o Castro Sarracín, no lo
podría en este momento decir) Velasco y todos: Lovingos, Frumales,
Porreros, Aldeorrio este vestido de cleriman, Cantalejo, Torreadrada,
Cantimpalos, Valtiendas(para que me entiendas) Fresno de Cantespino (el pueblo del
nombre más excelso o bonito) en
representación de los pueblos de la diócesis, una de las más antiguas de la
cristiandad y que dentro de la Iglesia española conservaría su personalidad, el
sello propio. Éramos los curillas. Todos ya jubilatas. Próxima parada, Clases
Pasivas, estación en curva. No introducir el pie entre coche y andén, esto es
con el pié ya casi en el estribo. Éramos una buena cuadrilla supervivientes
todos de la guadaña de la muerte, del rincón de las clases pasivas. Llegábamos
con los ojos cansados de ver el mundo de soportar persecuciones, adversidades.
Alguno tuvo que pasar por el dolor terrible de ver a su hijo en el tanatorio
como fue el caso de Remiendos. Pero allí estábamos los supervivientes del
Alzamiento Cibernético después de cantar en alto hasta la desesperación no el Volverán banderas sino el himno de Acción Católica que era mucho menos peligroso.
Allí estábamos luciendo sonrisas de media legua y palmaditas en la espalda.
-Hay
que ver lo bien que estás. Por ti no pasan los años.
Con esta
frase tienen por costumbre los españoles llamarse carcamales unos a otros entre
claveles y rosas. Aparentemente te están echando una flor. Por de dentro
insinúan que ya va siendo hora de la jubilación. Palmaditas en la espalda.
Besos y abrazos. Me he pasado media existencia limpiándome las babas de Judas.
El mundo está lleno de hipócritas y de traidores. Y nuestra heráldica cuajada de barras
siniestras en los escudos, signo de bastardía. Algunos hasta llevan la marca en
la frente con las siete señas del hijo puta.¿Qué sensación se tiene volverse a
encontrar al cabo de diez lustros? Pues sentimientos encontrados. La verdad.
Por una parte la alegría de la supervivencia y de haber superado aquella época
en que se volvió la tortilla y muchas chaquetas se volvieron del revés. Lo
blanco era negro y lo azul tornasoló a rojo. Muchos libros quemados, las horas
gastadas y el tiempo fugitivo. Mudan las modas, las costumbres, pero el hombre
sigue igual. Alguna que otra almenara hubo y mucho refrito en la sartén. Aquel
fuego estaba apagado ya aunque bien puede ser que rescoldos quedasen. Habíamos
estado yendo y viniendo, subiendo y
bajando, entrando y saliendo, perdiendo y ganando, sufriendo y gozando, riendo
y llorando, porque era verdad lo que cantábamos en las sabatinas por aquel
entonces: esto es un valle de lágrimas. Para muchos, casi la mayor parte del
pescado estaba vendido, y éramos conscientes de que ya no podría quedar mucho
camino. Aquí no se permite la nostalgia. Hay que venir lloraos, cagaos,
meaos como en la milicia, dije yo:
-
¿No recordáis el introito de la
misa que nos aprendimos de memoria cuando respondíamos de carretilla al cura y
sin comprender lo que significaba: Ad Deum qui laetificat juventutem meam? Ahora sí que sabemos lo que entraña el hemistiquio de ese salmo. Somos
jóvenes. Eternamente jóvenes. Sursum corda. Arriba España. -A ver ese
ánimo.
Pero se
les embarazaba el alma de tristeza. Y nadie respondía. Con la edad no se juega.
Algunos
al abonar mi demanda por la Red de Redes
estaban obedeciendo al instinto de curiosidad. A ver qué hay. A ver qué pasa.
Hola qué tal. Tanta lluvia sobre los rostros. Tantas agua bajo los puentes del
Rasemir. Y en las orejas tanta escarcha. Esa escarcha de los años que puso
escepticismo en la mirada. Pero también les impulsaba el horror al vacío y el
presentimiento de que todo tiene un final. Para muchos se les estaba acabando
la tarja. Y la tarja, como saben muy bien los viejos castellanos, es un código
de barras antes de que inventasen la cibernética que dice que hasta el pan y
los bodigos poseen fecha de caducidad y cuando se llega a la última muesca hay
que devolver el palo al panadero que nos la entregó. En este caso, el Panadero
celestial. Demasiadas marcas en el palo y en el alma, la coz del desencanto y
la afrente, y contratiempos cantidad. Algún desfalco. Vidas al derribo. Más de un desamor tendría alguno pero en aquella
ocasión no íbamos a hablar de mujeres, los que tuvieran y de los casados
únicamente vinieron dos. Algunos estaban calvos y otros mostraban los pechos
hundidos. Filemón que mal olías, tío. ¿Es que no te lavabas? ¿No habría río en
Escarabajosa de Abajo? Nos preguntábamos. Yo no podía ver a aquel tío. Me
pegaba y encima olía mal. Los había brutos y venían a desasnarse al seminario.
¿Te acuerdas de cuando entonces? Me acuerdo que cuando entonces... mal lo
pasamos. Hombre de pan no padecimos pues
había uno al que apellidaban Izquierdo, para nosotros el Zurdo, que se
guardaba una hogaza de pan en el guardapolvo. El pan no nos lo tasaba aunque
nunca nos lo daban tierno sino de dos o tres días-las monjas cocían una vez por
semana- y los corroscas estaban revenidos pero por aquellas fechas teníamos
buenos dientes y sabían rico. Nos metíamos los molletes que ofertaba el Zurdo a
perra gorda entre pecho y espaldas Cuando nos apretaba la gazuza pedíamos una
limosna al Zurdo.
-Rufino,
dame.
-¿Cuánto?
-Un
cantero.
-Toma.
Esto importará una perra chica.
El
mollete sabía a glorias celestiales a media mañana y por eso se hacía con gusto
el dispendio. Lo manducábamos muy a sabiendas. Penjamo era nuestra despensa.
Como su padre era tratante no sé si de Cantalejo tenía un sentido de la
economía. Era por lo visto descendiente de tratantes. Todos los de la aljama de
Burgos cuando los líos y disturbios que hubo en el año 1398 terminaron viviendo
cerca de la Puerta del Socorro donde estuvo la aljama y su manera de ser, una
contemplación de la vida, su sentido del ahorro influyó mucho en la ciudad de
los Arias Dávila y los Coronel que de catecúmenos remataron en caballeros. A
Corobias la llamaban ciudad de los caciques y de los caballeros. Sin embargo,
abandonaron la religión de Moisés con armas y bagajes. En masa. De esta
conversión nació un poco el pietismo corobino y ese catolicismo tan riguroso
que a veces sorprende a los propios romanos. Se salió en cuarto de latín, se
dedicó a los negocios y creo que ahora es millonario. El Zurdo no vino quien
sabe si hubiera muerto. Por aquellos días a algunos de los que quedaban les
picó la curiosidad de “si se había salido o lo echaron”, un matiz bastante
diferente.
No obstante no pasábamos hambre física pues
allí estaba nuestro prestamista para remediarlo por más que no sólo de pan vive
el hombre sí padecimos falta de afecto. Eso creó en mi cierta inseguridad que
derivaría en nerviosidad, en complejos. A mí la inseguridad me hace morder
bolígrafos, me da hambre. Soy capaz de
comerme a san Pedro por una pata y no quedar ahíto (bulimia). Que de dinero y
santidad la metá de la metá. Todos desde luego teníamos madera de santo pero
antes era menester una buena labor de ebanistería humanística y cepillar muchas virutas, los
vicios ocultos y desinencias originales. Educar y formarse. ¡Compañía!… a
formar. Habíamos de convertirnos en soldados de la milicia de Cristo.
Y todo eso de la santidad puede que fuesen por
sencillamente palabras. Circunloquios. Retóricas. Frases bonitas. ¿Por qué
embisten los toros? Muy fácil, lo mismo que el ser humano. El toro tiene miedo
cuando le sacan de la dehesa su territorio. Lucha siempre por el territorio. El
hombre o el niño en este caso tienen un comportamiento igual que el toro bravo
o la rata que amurcan o muerden al que les arrebate el trozo de queso o les
cuestiones la vaca por cubrir. Sin embargo, íbamos cantando el Iste confessor,
y desde el fondo de su retablo, enmarcado entre azules y purpurina, la Virgen
sonreía. La Virgen de la Transfixión que unos decían la de los Tránsitos y
otros la de los Transfijos. Allí
vivimos arracimados. Nos educaron en el
miedo al infierno, miedo a las penas del infierno y a las llamas del
Purgatorio, un lugar de estampitas y de cantos que decían “a la Virgen del
Carmen quiero y adoro porque sacó las almas del Purgatorio”, pero hacía unos
pocos meses que el Vaticano había declarado este lugar incierto donde van las
almas en lista de espera como sitio de existencia poco probable. Y así,
para nuestra decepción y la de muchos otros fieles cristianos, los había
proclamado el papa reinante que de teologías sabía lo suyo pues para eso era
alemán.
A aquella cárcel en llamas donde se sentaban
las ánimas, se le había dado
carpetazo teológico. Puede que en este
punto la Iglesia haya actuado contra si misma porque la devoción a los difuntos
fue fuente de limosnas y de sufragios, un negocio, ea, durante muchos siglos.
También, sería declarado nulo el limbo de los justos o seno de Abraham.todas
las religiones se fundamentan en el miedo a lo desconocido y el Purgatorio era
parte integrante de aquel incierto más allá, la región de las sombras que
amenaza a todo mortal. De la misma manera en la calle de la montera de Madrid
hay un cartel que dice ya nos es pecado pues por lo mismo ya no hay purgatorio.
Hay mentes susceptibles como la mía a las que estas involuciones de los tiempos
representan una desdicha y materia de escándalo. Sin infierno y sin purgatorio
a los que pegamos el primer estirón en la década de los cincuenta del pasado
siglo parece que nos falta algo. Los
tiempos se habían alterado mucho a lo largo de los últimos 53 años aunque
cuando penetramos en la capilla nos invadió la sensación de que acabábamos de
arrodillarnos en los antiguos bancos ayer mismo. Ya no había limbos ni purgatorios.
¿Infierno? Todavía seguía vigente pues para empezar todos llevamos un infierno
portátil en el interior de nosotros mismos pero de cualquier modo, tales mudanzas decían un poco de
nuestra confusión y atolondramiento. ¿Cómo llenar aquel vacío?
Luego estaba miedo a ser expulsados, miedo a
la hembra, y miedo a hacer el ridículo entre los demás pupilos, o lo que se
conoce vulgarmente bajo el nombre de los respetos humanos. Pese a lo cual nos vino bien aquella disciplina
castrense puesto que vita milicia est que diría san Pablo y algunos como
Filemón se lo agradecerían al de por junto pues creo que se apuntó a la Legión.
Este
chico vino sin civilizar de un pueblo de la sierra: Escarabajosa del Monte.
Filemón o Lemonis como le llamábamos cuando se hizo popular no sabía lo
que era una ducha y miraba para los grifos indecisos entre lavarse o salir,
corriendo como si fuera un fetiche. Dicen que los indios aztecas cuando vieron
llegar a Cortés a lomo de un caballo se
asustaron. Creían que era un centauro. Pues Lemonis de la misma manera. Cuando veía
un coche se arrimaba a la pared creyendo que era el diablo. Había sido agostero
los veranos y borreguero entre la Asunción y san Miguel. Apenas sabía leer y
entró en el seminario por influencias;
cierta hablillas referían que tenía mucha mano con un tío obispo. ¿Su tío o su
padre? No sé si era su tío o su padre pero lo cierto es que era abad. Se crió
como Jeromin en Escarabajosa un pueblo donde no había ni siquiera letrinas.
Limpiarse se limpiaban con un morillo. Puede que el sobrino del abad mitrado
tuviera madera de santo pero nos daríamos con un canto en los dientes si el
señor rector don Ventura o el ecónomo don Marcial o don Martín
al Cubo y don Florindo o alguno de los prefectos pudieran hacer
gavilla de su persona. Pues a ver quien era el majo que metía en vereda a aquel
mostagán que se movían con andares de chimpancé y se reía con risa de
Orangután. Disfrutaba de lo lindo cuando echaban películas de Tarzán y el
Hombre Lobo o una de indios algunos domingos por la tarde. Saltaba, brincaba,
descomponía la silla, le pegaba una paliza al del asiento delante para que se
estuviera quieto. Su presencia era una demostración a plena escala de la
tesis de Darwin sobre los orígenes simios de la humana
especie. Pues bien; este tío quería ser cura. Muchos son los llamados pero
pocos los elegidos. ¿Y eso como se come? Pues con patatas fritas. Vaso de
elección -vas inspirationis- decían los antiguos, y un hombre un voto.
Tocaban las campanas al escrutinio de las mentes pero habíamos quemado las
urnas y todos nuestros cartuchos y nos quedaban pocas papeletas.
Puede que hasta el diablo no sea más que un
elegido por el procedimiento de un hombre un voto o si se quiere por el de mano
alzada. El concepto urnas en mi memoria revierte siempre al de horcas. Horcas
caudinas. Tienes que pasar por el aro, tío. Sofronizate, relájate, ríete ante
sus propios huevos. En sus primeros
siglos la iglesia era democrática. Luego se hizo teocrática y jerárquica.
Asi se
realizó la elección de santo Matías el primero de los diáconos, su fiesta el 24
de febrero, acaba de pasar el otro día como aquel que dice. Íbamos para curas y
acabamos en escritores fracasados o en discretos padres de familia que ya
cobraban la pensión y eran abuelos. Todas las mañanas salían a las doce y regresaban a
casa con las consabidas bolsas de plástico y un par de barras. El talego con el
que cargábamos era nuestro destino: bolsas de la compra, mochilas de libros. Y a andar caminos de
soledad ciudadana con las zapatillas de deportes. Las desavenencias conyugales,
los gritos, los lloros, los remordimientos, los reconcomios. Ese era el
futuro que nos esperaba antes del
sepulcro. Tiraron la flecha muy alto, querían alcanzar las estrellas, pero el
dardo se quedó a media distancia Nuestras existencias fueron el resultado de
amaños, intrigas y falsas expectativas. Mirando hacia atrás observamos que en
ellas ya quedaba poco de heroico excepto cuando le poníamos los cuernos a la
parienta en un motel de carretera y
alquilábamos una meretriz para pasar quince minutos y salir pitando. La verdad es que yo no había leído a
Maquiavelo. Tomaba a los hombres como yo querría que fueran y no como eran en
verdad. O a las mujeres. Ahí estuvo el gran fallo de mi existencia.
-¿Gozas
vida?
-La tienes muy gorda. Me hubiera gustado
conocerte cuando tenías treinta años menos.
Simulaban
los chillidos del orgasmo las jodías y sacaban la pasta con sus enjuagues y zalemas a los viejos verdes que se iban de correría.
Correrla sí pero lo de correrte era ya un poco más difícil, harina de otro
costal, vamos. Ni con Viagra o Cialis, el mágico invento de tan fatídicos
tiempos.
No obstante algún día trazaré tu semblanza de
español fracasado. Escribiré tu biografía. Iba para arcipreste o para caporal de
los tercios de Flandes a los que denominaban el “electo”. El electo era
un cabo que tenía la función de hablar con el coronel cuando se atrasaban las
soldadas y la chusma amenazaba con soliviantarse. Y nosotros estábamos a verlas
venir aguardando la Última Paga.
De la
misma manera yo era electo para parlamentar con el señor obispo. Teníamos la fijación de que la
iglesia nos había arrebatado algo y era justo que nos lo devolviera al final de
nuestros días. A unos le dejaron marca las pláticas del padre espiritual sobre
los Novísimos, a otro le había tratado de sodomizar un sacerdote en el confesionario, a otro el rector con sus amenazas de colocarlo de patitas
en la calle selló su suerte de delincuente. Íbamos para ser guardias de corps
de Jesús Sacramentado como los jesuitas o de lansquenetes de las divisiones
acorazadas de la divinidad o bien canes del Señor, como los dominicos y
terminamos en seres arrumbados, hombres fracasados o bien alcohólicos. ¿Quién nos lo diría entonces cuando
aspirábamos a ser los capitanes de la guardia, los sumilleres del emperador
celestial?
La
primera borrachera la cogimos con aquel vino judiego que nos daban en la
colación de ayuno de los viernes santos y ya no soltamos la moña en la vida. Dicen que la santidad es camino áspero pero
cuenta también con coletazos de resaca.
Éramos tan frágiles y tenemos tanto miedo al
toro de la vida que embiste, a la furia e inconsistencia amorosa de las mujeres
y conjurar el estigma de que nos encasillasen como maridos maltratadores que
había que buscar asilo mental en el vino.
-¡Cobardones!
El alcohol deparaba seguridad y parecía
infundir fuerzas pero también eso puede que fuera un espejismo. En eso también
nos equivocábamos. Volvíamos de nuevo a Corobias como el que se dispone a efectuar un viaje
iniciatico hacia Eleusis. Desde el primer vagido en el vientre de su madre y
desde que el hombre pone las plantas sobre la tierra anda a la búsqueda del paraíso perdido. Quiere
ir a Eleusis donde se encontraba la fuente Castalia bajo el amparo de la diosa
Demeter que tenía por costumbre apacentar allí sus rebaños de bueyes. Entre
ellos estaba el minotauro. ¿Quién era el minotauro furioso? El padre de un
bisonte y el abuelo de todos los búfalos de las grandes praderas. De Demetria
sí que sabiamos algo pues nos inspiró para conocer la devoción hacia la Virgen
María. Madre de la tierra base y sustento del amor verdadero del que siempre
anduve yo en bastante carestía. Quizás por eso allá por el mes de febrero
cuando la cristiandad celebran las carnestolendas y una vez en mi pueblo me
hicieron rey de gallos todos los mozos a pupilo en ca la Salamanquesa a los que se designó para
correr el masto.
Me subieron sobre la albarda de un burro.
Colocaron sobre mis sienes una corona de papel. Me pusieron en las manos un
cetro de hojalata, que parecía yo como descendido del Olimpo, so saltado al
valle encajona de Sotofuentes desde
el cuadro Los borrachos de Velásquez, y en las manos la esfera armilar que nos
valía en la escuela para entender mejor las lecciones de geografía que daba el
maestro. A todo esto, sobre mis hombros colocaron el ropón de una oveja que
olía un poco a meados pues desde muchacho tuve ese padecimiento de mojar el
lecho, simulando el manto de armiño y ya estaba yo perfectamente constituido en
rey de gallos.
Hacía un
frío que pelaba en el callejón de la Tía Caya que nos sirvió de palenque.
Manin fue al transformador y quitó los
plomos y colocó sobre los cables del tendido eléctrico un par de capones y una gallina clueca. Todo
el pueblo, sin luz pero nosotros, en el estridor de nuestra fiesta, no
estábamos a oscuras lo que se dice sino muy lúcidos con el candil del morapio. Colgolos de las patas y se organizó una
carrera de mulos y burros. Los asnos se dispararon a los cuatro pies hacia la
meta, mientras los machos se hacían el roncero pues, no queriendo formar parte
de la cabalgata, tiraban a sus jinetes por las orejas, y estos les molían a
palos con la tralla.
El que
más corría y el que más saltaba y el que más fuerza tenía en los brazos para
arrancarle al pollo de la Tía Caya la cresta de cuajo ese seria el rey de
gallos.
Y ese
día el premio fue para mí. Aunque la cosa no tenía mucho merito. La mayoría de
mis contrincantes se habían pasado en lo de darle meneos al jarro e iban vomitando al llegar al Berral o echaban
la pota en el río cerca de los chimorretes, borrachuzos como ellos solos los
mozalbetes de mi pueblo y yo no cataba de lo que dan las parras por aquel entonces y es por esto por lo que
me coroné rey de gallos en las fiestas del Anesterion
que en mi pueblo que siempre fue algo pagano de suyo a la sombra de aquel cerro
que semejaba un Olimpo ubicado sobre el promontorio donde estaba la torre del
cementerio que era la de una antigua iglesia baluarte. Justo en la cima manaba
una fuente que llamábamos Colorada y que
era un remedo de la de Castalia. Chorro de vida manantial de los dulces pensamientos y un ágora en la
plaza donde hablaban en corro los hombres viejos todos los domingos al salir de
misa, celebrábamos los carnavales como si fueran saturnales y como había poco
sexo y poco que arrascar por ese cabo al estar
prohibidos y muy controlados los placeres de la carne, los del vino siendo tolerados, lo
compensábamos con Baco y otras destemplanzas como la carrera de asno. Cuando
terminaba la competición Manin volvía
al transformador a devolver la luz al pueblo. Un año chisporrotearon de lo lindo los cables del tendido eléctrico.
En ca el cura se quemó la instalación y donde la Onésima se fundieron los plomos en el momento justo en que estaba
con su hombre montando coyunda.
Resulta que una de las gallinas decapitadas se
había quedado allí tiesa no la bajaron y hubo un chisporroteo tremebundo que
estuvo a punto de arder todo el casería que se encuentra en la hondonada.
Burradas como aquella y bromas de mal gusto podría narrar a cientos. Don Efesio
desde el pulpito no dejaba de llamarnos acémilas y decía que bien estaban
hechas las cuaresmas como tiempo de ayuno y de penitencia. Que cantásemos
salmos como el rey David y nos vistiéramos de estameña.
Algunos
tomaron las amonestaciones del curilla al pie de la letra y preparaban otra
parecida a la de lo de correr el gallo con carreras de sacos. Al que llegaba el
último por costumbre se le tiraba al pilón donde abrevaban las yuntas. Eso de
tirar a uno al pilón, por más que los abrevaderos pueblerinos hayan dejado de
existir, sigue siendo una costumbre muy española.
Asi que
el día de las Candelas se corría el gallo. Puede que nevase no lo recuerdo. Lo
que sí sé es que el cielo estaba encapotado y pasado el páramo junto a los
cielos de panza de burro puede que se adivinase el lomo en forma de arco toral
de Somosierra cubierto de su alquicel blanco. Ya habían llegado las cigüeñas y
tenido su celo los gatos. Calzábamos albarcas y para no mojarnos los piales con
los botes de conservas hacíamos una especie de zancos y con tales coturnos que
se ataban a la pantorrilla ibamos a ver correr a los mozos a las eras y luego a
merendar a las bodegas, chapoteando por entre los charcos. Había quien se arrancaba
por lo zamarro con una jota ansotana “Si
quieres que yo te quiera ha de ser con el ajuste que tu no hables con nadie y
yo con la que me guste”. Hasta de la fuente Caldera manaba barro.
Vivíamos despreocupados el final de una era el
tiempo de Piscis o tiempo de Cristo al que representaban en la mesa del altar
con un paño bordado con un pez que tenía la boca abierta para entrar en la er
de Acuario. Después vendría el anticristo y se acabaría el mundo pero de
momento en lo que dure había que gozar de la vida y de sus carnestolendas.
Chascábamos piñones sobre la lápida de cemento de los Chimorretes y veíamos al
tío Carretero afanarse con toda su familia para acoplar el aro de hierro a la
madera de un carro. Todos en la familia cooperaban. Eran lo menos diez o doce y
hasta la Danila acudía con un
caldero de agua que perdía el bofe. Salía humo de las juntas al rojo vivo. Lo
pintaba Laurentino a base de un arte campesino que hunde sus raíces en
la prehistoria y en los frescos romanos, con unas figuritas que remedaban
tréboles ruedas de la fortuna florecillas del campo y otras cosas.
Me cupo la suerte o la desgracia de ver dar
sus últimas boqueadas a la Edad Media, que bajaba disfrazada de monja a luchar con don Carnestolendas todas las primaveras, pugna simbólica del
bien y del mal, de la virtud y del vicio. Ganaba la partida, aún con no pocos
alifafes, doña Cuaresma. Vencería la abstinencia que simbolizaba el bien pero
el mal se cobraba también su adeudo. Aquellas escenas que presenciara de
muchacho me ayudaron a entender algo del misterio de la vida que en buena parte
es teatro. Representación alegórica de un drama que se nos escapa en muchos
casos pero el cristianismo no había sido derrotado aun por las fuerzas oscuras
y éramos todos cristocéntricos.
El
pórtico de la gloria a través de la gubia del maestro Mateo bien lo dicen en su
lenguaje de piedra que traza la imagen del pantocrátor. El hijo de dios preside
el cosmos y se sentaba en un trono de majestad que ahora parece vacante. Cristo
alfa y omega ayer hoy y siempre: el onkolos u ombligo existencial. El
diablo parece que se las está apañando para conseguir cortar ese cordón
umbilical que ajunta al ser humano con la trascendencia y hasta en los
autobuses hoy viajan carteles (lo que demuestra que se trata de una batalla muy
vieja) que anuncian que no hay Dios, eran las fiestas del A n e s t e r i o n y, aun pecadores,
el temor de Dios presidía nuestras vidas. Era un tiempo más pacifico más
resignado aunque siempre estuviéramos de fiesta que el actual comandado por las
reglas del juego del voto democrático, los amaños de las elecciones cada lustro
el dinero y una cierta riqueza que no evita que la vida sea más incomoda que
entonces y mucho hedonismo y mucha violencia. En esta sociedad los viejos se sienten
desplazados. En aquella, no. Entonces eran gente respetable y veneranda. Ahora
se menosprecia a esos pobres jubilatas – nos temíamos la tostada los del
grupo--que caminan leguas y leguas cada mañana quizás para no tener que pensar
para cuidar el físico y sobre todo para perdurar.
Su mujer
les entrega un talego de plástico cada mañana. Ten. Que vayas a por el pan. No
me da la gana. Pues hoy no comes. Mira que hay que joderse. Toda la vida
trabajando como un burro y ésta me tiene por chico de los recados.
La sierra se nos aparecía en las mañanas de
invierno al relucir como unos corporales inmensos recién planchados una sabana
fría en que arropar nuestros sueños. Se bebía el vino recio de la raza, se
mataba al cerdo y se corría el gallo. Vámonos pa allá. Se esperaba el concilio,
el aggionamiento, el cambio pero si cambias la membrilla en Manzanares
buena gana tendrás de ver lugar.
Esa transformación supuso elidir algo de
nuestra propia alma con lo que medraron frustraciones y vinieron los duelos y
quebrantos: el tiempo de Piscis, el signo más importante de la rueda del
zodiacal, sustituido por el de Acuario, que no deja de ser un dios y harto
problemático el agua es el símbolo de la mujer.
Entraba a reinar la gran meretriz. Y una de
las cosas que no sabía la gente era que el concilio al suprimir el latín
atentaría contra la taxonomía de su propio orden y mandaba al evangelio a
galeras cuando se ordeno que no se rezara más en latín y aquella tierra donde
nacimos nosotros en el corazón de Hesperia era romana por los cuatro costados.
Los paisanos a la hora de yantar en el campo se acodaban sobre el surco como si
se tratase de una larga merendola en el triclinio y los mondongos y el jabalí
asado era una costumbre culinaria heredada de los legionarios romanos que
pasaban por allí que tenían inclinación por el vino aguado con la tradicional
posca que atempera la borrachera. Les privaba el cochino tanto como odian a
este animal impuro los semitas.
El plato
tradicional que guisaba Luculo en sus sartenes era el t e t r a p h a r m a
c u s que se condimentaba con manitas de jabalí, pechuga de faisán, ancas
de pavo real y otros manjares.
¿Y
eso cómo lo sabes, Eustaquio?
-Me
lo enseñó don Valeriano que sabía mucho latín.
Las
fiestas de la Candelaria eran el final de las calendas januarias en que se
organizaban los fastos saturnales para aplacar la cólera de los dioscuros y
acaso por eso nosotros corríamos el gallo, siempre me he sentido romano y yo
viví los tiempos de Roma en aquel seminario donde todavía se estudiaba y se
impartían las lecciones en la lengua del Lacio.
II
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El
mollete sabía a glorias celestiales a media mañana y por eso se hacía con gusto
el dispendio. Penjamo era nuestra despensa. Como su padre era tratante no sé si
de Cantalejo tenía un sentido de la economía. Era por lo visto descendiente de
judíos. Todos los de la aljama de Burgos cuando los líos y disturbios que hubo
en el año 1398 terminaron viviendo cerca de la Puerta del Socorro donde estuvo
la judería y su manera de ser, una contemplación de la vida, su sentido del
ahorro influyó mucho en la ciudad de los Arias Dávila y los Coronel que de
conversos remataron en caballeros. A Corobias la llamaban ciudad de los
caciques y de los caballeros. Sin embargo, abandonaron la religión de Moisés
con armas y bagajes. En masa. De esta conversión nació un poco el pietismo
local y ese catolicismo corobino tan riguroso que a veces sorprende a los
propios romanos. Se salió en cuarto de latín, se dedicó a los negocios y creo
que ahora es millonario. Aunque no pasábamos hambre física pues allí estaba
nuestro prestamista para remediarlo por más que no sólo de pan vive el hombre
sí padecimos falta de afecto. Eso creó en mi cierta inseguridad que derivaría
en nerviosidad, en complejos.
A mí la
inseguridad me hace morder bolígrafos o me da hambre. Soy capaz de comerme a
san Pedro por una pata y no quedo ahíto (bulimia) por otra parte en aquel
colegio había tratos infernales. Tipos hoscos, bizcos, siempre a la que salta.
Todos desde luego tenían madera de santo pero antes era menester una buena
labor de ebanistería y cepillar muchas virutas. Y todo eso de la santidad puede
que fuese sencillamente palabras. Circunloquios. Retóricas. Frases bonitas.
Mucha farfolla. ¿Por qué embisten los toros?
Muy
fácil, lo mismo que el ser humano. El toro tiene miedo cuando le sacan de la
dehesa su territorio. Lucha siempre por el territorio. El hombre o el niño en
este caso tiene un comportamiento igual que el toro bravo o la rata que amurcan
o muerden al que les arrebate el trozo de queso o les cuestiones la vaca que
hay que cubrir. Sin embargo íbamos cantando el Iste confesor y desde el
fondo de su retablo la Virgen sonreía. La Virgen de los tránsitos. Allí vivimos
arracimados. Nos educaron en el miedo al
infierno, miedo a ser expulsados, miedo a la hembra, y miedo a hacer el
ridículo. Pese a lo cual nos vino bien aquella disciplina castrense puesto que vita
milicia est que diría san Pablo y algunos como Filemón se lo agradecerían.
Este chico vino sin civilizar de un pueblo de la sierra: Escarabajosa del
Monte. Filemón o Lemonis como le llamábamos cuando se hizo popular no
sabía lo que era una ducha y miraba para los grifos indecisos entre lavarse o
salir corriendo como si fuera un fetiche. Dicen que los indios cuando vieron
llegar a México a cortés a lomo de un caballo se asustaron. Creían que era un
centauro. Pues Lemonis de la misma
manera. Cuando veía un coche se arrimaba a la pared creyendo que era el diablo.
Había sido agostero los veranos y borregueros entre la Asunción y san Miguel.
Apenas sabía leer y entró en el seminario
por influencias, se refería que tenía mucha mano con un tío obispo. ¿Su
tío o su padre? No sé si era su tío o su padre pero lo cierto es que era abad.
Se crió como Jeromin en Escarabajosa un pueblo donde no había ni siquiera
letrinas. Limpiarse se limpiaban con un morillo. Puede que el sobrino del abad
mitrado tuviera madera de santo pero nos daríamos con un canto en los dientes
si el señor rector don Ventura o el ecónomo don Marcial o don Martín al Cubo
y don Florindo o alguno de los
prefectos pudieran hacer gavilla de su persona. Pues a ver quien era el majo
que metía en vereda a aquel mostagán que se movían con andares de chimpancé y
se reía con risa de Orangután.
Disfrutaba de lo lindo cuando echaban películas
de Tarzán algunos domingos por la tarde. Saltaba brincaba descomponía la silla
le pegaba una paliza al del asiento para que se estuviera quieto. Filemón eso
no son formas. Tu que dices... a ver si se lo digo a mi tío el abad. Cuando iba
en la terna o estaba enredando o iba pegando al de delante. A mí una vez me dio
un puñetazo en la espalda que me hizo ver las estrellas y en una ocasión que
don Martín Martín Martín, don Martín al cubo, le llamó al orden le soltó un
gancho que menos mal que don Martín tenía buenos reflejos y lo esquivó que de
lo contrario no tuviéramos presidente nunca más. ¿Qué vas a decir hombre?
Nosotros no sabemos nada igual que en las bodas. Paños al púlpito y cuartos al pregonero.
¿Adónde se camina? Los ríos van a la mar del morir. ¿Quién piensa en tanto agua
quedando todavía buen vino en los cueros?
Uno de
Asturias hijo del cabo dijo que a él la sidra le probaba más que las mujeres.
¿No sería un poco maricón? Lo mismito. El ser humano no cambia. Únicamente las
estrellas aunque parezcan clavadas ahí en eso no cambian de sitio. Septiembre
era el mes de los perihelios y de los jolgorios.
Desde la Virgen de agosto hasta san Miguel
toda España es un pasacalle. Tiempo de fiesta y a mediodía todavía se puede ir
de trapillo. Sobraba la chaqueta. Pero estábamos desnudos. Desnudos y desunidos
¿Qué hemos hecho? Desguaridos y sin la hoja de parra con que taparnos igual que Adán y Eva cuando
los desahuciaron del Paraíso buscábamos un amparo. Querencia. Algo así. La vida
y sus sinsabores nos habían convertido en huérfanos de nosotros mismos. Por
comer del árbol de la ciencia dijeron los críticos pero yo pienso que fue por
andar a claveles. Sin embargo, no os pongáis dramáticos, chiquitos. Lo pasao,
pasao. Hay que vivir. Allá películas. Pero todos seguíamos agarrotados por el
pavor. Echa la galga, Federico. Frena. Que no que van bien las mulas. Carga
delantero. No que te lo digo yo; que va trasero. Inventaron el tractor y
desaparecieron las yuntas de mulas y los que las vendía los muleros y tratantes
de Cantalejo. Yo fui rey de gallos pero la constelación de Orión nos conmina a
cambiar de vida y costumbres, los científicos hablan del calentamiento global.
No
enchufes la tele ni la radio, si no quieres vivir un día deprimido. En las
casas se entablaban luchas por el poder. Luchas por el mando a distancia. Ah “Iste Confessor”. ¡Cuán
lejanos suenan aquellos cantos! El carro volcao y todos son carriles y
explicaciones. Aquel frenesí eléctrico nos agarrotaba los nervios. Parábamos en
seco. Era la tijerada ciega del cuévano cuando se va a vendimiar sobre las
artolas disputables y el mulo se espanta
y no hay camino y nos lanza por la collera contra la cuneta. Tiras del ataharre
y te quedas sin mano o sin cabezal.
-¡So¡
-Que
te dije que pares. He dicho.
Era
el silencio de los corderos en aquellos claustros por donde
ya nadie pasea ni medita. La rectoría vacía. El sagrario sin eucaristía. Desde
que llegó el Día del Odio nos expulsaron de nuestros sueños. El templo sin un
alma, algún que otro viejo, que se prepara a bien morir. A las iglesias ya no
acuden feligreses. Van visitantes. Hubo una segunda gran denudación de los
altares mucho peor que la luterana. Alguien voló sobre el nido del cuco. Pasó
el sembrador de cizaña. Lanzó al aire metiendo mano a su morral la semilla
maldita el enemigo y os ha dejado sin tuétano.
No cruzó los campos de noche.
Para mayor vergüenza nuestra llegó de día y
las gentes de los pueblos que estaban sentados al fresco en el poyo de la
entrada le dejaron hacer pues explicaban su indolencia con el refrán ni mío
es el trigo ni mía la cibera muela quien quiera. Las buenas gentes se
calaron un poco la visera. A buen seguro que les molestaba el sol un poco y
miraron para otro lado. Llegó la Bestia y muchos pensaron que habían venido los
titiriteros. Prepararon un gran banquete para Ella, la fiesta de la libertad, y
pusieron a punto el corral de las comedias. Un corral de comedias cibernético
que cada uno montó en su propio cuarto de estar. Aquí cada uno va a los suyo,
hijo. Esta abulia y esa indolencia de los malpensados y los acomodaticios torturaron
mi vida. No se puede sin embargo remar contra corriente. ¿Por qué no
reaccionáis? ¿Y que vamos a hacer, qué quieres tú que hagamos? Nos han
arrebatado el alma. Los ratones se comieron todos nuestros bodigos. Palmaditas
que suenan a hueco por delaten y por detrás te preguntas con tristeza pero ese
carcamal fue niño de coro conmigo. No puede ser. La juventud se fue, nieve en
la cabeza rescoldos en el corazón. Ese era el pavor que se leía en nuestros
rostros y nos dejaba lívidos. Horror vacui. A muchos les había salido la
hoja roja. Ya quedaban pocas planas por llenar. Aquel medio siglo supuso un
continuado auto de fe.
Lo extraño es que muchos no hubiéramos
abandonado la fe. Por otro el resquemor del agravio y la reivindicación. Ay
esas puñaladas que nos dejaron costurones en el corazón. En estos tiempos en
que está de moda abrir fosas de la memoria. Nosotros aquel día acudíamos al
gran caserón destartalado de traza herreriana para recuperar la memoria de
nuestra infancia, algo que se nos debía y nos habían arrebatado. Nadie nos
pidió perdón. Nadie nos presentó excusas ni siquiera dijo lo siento. La Iglesia
suele a veces ser intempestiva y poco misericordiosa. Jamás nos dijeron sorry
aquellos cabrones. A Lesmes por ejemplo no le dejaron ser cura porque le
daban ataques epilépticos. Padecía gota coral. Le enfermedad de los cesares, de
los líderes y de los grandes transformadores del universo. Así y todo lo
mandaron para casa. “Tú no puedes ser cura”.
Primitivo
se fue a una romería y le dijo el rector de mañana al día siguiente de la
juerga no vengas y le esgrimió el primer articulo del Reglamento: “Serán
expulsados los díscolos, los incorregibles”. Mañana no vengas. Y todo
por haber ido al baile a ver el personal y donde por cierto no se comió una
rosca. Si lo sé no vengo pero todos habíamos venido. Cristo no había faltado a
su palabra. Los hombres tal vez sí y allí estábamos todos como unos pipiolos
para honrar a la Virgen de los Tránsitos. Muchos faltaban. Algunos como Geñete
se nos había muerto una fría noche de Reyes. Otros estaban “missing”. El tiempo
y los pedriscos diezman las cosechas ¿Se habría tragado la tierra a Valdivieso
el hijo del cabo de Vegafría, el mejor
preparado el más competente, una lumbrera, una eminencia? Le decían Tinta Fina.
Debía de ser por su elegancia y por su capacidad intelectual. Era capaz de
memorizar una tesis en latín de diez folios y soltarla sin comerse un punto ni
una coma. También los había torpes. Por ejemplo Aldeorro,
un vocación tardía. Nos llevaba cinco años y cando a los demás no nos apuntaba
el bozo él ya se afeitaba barba carrada pero un zote. No sabía ni hablar. Por
decir la cosa cambia él decía “no cambea” según el lenguaje de por ahí de los
castros los pueblos de la sierra que aún seguían canteando a los forasteros
cuando pasaban por el valle y estaban un poco sin civilizar. Pero llegó a cura
fíjate tú lo que son las cosas y era el ultimo de la clase y los profesores lo
dejaban por imposible. ¿Dónde está Aldeorrillo? En el pelotón de los torpes.
Antes de entrar en el seminario había estado con las ovejas. Por la cuenta que
le tenía le importaba mucho ser cura. De lo contrario tendría que regresar a
casa con el rebaño y guardar las trescientas churras que apacentaba su padre.
No habían sido ordenados los mejores. Por ese
cabo la Iglesia no elige la excelencia sino la sumisión. Y aquel menoscabo
había marcado un poco nuestras vidas. Era nuestra asignatura pendiente. Sin
embargo quedó en algunos de nosotros la semilla y la palabra marcada a sangre y
fuego. “Cristo no os abandona. También vosotros sois los elegidos”. Yo había
escuchado aquella voz y me había levantado al calor de las palabras dulces y
precisas del Maestro: “sígueme”. Pero yo qué sabía. Mi vocación había
nacido viendo una película en que Bin Crosby trabajaba de cura en “siguiendo mi camino”. Luego en unas ferias
mi madre me adoctrinó sobre lo bien que estaban los curas, lo bien que vivían.
Tienen su paguita, sus monjas, sus latines y hasta les atiende un ama. “Pero tú
no vas a tener necesidad de doméstica. Tu padre y yo nos iremos contigo y te
asistiremos y tú cuidarás de nosotros
cuando seamos viejos” mi progenitora me estaba haciendo la propuesta de un seguro
de vejez. Sígueme. Le seguí pero a tientas y a ciegas. Salvaré muchas almas
para Dios. Me iré a misiones a evangelizar a los chinitos Y “Sígueme” se
llamaba la revista a la que yo estaba suscrito y que leíamos de pe a pa. Era una publicación mensual. Yo guardé muchos
años encuadernados todos sus números. Siguiendo mi camino. Y Bing Crosby en
aquella vicaría de paredes embonadas de madera noble. Con abrecartas de oro y
escribanía de cuero repujado buenos cigarros puros y buen brandy sotanas de
límiste de Corobias y pufos de cura , el alzacuellos que era una roca de puro
almidonado, y con cleriman a lo padre
Peyton. Esa era mi vocación. Creo que mi vocación de cura es lo mismo que mi
vocación de escritor, una lucha por el poder, una pugna para que te tomen el
nombre, para ser algo y buen parecer.
Muchos son los llamados y pocos los escogidos
pero ¿qué quería decir aquella frase? No estaba seguro. Unos días quería ser
fraile si habían puesto en el cine del barrio la película de Fray Escoba y
otras marinero de altura si echaban Pescadores Intrépidos o bucanero del Caribe
si la sesión era de piratas. El cine la propaganda tiene que ver mucho con el
molde de las mentes en la centuria en que yo crecí que fue el siglo XX. Tenía
que ser diferente a los demás.
Salvar
almas para dios pero qué es salvar las almas. Tenía que ser un hombre distante
fuera del mundo. Poco comprometido. Sin embargo todos los sacerdotes que
conocía llevaban una vida cómoda. Tenía una paga y una vida cómoda. Arduo es el
camino de la santidad lleno de abrojos nos decían en los ejercicios
espirituales en los retiros en las admoniciones y en los coloquios. Los ojos
bajos cuando se va en fila la modestia el cuenta de los pecados (bolitas ensartas en una cuerda) y el
rosario entre los dedos siempre el rosario. Nunca salgo de casa sin persignarme
y con las ceuntas de los cinco Misterios en el bolsillo. Y el examen de
conciencia todas las noches. ¿Pero cuáles podían ser mis pecados en aquellos
inocentes tiempos?
No lo tenía del todo claro pero era evidente
que todo aquello me atraía sobre todo la pompa liturgia y las misas en latín.
Abandoné el seminario y casi mi fe se derrumbara cuando suprimieron la rica
liturgia en latín. Hacía preguntas sin respuesta y luego seguía indagando hasta
convencerme a mí mismo de que yo quería seguir a Cristo porque representaba el
bien la verdad y la belleza. No podía haber mejor representación de aquel
cristo en un idealista un soñador un iluso como soy yo. Me sumía en los
efluvios de luz de esa claridad vesperal que penetra en oblicuo a través de los
vitrales multicolores de las catedrales dejando un poso de quietud que es
añoranza del cielo. Amé de siempre las sonoridades del canto llano y los
pergaminos venerables reclinados sobre el inmenso facistol del coro que había
en la catedral de Corobias. Yo tenía una vocación contemplativa y que la paz de
los días siguiera a la paz de las noches. En realidad mi vocación por el
sacerdocio era una llamada a la Palabra desde mi inclinación a la literatura.
Dios se esconde dentro delas páginas de los libros. Esa concupiscencia del
conocimiento aun me domina. Puede que sea un lastre. El señor se manifiesta en
las frases y en las profecías. Huía del mundo. Era un cobarde. Me refugiaba en
la literatura. Ordenarme no seria un pasaporte a los desconocido sino un peldaño
en la escalera mística que lleva a la contemplación de su rostro. Yo soy el que
soy.
En las páginas
del misa se fraguó no sólo mi vocación al sacerdocio, si es que alguna vez tuve
alguna y mis inclinaciones literario-periodísticas. Ninguna de ambas aptitudes
me han servido de nada en la vida. El problema estuvo en que no sabemos
diferenciar la verdad de la propaganda (y los curas son unos buenos
propagandistas) ni cribar el trigo de la paja.
III
Sin
embargo ahí estaba la troje, el viejo montón de tantos recuerdos, el hilo
gnóstico de los ejercicios de piedad, las tardes de retiro. La memorización de
las cuatro declinaciones latinas, la existencia reglamentada a golpe de
campanas desde que te levantabas y después del aseo te vestías la sotana hasta
la campanada de la noche llamando a preces y tocaban silencio. Luego los
ejercicios de piedad, las jaculatorias que aun repito “antes morir que pecar”,
las letanías los días de rogativas que se cantaban en la iglesia del Mayor muy
solemnes por San Marcos o las témporas de setiembre; o el rezo del vía crucis
rodeando en circulo el pasillo de los Tránsitos y aquella canción penitente con
su correspondiente coda o estribillo: “Perdón oh dios mío, perdón e
indulgencia, perdón y clemencia, perdón y piedad”. Me gusta la palabra piedad. Pietas.
Precisamente en el cerro de la piedad extramuros donde los romanos había alzado
un altar a Dafnis el dios bucólico estaba ahora lo que llamábamos el Monte de
Piedad. Tres cruces y una especie de oratorio. Allí empezaba la tierra roja y
los caminos que conducen a Tejadilla. Algunas tardes me quedaba mirando aquel
calvario y me preguntaba si no había sido en Corobias y no en Jerusalén donde
crucificaron al Maestro. Era la idea que expresaba un cuadro que había visto en
el monasterio del Parral del que abajo hablaré y que pinta la crucifixión con
el acueducto la catedral y las catorce parroquias como telón de fondo. Nos
decían que teníamos que ser santos y evangelizar, misionar pero eso no lo tenía
yo del todo claro. Pobre de mí; querían hacer de mí un apóstol y yo no valía
nada. Las dudas, pues, colmaron mi percepción casi desde el principio. Si allí
estaban clavadas tres cruces en el monte del olvido al subir hacia el camino de
Tejadilla. Ahondábamos en el complejo de culpa. Pero la Iglesia resulta que no
nos quería, nunca nos quiso, nos utilizaba, la Iglesia no sabe lo que significa
la palabra amor. Nos inculcó el penoso complejo de culpa. Nos adoctrinaron
sobre la maldad del sexo y la comisión del pecado de la carne que llevaba aparejada
la condena del infierno. Que asco qué pena que infierno más rico. Creo que nos
castraron, nos cercenaron de por vida y estos complejos determinaron que
nuestras relaciones con las mujeres no fueran del todo normales. Por ese cabo
éramos tipos muy anormales. Algunos remataron en monstruos o en sádicos. En
fin, el sexo era una pesadilla. ¡Perdón, oh dios mío!
Tuve la
sensación de estar regresando a un nido vacío. Éramos los náufragos que
llegaron a puerto. Su nave se les había hundido. Pero sobre todo estábamos
vivos. He de decir a honrilla mía que aquel conclave del cual no saldría ningún
Papa pero tampoco ningún obispo había resultado el fruto de mis desvelos y de
mis búsquedas por la Red. Había encontrado una fotografía de cuando éramos
latinos y, digitalizada, la colgué en mi página, y empezaron a llegar
reacciones interesantes. Busco a mis viejos compis. Pero nadie contestaba. Los
pipis o pipiolos se los había comido la tierra. Primitivo y Pipe los que se
fueron al baile nunca vendrían. Ella nunca escribiría. Nadie se bañaba jamás en
la misma fuente. ¿Éramos unos ilusos?
El
seminario nos enseñó a ser sufridos, orgullosos, taimados pero también
entusiastas, contumaces y devotos de Santa María y yo creo que fue un milagro
de la Virgen de los Tránsitos que estudiáramos allí los 24. un número
cabalístico. Cuando llegué a la huerta que servia de aparcadero –ya no se
escuchaban los estampidos de los balonazos, el gañir de la campana y el
griterío corralero de los recreos- sólo un silencio de jardín umbrío. Las
acacias y los pinos habían crecido mucho. Los matacanes y las almenas estaban
en su sitio montando la vela a la ciudad aunque con las matas de parietaria
algo más crecidas. Justo en medio del lugar donde nosotros jugamos al frontón y
soñábamos ser un día armados caballeros de Xto., estaba el cuerpo de guardia en
la edad media. Debían escucharse por todo el frontón los gritos de alarma de
los cabos:
-Centinela alerta
-Alerta está.
Y la
guardia subía por aquellas escalerillas de doble vertiente que a mí me
impresionaron y en cuya tapia al resguardo de sus muros de cantería, estilo
castrense, estilo imperial, me hicieran a mí la primera foto de curilla con
bonete beca roja sotana y todo. Bah.
Centinela
alerta. ¿Se dormiría todo el relevo en aquel tiempo? No lo puedo especificar
con una fórmula precisa porque tengo el ánimo tocado y mis sentimientos son
encontrados al respecto. Se nos durmió la guardia y el centurión se había
marchado a la taberna a emborracharse. ¿Simón dormís?
El apóstol daba cabezadas. La morera centenaria en el extremo oeste de la
muralla, un moral abuelo que daba copioso fruto por el mes de junio y nos
hartábamos de moras que tu no veas y nos mancábamos los carrillos de berretes y
el delantal del guardapolvos lo poníamos perdido y para mandar a la tintorería.
Las manchas de mora no se quitan pero hermoso que llegara la primavera y ver al
moral englobarse orondo y lindo allí en la soledad de las tardes y al sol de
las mañanas gloriosas con sabor a rosquilla de pascua a canción virgen y
roquete nuevo. El fruto granaba a últimos de mayo coincidiendo con los exámenes
de música y había que solfear para presentarse al examen de don Josué del
Morral, que era beneficiado y maestro de capilla de la catedral. Una mala
bestia pero con un oído exquisito. Nos enseñaba latines, nos daba solfeo y de
fino agudo si alguien desafinaba en el coro se ganaba algún sopapo. Fue uno de
los primeros maltratadores que tuvo aquel seminarista. Él y el gallego. Vaya
dos piñones que no dos curas. Genio vivo. Sí, don Josué del Morral tenía el
temperamento sanguíneo y los andares rápidos, mal genio y muy buen oído. Los
dos solían gastar talares caros y sotanas y tejas de felpa del mejor cachemir..
En el moral estaban colgados como el
crecal de Israel, árbol del destino, nuestros nombres. Acta est fábula. Don
José del Morral me mando al pelotón de los torpes. Decía que yo no sabía latín
y que no tenía oído. El clérigo suele ser egoísta por lo general y, amén de
eso, éste era avaro y a mi hermana le quitó una herencia de la Maruja y la
Carmen las dos solteronas. Fíate y no corras de aquel profesor de moral buen
músico, aun recuerdo sus ojos trasparentes y azules y sus andares con gran
desparpajo salamantino. Era una de las fortunas del cabildo. Cuando dirigía los
coros del himno a nuestro santo tutelar el 25 de octubre – en tal fecha
celebrábamos san Frutos- ponía las bóvedas
de la catedral boca abajo.
Yo me meaba en la cama. Lo pasé mal pero en
aquel caserón había gente buena y uno de los hombres de los que más grato recuerdo
en mi vida fueron don Pedro Recio el prefecto, don Julián Garúa
Hernando el rector y luego el Padre Heras el que sería mi maestrillo en el
otro seminario al que fui a parar, el seminario de Comillas. Eché en falta a
aquel moral que debió de secarse milenario. Debió de ser tallo de sardón cuando
Trajano mandó edificar el gran puente del Acueducto. Vio luego venir las
razzias del moro Almanzor que no lo talara. Estaba en un rincón un poco a
trasmano intramuros y cuantas veces escuchó llamar a misa. Seria testigo
presencial de las batallas comuneras. Y vería pasear por aquella huerta a los
padres Laínez y Suárez enfrascados en discusiones teológicas durante las horas
de recreación que los jesuitas llamaban quiete. También los novicios del
antiguo tirocinio con los frutos de aquel moral padre de todos los árboles de
la ciudad amurallada se pondrían los morros perdidos de berretes. Allí
estuvieron y filosofaron los buenos padres de la SJ a la sombra de la Aceitera
y su campanario bisulco contemplaba en éxtasis la sierra. Allí seguía envuelto
en un manto de nieve los inviernos que se volvía pardo en primavera la
Mujermuerta el infante a su lado también dormito y chapándose la chota
eternamente. Falta por decir que el frontón donde jugábamos a la pelota era el
escenario del Teatro de Cervantes. Muchos domingos por la tarde nos quedábamos
parados escuchando el rumor del cine sonoro. Las películas de Gary Koper solían
ser muy concurridas pero a los seminaristas no nos dejaban pasar. Un bando del
obispo prohibía a los sacerdotes de la diócesis ir a los puros, el futbol, el
teatro o cualquier público espectáculo. Tardes tristes, pero muy llenas y
fervorosas, que nos harían sentirnos diferenciados con el procomún de las
gentes y a causa dello puede que después yo pegara no pocos bandazos- de
plegarias, estudios, silencios y caminar en
fila tres en fondo; sólo se escuchaba como el rasguillo de guitarras
neutras el frofro que producían los pantalones bombachos de pana y las faldas
de los guardapolvos.
-Iste confessor.
-Nunc dimittis.
-Sermone latino.
-Nunc et semper.
-Siempre. La poesía y la mujer de
tarde en tarde pero al vino siempre.
Y lo que
decía uno: Mulieres aliquando. Homerus quotidies sed vinum semper. El vino
eucarístico que no faltara. Entre pámpanos y rosas, libemos, hermanos, adoremos
a Fray Jarro. ¿Y de lo que te di? Entre putas y rufianes me lo fundí. Risas
locas y desbaratados del “culleus” o pellejo de vino ese icono con un
cuello largo pero sin cabeza, los brazos cortos y un par de piernas que son una
mierda pero con una gran barriga de odre y que nos esperaba con gesto
mefistofélico y sardónico a la puerta de la Gran Taberna de San Marcos. Cada
melopea es una caja de sorpresas. Todas son distintas. Todas ponen. Todas
hieren como las horas pero la última mata.
-Omnes
caedunt. Última necat..
Cada una tiene su propio son y su exclusivo
badajo. El vino es el bronce de la existencia. Llama la campana a sus
eucaristías. Unas veces bolea y otras repica. A veces nos introduce en el
templo de Baco a garrotazos. Es como una purificación de la cual prende la
catarsis. Traidor fuiste en mi vida, Erifos. Te amo y te odio al mismo
tiempo. Busqué la querencia de los barrios húmedos no me mataron de milagro y
me ahogue en esos fondos turbios de tabernas frías oliendo a estaño bajo la luz
indifernte de lámparas impersonales. He visto pocos mandiles masónicos pero
unos cuantos de mandiles de tabernero que echa
pesetas al cajón mientras finge camaradería. Ellos son peores que la
prostitución. Más duro que la pasma o la propia Inquisición. Ahí va la
conversación buscona e interesada de los mesoneros –había que bombardear todos
los bares de España y condenar a la silla eléctrica a sus dueños ninguno hay
bueno- y copié la sonrisa estúpida del Jumilla o atraparlos a todos bajo las
ruedas oscuras y sanguinarias del carro del Falerno.
La historia de España-bien lo supo captar
Velásquez con su ojo crítico- es la historia de una gran borrachea donde las
broncas y las risas resuenan atrapadas y estrepitosas en medio del diluvio, el
maniluvio y el pediluvio de las barras. Todas son siniestras. Bastardas. Una
estafa. Cualquier pelagallos monta aquí un bar o un restaurante sin tener la
menor idea de lo que es psicología. La historia de mi vida es una caza de
mariposas que fueron espejismos y de idas y venidas a la búsqueda del laurel de
Baco. Subí al Olimpo de los grandes bebedores. Me emborraches de vino. De
plegarias. De literatura. Cuando me muera, el forense que me destace sólo
encontrará n mis venas torrentes de tinta y de mosto
Aquella
mañana de septiembre con el sol ya en la carretera salí de mi casa y enfilé el
túnel de Guadarrama. La sierra estaba bella y en calma como una inmensa ola de
granito ofrecía la tersura del diamante con el rocío del día recién estrenado y
de la cencellada.
IV
Era un
día de septiembre augusto sin nubes en el horizonte. Los pipis habían acudido a
mi llamada desde la Web. Dada la habilidad de los hispanos para tergiversar las
cosas, sacarlas de quicio y murmurar a
espaldas, aquello a mí me parecía un milagro autentica de la Virgen María. ¿Por
fin algo me saldría bien alguna cosa?
Conducía contento escuchando la radio a través
de aquel paisaje tan familiar tan trillado y recorrido viajes y más viaje desde
la infancia pubertad adolescencia y madurez. Ya soy un viejo de vista cansada.
Pues no lo parece. El manto de la Mujermuerta se había orlado con algunas
urbanizaciones en su falda. Era el
misterio de la naturaleza que permanece inmóvil y quieta mientras nosotros
marcamos el paso hacia la muerte. La vida que conjugamos no es sino un verbo
transitivo.
En mis
tiempos siempre fue territorio virgen que invitaba a la escalada. Nieve y
glera. Era nuestra montaña mágica y hoy
la difunta Cuaternaria cadáver de roca viva y monte mítico ofrecía un perfil de
juventud, se le había afilado la nariz y
resaltaban los labios como túmulos. A su regazo entre cendales y blondas de
granito resaltaba la cabecita de su infante chapándose el dedito. La autopista
hacia convertido en un paseo militar lo que antes era ruta de arriero con
muchos barrancos y hondonadas y hasta un puerto el portachuelo antes de llegar
a San Rafael acortando en más de dos horas el trayecto. Veloces van los
tiempos. Por aquella ruta melancólica caminos de Riofrío y Valsaín hizo
Severino su primera excursión a Madrid y le condujo hasta un hotel de tronío de
la capital el padre de su amigo Paulino que era taxista. Severino se durmió en
su luna de miel, acaso una venganza divina por haber vuelto la vista atrás
cuando se encaminaba al altar del sacerdocio. La primera vez cantaron todo el
camino. La segunda, iba triste y pensativo a sabiendas de que le esperaba un
tiempo difícil. Pero la verdad como la realidad es poliédrica. No somos más que
amanuenses y balagueros barriendo nuestra propia red El horizonte impertérrito
mostraba los vacuos del llano amarillo y al fondo siempre al fondo la torre de
la Dama de las catedrales egregia y avistada apenas eran tramontadas las
alturas del puerto al descender por la cordillera hasta la meseta de trigos y
pinares tierra de pan llevar.
Wad-al-rahmá río de cantos, un río para una
tierra de cantos y de santos. Me sentía lleno de excitación y con ganas de
echar humo; tuve que parar al entrar en Corobias a comprar en un estanco frente
a la Base Mixta a mercarme un purito barato. En ocasiones así siempre le entran
a uno ganas de fumar. Muchas calles se habían convertido en peatonales con la
nueva reorganización urbanística y acabé en Cantarranas. Un detalle recuerdo
que no se me olvidará. Por una de las calles aláteres a las viejas caballerizas
de la Academia de Artillería desemboqué en la misma barra de entrada al
cuartel. Un recluta oriundo de aspecto muy poco marcial nos hizo señas para que
reculase.
-Aquí no se puede pasar, señor. Es
zona militar.
-Pues
vaya. La cosa tiene tres pares de perendengues. ¡Mira que voy a perderme en mi
pueblo!
Estuve
por decirle al guripa trasandino que se cuadrase pues tengo el grado de alférez
y que se limpiase las botas pues estaban sucias y que creciese un poco más pues
en mis tiempos un artillero así no hubiese dado la talla pero eso pondría peor
las cosas. Desde el cuerpo de guardia un brigada con aire displicente y con
poco que hacer me observaba a mí y a mi coche metidos en el cul de sac.
Habíamos caído en la ratonera. Me fijé en él. En su sardineta. En los rombos
con la bombeta de artillería. Cual no seria muy sorpresa cuando a los pocos
días al ver aquel rostro en los periódicos me acordé que era el mismo
suboficial al que había asesinado ETA cuando se iba a bañar a Santoña. Al cabo
de una odisea logré enfilar por san Milán, Santi Spiritus y el Arco del
Socorro, subiendo por Jesuitinas y por los trascorrales de la catedral hasta
dar con la plaza del seminario. Allí había un corro de unos cuatro o cinco que
estaban esperando:
-Salutem plurimam
-Salutem.
No me
reconocieron más que por la voz que debía de ser la misma que cuando niño.
Todos habíamos cambiado mucho pero la vida sigue igual. Salutem plurimam.
Decíamos ayer y desde ese ayer habían pasado cincuenta años. Aquel instante fue
uno de los escasos gratos momentos que me había deparado la existencia tan poco
generosa conmigo en los últimos lustros (todo me sale mal) pero tampoco es para
tanto no te escames, Severino; considera todos los considerandos no te
vayas ahora tú a subirte a la parra y casi lo catalogaba de un éxito personal
pues la fe mueve montañas y yo creo en el principio telepático primera razón de
prueba de que Cristo está en la historia flotando entre las alas del bien.
¿Satisfacciones personales? Muy pocas. La estaca. La vida a mí me lo parecía me
había tratado a batacazos pero a otros les estaba ocurriendo tres cuartos de lo
mismo y no se quejaban. No te pases. No lances las campanas al vuelo. Mire a lo
alto y recortándose sobre el aire diáfano de la claridad de Corobias observe la
torre de la Aceitera. Sus campanas estaban mudas desde hacía muchos años. Sin
embargo a mí me pareció que estaban tocando a gloria cuando entrábamos en la
capilla y nos prosternamos ante la imagen de la Virgen de los Tránsitos.
Mas nos valdría entonar un Te Deum
laudamus, darse golpes de pecho y lavarse la cara con agua bendita, rezar el
confiteor de la penitencia y pedir la iluminación de lo alto con el Veni
Creator con el que comenzaban nuestras tardes de retiro espiritual. Habían
pasado cincuenta años.
La Iglesia que es sabia y
ceremoniosa y tiene una respuesta para cada oportunidad, un pedir para cada
necesidad, preces y letanías de todo tipo, a nosotros los rebotados, los que
nos salimos, según se decía, no encuentra lugar donde meternos. “Los
díscolos, los incorregibles serán expulsados del seminario” rezaba el
primer artículo del reglamento que algunos supieron de memoria.
Nos aplicaron
el ladrillo de Roma y Roma locuta, causa finita.- así rezaba el
viejo adagio- ya se sabe. Y quedamos con la marca, el baldón. Y con el capuz de
los sambenitos podíamos marchar arrastrando cadenas tras los pasos de la
procesión de jueves Santo y escuchar en nuestros talones el mismo rumor:
-Mírale. Ese penitente
iba para cura. Se salió. Le gustaban las mozas.
-¿Y a quien no?
-Pero los curas no
pueden casarse.
-¿Quién lo ha dicho?
-Pues el Papa. Quien si
no.
-Ah
Y Roma locuta causa finita. Nos
aplicaron el ladrillo de Roma y fuimos por la vida con aire de tristeza de
excomulgados.
Éramos los Ángeles caídos. Se nos miraba con
cierta distancia indiferente que llegaba a ser compasión en determinados casos,
con alguna prevención, como si fuésemos los parias, la escoria de la Iglesia; y
el tópico del seminarista rebotado había constituido un filón de argumentos
para la novela social española del siglo XX.
Y todo por lo mismo: una disposición canónica
aprobada por el Concilio de Elvira, estipulando que los curas fueran
célibes y sólo se puso en practica
cuando entraron en vigor las normas de Trento once siglos más adelante. En el
ínterin, la jerarquía miraba para otra parte y hasta estuvo bien considerado
que los obispos manejaran armas, marcharan a la guerra y tuvieran coima. Pero que contrajesen matrimonio, no. Más que
razones de santificación de la persona o por cuestión de moral, la cuestión era
puramente secular y económica. En las hijuelas y las particiones de herederos
se producían muchos pleitos y en Castilla se declaran no pocas guerras. La
jerarquía dijo entonces quita quita y se desembarazaron del mochuelo. Así que
se hizo virtud de la necesidad. Cuando algunos feligreses iban con el cuento al
obispo de que su párroco vivía amancebado, tenía mozas y en ocasiones contaba
con un harén, la Iglesia miraba para otro lado,
El primado de Toledo el cardenal de España don
Pedro de Mendoza presentaba muy ufano a
sus bastardos a la Reina Católica.
-Ya veo, ya, Eminencia,
los bellos pecados de su Ilustrísima.- decíale la Reina Santa mientras guiñaba
un ojo a su cardenal.
Por lo visto el hecho de ser
fornecinos de dignatario eclesial les
confería no solamente un título de nobleza sino también de hermosura. Sin pasar
por alto que los monasterios y las catedrales nutrieron sus filas con
candidatos a la canonjía o al cordón y el escapulario monástico con aspirantes
al sacerdocio y novicias nacidas fuera del tálamo. ¡Ah los bellos pecados del
cardenal!, Decía doña Isabel como disculpando al ínclito príncipe de la iglesia
pero nosotros no gozamos de las mismas condecoraciones.
-Mírale.
Ahorcó los hábitos.
-Qué
jodío.
-Es
un bala rasa.
-Sí.
Sí. Sí.
Las viejas cotorras de este país
emporio de la envidia y la murmuración no daban respiro al comentario sobre el
corte de mangas, trajes y hasta la sotana hecha trizas del pobre aspirante al
presbiterado que colgó los hábitos y a nosotros nos colgaron la etiqueta de Ex.
Uno anduvo en lenguas con la letra escarlata a las espaldas. Los más estúpidos
decían una sandez:
-También se puede
servir a dios fundando una familia cristiana y siendo un honrado padre de
familia.
Los que así decían confundían el
culo con las témporas, la velocidad con el tocino pues consideraba que el
catolicismo era un problema de bragueta. Sólo había un pecado para aquellos
cristianos de vía estrecha: el relacionado con el sexto mandamiento. Estuvimos
sujetos sin haberlo comido ni bebido a un injusto malditismo y a ser el
chascarrillo y la maligna sonrisa en muchas bocas
Los más americanizados decían:
-Oh
yea.
-¿Quién nos levantará
la excomunión, quien borrará el estigma y el baldón?
Teníamos desde luego madera de
santos pero hicieron de nosotros un doctrino y unos perfectos hipócritas.
En este tiempo de la Memoria mitótica la
holística y la holocaustiza y la otra del espíritu faustino y democrático nadie me ha pedido perdón a mí para
exonerarnos de la letra roja, ni dijo “mira chico, disculpa por aquellas
carbonadas”. Todavía. Eran carbonadas espirituales bien es cierto pero no
dejaban de ser cabronadas o putadas. Que putadas a patadas Los más fuertes
sobrevivieron otros se fueron al carajo pero a mí me hubiese gustado escuchar
la palabra “sorry” en la boca de algún obispo o de un arzobispo. Claro que
nosotros resultábamos muy incómodos a la jerarquía. Nos preparábamos para un
ministerio inexistente cuando san Frutos se disponía a pasar la página de su
libro de piedra y llegó Paco con la rebaja esto es el Escamplero tijeras de
poda en ristre que darían la vuelta a la liturgia, la teología, el concepto de
sacerdocio ministerio pero nunca el celibato que va y eso hubiera sido lo
primero que reformar, se lo ponían a huevo pero al Vaticano no le dio la gana.
Don Gil de Albornoz, aquella mala bestia que ocupó la primacía toledana, amigo
de Benedicto XIII, se mantuvo en sus trece y volvió a enchiquerar al bueno del
arcipreste de Hita que no era mala persona pero clérigo golfo y un tanto
corredor a lo giróvago. Torteras y lanzaderas. Las serranas de los puertos, ya
hospitalarias y acogedoras, eran sus novias por una noche. Él fue el que dijo
que tendrá la mujer grande que no tenga la mujer chica y por dos cosas vive el
hombre: por haber mantenencia y haber ayuntamiento con fembra placentera. Las
puras realidades de la vida. Aquel clérigo mozárabe sabía latín. No había quien
lo sujetara.
Pero ay amigo la Iglesia nunca dice lo siento.
Disculpas jamás y reclamaciones al maestro armero.
Sin embargo, Cristo bendito, nos
perdonaba y nos seguía considerando sus
discípulos. Para eso un día nos llamó y nos dijo:
-Tú
eres sacerdos in aeternum secundum ordinem Melquisedech.
El abrazo y la bendición del Señor
eran mucho más importantes para mí que la acolada y la imposición de manos que
-Eminencia nos quita
las buenas para que nos vayamos con las
Malas – se quejaba Juan
Ruiz cuando el arzobispo de Toledo le echó los cánones encima, un poco como el
que azupa un perro a un peregrino porque se resistía a echar al ama que era su
concubina o barragana de casa.
Total que lo metieron a presidio y
siete años entre rejas por una simple protesta. Por semejante desafuero no he
visto ningún papa que haya dicho lo siento, Juan Ruiz.
Cuando salió suelto peregrinó a Roma para
recuperar las cartas dimisorias. En la ciudad eterna se llevaría otro fracaso. Y
yo vi allá en Roma do es la santidad que todos al dinero facían humildad.
Nuestra Santa Madre Iglesia puede ser un poco
madrastra con sus hijos más legítimos aunque descarriado y con esa idea
veníamos aquellos letraheridos por la ilusión del sacerdocio, de conquistar el
mundo, de ganar almas para dios. Vaguedades y simplezas aunque no cabe duda de
que nos inculcaran ese espiritu proselitista y otras muchas cosas que dejaron
una marca indeleble en el corazón. Sí; teníamos que reunirnos, saber de
nuestras vidas, contarnos unos a otros nuestro pasado. Sería seguramente la
mejor confesión.
La idea tenía su motu
propio y respondía a una iniciativa mía pues soy un balaguero de la Red un alojero normal y corriente, como me llama
Raúl del Pozo. Soy un diácono que entona la epístola desde el ambón y que canta
las verdades del barquero pues lucho y he padecido mucho por la verdad y la
justicia.
Hoy todo es posible gracias a Internet. En una ocasión mirando un viejo álbum
encontré la foto de 1956 tomada por el
fotógrafo Ríos aquel gordo que había sido capitán de la Legión y no paraba
ametrallando el obturador de su Leika contra todo lo que se movía. Vivo entre recuerdos y archivos fotográficos.
¿Qué otra soy yo, sino un archivo? Se me
alargó la cara, mis huesos se encogieron. Represento un anaquel cubierto de
polvo y de la ilusión de los viejos libros y uno escribe no para ser leído ni
tenido en cuenta sino para cambiar el mundo. Llegaron los del boom tan
finchado. Estalló el globo. Los
fotógrafos, los periodistas, suelen ser gente extraña, poco acomodaticia pero,
cuando son de casta, y no se convierten en corifeos de la orquesta ni en meros aduladores del
poderoso, gracias a ellos tenemos el testimonio de una época.
Los tiempos que nos tocó vivir. Al mirar la
instantánea tomada por Ríos la primavera del 56 en la cual aparecía yo casi
irreconocible en la última esquina de la última fila, me pregunté qué habrá
sido de mis pipis, de mis pipiolos. ¿Qué habrá sido de Ríos el retratista? Pues
bien yo soy el retratista, el fotógrafo, el cronista y el escribidor. Toma tu
camilla y echa andar. Escribe y relata. Clama no ceses. Volví a escuchar la Voz interior.
Su timbre es inconfundible. Acaso sea la voz de Dios que posa sobre los
renglones torcidos de nuestras vidas. Él está siempre escribiendo al derecho
por más que nosotros pecadores aleemos por el mundo a tientas y a ciegas.
Aquel seminario en que nos domaron y nos
metieron en vereda se parecía por lo espartano a un cuartel. El prefecto o
presidente daba las mismas voces que un sargento mayor por aquellos tránsitos
que eran los campamentos de dios:
-
Aprended
a disciplinaros, hijos míos. Someted cuerpo, negaros a vosotros mismos. Nosce te ipsum.
¿Me conozco yo en realidad?
Dijo San Pablo que la vida es malicia milicia y, además otrora había
sido el edificio en que pasé parte de mi infancia y adolescencia Casa de la
Compañía.
-
A
formar, compañía… ar
-
Vita
militia est.
Al entrar allí es como si me hubiera apuntado
a la legión. Quise ser soldado de Cristo.
La Compañía; este es un vocablo de la jerga
castrense que al santo fundador de los jesuitas se le ocurrió cuando giraba
visita a los Tercios Españoles de Flandes cuando era estudiante pobre de la
Sorbona y subía hasta Amberes o navegaba hasta Londres, donde había españoles,
pidiendo limosna.
Él mismo había sido soldado y mercenario bajo las filas del Duque de
Nájera.
Así como en los regimientos a los reclutas
bisoños se los denomina caloyos a los de primero de latín los conocían como
pipiolos. Otros nos decían curiñas. Escribí un artículo, colgué la foto y al poco
ya me estaban llamando del Adelantado de Corobias y hasta el obispo don
Ángel Rubio se interesó por el asunto y nombró a una comisión encargada de
sacar adelante mi propuesta de concilio.
Habían pasado medio siglo y dos años desde que
Ríos disparó su objetivo y bajado mucha agua bajo los puentes del Clamores y
del Eresma. Algunos como Eugenio Pérez
Casla habían fallecido, otros habían desaparecido. Se los tragó la vida. Sin embargo, a grandes rasgos la respuesta
fue nutrida. El cinco de septiembre del
año ocho estábamos todos o casi todos.
Ya sexagenarios. Cada uno con su
propia vividura a la espalda pero con los recuerdos de aquellos años que
modularon nuestra personalidad y nuestra forma de ser que aquella mañana de
fines de verano era la del día después de un viernes en que cantamos el oficio
y nos fuimos a acostar con la oración a la Virgen del Sub tuum presidium[1].
Cada uno acarreaba su experiencia
vital, su auténtica visión del mundo. En ese momento cuando volví a trasponer
con mi coche la puerta carretera de la huerta y desear a mis compañeros que
aguardaban salud, Salutem plurimam[2] era como si me dirigiese a la
concurrencia con un decíamos ayer. Algo
emergía, se rehabilitaba un mundo nuestro.
Salíamos a flote después de las cárceles de las almas o de las prisiones
y torturas físicas de las Celdas de la Inquisición que padeció Fray Luis de
León.
En mi caso no he sido torturado pero sí
vilipendiado, escarnecido y padecido lo mío por el bien y la justicia en unos
tiempos cuando el pensar por tu cuenta y mantener un criterio honesto te depara
las calderas de Pedro Botero del ostracismo y sobre todo del ostracismo
interior, que es el peor de todos los castigos.
Hay que jugar a la presencia y estar como si no estuvieras.
Una mano negra de la calumnia y puedo decir con el excelso Fray Luis en
sus odas “aquí la envidia y la mentira me tuvieron preso”. Dichoso el sabio que se retira de este mundo
malvado y en el campo deleitoso con pobre mesa y casa en el campo deleitoso a
solas con dios se acompasa y vive ni envidiado ni envidado ni envidioso. Castilla face los homes y los desface, señala
el Mío Cid. España con frecuencia
por atavismos cíclicos deja de ser el edén en que Dios la enmarcó para trocarse
en cárcel de los pueblos. Hemos vivido
una época en que hemos sido prisioneros de nosotros mismos. Al cruzar bajo el
dintel de aquella huerta de nuestros juegos adolescentes donde había un moral
centenario y un frontón y algunos pinos que, colocados en hilera, servían de
portería cuando jugábamos al fútbol sobre el suelo pedregoso y estallábamos
balonazos contra los cables del tendido eléctrico provocando algún que otro
chisporreteo y jódete Maripuri dejamos sin luz a media barriada, en cierta
manera mi alma se conmovió ante el pensamiento de que se nos alzaba un castigo
y, nosotros que habíamos vivido extrañados, regresábamos al seno umbelífero de
nuestra Madre la Iglesia que puede ser tierna y dulce pero a veces acérrima e
inescrutable en su planteamiento. Nos
quitaban un sambenito. Mírale, iba para
cura y se salió, qué jodío. Le gustaban
las chavalas. De por vida nos dominó la
penumbra de un fracaso. Pero Salutem plurimam. Decíamos ayer. Dicas, dicas.
Y don Fausto nos preguntaba la lección y le soltábamos un rollo
escolástico trufado de latinazos y que llevamos prendido, tras empollar la
lección de memoria con alfileres recitando conceptos del pensamiento medieval
que la mitad no entendíamos. Era un buen
entrenamiento. El discurso, niño, el
discurso. Colegio antiguo de la Compañía
y desde que vi el letrero desvaído sobre el mármol gris en que decía en esta
casa vivió Diego Laínez a un lado del dintel de la puerta principal, aquella
puerta verde, otrora siempre abierta y que llevaba más de veinte años cerrada
sin ser la puerta santa del jubileo, y nunca la conseguí cruzar en mis
múltiples visitas a Corobias, no quedaba aldaba ni timbre ni nada, se me
aparecía el buen padre jesuita y nos guiñaba un ojo a los del Mayor animándonos
a ser sacerdotes santos y sabios. Luego
se despedía fantasmal alzando su gorro bisunto.
Veníamos de aquel mundo idealista de tesis y de antítesis y de cosas
poco prácticas. Las cosas del espíritu
que no sirven para nada y al propio tiempo valen mucho porque desde pequeñitos
aprendimos a ejercitar la razón y la imaginación y el seminario fue un
semillero de economistas, cirujanos, poetas, predicadores, catedráticos y
hombres de empresa que se dedicaron a la importación y exportación... de
jamones y de chorizos. A uno le tocó
inclusive las loterías aunque no nos lo dijo.
La letra con sangre entra. Allí
se nos dio un sistema, un mundo o bien redondo o bien cuadrado al que hemos
podido siempre amarrarnos Pero,
parafraseando al novelista inglés Graham Green, si England made me[3] aquel seminario nos hizo en sus
virtudes y en sus defectos en sus miserias y en sus grandezas.
Nos puso un capelo, nos condenó a galeras. Querían nuestros buenos prefectos,
superiores, presidentes, desasnarnos, desbravarnos. Educar es quitar a los educandos el pelo de
la dehesa. Claro que aquel sistema
también nos enseñó a ser pillos, hipócritas y taimados y un tanto descreídos de
tanta familiaridad que tuvimos con los santos, de tantas misas a las que
asistimos, de tantos rosarios y vía crucis como rezamos, sin ser del todo bueno
ni del todo malos. Serán expulsados los
díscolos y los incorregibles, advertía el primer párrafo que solían leernos un
lector desde el púlpito mientras desayunábamos.
A la comida después del Martirologio Romano en que se hacía mención del
santo del día y cuya gacetilla concluía con una frase lapidaria y en otras muchas
partes otros muchos santos mártires, confesores y santas vírgenes se nos leía
alguna novela de Emilio Salgari o de Julio Verne. Mi afición a la literatura arranca de la voz
anónima de aquel latino de Valdesimonte aquel llamábamos Gagula por ser este
nombre el de un personaje de aquellas novelas fantástica que nos recitaba
mientras manducábamos en silencio el cocido de cada día o el charro frito con
tres galletas de postre en la colación de la noche. En muchas otras partes otros muchos santos
mártires, confesores y santas vírgenes.
La parte más importante y lo que avala su santidad y su santidad es este
lado anónimo de los que confesaron a Cristo.
Lo externo, el ropaje de la vestidura exterior -los cánones, las
disposiciones y enredos del Vaticano, las intrigas curiales, las omisiones y hasta
la obvención y prestamera del beneficio eclesiástico, en Corobias siendo una
diócesis rica la mayor parte de los curas vivían casi en la pobreza, eso es el
accidente. La sustancia es lo que conforma el proyecto del pueblo de Dios en su
deambular, peregrino, sobre la tierra.
Es la fuerza del Dogma, su chasis, su estructura. Lo otro, el celibato,
las practicas de piedad o las modas devocionales que van y vienen a compás de
los tiempos, algo perentorio España no la va a conocer ni la madre que la parió
dijo el Guerra. Igualmente a la
Iglesia. Pero seguimos nosotros manado a
la Iglesia y a España ternes en aquel empeño que nos inculcaron desde pequeños
y siempre en la misma demanda o aureola de nuestros sueños. ¿Es que fuimos unos
ilusos? No. Nos rematan pero no nos derriban decía san
Pablo. Al llegar a aquella puerta
nosotros traíamos con nosotros la brisa del mundo y bien puede ser que en la
Iglesia a pesar de las reformas conciliares el aire siga un poco cargado y
harían falta corrientes de renovación.
Nos derrabaron pero no nos remataron. Cruzamos los charcos pero el barro
de la existencia no se impregnó en nuestros calcaños y si alguna lacra quedó
fue muy por encima. Y una duda me asaltó
bajo el dintel si hacen falta curas por que a nosotros que hemos sido fieles y
operarios de la hora undécima por qué no nos ordena el obispo si quiera fuese
de diáconos. Sería una manera de
pedirnos perdón ahora que se habla tanto de memoria histórica y se abren zanjas
y salen a la luz brechas que parecían selladas y se desentierran cadáveres.
¿Dónde está el cadáver de aquellos seminaristas que acometieron la escalada del
monte del sacerdocio con tanta ilusión y algunos quedamos por el camino? Durante la charla de confraternización que
antecedió a la misa de comunidad todos fuimos al tiempo de contar nuestras
experiencias devanar alguna de nuestras quejas. A uno lo expulsaron por ser
epiléptico porque los cánones a la sazón prohibían acceder al presbiterado a
cualquier candidato que tuviera alguna tara física. Milagrosamente luego de colgar la sotana a
fortiori curó y hoy sigue siendo fiel a la iglesia y ejerciendo una labor
cultural y pastoral con los carmelitas.
A otro le expulsaron por una tontería.
Vino a recogerle su padre desde el pueblo y a las puertas del seminario
que lloró a lágrima vida. Aún le está
doliendo a este sexagenario verle llorar a la puerta del colegio bajo el
letrero de Diego Laínez cuando era un niño de doce años. Mea culpa.
Me culpa. Pero aun nadie ha
entonado por lo que le hicieron a Tomás su correspondiente mea culpa. Hay que reparar la ofensa nos decían en clase
de Moral y sobre todo si en el daño inferido se encuentra en juego la culpa del
ofendido. Aun no se le ha acercado el
responsable o un legado del que cometió el entuerto para recitar el
correspondiente confiteor. Sin embargo
yo le digo a Tomas I am Sorry[4].
Ya no cabe paso atrás. El tiempo y la historia no se detienen
nunca. El ayer nunca vuelve pero del
ayer quedan heridas. En cierta manera
quedamos estigmatizados para siempre.
Dicen que el sacramento del orden imprime carácter pero los siete años
de seminario míos -algunos alcanzaron hasta cuarto de Teología y abandonaron al
pie de la grada presbiteral-creo que fueron los mayores de mi existencia. Ah aquel setenado en que se transformaron mis
células. Estamos en una sala de visitas
sentados en corro en la que había sido aula de música donde aprendimos a
solfear los primeros compases de aquella canción que siempre irá con nosotros
-do mi la si do si la la re sol fa mi do fa mi re si si la si do si la re do
si la - que hace chaflán. Delante
del jardín de la casa de lo que era entonces el gobierno civil. En lo alto la acrotera del gran cornisamiento
del paramento herreriano de la iglesia que corona hileras perfectas de
graníticos sillares, calle abajo y tras las tapias de la Huerta las almenas
coronadas de verdín y debajo un patinillo de relleno de cascotes y en el que no
crece nada. Todo estaba igual que
entonces. La Virgen de los Transfijos
más sola que nunca sobre su pedestal.
Los picaportes esparcían al abrirse el mismo sonido del aldabonazo. Habían enmudecido las tres campanas la del
mayor y la del menor pero aun seguían allí confidentes un poco de nuestras
horas, administradoras del tiempo que se fue, de las ordenes y también de mi
plegaria. En los cuarteles de entonces
se vivía a toque de cornetín y en los seminarios a toque de campana. Habían sido vaciadas a fines del siglo XVI y
habían visto bajar a generaciones de estudiantes por aquellas escaleras. Bajar y subir. No olía a berza ni a compota
ni a guiso de las monjas por los corredores pero a algunos nos pareció que
aquel olor que excitaba nuestras papilas seguía aun allí. En la planta noble habitaba por el Rector
olía a perfume caro pues don Julián era un cura muy limpio que siempre olía
bien y hasta gustaba acercarse aunque no tanto como a don José Pedro Carero el
de Cañaveral de las Limas que se afeitaba con goma espuma y usaba aftershave. Olía por aquella parte al tabaco americano
que fumaba don Marciano Montuno el Ecónomo.
Los honderos mallorquines incardinados en las legiones de Roma solían
llevar a los combates un arma arrojadiza denominada fustíbalo. Era como un boomerang que podía alcanzar
varios objetivos a la vez regresando a la mano del impulsor de la piedra. Por el fustíbalo de la memoria la piedra
lanzada entonces regresaba después de un viaje por el tiempo y el espacio de
medio siglos. Un carterista con arte, un galafate, nos había robado nuestro
pasado y perdonado nuestras culpas, a media sólo medias, aun quedaba algún
reconcomio, y ahora nos lo devolvía.
Hemos gemido bajo el peso de la púrpura. Rotundas pretericiones y
profundas transformaciones a lo largo de aquellos cincuenta años en que no nos
habíamos visto ni una sola vez y sin embargo íntimamente nos conocíamos. Fue como un revivir lo vivo Todos.
Habían pasado cincuenta años se dice pronto parece que fue ayer. Sí decíamos ayer y un querubín se descolgó
desde la enhiesta Torre de la Aceitera rayo y relámpago no tenía en la mano una
espada de fuego sino un lirio blanco y nos puso a todos un pensum y es como si
resucitara don Fausto López el cura rico y solitario que preguntaba la tesis
del repaso. Dicas, dicas in sermone
latino y el ponente se levantaba ascendía al estrado o púlpito que había en el
salón de grados e iba desganando los renglones y apartados del discurso
escolástico. Era una clase de
Lógico. Proposiciones. Desarrollo.
Corolarios. La fuerza del
silogismo se amachambró en nuestras vidas.
A la sombra de la Torre de la Aceitera- una alcuza clavándose en el
cielo de Corobias apuntando hacia lo alto siempre como indicando el camino de
la santidad que se escala peldaño a peldaño con la fuerza de la abnegación, la
renuncia a sí mismo, la exaltación de lo bello y lo verdadero, nunca lo útil y
diciéndonos al oído lo de citius, altius, fortius- nos modularon el
alma. Dicas. Dicas. Pero hombre ¡no te lo sabes! Clodoaldo se había atascado como en una peña. A ver Maximino y fue el de Frugales y repitió
de carrerilla toda la “lectio” de más de quince páginas sin comerse una
coma ni un punto, apenas sin perder el resuello. Un prodigio de memoria. Era un calmo día de enero después de una
cellisca y en la mañana de Corobias con un aire y un cielo purísimo resplandecía
a lo lejos, detrás de las almenas de la muralla a las que daban los ventanales
del aula la Mujer Muerta envuelta en un manto blanco. Un misterioso sudario impoluto moteado de
negrillos, sabinas, madroños, alzando sus crestas sobre los taludes y barrancos. Dicas. Dicas.
Por las fiestas del Obispillo el día que llaman de San Nicolás a Don
Chespi casi lo manteamos. Bueno no exactamente mantearlo. Fueron siete u ocho a la tarima del estrado y
cada uno de un lado lo alzaron como si fuese un palenque y lo llevaron en
procesión por toda la clase. Subieron
las escaleras e hicimos estación en la Virgen de los Tránsitos. Y empezamos a cantar con buena entonación el Iste Confessor. Don Chespi que daba Moral y cantaba en
el coro de la catedral las vísperas con don Benito, don Desiderio,
don José del Moral y don Celso el organista, una almina de dios
empezó a soltar tacos por esa boquita en latín y en castellano.
-
¿Qué hacéis conmigo, cabrones? ¿Adónde me
lleváis?
-
Al cielo.
Al cielo con él.
-
Oye que no soy la Macarena ni estamos en
Sevilla. Ni yo me muerto ni quiero que
me canonicen.
-
Iste confessor... y al famoso motete siguió el Benedictus
Dominus Israel.
Por las fiestas del obispillo no
faltaba el buen humor. Se subvertía el
orden de la casa. Los últimos serán los primeros. El rector don Julián con sus superiores (Marciano,
Pedro Recio, José Pedio Carero, el Padre Mañana, y don Martín
Martín Martín al que decían Martín al Cubo y los dos padres espirituales)
fregaban los platos y servían a la mesa a los postulantes. Al obispo se le ponía a barrer, si venía a
visitarnos y allí era cosa de ver a Su Ilustrísima don Daniel Llorente de
Federico con todos sus arreos y capisayos el anillo de oro el pectoral con
pedrería inclinado el lomo con una escoba sobre sus consagradas manos que
habían alcanzado la plenitud del sacerdocio.
Hoy nosotros mandamos coime. Pues
lo que está abajo puede estar arriba. Se
cambian las tornas. Somos los amos. Los criados eran los amos y siquiera por un
día unos seminaristas que llamaban fámulos porque hacían la carrera como
criados de servir mandaban la leva, marcaban el pensum, dictaban el orden del
día y no decían misa porque aun no estaban ordenados pero se hacía unos
simulacros de misa cantada y el escolar más joven de primero de latín se
sentaba en el trono episcopal y se le vestía de los ornamentos que el orden
episcopal requiere: sotana roja, solideo, anillo, quirotecas, cáligas bordadas
en hilos de oro, capa magna de las grandes celebraciones y del supremo boato
pontifical. En efigie se le pedía que
administrase el sacramento de la confirmación a los que se había portado mal
con el pipiolo o le habían hecho alguna judiada por entre año y les llamaba por
su nombre y como acolada les daba un cachete que en ocasiones podía ser una
bofetada. Yo soy el obispo de Roma para
que te acuerdes de mí, toma... Iste confessor. Pero que hacéis cabrones. Esto se mueve. Ay que me caigo. No se va a caer don Crespillo nosotros
le sujetamos. Estamos para parar todos
los golpes habidos y por haber... yo no soy santo canonizado para que me porten
en andas y me saquen en procesión como si fuera un paso. No es día de Corpus y no soy tarasca
tampoco. Por fin lo bajamos y el buen
sacerdote rompió a reír. Aun no se le
había pasado la cara de susto pero que puñeteros... Qué re-contra-jodidos me
parece que sois... claro que sois jóvenes y yo a vuestra edad hacía lo
mismo. Hoy la clase se suspende. Hoy quiete... tenga usted buen día don
Narciso. Ese era su nombre de pila pero
nadie le conocía por Narciso sino por la sobrehúsa mentado. El profesor de Moral tomó su teja de
terciopelo negro y se arrebujó en el manteo de cachemir y tomó el portante y
salió al viento helado de Corobias. Le
aguardaban sus monjas Peraltas, convento del que era capellán. Los viernes tocaban confesiones. Siempre me pregunté qué pecados podrían tener
aquellas almas seráficas para tener que ir a descargar el saco cada semana...
no te creas, hijo, me decía, en cada casa hay un ventano al cierzo. Y hasta
siete veces peca el justo. Don Narciso
iba riéndose por lo bajo al atravesar los tránsitos donde estaba la hornacina
con una imagen de la Pilarica se santiguaba.
Qué cosas, qué humor, qué vitalidad tienen estos jóvenes. Yo también fui joven. Recordaba quizás las inocentadas que desde 1590
cuando se fundó aquella Casa de la Compañía se venía haciendo por
tradición. Era una jaula dorada. Fue un tirocinio y un convictorio dependiente
de la casa madre jesuítica que se hallaba en Alcalá. Travesuras de estudiantes. Nuestro seminario era un edificio herreriano
que se conservaba tal cual con su patio de balcones de forja sus ventanales y
óculos distribuidos a lo largo de la fachada de estantales para subir a la
cúspide de la Aceitera por el pararrayos del patio enlosado de grandes
lajas de granito por donde se hacía la quiete los días de sol. Abajo estaba el
fumadero y la biblioteca. A partir de
primero de Teología los alumnos podían fumar y tener petaca y el día del
Obispillo había bula para entrar en las celdas de seminario mayor y hacerles la
petaca o escuchar la radio galena con que los más ingeniosos-por aquel tiempo
aun no se había descubierto el transistor- conque seguían los resultados de los
partidos en Carrusel Deportivo o regodearse en las charlas del P. Venancio Marcos los domingos, algunas de
ellas algo subidas de tono porque el Padre Venancio Marcos a micrófono abierto
disertaba en su consultorio sobre tema de moral. Escrúpulos, sexo. Con el consultorio de la señora Francis sólo
se atrevían los más osados. Claro un
cura tiene que saber de todo y estar preparado para salir airoso en la cuestión
que los penitentes le plantearían en el confesionario. Sic ad astra. Por ese camino se llegaba a las
estrellas. Queríamos escalar las cumbres
de la santidad. A algunos les gustaba la
montaña y crampón y pilote en ristre montaban los cerros, hacían descubiertas
por los neveros. Pero otros éramos más
inclinados a las cuestas abajo de los valles y hondonadas esas vegas esos oasis
con los que Castilla sorprende al viajero.
El Val de la Virgen por ejemplo donde había un convento
cisterciense. Monjes blancos cogulla
negra. Celda y coro. La disciplina para mortificar las
carnes. El cilicio para domeñar el
yo. La regla el reglamento la
distribución de las horas. El ora et
labora. Apenas quedaba tiempo para
vacar. No teníamos un minuto libre. Y esa es una fórmula dorada para ser feliz
olvidándose uno de sí mismo. O por lo
menos eso creíamos entonces que habíamos llegado a la sombra de la Aceitera a
los atrios de la felicidad. Quedaba
mucho camino. Unos llegaron. Otros nos quedamos en el camino. Nos faltaron las fuerzas para alcanzar la
meta, aquel ideal de vida. Sin embargo,
permanecería muy adentro de nuestras psiques.
Nos moldeó. Y la huella de aquellos
años de forja labró una buena reja con la cual asidos a la besana y arreando a
las mulas con que aramos los curcos de la vida.
Habían pasado 53 años desde aquel primero de octubre, una mañana de
otoño cuando un maletero que contrató mi padre, cargué el baúl con el ajuar las
camisas bordadas con mi nombre bordadas por mi tía Dominica, varios pares de
mudas, el jabón la toalla, la pasta de dientes, uno choricillos y una hogaza de
pan de matute, una caja de galletas varios botes de leche condensada. Detrás
del maletero fui zamarreando por la pista, atravesamos la calle de Muerte y
Vida, la plaza de Santa Eulalia enfilamos por San Francisco, cruzamos el
azoguejo y por la calle San Juan arriba alcanzamos la rinconada de la plaza del
Seminario. Allí el señor Juan, un
guardia civil retirado que tenía cara de pocos amigos que era muy serio pero
home de buen corazón que siempre estaba leyendo el Adelantado de Corobias en su
garita, me tomó el nombre y filiación.
Alá pasa. Así que pasen doce
cursos serás misacantano. Suerte. Yo
conocía a aquel hombre corpulento y de una estatura prócer pues fue nuestro
vecino en la casa de la Troya. De niño
le había visto bajar pesadamente las escaleras de la finca de San Valentín
número 4 en ajuar de combate (guerrera verde oliva, el mosquetón Máuser, la
escarcela de cuero, el tricornio, la capa, las botas de caña) cuando iba de
correría. Correrías que solían durar
varios días. Le decía a su mujer la
Juana que era muy pequeñita no me esperes hasta pasado el domingo,
Ruanilla. Nunca hablaba el buen miembro
de la Benemérita en qué consistían acuellas correrías en las que estaba de
servicio. Pero decían que el maquis
andaba por las sierras. Y habían visto a Juanín y a otros eminentes
guerrilleros merodear por el Cerro Matabueyes y por la Granja. Esta noche no me esperes, Ruanilla. Descendiendo las escaleras parecía al gigante
Polifemo. A los niños nos daba miedo. No
sé cómo se astillaban los peldaños de la escalera aguantando su corpulencia sus
ciento y pico kilos de humanidad. Él era
el padre de mi amigo Antojito el Mariquita al que veíamos siempre
de hábito con el cordón de Jesús Nazareno, el pardo del Carmen o la camisa de
estameña del hábito de san Francisco.
Siempre de hábito. Siempre
rezando. No se perdía novena ni triduo
que hubiera en ninguna iglesia de Corobias
y ni que decir tiene que por aquellos días este tipo de devociones
abundaban en la ciudad lo mismo que las procesiones. A la primera de cambio se organizaba una
procesión, un vía crucis y allí estaba Antojito disfrazado de capuchón con los
pires descalzos los brazos en cruz o portando una cruz enorme todo un pino de Valsaín
debajo del cual se hundía su cuerpo enclenque y enfermizo que casi no parecía
hijo de aquel hercúleo cabo de la Benemérita pues era algo esmirriado. ¿Por
qué tanta penitencia, Antonio? Y él
respondía. Para aplacar las iras de
Dios. A mi hermano lo mataron en guerra. Tenía un hermano que se llamaba Taito el cual
acostumbraba a trepar por las paredes de la muralla a la busca de nidos de
paloma. En una ocasión se deslizó y no
fue capaz de sujetarse al hueco de una socarrena y Taito se deslizó al vacío y
se desnucó. Recuerdo su entierro al que
asistió toda la ciudad. A la sazón los
entierros en Corobias eran multitudinarios.
Vino un coche de caballos negros con crespones negros el penacho también
era negro lo mismo que la caja y el color de la capa del preste que caminaba
detrás del féretro camino del cementerio del Santo ángel escoltado por acólitos con sotana negra. Sólo la albura de la sobrepelliz de los
monagos destacaba en aquel mar de luto en aquel duelo nuestro de posguerra que
no parecía tener fin. La señora Juana se
quedó dando gritos en la Casa de San Valentín.
Ay mi hijo. Ay mi hijo de mis
entrañas. Gritaba tanto que parecía que
se le marchaba la vida en un arroyo de lágrimas la pobre mujer. Sin embargo el señor Juan, el cabo Cantimpalos,
iba detrás del coche de respeto egregio.
Sin descomponer el gesto. Su tricornio charolado desafiando a la muerte
y dejándose acariciar por el sol corobino.
Vueltos del Campo santo le arreó a Antojito una buena paliza. Fue una tunda para prevenir. No quiero que te
encarames a los árboles, no quiero que te deslomes, maricón. Y debió de ser tal la tunda que mi amigo
estuvo lo menos un mes sin salir de casa.
Se le echó de menos en la novena del Perpetuo Socorro. Era mi amigo buena persona, yo nunca le falté
al respeto ni le insultaba por su homosexualidad que no era vicio de a hecho,
pues creo que el bueno de Antojito murió virgen y mártir y más casto que la
vara de San José, sino un amaneramiento femenino, eso que denominan
ramalazo. La gente era muy cruel. Yo le
ajuntaba, le cambiaba mis cromos y jugaba al gua por los terraplenes de la
Hontanilla. Cuando Cantimpalos andaba de
correría se le veía más relajado.
También he de decir que nunca dio que hablar ni dio escándalo
ninguno. Sólo aquella manera de
hablar. Esa forma de moverse que a las
claras denotaban un fallo de la naturaleza: el alma de mujer metida en el
cuerpo de un hombre. También son hijos
de Dios los gañís. Se fue a un noviciado
de capuchinos pero le echaron. A veces la Iglesia me di cuenta entonces no
profesa la caridad que tanto predica y a Antojito le expulsaban de todos los
conventos, y él decía que tenía vocación, mucha vocación, quedó para vestir
santos asiduo feligrés de triduos y novenas.
El señor Juan que ya no era aquel civilón que nos infundía terror
a los muchachos cuando lo veíamos trasponer el postigo de la puerta de San
Andrés la que dicen Arco del Socorro tercerola
al hombre y la teresiana cubriéndole el cogote y el tricornio de campaña sino
un paisano con chaqueta de paño algo más gordo (al poco moriría de cáncer de
próstata) me entregó la llave de la taquilla y allí encontré yo la beca roja y
el bonete de cuatro picos y mi sotana recién confeccionada por Blas Carpintero
que estaba tendida sobre la colcha blanca de la cama. La sotana qué
ilusión. Me aprendí de memoria una
oración que había que decir al ponérsela y al quitársela, en latín, y que
empezaba así: Indumentum meum, Domine. Dicen que el hábito no hace al monje pero yo
me sentía transportado a un futuro de grandeza eclesial de misas tridentinas,
cantos gregorianos, olor a incienso, lirios en el altar, paños al púlpito,
comulgatorios en la predela, y sermones, muchos sermones. Unas veces querría ser misionero en las
Indias. Otras de obispo, hombre de
curia, lo que no he sido nunca porque mi reclinatorio y mi comulgatorio y mi
muro de lamentos serían siempre los libros y habent sua fata libella quia Carmina aurum non dabunt[5]. No obstante, estaba claro que al
ingresar en las filas de la iglesia sentía la fascinación no sólo de la belleza
sino también la atracción del poder.
También quería ser santo, dar gloria a Dios y ya casi me consideraba en
el[6] grupo de bienaventurados. Algo parecido a aquel San Luis Gonzaga del
cuadro que pintara un pintor importante no sé si Velázquez o Claudio Coello en
la que el artista estampaba su propia visión del paraíso: un novicio jesuita
recibiendo la comunión mientras en lo alto se rasgan las nubes y por una
abertura aparece Jesús Crucificado que baja del cielo con una importante
escolta de ángeles a un lado la Virgen Emperatriz y a otro San José que maneja
una vara florecida de lirios. Mis
pensamientos eran contradictorios pero bien sabía, por lo demás, que, me
zambullía en un mar de contrastes. Por
un lado renunciaba a Satanás, a sus pompas y a sus vanidades pero por otro
sabía de antemano que al abrazar aquel estado obtenía un rango, un
predicamento, una categoría. Non nobis, Domine. Non nobis. Tuve una sensación indescriptible cuando me
puse aquella prenda por primera vez.
Creo que es la indumentaria con que se reviste mi alma desde aquella
tarde de otoño cuando el maletero Crescencio o Cresce para los amigos dejó el
baúl con todas mis humildes posesiones al pie del catre. Con aquel ajuar humilde, el matute, los
choricillos, el par de muda, las camisas bordadas con mi nombre por mi tía
Dominica que vino de Fuentepiñel el pueblo del que éramos oriundos por una rama
de la familia la de los Sardones para ayudar a mamá a preparar el ajuar. Fue un verano tórrido y expectante aquel de
1955. Los olores traían el cálido fragor
de las peñas de la cantera donde trabajaba de cantero el Tío Enrique que había
domesticado un cuervo. Aquel pájaro iba
siempre posado sobre su boina. El amo le
había enseñado a decir algunas palabrotas como:
-Chico si te cojo te
capo.
El Tío
Enrique no era muy amigo de la gente menuda y nos miraba con malos ojos si nos
dejábamos caer por la obra donde él atacaba la gubia, cribaba la grava. De vez en cuando ponía algún barreno y
mandaba a su pájaro amaestrado a que mantuviese a todo el mundo lejos de las
inmediaciones de sus premisas donde él se sentía el rey del mambo o mejor dicho
del granito. Los tacos del cuervo,
cuando era menester, poner cargas de dinamita para horadar huecos, se hacían
más perentorios y subidos de tono. Ya no
nos amenazaba con cortarnos la pilila sino que nos ponía de hideputas pa arriba.
-Que te has pasao
que te has colao que a tu madre la jodió un soldao.
Como por aquellas calendas la
guarnición era firme muy nutrida, numerosa. Había que sentar plaza de algo. Corobias contaba con dos regimientos, uno de
artillería y otro de carros, por nombre la Base Mixta, un picadero de
caballería que mandaba un alférez con la cara enorme que medía dos metros, el
padre de mi amigo Rafa, a quien zurraba de lo lindo cuando llegaba de la
Remonta algo bebido y unas veces por razón y otras sin causa el bueno de Rafael
probaba de la correa o se acostaba muchas noches sin cenar. Aparte de eso, estaba la Academia de
Artillería, con una agrupación de Intendencia, una compañía de Ferrocarriles
que no vestían de caqui sino de azul y llevaban por pasador una locomotora
dorada y luego el Tercio de Oficinas Militares.
Su distinto era una estrella blanca enmarcada en un rombo. La tropa estaba en todas partes y a todas
horas. Niños y militares sin graduación
no pagaban y entraban gratis al fútbol de los domingos para ver los partidos de
la Gimnástica.
El Tío enrique no podía ver a los
curas ni a los militares. Le hacía decir
a su tordo amaestrado muchas insidias y procacidades. En la guerra peleó junto a los rojos y hacía
poco que acababa de salir de un penal.
Con sus anteojos de cota de malla que nadie podía saber como era capaz
de ver con aquellos alambres- se le había saltado un ojo siendo mozo con una
esquirla que fue a alcanzarle- nos miraba amenazador. Y a nosotros no nos gustaba mucho la cantera. Era un paraje casi lunar. Julito Camarero decía que era un buen sitio
para emboscada:
-Aquí se podría rodar
una película de buenos y malos.
Nosotros nos pendíamos por entre
las zarzas jugando a los apaches o a guardias y ladrones. En una de aquellas tenidas fue cuando le
vimos a la Mari la de la señora Marce las bragas. Las tenía blancas. Rodó por el talud de un berrueco de aquellos
cubiertos de musgo y de hongos antiguos que don Lisardo el profesor de Geología decía que eran del cuaternario y
nos hizo una foto. Quedamos todos como
petrificados. La hija de mi vecina tenía
unos tobillos bien torneados, piedras bonitas y muslos poderosos. Estaba muy desarrollada la niña y se le
insinuaban las turgencias de los senos bajo el vestido. Era algo marimacho pues siempre andaba en la
cuadrilla de los niños jugando a la malla, al zorro pico y zaina y a las
piernas.
-Enséñanoslo, anda
¿-Cuánto me dais?
-Cuatro pesetas.
Hicimos recaudación la pandilla y
no llegábamos entre perra gorda, perra chica y
realines a 3.75 pts.. La May nos
hizo un precio de amigo por aquella contemplación. Se subió la falda y se bajó un poco las
bragas.
-Se ve pero no se toca
eh.- advirtió la rapaza entre orgullosa, arrogante y conminatoria.
Nos estaba haciendo un favor, nos estaba
perdonando la vida.
-¿Eres
virgen?
-Que
pregunta.
Ya alguien debía de haber pasado
por aquel rastrillo de su persona lo que unos llamaban meter al pájaro en la
jaula o subir al cielo con el águila. ¿Quién inauguró el túnel? ¿Quién se sumió
en el pozo profundo de sus besos? Ya la tenía pues, como decía el cura
Severino.
El Venan que era un putas y se informaba de
todo nos informaba que la May ya conocía la gracia de Dios y que se la estaba
tirando aparte de un furriel de Mayorías el asistente del alférez de la
remonta. Total que ya estaba encentada e iba con dos al de por junto. Hombres
objeto de usar y tirar
-¿ El padre de Rafa y
de Ruanito?
-Ese mismo. Lo que son
las cosas
El Venancio fue a tocarla pero ella
le dio un manotazo mientras hacía acopio de la recaudación.
-¡Quieto,
galán que las manos van al pan!
-¿Y por hacerlo todo al
completo?
-De eso nada
monada. Vosotros sois unos mocosos. Aun no se os empina. Adiós
Y salió corriendo de estampía por
entre las peñas. Saltaba como una corza
encelada. Quedamos todos con la miel en
los labios. Y todos en cuadrilla sacamos
nuestros poderes y empezamos a masturbarnos furiosamente.
-A mí me viene.
Bienvenido a la vida mi primer
semen.
El Venancio nos dijo que la May era algo puta
y que vendía sus favores a los militronches.
Se la había visto merodear por los hoteles de Valdevilla seguida
de un machacante del brigada Tronero, uno de codorniz. Luego resultó que la sacó para adelante y a
la May su padre el maestro Requeja la tuvo que meter en las Oblatas. Al niño lo metieron en el hospicio. Aquel verano del 55 había descubierto el
sexo, esa angustia, esa comezón. Mi
vecina nos había dejado a todos con las ganas.
Creció en mí el sentimiento de culpa, la angustia del pecado, el temor
al infierno y creo que decidí meterme a cura
para expiar aquel pecado horrible.
Fui a confesar la falta a un monasterio de jerónimos pero para mi
sorpresa mi confesor no sólo no quedaba extrañado de mi atrevimiento sino que
también no paraba de hacer preguntas tan interesadas como morbosas sobre lo que
había dicho el Venan acerca de nuestra tanteadora.
-¿Y esa May quien es?
-La hija del maestro
armero, la hermana de José Luis el Pastitas, padre.
-Y¿
se desnudó ante todos vosotros? Pues vaya con la niña
-Así es Fray
Dimas. De cintura para abajo se quedó
igual que su madre la echara al mundo.
-¡Qué descocada! Y vosotros mirando qué asco.
-Anda y que cosa íbamos
a hacer. ¿Taparla con un sombrero como hicieron la semana pasada en los toros
de Cuellar con uno al que un astado le rasgó los pantalones y lo dejó con el
culo al aire? El asco era muy rico.
-Pero todavía te ufanas
de haber ofendido a Dios, mostagán. Lo que hiciste es una cosa muy fea, un
pecado mortal. Y recalcitrar en el error lleva doble penitencia. No sé sí voy a
poder absolverte. Eso es pravedad de materia.
Fray Dimas en ese momento me pegó
un tortazo pero siguió preguntando:
-¿Y cómo lo tenía?
-Cómo lo tenía. ¿El
qué?
-Pues eso... eso.
-Muy recogidito y
oculto tras unos pelillos largos. A la May ya le hacen bulto las tetinas. Ya es una mujer.
-¿Y no os da vergüenza,
cerdos que no sois más que unos cochinos?- me recriminó.
Me echó una bronca de aquí te
espero y todavía me escocía el sopapo el buen
jerónimo pero siguió indagando como si él mismo bebiese también los
vientos por la May. Decía que no pecamos
de obra sino de deseo y sin catar la gracia de Dios, y ya que uno se condena,
pues a condenarse de a hecho y con todas las consecuencias
esto es consumando según el confesor manifestaba. Y tanto que nos quedamos con las ganas porque
la muchacha nos dio las más rotundas calabazas de nuestras vidas [la May era
una calientapollas, una teaser que dicen los briítos] y que en otra
ocasión había que evitar las ocasiones que nos llevan a los infiernos y a la
eterna condenación pero se le tomó la voz como si estuviera excitado.
Debajo del cinto y del escapulario pardo de la
orden jerónima se le abultaba una prominencia sospechosa.
Entonces me di cuentas de mis dotes de
narrador y mis habilidades para el teatro.
Había conseguido poner cachondo al confesor. Era Fray Paja una especie de apagafuegos
oficial de nuestras confesiones con saco grande y pesado pues había logrado fama de manga ancha. A Fray Dimas le llamaban Fray Paja. Todas las mujeres de la ciudad que habían
tenido un desliz o un lío si eran casadas acudían a arrodillarse ante el
tribunal de la penitencia presidido por aquel fraile algo desgarbado y
legañoso. Con una se tiró en el
confesionario tres horas de reloj. Debió de ser un caso muy grave.
Era, por lo demás, un monje muy
chapado a la antigua. Pertenecía a una orden que había sido rica e importante
en tiempos del emperador pero que ahora andaba de capa caída. Los pocos
jerónimos de aquella comunidad andaban con los zapatos rotos y lleno de
remiendos. El Padre Dimas lucía un cerquillo rasurado a navaja a la antigua
moda. Semejante al que lucía el
inquisidor Torquemada en su colodro.
Ni que decir tiene que a mí me
impresionó no sólo el pecado que cometí con el columbramiento de sus bragas
sino el poderío de sus nalgas y anduve meses e incluso años obsesionado por
semejante escatológica visión. Aquel
verano había descubierto el sexo y las verdades de la vida. Y me vino el primer semen como un río de
vida. Aquellas albricias fueron una delicia. Tuve muchos sueños mojados. Soñaba
en valkirias. La May era una valkiria que bajaba del olimpo a hacer grato el
descanso del guerrero y ella misma bajaba con un tarro a modo de cáliz para
probar el gusto de la ambrosía y en ocasiones incluso me daba de mamar y yo
apretaba mis dientes contra sus pezones:
-Ay que me haces daño,
bruto.
Para arrepentirse tiempo habría pero yo empecé a tener escrúpulos.
Solaba no sólo en cosas eróticas sino
que también tenía otras pesadillas como verme rodeado en el infierno de un
informe que me pinchaban las posaderas con un tridente mientras cantaban:
-Ya le roen, ya le
croen por do más pecado había.
Traté de poner freno a tanta incontinencia y
decidí hacerme místico, me compré unas disciplinas y me zurraba de lo lindo las
espaldas de medio cuerpo para arriba y me encerraba horas y horas en una
cochiquera donde me pasaba las horas muertas a oscuros escuchando el gruñir del
marrano. Abría la puerta de la corte y empezaba
as predicar a los peces y a los águilas después de decirle misa a mis
amigos que se hacían cruces al verme en aquel
estado revestido con una casulla de papel. Debía de pensar el Vences que
yo había cambiado mucho y hasta me miraba con ciertos aires de respeto como a
un difunto o a un enfermo al que se le escapa la vida. Yo había decidido apartarme de aquella
podredumbre haciéndome cura.
¿Te arrepientes de todo
corazón, niño?
-Sí me arrepiento.
-Pues más te vale. Parece mentira de ti; un mocoso como tú y que
sabe mucho más que te han enseñado. Has
de evitar las ocasiones, hijo. Y de
ahora en adelante sepas que eso de merodear por la cantera, nada. Queda terminantemente prohibido.
-Sí, Padre.
-¿Algo más? Ya sabes que si te dejas algún pecado esto no
te sirve. Haces una confesión sacrílega.
Pierdes el tiempo y ofendes más a Dios.
-No nada más.
-Pues de penitencia me
vas a rezar cien rosarios, estar tres viernes a pan y agua y rezar cinco veces
el Señor Mío Jesucristo de rodillas y con los brazos en cruz. Debajo de cada una de las rodillas te pones siete
garbanzos que son figura de los siete pecados capitales y procura que los
garbanzos sean gordos. A ser posible de Fuentesaúco. Quítaselos a tu madre del
remojo y su te preguntas le dices que quieres santificarte.
También me impuso de condena para
purgar mi pecado llevar cilicio en la parte del muslo pero no lo cumplí porque
aquel trebejo de tortura y mortificación no sé por qué me parecía un fetiche
sexual que me ponía cachondo y las púas de la rodela me recordaban los pelillos
de la adolescente que apuntaban traviesos y erectos sobre su vello púbico. Algo
estaba naciendo en mí que fui precoz. Era un potro sin sujeción que me sentía
incapaz de dominar.
El ser humano es agua, pilosidad y muchas
cañerías como decía un amigo mío. Lo de los garbanzos fue más grave pues me
hicieron herida que se trasformó en llaga y la herida se me infectó rematando
en pústulas.
-¿Por dónde has andado,
chaval?- el médico del cuartel al que me llevó mi padre estuvo a punto de
diagnosticar unas purgaciones.
Anda que como estaba la
Medicina. Un sifilazo y yo sin comerlo ni beberlo. Después de la guerra el mal
gálico era endémico y el comandante De Miguel me preguntó si no había de hacer
de cuerpo a las letrinas del regimiento. Pues no vuelvas jamás por ahí, chaval,
que te puedes encontrar con lo que menos vas a esperar. Se puede contagiar el
morbo sentándote en un guater o bebiendo del vaso en que ha bebido un portador
del virus.
Anduve un poco cojo y quebrado durante algún
tiempo y acordándome de la madre que parió a Fray Paja y a todos los de su
cuadrilla.
Ni que decir tiene que desde que le
vi las bragas a la May mi mano no encontró reposo. Hasta creo que me salió un callo en el dedo
meñique de la mano izquierda de tanto darle al ale manita.
Otra vez a pasar por el trance y la tortura de
declarar en mi contra sobre cuestiones tan íntimas y sentimentales y de nuevo
el interrogatorio de cuantas veces, donde como cuando por qué; en total las
seis uves dobles del periodismo: who, whom, why, where, when, what. Lo malo es que uno había pecado solo y sin
compañía. Patético. La masturbación por aquellos días se parecía
a la carrera del corredor de fondo. Irse
al infierno en cuadrillo hubiera sido un poco más divertido. Pero no hay tutía: en el pecado solitario uno
peca por dos. Habíamos hecho norma del
consejo de Agustín pecca fortiter.
Pasados
muchos lustros de mi vida aquellas subidas y bajadas al Parral me parecen
niñerías. El tiempo se ha encargado de
borrar las heridas de aquel verano de torturas pero quedan las marcas. Y desde entonces tengo mis reservas y
prevenciones hacia la confesión auricular o lo que llamaban exmologesis. Te ibas a arrodillar no ante un sacerdote de
la ley sino que te quedabas a los pies de los caballos a merced de un reprimido
mental que te sobaba por los hombros y te arrimaba la cara y si no andabas listo
te metía mano. La gazmoñería en los
conventos suele acabar en mariconería.
No sé si don Marciano Montuno que era un tipo duro como buen capellán de
la Legión y que pegaba unos sopapos impresionantes, acostumbrado como estaba a
correr la baqueta, como en el Tercio, que te dejaban tarumba, pero muy sano y
normal por ese cabo, un tío vaya, a mi que no me vengan con mariconadas, fue el
que propuso de echarnos bromuro en el agua.
A ver si se nos desempuñaba.
Y lo más grave de todo no era
ofender a Dios sino que tener luego que ir a confesarse con Fray Paja que podía
ser un santo según decían pero también un tipo algo repugnante sobre todo a
partir de su escabrosa curiosidad sobre el cuantas veces y las seis W
periodísticas. Se daba una maña especial
en sacarte los pecados con sacacorchos.
Peor que el infierno aquel interrogatorio pero no quedaba otra
opción. El padre Dimas no salía de su
monasterio y con cualquier otro cura de Corobias te los topabas cada dos por tres andando por
la ciudad y vete tú a saber si no se chivaba, pues eso del sigilo sacerdotal ha
sido algo muy elástico, un instrumento de control de la mente y una
manifestación del gran poder clerical, si no se chivaba al padre de la May, el
maestro Conrado y éste a su vez se lo decía a tu papá y cobrabas una buena
paliza. Menudo era mi padre. Menudo el señor Conrado.
-¿Cuantas veces has
quebrantado el Sexto Mandamiento?
-Creo que unas 300 más
o menos.
-¿Tantas?
-Es que no puedo Fray
Dimas. No puedo. Es más fuerte que yo. Pienso en
La May y no se me baja.
-Pues te participo que
moralmente te condenas y físicamente te estás haciendo polvo. No vas a crecer, te vas a quedar
escuchimizado y raquítico. Y eso si no entra la avariosis o la tuberculosis.
¿-Qué es eso?
-Dos
enfermedades venéreas que suelen contraerse por la masturbación. Si sigues así te tendré que negar la
absolución. Te tendré que mandar al
penitenciario. Esto está pasando de
castaño oscuro. Es pravedad de materia-
dijo Fray Paja.
-Eso no. A Don Demoque no.
Al penitenciario que era un
canónigo muy gordo que enseñaba Moral le llamaban por ese
apodo de Demoque porque era un tipo muy deductivo y siempre estaba
sacando conclusiones. Era todo él una
conjunción ilativa. Conocía el Derecho Canónico de pe a pa, y por tanta casuística
conocía todas las aberraciones de las que es capaz el ser humano. Siempre a vueltas con expresiones como por
tanto y de modo de que. Perdonaba los
pecados sub conditione y decretaba penitencias rigurosísimas que eran
muy difíciles de cumplir al estilo medieval como echarse a los pelos puñados de ceniza. Peregrinar a Roma o a Jerusalén y a las
adulteras les mandaba lloverse un baldón y coserse en letras muy gordas un cartel
al hábito que dijera: soy puta. Por
culpa suya hubo algunas violencias de género más de una y más de dos en la
ciudad y emplumaron a muchos. Era
rigurosísimo con las debilidades de la carne.
Salí de aquel hermoso y brío
convento la nave gótica de la iglesia siempre solitaria con un dolor de oídos y
la cara me ardía y mis rodillas penitentes me ardían. Fray Paja apestaba a cebollas y tuve que
soportar su aliento y sus filípicas allá más de tres cuartos de horas. No dejaba de pensar en la May.
Pienso en La May y no
se me baja.
-Pues te participo que
moralmente te condenas y físicamente te estás haciendo polvo. No vas a crecer, te vas a quedar
escuchimizado y raquítico. Y eso si no entra la avariosis o la tuberculosis.
¿-Qué es eso?
-Dos enfermedades
venéreas que suelen contraerse por la masturbación. Si sigues así te tendré que negar la
absolución. Te tendré que mandar al
penitenciario. Esto está pasando de
castaño oscuro. Es pravedad de materia-
dijo Fray Paja.
-Eso no. A Don Demoque no.
Al penitenciario que era un
canónigo muy gordo que enseñaba Moral le apodaban así Demoque porque era un
tipo muy deductivo y siempre estaba sacando conclusiones. Era todo él una conjunción ilativa. Siempre a vueltas con expresiones como por
tanto y de modo de que. Perdonaba los
pecados sub conditione y decretaba penitencias rigurosísimas que eran muy
difíciles de cumplir al estilo medieval como cubrirse los cabellos de
ceniza. Peregrinar a Roma o a Jerusalén
y a las adulteras les mandaba lloverse un baldón y coserse en letras muy gordas
un cartel al hábito que dijera: soy puta.
Por culpa suya hubo algunas violencias de género más de una y más de dos
en la ciudad y emplumaron a muchos.
Era rigurosísimo con las debilidades de la
carne.
Salí de aquel hermoso y frío
convento la nave gótica de la iglesia siempre solitaria con un dolor de oídos y
la cara me ardía y mis rodillas penitentes me ardían. Fray Paja apestaba a cebollas y tuve que
soportar su aliento y sus filípicas allá más de tres cuartos de horas. No dejaba de pensar en la May. Había sido mi
sueño erótico en el torrente de aquel verano desembojado. Yo creo que para
lavar y resarcir aquella culpa ingresé en el seminario. Sentía una profunda
vergüenza y la vergüenza luego sería obsesión y después trastorno, cepo de un
delito inexistente que sólo cabía borrar
a fuerza de jaculatorias que repetiría sin cesar cuando en medio de un
silencio impresionante – sólo se escuchaba el frufrú de las sotanas y el
cloqueo de las sandalias sobre el encerado- iba repitiendo ayúdame Jesús mío
antes de morir que pecar. Pues sí que estábamos buenos. Acababa de cumplir los
once años, edad preceptiva para el ingreso, y ya estaba yo hecho un pecador
empedernido. La absolución de Fray Paja no es que me tranquilizara mucho la
verdad. Fue una experiencia de lo más desagradable aquella confesión y tardé
mucho en bajar a aquel monasterio extramuros enclavado en uno de los parajes
más bellos de la ciudad. Lo llamaban el Paseo de los Melancólicos cuya vega se advertía una ciudad enhiesta y
como transfigurada. Corobias toda ella puente y torre que guarda la linea hasta
perderse en el tajamar del alcázar donde matrimonian las aguas del Eresma con
el Clamores.
Haber nacido en ella imprimía ese
carácter aventurero y soñador muy apegado a las tierras ocres de pan llevar y
el azul de los cielos limpísimos. Corobias fue siempre patria de adelantados y
soñadores cada mocuelo en su olivo cada señor encastillado en su torre. A la
fuerza tuvieron que acabar todos en poetas perdidos tañedores de la lira de las
tabernas y mancipos de las tabernas una de dos y sin término. Extremistas sin
comparación. Radicales hasta la aberración y comuneros que marchaban por la
vida como diciendo aquí estoy.
Empecinado en corregir el vicio y
horrorizado por algunas lecturas como la de una autor húngaro muy popular en
las escuelas católicas de aquellos días gran propagandista de la castidad entre
la juventud y que decía que se puede contraer la sífilis o la tuberculosis con
el placer solitario y que si lo hacías muchas veces podría agujereársete el
paladar o volvérsete los sesos aguas, aborrecí el sexo de tal manera que estuve
todos los cinco años de latín y dos de filosofía sin meneármela. Ni una paja
durante un septenio el tiempo que tardan en mudarse las células. Se dice
pronto. No era cuestión de ver la botella medio vacía o medio llena sino que se
me representaban todos los ardores del infierno. Las bragas rosas de la May
constituían la puerta de entrada a la casa de Satanás. Su sonrisa amable y
seductora, sus carrillos pintados de coloretes, era como la manzana que tentó a
Eva y yo me dije no señor por ahí no paso. Por un momento de placer condenado
por toa la eternidad y para siempre. Para siempre. Y forcejeaba con todas mis
fuerzas contra la tentación. Cuando bajaba la guardia zas. Allí estaban las
bragas de mi vecina subiendo y bajándose y dejando entrever el arco de la
felicidad: su pubis recio apuntalado entre dos mulos poderosos y bien
torneados. La alameda que baja desde las últimas casas del barrio de San
Lorenzo hasta los pretiles del puente de San Marco un locus ameno del clásico por
donde solían pasear como unos refugiados los canónigos por el mes de febrero
pues el hoyo del Eresma no estaba tan expuesto a los inclementes cierzos que
suelen soplar sobre la ciudad los meses de febrero y marzo representaba para mí
la grata senda del infierno. Por el verano no se podía ir son toparse con
alguna pareja de enamorados que probaban mirando para el tendido quiero decir
el impresionante skyline medieval del antiguo u podium segoviense. Aquello era
un escándalo y hubo bandos municipales penando con multas de cárcel a los que
fuesen pillados in medias res y a calzón
caído. Río abajo había un almacén de vinos justo de frente de la vieja
parroquia de san Marcos el viejo arrabal románico y detrás de la Vera Cruz.
Aquel olor a vino todavía mantiene en vilo las mías pituitarias lo mismo que
los pellejos de cuero que colocaba el vinatero a las puertas de la tienda. Los
días de mercado veíase subir por la cuesta a los carros del porte vinícola
cargados hasta los topes una reata de seis mulas en hilera. Iba camino de
Sepúlveda, Peñafiel, Turegano. Aquellos pellejos badurnados de pez parecían
figuras humanas pero un hombre convertido en cerdo con la risa escupida de la
beodez y los bracitos cortos como haciéndole un corte de manga a los dioses.
Cantaban los cubos de los ejes, se balanceaban isócronas con todo el peso las teleras. Detrás del carro
dos galgos y un podenco adormilados que ya debían de ir borrachos lo mismo que
el carretero que daba voces y pronunciaba juramentos meneando la tralla por
encima de los machos y asnos de ir mucha alzada y de firme borren a los que
llamaba a cada uno por sus nombres. Atilano iba muy tieso sentado en la vara
izquierda junto al fanal muy digno y nada temblante y ya se había bebido para
almorzar medio cuartillo. No se le notaba nada. Por eso se tomaba la vida con
filosofía. Cerca de la puerta de San Cebrián paraba el convoy, echaba la galga,
asentaba el tentemozo y se quedaba a la vera del camino para enjugar su sudor y
afanes de arrieros con un traguillo. Se fumaba un cigarro y se quedaba sentada
sobre una piedra redonda que estaba allí desde el tiempo de los romanos. Debió
de ser un sillar del monumento a Baco que había sido derruido. Le tenía
querencia se conoce y era el mismo sitio donde se sentaba san Juan de la Cruz
cuando subía desde su convento a confesar a las monjas. Entre sus penitentes
estaba Teresa de Jesús. Corrieron murmuraciones por la ciudad de que el fraile
de Hontiveros y la santa abulense se entendían en el confesionario. Como
llegaran murmuraciones a oídos de Santa Teresa ésta decidió cortar por lo sano
y un día de madrugada abandonó y aquí, en esta misma piedra donde se sentaba
Fray Juan se sacudió el polvo de las sandalias y dijo muy sentenciosa:
-De
Corobias ni el polvo de las zapatillas.
Y nunca se la volvió a ver cruzar
bajo los ojos del Azoguejo.
El arriero de San Marcos y se
llamaba Atilano y era de Zamora había oído contar muchas veces aquella
historia. Por eso tenía querencia hacia la piedra santa. Le gustaban las viejas
piedras y en sus albarcas el polvo de muchos caminos. También era gnómico
sentencioso y era partidario que el cura, si no depara la felicidad, cura
muchas cosas. Sabía que Dionisio era el dios de la huida y de la humanidad
vencida. Cuando no hay remedio litro y medio y a veces las cosas se ponen de
tal forma que es menester “olvidarse” y “dormirla”.
Atilano también había sido
seminarista pero al estallar la guerra se fue al frente, se echó por novia a la
Macrina que era su madrina de guerra, le escribía cartas de amor, le mandaba
estampas y soplillos y a veces jerseys muy abrigados que ella tejía con sus
propias manos, y no regresó al seminario. Le faltaba un año para cantar misa.
Atilano era un espejo de filosofías. Los tientos a la bota le hacían tomarse la
vida con calma y sentarse al borde del camino en la piedra donde hasta un santo
puso sus nalgas y una santa se sacudió el polvo de las sandalias. Enfrente
estaban las aceñas de San Marcos pero ya no daban vueltas las muelas de los
antiguos molinos y las cecas de la antigua Casa de la Moneda estaban
abandonadas. Las mulillas apuraban la hierba de la vereda. Se escuchaba a lo
alto el graznido de las chovas que anidan entre las peñas grajeras, en los
huecos de los niveles que dejó el agua. Corobias antes de ser Corobias fue un mar
y allí vivían dinosaurios y hasta rinocerontes. Pasaba en ese momento el cura
de Zamarramala también muy tieso y digno con su dulleta impecable y su teja de
cachemir calle adelante. Era tan delgado que no parecía costarle trabajo subir
las cuestas. Las fuerzas decían se las daba el vino pero las agarraba
silenciosas. Algo se le notaba en su paso zigzagueante cuando bajaba a cuando
subía y es que habían caido durante el trayecto dos botellas de añejo que él
guardaba celosamente en los bolsillos de la sotana o arropaba entre sus manteos
si hacía frío pero jamás se le notaba que empinaba el codo. Sólo su rostro
colorado y la nariz que adquiría el color altamente bermejo de las berenjenas
como consecuencia de su alcoholismo pero al cura de Zamarramala nadie le
notaba que en sus tripas viajara tanta
compañía. Aunque le llamaban don Berenjenas. Era un cura muy listo, tan listo
que se tiró al surco y se echó a la bebida. Buen canonista, las atrocidades que
presenciara durante la guerra civil le habían hecho perder la fe pero tenía que
seguidor siendo cura. Y no era de los peores. Atilano y don Ceferino eran
buenos amigos. Estudiaban en el mismo curso y él estuvo en su cantamisa el día
de Santa Águeda. Se corrieron los dos una buena juerga y cogieron una buena pítima.
Su amistad perduraba desde entonces.
-Atilano,
¿qué hacéis ahí como unos pasmadotes?
-viéndolas
venir, Ceferino. Voy de recua. ¿Hace un trago?
-Eso
no se le desprecia a un amigo
El cura se echaba la teja solemne
hacia atrás y gangueaba un envite largo y solemne de la bota del carretero.
-Buen
corcho tiene este vino. Caramba. ¿Dónde ha nacido?
-En
Aranda.
-¿De
la ribera?
-Legítimo
-¿Y
adonde lo llevas?
-Voy para mi tierra.
Quiero envolverlo con el vino de por allí y a ver qué resulta
-Pues algo celestial,
querido. Esto no es vino. Es canto gregoriano.
-Ya. Ya. Justo lo que
nos receta el médico a ti y a mí.
-Bueno, con Dios,
hermano. Buen viaje y que no te pierdas por el camino.
-Que ha de hacer. Este
es el oficio de ir y venir que llaman acarrear.
-Sí. Mientras vamos y
venimos… te veo a la vuelta, Atilano.
El arriero se despedía de su amigo
el cura de Zamarramala, enganchaba las mulas, ponía al delantero la mejor
collera. Tomaba la tralla y Yia. La reata se ponía en movimiento y volvían a
cantar los cubos y las teleras a balancearse con los pellejos de vino en la
panza, anticipo de tantas borracheras, quitapenas al pairo de las adversidades,
antídoto contra el tarazón congestivo de las barrigas con estreñimiento, alma
también de broncas y peleas de aquellos que no saben comportar tan divino y
liquido elemento pues ya lo dice la norma: al vino como rey y al agua como
buey. Pero esa máxima se suele desatender desgraciadamente con harta frecuencia
en Toro y en Peñafiel. Entonces el vino se convierte en compañero del diablo.
El diablo en la botella. Erifos sale de la botella y empuña una navaja. Al
legado de Noé había que acercarse con mucho respeto. El cura de Zamarramala era
de ese criterio que en su vida no llevaba a la práctica. Haz lo que yo diga y no
hagas lo que yo haga. Ahí también se cumplía la máxima. Tampoco Atilano el cual
camino de los campos Góticos a media legua del arrabal volvía a hacer otra
parada en el ventorro de San Pedro Abanto donde había un letrero que ponía más
vale aquí mojarse que enfrente ahogarse. Pernoctaba en Santa Maria de Nieva iba
a ver a la soterraña ante cuya imagen se prosternaba y le pedía a la virgen
garbanzos para la olla y vino para el barril, según la costumbre. A la mañana
siguiente su carro se adentraba en las Morañas. Otro en Alto en Ataquines y
otro en Arévalo y otro en Medina y eran Urueña hasta alcanzar las lindes de
Zamora. Yendo y viniendo Atilano era un hombre feliz. Arrieros somos.
Esta visión y cosmovisión del soto
del Parral me puso en huida. Sentía tristeza de aquel monasterio que está sin
terminar. Por sus paredones se paseaba el fantasma, como el rey de Granada
entre la puerta de Elvira y la de Bibarrambla del marques de Villena ensalmador
y quiromante. Levantó aquel convento para ser enterrado. No pudo rematarse la
fachada que quedó a la mitad. Se acabó el dinero pero ahí quedó el campanario
neogótico que fa un sello inconfundible al paisaje de la ciudad. Tampoco el
claustro lo pudo rematar. Se terminó el dinero y el alma en pena del marqués se
paseaba por sus dependencias en las noches de plenilunio. Tenía fama de díscolo
– ni palabra mala ni obra buena- de hereje y algo maricón según referencias de
las hablillas de Toledo. Pensé que por estas casualidades de la metempsicosis
el marques de Villena pudiera ser el mismo Fray Paja en él se reencarnó.
-¿tú crees en la
trasmigración de los espíritus?
-Brujas haberlas
haylas.
Juan de pacheco el conde de Villena se paseaba por la
alameda-yo lo vi- con su casaca verde, jubón de tiras almidonadas la sobrevesta
grana para espantar murciélagos calzas de seda rosa almilla de hilo sobre la
túnica encarnada borceguíes de lamé espada de plata que los sábados de puchero
enfermo alternaba por chilenas pues así
estaba escrito en la vieja ley que él guardaba a escondidas por más que en su
palacio colgasen marranos de la viga de sus palacios jamás masticaba tocino el
nigromante. Era muy lampiño y polido pero cuando podía le tiraba de las barbas
al rabí.
Estampa de lindo
don Gil de las calzas verdes la cincha de cuero bien ajustada y sus polvos
mágicos dentro de la escarcela. Iba echando humo por los ojos y por la nariz.
Fue el primero en fumar cuando aun no se había descubierto el tabaco. Portaba
bajo el tabardo hojas disecadas que luego deshilaba y apelmazaba pacientemente
con el puño y así liaba sus vegueros de Vuelta abajo sus targaninas y sus
farias.
-
Me fumo un
cigarro puro y que se hunda el mundo. Doy mi palabra que no vale nada. Las
palabras son humo que se lleva el viento. Por decir y prometer que no quede.
Las obras son otra cosa sobre todo cuando hay que aportar dineros.
-
Danos y danos hasta que no te conozcamos hasta
quedar tuertos, rendidos por el vino sobre la hierba que luego amainará la
borrachera con el elixir que tú me diste, las píldoras doradas. Somos químicas.
Agua, humores, pura química, acción y reacción. Echo humo para ahuyentar los
malos espíritus que rondan.
Aficionado a la
alquimia contaban las malas lenguas que hizo echar andar a u muerto cuyo
cadáver había conservado en formol en su casa de Toledo pero con tan mala
suerte qué cuando estaba evacuándole al vuelto a la vida el exorcismo y
vertiendo sobre su cabeza el agua de gracia en ese momento llegaron los mangas
verdes.
- Alto a
la Inquisición...
Pusieron en don Juan Pacheco en Toledo cual digan dueñas
y allá fueron ellas. Pues salió a la palestra el judío que el marqués llevaba
dentro. Y allí se acabó el invento del quiromántico. El bautismo del resucitado
quedó in medias reses.
-
Alto a la
dueña
-
No estoy haciendo nada por qué me prendéis-
dicen que dijo a los corchetes y un alguacil le contestara:
-
Eso dígaselo al juez señor marqués.
Pero como el juez
era amigo suyo lo soltaron a los tres días y el de Villena siguió practicado la
magia negra en sus calderos y aparatosas alquitaradas que echaban humo de día y
de noche acorriendo de forma que todas las brujas del universo bajaran a verle,
y rondaran las casas y patios de los aledaños de Zocodover. Con la bruma del
humo de sus experimentos la ciudad se llenó de humo y su paisaje se transformó
en ese peñasco amarillento y ocre que salta a la paleta genial del Greco.
Fue el primer
preclaro varón castellano aunque no de muy limpio linaje en tener tratos
con ángeles caídos y concretamente amigo
suyo del alma era un diablo cojuelo que era feo y corcovado y que echaba una
peste a azufre que tiraba para atrás pero, más listo que el hambre, lo sabía
todo del mundo y de los hombres y como el que no conoce a los hombres no conoce
a los viejos les hacía pecar por do más pecado habían.
- Tu carne es frágil, amigo. Ora y
vigila. Ya te lo recomendó Cristo en el Monte de los Olivos
La fortaleza de
Satanás está en la sabiduría. Es muy viejo y los tratadistas por eso le llaman
el cálido y el antiguo. Ha visto mucho. Contempló el ir y venir de los mortales
por las veredas. Iban algunos acogiéndose a eses o parlamentando con las
farolas los más locos, al regresar a casa en noches de evasión alcohólica y los
otros, que parecían cuerdos pero eran más locos todavía que los que empinaban
el codo, abrían sendas en el mar y caminos sin rastro. Pronto se acaba todo
porque lo nuestro es pasar y ello siempre deja el poso de la experiencia y la
experiencia se transforma en sabiduría. Sin embargo el demonio su talón de
Aquiles también tiene. Todas ponen sobre todo las gallinas, anden ellas cluecas
de vez en cuando y vivan cada una con su pepita.
El príncipe de la
mentira siempre engaña y al final acaban por descubrirse sus tretas. Por lo
visto fue el marqués de Villena en consorcio con el Heraldo de las Tinieblas el
que construyó el acueducto en una noche.
Don Juan se había
prendado de una moza muy garrida y salerosa cuyo pesar en la vida era tener que
atravesar toda la ciudad con su cántaro a la cabeza para ir a llenarle de agua
a una fuente que llamaban de san Geroteo extramuros sita en un calvero del
bosque que llamaban el Campillo. Águeda se llamaba la interfecta y servía como
ama de llaves y otras cosas en la casa de un cura. Llevaba muy a mal tan
trabajoso menester de tener que salir al anochecer con la herrada a la cabeza y
una noche el diablo disfrazado del marqués de Villena se le hizo el
encontradizo y le habló así:
-Yo te llevaré el agua a la rectoral sin que tengas que
ir y venir cada tarde al hontanar. Construiré una larga cañería que será el
asombro de las generaciones y podrás tener toda el agua que quiera a cualquier
hora del día sin salir de casa y sin sacarla del pozo.
Aún no se había
descubierto el grifo.
-No me digas, marqués. Te creía listo y poderoso pero no
lo suficiente como para hacer la gran acometida de aguas a Corobias, algo por
lo que suspiraban los romanos.
- Yo soy artero y manitas y lo puedo todo o casi todo.
- ¿Y?
-Te voy a hacer un acueducto pero con una condición.
-¿Cuál?- dijo temblando la muchacha.
- Que seas mía.
Al hacer tan torpe proposición se le quebró al Pateta un
tanto la voz. Que la tenía muy gorda. Águeda vaciló unos instantes y estuvo como atontada y sin saber qué decir
pero como todas las mujeres que dicen que no al principio luego es que sí y por
más que el espíritu esté pronto la carne es débil, y pensando que un polvo no
es nada y que Corobias bien valía una misa aunque fuese negra en este caso dio
su consentimiento. Puso sin embargo como
condición que la obra fuera ejecutada en una sola noche.
- Cuando la acabes me casaré con su merced.
El diablo embutido en el cuerpo del Marqués de Villena ni
palabra mala ni obra buena ya se relamía de gusto ante la prospectiva de
gozarla. La chavala ciertamente estaba como un tren o mejor dicho como la
carroza del rey Sabio porque a la sazón
tampoco se había inventado el tren
- Trato hecho. Vengan esos cinco. Cuando amanezca el día
de mañana que es viernes víspera del disanto para los de mi cuenta, tú tendrás
llenas tus tinajas y el agua no te ha de faltar para beber, para guisar, para
baldear las letrinas y para limpiar las legañas a tu amo el cura y cambiarle el
pañal al niño que yo te haré.
- ¿Y para bendecir también tendré agua, señor marqués?
El diaño se puso
frenético al escuchar aquello del agua bendita puesto que todos sabemos lo que
se aborrece en los infiernos el agua bendita y por eso hay tanta suciedad y
roña en las calderas de Pedro Botero. Los inquilinos de tales dependencias no
se lavan jamás. O eso no. Nunca mentarás tal palabra. Agua bendita. Águeda
entonces se persignó y a don Juan de Pacheco por poco le da el telele. Sin
embargo a trancas y barrancas y tras muchos dimes y birretes llegarían a un
consenso pues famosas fueron en la Castila de su tiempo las ardides y
habilidades de don Juan, un experto en la forja de pactos y de consensos. Bien
pudiera haber sido militante de la UCD y sacando a plaza toda la artillería de
sus persuasivas convenció a la moza del cántaro alma de cántaro a que formase
el papel en el que ponía convengo por el presente a ser tu mujer etcétera… si
tu me construyes y elevas hasta mi morada la casa de mi tío el señor deán una
acequia. El diablo con las prisas y rebosante de lascivia pronto iba a tener a
mano una perita en dulce no había leído la letra pequeña y una cláusula que
decían que el acueducto tendría que ser levantado en una noche. Selló y lacró
el documento con balduque como si fuera un diploma regio o una carta puerta. De
acuerdo. Tenemos que darnos mucha prosa. Yo a mi disposición pongo cien mil
obreros. Esta misma noche toda estarán en el tajo. ¿Adónde va vuesa merced
ahora? Pues a Arévalo tengo que ver por allí unos amiguetes que están
celebrando una tenida. Comeremos tostón en un mesón de la villa y después del
almuerzo vengo colando. Y ahí decía verdad. Don Juan poseía la dote de la
bilocación y del transporte instantánea. Podía estar en dos sitios a la vez,
trasfigurarse en un instante, ir y venir. Arévalo era un entro de conspiración.
Allí por las artes quiromantes del marques habían montado meses antes de este
suceso un pavés, colocaron en la tarima un monigote al que coronaron que era la
efigie del rey don enrique nuestro señor, los destronaron y nombraron en su
lugar como rey de castilla a su hermano Alfonso XII. Aquella pantomima conocida
en la historia como la Farsa del pelele de Arévalo dio lugar a una terrible y
sangrienta guerra civil que terminaría con la abdicación de don enrique y la
cesión del trono a su hermana doña Isabel. No hay mal que por bien no venga.
Águeda cuando el diablo se fue quedó un poco aturdida y arrepentida. De vuelta
a casa encendió una vela a la Virgen María. Madre de los cielos que libraste a
María del salto de los infames sácame a mí de este apuro virgen Bendita de la
Fuencisla. Y sucedió que don Juan frotándose las manos, después de su aquelarre
en la capital de las Morañas, regresó volando a Corobias en el atardecer y allí
estaban establecidos las cuadrillas, los picapedreros, los boyeros que
transportaban los sillares desde las canteras de Valdevilla, los barreneros,
los del buril y del cincel, los carpinteros y fontaneros. Toda la tropa del
infierno se puso manos a la obra. La impresionante estructura con sus más de
cien ojos que sería luego una de las maravillas del mundo iba a ser construida
en una sola noche por arte de magia y las tercerías o malas artes de don Juan
Pacheco testaferro de Belcebú pero también Belcebú con sus acicates y tridente
del proceso era necesario en el concurso. No se había visto tanto trajín. Nadie
oyó hablar de tanta pericia en el manejo de la llana y el palustre, el cartabón de la plomada. Los últimos
parroquianos de las tabernas de Corobias que con un jarro entre los labios y
una baraja entre las manos- el vino y el naipe son la otra cara de nuestra
existencia corrida una china en el zapato de los que queríamos ser santos y tan
pronto- se asomaban a la puerta de las tabernas e iluminaban con un candil
aquella escena. Eran testigos de la gran azofra. ¿Irían a abrir una brecha en
la montaña? Bo, dijo un mesonero que se llamaba Cándido y miraba la obreriza
desatada en el Azoguejo ante sus mismas barbas parapetado detrás del cajón
donde echaba maravedíes y doblones que les derrababan los soldados de Flandes
en sus consumiciones. No va a hacer un
puente que no necesitaría arcos que se mantuviera en vilo sobre el aire pero
será una cosa grande. Así habló el mesonero famoso por el cochinillo que
preparaba al horno. Nunca se había visto tanto trajín desde los tiempos del
moro Almanzor que destruyó el acueducto romano y de él no quedo piedra sobre
piedra. Por cierto, ahora los sillares
se engarzaban con vainas en una sarta de churros o cuentas de un rosario sobre
estructuras de hierro forjado. Previamente con un berbiquí taladraban los
lingotes que quedaban acoplados al salmer y al contra salmer mediante taladros
de plomo. La cimbra del arco de medio punto era perfecta. Esto es el no va más.
Obra de romanos. El diablo se hará propuesto devolver a los corobinos una
replica exacta de la fabrica que mandó edificar Trajano. Subían y bajaban las
piedras elevadas por poleas y otros ingenios buscando el garfio que los juntaba
a una velocidad de vértigo. Águeda que espiaba la construcción de rodillas
mientras rezaba a la Virgen de la Fuencisla orando ardientemente para que se le
perdonase su pecado. Prefería ser la coima del deán a la mujer del diablo y
virgencita virgencita que me quede como estoy, prometió en aquella febril noche
de los echamientos de ir descalza a Compostela a arrodillarse ante la timba,
prometió dar cien limosnas, llevar cilicio, pidió que la emplumaron por haber
caído en aquella irrisoria tentación pero a medida que avanzaba la madrugada
daba ya la apuesta por perdida. Todo te lo daré si ante mí te prosternas y me
das alabanzas. Recordaba la frase de Cristo apártate de mí Satanás, vade retro.
Sólo a tu Señor adorarás. Ella no había tenido la suficiente presencia de ánimo
ante la llegada del diablo que incluso lo llevó en voladas al pináculo del
templo y desde aquella atalaya le hizo contemplar todos los reinos y las
naciones, el devenir del progreso, el avance técnico y todos los inventos que
muchos atribuyen al cacumen y la magia del ángel caído. Cristo fue tentado y
venció. No así el ama del cura. La carne es flaca. Mientras tanto se desarrolló
una actividad frenética de golpes y voces que alarmaron al vecindario. Las
mujeres salían a la calle en camisón y se preguntaban unas a otras qué pasa qué
ocurre. ¿Se acaba el mundo? Que va decía uno de los diablos. Nosotros somos
unos mandaos. Son los del ayuntamiento que como es verano están en obras y
quieren poner la ciudad patas arriba. Todo la noche se escuchó el lamento de la
lechuza, se sentía volar aves hacia no sé dónde y los ruidos de las carterillas
y los reniegos de los obreros llegaban mezclados con un olor a azufre. Los
entendidos en exorcismos comentaban que era evidente que por allí andaba el
Pateta de por medio que volvía a la tierra a preguntar a Nuestro Señor
Jesucristo todo te lo daré si te prosternas ante mí y me adoras. Las legiones
infernales habían subido a Corobias y se habían puesto manos a la obra. Iban
los areneros arrimando material. Los esportilleros porteaban yeso en sus
artolas. Los boyeros vascos llegaban de los montes Universales arrastrando
piedras. Todo te lo daré si prosternándote ante mí me adoras. En lo alto del
andamio estaban los encofradores del barrio de San Lorenzo muy duchos en
albañilerías todos ellos moriscos y que para mayor honra de Alá desobedecían a
los maestros de obra y revocaban las fachadas sin colocar jamás la figura
humana o animal porque dice el Corán que eso es idolatría y esgrafiaban los muros
con gran pericia y paciencia experta poniendo unas simetrías que simulaban los
brotes de pámpanos y arrequives florindos de una geometría esotérica y al
revés. Para hacer más llevaderos los trabajos se entretenían cantando aires de
su tierra en árabe florido que los cristianos no entendían. Eran jarchas. Pero
allí estaban los areneros de Tejadilla con sus carromatos, los panaderos de
encinillas con sus bodigos para que comiera el personal. Don Juan había mandado
traer tallistas orensanos rudos mozallones trabados de hombros como bargueños y
altos como castillos con la cabeza grande y las narices romas. Ellos hablaban
en su fala añorante. Uno le preguntó a otro que cual fue la causa por la cual
fue condenado al fuego eterno.
-Eu carayu. ¿E tú?
Un gallego no cambia su estructura mental e incluso en el
infierno es capaz de responder a una pregunta con otra pregunta. Y el que
quiera saber más que vaya a Salamanca y se presente a los exámenes. Los dos
personajes estaban subidos a una escalera de mano. Uno arrimaba piedras y el
otro paleteaba argamasa pero nadie sabía quien subía y bajaba quien buharro y
quien guardaba. Muy reservados y discretos como siempre los gallegos. Nadie
podría saber-así eran de prudentes- quien de los dos subía y quien bajaba. Pero
los dos machacaban el canto con suma destreza. Una meiga se acercó al grupo de
los gallegos y les entregó una orza que más bien era un cántaro llena de vino
del ribeiro. Tras algunas libaciones los galeotes de la galaico cornisa
empezaron a parlar a puñados y se mostraron dicharacheros y amables los que
antes anduvieron reservones. No hay nada como una buena jarra de ribeiro y una
empanada de hojaldre para hacer decir a un gallego lo que piensa. Ah la mia
mai, so fillo do demo. No los había más trabajadores y pese a su saudade y su
melancolía en los más trabajadores los que mejor arrimaban el hombro. El
gallego preguntador subió al patíbulo condenado a muerte por un juez
eclesiástico. Había matado al obispo de Compostela por haberle encontrado
encamado con su mujer. El preguntante había sido cuatrero pues procedía de la
zona donde se celebra la rapa las bestas. Lo pescaron en una feria de medina
con una partida de cien acémilas que habían sido robadas. Fue sometido a
tormento de amputación de las dos manos por amigo de lo ajeno. Sin embargo ya
en los infiernos fue sometido a una cura de caballo y mediante un proceso de
ortomorfosis le volverían a salir las dos extremidades cercenadas por el
verdugo. El gallego volvió a este mundo en compañía de la Santa compaña para
participar en aquella azofra impresionante. Con tal de tomar un poco el aire y
respirar los vientos de C orobias que le recordaban los airiños verdes de a su
aterra no le importó tomar parte en aquella magna obreriza. Pero largo nos lo
fiáis. Don Juan quería levantar el acueducto en una solo noche.
-Largo me lo fiáis. Eu carallo.
Las cuadrillas de vizcaíno también eran muy interesantes
y aunque no armaban tanta bulla como los vícianos pues es su costumbre el
hablar bajo y cantar alto se distinguí por el esmero que ponían con sus yuntas
de bueyes en el acarreo de las moles de granito. Cruzaban apuestas sobre cual
era la mejor yunta de bueyes, o sobre si el verde de su aldea era más verde y
poseía un mejor colorido que el de la
casería de al lado y a ver quien llega antes. Hablaban entre ellos su gacería
sin que les entendiese nadie. Y eso sí no decían palabrotas porque de ellas
carece el vascuence. Cuando tenían que pronunciar algún cagamento lo proferían
en castellano.
Pronto estuvieron las arcadas dispuestas. El diablo en la
figura del Marqués de Villena se frotaba las manos
Fabuloso personaje. Era un suave que untaba sus palabras
y adulaba al poderoso a la cara y por detrás la daga. A la chita callando. Zas.
Como era de modos suaves, no llamaba mucho la atención y se las metía dobladas.
Cortesano del rey don enrique IV que dios haya luego lo traicionó cambiándose
de bando. Sentó causa común con los mesnaderos de don Beltrán de la Cueva que
dicen que era el que se beneficiaba a la reina cuando éste se iba a cazar a los
montes de León pues es fama de leyenda negra que don enrique era algo
impotente.
Pero tales cuentos pertenecían no a la crónica general de
la chismografía castellana, siempre de suyo inclinada a la maledicencia. La
historia de España suele estar plagada generalmente de esta clase de hijos de
la gran puta como el Marqués de Villena que se paseaba por la alameda con su
tabardo carmesí y las calzas verdes. Para pasar a la posterioridad les hizo a
los frailes jerónimos que eran la orden preponderante en aquellos momentos un
gran convento pero se le había acabado la bolsa y el proyecto quedó abandonado
cuando habían cubierto de aguas las bóvedas del templo. Luego dio en notar que
el sitio era del todo insano aparte de que no hubo dineros para pagar los
aparejadores y una noche los deudores fueron a por el marqués. Creían haberle
matado pero al que acuchillaron fue a su escudero. Don Juan pacheco tenía siete
vidas como los gatos y huyó a Toledo.
Como el sitio era húmedo muchos de los profesos enfermaron
de fiebres reumática as y morían al poco tiempo o se convertían obsesos de todo
lo que tiene que ver con el trato torpe como Fray Paja
El diablo ya se estaba frotando las manos. Quedaba poco
para la aurora y ya tenía cerca de ochenta y cinco arcos terminados. En el
azoguejo había un trajín de los infiernos. Los capataces con un rebenque
enristre arreaban a los encofradores para que se dieran priesa. Había que ganar
la apuesta. Yo me llevaré a la chica. La rescataré de las garras de ese maldito
canónigo. Poco sabía don Juan de Pacheco que la locatis de la sirvienta contaba
con buenas aldabas. Se había encomendado a la virgen y rezado la oración al
divino alférez de la Milicia Celeste. Testigos presenciales de lo que ocurrió
en Corobias aquella noche toledana dieron referentes de la presencia de un
artillero muy alto y rubio con los ojos azules como esos gastadores de la
academia que marcaban el paso detrás de los pasos de la procesión del viernes
Santo. Entró a cenar en el mesón de Cándido pero como todos los convidados de
piedra hizo que come y no come hizo que cena y no cena no probó bocado. El
mesonero le recibió muy ceremonioso acostumbrado a tratar con los de la Corte
no probó bocado del cochinillo que le aparejó con una endibias el experto
mesonero mayor consumado malabarista de las artes cisorias. Cándido cuando se
fueron encendió su cachimba arqueé la frente y se le movió un poco el pestorejo
tate folloncico que aquí hay gato encerrado. La plaza del azoguejo iba a convertirse en campo de Agramante entre
los estandartes del que dijo cuis sicut Deus y los reniegos de Lucifer.
Ciertamente que Dios hizo el mundo en siete días pero el acueducto de Corobias
lo haría el diablo en una noche. Semejantes trabajos justificarían los loores
de los volterianos que dirían aquello de que mucho puede dios mucho puede el
cucho pero más puede el cucho. El debate teológico se centraría en saber si el
mal forma parte de los planes de la creación. , Y el argumento de que existe el
diablo precisamente para justificar la existencia de dios cada uno en su
columna el uno en la tradición y el otro en la del progresismo o y la
ayudantía. Allí estaba Miguel con todos sus servicios secretos y la plana mayor
de mando. Pero el ángel caido aunque no las tenía todas consigo se las tenía
tiesas. Mandó venir a la azofra a todos cabos de vara de sus destacamentos. Con
su tralla y su rebenque iban y venían bajo los arcos. Al que no veían activo o
notaba que flaqueaba en su trabajo lo molían a palos. La actividad era
frenética en aquel bello rincón castellano que sería fuente de inspiración y
reclamo de pintores y de poetas. Unos escribirían odas. Otros pintarían cuadros
y acuarelas o litografías que uno podría contemplar, por ejemplo en la sala de
espera de un dentista o en la consulta del señor médico donde te dan la vez, un
número y bastante canguelo.
-Venga.
Aprisa. Más deprisa- gritaba malhumorado Juan de Pacheco.
Un cómitre empezó a chillar en ruso como si en vez de
albañiles lo que tuviera a su cargo fueran forzados camino de Siberia:
-Davai.
Davai.
Con tanto aceleramiento y las prisas por acabar se
cayeron del andamio no sé cuantos obreros. Los vizcaínos testarudos y siempre a
su manera porfiaban en vascuence y nadie les entendía claro está su jeringonza
sobre qué sel tuviera mejor pinta el de su aldea o el del caserío de enfrente y
quien uncía mejor bueyes los de Algora o los de Errando. Uno de Vila boy fue a
darle con la llana en la cabeza a uno de Amurrio, se enzarzaron, perdieron el
equilibrio y cayeron al vacío. Un catalán y un valenciano discutían por cosas
baladíes como por ejemplo dónde se parla catalán mejor y no hacían más que
repetir la palabra “cohollos” y “ay la mare de Deu”. En este país algunas
guerras hubo por peloteras lingüísticas y por algún punto o una coma algunos
acabaron en las calderas de pedro
botero. Iden de lienzo, los asturianos y aragoneses trabaron pendencia sobre
qué virgen era más guapa y cual lucía mejor manto si la Santina o la Pilarica.
A lo tonto y a lo tonto de las obras
pasaron a los hechos y al poco rato los puñales relucieron. Cierto que los baturros son valientes pero un
asturiano con la espada de san Pelayo nunca viene a menos antes bien se crece.
La pelea se saldó con treinta muertos. Tuvo que dar ordenes Belcebú a los
capataces para que sofocasen de raíz estas trifulcas regionales que tanto minan
la convivencia entre los hispanos.
Otro peligro venía a ser el de la chismografía, debilidad
tan española, que es pueblo de condición murmuradora y acusica. España es la
patria de Celestina y donde abatanaron a Torquemada. Por eso se dice que el
alma de todo español es un baúl de doble fondos, con hartas recamaras. En los
villorrios y aldeas más apartadas se finge y se habla por detrás. El infierno
está empedrado de estos chismes, contumelias y carnicerías contra la honra. El
caldero de la envidia hierve en las potas de los llares de los godos. Es lo que
algunos denominaron mala hostia.
Aquella noche por España no circularon revistas con
noticias de la prensa amarilla ni rosa. Unos c corchetes con muy mala pinta
pero eficaces en su labor secuestraron la última edición del Faralán de la
Entrepierna cuyo principal escribiente y reportero era un tal Palomiñas.
Belcebú lo mandó encerrar en el ala izquierda de los infiernos la que llaman
Contra Natura y le entregó a unos diablos incubos para que se hicieran cargo.
Ordenó el Príncipe de las tinieblas que le cortasen la lengua para que no la
introdujese donde no debía. Pero aquel tipo que debía de tener siete vidas como
los gatos regresó a las palestras televisivas transformado de súcubo habiendo
sido incubo de toda la vida bardaje se
transformaría en bardaje a ver que remedio a la fuerza ahorcan y donde las dan
las toman. Y haciendo el mudo. En el plató hablaba por señas. Continuó
publicando en el “Farlan” donde sus relatos eran un tour de force de
habladurías viperinas. A la Maricielo la echaron mano las lesbianas y no
regreso de los infiernos donde continúa con un tenedor una sartén y un tenedor
batiendo tortillas.
Empezó a entonar la alondra sus gorjeos y el puente
estaba ya casi terminado. Águeda encerada en su habitación sentía ruido de
cadenas. Ya vienen, ya vienen a por mí. Pensaba que había perdido la apuesta.
Al poco tiempo cantó el ruiseñor. Sólo le faltaba un arco al Gran Arquitecto.
Un arco no es nada. Volvió a entonar su gorjeo de salutación al día otro
ruiseñor y ya solo le quedaban una par de dovelas pero en ese momento un
arquitrabe –un gallego ciego de ribeiro había puesto el sillar de un ábside del
revés- se vino abajo. Cielos. Habían amanecido. Belcebú dejó un arco sin
terminar y perdió la apuesta. Águeda bajó con un cántaro a darle gracias a la
Virgen de la Fuencisla. Llenó su primera b botija sin tener que salir. Los
Corobinos miraron asombrados la obra sin importarles un ápice saber quien la
había acabado si el diablo o los romanos. Otros dijeron que había sido el mor
Almanzor.
Se organizó una novena, luego un triduo y después la
habitual procesión a la que son tan aficionados los nobles cristianos viejos de
Corobias. Los señores curas fueron
invitados por el gobernador a una comida de hermandad. Asistió el cabildo en
pleno. El señor obispo organizó unas rogativas. No cabía un solo alfiler en
cada una de las catorce parroquias.
Y mandó que todos los años se memorase aquel milagro de
Vuestra Señora por turno cada año una iglesia y fue así como nació la fiesta de
la catorcena.
La sirvienta del señor deán ingresó en un monasterio.
Decidió consagrar su vida al Señor en prueba de agradecimiento y cuentan que
llegaría a ser abadesa del convento de San Vicente extramuros y en el arrabal
de San Lorenzo.
A mí no me gusta mucho la alameda del paseo de los
Melancólicos porque por allí anda en pena el espiritu nigromante y vagabundo
del nigromante marques de Villena
acompañado de Fray Paja y otros frailes que marchan en fila india tras su
espectro benefactor. Era de buenas palabras y la cosa queda claro. , `Prometió
y prometió construir un gran convento
pero las peanas quedaron baldías de estatuas, los retablos sin terminar y las
iglesias vacías. Salían los jerónimos con sus hábitos blancos y sus matos
pardos entonando responso porque el marqués solía contarles a sus testadores
sus pactos con el de los reniegos. Parecían conjurados en lugar de almas en
pena. Ninguna palabra mala tampoco obra
buena. Luego los donados estuvieron cavando la muerta con primor durante siglos
acabando aquellos terrenos que parecían
mismamente labor de orfebre y artista. Recordaría yo siempre la desolación de
aquel convento que quedaría en ruinas después de la guerra como todas las
posesiones de la orden jerónima que habiendo sido la más rica de la catolicidad
acabó en la miseria. Con Yuste en ruinas. Les quedaba otro monasterio en
Ajofrín y otro en Sevilla. Fue allí donde empezaron mis obsesiones por el
síndrome de iglesia vacía. Las capillas abandonadas los altares horros de
santos y sin aras (dijeron que los franceses habían utilizado como caballerizas
esta obra de arte) y sin electricidad era el único templo de la capital donde
no había luz eléctrica eran un testimonio elocuente del vandalismo de la
desamortización y de la incuria de los
católicos españoles con nuestro pasado. El espectro del Marqués de Villena se
paseaba por los ánditos del coro seguido de cerca por los del judío Mendizábal.
Tanto el uno como el otro debían de forma parte de la misma sombra. La sombra
que se cierra amenazante sobre mi propio país. Muchas tardes de paseo olvidadas
bajaríamos a la melancólica del predio del Parral el monasterio con su torre
cuadrada de estilo normando y aspecto solemne con su balaustre en lo alto y el
aspecto fantasmal, última reminiscencia del gótico florido, campanil sin
campanas y ojos huecos por donde la oscuridad parecía querer derramar una
lágrima difunta y el retrato del marqués su fundador se perfilaba sobre las
nubes esparciendo sombras lúgubres sobre las aguas del Rasemir. Allí
había un merendero intransitado. Se alzaban los ojos y aparecían enhiestas como
lanzas las almenas de la muralla que iban a dar dibujando un trazado vertical
sobre el horizonte hasta el alcázar. Equilibrio imposible en lo alto de una
inmensa roca que servía de peana a la fortaleza. Se escuchaba por alguna parte
el crotorar de las cigüeñas que anidaban en la Vera Cruz y en la torre de San
Marcos confundido con el crotorar de los pavos reales o el voznar de los grajos en lo hondo del
foso y vio la imagen aflictiva como la Dolorosa de Santa Eulalia de la doncella
que estando amamantando a un infante se le cayó el niño al vacío y ella se tiró
detrás. Gemir de la suicida su llanto se escucharía eternamente subiendo hasta
la barbacana desde los glacis defensivos. Historias olvidadas de Castilla. Los
émbolos de las aceñas habían enmudecido abandonados los molinos harineros que
esmaltaban esta parte de la hondonada y las cecas tampoco acuñaban moneda. Habían
sido robados los troqueles y aquella vieja casa de la moneda recibía
periódicamente la visita de los ladrones a la búsqueda de tesoros. Se le
llamaban las Cuevas de Alibabá. Todo aquel hervor de ciudad medieval se
allegaba hasta tus sentidos. Gemían los rabeles con sus cuerdas acongojadas
entre los dedos de los anónimos juglares. Allí parecía mecerse arremansado un
tiempo infinito.
En la iglesia del Parral se guardaban unos inmensos
tapices que se colocaban en el altar mayor para tapar los santos del retablo la
semana de pasión. Y aparecía sobre un enorme tríptico de lienzo la
representación de la crucifixión. El artista flamenco no pintó sin embargo
Jerusalén. Pintó Corobias. El acueducto
aparecía detrás de los pies de Cristo y Anás y Caifás eran el arcediano y el
obispo y san Juan un diacono al que quemaron por hereje. El monte Gólgota había
sido reemplazado por el Pinarillo. Los monjes pasaban de uno en uno cantando
gregoriano con una vela en la mano como si fuera un entierro cubierta la cabeza
rasurada con una blanca cogolla. A lo lejos sonaban las estremecidas codas del
canto del Miserere y Fray Paja parecía muy compungido.
-¿A
quien lleváis a enterrar?
-A
Cristo. Lo acaban de crucificar en Corobias.
-En esta
ciudad todos los días es Viernes Santo.
El cristo de los gascones era portado en una urna de
cristal por una cuadrilla de disciplinantes portadores de hacheros. Se organizó
una procesión extramuros. La comitiva ascendía penosamente por el camino de la
Puerta de la clemencia dejando atrás las huertas y pegujales con sus cuadrados
tablares mimosamente sembrados por los hortelanos moriscos. Al alcanzar la
altura del convento de Santa cruz casi pegado a las piedras de la muralla con
sus agujas góticas los disciplinantes reposaban la imagen y tres diáconos
acometían el canto de la Passio en latín según san Lucas.
El sonido de aquella melopeya retumbaría en los oídos de
mi memoria de por vida como algo mágico y triunfal, trasunto de lo inefable. Un
grito de esperanza y de triunfo frente al mal. Era la crónica apresurada del
sufrimiento manso del que vencería a la muerte y al pecado circulando como un
pensamiento eje que fija la trayectoria de la historia.
Un turiferario aprontaba la naveta y el preste con una
cucharilla espolvoreaba el interior del incensario. Se alzaban unas cuantas
vaharadas de humo y cesaban los cantos. Otro acólito traía el acetre y el
oficiante rociaba el pórtico del viejo convento de Santa Cruz de agua bendita.
Las puertas del antiguo convento dominico permanecían cerradas. Un pesado
llamador de bronce destacaba en el perfil del herraje de aquellas puertas
nieladas donde estaba el claustro donde vivía el viejo inquisidor. Cada clavo
de la puerta era el remache de un silogismo. Porque así de contundente es
nuestra fe. Tronase la herejía aquel pórtico gótico en que se concentraba bajo
un arco carpanel la escena en que la Virgen viene a entregarle al fundador del
rosario en su cueva no se conmovía. Respondimos a Lutero con la impavidez de la
piedra y la serenidad del mármol. En uno de los huecos de las pechinas la
grieta que, según la tradición, horadó la hostia en el muro al descender. Se
contaba el milagro de la profanación eucaristía. También se me queda grabado
para siempre aquel suceso de la misma manera que atruena aun mis tímpanos la
dulce entonación de la Passio cantada por martes santo
MARÍA DEL ZORONDO
El
rasgueo del cálamo incesante aguja de sastres que sastres vienen al infierno
vamos pone contrapunto a la voz de los coros. Entremedias se levanta la voz del
escritor. Escribir es encontrar una voz tu propia voz y romper las orzas. Te
encuentras como en un empalme de caminos y sin saber hacia adonde tirar. Una
frecuencia te dice oír ahí y la inmediata que por el otro lado. Ye per aquí. No
por ahí. Tienes que descartarte. Has de escoger. Escribir es elegir para hallar para crear para ser tú y
para ser el otro. Escribir en definitiva es como una metempsicosis. Todo en ti
transmigra los cuerpos y las almas y las cigüeñas esparcen su vuelo camino de
Pecharromán y tú te das golpes de pecho y te preguntas por qué lo hice y te das
cuenta cuando todo pasó cuando ya nada ni nadie ha remedio.
Las
voces formulan conceptos contradictorios. No son voces sagradas como la terna
de los diáconos que eleva su narración de la pasión por todo el valle.
-Respondió
Jesús: quem quaeritis?
-A
quien buscáis
-A
Jesús Nazareno.
Entonces el maestro hizo una
declaración un postulado de verdad que retumba a lo largo de la historia lo que
ocurre es que al lado de la voz de Dios se percibe también el tono diabólico y
se produce la algarabía, la gran confusión.
-Poco
a poco irás encontrando tu propio registro.
-Gnosce
te ipsum.
-Moriré
y no sabré quien soy. ¿Dónde está el norte o el sur? ¿Dónde mi mano derecha e izquierda?
El subir hacia la ciudad encaramada
todo torres almenadas y portalones con su guardapolvo y su alfiz sus escudos
nobiliarios en la fachada cerrazón y tristeza de España me daba ese grado de
euforia. Noté que yo mismo era un espíritu de contradicción. Semilla de dios y
semilla del diablo y sigo sin encontrar el tono aunque sepa hacer la voz de
Jesús con la octava baja. Iba a esperar mi propia sombra mientras subía por la
calle de San Juan y columbraba los campaniles del convento de Sancti Spiritu y
mientras me parecían fantasmas que me hablaban los árboles del Pinarillo que
era verdad lo que me contaba mi madre un día de estreno domingo ramos:
-Los árboles de Corobias. Se
están muriendo de risa. De ver a los Corobinos con corbata y sin camisa.
Así iba yo por la vida: con corbata
y sin camisa. Quería empezar la casa por el tejado olvidándome de los cimientos
y así la cosa no arrancaba claro está. Quedaba en el trasfondo un rumor lejano
como de azadón y huebra. Los frailes del Parral cantaban maitines y al poco se
le unieron los coros de los siete conventos de la ciudad. Domine labia mea
aperies et os meum nuntiavit laudem tuam.
-Abre,
señor, mis labios.
Poco a poco a medida que se consume
el proceso de catarsis te irás encontrando a ti mismo. Te verás desnudo.
Conocerás secretos que desconocidos de ti mismo y entrarás en territorios
vírgenes de tu propia alma.
-Yo no sabía que tú
estabas escondida Maria de Zorondo en ese recinto del amor que me pasó
inadvertido. Tú me amabas. Eras la dulcinea de mi castillo interior.
Alguien me está llamando por mi
nombre en esta noche:
-Antonio…
Antonio… Antonio. Soy yo
María me impulsaba desde la otra
orilla a enfrascarme en este ejercicio de guija profiláctica cuando he
renunciado a tantas cosas y escucho la voz de los coros. La llamada que convoca
proviene desde lo hondo de las montañas desde el lecho de un río de un nemoroso
valle asturiano. Puede ser el río Nalón. Veo tus ojos encendidos cuya luz no ha
conseguido apagar la muerte y aquel rostro de óvalo perfecto y veo aquel grano
fatídico que yo quise estallar divieso de pesadilla la manzana del bien y del
mal. No esta noche no. Me reservo. ¿Me respetarás? El grano desapareció a la
mañana siguiente cuando nos vimos por última vez pero fue el heraldo del tumor
que minó tu existencia con tan sólo 33 años. Tú me llamas desde ese valle hondo
y me dices: escribe, relata, arrepiéntete y exorciza todo aquel que me hiciste.
-Has
hecho daño a mucha gente ¿sabes?
-Ya
Y yo me siento abrumado,
letraherido, hombriangosto, avergonzado lleno de pústulas. Me cubre como una
manta cósmica todo el pus de aquel divieso. Confiteor Deo. Sí confitero. Yo
confieso a dios todopoderoso. Surge el canto del gallo. Los diáconos terminaron
el canto del Passio y sigue la procesión. La verdad es que camino a tientas por
el vado el equilibrio incierto pegando trompicones. Me domina el deseo de vivir
y de olvidar pero tengo que hilar los puntos de todos esos acontecimientos que
nunca comprendí cómo fueron mis siete años de seminario y el anhelo ya veterano
de regresar al punto de partida. Quería recuperar el tiempo perdido.
Subconscientemente me sentía determinado por el prurito de que el obispo
impusiese las cabezas sobre nuestras manos. Seria una manera de hacer justicia
y resarcirnos del resentimiento de la conciencia de rebotado que todos
teníamos.
Algo crujía bajo nuestros pies. Era
la hojarasca de otoño. No habrán venido los barrenderos y por eso nuestras
calles estaban cubiertas de un manto de hojarasca y de las telarañas de los
deseos fallidos algo que era mucho peor. María me hablaba desde el más allá:
-Explora
tu abismo. Antonio. Antonio. Antonio.
Era una voz dulce melosidad con esa
melosidad de los acentos asturianos. Pero yo no sabía que era el yo. Ni todos
esos galimatías filosóficos. Ortega y Gasset siempre me pareció un mixtificador
de la vida española. Un cretino con apariencia de filósofo. Después siempre
emergen subconscientes. Barbotea la olla del alma latente. ¿Puchero enfermo? Lo
objetivo no me interesa. Tampoco la acción ni el plot. La novela ha
muerto y vuelven los trípticos góticos con su majestad episcopal como ese san
segundo que recuerda a las sergas de Expandían capaz de admirarse según se
entra a mano izquierda en la catedral de Ávila. Los hombres de acción son unos
perfectos gilipollas. Lo que importan es la acción interior. El devenir del
subconsciente. La vida carece de argumentando. Es un ir y venir pelando la
cebolla sin orden ni concierto. La naturaleza aunque se rige por unas leyes
inexorables carece de lógica. Se teje y se desteje, se madeja y se desmadeja en
ovillos caprichosos la pleita de Penélope. Por mucho que os esforcéis jamás
encontrareis el hilo de Ariadna.
¡Que más da! Derrúmbese el escritor
sobre el diván del subconsciente que son sus cuartillas –el destino tiembla de
un papel y puede caer la suerte de un lado o del otro- y formule por enésima
vez su propósito de dejar de fumar y encienda una pipa. Es la mejor manera de
dar corte de manga al diablo. Escribir es echar humo y abandonarse al albedrío
de la pluma.
EL ARBOL DE
LAS SUPOSICIÓNES
Fue un verano de grandes
expectativas aquel en que yo cumplí 64 años sol de junio un verano más
teléfonos mudos y en el celular pocos registros había conocido la soledad y el
silencio del justo y de los que padecen persecución por la verdad y por la
justicia. Un ángel bajo a decirme:
-eres
un marginal
-Mas
bien un leproso pero no te preocupes ángel de luz. Estoy muy acostumbrado a
pasar por tales trancos.
Nadie me llamaba, yo no era
importante. En un principio me rebelé dando grandes paseos por la Mocha chica.
Pedaleaba hasta el escorial a venerar el Árbol de las suposiciones dicen que
olía y luego regresaba tan pichi por la misma ruta que hacía Felipe II en una
litera de tracción de sangre que al rey lo llevaban siete palafreneros en silla
de mano e iban sudando. Una vez camino
del Real sitio venía tan crecida la corriente del río Aulencia que por poco se
los lleva a todos la corriente al pasar el puente: Monarca y lacayos y hasta un
bufón que se había traído de camino para entretener sus ocios y sus
melancolías. No acabaron ahogados de milagro. Entonces Felipe II ordenó al
padre Villacastín jerónimo que fabricase un pasadizo más poderoso y así se
hizo. Tendió un puente de granito sobre el Guadarrama que por el empaque y por
la multitud de ojos se parecía un poco al acueducto de Corobias. El rey de las Españas curó del
susto pero la pierna le seguía afligiendo en estos viajes y hubieron de
entablillársela los cirujanos. El transito del alcázar hasta san Lorenzo se los
pasaba en un grito. Una saludadora de Ocaña fue convocada a palacio. La vieja
hizo unas cuantas invocaciones, recitó no sé cuantos exorcismos, aplicó un
emplasto de hierbas que conocía y que fue recogiendo en verano por las dehesas
que circundan al monte de las Machotes y sobre todo dijo que lo que el rey
tenía era aparte de mal cordial grave tarazón y en Castilla la congestión de
vientre se curaba con vino. Media jícara y a ser posible cuando el mal aprieta
una entera con unas góticas de aceite de ricino. Las estancadas tripas reales
empezaron a moverse, se aligeró el vientre y don Felipe II era capaz las noches
de conciliar cuatro horas de sueño seguido, se levantaba a cantar maitines con
sus monjes como nuevo. Remitió la comezón de la piedra, bajó la hinchazón del
cuerpo pues estaba medio finchado por la obstrucción y dio de mano a la
opilación hidrópica. El puente que tendió el fraile ingeniero llamose el del
alivio y se decía así porque en el mismo álveo había una letrina en cuyo
interior acostumbraba su Majestad a detenerse para hacer sus necesidades. Un
letrero en el frontispicio de la caseta lo decía: “Aquí cazaba el rey Felipe
II”. No decía cazaba sino cagaba. Se confundió el escritor del epígrafe
Hombre disciplinado y metódico el
Austria tenía sus propias costumbres biológicas a plazos fijos y con horas
regulares. La función excretoria se parece a la erótica así como a la
tanatoria. En las tres funciones el ser humano estalla en gemidos y las tres
ocasionan placer y movimientos convulsivos. El rilar de la muerte, los
estertores de la coyunda y la defecación se traen un aire y ocurre lo que dijimos: omnes
caedunt et ultima necat. Todas sacuden y la última mata. En la vida del hombre
sus horas están contadas lo mismo que sus cabellos y sus cagadas. El reloj biológico
le hacía al rey posar ahí. Le entraban recias ganas al cruzar por el puente de
Guadarrama.
“Aquí pernoctó doña Juan de loca;
en esta cama pernoctó el príncipe don Juan Carlos, por estos tesos solía salir
a cazar Carlos III y en este reclinatorio se arrodilló Isabel de Castilla el
día que salió a misa a los cuarenta días de su alumbramiento. En este lugar,
Tazones, Asturias, desembarcó la nave que trajo a España al emperador Carlos V
cuando vino a tomar posesión de sus estados. Después de un temporal. El
cronista advierte que tuvieron mala mal desde que zarparon de Flandes y que la
nave era alta de castillos, un detalle marinero muy digno de tener en cuenta.
Todo España es un memorial. El país está
plagado de letreros, inscripciones, efemérides. Existe entre los
españoles una cierta vocación de notarias. Aquí se levanta acta de muchas cosas
incluso de las más nimias. Nada se arrumba en saco roto, ni tampoco al olvido.
En cada uno de nosotros existe un autor de teatro y un fiel de fechos. Castilla
de esta manera se nos vuelve un gran archivo. Se hace registro minucioso de los
actos más intrascendentes siempre que hayan sido realizadas por gente de viso.
Por esa regla de tres las cagadas del rey de España también debieron de ser
trascendentes. Estuve yendo y viniendo ya digo como seis o siete años. Fue un
ir y venir que llaman acarrear un frenesí en el que anduve sumido como poseso
un ir y venir que llaman acarrear de lo que sacaba poco en limpio. Se había
pasado el tiempo de Virgo la mujer y llegaron los años del agua. Se iba a
acabar el mundo pero yo sentía muchas ganas de vivir y me consideraba bastante
vital. Aquellos mis pedaleadas por los recuestos de Valdemorillo que no sé como
no me llevó por delante algún coche en uno de mis viajes embebecido del aroma
de las campas de Brunete empapado del olor de fraga entre encinares. Había
en las dehesas encinas padre y encinas
madre creo que yo las alcancé a diferenciar. Cruzaba las sendas de los trigales
donde anidaba la codorniz y silbaba la abubilla y seguía las huellas del
monarca sosegado al que le gustaba rezar en la iglesia con los monjes. Me
tumbaba en los campos de alfalfa. Andábamos entonces en la España del cambio un
poco a la expectativa del Apocalipsis. Las últimas décadas del siglo XX fueron
una reviviscencia de los terrores milenarios. Todos suponían que la
conflagración atómica estaba a punto de estallar. Bush, un nombre nefasto en
los anales que se escribirá siempre con B de bestia, no alentaba mucho. Aparte
de eso estaba el lenguaje deletéreo de los neocom y un filósofo americano por nombre
Kundera que pregonaba en un libro el Final de la Historia. Habría signos en el
cielo y en la vertical del Monte del Escorial se manifestaba cuando yo me
tumbaba sobre los campos de alfalfa. Las radios de los tele predicadores
americanos atronaban las meninges anunciando la llegada del Anticristo mientras
ellos hacían caja. En Roma imperaba Wojtyla para unos un Papa muy bueno y para
otros un papa muy malo. Se habían pervertido las costumbres y el mundo andaba
manga por hombro, todo del revés lo derecho en lo izquierdo la hembra pasó a
ser macho y al revés lo blanco negro. Había gente que se consideraba con
poderes. Los barruntos claros eran que se acercaban las postrimerías. Se había
convertido Rusia desde luego y Gorbachov merecía todas las confianzas del
predicado pero los usacos seguían siendo unos tipos bastante malos. La
ignominia de la guerra de Iraq montada sobre la mentira y retransmitida por la
sienen en las noches blancas de enero, pasado san Antón. Me puse de los nervios
con aquellas escenas de la guerra retransmitida en directo, de cómo caían las
bombas, las luminarias de las trazadores y las chispas que dejaban sobre la
noche de Bagdad los disparos de la contraofensiva artillera. Veíamos a Sadam
embutido en su capote presidiendo el consejo de guerra con sus generales dentro
de un bunker. Por último vimos también en directo cómo lo ahorcaban al amanecer
de una noche estrellada. Tantas guerras y tantas zozobras hacían pensar que el
final de los tiempos estaba cerca o no podría tardar mucho.
Soy tan irascible como
impresionable y sensible. La televisión, cuando vino el satélite y podríamos
tener al alcance de los ojos todas aquellas emisoras, era nociva para mis
sentidos. Abandonad toda esperanza. El invento nos hizo sentirnos protagonistas
pasivos de una realidad virtual o de una mentira programada ante la cual un
pobre periodista y escritor se sentía inerme. Llegué al convencimiento de que
el error de mi vida era no haber seguido la llamada. ¿Qué fue de aquella
llamada? El consuelo llegaba a través de las ondas hertzianas con aquellas
liturgias solemnes retransmitidas desde lugares lejanos y oficiadas por
sacerdotes que yo imaginaba con barbas torrenciales. Al menos tenían una voz
bonita que hacían pensar que la religión, la cristiana sobre todo, tiene que
ver con la belleza y con la tradición. Cristo estaba viniendo desde el Este
desde el mismo lugar de donde provenía el rugir de los cañones y el bordoneo de
los aviones supersónicos de combate. El mal y el bien se dan la mano. Aquel
resurgir de la religión en la Rusia post soviética me llenaba de perplejidad.
Estaba claro que tocábamos con el dedo el cumplimiento de una profecía. Los
designios de la divinidad son misteriosos. Puede que en misi idealismos
estuviera enzarzándome en aberraciones. Mis amigos y mi mujer me echaban en
cara que me había pasado a los rusos. Eres un caso perdido. No. No me he pasado
a los rusos. Yo busco.
Y recordaba aquellos domingos
londinenses cuando asistía a misa en una modesta iglesia de South Kensigton y
extasiado permanecía en pie tres horas escuchando el oficio divino, los solos
del diacono, la voz rotunda de los popes. Las letanías o la consagración
cantada. Este es mi cuerpo que será entregado por vosotros. Me hice amigo del
pope el padre Dimitri un viajecito de barba y melenas blancas que me invitaba
después de la ceremonia a tomar el té y que un día me preguntó que yo tenía
aptitudes para el sacerdocio. ¿Por qué no te ordenas? Y me presentó al obispo
ortodoxo ruso de Londres. Uno de los momentos más gratos de mi vida fue una
noche de pascua cerca del Támesis. Se sentía la presencia de los ángeles en el
recinto. Hice unos cursos y el “prepadovni” me impuso las manos. Pude
revestirme con la estola cruzada y entonar la secuencia del Evangelios o
“istenia”. Por fin había conseguido mi sueño: ser sacerdote. Aquello lo llevaba
en la sangre. Pero al poco de recibir el diaconado fui trasladado de la
corresponsalía y me casé. Cuando supo mi esposa que había cambiado la fe
católica por la ortodoxa me preparó un cisco y amenazó con abandonarme. Volví
al redil de los católicos tibios y acomodaticios. Creo claro esta que aquella
renuncia fue uno de los errores más flagrantes que he cometido. Vendí a Cristo
por un plato de lentejas. Algunos de mis enemigos propalaron la especie de que
me había apuntado al KGB. Sin embargo, aquellas emisiones nocturnas, aquellas
sintonizaciones maravillosas, despertaron mi antiguo sueño y avivaron los
rescoldos de mi amor compasivo a la humanidad por Jesús, tal y como lo ven los
bizantinos augusto y apoteótico en el Pantocrátor. En la mandorla mística de la
resurrección. Yo era un elegido. Pero me han elegido para sufrir como Él. Me
convertí en varón de dolores y todas las desgracias que no quiero aquí enumerar
puesto que sería un rato largo llovieron sobre mí. Tuve conciencia de aquella
traición al Maestro fue la razón de todas aquellas tribulaciones e
incomprensiones que padecí. Soy diacono pero también soy escritor. Lucho por el
advenimiento del reino de dios y de su justicia.
Tuvimos que pasar mucho. A los que pensaban
como yo nos estaban dando las diez de últimas. Pero no fallamos en nuestro
dictamen. Lo que entonces decíamos ahora resulta que se cumple. Entonces nos
mandaron a galeras. Hubimos de bailar con la más fea. The
end is at hand. Pues bueno
que se le va a hacer. Nadie es eterno, ninguno va a quedar aquí para simiente y
más se perdió en cuba y vinieron cantando. Vinieron los del Advenimiento y la
expectación mesiánica de los del Monotema. Los monomaníacos de una sola idea,
los revanchistas. Los intolerantes de la intolerancia y los lobos disfrazados
de cordero. España se desplomaba en una mar de liviandad y de satanismo pero la
gente cobraba amaba el dinero adoraba el b becerro de oro. A los que no
comulgábamos con ruedas de molinos se nos persiguió y se nos marginó. La
persecución fue sorda y las tácticas conminatorias colgadas a través de
alambres imperceptibles del tablero del gran guiñol. Llovía, llovía y no
encontré e n aquel tiempo abocanás. Me expulsaron del templo y de las sinagogas
y yo me daba cabezazos contra las barreras. Cometí el pecado de desesperación.
Dejé de escribir que era lo que me salvaba. Pero estaba desesperado. Las
editoriales me rechazan toas mis obras una por una. El ultimo decenio de l
milenio fue para mí el de los pasos perdidos.
Aquellas idas y venidas al Fresno de las Suposiciones
quizás tuvieran que ver con sus deseos de huida hacia delante. Huía de sí
mismo. Huía de la jet set. Huía de la cuadratura de su vida que se había
quedado estrecha y chata por todos los lados. Callejón sin salida. Lasciati
ogni esperanza. Y luego habían llegado los usureros y los tele predicadores
anunciaban que se acercaba el fin del mundo. Señor, sálvanos que perecemos. Lo
había huido del trabajo suspendiéndole de empleo y sueldo. Su mujer no era solo
una extraña. Era un tormento. Sólo lo suspendieron de empleo y sueldo y no le
dieron la nota definitiva porque había protestado contra los judíos, les había
quitado la máscara a los usureros. En el ministerio de la Cosa por defender a España
lo había segregado, perseguido, ninguneado, expuesto a toda clase de
intemperies y pensaba que si sobrevivía era tan sólo a un milagro de la Virgen
María de la cual era devoto. Lo mandaron al psiquiatra y fue uno de los muchos
postergados y represaliados por sus ideas políticas. Lo malo es que no sabía a
donde ir. Adonde meterse. Harto estaba de nadiuskas y de isabeles de falsas promesas y mucho pasar la mano por
el lomo pero que hay de lo mío no me digas. Era como darse de bruces contra un
muro porque el Gran Modorro tenía los morros muy duros y sabe matar mediante
encargo y sin ningún genero de violencia esparciendo la semilla de la cizaña y
de la desesperación por los campos. No me digas que te han hecho académicos
Juanchi. Pues sí. Pues sí toda aquella hueste se había transformado en los
neocoms. Pitita Ridruejo empezó todo aquel tinglado y como salía en las
revistas pues tenía mucha imagen. Los gozos y las sombras Juanchi que hay de lo
mío. Los únicos porteros de discoteca que me gustan son los rusos. Parecen
armarios y son gente bastante entrenada. No sé ni como en aquellas acometidas
de Erifos me pegaron un tiro en la nuca. Iba y venía como alelado y como
desesperado, como el que va a Salamir que no sabe dónde ir y luego tampoco sabe
cómo salir.
De las razones precisas o imprecisas que me condujeron a
ser víctima de un odio tan inesperado como injusto. Nunca he comprendido ese
odio que se manifiesta en las miradas o en palabras que se pronuncia como
lanzadas desde el colmillo, y esto no es un colmillo humano sino los tochos de
un jabalí. Me sentía igual que Daniel en la fosa de los leones. Tuve que plegar
velas, recogerme en la concha, ingresar dentro de mi propio alveolo, entregado
a la plegaria y a la radioescucha mística de emisoras lejanas donde vivía la
hemorroisa toda cubierta de pus y de sangre que exclamaba: "natátil...
natátil... ha llegado”. Aquel apartamiento e incomprensión volcaron mi atención
sobre la cultura rusa y escuchaba Radio Moscú en las largas madrugadas. Caído
el muro de Berlín era casi la única de todo el guial que hablaba de Dios y de
asuntos religiosos. En dicha circunstancia
quise observar yo que se cumplía una señal. La Señora había pronosticado
en Fátima “Rusia se convertirá”. Pies bien con Gorbachov había vuelto a Cristo
la mirada el gran país eurasiático. Sin embargo cada vez había más odio y era
más escandaloso el pulular de los odiosos anticristos. Algo no funcionaba en
aquella profecía. La Virgen había anunciado la conversión de la URSS pero nada
había dicho de los norteamericanos que es de donde venía el mal barrunto.
Así que yo era un poco el profeta Daniel en el foso de
los leones sumido en la vorágine y nadando contra corriente. El icono en mi
bolsillo volaba hacia el empíreo infinito. La rueda de Ixtión daba vueltas
eternamente. Los griegos desdicen al Libro del Apocalipsis y tengo la impresión
de que a lo mejor Aristóteles llevaba razón cuando profundizaba sobre la
eternidad del mundo, la sucesión de los
trabajos y los días o el fluir de las estaciones que luego darían
ocasión a Hesiodo para elaborar su `propia teoría. Pero el oficio de un
intelectual que se entrega a la casuística y a la observación de la naturaleza
tiene algo que ver con el tormento de las Danaides. Yo llenaba cantaros y
cantaros de filosofía, pedaleaba hacia el Escorial. Me llenaba de enciclopedias
y andaba un poco hambriento de emociones y de paisajes. Las ánforas no se
llenaban nunca. Cada mañana por orden superior limpiaba las cuadras de Anteo.
Dos mil caballos y olían que tú no veas. Este desdoblamiento del yo convertía
mi existencia en un suplicio. Eso me llevó a aquel hortus conclussus
aquella fuente sellada. Un jardín de María que yo había columbrado en las
sabatinas del mes de mayo. Un trozo del cielo al alcance de mis manos y a una
distancia corta en bicicleta un par de horas de lento pedaleo. Y bajaban los
ángeles rubios tañendo liras hermafroditas de diez cuerdas y viriles zampoñas,
laúdes mágicos, dulzaina que sembraban el aire de sonoridades penetrantes y los
devotos a lo primero alelados y después cogiendo confianza bailaban la jota o
jugaban al marro o al que no me coges por aquellas campas. Alzaban los brazos,
hacían puñetes con ambos dedos o gritaban a voz en cuello.
-Viva la
Virgen de los Dolores.
-Que
viva.
El huerto sellado o jardín de María no sé sí era el
zaguán del paraíso o la antojana de los infiernos. Todo lo que veían mis ojos
bajo la luz de un cielo espectacular y una luz Purísima era un mundo onírico.
Esperpéntico. Que de tan realista resultaba del todo irreal. ¿De donde salía
toda aquella gente que afloraba a bordo de autocares fletados desde la
provincia de Madrid y de todas las provincias de España como Jaén, Andalucía.
¿Asturias? Todos decían cosas raras y tenían caras raras. Un gañan de Gredos
dejaba el hatillo de sus ovejas en el aprisco para ir a ganar la indulgencia de los primeros
sábados de mes y dos agricultores de Holombrada llegaban todos los primeros
viernes y pasaban la noche rezando. Allí dormían. A una mujercilla se le ponía
la voz de pito cuando se dirigía a la Virgen como si fuera de carne y hueso
cuando la traían los virginianos en andas. No he visto imagen más tétrica ni
más fea que aquella dolorosa de cera que el artista de ocasión había pintado
con un manto horrible negro todo él cubriéndole de la cabeza a los pies los
ojos de cristal inexpresivos y los carrillos con coloretes pero sin la
vivacidad y expresividad ingenua de las vírgenes románicas o la expresión
abstracta de las vírgenes negras. Una señora asturiana con el pelo corto a la
que llamaban la Catequista instruía a los devotos sobre la devoción a la virgen
y decía mil majaderías. Un cristalero de Albacete por nombre Julio entraba en trance cuando se
acercaba a una peña misteriosa que estaba un poco mas arriba. Sus
incondicionales decía que olía a rosas. Antes de sus trances se embadurnaba
bien la cara de lavanda y fricciones mentoladas y así dicen que olía. En
aquella cerca se daban cita en las
reuniones multitudinarias del principio todo el dolor y la extravagancia del
país. Parecía que habían dado día libre en todos los hospitales y manicomios.
La Virgen estaba en su cabeza. Era el recuerdo de los dulces años de la
infancia y de canciones como Venid y
vamos todos. Y allí se presentaban con sus tarterillas de la merienda y sus
garrafas con floretes a María, la superstición entreverada con la fe verdadera.
En su ignorancia la Madre los protegían. Todos expresaban un temor
extraordinario a la muerte. El encante olía a botica. A carne vieja, gastada. A humores que delatan
el cáncer y toda suerte de enfermedades. Todos éramos huérfanos pero gritábamos
madre en medio de un ambiente sugestivo pero irreal. Éramos creo yo un poco
blasfemos al hacer caso a aquella embaucadora que envía los mensajes que había
recibido el viernes anterior por cinta magnetofónica y todo eran suspiros,
congojas, jipíos y sufrimientos. En el año 82 la primera vez que porté por
aquel lugar de las desdichas llevaba mi pentax y tiré algunas placas a la
vidente.
Amparo se mostraba como una mujer de unos cuarenta el
pelo rubio corto muy lacio figura rechoncha una rebeca roja y falda con flores
una exhibicionista pero acaso una personalidad fuerte y mentalidad viva con las
ideas muy confusas y la voz gorda que cambiaba y se oscurecía cuando le daban
los siete males… hijos míos, mirad cómo las almas caen en el infierno… mirad mi
corazón.. Pedid por los sacerdotes, etc. Eran igual todos los mensajes. No he
conocido personalidad más blasfema y mis conocimientos de teología me daban a
entender que pisar aquel huerto de las apariciones supuestas era un sacrilegio.
Era profanar todo el arcano de verdades y de dogmas que supone la mariología
pero mi situación anímica y personal era tan desesperada que tenía que acogerme
a un clave ardiendo. Me tenía que armar de valor y a veces de vino para tener
que soportar aquella farsa aquellos virginianos que traían una imagen chapucera
aquellos enfermos desahuciados a los que ponían en primera fila en sillas de
ruedas y a veces sobre camillas como en Lourdes que resulta un lugar mucho más
tétrico y horrible como Fátima. El Escorial no es más que un pálido remedo de
esos parques temáticos que profanan la sagrada devoción marial y explotan la
buena fe de las gentes sencillas o son una ceca para acuñar moneda billetes y
billetes a cambio de falsos mensajes hueras promesas. Dios y la religión se
convierten de esta manera en fuente de divisas. Aquella Virgen del Escorial
inspiraba miedo y no ternura como mi Virgen de los Tránsitos.
Sin embargo me ocurrió un caso que no acertaré a explicar
del todo bien una tarde de tormenta. Era el 13 de mayo de 1995. habían cerrado
la verja. Empezó a salir humo de alguna parte. Corrió la voz de que se había
declarado un fuego a causa de una chispa que había caido sobre una encina. Sin
embargo no veíamos incendio por ninguna parte. Eso sí el fresno se iluminó y
empezó como a echar chispas. Desde el tronco hasta nosotros venía un olor muy
desagradable como de tuvo de azufre. Casi me mareo. Un poco más allá un hombre
se solazaba con una par de muchachas con las que jugueteaba. Los tres estaban
en el fondo de un talud y por las trazas íbamos a ser testigos de una escena
escabrosa porque el individuo que parecía un sátiro estaba bien dotado y
mostraba una poderío sexual fuera de lo común.
-Por
favor caballero esas cosas en privado. Un respeto por favor.
El fulano que lo oyó se vino hacia mí como una centella.
Casi echaba espumarajos por la boca. Crispaba los puños, amenazante.
-¿Y
quien eres tú para meterme en lo que no te importa? Yo estoy bien con mis
novias. Mira tengo dos. ¿Y no soy moro. ¿De dónde eres tú gilipollas?
Me miró, le miré. Las mujercillas alborozadas se plisaban
la falda que había levantado aquel energúmeno incontinente y observaban la
escena expectantes y con hilaridad como diciendo verás tú la que se va a liar ahora.
-¿Y tú?
- Yo soy
del mundo. Estoy aquí y allá.
Era un escena irreal. Le reconocí. Aquel hombre era el
ángel caido que proyectaba sobre nosotros la sombra del Cánido. Entonces alcé
los brazos como hacen los diáconos griegos cuando cantan el Akathistos y
levanté todo lo que pude el icono de la Virgen María que siempre llevo conmigo
lo mismo que el rosario. Entonces ocurrió algo que nunca podré explicar. Como
si fuera un espejo la figura del icono que yo sostenía con las manos empezó a
reflejarse en grandes dimensiones. Se pudo distinguir el manto de la Señora que
sostenía en brazos al Niño, los pliegues de su túnica, los pliegues del velo o
griñón con que aparece en las representaciones orientales.
-Mirad,
mirad-. Dijo una mujer que acudía todos los días desde Madrid a colocar flores
sobre el árbol- Es el icono.
Y una peregrina portuguesa que también estaba
allí comenzó a alabar a Dios en su lengua. El olor mefítico se convirtió en un
perfume suavísimo como de rosas. Los individuos con las dos prójimas habían
desaparecido u allí nadie les vio salir. Es el icono. Es el icono. Alguien
volvió a prorrumpir en sollozos y decía madre… madre. Caímos todos de rodillas
y empezamos a rezar el rosario. Quedamos todos como clavados. Lo que recuerdo
es que yo me sentía muy cansado y con el cuerpo como si me hubieran dado una
paliza pero lleno de paz y relajado pese a mi extenuación. Eso ocurrió. De eso
doy testimonio. El árbol de las suposiciones y las supercherías sirvió para
afianzar mi filial devoción a la Virgen. Guardé mi imagen en el bolsillo. En
varias ocasiones creo que también este sencillo retrato plasmado en madera me
ha sacado de muchas dificultades. Aunque tales intervenciones fueran mucho
menos explicitas cuando se dibujó de repente sobre el cielo de las Machotas
para poner en fuga al Maligno. Me entró pavor y nunca volvía a presentarme en
aquellas tenidas del encante de Prado Nuevo casi a un tiro de ballesta del
lugar donde se emplaza el Real Sitio. Más que el dichoso fresno de las
suposiciones a mí lo que me tiraba era la sombra de Felipe II que bajaba a
pasear por aquellos bosques en tranquilos quietes reales. Era un rey pero
también un monje coronado. Felipe ii metódico y ordenado retoma ruibarbo para
las mañanas y anotaba todo incluso hasta cuando tenían el periodo sus hijas. El
agnus del o pequeño viril eucarístico fue un regalo y este regalo apareció en
los pecios de la Invencible. Era un rey devoto hombre de muchas misas amante
del canto llano y de las misas. Costumbres estables y sedentarias lo contrario
de su padre viajero incansable, ahuecando el ala en guerras y en campamentos,
gran guerrero y al final el desencanto de Yuste, el desistimiento de la idea
imperial. Peleó por la cruz pero su concepto mesiánico que no entendían tampoco
ni siquiera en Roma- Felipe II heredó este concepto cesáreo pero más
ordenancista. Se cansó de sus viajes y travesías por el Atlántico, una le llevó
a Londres a casarse en la abadía de Winchester y otro a Flandes donde viajó en
una nao “alta de castillos”. Sosegaos. Vida apacible, subidas al monte.
Escuchaba el rumor de las fuentes. Es lo que a mí me fascinaba del Escorial,
alma mater de la historia de España y núcleo de la catolicidad tal y conforme
era entendida por los españoles pero triunfó Trento y salió airosa la idea de
Sixto V el papa que le negó el título de defensor de la fe que fue contendido
por Alejandro VI, su predecesor nada menos que a enrique VIII. En Roma eran
mucho más sutiles, diplomáticos. Eran italianos. Suspicaces. No entendían el
ardor a palo seco de la monarquía hispana. Escorial es el apéndice de Yuste. La
idea del esplendor y del desencanto. Que plasma el sentido horaciano de la
vida, ese Beatus Ille que brota en las mejores paginas de nuestro siglo de oro
desde Fray Luis a Cervantes. España contra todos. España incomprendidas
defensora de la fe de Cristo con el verso y con la espada. Ese era el imán que
me arrastraba hasta aquel huerto de Getesemaní hacia aquel árbol de bancas
retorcidos que a veces adquiría la forma al contraluz del sol declinante de
brazos del tenebrario, candelabros del “menorah”. En su corte había música en
cantidad más de mil quinientos funcionarios asalariados. Quiso hacer del
escorial un observatorio astronómico y una botica. Felipe II voz clara tenía
don de gentes y aborrecía la vanidad a pesar de su pompa. El incremento de la
deuda publica en su reinado es del 50 por ciento. Desde entonces los españoles
fuimos un pueblo en bancarrota económica. Espiritualmente sin embargo el más
rico del mundo hasta que llegaron los pedisecuos y lebreles de la Hija del Ganadero que montaron sus
tenderetes mercachifles de la ruina y todo eran modelitos para la reina de las
mañanas y contrataron turiferarios y correveidiles con Pasmón y sus muchachos. Yo huía- aprieta el culo y da pedales- aferrado
al manillar de mi Peugot la que compré en una tienda cerca de Atocha (en la
tienda había una estampa de Maria auxiliadora buena señal) escalando los
puertos de Colmenarejo y Valdemorillo o metiendo la directa en las bajadas y
torrenteras, jugandome el pellejo por la cinta de aquella carretera de trafico
denso. Más de una vez estuve a punto de ser arrollado por vehículos de gran
cilindrada. El mundo iba como loco en medio de aquel terror del milenario
VENTANA DE MI INFANCIA
Yo nací en una ciudad levítica, crecí a la sombra de
la torre de una catedral gótica, aquel prodigio de equilibrio de argamasa y
roca me dieron en el rostro los sones de sus campanas, escuché salmos y cantos
de ronda bajando hacia la Hontanilla, dejando atrás la judería vieja, pasando
el arco del Socorro. Tiré varetas por las mismas trochas que recorrió
Pablillos, con el cual fui aprendiz de ayunos, esperanzas y desesperanzas.
Conocí las huellas o las marcas en el camino que dejaron las cáligas de los
hoplitas de las legiones romanas, las sandalias de los franciscanos y las
zapatillas de los santos. Había una roca cerca de una fuente en mi barrio que
tenía una cruz de hierro ya mohosa donde se sentaba Fray Juan cuando subía
jadeante desde su convento al beaterio a confesar a las monjas y donde dicen que Teresa de Jesús se sacudió el
polvo de su calzado para resarcir su rabia y conjurar la infamia propalada
contra ella por las hablillas despidiéndose a la francesa de Corobias para no volver más. La Fundadora
era de armas tomar, Dicen que dijo:
-De
Corobias, ni el polvo de zapatilla.
Las lenguas de las cotorras mal hablaban de que
tenía un lío con su frailuco y medio pues era de corta estatura quiero decir
san Juan de la Cruz. Que el refrán advierte que entre santa y santo pared de
cal y canto. Claro que santa Teresa era abulense y los de Ávila y Corobias
la ciudad rival nunca nos llevamos bien del todo que se diga. Cuando jugaba la
Gimnástica con la Unión Deportiva salía la gente a palos en el Campo del
Peñascal. Había fundado un convento que hoy conserva, pared solitaria frente a
la plaza de San Andrés donde existe un patinillo melancólico ajardinado con
columpios y hay una taberna en la cual por un sol y sombra un amanecer de
otoño, por un sol y sombra, que por poco se me atraganta el anís y vomito el
coñac, ya digo, soplaronme esos bellacos taberneros de nuestros embarrados
caminos las mañanas de resaca tres euros y hay un majestuoso abeto que levanta
su sombra protectora de la torre románica. Entré a misa y había un funeral a
congregación única y los del duelo que eran cinco personas no más, salí deprisa
y besé al Cristo que duerme sus melancolías cabe el cancel recordando a mis
amigos los Larios que sirvieron en dicha parroquia donde comienza el turno de
las catorcenas cada doble septenio en un corre turnos o periplo a lo cual
ocurren muchas cosas en la querida y vieja ciudad. De las catorcenas recuerdo
el vinillo, las pastas y los soplillos en Santa Eulalia, cuando a los de mi
parroquia tocaba, los brindis de hoy en un año y las procesiones en que
sacábamos por las callejas de Muerte y Vida la cruz parroquias, las plastas que
defecaban los caballos de los alabarderos de la Guardia civil que iban abriendo
calle, que para los pobres animalitos no había un respeto para la carroza del
Santísimo que venía detrás. Animalitos. Venía un barrendero con un recogedor y
apartaba las boñigas. Alzaban el rabo y zas. La naturaleza resulta incontenible
en algunos casos. Don Benito el preste y el diácono y el subdiácono,
oficiantes, todos de capa pluvial, miraban para otra parte, mientras el coro
entonaba las maravillosas estrofas de la Secuencia de Santo Tomás: oh sacrum
convivium.. Hay que precisar que aquella fiesta tenía una cierta
importancia no sólo sociológica sino también teológica: El triunfo de la cruz
sobre el menorah. Los enemigos de la religión quedaron confundidos pues resulta
que había un sacristán algo borrachín pero más necio que borrachín todavía de
la iglesia de san Facundo situada un poco más allá de la puerta de san Andrés y
un día se encontró en una taberna con
unos judíos que se reían a carcajadas de la hostia viva blasfemaban y tal.
Sucedió que convidaron a morapio al sacristán de san Facundo al que decían Baldomero
y apellidaban Don Eructo por los eructos y pedos que se tiraba en
plena misa. Aquel sacristán era de la cuerda y de su misma cuerda y
solidaridad. Total que convinieron en que si el Eructo les entregaba una hostia
consagrada del cáliz ellos le darían una bolsa con treinta monedas. La sombra
de judas es alargada a través de toda la historia pero por fortuna en aquella
ocasión en Corobias no hubo muerto de Getesemaní.
Trato hecho. El apagavelas les hizo entrega de una sagrada forma que él robara
una noche en que hubo truenos y ventiscas por toda la ciudad y ellos le
entregaron una bolsa con las doblas convenidas. Entonces todos juntos se
dirigieron a la sinagoga que estaba colocada junto al mismo adarve de la
muralla, prepararon candela y pusieron un caldero. Cuando el agua empezó a
hervir echaron a la sartén la divina oblea. Allí estaba la judería local en
pleno, su rabino que se llamaba Don Muir revestido de sus ornamentos sacerdotes
con el efod o peto y una mitra de dos cuernos. Ínterin no dejaban de caer sobre
la ciudad rayos y truenos. Una chispa prendió fuego al campanario de la
parroquia de San Facundo que ardió como una tea, ya no existe. Al parecer, la
naturaleza parecía enojada por la celebración de aquel aquelarre.
-Vamos
a comer churros- dijo el cantor de la sinagoga, aludiendo a la naturaleza de la
masa con que se fabrican las hostias en España, parecida a la argamasa que
echan en la sartén los churreros.
-Verán
esos herejes cristianos en que se convierte el cuerpo de su Dios.
-Eso.
Eso.
-Cristo
era un impostor y la eucaristía una artimaña con que los clérigos embaucan a
las pobres gentes con semejante majadería: manducar mismamente el cuerpo de su
dios. Quieren hacer de ellos simples caníbales.
Un maestro de la ley dijo sentencioso:
-se
trata simplemente de un caso atípico de antropofagia espiritual.
Esgrimía ante las mismas barbas de don MIR, escolta
de su gran nariz, un libro muy grueso y viejo, que llamaban el Talmud.
-La
comunión de los santos, el cuerpo místico y todas esas historias no son más que
embustes de mentes alucinadas y ociosas y todo lo adoban con un tinte
misterioso de mariconería.
Las blasfemias se sucedían una tras otra, como las
estampidas de los truenos en aquella tenida en la sinagoga. Un velo de
odio y de revancha se cernía sobre las miradas y sobre los ojos, haciendo
verdadera la sentencia de que dios ciega a aquellos a los que puede perder. En
medio de grandes voces y alboroto el aquelarre discurría. Olía a azufre en ese
recinto. Un relámpago apagó todos los cirios y la sinagoga quedó a oscuras.
Presos de pavor y confundidos los profanadores cayeron derribados a tierra y
vieron como la hostia blanca como el ampo más tierno de la nevada más Purísima
empezó a ascender primero hasta las vigas del artesonado mudéjar y después
buscando la claridad de uno de los vitrales. El panecillo parecía una paloma y
en lo alto de la pared encontró un resquicio que atravesó dejando una enorme
grieta que se conserva hasta el día de hoy. Las campanas de las iglesias de la
ciudad empezaron a tocar solas y sus habitantes se asomaban a las ventanas o salían
a la calle. Había desaparecido la tormenta dejando sobre la vida un perfume de
tierra mojada y por la vertical del cielo vieron atravesar en arco el cielo de
la noche iluminada aquella sagrada forma. Todos gritaron la palabra milagro. La
oblea blanca estuvo parada sobre el cielo nocturno como media hora al cabo de
la cual empezó a descender dirigiéndose hacia la otra parte de la muralla.
Aterrizó en el convento de los dominicos donde al penetrar abrió otro boquete
en un ángulo del imafronte de la fachada gótica tardía de aquella casa de
dominico. La hendidura se conserva a fecha de hoy. Generaciones de albañiles
intentaron taponar el hueco pero éste, así son las cosas de dios, se muestra
renuente a compaginar los designios divinos con la obcecación de los hombres.
Fue a parar a la boca, con gran sorpresa de toda la
comunidad, de un novicio que se disponía a recibir el viático mientras sus
compañeros entonaban las letanías de los santos y ya su confesor le había leído
la recomendación del alma.
Ambas helgaduras aun existentes en los muros del
convento de Santo domingo y de la antigua sinagoga, actualmente monasterio de
claras, son un testimonio elocuente de aquel portento acaecido el año 1348 el
año de la gran peste. Toda la ciudad se conmovió y la noticia del suceso corrió
por el reino. Se organizaron rogativas y actos de expiación. Hubo conmociones
sociales e inquietud en las aljamas de Sevilla y Burgos y los dominicos
organizaron una campaña de predicaciones dirigidas expresamente a los judíos.
Muchísimos de ellos pidieron el bautismo en masa y sería un hecho de ver, que
no ha ocurrido con frecuencia en la historia de Israel, cómo innumerables
miembros de la comunidad del pueblo elegido se pasaron con armas y bagajes a la
religión del Crucificado. Semejante fenómeno aconteció pues no hay mal que por
bien no venga a raíz de la profanación de don Muir y el aquelarre en la
sinagoga. Acaso sea por esto por lo que los Sabios del Sanedrín no han
perdonado nunca a España semejante descalabro para sus colores y desde entonces
nos guardan aun mucha más saña a los españoles que les echamos en cara su
cerrazón por no acoger a Jesús como Mesías. Llueven por eso los escupitajos del
odio de la bestia y desde entonces albergan el deseo de cocernos en la caldera
como si fuésemos cangrejos. En múltiples ocasiones a lo largo de mis días he
sentido ese odio sobre mí que me ha ceñido los lomos como una clámide de
escarnio y mi cabeza como una corona de espinas de dolor. Llevo las marcas y
los estigmas del Señor la lanza en el costado los huevos de los clavos en los
pies y en las manos. Es el indumento del desprestigio la laticlavia del orate
la túnica de los locos. Locos estamos por cristo sí. De ahí que cuando voy a mi
ciudad se me eche encima todo ese perfil urbano de la nueva Jerusalén y la
espiga de la catedral es la torre Antonia y el palacio del obispo el castillo
de Herodes. Desde niño no me fío nunca de las insidias de los discípulos de don
Muir que siguen por estas y por otras partes habitando.
Por desprecio nunca le llaman al Salvador por su
nombre. Le designan despectivamente como ese hombre. Siempre que bajo a
la Fuencisla me asomo al pretil desde donde se divisa el ángulo taladrado de la
fachada de los dominicos y cuando voy a la iglesia del corpus christi donde las
claras tienen expuesto el Santísimo desde que se levanta hasta que se acuesta
el sol hago memoria profundísima de aquellos sucesos que fueron un signo y
ofrecen una profunda explicación del por qué hay tanta devoción al sacramento
entre nosotros. El aquelarre de don Muir determinó que los corobinos pidieran
al corregidor y al obispo que se instituyera la sagrada costumbre de la catorcena.
Procedemos de
una estirpe mística muy devota y a la vez socarrona y pagana aunque de
cristianos viejos como el que más. Otros historiadores señalan, al contrario,
que somos la mayor parte de raíz de ahí nuestra complicación mental pues de Corobias
ni la burra la novia nos achacan los que nos quieren mal. Vaya usted a saber
pues se asegura que todos los israelitas de Burgos cuando salieron mal con los
de aquella otra ciudad castellana se vinieron a acoger bajo los arcos del
acueducto. Se bautizaron en masa y se hicieron hidalgos y caballeros de vieja
estampa más papistas que el papa y más españoles que el pupas.
He de decir a tal respecto que nuestro amor a la
Virgen de la Fuencisla tan arraigada en nuestras vidas arranca de una pobre
judía (nuestra querida virgen debiera ser la abogada contra la violencia de
género) a la que su marido acusaba de andar tonteando con un capellán, el
sanedrín quiso dilapidarla pero luego cambió de parecer. Hombre sería mucho por
un supuesto –dijo un viejo verde que la espiaba detrás de unos carrizos cuando
la Alaroza recién casada tomaba baños en
las gélidas aguas del Eresma-mejor arrastrarla de la cola de una yegua
pero otro comilitón mira quien fue a hablar mira quien baila propuso tirarla por un barranco que nunca faltan por
ahí por tejadilla y ahí en eso en peñas escarpadas que marcan las orillas de lo
que otrora fuera mar, una mar prehistórico. Y por ahí defenestraron aquellos malditos esos malditos
que María del Salto se llamaba. María del Salto se encomendó a Nuestra Señora y
Ésta la recogió en su manto como si fuese su regazo maternal se tratase. Ella
estaba allí al pie de las peñas donde las aves alzan sus nidos y donde un
pueblo de amor transido vibra en tu Honor. Me he puesto a escribir una
novela que es la historia de mi vida y me sale una salve.
Total que nuestros antepasados se bautizaron en masa
y las aguas del Rasemir se convirtieron
en un gran Jordán donde los del Pueblo elegido tornó sus ojos a Cristo. En
cierta manera los corobinos nos sentimos un pueblo elegido. Elegidos para la
palabra y para el dolor. Si la cruz es un privilegio a nosotros nos signaron
con ella desde el principio hasta tal punto que sólo a nosotros se nos permite
hablar mal de la ingratitud de los elegidos. De raíz conversa eran los Coronel
y los Dávila incluso el propio Torquemada prior del convento de Santo domingo
presentaba un origen nada preclaro y converso era Pabilillos y el gran
historiador Colmenares otro que tal. Que no nos vengan con alicantinas. Lo que
pasó pues pasó. A qué ton eso de meter la reja en la Historia como si fuera la
vertedera de un labrador honrado que labra sus campos por La Lastrilla. Judíos
eran los asesores y los confesores de la Reina Católica y los pincernas de su
hermano el infausto Enrique IV que a mí me parece que no era tan impotente como
le arguyen aunque aquel rey todo hay que decirlo se aficionó a las costumbres
moriscas y estaba rodeado por una corte de jenízaros andaluces. Todos los de la
Guardia Mora. Judío converso era el sacristán de san Facundo el que entregó las
hostias para que las arrojase a la caldera y la sagrada forma empezó a subir y
subir por los tejados dando la vuelta giratoria a todo el poblado hasta ir a parar a la celda de un novicio dominico
del convento de Santo domingo que iba a recibir el Viático.. El fraile era
también marrano como María del Salto como la mayor parte de los obispos, deanes
y capellanes que ejercieron en Corobias y como judíos fueron los
conquistadores que acompañaron a Colón. ¿Fue verdadera o fingida su conversión?
Eso pertenece a los misterios archivados en los anales de nuestra historia.
España es al fin y al cabo una locura. Pero una locura maravillosa.
En la mezcolanza de los sonidos que bajan de arriba
o suben por abajo escucho los ecos del canto de los cisnes de mi niñez perdida: los cantos infantiles de
la rueda y el corro, el son de los viejos romances. Veo subir la cuesta que
lleva a la Puerta del Socorro a muchos peregrinos camino de Compostela con la
calabaza y el bordón pardas hopalandas. Pardo era el color con los que se
vestían los campesinos de la gleba y negro el de los caballeros los clérigos y
los domines. Pardos eran los picos de las putas. De las famosas meretrices de Corobias.
En mis primeros años conocí los últimos suspiros de Castilla la Vieja. Era un
país absolutamente a la España de hoy. Pardos son mis ojos y pardo soy yo hijo
de la luz y de la noche. Parda humildad semi franciscana. Don Pablos me estaba
haciendo señas desde la otra ventana y traía un libro en la mano aquel
protodiacono de los pícaros y me insinuaba tolle et lege. La primera
foto que me hicieron en la alameda fue acompañado de un libro. Tenía un libro
en la mano el pelo rubio y la barriga algo abultada.
Pero no maldigamos a los tiempos creyendo el
pasado fue mejor pues eso supone una blasfemia un querellarse contra los
designios misteriosos del Criador. Yo me forjé una idea heroica del mundo. Caballeresca.
Había que salir en pos de un ideal a la búsqueda de ínsulas baratarias a
desfacer entuertos defender a los humillados y ofendidos y pelearme contra los
gigantes que luego resultaron solo aspas de molino harinero. ¡Qué cosas! Acaso
me sumí en un romanticismo trasnochado pero eso ya nada importa.
La sombra de aquella catedral acariciadora y benigna
hizo de mí un exaltado de la cruz hasta llegar a la convicción de que sin cruz
ni cristianismo no son posibles ni la el amor ni la belleza. Acaso en parte
llevase razón pero la cruz no debería jamar imponerse por la espada ni a la
fuerza. Bajo el arco oscuro y oliendo un poco a húmeda bodega del postigo aquel
por donde pasaban los carros y los areneros de Espirdo y los panaderos de
Encinillas que subían a vender su mercancía a la ciudad o los curas de teja
breviario y balandrán arrebujado como un tapabocas sobre el pescuezo para no
apañar frío en las tarde heladas habían cabalgado los guerreros de la edad
media (Corobias enclavada sobre un castro que es
todo un baluarte siempre conservó un aire militar, fraguamos país en la lucha
contra el moro o peleando en nosotros mismos acabada la reconquista) pero
tambien los picaros y los perailes.
Subían pobres
de solemnidad y detrás mujerucas arrebujados en sus mantones. Peleamos contra
el sarraceno pero acabamos adquiriendo muchas de sus costumbres en realidad.
Todo en la vida es circulación. Ir y venir. Subir y bajar. El eterno metisaca
del nacer y morir del engendrar del parir. Arillos concéntricos de la nada. Relojes
de sol y clepsidras. El arco del socorro impertérrito entendía poco de
cronómetros. Tempus fugit. Pero da igual. La estancia del hombre sobre
la tierra no es más que un soplo.
Habían clavado una lápida en lo alto del pasadizo
que decía al gran escritor humorista don Francisco de Quevedo autor del Buscón
que era de Corobias natural. Efectivamente en una de
las casas del cantón tuvo el verdugo municipal su residencia y al lado vivían
los corchetes y alguaciles. El corregidor un poco más arriba. Creo que era el
mismo edificio donde una comadrona que se llamaba doña Aniana Dios la
tenga en su regazo me sacó del vientre de la Juani que las pasó moradas
pues la criatura que alumbró pesaba seis kilos doscientos gramos y esa criatura
era yo.
Ahora bien tachar de
escritor humorista a don Francisco de Quevedo el poeta más serio y profundo de
la lengua castellana que sólo pasó al conocimiento del pueblo por sus chistes
verdes o los relativos a la coprología (pedos, privadas, eructos y otras
bellaquerías que entre dos piedras feroces salió un hombre dando voces adivina
quien es pues píntale de verde) me parece un poco precipitado pero acaso
responda a una venganza de la historia que ha sido contando y manejada por
quien ha sido contada y don Francisco que acaso fuera de la misma estirpe de
los manipuladores acusó a los judíos y a los venecianos de ser los grandes
conspiradores contra la corona de Castilla. Eso nunca se perdona. Claro está.
Aquel letrero contra el cual disparamos algunos
cantazos en nuestra furia iconoclasta y llevados de la ignorante clastomanía de
la juventud (hay que destruirlo todo, no dejar títere con cabeza) lanzamos
algunas pedradas y todavía está ahí la señal. Mi cantazo hizo una esquilar en
un ángulo pero aún se puede leer. La leyenda también le pareció a don –camilo
José Cela cuando cruzó por allí una bruma de mal gusto indicio de la estulticia
de nuestras fuerzas vivas.
Pabilillos pudo ser uno de mis compañeros de juego
aquellos niños con los pantalones con remiendo que no gastaban calzoncillos y
un solo tirante de mi cuadrilla. Con los que jugaban conmigo al chito a la
malla a guardias y ladrones al zorro pico zaina. Juntos entrábamos en las casas
deshabitadas en los hospitales de sangre abandonados donde todavía quedaban
vendas y jeringuillas y sondas sobre las camillas. De uno en uno nos daba miedo
explorar aquellos recintos. Podría haber fantasmas. Y la leyenda clavada en la
Puerta del Socorro pienso al cabo de muchos años que selló mi destino. Sus
letras gordas pesan aun sobre mi cabeza. Yo iba para santo. Quería ser cura y
acabé en escribidor que es una profesión por decir algo y que guarda cierta
relación con todo lo relacionado con la picaresca.
Naciera yo a la sombra de aquella catedral divina
que se erguía sobre las casuchas de mala nota y las escalerillas donde estaban
las puertas marcadas del barrio sefardita. Pienso si mis orígenes no me habrán
predeterminado. ¿Habrán sido maldición o bendición? ¿Soy predito condenado o benedicto?¿Trajeron
suerte o fueron una desgracia semejantes premisas del que busca y se afana y
doce al año que viene en Jerusalén, reza salmos, eleva sus ojos al cielo al dio
y siempre vuelve sobre sus pasos. Ir y venir que llaman acarrear. Girar y
girar. Y venga dar vueltas. Vano empeño eso de buscar la arcadia. El paraíso y
el infierno yacen en el fondo de nosotros mismos. Son estos empeños frutos de
la vanidad y de la locura humana. Cristo sin embargo nos sonríe. Está en la
historia. Aunque nos elija solo para el dolor. No para el triunfo ni para la
fama o la honra- esa sabiduría me la comunicó Pabilillos- porque no somos otra
cosa que carne de dolor. Eso no lo entienden ni las mujeres ni algunos paisanos
míos. Todos ellos no leyeron jamás el Libro del Bendito Job. Por eso se
desesperan y no encontrarán jamás consolación.
De esta forma
me apareé a mi yugo y me resigné a mi suerte. A veces me parece que he
triunfado que soy un elegido que el Santo de los Santos ha escuchado las
plegarias de este pobre miserable. Por todo eso y por mucho más muchas gracias,
Señor.
En los terraplenes de los adarves de la muralla
donde crecían hierbas ociosas, lampazos y parietarias, estaba el edificio. Le
llamaban la Casa de la Troya. Acaso este título de una novela de Pérez Lujín
definiera el continente y el continente y el contenido físico así como el
carácter de sus moradores. Fue la casa del Gran Matarife. Algún escudo con los
atributos heráldicos del Santo Oficio debieran de andar por allí cosa que
espantaba a algunos transeúntes a los que entraba el canguis y de repente se persignaban
arreando el paso. Hubo habladuría de que oyeron ruidos de cadenas y clamores de
almas en pena pero no era en nuestro edificio sino en la finca colindante donde
nadie vivía. Sólo algún gato pero de noche todos los gatos son pardos y algunos
de estos bichos pudieran resultar gatos inquisitoriales. Hay que andar siempre
con la mosca en la oreja. ¿Fantasmas a mí? No gracias. Temo mucho más a los
vivos que a los muertos pero no se puede ir contra corriente ni desbaratar las
creencias del populacho. Del rey y la inquisición chitón. Asi que ojo al cristo
que es de plata. Paso corto y vista larga.
Entonces no sabíamos lo que era eso. No había
aparecido aun en nuestras carnes la llamada del sexo que todo lo desbarata ni
fumábamos ni bebíamos vinos aunque nos mofásemos con los borrachos muy
frecuentes por aquellos contornos y en aquella porque en Corobias
había más tascas y tabernas que iglesias y oratorios que ya es decir ni
habíamos empezado a alternar ni a tomar café. Nuestros pulmones y nuestros
bandullos estaban todo lo limpios que se puede estar a los cinco o seis años
así como nuestros pensamientos y nuestras almas por más que nos diga que el ser
humano viene al mundo con el sello del pecado y sienta una proterva inclinación
a hacer daño y a mal pensar.
Tambien es verdad que estábamos en estado salvaje o
acaso fuéramos el buen salvaje roussoniano limpio de polvo y paja. Triscábamos
por la vereda, saltábamos de una peña a otra temerarios en nuestra osadía y
despreciando el precipicio que mediaba entre ambas rocas. Jugábamos a la guerra
en batallas de moros y cristianos como no podía ser menos en cualquier ciudad
española. Organizábamos dreas con los chavales de San Andrés parroquia a la que
pertenecían los que Vivian en la puerta ulterior del Arco. Los de la citerior
éramos de San Millán. Había verdaderas guerras campales a cantazo al final de
las cuales alguna ventana quedaba con los cristales hechos zarzamillo y los
dueños traían al delincuente de la oreja abriéndole a su padre el libro de
reclamaciones por daños y perjuicios.
-Son
tres reales por el cristal que rompió tu chico.
Y el progenitor ya estaba esperándonos con el cinto.
Aquella noche no había cena o mejor dicho cenábamos de la correa y de los
vergajos. Pero Eros y Tanatos no habían asomado aun la oreja y de la política
únicamente hablaban los mayores y de sus conversaciones colegiamos la tristeza
y desolación la vida truncadas y los muertos que trajo aparejados aquella
contienda fratricida. Las mulas de la inquisición nos traían al fresco. Hacía muchos
años que habían dejado de transitar aquellas sendas. El tizne del demonio
siegue ensuciando todavía algunas almas negras. No comprendo ese afán de los
españoles por cuestionar nuestra historia y entregarnos a disquisiciones que a
ninguna parte buena conducen y sólo sirven para enfrentarnos los unos con los
otros. Debe de ser porque aun llevamos la ley del ojo por ojo y el diente por
diente marcada a fuego en nuestros entresijos displicentes. Buena gana de
elucubrar con ucronías y futurismos. Nosotros ajenos a todo eso jugábamos al
trompo y a las canicas como si tal cosa.
Aspiraba a llegar a las estrellas siempre buscando
el plano ideal el que marcara la aguja del pararrayos catedralicios allá arriba
por encina de los ojos de la torre. Los días de fiesta yo veía sacristanes en
camisa bolear las campanas sudando oprimidos bajo el peso de los Badajoz pero
había que anunciar el magno acontecimiento de la pascua. Abajo en la plaza los
de las charangas lanzaban voladores y don Francisco de Quevedo los ojos cegatos
los pies zopos pero la lengua suelta y acerada de un cofrade subía hacia el
ensolado muy fatigado el hombre. Se acababa de entrevistar con el Domine en la
casa donde no se come ni se bebe. He seguido los pasos de aquel cojo divino
genial y tabernario yendo por el mundo un poco telumante de libros y de
literatura pegando palos de ciego y de que me cerraran tantísimas puertas.
-A
los profetas ya no os hacen caso.
-Mientras
no nos ahorcan seguiré apostrofando.
-No
eres más que la voz que clama en el desierto. Cabezazos contra un muro. Mira
que eres testarudo.
Por la calle pasaban algunas monjas un panadero
morisco y un cristalero que iba a componer una vidriera que había derribado uno
de los pedriscos que suele haber en esta ciudad por las fiestas de San Pedro.
Todos se los veía muy afanados las monjitas con los ojos bajos el morisco muy
altanero y que no le quedaba en la boca ningún diente portaba a la cabeza una
bandeja como una herrada. Por allí cerca estaba el obrador paredaño al convento
de las claras. Don Francisco que iba ya harto de vino entró en un cuchitril
socavado como una bodega en los mismos bajos del temple al lado de una
ebanistería. La entrada de la bodega ostentaba en el dintel un laurel béquico y
un letrero que ponía: “más vale aquí mojarse que enfrente ahogarse! Y justo
enfrente acurrucado en el lecho del valle donde estaban los pegujares y los
tablares lindamente labrados por los hortelanos moriscos con sus arriates y sus
caballones adosados en perfecta simetría bajaba el Río clamores bastante
crecido de corriente salvo en agosto. También lo decían el río Mierdero porque
en él desaguaban las letrinas de la ciudad. Sumirse en él debiera de ser buena
tortura. Don Francisco llevaba sobre el
chaleco una enorme cruz colorada. Era de la orden de Santiago y aun borracho
aparecía siempre en compostura. El mosto nunca le hizo perder la condición de
caballero. Me hubiera gustado a mi ser el escudero de aquel sublime beodo. Sus
libros aun me siguen emborrando de sabiduría, de piedad y de risa.
Aspiraba a alcanzar las estrellas. Siempre buscando
el plano ideal. Mi vida se enmarcaba en el rectángulo de aquel ventanal balcón
que daba a la acera. Esa condición de niño humilde ha marcado mi camino..
Anduve casi todas las sendas hice muchas descubiertas por muchas tierras pero
sobre todo exploré todos los libros y caté los mejores vinos de la tierra. In
vino veritas. Sangre de Cristo. Desde lo hondo del jarro el jocundo espiritu de
Pablillos el mejor amigo que hubo en mi infancia me hacia momos. Y no eran burlas.
Eran señas. Asi cogía fuerzas y cargaba con la gran luna del espejo para irla
pasando a lo largo del camino.
Y las campanas tan… tan… tan. Los moros las
aborrecían y es una de las muchas cosas que me fastidian de su religión aparte
de que no permita beber de lo mejor que da la vida ni comer jalufo el que no
toquen campanas nunca en lo alto de los minaretes. La voz del almuédano nunca
tendrá los timbres maravillosos y por eso he llegado a la conclusión de que el
cristianismo es la religión verdadera. Sin campanas no puede haber dios y yo
escuché muchas horas su dulce repicar. Invitan a la paz, la armonía, el
civismo. Algún sacristán en aquellas tenidas en lo alto de la torre se asomaba
a descansar y a echar un cigarro contemplando el magnifico panorama que brinda
la ciudad. Debía de ser un hambrón pero desde abajo parecía muy pequeñito.
-Baja
un poco el acelerador. No te entusiasmes tanto.
-La
pasión siempre nos vuelve a los hombres ridículos. Ya sé muy bien lo que me quieres decir, zampabollos.
-Piensa
mal y acertarás.
-Desde
luego
Mi vida iba a ser no tardando mucho un
descarrilamiento a ka carta. Fracasos sentimentales. Problemas laborales
trifulcas de todo tipo. Originales para publicar devueltos. Fui un vagabundo
sin suerte. Una novia me dejó a la puerta de la iglesia otra me divorció. No sé
qué mal fize ni que malfetría infligí a los dioses. No tienes vista. Eres un
poco patán. Fracasos sentimentales situaciones decepcionantes. Por los cafés
hice el ridículo y hasta las putas se reían de mí en los prostibulos. Sin
embargo yo les decía aguardad que yo escriba. Dadme papel y tinta. La
literatura me transforma en una arcángel. Entonces armado de la flamígera
espada de la palabra me convertía en una arcángel invencible, desalmenaba a mis
enemigos, les dejaba sin argumentos y sin palabra en la boca. Había una fuerza
en mí. Quizás fuera la potencia de la fe.
Descarrilamientos a la carta. Fui pegando bandazos
pero estos fracasos son algo exterior hay que fijarse en lo que va dentro no en
el accidente sino en la sustancia. Mi vida osciló a péndulo entre realidades
consecutivas y suposiciones metafísicas. Fui don quijote y sancho. Pero ser
español significa estar sujeto a esa condición de metamorfosis.
Aquella fue el ventanal de mi infancia un balcón que
daba a la calle pues vivíamos en un piso bajo. Dicen que no eres de donde naces
sino de donde paces y yo pací en muchas partes pero el haber visto la luz
primera a la sombra de la catedral y haber abierto los ojos a los paisajes que cercan
la urbe fue algo definitivo. Como un sacramento que imprime carácter.
El recuerdo de aquellos años trae hasta
mía-recuerdos de un viejo- aromas de la infancia lejana. Percibo en mezcolanza
el eco de sonidos de bronce de la campana
Aquellas navidades fueron tristes cuando Juanlo se
murió. Yo he nacido a la sombra de la espira de una catedral del gótico tardía,
alta ebúrnea, encalmada mirando a las estrellas o en dialogo permanente con el
añil de los cielos límpidos de Corobias. Cuando boleaban las vísperas de
las grandes fiestas todos los pájaros
abandonaban helgaduras de los huecos de la muralla donde posaban sus adarajas
los canteros romanos y ahora era habitáculo de golondrinas y de las perennes
chovas de Corobias de un altanero y lejano piar y
salían corriendo mientras se alegraban los rostros y las conversaciones se
fundían con el sonido del bronce de la campana gorda que sonaba sólo en dos
ocasiones el Día de la Resurrección y el 15 de la Virgen en la solemnidad de
Nuestra Señora. Ese día al correr de los años me casé yo. Si la torre de la
Dama de las Catedral con sus flamígeros pináculos me parecía inalcanzable las
paredes de la muralla romana a junto a uno de cuyos cubos se adosaba casi la
casa de vecindad donde vine al mundo me parecía poco menos que inexpugnable.
-Tan. Tan.tan.
El mundo se llenaba del gozo de las vísperas. Ese
toque de vísperas o el son más convencional y perfuntorio del anuncio de las
horas canónicas los llevo metidos en los tímpanos del alma. Campanas que tocan
a veces solas en la memoria. Los niños salíamos a la calle y nos subíamos a las
peñas de piedra caliza-en las margas y oquedades sobre las que se alzaban los
cimientos de la ciudad aparecían a veces fósiles y animales disecados de formas
extrañas, moluscos, valvas, camarones y caracoles que recordaban que un día Corobias
fue mar precisamente allí donde se alzaba aquella hermosa y grandiosas
catedral, para ver tocar. Los bultos de los sacristanes que accionaban las
cuerdas y los Badajoz desde lo profundo de la cuesta del socorro parecían
figuritas de un Belén. Unos puntitos blancos en mangas de camisa.
El haber visto la luz por primera vez bajo la sombra
de aquel impresionante gótico tardío creo que imprime carácter. Dejaría en mi
ánimo un enervamiento, una tensión hacia la verdad y hacia la belleza que
constituyen el principal legado del cristianismo. Para mí la religión es una
búsqueda y una añoranza del paraíso. Sin esta noción estética que proyecta
sobre el mundo la sombra del ideal como la de aquel cimborrio que lanza su
sombra a la paramía y el valle no es
posible la vida ni la esperanza. Era hermosa aquella catedral que el mundo debe
al genio de Gil de Hontañón. Airosa y joven. Siempre que vuelvo a mi ciudad la
encuentro moza como una novia. Un mojón clavado en la llanura que inspira
elevación recogida y oración. Cada vez encuentro al mirarla algo desconocido.
Produce endiosamiento.
Y otra cosa. Está dedicada a la Virgen. Forja una
noción protectora desde la lejanía. Anduve luchando muchos años con las sombras
del mundo añorando esa claridad que siempre tuvo la luz de Corobias
algo único. Nostálgico del manto de protección de Nuestra Señora que los rusos
denominan pokrov en una fiesta especial que designan como el Día del
Manto. Desde aquella ventana del numero cuatro de San Valentín yo aprendía
a mirar a lo alto a escuchar las campanas y a ver como avanzaba la sombra
protectora de la torre con el girar del sol sobre el horizonte como un manto
protector de la virgen sobre Corobias . Me hubiera gustado ser menos entusiastas
y enardecido pero aquella sombra y aquel manto me hicieron como soy. En la
muralla había un sillar romano en el que se leía una inscripción. Iuvenalis
Iuvenale decía la inscripción. Lo demás estaba borrado por la lluvia que
erosionaron el granito. Podía ser una piedra miliaria o acaso aquella piedra
formó parte de un templo a algún dios derruido. La muralla romana fue derruida
por Almanzor. En la reconstrucción de la ciudad nueva y sobre todo cuando el
ensanche del siglo XIX que afectaría a Corobias sólo parcialmente se aprovecharon todos los materiales. Tambien
me intrigó aquel letrero. Corobias romana inspiró mi inclinación
hacia la latinidad lo que es lo mismo que la catolicidad. Vengo de un origen
donde universalidad quiere decir tambien altruismo y un cierto sentido
caballeresco / romancesco de la existencia. Tales antecedentes me precluyen e
incluyen. Mirar hacia lo alto a la catedral. Había un ciprés intramuros que
eclipsaba la vista en parte de ka torre. Las tardes de primavera era un nido
inmenso de todas las aves del cielo y a mano izquierda estaba el Arco del
socorro con el escudo que mandó esculpir el emperador Carlos V en la cara norte
y una talle de la virgen de las Nieves en la otra. El postigo había sido
derruido en parte pero quedaron en parte los ojos oscuros de los matacanes de
vigilancia y las saeteras de lo que debió de ser el cuerpo de guardia.
Yo miraba
continuamente para la cuna vacía y seguía buceando a mi hermano por todos los
rincones de la casa. En la hornacha bajo
el fregadero. La lumbre estaba puesta
toda la tarde. Hizo mucho frío aquel
invierno del 47 y hubo fuertes nevadas.pero los días fueron alargando, se
hicieron más largos y fríos. Estábamos
de luto pero venían visitas y nuestra casa era un filandón de gente a dar el
pésame. Hay que sobreponerse... llegó el
abuelo del pueblo con un saco de patatas y judías que mi madre vendía al
estraperlo pero mi madre la Juani que sabía cómo ahorrar la peseta era mujer de
buen corazón y gran parte de los víveres que criaba el abuelo Benjamín en el
huerto, en el judiar o que trillaba en la era o molía en los molinos harineros
iban a parar a los necesitados de nuestra vivienda. La puerta del sargento Parra y la Juani
estaba abierta y hasta hacían cola y pedían la vez en espera de un
socorro. La cola todo hay que decirlo no
era tan nutrida como en el pasillo largo y hediondo que conducía hasta la
puerta de la Felisa que recibía a sus visitadores-usuarios en bata de cola. Las vecinas se hacían lenguas de la
generosidad de mi progenitora.
-Ay, señora Juanita, ¡qué buena es
usted!
-Ni mucho menos, Macrina. Tienen que ser unos por otros.
A su lado no había pobres
aunque mi madre tenía su geniecito. Cuando rompía un vaso o tiraba la leche que
traía el machacante del cuartel me zurraba cola zapatilla. El óbito de Juan José había supuesto un duro
golpe para ella y creo que empezó a padecer de los nervios. Yo había quedado como el rey de la casa. Sin embargo, siempre tuve la sensación de ser
aborrecido porque al poco tiempo quedó encinta y nació otro hermano el tercero
que siempre sería su favorito. Al cabo
de mucho tiempo pienso que aquel trauma de no ser querido de ser infravalorado
o despreciado ha sido un lastre psicológico en mi vida. Y muchos de los padecimientos psíquicos e inseguridades
que me han azotado tuvieron su origen en este interregno entre la muerte de
Juanlo y el alumbramiento de Zacarías cuando mi madre tuvo un grave
padecimiento de tipo nervioso. No sé. Por otra parte tuve la sensación de que mi
padre se volcaba con los de fuera y a mí me golpeaba al menor pretexto. Yo fui uno de tantos niños maltratados de la
posguerra. En las fotos de aquella época
que conservo aparezco con los ojos tristones y siempre con un libro en la
mano. Esto de los libros fue
síntoma. A los libros me aferré de por
vida. Los clientes-usuarios de la Felisa
aumentaban con el paso de los días y debió de irla bien en su negocio el más
antiguo del mundo pues al poco tiempo se mudó a una casa más lujosa en la calle
Gascos. Era una mujer rubia, alta y muy
simpática. Siempre me daba caramelos
puesto que el hijo del señor Silvino el militar en la Casa de la Troya era toda
una autoridad y me besuqueaba pero a mí no me complacían los achuchones de la
Felisa. Llevaba los labios pintados y el
aliento le olía vino que tiraba para atrás.
Desde entonces las magdalenas me inspiraron compasión y una cierta
curiosidad. Yo no sería nunca de los que
tiraran la primera piedra. Tampoco los
inquilinos de nuestro bloque que hacían la vista gorda. Pobre mujer.
A su marido un oficial republicano murió en el Ebro. Tuvo que dedicarse al arte seguramente no por
vicio sino por pura necesidad. Tenía una
hermana la Concha que iba a vender caramelos por toda Corobias. En las ferias en las procesiones en el Paseo
Nuevo o en el Salón sonaba la voz aguardentosa de aquella mujer metida en años
y en carnes que vendía chuches y el pirulí de la Habana por un real.
-A real... a real... real.
Era su santo y señas y las buenas gentes de mi
ciudad compadecidas se rascaban el bolsillo e iban a comprar a la Concha un
cucucurucho. La percepción que tengo de
aquel entonces era un vivir como hermanos.
No había pasado más de un lustro de finalizar la contienda y allí no se
hacían distinciones entre republicanos y nacionales. Se hablaba de paz de lumbre de trabajo. Pero las marcas de aquella guerra terrible
quedaron tal vez marcadas en el interior de las almas. La señora Segunda que me daba cacahuetes por
ejemplo. La recuerdo jorobada y
pequeñita subida sobre un tuero del fregadero de su cocina que daba al patio
con pozo de brocal y vistas al Pinarillo. Le habían matado al marido en la
guerra y a un hijo. Vivían de lo que
sacaba Gabriel el cojo que vendía pipas y cigarrillos en la estación. Todos los días se le sentía bajar por la
escalera a rastras. Se protegía las
manos con una especie de almohazas para no herirse y con rodilleras y subía a
su triciclo con un pedal de mano y con sus cestas pedaleaba los dos kilómetros
que distaban entre el barrio de la estación y el Arco del socorro. Era el único que miraba a los militares con
cierta prevención. Sin embargo, le
quería mucho por ser hijo de la señora Segunda una santa él decía.
-Lo pasado pasado, Gabriel, hay que echar todo eso
en el olvido.
-Ya. Pero es muy difícil renunciar a las ideas, mi
sargento.
Sin saber que responder mi padre le ofrecía la
petaca y fumaban amigablemente el soldado de Franco y el paralítico
republicano. Gabriel vendía pipas en el
andén y cuando regresaba a casa escribía poemas. Yo tengo sus manuscritos que desgraciadamente
no vieron la luz. Por aquella escalera
bajaba Taito que era aprendiz de albañil
y la Tía Carnerita gorda como una tinaja y la voz ronca de aguardiente dejando
un rastro de olor. Uno de sus hijos era
ciego y vendía los veinte iguales para hoy y una hija la Carmen había tenido un
hijo de soltera, Constantino que era
de mi edad. Lo había engendrado un
italiano del que nunca más se supo pero la Serafina la hija mayor de la
Carnerita cuidaba de todos ellos.
Fregaba suelos se levantaba a las cinco de la mañana para ir a asistir y
por el verano vendía helados en un puesto que tenía en el Azoguejo. Estaba cargada de hijos y tenía a su marido
en la cárcel. Iba a verlo al penal de Cuellar algunos jueves en los coches de
línea de Galo Álvarez. Tengo que decir
que mi padre que estuvo destacado en la guardia de soldados que vigilaba el
castillo le llevaba algún paquete de comida y lo recomendó al coronel Tomé para
que saliera en libertad alegando motivos de buena conducta y además el Iglesias
el marido de Serafina carecía de delitos de sangre. Este hombre llegó a ser en Corobias
muy popular pues era buen recitador y en muchos salones de actos se le invitaba
como rapsoda. Su tour de force era el
Piyayo de Gabriel y Galán.
Aquella
ventana de mi infancia oreaba horizontes de melancolía pero nunca el odio que
ha aparecido casi setenta años después a menos que ese rencor estuviera
soterrado o haya saltado a la palestra de forma interesada a instancias de esas
fuerzas oscuras que tienen una trayectoria invisible pera tan malignas como
frecuentes en nuestra historia. Esas
fuerzas son las que envenenan la convivencia entre españoles.
Otro de los personajes que zumban y bajaban por la
escalera de la casa de San Valentín era un guardia civil padre de otro amigo al
que aludiré después puesto que el señor Juan, muy serio y muy guardia civil,
cuando pasó a la reserva fue contratado como portero del seminario de
Corobias. Le recuerdo siempre serio
inmerso en un gran mutismo introducido en su tronera. En toda la tarde se leía de arriba abajo el
Adelantado de. Aquella Corobias
sequedad aquélla seriedad escondían un buen corazón pero tambien un entendimiento cargado de
experiencias pesimistas sobre la inclinación al mal de la naturaleza humana que
él había vivido a través de su oficio de policía en años muy duros. Era un hombre enorme alto bien parecido con
unas anchas hombreras. Abajaba las
escaleras lentamente con el máuser en bandolera la capa y el tricornio. Infundía un poco de respeto aquel honrado
número de la Benemérita pero daba la impresión de estar amargado por cuestiones
que ya he detallado en otro capitulo de esta historia de mi vida. A la puerta le esperaba el otro número con
que hacía la mayor parte de los servicios y salía máuser y escarcela al hombro
de correría. Se llamaba Belinchón. Pese a su apellido en aumentativo el guardia
Belinchón era pequeñito vivaracho y locuaz.
La pareja era un contrapunto.
Parecían la ele y la i pero toda una pareja de la Guardia Civil
circulando por los caminos de España.
Acostumbrados a ver mucho y a pasar fatigas y sinsabores. Paso corto vista larga y ojo al cristo que es
de plata como se suele decir. Casimiro
el guardia mi vecino era de rango inferior a Belinchón que lucía una galón rojo
en forma de ángulo por lo que antes de iniciar el servicio tenía que cuadrarse
y darle la novedad como subalterno.
-Sordenes. Sin novedad, mi cabo.
-Pues adelante con los faroles.
Y La L y la I transfigurados en pareja de la GC
desparecían por el postigo del Socorro.
Pero antes una paradita en la tienda del Tío Juvenal que solía
invitarles a café de puchero y una copa de coñac. Se agradecía pero se rehusaba. La Benemérita no prueba el alcohol cuando
está de servicio. Se les respetaba y
acaso se les quería pero también se les temía.
El guardia Casimiro le contaba una vez a papá en una de las pocas
ocasiones en que éste rompió su reserva y su mutismo que el peor servicio para
ellos no era la lucha contra el maquis.
Era la cuerda de presos. Alguna
vez mirando atrás en su hoja de servicio fue cuando tuvo que conducir desde
Puerto de Santa María hasta Chinchilla a tres penados que iban a ser reos de
muerte.
-Parra, eso sí que es duro. Se te parte el corazón. Nunca
-Te acostumbras- le decía.
Por eso aquella tristeza en el rostro del guardia
Casimiro. La guerra le pilló en
Madrid. Un guardia civil tiene que ser
siempre leal a su gobierno. Luego cuando
vio aquel desbarajuste se pasaría a los nacionales. Sus ojos estaban cansados de tanto testimonio
de tristeza de tanto ir y venir en interminables retenes por los
caminos.¡Cuantos secretos encerrados en el macuto de un guardia civil! Luego regañaba mucho con su mujer por causa
del Antoñita al que nunca consiguió meter en vereda como declararé después.
De
oscurecida pasaban los grandes rebaños de la mesta. Mil.
Diez mil ovejas. Creo que hasta
cien mil cabezas pasaron por el portón camino del fielato para el pesaje y la
alcabala. Detrás venía el morueco o
carnero padre con un cencerro. A los
flancos, guardando la línea, excelentes guardianes de la majada, los mastines,
algunos de ellos de una alzada pareja a la de un buche que obedecían las
órdenes de los rabadanes, todos con boina, calzados con albarcas y con piales y
zaragüelles. Parecían soldados que la
mesta siempre estuvo algo militarizada. Por las noches se sentía ladrar a lo
lejos el ladrar bronco y profundo de aquellos perros que desafiaban no sólo al
lobo con sus carlancas sino también a la luna.
Contemplaba yo aquel tránsito impresionante de cabezas de ganado, un mar
de ovejas. Siempre había sido así. Desde
la edad media hacían vereda delante de aquella casa e iban a pernoctar al
picarillo cerca del cementerio judío donde estaba el osario o cementerio judío. En plena cañada real. Costumbre establecida desde las merindades.
Aquel olor aquel tamo que los animalitos levantaban al cruzar la puerta del
Socorro de la vieja ciudad amurallada me impregnó del sentir de la historia de
mi país. Un pueblo bronco y mágico y
comunero que siempre tuvo muy arraigado el sentimiento de la libertad. Entraban por la de San Cebrián e iban a dar
al puente de Santo Spiritus que cruzaba el Clamores. La vida seguía y poco a poco dejé de pensar
en mi hermanito muerto aunque de tarde en tarde cuando me traían de en cá la
señora Antonia la catalana miraba para la cuna suya recién hecha. Sobre el dosel lloraba un angelito triste
pero las sabanas estaban limpias y las almohadas como esperándole. Al final de aquellas navidades los Reyes me
trajeron un caballito de cartón. Era así
de grande tan grande como los mastines de los pastores trashumantes. Era muy bonito de color gris, los ojos
saltones, una silla roja y andaba sobre ruedas.
Tacatá tacatá. Con el juego venía
una fusta. Es lo que me hizo más
ilusión. Me pasé dos días cabalgando y
no quería bajar del carretón ni a tiros.
Mi alazán tordo gris cabalgaba todos los horizontes. Los Reyes vinieron ricos. También me trajeron un camión de bomberos que
arrastraría yo por la acera al pie de la muralla. La hija de la Macrina que era mi amiga me
acompañaba en aquellas veladas de la ilusión.
A ella la habían echado una cocinita y una muñeca con la que jugamos a
los papás y a los médicos. Pero la hija
de la señora Macrina no me gustaba. La
que verdaderamente me gustaba era otra: era la hija del subteniente Casado compañero de mi padre. Vivían detrás de la Plaza Mayor cerca del obispado y según la costumbre en aquellos
años las familias se solían hacer visitas los domingos y fiestas de
guardar. El visiteo a medida que fue
subiendo el nivel de vida y fuimos siendo más ricos fue sustituido por el
chateo: recorrer diferentes bares de tapas más vulgarmente conocido como
alternar. En la posguerra no daba para
tales dispendios de salir a tomar algo.
Ese algo se tomaba en casa.
Siempre con algo más de fundamento.
Se llamaba Merceditas la hija del subteniente y creo que fue mi primera
novia mi amor precoz. Cuando llegaban
las visitas a nosotros nos gustaba meternos debajo de las faldas de mesa
camilla y nos contábamos cosas. Hacíamos
lo que veíamos hacer a los mayores y nos hablábamos sentados en el hueco del
brasero. También venían los Tinaqueros que tenían un hijo que se llamaba
Cipri y era de mi edad. Él me enseñó a
jugar al guá. Tenía mi amigo Cipri bastante tino. Tenía mucho tino con las canicas que llevaba
en una bolsa prendida a la cintura algunas de ellas de mármol. Cipri también
sabía silbar muy bien entre dientes. Me
enseñó pero ese silbo maravilloso que hacía él nunca lo pude copiar. Yo decía cositas a Merche en nuestro
escondite de la mesa camilla mientras los mayores hablaban de sus cosas y
jugaba a las bolas con Cipri o a los carreristas. Los corchos de la cruz blanca dentro metíamos
un cromo de nuestro ciclista preferido que solía ser Berrendero o Trueba el
ganador de la Vuelta a España torneábamos un cristal a molde del agujero del
corcho y luego se pegaba con jabón y ya
estaba listo para dispararlo por una carretera de arena hecha removiendo la
tierra con las dos manos en horizontal y hacíamos puertos de montaña y todos
con sus correspondientes bajadas temerarias.
El que golpeando al carrerista con un golpe del dedo índice y pulgar
llegaba con su cromo a la meta el primero ése ganaba. El que se salía de la pista quedaba
descalificado. Así eran los primeros
juegos de infancia en la solana de la Puerta del Socorro. Veía pasar la vida desde mi ventana balcón en
el piso bajo pero exterior del número 4 de San Valentín. Sólo tenía un dormitorio el comedor y una
cocina con los techos muy altos pegada a la escalera con una leñera tenebrosa
donde yo pensé que habían encerrado durante mucho tiempo a mi hermanito. La ventana daba a la muralla. El primer paisaje que vieron mis ojos fueron
aquel muro de sillares romanos que arrancaban justamente de la espalda de los
peñascos de calizas sobre los cuales se eleva la ciudad. Los grajos y los vencejos anidaban en las
socarrenas o hendiduras que dejaban los andamios. Las tardes de primavera eran una fiesta de
alas negras recortadas de golondrinas en vuelo versátil y exhibicionista
alegrando con sus trinos la atardecida.Si alzaba la vista contemplaba el
capitel augusto de la Dama de las Catedrales una saeta volando al firmamento.
Todo era verticalidad e imperial arquitectura. El lugar parecía comunicarte una
fuerza interior y un grito de llamada: citius, altius fortius. Os quiero a
todos escaladores atletas del Señor. Esa fuerza de la mirada hacia las cosas
latía dentro del fanal de un ojo oculto. Era como el grito de una fe
ancestral.Aquel edificio del gótico tardío fue la sede de mis primeras
vivencias. De la mano de mi padre subíamos a misa por las viejas callejuelas de
la judería casas humildes que parecían acurrucarse bajo el amparo de aquella
torre mágica. Los domingos a las once había misa cantada. Tarareaban Tercia los
canónigos detrás de la reja del coro de impresionante labra luces apagadas. Por
los vitrales policromos de las grandes ventanas encaramadas penetraba una luz
lechosa y sobre el gran facistol donde yacían los vetustos y desencuadernados
becerros antes de la misa cantada el ángel de los salmos pasaba las páginas. Me
impresionaron de siempre y con algo de ellos mi alma quedaría marcada para
siempre aquellos librotes, aquella monomio. Abrid señor mis labios. Dios de
Israel seas mi baluarte contra quienes me persiguen. Y los herrajes de cierre y
las letras gordas pautando melismas gregorianos. Allí se reclinaban las claves
de una música olvidada. El precentor se acercaba con paso leve y cantaba una
antífona. Respondía el coro con desgana pero haciendo valer en medio del
cansancio la virilidad de los siglos. En
medio de la monotonía de la historia las oraciones sonaban. De tanto pasar
página los extremos de los cantorales llevaban la marca de los dedos que
tocaron los cantorales sagrados. Sentados en sus reclinatorios o apoyados sobre
las misericordias de fina labra aquellos religiosos de capas negras y blancos
sobrepellices cumplían la rúbrica y el decoro. Una ausencia se pagaba con una
multa de tres pesetas. Siete veces al día. La impronta de los dedos sobre un
ángulo de la página hacían estar en los hombres que habían cantado las Horas
desde el siglo XII. La familiaridad con el trato divino les había convertido en
seres escépticos y despondentes. Cantando era una forma que tenían de arremeter
contra las embestidas de la Bestia que acosaba a una humanidad en aflicción:
guerras, hambrunas, discordias, muerte, enfermedad, fracasos. Tus alabanzas
salgan de mi boca, Señor siete veces al día. Te alabaré desde la aurora hasta
el ocaso. ¿Y tu, dios mío, qué me das? Una protección dispensas yo no la veo.
Abre, señor, mis labios pero abre también mis ojos. El órgano prorrumpía en
sones mayestáticos al final del oficio. En lo alto de la cúpula un serafín se
columpiaba. Eran las melodías y los cantos de siempre. Los canónigos en sus
sitiales dormitaban la siesta o hacían que respondían las barrigas
protuberantes. Se notaba que a algunos la castidad les había convertido en
orondos apacibles curas de manga ancha y tolerantes en el tribunal de la
penitencia. La fe católica es desde luego amor platónico algo de cansancio y
mucha retórica. Allí estaba don Severino Valencia el deán del cabildo
que hacía buenas migas con el arcipreste de San Ildefonso y el magistral al que
llamaban el Padre Bodigos y los tres se iban a comer al Bernardino o se
iban a merendar al Terminillo que era una finca del obispo. Tiempo de holganza
tiempo de pitanza. Ciertamente yo nací en una ciudad levítica donde la oración
vocal estuvo muy arraigada. Hubo siempre que guardar las apariencias. A los ocho
años entre en la escolanía que dirigía un beneficiado rico y usurero al que
llamaban Patrocinio del Morral. Fui seise y aprendí a beberme el vino de
las vinajeras. Me gustaba cantar y tocar la campanilla y me veía en los espejos
de la cornucopia más guapo que un san Luis con la sotanilla roja de obispillo
que utilizaban los acólitos desde tiempo inmemorial. Asistía a clases de
catecismo aprendía a apagar las velas a los cristos recibía los cachetes y
moriscos del beneficiado don Morral si en algún kyrie desafinaba tenía la
palmatoria tocaba la campanilla pasaba la bandeja y me gustaba jugar a
columpiarme en las enormes cortinas del cancel. La oración mental y los pésames
señor de algunos meditabundos nunca la entendía del todo y por eso mismo nunca
fueron santo de mi devoción los heresiarcas protestantes ni comprendo a los
místicos que saltan los ritos a la torera. Vivíamos un tiempo pluscuamperfecto
que creíamos perfecto ya llegarían las imperfecciones y con esta llegada la
alegría feneció a mí que no me vengan con historias. Ahí me las den todas. No
eran Ángeles sino diablos los que pasaban pagina a los tremendos librotes del
facistol cuando cantaban el oficio los canónigos cansinos. La vida les había
enseñado que para obtener la canonjía lucrar una prestamera y acceder a un
puesto catedralicio vía oposición con el reloj de arena el tribunal de siete
presidentes y la tesis en latín caigan misas y vengan ollas mientras se
derramaba la mínimas partículas de
arenisca por el canuto de la clepsidra había que saber nadar y guardar la ropa
y hacerse un nido en el pito. Si la dejas un mes ella te deja un año y si un
año quieta toda la vida se quejaba don Gumersindo al que en más de una ocasión
le vieron tomar el tren vestido de paisano y sin hábitos camino de Madrid donde
frecuentaba a una querida. Aquellos tremendos libracos anunciaban las
libertades. No tenéis escapatoria. Guttemberg estaba a punto de morir y le
sucedería en el trono Macluhan y al poco lo sucedería Billy Gates que ese sí
que era importante. A la sombra de aquella torre de la catedral y más tarde de
la Aceitera viví el último tranco de la edad media. Yo le tenía la vela al
maestro de ceremonias y aprendí a distinguir los colores de la rubrica y la
letra menuda de la epacta hasta saberme de memoria el ultimo evangelio de tanto
escucharle ayudando al celebrante a tener una de las sacras. La iglesia era rigurosa y ordenancista y había oraciones
que se decían en una época del año y otras no. Entendí ese misterio de la
combinación de colores de las casullas. Tiempo ordinario tiempo de pasión
Pentecostés adviento cuaresma y resurrección. El carrusel litúrgico se mueve a
compás de las estaciones. Una veces tenía una vela pero otras veces lo que
tenía en la mano era el cirio bajo los ojos vigilantes y algo vinosos del
maestro de ceremonias. Otras veces llevaba el portapaz a las autoridades
dándoles a besar aquella imagen sagrada para que las gentes se reconciliaran
pero las gentes no se reconciliaban nunca. A algunos curas los encontraba
ridículos en aquellas casullas de guitarras que se utilizaban antaño. Mucho
mejor la capa pluvial que es más augusta y sacerdotal sobre todo si tiene
fimbrias y un colgante como si fuera una vieja capucha. Los hombrees no
cambiaban ni los curas se reconciliaban hablaban mal unos de otros o le
criticaban al obispo por detrás. Una catedral es como un pueblo chico infierno
grande debido a las miserias humanas. A pesar de todo yo pensaba que no podía
haber vida después de las letanías de San Marcos del canto coral y de la
recitación monódica de la “passio” cada viernes santo. Los árboles no
nos dejan ver el bosque a los que soñamos en la parusía. Siento tedio y
melancolía al recordarlo. Es el tedio de haber llevado tantas cruces portado
tantos viáticos y rezado infinidad de rosarios. Desde niño la muerte tampoco
asusta. Ayudé a muchos a bien morir si es que semejante acto puede hacerse bien
alguna vez- fui monago del arcipreste don aquilino el que por Valtiendas para
que me entiendas se comió la mejor hogaza encentó la más guapa y se bebió el
mejor vino el que llamaban pisapies y adobado el jarro con un luquete de limón.
De hoy en un año. A tu salud, hijo. ¿No me da un poco? Cuando seas padre
comerás a la mesa, en mi mente siempre la presencia como una mala sombra del
ciego de Alba de Tormes. Tuve que aprender a ser lazarillo. A la fuerza
ahorcan. Y acompañaba los domingos al cura de Tejares en bicicleta. Le servía
un ama que llamaban la Tía Abilia que le volvió loco al pobre cura y acabó en
el manicomio de Quitapesares. Sin embargo al de Remondo, anda demonio, le tocó
la lotería pero no lo dijo y cuando murió encontraron sus sobrinos medio millón
de pesetas dentro de un botijo que no usaba nunca los veranos en el desván. Soy
feudatario de todas estas letrillas y consideraciones y costumbres del ser y no
ser eclesiástico. Me bebía el cono de las vinajeras y de ahí arrancan mis
inclinaciones alcohólicas que tantos duelos y quebrantos causaron en mi vida.
Sin embargo ¿qué? Estoy aun aquí, todavía vivo arrastrando mi carretilla a
remolque de unas cosas y otras. La sombra de la catedral y la presencia de la
sinagoga pues, cruzando la Hontanilla, estaba el osario creo que explica los
acontecimientos posteriores de mi devenir y algo de mi manera de ser aunque
nadie tenga la última palabra después de lo escrito. No me considero antisemita
como abajo aclararé pero todo el que se sienta enemigo de España me tendrá
siempre con las armas en la mano luchando contra él. Sien embargo yo no tengo
otra torre de asalto, otro carro de combate como mi pobre pluma.Nací cerca de
donde el padre de Pablillos, verdugo oficial, despachaba cabe la Puerta del
Socorro, ínclito personaje nacido de la pluma del genio de la literatura
española, don Francisco de Quevedo, acaso otro judío encubierto, el único
novelista y poeta que hablaba y escribía con soltura el hebreo, y desde la
ventana de la casa donde transcurrió mi
infancia se veían las escalerillas de San Roque donde empezaba la judería vieja
y por el otro lado del hontanar del Clamores donde los hortelanos moriscos (berros,
lechugas, rábanos algún cohombro, vergel primoroso) cultivaban unos tablares de
tierra negra ubérrima que parecían manteles a mesa puesta y al otro lado,
asomada a la hoz del cañón que va haciendo este río a trechos subterráneos
hasta ir a besar las aguas del Eresma, estaba el osario. El osario era el
cementerio judío de las cuevas del Pinarillo. Enterramientos bíblicos,
verdaderas mastabas horadadas sobre la roca viva sin ningún adorno ni siquiera
una inscripción. De chico, recorríamos aquellos aledaños, y vi yo una tarde a un hombre todo vestido de
negro con una barba muy larga una dulleta talar, tocada la cabeza de un
sombrero como de cura protestante, que
estaba muy tieso ante aquel agujero
haciendo muchas inclinaciones y reverencias oraba como con prisas sin
las edulcoraciones, transportes y
arrobamientos a los que la piedad católica nos tiene acostumbrados. La
liturgia mosaica carece de los adornos de la católica y nada se diga de la
griega. Es un rito como para andar por casa (no frills) pero muy humano y
ancestral a su vez.Parecía rezar de una forma ostentosa, casi con furor,
moviendo el tronco y la cabeza hacia detrás y hacia delante, según la sinagoga.
El hombre orante era un sacerdote judío que elevaba plegaria por los muertos en
aquel campo santo. Parecía tener mucha
prisa por acabar y rubricar su trámite.Yo por entonces no sabía lo que era un
rabino ni tampoco un kadish o responso pues para un niño la muerte y la
política y los discutinios de religión son perplejidades que le traen al pairo
y no me entraban en la mollera todavía las diferencias de creencias máxime
cuando todos adoramos a un mismo dios pero se me quedó grabado para siempre el
aire como eterno del hombre de las largas barbas y la dulleta negra. Podía ser
un cura perfectamente.Mi abuelo me enseñó a besar el pan cuando éste se caía de
la mesa, costumbre israelita por lo visto. He visto muchos que al morir volvían
la cara hacia la pared buscando el oriente (otro atisbo) y aunque nos guste el
jamón y la carne del cerdo en adobo a muchos españoles, no aguantamos el jalufo
sin sazonar.A mí personalmente el tostón de mi tierra me repugna pues soy
comensal del cordero asado y, la tarde en que mi tía Dominica amortajó a mi
pobre abuelo Benjamín le ató al difunto las manos con los pies mediante un
cordón con siete nudos y colocó dos monedas sobre los ojos y una perra gorda
(sería para pagar al Barquero Queronte) en el paladar, tuve una noción de hacia
donde mirábamos y de donde provenían nuestras creencias.También ésta es una
tradición funeraria que nos viene de la tradición sefardí. Los españoles
solemos tener la mirada viva, el gesto despierto la nariz afilada y el cráneo
dolicocéfalo de los semitas, pues en la antigüedad todas nuestras sangres se
fundieron . Los enterraban de pie cubiertos con un sudario mirando todos para
Jerusalén. Mi hija cuando estuvo en Ámsterdam a la que llaman la Jerusalén del
Norte me dijo que había conocido a un señor que era clavadito a mí. “No sé lo
que haría la abuelita por aquellas tierras holandesas pero era idéntico a ti,
papá, tu doble”. Era un judío. Cuando veo a esos apuestos soldados israelíes
trocados del taled y las filacterias rezando sobre los relejes del tanque y
haciendo muchas inclinaciones antes de entrar en combate, pienso que puede ser alguno de mis hijos; su rostro me resulta
familiar, y siento a la vez compasión y rabia. ¿No es Jerusalén la ciudad de la
paz y los jerusolemitas tienen siempre a flor de labios la palabra shalom? Pues
entonces mienten más que hablan.Ya sabemos que ningún judío puede derramar
sangre ni tocar a un muerto sin contaminarse. ¿Entonces? Cosas de la política
que nada tiene que ver con la santidad del Santo de los Santos. Yo amo a
Israel. Y a su pueblo. Ningún judío que llegue a mi puerta quedará sin cobijo y
un poco de pan. Pero me parece horrenda la carnicería que han preparado en Gaza. Quizás estaban por orden del Pentágono, probando material y
nuevas tecnologías estratégicas. Ya sabemos que Israel es fuerte pero no más
fuerte que la ley divina. Ya sabemos que el justo peca hasta siete veces y
Cristo dice que hay que perdonarlo hasta setenta veces siete pero ello no es
óbice a las criticas y reparos que he formulado desde esta bitácora que se lee
más de día en día, gracias a Adonai. Que mis criticas sean constructivas. Él lo
quiera. Hay cuatro tipos de conocimiento: el conocimiento científico que es el
exacto o matemático en relación causa efecto; el estético pues la verdad está
siempre en la belleza; hay un conocimiento profético o numen divino que es el
que el Señor otorgó a David a Salomón a Jeremías e Isaías, al propio Mahoma y a
muchos santos padres y santos de la iglesia. Por último hay un conocimiento
informativo que es el más imperfecto y manipulable. Yo no sé en cual de estos
planes me muevo pero de todos ellos creo que me toca algo, aunque no sea más
que un vulgar periodista y archivero que vive con pasión los acontecimientos de
nuestro mundo hoy. Nada es lo que parece.Si acotáramos muchos de los textos de
Isaías y de Amós podríamos tener la sensación de estar ante un caso de
antisemitismo manifiesto, y no es verdad.San Pablo el fundador del cristianismo
es todo fuego. Nunca podré apartar los escritos paulinos en los que me abraso.
Él era un judío típico lenguaraz, agresivo, muy poco diplomático pero transido
de amor divino. Yo amo a Israel porque amo la palabra y el viento. Me gusta la
vida y la libertad no la muerte. La raza de David de la que nació nuestro
Maestro será inmortal. Son los elegidos. Lo otro es mero accidente pero ese
designio a ser destinado a patena de las ofrendas y cáliz de la elección y del
sacrificio implica una responsabilidad. Israel no puede ser una nación como las
demás. Y matando pobres moros indefensos el ejercito hebreo creo que no estuvo
a la altura de su enorme prestigio.Eso sí; a los que tiran bombas y lanzan
katiushas merecen castigo pero no pueden pagar justos por pecadores. Amar a
Israel es comprender que somos carne de dolor y que la historia se nos ha
llenado de montañas de cadáveres. Yo nací al lado de un cementerio judío, uno
de los osarios de España más viejos.Tapaban la cueva con una especie de muela
de molino y se iban. Si a la sepultura llegaba un visitante nunca traía flores
ni crisantemos. Traía un guijarro y lo colocaba en aquella sepultura sin
cruces. Duelo profundo y a palo seco pero duelo plañidero sabiendo que la
muerte cercena nuestro orgullo. Los osarios hebreos siempre trajeron a mi mente
el Libro de Job. Somos carne de dolor y no hay tu tía.Corobias es una ciudad judía. En ella se amalgamaron los tres
credos. Los moros habitaban el barrio de san Lorenzo. Los cristianos
moraban también extramuros por san
Millán y trabajaban las tenerías de
Santiespiritus. La aljama se situaba al pie de la catedral intramuros- siempre
fueron muy protegidos por la realeza y la propia Iglesia- y dominaban los
mercaderes con la estrella de David en la solapa las contadurías y juros de los ricos. Eran los escribanos
los médicos los albéitares, que ejercían las profesiones liberales, y siempre
tuvieron una excelente relación con los canónigos del cabildo.Puede decirse que las pingues
rentas eclesiásticas estaban en sus manos. Siguiendo hacia la otra parte de la
muralla desde la iglesia de san Miguel hasta san Quirce, era zona de las familias asturleonesas y
vascongados, los godos legítimos, que habían bajado desde la montaña a medida
que se fue expandiendo la reconquista. Estos sí. Eran los godos. Pero hubo un
trasiego de sangre y una mezcolanza constante de las estirpes hasta el punto
que bien puede decirse que Corobias una ciudad que recuerda a Jerusalén más que
ninguna de las otras ciudades españolas es la fusión de las tres culturas con
una diferencia sobre Burgos o Toledo que aquí se protegió a las alhamas. Los
judíos y sus bienes eran realengos y pertenecían a la corona. A partir del
siglo XIII tras las predicaciones de los dominicos y la conversión del rabino
mayor de Burgos, Pablo de Santa María, cundió entre los judíos corobinos y
también entre los musulmanes la noción de que la única religión verdadera era
la de Jesús y una gran parte de la población de ambas etnias y sin coacciones
se bautiza en masa a la sombra de las dos grandes familias hebreas corobinas:
los Coronel y los Dávila. En este singular fenómeno parece que tuvo que ver un
hecho probado históricamente como milagroso cual fue la profanación de una
hostia en un caldero por el sacristán de san Facundo y sus compinches, origen
de la tradición tan popular y tan querida en Corobias como es la Catorcena. Los
médicos los capellanes y los banqueros de Isabel la Católica eran todos del
pueblo elegido. El propio Torquemada que fue prior de Santo Domingo, donde yo
visitaba con mis padres al capellán don Genaro que vivía con su ama la Jesusa
en el Hospicio, judaizó en algún tiempo y luego se convirtió de modo furibundo
pues el pueblo de Israel no conoce los términos medios. Dios nos libre de la
furia del converso.El propio Fernando de Aragón era un Henríquez por parte
materna. El cardenal de España, don Pedro de Mendoza, marrano legítimo que
cuando presentaba a sus pajes, hermosos mancebos, a la Reina Católica, ésta
decía: “Ya veo aquí los bellos pecados del cardenal”. Aquellos mozos eran sus
hijos mánceres o fornecinos[7] nacidos fuera del tálamo conyugal
que él no podía tener el señor cardenal por ser obispo.Queda por dirimir el
misterioso edicto de 1492 del que no queda otro testimonio que el del Cura de
los Palacios. Los que se fueron al exilio fueron muchos menos que los que se
quedaron. Pero metieron mucho ruido y ese es uno de los enigmas desde el cual
se dilata la concepción de nuestra leyenda negra. Fue una medida política que
perseguía la unidad nacional, muy difícil sin la unidad religiosa.Sin embargo
creo que Teodoro Herzl, el fundador del Estado de Israel para la construcción
del Gran Israel del Eretz Israel estudió la vida y los hechos de Fernando de
Aragón. Actualmente el gobierno de Tel Aviv está acometiendo, o mediante la
compra de tierras o por las bravas, la judaización de la Ciudad Santa, tratando
de desalojar a los ortodoxos griegos y rusos, haciendoles la vida imposible a
nuestros franciscanos custodios de los Santos Lugares desde Felipe II, y
manteniendo a raya a los fieles de la mezquita de Omar.Lo tienen difícil como
demuestran los sangrientos sucesos de los últimos días de 2008. Sin embargo
para Dios no hay imposibles. Él permita que las tres religiones puedan orar
cerca de la tumba del padre de los creyentes y vivir en paz y armonía judíos
musulmanes y cristianos. Shalom y que paren las bombas. Conteneos. Es lo que
desea al pueblo de Israel este pobre periodista de Corobias libertaria y
comunera, como ven no me crecen pelos en la lengua, shalom. Sefarad. Shalom. Las
navidades son tristes y trágicas por las razones saturninas que ya he
apuntando. Tiempo de furor y ocurría lo mismo hace más de cincuenta años pues
por estos días me llega el recuerdo de mi hermanito al que dimos tierra por
Nochebuena.
Se
llamaba Juan José y era el que me seguía.
Antes venía Henar la mayor. Dios también se la llevó. Angelitos al cielo. Por aquellos días de posguerra no paraba de
sonar en los campanarios el cimbel del oficio del párvulo. El entierrillo. La lúgubre música de bronce del campanil se
perdía por el horizonte. Eran entierros blancos. Sólo se había muerto un niño. Los sacerdotes oficiaban todo de blanco. El luto por los infantes pero en aquellos
decesos la muerte de guante blanco mostraba sus garras, no menos contundente y
cruel. Vidas que se cortan nada más nacer.
El filo de la guadaña tétrica que yugula un hilo en ciernes. Nunca comprenderé el dolor de los inocentes. Parece ser, sin embargo, que en la vida
moderna tiene un papel relevante Herodes y todos los días es 28 de
diciembre. Suena a clamor la campana. La espada de sus soldados entra a degüello
contra los que tuvieron la culpa y acaso por eso porque sus vidas no presentan
mancilla son sacrificados. Esto es algo
más que un mito. Toda una realidad de la
existencia humana.En la tradición eclesiástica visigótica era la más pequeña de
la torre en los campanarios españoles y recibe el nombre de cimbalillo, y los
rusos la denominan la kolokolcha campanita. Por aquellos días de hambre
y de muchas enfermedades, cuando no había sido descubierta la penicilina un
simple catarro una diarrea llevaba para el otro mundo seres que aún no habían
empezado a vivir. La muerte de mi tierno hermanito al que amortajaron no con
una cruz sino con un angelito entre los dedos frágiles fue el precedente de
unas navidades tristes de unas navidades que para mí supusieron un trauma toda
la vida. Señor ¿por qué? ¿por qué?
Es una duda escabrosa que acecha al depósito
de la fe pero estas dudas se resuelven con el principio de que la naturaleza es
pródiga y selectiva. De millones de
óvulos sólo uno fecunda. De miles de
flores del manzano únicamente unas pocas se colman. De las semillas que lanza el sembrador sobre
el surco sólo germinan un 80 por ciento.
De los cigoñinos en el nido de la torre que suelen ser dos uno sobrevive
y es su hermano más fuerte el que lo arroja al vacío. La naturaleza elige a los más fuertes y a los
que más luchan. Principio de selección biológica. Inexorables leyes terribles de la naturaleza
y violencia desde el principio que me hacen arrodillarme a los pies del
Crucifijo y preguntarle:
-Señor ¿ por qué?
Tú no puede ser el asesino. Eres
el dador de vida. Sin embargo, una visita al oncológico infantil de cualquier
hospital o un repaso a los miles de negritos que mueren desnutridos en el
África es para qué los hombres de buena fe nos hagamos la pregunta de qué
pecado habrán cometido.
¿No es
Dios la bondad y la potencia infinita?
No hay
respuesta, desde luego. Es el silencio
de Dios. Su rostro se oculta. Ese
silencio divino alienta un misterio teológico que ha afligido a muchos santos y
esa cuestión pertenece al arcano de sus inescrutables designios. Cuando llegan las nochebuenas yo me pongo triste y pienso en mi hermanito.
Fue por las fiestas de la patrona. Vino mi padre del cuartel. Trajo con el
machacante un saco de chuscos para todos los que vivían en aquella finca de
alquilados: los carneritos, Gabriel el cojo al que habían fusilado un hermano
por socialista, la señora Antonia Sabaté la de Lérida que vino refugiada a
Corobias - vinieron en una camioneta de Intendencia tras la batalla del Ebro
contando horrores y suplicios- de donde era su marido con su familia después de
un bombardeo en que sus hijos Quico, Agus, la Juani se agarraban a sus faldas y
gritaban en catalán:
Mame...
mame.
En el
piso de arriba habitaban la Maruja y la Carmen dos solteronas muy beatas. De vez en cuando invitaban a merendar chocolate
con picatostes al deán de la catedral u otros miembros del cabildo. Cuando cruzaban el portal los niños ibamos a
besarles la mano. Los curiales nos
dispensaban de esta obligación al ver nuestras narices cubiertas de mocos.
-A jugar niños, darse ligeros.
Algún
canónigo se dignaba regalarnos caramelos o una estampita para que fuésemos
buenos.
Abajo del todo en el sótano que daba la
huerta recibía la Felina que había sido miliciana. Ella vivía en un cuarto de atrás y ahora
ejercía el oficio más antiguos del mundo.
Una hilera de hombres hacían cola en el descansillo los domingos delante
de su puerta. Mamá nos había prohibido
que bajásemos por aquella escalera.
Matías, un extremeño que no sabía
decir paladar decía el cielo de la boca u era algo zopo por lo que en la
batería le apodaban el tuercebotas que así se llamaba el machaca o asistente de
papá entre las vecindonas repartió los chuscos y algún salazón, varias latas de
sardinas, unos arenques, un poco del rancho frío, las sobras de Mayorías, entre
los vecinos y en la Casa de la Troya hubo fiesta con los aguinaldos de Santa
Bárbara. Hubo jolgorio en la corrala
mientras Juanín estaba agonizaba por primera y última vez.
Agus la catalana quería llevarme con ella a
su casa pero yo me resistía a salir, me agarraba a los barrotes de la cuna del
niño. Cuando había nacido Juan José me
dijeron que la cigüeña lo trajo volando por los aires en un cajón y yo cuando
veía una cigüeña apuntaba al cielo y decía... esa... esa ha sido. Busqué también como loco el cajón donde
vino. Dentro de la hornacha debajo de la
cama turca. En los altillos. Y nada.
Se crió muy sano y rollizo. Pesó
al nacer casi cinco kilos y yo le hacía carantoñas, le quería mucho pues cuando
mi madre le daba la papilla siempre caía alguna cucharadita. ¿Mamá me das un
poco? Ten. Aquel condimento sabía muy dulce. El niñín engordó. Era muy sonriente y risueño. Hacía ajitos y gracias. A serrín a serrán los mozucos de san Juan y
hasta comprendía el juego del puño-puñete-quitale y vete. Pero un día empezó a toser. En plena noche se encendía la bombilla del
cuarto de mis padres habitación única pues vivíamos con derecho a cocina. A mi hermanito no se le pasaba la tos. Se le agarrotaban los pulmones. Un llanto infinito que traspasaba el
corazón. Papá decía ay hijo ay mi
hijo. Y mi padre lo tomaba en brazos y
lo arrullaba en una manta de esas de los soldados. Paseando por la habitación. El pequeño debía de sufrir y mi padre ea...
ea... ea acunándolo sobre sus brazos.
Las toses iban a mal. Así como
las congestiones. Por la casa empezó a oler a boticas. Un practicante militar venía de vez en cuando
a ponerle una inyección en la barriguita, el paciente se revolvía de
dolor. Y la cocina de carbón ardía día y de noche. Para calentar las planchas de hierro y para
las cataplasmas. En una de esas por poco
lo abrasan. De nada servían estas curas
de caballo. Juano se nos moría. Yo no sabía lo que esta palabra significaba
pero ne la imaginaba algo horrible, tenebroso. Hasta que una mañana vino de
urgencia don Samuel el médico (recuerdo bien la marca de aquel coche negro en
que giraba visita a sus dolientes; era un “Balilla” italiano) y dio el
diagnóstico fatídico: poliomielitis. No
había nada que hacer. Mi madre lo arropó
en la manta y lo subió hasta los franciscanos donde había un san Francisco
milagroso. Pasó al niño por le habito
del santo. Pero no había nada que hacer.
No era esa la voluntad de Dios. Al poco el enfermito entró en
agonía. Mi padre seguía paseándolo por
toda la casa arropada en aquella manta cuartelera que había batido tantas
escarchas y cubierto a muchos muertos cuando la guerra y aplacado el dolor de
tantos heridos:
-Ay mi niño.
Que se me muere mi niño.
Vinieron
las convulsiones de la agonía y al poco tiempo expiró pasada una tos ronca como
perruna y luego se fue con una sonrisa en los brazos del que le había
engendrado. Angelitos al cielo. Trajeron
los de la funeraria un ataúd blanco y a Juan José lo amortajaron con su faldón
de cristianar una rebequita con unas cintas azules y se llamó a un fotógrafo
pues era entonces costumbre retratar a los niños que se morían. Mi padre
siempre llevaría durante muchos años aquel retrato en la cartera. La casa dejó
de oler a boticas y a cataplasmas y se inundó de flores y de corona. La luz de diciembre bañaba los muebles de la
humilde sala llena de avíos melancólicos.
Luego a primera hora de la tarde no se me olvida se paró delante de la
casa un coche de caballos negros.
Aquellos jamelgos eran enormes. Una alzada gigantesca que casi llegaba
hasta los cielos pero héticos, casi famélicos, el cochero de las pompas
fúnebres no les daba mucha cebada y por los cuartos traseros se les salían los
ijares. Estaban los animalitos en los puros
huesos. Con unos penachos de plumas
negras parecían buitres de mal agüero. Y
dentro de aquel carruaje introdujeron el blanco y minúsculo féretro de mi
hermano.
-¿Adónde le llevan, mamá?
Entre
sollozos pobre mujer contestó a mi pregunta:
-Al cielo, Antoñito, al cielo.
-Volverá pronto ¿verdad?
-Claro hijo pues claro.
-¿Y el cielo donde está?
-Ahí arriba.
Estará bien con Dios y la Virgen y su ángel de la guarda.
Mi
madre empezó a musitar en un llanto que era alarido la famosa plegaria: “cuatro
esquinitas tiene mi campana cuatro angelitos que me acompañan”
En ese
instante vino Agus la catalana y casi a rastras me sacó del velatorio. Yo daba
patadas. No me quería mover de allí.
-Yo quiero ir también al cielo, Agustina, con el
niño. Yo quiero ir con Juano (le
habíamos empezado a llamar así) para que se lo lleven los hombres malos en el
carro negro.
Apañé
una de las “perras” peores de mi vida.
El llanto y los berridos me
duraron dos horas mi pico pero ni Agus ni la señora Antonia la leridana
se atrevieron a darme un azote. Hablaban en catalán evidenciando su pena y su
compasión hacia mí. Cuando regresé a mi
hogar la cuna de mi hermanito estaba vacía pero como recién hecha como si mi
madre fuera a acostar de un momento a
otro a nuestro niño que se había ido para siempre.
Yo creía que mi hermanito no podría estar
mucho tiempo en el cielo y estar lejos de mí que le hacía ajitos le hacía
aserrín aserrán campanitas de san Juan y
hasta probaba un cacho de su papilla cucharadita a cucharadita viene pues yo
también me crié bastante hermoso y rollizo.
Si la cigüeña lo había traído en un cajón y ahora se lo habían llevado
en una caja Juanjo no debería de estar muy lejos. Levanté las colchas a las camas, miré debajo
de los cojines, descorrí la cortina de la hornacha, alcé la tapadera de la
tinaja pero para mi desconsuelo mi hermano no estaba allí. Al día siguiente cayó una gran nevada.
Corobias se revistió de un manto de albor purisimo igual que el de la capa del
cura que había oficiado el entierrillo.
Miré al cielo azul purisimo tras la nevasca y contemplé la belleza del
cielo. Pensé que aquel debía de ser un
buen lugar. Y entendí porque mi hermano
no quería volver. Estaba jugando con los
ángeles en el cielo. Pero fueron unas
navidades tristes, sin embargo, sin portal de Belén y cerca de la cuna vacía
las de hace sesenta y dos años. Sin
cantos sin pandereta. Estábamos de
luto. De luto blanco.
El
nacimiento y el entierro de mi hermano fueron las primeras cosas que recuerdo
de mi vida. Vivencias asociadas a dos
palabras el cajón de la cigüeña y la caja mortuoria. Símbolo del hombre en su elipsis por la
tierra de la cuna a la sepultura.
Angelitos al cielo. Juano donde
quiera que esté sabrá que le eché de menos toda mi vida. Tenía tan sólo año y medio menos que yo. Hubiéramos sido dos buenos amigos. Ay, ay mi hijo. Oigo la voz de mi padre quien desde el cielo
también le llama.
-
[1]Sub tuum praesidium confugimusa, Sancta Dei Genitrix, ne despicias in
neccesitatibus supplicactiones nostras sed a periculis libera nos semper Virgo
gloriossa et benedicta. Era la última plegaria del día y
nos dormíamos bajo el manto de aquella bella y antiquísima oración compuesta en
el siglo V.
[2]Forma de dirigirse los maestros
y profesores en las viejas universidades escolásticas de Alcalá, la Sorbona y
Oxford.
[3]Inglaterra me hizo
[4]Lo siento
[5]Cada libro tiene su propio
destino pero los versos nunca darán dinero
[6]A nosotros no, señor. No a nosotros.
[7]
Mancer, bastardo. En castellano han quedado algunas palabras del hebreo y todas
tienen un carácter sexual como mancebía, cohén, manceba.