2023-01-23

ESTE CONFESOR SAGRADO CUENTOS VIEJOS DE ANTIGUOS SEMINARISTAS

 











 

I

NOS ENCONTRAMOS DESPUÉS DE MEDIO SIGLO

Allí estaban Prelatus, Cansino, Segundo, el Flemas, Filemón (el que olía mal) Pulido, Flavio Fonseca, Liborio, Constantino, Rigoberto Remiendos (que siempre estaba de luto pues un año se le moría su padre otro un hermano y al siguiente un tío cura, total que siempre con la banda en la bocamanga o en la solapa y el gesto compungido de no somos nadie, resignación, que se le va a hacer y salud para encomendarle El Elías (nos la lías, que para unos era el Morritos por su labio belfo, y para otros, el Morgueras o Berretes, y que era de por ahí, de hacia los castros; de Castrojimeno, Castro de Fuentidueña, o Castro Sarracín, no lo podría en este momento decir) Velasco y todos: Lovingos, Frumales, Porreros, Aldeorrio este vestido de cleriman, Cantalejo, Torreadrada, Cantimpalos, Valtiendas(para que me entiendas)  Fresno de Cantespino (el pueblo del nombre más excelso o  bonito) en representación de los pueblos de la diócesis, una de las más antiguas de la cristiandad y que dentro de la Iglesia española conservaría su personalidad, el sello propio. Éramos los curillas. Todos ya jubilatas. Próxima parada, Clases Pasivas, estación en curva. No introducir el pie entre coche y andén, esto es con el pié ya casi en el estribo. Éramos una buena cuadrilla supervivientes todos de la guadaña de la muerte, del rincón de las clases pasivas. Llegábamos con los ojos cansados de ver el mundo de soportar persecuciones, adversidades. Alguno tuvo que pasar por el dolor terrible de ver a su hijo en el tanatorio como fue el caso de Remiendos. Pero allí estábamos los supervivientes del Alzamiento Cibernético después de cantar en alto hasta la desesperación no el Volverán banderas sino el himno de Acción Católica que era mucho menos peligroso. Allí estábamos luciendo sonrisas de media legua y palmaditas en la espalda.

-Hay que ver lo bien que estás. Por ti no pasan los años.

Con esta frase tienen por costumbre los españoles llamarse carcamales unos a otros entre claveles y rosas. Aparentemente te están echando una flor. Por de dentro insinúan que ya va siendo hora de la jubilación. Palmaditas en la espalda. Besos y abrazos. Me he pasado media existencia limpiándome las babas de Judas. El mundo está lleno de hipócritas y de traidores. Y  nuestra heráldica cuajada de barras siniestras en los escudos, signo de bastardía. Algunos hasta llevan la marca en la frente con las siete señas del hijo puta.¿Qué sensación se tiene volverse a encontrar al cabo de diez lustros? Pues sentimientos encontrados. La verdad. Por una parte la alegría de la supervivencia y de haber superado aquella época en que se volvió la tortilla y muchas chaquetas se volvieron del revés. Lo blanco era negro y lo azul tornasoló a rojo. Muchos libros quemados, las horas gastadas y el tiempo fugitivo. Mudan las modas, las costumbres, pero el hombre sigue igual. Alguna que otra almenara hubo y mucho refrito en la sartén. Aquel fuego estaba apagado ya aunque bien puede ser que rescoldos quedasen. Habíamos estado yendo y viniendo,  subiendo y bajando, entrando y saliendo, perdiendo y ganando, sufriendo y gozando, riendo y llorando, porque era verdad lo que cantábamos en las sabatinas por aquel entonces: esto es un valle de lágrimas. Para muchos, casi la mayor parte del pescado estaba vendido, y éramos conscientes de que ya no podría quedar mucho camino. Aquí no se permite la nostalgia. Hay que venir lloraos, cagaos, meaos como en la milicia, dije yo:

-          ¿No recordáis el introito de la misa que nos aprendimos de memoria cuando respondíamos de carretilla al cura y sin comprender lo que significaba: Ad Deum qui laetificat juventutem meam?  Ahora sí que sabemos lo que  entraña el hemistiquio de ese salmo. Somos jóvenes. Eternamente jóvenes. Sursum corda. Arriba España. -A ver ese ánimo.

Pero se les embarazaba el alma de tristeza. Y nadie respondía. Con la edad no se juega.

Algunos al abonar  mi demanda por la Red de Redes estaban obedeciendo al instinto de curiosidad. A ver qué hay. A ver qué pasa. Hola qué tal. Tanta lluvia sobre los rostros. Tantas agua bajo los puentes del Rasemir. Y en las orejas tanta escarcha. Esa escarcha de los años que puso escepticismo en la mirada. Pero también les impulsaba el horror al vacío y el presentimiento de que todo tiene un final. Para muchos se les estaba acabando la tarja. Y la tarja, como saben muy bien los viejos castellanos, es un código de barras antes de que inventasen la cibernética que dice que hasta el pan y los bodigos poseen fecha de caducidad y cuando se llega a la última muesca hay que devolver el palo al panadero que nos la entregó. En este caso, el Panadero celestial. Demasiadas marcas en el palo y en el alma, la coz del desencanto y la afrente, y contratiempos cantidad. Algún desfalco. Vidas al derribo.  Más de un desamor tendría alguno pero en aquella ocasión no íbamos a hablar de mujeres, los que tuvieran y de los casados únicamente vinieron dos. Algunos estaban calvos y otros mostraban los pechos hundidos. Filemón que mal olías, tío. ¿Es que no te lavabas? ¿No habría río en Escarabajosa de Abajo? Nos preguntábamos. Yo no podía ver a aquel tío. Me pegaba y encima olía mal. Los había brutos y venían a desasnarse al seminario. ¿Te acuerdas de cuando entonces? Me acuerdo que cuando entonces... mal lo pasamos. Hombre de pan no padecimos  pues había uno al que apellidaban Izquierdo, para nosotros el Zurdo, que se guardaba una hogaza de pan en el guardapolvo. El pan no nos lo tasaba aunque nunca nos lo daban tierno sino de dos o tres días-las monjas cocían una vez por semana- y los corroscas estaban revenidos pero por aquellas fechas teníamos buenos dientes y sabían rico. Nos metíamos los molletes que ofertaba el Zurdo a perra gorda entre pecho y espaldas Cuando nos apretaba la gazuza pedíamos una limosna al Zurdo.

-Rufino, dame.

-¿Cuánto?

-Un cantero.

-Toma. Esto importará una perra chica.

El mollete sabía a glorias celestiales a media mañana y por eso se hacía con gusto el dispendio. Lo manducábamos muy a sabiendas. Penjamo era nuestra despensa. Como su padre era tratante no sé si de Cantalejo tenía un sentido de la economía. Era por lo visto descendiente de tratantes. Todos los de la aljama de Burgos cuando los líos y disturbios que hubo en el año 1398 terminaron viviendo cerca de la Puerta del Socorro donde estuvo la aljama y su manera de ser, una contemplación de la vida, su sentido del ahorro influyó mucho en la ciudad de los Arias Dávila y los Coronel que de catecúmenos remataron en caballeros. A Corobias la llamaban ciudad de los caciques y de los caballeros. Sin embargo, abandonaron la religión de Moisés con armas y bagajes. En masa. De esta conversión nació un poco el pietismo corobino y ese catolicismo tan riguroso que a veces sorprende a los propios romanos. Se salió en cuarto de latín, se dedicó a los negocios y creo que ahora es millonario. El Zurdo no vino quien sabe si hubiera muerto. Por aquellos días a algunos de los que quedaban les picó la curiosidad de “si se había salido o lo echaron”, un matiz bastante diferente.

 No obstante no pasábamos hambre física pues allí estaba nuestro prestamista para remediarlo por más que no sólo de pan vive el hombre sí padecimos falta de afecto. Eso creó en mi cierta inseguridad que derivaría en nerviosidad, en complejos. A mí la inseguridad me hace morder bolígrafos, me da hambre. Soy  capaz de comerme a san Pedro por una pata y no quedar ahíto (bulimia). Que de dinero y santidad la metá de la metá. Todos desde luego teníamos madera de santo pero antes era menester una buena labor de ebanistería  humanística y cepillar muchas virutas, los vicios ocultos y desinencias originales. Educar y formarse. ¡Compañía!… a formar. Habíamos de convertirnos en soldados de la milicia de Cristo.

 Y todo eso de la santidad puede que fuesen por sencillamente palabras. Circunloquios. Retóricas. Frases bonitas. ¿Por qué embisten los toros? Muy fácil, lo mismo que el ser humano. El toro tiene miedo cuando le sacan de la dehesa su territorio. Lucha siempre por el territorio. El hombre o el niño en este caso tienen un comportamiento igual que el toro bravo o la rata que amurcan o muerden al que les arrebate el trozo de queso o les cuestiones la vaca por cubrir. Sin embargo, íbamos cantando el Iste confessor, y desde el fondo de su retablo, enmarcado entre azules y purpurina, la Virgen sonreía. La Virgen de la Transfixión que unos decían la de los Tránsitos y otros la de los  Transfijos. Allí vivimos arracimados.  Nos educaron en el miedo al infierno, miedo a las penas del infierno y a las llamas del Purgatorio, un lugar de estampitas y de cantos que decían “a la Virgen del Carmen quiero y adoro porque sacó las almas del Purgatorio”, pero hacía unos pocos meses que el Vaticano había declarado este lugar incierto donde van las almas en lista de espera como sitio de existencia poco probable. Y así, para nuestra decepción y la de muchos otros fieles cristianos, los había proclamado el papa reinante que de teologías sabía lo suyo pues para eso era alemán.

 A aquella cárcel en llamas donde se sentaban las ánimas, se  le había dado carpetazo  teológico. Puede que en este punto la Iglesia haya actuado contra si misma porque la devoción a los difuntos fue fuente de limosnas y de sufragios, un negocio, ea, durante muchos siglos. También, sería declarado nulo el limbo de los justos o seno de Abraham.todas las religiones se fundamentan en el miedo a lo desconocido y el Purgatorio era parte integrante de aquel incierto más allá, la región de las sombras que amenaza a todo mortal. De la misma manera en la calle de la montera de Madrid hay un cartel que dice ya nos es pecado pues por lo mismo ya no hay purgatorio. Hay mentes susceptibles como la mía a las que estas involuciones de los tiempos representan una desdicha y materia de escándalo. Sin infierno y sin purgatorio a los que pegamos el primer estirón en la década de los cincuenta del pasado siglo parece que nos falta algo.  Los tiempos se habían alterado mucho a lo largo de los últimos 53 años aunque cuando penetramos en la capilla nos invadió la sensación de que acabábamos de arrodillarnos en los antiguos bancos ayer mismo. Ya no había limbos ni purgatorios. ¿Infierno? Todavía seguía vigente pues para empezar todos llevamos un infierno portátil en el interior de nosotros mismos pero de cualquier  modo, tales mudanzas decían un poco de nuestra confusión y atolondramiento. ¿Cómo llenar aquel vacío?

 Luego estaba miedo a ser expulsados, miedo a la hembra, y miedo a hacer el ridículo entre los demás pupilos, o lo que se conoce vulgarmente bajo el nombre de los respetos humanos.  Pese a lo cual nos vino bien aquella disciplina castrense puesto que vita milicia est que diría san Pablo y algunos como Filemón se lo agradecerían al de por junto pues creo que se apuntó a la Legión.

Este chico vino sin civilizar de un pueblo de la sierra: Escarabajosa del Monte. Filemón o Lemonis como le llamábamos cuando se hizo popular no sabía lo que era una ducha y miraba para los grifos indecisos entre lavarse o salir, corriendo como si fuera un fetiche. Dicen que los indios aztecas cuando vieron llegar  a Cortés a lomo de un caballo se asustaron. Creían que  era un centauro.  Pues Lemonis de la misma manera. Cuando veía un coche se arrimaba a la pared creyendo que era el diablo. Había sido agostero los veranos y borreguero entre la Asunción y san Miguel. Apenas sabía leer y entró en el seminario  por influencias; cierta hablillas referían que tenía mucha mano con un tío obispo. ¿Su tío o su padre? No sé si era su tío o su padre pero lo cierto es que era abad. Se crió como Jeromin en Escarabajosa un pueblo donde no había ni siquiera letrinas. Limpiarse se limpiaban con un morillo. Puede que el sobrino del abad mitrado tuviera madera de santo pero nos daríamos con un canto en los dientes si el señor rector don Ventura o el ecónomo don Marcial o don Martín al Cubo y don Florindo o alguno de los prefectos pudieran hacer gavilla de su persona. Pues a ver quien era el majo que metía en vereda a aquel mostagán que se movían con andares de chimpancé y se reía con risa de Orangután. Disfrutaba de lo lindo cuando echaban películas de Tarzán y el Hombre Lobo o una de indios algunos domingos por la tarde. Saltaba, brincaba, descomponía la silla, le pegaba una paliza al del asiento delante para que se estuviera quieto. Su presencia era una demostración a plena escala de la tesis  de Darwin  sobre los orígenes simios de la humana especie. Pues bien; este tío quería ser cura. Muchos son los llamados pero pocos los elegidos. ¿Y eso como se come? Pues con patatas fritas. Vaso de elección -vas inspirationis- decían los antiguos, y un hombre un voto. Tocaban las campanas al escrutinio de las mentes pero habíamos quemado las urnas y todos nuestros cartuchos y nos quedaban pocas papeletas.

 Puede que hasta el diablo no sea más que un elegido por el procedimiento de un hombre un voto o si se quiere por el de mano alzada. El concepto urnas en mi memoria revierte siempre al de horcas. Horcas caudinas. Tienes que pasar por el aro, tío. Sofronizate, relájate, ríete ante sus propios huevos.  En sus primeros siglos la iglesia era democrática. Luego se hizo teocrática y jerárquica.

Asi se realizó la elección de santo Matías el primero de los diáconos, su fiesta el 24 de febrero, acaba de pasar el otro día como aquel que dice. Íbamos para curas y acabamos en escritores fracasados o en discretos padres de familia que ya cobraban la pensión y eran abuelos. Todas  las mañanas salían a las doce y regresaban a casa con las consabidas bolsas de plástico y un par de barras. El talego con el que cargábamos era nuestro destino: bolsas de la compra,  mochilas de libros. Y a andar caminos de soledad ciudadana con las zapatillas de deportes. Las desavenencias conyugales, los gritos, los lloros, los remordimientos, los reconcomios. Ese era el futuro  que nos esperaba antes del sepulcro. Tiraron la flecha muy alto, querían alcanzar las estrellas, pero el dardo se quedó a media distancia Nuestras existencias fueron el resultado de amaños, intrigas y falsas expectativas. Mirando hacia atrás observamos que en ellas ya quedaba poco de heroico excepto cuando le poníamos los cuernos a la parienta en un  motel de carretera y alquilábamos una meretriz para pasar quince minutos y salir pitando.  La verdad es que yo no había leído a Maquiavelo. Tomaba a los hombres como yo querría que fueran y no como eran en verdad. O a las mujeres. Ahí estuvo el gran fallo de mi existencia.

-¿Gozas vida?

 -La tienes muy gorda. Me hubiera gustado conocerte cuando tenías treinta años menos.

Simulaban los chillidos del orgasmo las jodías y sacaban la pasta   con sus enjuagues y zalemas  a los viejos verdes que se iban de correría. Correrla sí pero lo de correrte era ya un poco más difícil, harina de otro costal, vamos. Ni con Viagra o Cialis, el mágico invento de tan fatídicos tiempos.

 No obstante algún día trazaré tu semblanza de español fracasado. Escribiré tu biografía. Iba para arcipreste o para caporal de los tercios de Flandes a los que denominaban el “electo”. El electo era un cabo que tenía la función de hablar con el coronel cuando se atrasaban las soldadas y la chusma amenazaba con soliviantarse. Y nosotros estábamos a verlas venir aguardando la  Última Paga.

De la misma manera yo era electo para parlamentar con el señor   obispo. Teníamos la fijación de que la iglesia nos había arrebatado algo y era justo que nos lo devolviera al final de nuestros días. A unos le dejaron marca las pláticas del padre espiritual sobre los Novísimos, a otro le había tratado de sodomizar un sacerdote  en el confesionario, a otro el  rector con sus amenazas de colocarlo de patitas en la calle selló su suerte de delincuente. Íbamos para ser guardias de corps de Jesús Sacramentado como los jesuitas o de lansquenetes de las divisiones acorazadas de la divinidad o bien canes del Señor, como los dominicos y terminamos en seres arrumbados, hombres fracasados o  bien alcohólicos.  ¿Quién nos lo diría entonces cuando aspirábamos a ser los capitanes de la guardia, los sumilleres del emperador celestial?

La primera borrachera la cogimos con aquel vino judiego que nos daban en la colación de ayuno de los viernes santos y ya no soltamos la moña en la vida. Dicen que la santidad es camino áspero pero cuenta también con coletazos de resaca.

 Éramos tan frágiles y tenemos tanto miedo al toro de la vida que embiste, a la furia e inconsistencia amorosa de las mujeres y conjurar el estigma de que nos encasillasen como maridos maltratadores que había que buscar asilo mental en el vino.

-¡Cobardones!

 El alcohol deparaba seguridad y parecía infundir fuerzas pero también eso puede que fuera un espejismo. En eso también nos equivocábamos. Volvíamos de nuevo a Corobias  como el que se dispone a efectuar un viaje iniciatico hacia Eleusis. Desde el primer vagido en el vientre de su madre y desde que el hombre pone las plantas sobre la tierra  anda a la búsqueda del paraíso perdido. Quiere ir a Eleusis donde se encontraba la fuente Castalia bajo el amparo de la diosa Demeter que tenía por costumbre apacentar allí sus rebaños de bueyes. Entre ellos estaba el minotauro. ¿Quién era el minotauro furioso? El padre de un bisonte y el abuelo de todos los búfalos de las grandes praderas. De Demetria sí que sabiamos algo pues nos inspiró para conocer la devoción hacia la Virgen María. Madre de la tierra base y sustento del amor verdadero del que siempre anduve yo en bastante carestía. Quizás por eso allá por el mes de febrero cuando la cristiandad celebran las carnestolendas y una vez en mi pueblo me hicieron rey de gallos todos los mozos a pupilo en ca  la Salamanquesa a los que se designó para correr el masto.

 Me subieron sobre la albarda de un burro. Colocaron sobre mis sienes una corona de papel. Me pusieron en las manos un cetro de hojalata, que parecía yo como descendido del Olimpo, so saltado al valle encajona de Sotofuentes desde el cuadro Los borrachos de Velásquez, y en las manos la esfera armilar que nos valía en la escuela para entender mejor las lecciones de geografía que daba el maestro. A todo esto, sobre mis hombros colocaron el ropón de una oveja que olía un poco a meados pues desde muchacho tuve ese padecimiento de mojar el lecho, simulando el manto de armiño y ya estaba yo perfectamente constituido en rey de gallos.

Hacía un frío que pelaba en el callejón de la Tía Caya que nos sirvió de palenque. Manin  fue al transformador y quitó los plomos y colocó sobre los cables del tendido eléctrico  un par de capones y una gallina clueca. Todo el pueblo, sin luz pero nosotros, en el estridor de nuestra fiesta, no estábamos a oscuras lo que se dice sino muy lúcidos con el candil del morapio.  Colgolos de las patas y se organizó una carrera de mulos y burros. Los asnos se dispararon a los cuatro pies hacia la meta, mientras los machos se hacían el roncero pues, no queriendo formar parte de la cabalgata, tiraban a sus jinetes por las orejas, y estos les molían a palos con la tralla.

El que más corría y el que más saltaba y el que más fuerza tenía en los brazos para arrancarle al pollo de la Tía Caya la cresta de cuajo ese seria el rey de gallos.

Y ese día el premio fue para mí. Aunque la cosa no tenía mucho merito. La mayoría de mis contrincantes se habían pasado en lo de darle meneos al jarro  e iban vomitando al llegar al Berral o echaban la pota en el río cerca de los chimorretes, borrachuzos como ellos solos los mozalbetes de mi pueblo y yo no cataba de lo que dan las parras  por aquel entonces y es por esto por lo que me coroné rey de gallos en las fiestas del Anesterion que en mi pueblo que siempre fue algo pagano de suyo a la sombra de aquel cerro que semejaba un Olimpo ubicado sobre el promontorio donde estaba la torre del cementerio que era la de una antigua iglesia baluarte. Justo en la cima manaba una fuente  que llamábamos Colorada y que era un remedo de la de Castalia. Chorro de vida manantial  de los dulces pensamientos y un ágora en la plaza donde hablaban en corro los hombres viejos todos los domingos al salir de misa, celebrábamos los carnavales como si fueran saturnales y como había poco sexo y poco que arrascar por ese cabo al estar  prohibidos y muy controlados los placeres de  la carne, los del vino siendo tolerados, lo compensábamos con Baco y otras destemplanzas como la carrera de asno. Cuando terminaba la competición Manin volvía al transformador a devolver la luz al pueblo. Un año chisporrotearon  de lo lindo los cables del tendido eléctrico. En ca el cura se quemó la instalación y donde la Onésima se fundieron los plomos en el momento justo en que estaba con su hombre montando coyunda.

 Resulta que una de las gallinas decapitadas se había quedado allí tiesa no la bajaron y hubo un chisporroteo tremebundo que estuvo a punto de arder todo el casería que se encuentra en la hondonada. Burradas como aquella y bromas de mal gusto podría narrar a cientos. Don Efesio desde el pulpito no dejaba de llamarnos acémilas y decía que bien estaban hechas las cuaresmas como tiempo de ayuno y de penitencia. Que cantásemos salmos como el rey David y nos vistiéramos de estameña.

Algunos tomaron las amonestaciones del curilla al pie de la letra y preparaban otra parecida a la de lo de correr el gallo con carreras de sacos. Al que llegaba el último por costumbre se le tiraba al pilón donde abrevaban las yuntas. Eso de tirar a uno al pilón, por más que los abrevaderos pueblerinos hayan dejado de existir, sigue siendo una costumbre muy española.

Asi que el día de las Candelas se corría el gallo. Puede que nevase no lo recuerdo. Lo que sí sé es que el cielo estaba encapotado y pasado el páramo junto a los cielos de panza de burro puede que se adivinase el lomo en forma de arco toral de Somosierra cubierto de su alquicel blanco. Ya habían llegado las cigüeñas y tenido su celo los gatos. Calzábamos albarcas y para no mojarnos los piales con los botes de conservas hacíamos una especie de zancos y con tales coturnos que se ataban a la pantorrilla ibamos a ver correr a los mozos a las eras y luego a merendar a las bodegas, chapoteando por entre los charcos. Había quien se arrancaba por  lo zamarro con una jota ansotana “Si quieres que yo te quiera ha de ser con el ajuste que tu no hables con nadie y yo con la que me guste”. Hasta de la fuente Caldera manaba barro.

 Vivíamos despreocupados el final de una era el tiempo de Piscis o tiempo de Cristo al que representaban en la mesa del altar con un paño bordado con un pez que tenía la boca abierta para entrar en la er de Acuario. Después vendría el anticristo y se acabaría el mundo pero de momento en lo que dure había que gozar de la vida y de sus carnestolendas. Chascábamos piñones sobre la lápida de cemento de los Chimorretes y veíamos al tío Carretero afanarse con toda su familia para acoplar el aro de hierro a la madera de un carro. Todos en la familia cooperaban. Eran lo menos diez o doce y hasta la Danila acudía con un caldero de agua que perdía el bofe. Salía humo de las juntas al rojo vivo. Lo pintaba Laurentino a base de un arte campesino que hunde sus raíces en la prehistoria y en los frescos romanos, con unas figuritas que remedaban tréboles ruedas de la fortuna florecillas del campo y otras cosas.

 Me cupo la suerte o la desgracia de ver dar sus últimas boqueadas a la Edad Media, que bajaba disfrazada  de monja a luchar con don Carnestolendas  todas las primaveras, pugna simbólica del bien y del mal, de la virtud y del vicio. Ganaba la partida, aún con no pocos alifafes, doña Cuaresma. Vencería la abstinencia que simbolizaba el bien pero el mal se cobraba también su adeudo. Aquellas escenas que presenciara de muchacho me ayudaron a entender algo del misterio de la vida que en buena parte es teatro. Representación alegórica de un drama que se nos escapa en muchos casos pero el cristianismo no había sido derrotado aun por las fuerzas oscuras y éramos todos cristocéntricos.

El pórtico de la gloria a través de la gubia del maestro Mateo bien lo dicen en su lenguaje de piedra que traza la imagen del pantocrátor. El hijo de dios preside el cosmos y se sentaba en un trono de majestad que ahora parece vacante. Cristo alfa y omega ayer hoy y siempre: el onkolos u ombligo existencial. El diablo parece que se las está apañando para conseguir cortar ese cordón umbilical que ajunta al ser humano con la trascendencia y hasta en los autobuses hoy viajan carteles (lo que demuestra que se trata de una batalla muy vieja) que anuncian que no hay Dios, eran las fiestas del  A n e s t e r i o n y, aun pecadores, el temor de Dios presidía nuestras vidas. Era un tiempo más pacifico más resignado aunque siempre estuviéramos de fiesta que el actual comandado por las reglas del juego del voto democrático, los amaños de las elecciones cada lustro el dinero y una cierta riqueza que no evita que la vida sea más incomoda que entonces y mucho hedonismo y mucha violencia. En esta sociedad los viejos se sienten desplazados. En aquella, no. Entonces eran gente respetable y veneranda. Ahora se menosprecia a esos pobres jubilatas – nos temíamos la tostada los del grupo--que caminan leguas y leguas cada mañana quizás para no tener que pensar para cuidar el físico y sobre todo para perdurar.

Su mujer les entrega un talego de plástico cada mañana. Ten. Que vayas a por el pan. No me da la gana. Pues hoy no comes. Mira que hay que joderse. Toda la vida trabajando como un burro y ésta me tiene por chico de los recados.

 La sierra se nos aparecía en las mañanas de invierno al relucir como unos corporales inmensos recién planchados una sabana fría en que arropar nuestros sueños. Se bebía el vino recio de la raza, se mataba al cerdo y se corría el gallo. Vámonos pa allá. Se esperaba el concilio, el aggionamiento, el cambio pero si cambias la membrilla en Manzanares buena gana tendrás de ver lugar.

 Esa transformación supuso elidir algo de nuestra propia alma con lo que medraron frustraciones y vinieron los duelos y quebrantos: el tiempo de Piscis, el signo más importante de la rueda del zodiacal, sustituido por el de Acuario, que no deja de ser un dios y harto problemático el agua es el símbolo de la mujer.

 Entraba a reinar la gran meretriz. Y una de las cosas que no sabía la gente era que el concilio al suprimir el latín atentaría contra la taxonomía de su propio orden y mandaba al evangelio a galeras cuando se ordeno que no se rezara más en latín y aquella tierra donde nacimos nosotros en el corazón de Hesperia era romana por los cuatro costados. Los paisanos a la hora de yantar en el campo se acodaban sobre el surco como si se tratase de una larga merendola en el triclinio y los mondongos y el jabalí asado era una costumbre culinaria heredada de los legionarios romanos que pasaban por allí que tenían inclinación por el vino aguado con la tradicional posca que atempera la borrachera. Les privaba el cochino tanto como odian a este animal impuro los semitas.

El plato tradicional que guisaba Luculo en sus sartenes era el t e t r a p h a r m a c u s que se condimentaba con manitas de jabalí, pechuga de faisán, ancas de pavo real y otros manjares.

¿Y eso cómo lo sabes, Eustaquio?

-Me lo enseñó don Valeriano que sabía mucho latín.

Las fiestas de la Candelaria eran el final de las calendas januarias en que se organizaban los fastos saturnales para aplacar la cólera de los dioscuros y acaso por eso nosotros corríamos el gallo, siempre me he sentido romano y yo viví los tiempos de Roma en aquel seminario donde todavía se estudiaba y se impartían las lecciones en la lengua del Lacio.

II

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El mollete sabía a glorias celestiales a media mañana y por eso se hacía con gusto el dispendio. Penjamo era nuestra despensa. Como su padre era tratante no sé si de Cantalejo tenía un sentido de la economía. Era por lo visto descendiente de judíos. Todos los de la aljama de Burgos cuando los líos y disturbios que hubo en el año 1398 terminaron viviendo cerca de la Puerta del Socorro donde estuvo la judería y su manera de ser, una contemplación de la vida, su sentido del ahorro influyó mucho en la ciudad de los Arias Dávila y los Coronel que de conversos remataron en caballeros. A Corobias la llamaban ciudad de los caciques y de los caballeros. Sin embargo, abandonaron la religión de Moisés con armas y bagajes. En masa. De esta conversión nació un poco el pietismo local y ese catolicismo corobino tan riguroso que a veces sorprende a los propios romanos. Se salió en cuarto de latín, se dedicó a los negocios y creo que ahora es millonario. Aunque no pasábamos hambre física pues allí estaba nuestro prestamista para remediarlo por más que no sólo de pan vive el hombre sí padecimos falta de afecto. Eso creó en mi cierta inseguridad que derivaría en nerviosidad, en complejos.

A mí la inseguridad me hace morder bolígrafos o me da hambre. Soy capaz de comerme a san Pedro por una pata y no quedo ahíto (bulimia) por otra parte en aquel colegio había tratos infernales. Tipos hoscos, bizcos, siempre a la que salta. Todos desde luego tenían madera de santo pero antes era menester una buena labor de ebanistería y cepillar muchas virutas. Y todo eso de la santidad puede que fuese sencillamente palabras. Circunloquios. Retóricas. Frases bonitas. Mucha farfolla. ¿Por qué embisten los toros?

Muy fácil, lo mismo que el ser humano. El toro tiene miedo cuando le sacan de la dehesa su territorio. Lucha siempre por el territorio. El hombre o el niño en este caso tiene un comportamiento igual que el toro bravo o la rata que amurcan o muerden al que les arrebate el trozo de queso o les cuestiones la vaca que hay que cubrir. Sin embargo íbamos cantando el Iste confesor y desde el fondo de su retablo la Virgen sonreía. La Virgen de los tránsitos. Allí vivimos arracimados.  Nos educaron en el miedo al infierno, miedo a ser expulsados, miedo a la hembra, y miedo a hacer el ridículo. Pese a lo cual nos vino bien aquella disciplina castrense puesto que vita milicia est que diría san Pablo y algunos como Filemón se lo agradecerían. Este chico vino sin civilizar de un pueblo de la sierra: Escarabajosa del Monte. Filemón o Lemonis como le llamábamos cuando se hizo popular no sabía lo que era una ducha y miraba para los grifos indecisos entre lavarse o salir corriendo como si fuera un fetiche. Dicen que los indios cuando vieron llegar a México a cortés a lomo de un caballo se asustaron. Creían que era un centauro.  Pues Lemonis de la misma manera. Cuando veía un coche se arrimaba a la pared creyendo que era el diablo. Había sido agostero los veranos y borregueros entre la Asunción y san Miguel. Apenas sabía leer y entró en el seminario  por influencias, se refería que tenía mucha mano con un tío obispo. ¿Su tío o su padre? No sé si era su tío o su padre pero lo cierto es que era abad. Se crió como Jeromin en Escarabajosa un pueblo donde no había ni siquiera letrinas. Limpiarse se limpiaban con un morillo. Puede que el sobrino del abad mitrado tuviera madera de santo pero nos daríamos con un canto en los dientes si el señor rector don Ventura o el ecónomo don Marcial o don Martín al Cubo y don Florindo o alguno de los prefectos pudieran hacer gavilla de su persona. Pues a ver quien era el majo que metía en vereda a aquel mostagán que se movían con andares de chimpancé y se reía con risa de Orangután.

 Disfrutaba de lo lindo cuando echaban películas de Tarzán algunos domingos por la tarde. Saltaba brincaba descomponía la silla le pegaba una paliza al del asiento para que se estuviera quieto. Filemón eso no son formas. Tu que dices... a ver si se lo digo a mi tío el abad. Cuando iba en la terna o estaba enredando o iba pegando al de delante. A mí una vez me dio un puñetazo en la espalda que me hizo ver las estrellas y en una ocasión que don Martín Martín Martín, don Martín al cubo, le llamó al orden le soltó un gancho que menos mal que don Martín tenía buenos reflejos y lo esquivó que de lo contrario no tuviéramos presidente nunca más. ¿Qué vas a decir hombre? Nosotros no sabemos nada igual que en las bodas.  Paños al púlpito y cuartos al pregonero. ¿Adónde se camina? Los ríos van a la mar del morir. ¿Quién piensa en tanto agua quedando todavía buen vino en los cueros?

Uno de Asturias hijo del cabo dijo que a él la sidra le probaba más que las mujeres. ¿No sería un poco maricón? Lo mismito. El ser humano no cambia. Únicamente las estrellas aunque parezcan clavadas ahí en eso no cambian de sitio. Septiembre era el mes de los perihelios y de los jolgorios.

 Desde la Virgen de agosto hasta san Miguel toda España es un pasacalle. Tiempo de fiesta y a mediodía todavía se puede ir de trapillo. Sobraba la chaqueta. Pero estábamos desnudos. Desnudos y desunidos ¿Qué hemos hecho? Desguaridos y sin la hoja de parra  con que taparnos igual que Adán y Eva cuando los desahuciaron del Paraíso buscábamos un amparo. Querencia. Algo así. La vida y sus sinsabores nos habían convertido en huérfanos de nosotros mismos. Por comer del árbol de la ciencia dijeron los críticos pero yo pienso que fue por andar a claveles. Sin embargo, no os pongáis dramáticos, chiquitos. Lo pasao, pasao. Hay que vivir. Allá películas. Pero todos seguíamos agarrotados por el pavor. Echa la galga, Federico. Frena. Que no que van bien las mulas. Carga delantero. No que te lo digo yo; que va trasero. Inventaron el tractor y desaparecieron las yuntas de mulas y los que las vendía los muleros y tratantes de Cantalejo. Yo fui rey de gallos pero la constelación de Orión nos conmina a cambiar de vida y costumbres, los científicos hablan del calentamiento global.

No enchufes la tele ni la radio, si no quieres vivir un día deprimido. En las casas se entablaban luchas por el poder. Luchas por el mando a distancia. Ah “Iste Confessor”. ¡Cuán lejanos suenan aquellos cantos! El carro volcao y todos son carriles y explicaciones. Aquel frenesí eléctrico nos agarrotaba los nervios. Parábamos en seco. Era la tijerada ciega del cuévano cuando se va a vendimiar sobre las artolas disputables y el mulo  se espanta y no hay camino y nos lanza por la collera contra la cuneta. Tiras del ataharre y te quedas sin mano o sin cabezal.

-¡So¡

-Que te dije que pares. He dicho.

Era el  silencio de  los corderos en aquellos claustros por donde ya nadie pasea ni medita. La rectoría vacía. El sagrario sin eucaristía. Desde que llegó el Día del Odio nos expulsaron de nuestros sueños. El templo sin un alma, algún que otro viejo, que se prepara a bien morir. A las iglesias ya no acuden feligreses. Van visitantes. Hubo una segunda gran denudación de los altares mucho peor que la luterana. Alguien voló sobre el nido del cuco. Pasó el sembrador de cizaña. Lanzó al aire metiendo mano a su morral la semilla maldita el enemigo y os ha dejado sin tuétano.  No cruzó los campos de noche.

 Para mayor vergüenza nuestra llegó de día y las gentes de los pueblos que estaban sentados al fresco en el poyo de la entrada le dejaron hacer pues explicaban su indolencia con el refrán ni mío es el trigo ni mía la cibera muela quien quiera. Las buenas gentes se calaron un poco la visera. A buen seguro que les molestaba el sol un poco y miraron para otro lado. Llegó la Bestia y muchos pensaron que habían venido los titiriteros. Prepararon un gran banquete para Ella, la fiesta de la libertad, y pusieron a punto el corral de las comedias. Un corral de comedias cibernético que cada uno montó en su propio cuarto de estar. Aquí cada uno va a los suyo, hijo. Esta abulia y esa indolencia de los malpensados y los acomodaticios torturaron mi vida. No se puede sin embargo remar contra corriente. ¿Por qué no reaccionáis? ¿Y que vamos a hacer, qué quieres tú que hagamos? Nos han arrebatado el alma. Los ratones se comieron todos nuestros bodigos. Palmaditas que suenan a hueco por delaten y por detrás te preguntas con tristeza pero ese carcamal fue niño de coro conmigo. No puede ser. La juventud se fue, nieve en la cabeza rescoldos en el corazón. Ese era el pavor que se leía en nuestros rostros y nos dejaba lívidos. Horror vacui. A muchos les había salido la hoja roja. Ya quedaban pocas planas por llenar. Aquel medio siglo supuso un continuado auto de fe.

 Lo extraño es que muchos no hubiéramos abandonado la fe. Por otro el resquemor del agravio y la reivindicación. Ay esas puñaladas que nos dejaron costurones en el corazón. En estos tiempos en que está de moda abrir fosas de la memoria. Nosotros aquel día acudíamos al gran caserón destartalado de traza herreriana para recuperar la memoria de nuestra infancia, algo que se nos debía y nos habían arrebatado. Nadie nos pidió perdón. Nadie nos presentó excusas ni siquiera dijo lo siento. La Iglesia suele a veces ser intempestiva y poco misericordiosa. Jamás nos dijeron sorry aquellos cabrones. A Lesmes por ejemplo no le dejaron ser cura porque le daban ataques epilépticos. Padecía gota coral. Le enfermedad de los cesares, de los líderes y de los grandes transformadores del universo. Así y todo lo mandaron para casa. “Tú no puedes ser cura”.

Primitivo se fue a una romería y le dijo el rector de mañana al día siguiente de la juerga no vengas y le esgrimió el primer articulo del Reglamento: “Serán expulsados los díscolos, los incorregibles”. Mañana no vengas. Y todo por haber ido al baile a ver el personal y donde por cierto no se comió una rosca. Si lo sé no vengo pero todos habíamos venido. Cristo no había faltado a su palabra. Los hombres tal vez sí y allí estábamos todos como unos pipiolos para honrar a la Virgen de los Tránsitos. Muchos faltaban. Algunos como Geñete se nos había muerto una fría noche de Reyes. Otros estaban “missing”. El tiempo y los pedriscos diezman las cosechas ¿Se habría tragado la tierra a Valdivieso el hijo del cabo de Vegafría, el  mejor preparado el más competente, una lumbrera, una eminencia? Le decían Tinta Fina. Debía de ser por su elegancia y por su capacidad intelectual. Era capaz de memorizar una tesis en latín de diez folios y soltarla sin comerse un punto ni una coma. También los había torpes. Por ejemplo Aldeorro, un vocación tardía. Nos llevaba cinco años y cando a los demás no nos apuntaba el bozo él ya se afeitaba barba carrada pero un zote. No sabía ni hablar. Por decir la cosa cambia él decía “no cambea” según el lenguaje de por ahí de los castros los pueblos de la sierra que aún seguían canteando a los forasteros cuando pasaban por el valle y estaban un poco sin civilizar. Pero llegó a cura fíjate tú lo que son las cosas y era el ultimo de la clase y los profesores lo dejaban por imposible. ¿Dónde está Aldeorrillo? En el pelotón de los torpes. Antes de entrar en el seminario había estado con las ovejas. Por la cuenta que le tenía le importaba mucho ser cura. De lo contrario tendría que regresar a casa con el rebaño y guardar las trescientas churras que apacentaba su padre.

 No habían sido ordenados los mejores. Por ese cabo la Iglesia no elige la excelencia sino la sumisión. Y aquel menoscabo había marcado un poco nuestras vidas. Era nuestra asignatura pendiente. Sin embargo quedó en algunos de nosotros la semilla y la palabra marcada a sangre y fuego. “Cristo no os abandona. También vosotros sois los elegidos”. Yo había escuchado aquella voz y me había levantado al calor de las palabras dulces y precisas del Maestro: “sígueme”. Pero yo qué sabía. Mi vocación había nacido viendo una película en que Bin Crosby trabajaba de cura en  “siguiendo mi camino”. Luego en unas ferias mi madre me adoctrinó sobre lo bien que estaban los curas, lo bien que vivían. Tienen su paguita, sus monjas, sus latines y hasta les atiende un ama. “Pero tú no vas a tener necesidad de doméstica. Tu padre y yo nos iremos contigo y te asistiremos  y tú cuidarás de nosotros cuando seamos viejos” mi progenitora me estaba haciendo la propuesta de un seguro de vejez. Sígueme. Le seguí pero a tientas y a ciegas. Salvaré muchas almas para Dios. Me iré a misiones a evangelizar a los chinitos Y “Sígueme” se llamaba la revista a la que yo estaba suscrito y que leíamos de pe a pa.  Era una publicación mensual. Yo guardé muchos años encuadernados todos sus números. Siguiendo mi camino. Y Bing Crosby en aquella vicaría de paredes embonadas de madera noble. Con abrecartas de oro y escribanía de cuero repujado buenos cigarros puros y buen brandy sotanas de límiste de Corobias y pufos de cura , el alzacuellos que era una roca de puro almidonado, y con  cleriman a lo padre Peyton. Esa era mi vocación. Creo que mi vocación de cura es lo mismo que mi vocación de escritor, una lucha por el poder, una pugna para que te tomen el nombre, para ser algo y buen parecer.

 Muchos son los llamados y pocos los escogidos pero ¿qué quería decir aquella frase? No estaba seguro. Unos días quería ser fraile si habían puesto en el cine del barrio la película de Fray Escoba y otras marinero de altura si echaban Pescadores Intrépidos o bucanero del Caribe si la sesión era de piratas. El cine la propaganda tiene que ver mucho con el molde de las mentes en la centuria en que yo crecí que fue el siglo XX. Tenía que ser diferente a los demás.

Salvar almas para dios pero qué es salvar las almas. Tenía que ser un hombre distante fuera del mundo. Poco comprometido. Sin embargo todos los sacerdotes que conocía llevaban una vida cómoda. Tenía una paga y una vida cómoda. Arduo es el camino de la santidad lleno de abrojos nos decían en los ejercicios espirituales en los retiros en las admoniciones y en los coloquios. Los ojos bajos cuando se va en fila la modestia el cuenta de los  pecados (bolitas ensartas en una cuerda) y el rosario entre los dedos siempre el rosario. Nunca salgo de casa sin persignarme y con las ceuntas de los cinco Misterios en el bolsillo. Y el examen de conciencia todas las noches. ¿Pero cuáles podían ser mis pecados en aquellos inocentes tiempos?

 No lo tenía del todo claro pero era evidente que todo aquello me atraía sobre todo la pompa liturgia y las misas en latín. Abandoné el seminario y casi mi fe se derrumbara cuando suprimieron la rica liturgia en latín. Hacía preguntas sin respuesta y luego seguía indagando hasta convencerme a mí mismo de que yo quería seguir a Cristo porque representaba el bien la verdad y la belleza. No podía haber mejor representación de aquel cristo en un idealista un soñador un iluso como soy yo. Me sumía en los efluvios de luz de esa claridad vesperal que penetra en oblicuo a través de los vitrales multicolores de las catedrales dejando un poso de quietud que es añoranza del cielo. Amé de siempre las sonoridades del canto llano y los pergaminos venerables reclinados sobre el inmenso facistol del coro que había en la catedral de Corobias. Yo tenía una vocación contemplativa y que la paz de los días siguiera a la paz de las noches. En realidad mi vocación por el sacerdocio era una llamada a la Palabra desde mi inclinación a la literatura. Dios se esconde dentro delas páginas de los libros. Esa concupiscencia del conocimiento aun me domina. Puede que sea un lastre. El señor se manifiesta en las frases y en las profecías. Huía del mundo. Era un cobarde. Me refugiaba en la literatura. Ordenarme no seria un pasaporte a los desconocido sino un peldaño en la escalera mística que lleva a la contemplación de su rostro. Yo soy el que soy.

En las páginas del misa se fraguó no sólo mi vocación al sacerdocio, si es que alguna vez tuve alguna y mis inclinaciones literario-periodísticas. Ninguna de ambas aptitudes me han servido de nada en la vida. El problema estuvo en que no sabemos diferenciar la verdad de la propaganda (y los curas son unos buenos propagandistas) ni cribar el trigo de la paja.

 

 

III

Sin embargo ahí estaba la troje, el viejo montón de tantos recuerdos, el hilo gnóstico de los ejercicios de piedad, las tardes de retiro. La memorización de las cuatro declinaciones latinas, la existencia reglamentada a golpe de campanas desde que te levantabas y después del aseo te vestías la sotana hasta la campanada de la noche llamando a preces y tocaban silencio. Luego los ejercicios de piedad, las jaculatorias que aun repito “antes morir que pecar”, las letanías los días de rogativas que se cantaban en la iglesia del Mayor muy solemnes por San Marcos o las témporas de setiembre; o el rezo del vía crucis rodeando en circulo el pasillo de los Tránsitos y aquella canción penitente con su correspondiente coda o estribillo: “Perdón oh dios mío, perdón e indulgencia, perdón y clemencia, perdón y piedad”. Me gusta la palabra piedad. Pietas. Precisamente en el cerro de la piedad extramuros donde los romanos había alzado un altar a Dafnis el dios bucólico estaba ahora lo que llamábamos el Monte de Piedad. Tres cruces y una especie de oratorio. Allí empezaba la tierra roja y los caminos que conducen a Tejadilla. Algunas tardes me quedaba mirando aquel calvario y me preguntaba si no había sido en Corobias y no en Jerusalén donde crucificaron al Maestro. Era la idea que expresaba un cuadro que había visto en el monasterio del Parral del que abajo hablaré y que pinta la crucifixión con el acueducto la catedral y las catorce parroquias como telón de fondo. Nos decían que teníamos que ser santos y evangelizar, misionar pero eso no lo tenía yo del todo claro. Pobre de mí; querían hacer de mí un apóstol y yo no valía nada. Las dudas, pues, colmaron mi percepción casi desde el principio. Si allí estaban clavadas tres cruces en el monte del olvido al subir hacia el camino de Tejadilla. Ahondábamos en el complejo de culpa. Pero la Iglesia resulta que no nos quería, nunca nos quiso, nos utilizaba, la Iglesia no sabe lo que significa la palabra amor. Nos inculcó el penoso complejo de culpa. Nos adoctrinaron sobre la maldad del sexo y la comisión del pecado de la carne que llevaba aparejada la condena del infierno. Que asco qué pena que infierno más rico. Creo que nos castraron, nos cercenaron de por vida y estos complejos determinaron que nuestras relaciones con las mujeres no fueran del todo normales. Por ese cabo éramos tipos muy anormales. Algunos remataron en monstruos o en sádicos. En fin, el sexo era una pesadilla. ¡Perdón, oh dios mío!

Tuve la sensación de estar regresando a un nido vacío. Éramos los náufragos que llegaron a puerto. Su nave se les había hundido. Pero sobre todo estábamos vivos. He de decir a honrilla mía que aquel conclave del cual no saldría ningún Papa pero tampoco ningún obispo había resultado el fruto de mis desvelos y de mis búsquedas por la Red. Había encontrado una fotografía de cuando éramos latinos y, digitalizada, la colgué en mi página, y empezaron a llegar reacciones interesantes. Busco a mis viejos compis. Pero nadie contestaba. Los pipis o pipiolos se los había comido la tierra. Primitivo y Pipe los que se fueron al baile nunca vendrían. Ella nunca escribiría. Nadie se bañaba jamás en la misma fuente. ¿Éramos unos ilusos?

El seminario nos enseñó a ser sufridos, orgullosos, taimados pero también entusiastas, contumaces y devotos de Santa María y yo creo que fue un milagro de la Virgen de los Tránsitos que estudiáramos allí los 24. un número cabalístico. Cuando llegué a la huerta que servia de aparcadero –ya no se escuchaban los estampidos de los balonazos, el gañir de la campana y el griterío corralero de los recreos- sólo un silencio de jardín umbrío. Las acacias y los pinos habían crecido mucho. Los matacanes y las almenas estaban en su sitio montando la vela a la ciudad aunque con las matas de parietaria algo más crecidas. Justo en medio del lugar donde nosotros jugamos al frontón y soñábamos ser un día armados caballeros de Xto., estaba el cuerpo de guardia en la edad media. Debían escucharse por todo el frontón los gritos de alarma de los cabos:

            -Centinela alerta

            -Alerta está.

Y la guardia subía por aquellas escalerillas de doble vertiente que a mí me impresionaron y en cuya tapia al resguardo de sus muros de cantería, estilo castrense, estilo imperial, me hicieran a mí la primera foto de curilla con bonete beca roja sotana y todo.  Bah.

Centinela alerta. ¿Se dormiría todo el relevo en aquel tiempo? No lo puedo especificar con una fórmula precisa porque tengo el ánimo tocado y mis sentimientos son encontrados al respecto. Se nos durmió la guardia y el centurión se había marchado a la taberna a emborracharse. ¿Simón dormís?

 El apóstol daba cabezadas. La  morera centenaria en el extremo oeste de la muralla, un moral abuelo que daba copioso fruto por el mes de junio y nos hartábamos de moras que tu no veas y nos mancábamos los carrillos de berretes y el delantal del guardapolvos lo poníamos perdido y para mandar a la tintorería. Las manchas de mora no se quitan pero hermoso que llegara la primavera y ver al moral englobarse orondo y lindo allí en la soledad de las tardes y al sol de las mañanas gloriosas con sabor a rosquilla de pascua a canción virgen y roquete nuevo. El fruto granaba a últimos de mayo coincidiendo con los exámenes de música y había que solfear para presentarse al examen de don Josué del Morral, que era beneficiado y maestro de capilla de la catedral. Una mala bestia pero con un oído exquisito. Nos enseñaba latines, nos daba solfeo y de fino agudo si alguien desafinaba en el coro se ganaba algún sopapo. Fue uno de los primeros maltratadores que tuvo aquel seminarista. Él y el gallego. Vaya dos piñones que no dos curas. Genio vivo. Sí, don Josué del Morral tenía el temperamento sanguíneo y los andares rápidos, mal genio y muy buen oído. Los dos solían gastar talares caros y sotanas y tejas de felpa del mejor cachemir.. En  el moral estaban colgados como el crecal de Israel, árbol del destino, nuestros nombres. Acta est fábula. Don José del Morral me mando al pelotón de los torpes. Decía que yo no sabía latín y que no tenía oído. El clérigo suele ser egoísta por lo general y, amén de eso, éste era avaro y a mi hermana le quitó una herencia de la Maruja y la Carmen las dos solteronas. Fíate y no corras de aquel profesor de moral buen músico, aun recuerdo sus ojos trasparentes y azules y sus andares con gran desparpajo salamantino. Era una de las fortunas del cabildo. Cuando dirigía los coros del himno a nuestro santo tutelar el 25 de octubre – en tal fecha celebrábamos san Frutos- ponía las bóvedas  de la catedral boca abajo.

 Yo me meaba en la cama. Lo pasé mal pero en aquel caserón había gente buena y uno de los hombres de los que más grato recuerdo en mi vida fueron don Pedro Recio el prefecto, don Julián Garúa Hernando el rector y luego el Padre Heras el que sería mi maestrillo en el otro seminario al que fui a parar, el seminario de Comillas. Eché en falta a aquel moral que debió de secarse milenario. Debió de ser tallo de sardón cuando Trajano mandó edificar el gran puente del Acueducto. Vio luego venir las razzias del moro Almanzor que no lo talara. Estaba en un rincón un poco a trasmano intramuros y cuantas veces escuchó llamar a misa. Seria testigo presencial de las batallas comuneras. Y vería pasear por aquella huerta a los padres Laínez y Suárez enfrascados en discusiones teológicas durante las horas de recreación que los jesuitas llamaban quiete. También los novicios del antiguo tirocinio con los frutos de aquel moral padre de todos los árboles de la ciudad amurallada se pondrían los morros perdidos de berretes. Allí estuvieron y filosofaron los buenos padres de la SJ a la sombra de la Aceitera y su campanario bisulco contemplaba en éxtasis la sierra. Allí seguía envuelto en un manto de nieve los inviernos que se volvía pardo en primavera la Mujermuerta el infante a su lado también dormito y chapándose la chota eternamente. Falta por decir que el frontón donde jugábamos a la pelota era el escenario del Teatro de Cervantes. Muchos domingos por la tarde nos quedábamos parados escuchando el rumor del cine sonoro. Las películas de Gary Koper solían ser muy concurridas pero a los seminaristas no nos dejaban pasar. Un bando del obispo prohibía a los sacerdotes de la diócesis ir a los puros, el futbol, el teatro o cualquier público espectáculo. Tardes tristes, pero muy llenas y fervorosas, que nos harían sentirnos diferenciados con el procomún de las gentes y a causa dello puede que después yo pegara no pocos bandazos- de plegarias, estudios, silencios y caminar en  fila tres en fondo; sólo se escuchaba como el rasguillo de guitarras neutras el frofro que producían los pantalones bombachos de pana y las faldas de los guardapolvos.

            -Iste confessor.

            -Nunc dimittis.

            -Sermone latino.

            -Nunc et semper.

            -Siempre. La poesía y la mujer de tarde en tarde pero al vino siempre.

Y lo que decía uno: Mulieres aliquando. Homerus quotidies sed vinum semper. El vino eucarístico que no faltara. Entre pámpanos y rosas, libemos, hermanos, adoremos a Fray Jarro. ¿Y de lo que te di? Entre putas y rufianes me lo fundí. Risas locas y desbaratados del “culleus” o pellejo de vino ese icono con un cuello largo pero sin cabeza, los brazos cortos y un par de piernas que son una mierda pero con una gran barriga de odre y que nos esperaba con gesto mefistofélico y sardónico a la puerta de la Gran Taberna de San Marcos. Cada melopea es una caja de sorpresas. Todas son distintas. Todas ponen. Todas hieren como las horas pero la última mata.

-Omnes caedunt. Última necat..

 Cada una tiene su propio son y su exclusivo badajo. El vino es el bronce de la existencia. Llama la campana a sus eucaristías. Unas veces bolea y otras repica. A veces nos introduce en el templo de Baco a garrotazos. Es como una purificación de la cual prende la catarsis. Traidor fuiste en mi vida, Erifos. Te amo y te odio al mismo tiempo. Busqué la querencia de los barrios húmedos no me mataron de milagro y me ahogue en esos fondos turbios de tabernas frías oliendo a estaño bajo la luz indifernte de lámparas impersonales. He visto pocos mandiles masónicos pero unos cuantos de mandiles de tabernero que echa  pesetas al cajón mientras finge camaradería. Ellos son peores que la prostitución. Más duro que la pasma o la propia Inquisición. Ahí va la conversación buscona e interesada de los mesoneros –había que bombardear todos los bares de España y condenar a la silla eléctrica a sus dueños ninguno hay bueno- y copié la sonrisa estúpida del Jumilla o atraparlos a todos bajo las ruedas oscuras y sanguinarias del carro del Falerno.

 La historia de España-bien lo supo captar Velásquez con su ojo crítico- es la historia de una gran borrachea donde las broncas y las risas resuenan atrapadas y estrepitosas en medio del diluvio, el maniluvio y el pediluvio de las barras. Todas son siniestras. Bastardas. Una estafa. Cualquier pelagallos monta aquí un bar o un restaurante sin tener la menor idea de lo que es psicología. La historia de mi vida es una caza de mariposas que fueron espejismos y de idas y venidas a la búsqueda del laurel de Baco. Subí al Olimpo de los grandes bebedores. Me emborraches de vino. De plegarias. De literatura. Cuando me muera, el forense que me destace sólo encontrará n mis venas torrentes de tinta y de mosto

Aquella mañana de septiembre con el sol ya en la carretera salí de mi casa y enfilé el túnel de Guadarrama. La sierra estaba bella y en calma como una inmensa ola de granito ofrecía la tersura del diamante con el rocío del día recién estrenado y de la cencellada.

 

 

IV

Era un día de septiembre augusto sin nubes en el horizonte. Los pipis habían acudido a mi llamada desde la Web. Dada la habilidad de los hispanos para tergiversar las cosas, sacarlas  de quicio y murmurar a espaldas, aquello a mí me parecía un milagro autentica de la Virgen María. ¿Por fin algo me saldría bien alguna cosa?

 Conducía contento escuchando la radio a través de aquel paisaje tan familiar tan trillado y recorrido viajes y más viaje desde la infancia pubertad adolescencia y madurez. Ya soy un viejo de vista cansada. Pues no lo parece. El manto de la Mujermuerta se había orlado con algunas urbanizaciones en su falda.  Era el misterio de la naturaleza que permanece inmóvil y quieta mientras nosotros marcamos el paso hacia la muerte. La vida que conjugamos no es sino un verbo transitivo.

En mis tiempos siempre fue territorio virgen que invitaba a la escalada. Nieve y glera. Era nuestra montaña mágica  y hoy la difunta Cuaternaria cadáver de roca viva y monte mítico ofrecía un perfil de juventud,  se le había afilado la nariz y resaltaban los labios como túmulos. A su regazo entre cendales y blondas de granito resaltaba la cabecita de su infante chapándose el dedito. La autopista hacia convertido en un paseo militar lo que antes era ruta de arriero con muchos barrancos y hondonadas y hasta un puerto el portachuelo antes de llegar a San Rafael acortando en más de dos horas el trayecto. Veloces van los tiempos. Por aquella ruta melancólica caminos de Riofrío y Valsaín hizo Severino su primera excursión a Madrid y le condujo hasta un hotel de tronío de la capital el padre de su amigo Paulino que era taxista. Severino se durmió en su luna de miel, acaso una venganza divina por haber vuelto la vista atrás cuando se encaminaba al altar del sacerdocio. La primera vez cantaron todo el camino. La segunda, iba triste y pensativo a sabiendas de que le esperaba un tiempo difícil. Pero la verdad como la realidad es poliédrica. No somos más que amanuenses y balagueros barriendo nuestra propia red El horizonte impertérrito mostraba los vacuos del llano amarillo y al fondo siempre al fondo la torre de la Dama de las catedrales egregia y avistada apenas eran tramontadas las alturas del puerto al descender por la cordillera hasta la meseta de trigos y pinares tierra de pan llevar.

 Wad-al-rahmá río de cantos, un río para una tierra de cantos y de santos. Me sentía lleno de excitación y con ganas de echar humo; tuve que parar al entrar en Corobias a comprar en un estanco frente a la Base Mixta a mercarme un purito barato. En ocasiones así siempre le entran a uno ganas de fumar. Muchas calles se habían convertido en peatonales con la nueva reorganización urbanística y acabé en Cantarranas. Un detalle recuerdo que no se me olvidará. Por una de las calles aláteres a las viejas caballerizas de la Academia de Artillería desemboqué en la misma barra de entrada al cuartel. Un recluta oriundo de aspecto muy poco marcial nos hizo señas para que reculase.

            -Aquí no se puede pasar, señor. Es zona militar.

-Pues vaya. La cosa tiene tres pares de perendengues. ¡Mira que voy a perderme en mi pueblo!

Estuve por decirle al guripa trasandino que se cuadrase pues tengo el grado de alférez y que se limpiase las botas pues estaban sucias y que creciese un poco más pues en mis tiempos un artillero así no hubiese dado la talla pero eso pondría peor las cosas. Desde el cuerpo de guardia un brigada con aire displicente y con poco que hacer me observaba a mí y a mi coche metidos en el cul de sac. Habíamos caído en la ratonera. Me fijé en él. En su sardineta. En los rombos con la bombeta de artillería. Cual no seria muy sorpresa cuando a los pocos días al ver aquel rostro en los periódicos me acordé que era el mismo suboficial al que había asesinado ETA cuando se iba a bañar a Santoña. Al cabo de una odisea logré enfilar por san Milán, Santi Spiritus y el Arco del Socorro, subiendo por Jesuitinas y por los trascorrales de la catedral hasta dar con la plaza del seminario. Allí había un corro de unos cuatro o cinco que estaban esperando:

            -Salutem plurimam

            -Salutem.

No me reconocieron más que por la voz que debía de ser la misma que cuando niño. Todos habíamos cambiado mucho pero la vida sigue igual. Salutem plurimam. Decíamos ayer y desde ese ayer habían pasado cincuenta años. Aquel instante fue uno de los escasos gratos momentos que me había deparado la existencia tan poco generosa conmigo en los últimos lustros (todo me sale mal) pero tampoco es para tanto no te escames, Severino; considera todos los considerandos no te vayas ahora tú a subirte a la parra y casi lo catalogaba de un éxito personal pues la fe mueve montañas y yo creo en el principio telepático primera razón de prueba de que Cristo está en la historia flotando entre las alas del bien. ¿Satisfacciones personales? Muy pocas. La estaca. La vida a mí me lo parecía me había tratado a batacazos pero a otros les estaba ocurriendo tres cuartos de lo mismo y no se quejaban. No te pases. No lances las campanas al vuelo. Mire a lo alto y recortándose sobre el aire diáfano de la claridad de Corobias observe la torre de la Aceitera. Sus campanas estaban mudas desde hacía muchos años. Sin embargo a mí me pareció que estaban tocando a gloria cuando entrábamos en la capilla y nos prosternamos ante la imagen de la Virgen de los Tránsitos.

Mas nos valdría entonar un Te Deum laudamus, darse golpes de pecho y lavarse la cara con agua bendita, rezar el confiteor de la penitencia y pedir la iluminación de lo alto con el Veni Creator con el que comenzaban nuestras tardes de retiro espiritual. Habían pasado cincuenta años.

La Iglesia que es sabia y ceremoniosa y tiene una respuesta para cada oportunidad, un pedir para cada necesidad, preces y letanías de todo tipo, a nosotros los rebotados, los que nos salimos, según se decía, no encuentra lugar donde meternos. “Los díscolos, los incorregibles serán expulsados del seminario” rezaba el primer artículo del reglamento que algunos supieron de memoria.

 Nos aplicaron  el ladrillo de Roma y Roma locuta, causa finita.- así rezaba el viejo adagio- ya se sabe. Y quedamos con la marca, el baldón. Y con el capuz de los sambenitos podíamos marchar arrastrando cadenas tras los pasos de la procesión de jueves Santo y escuchar en nuestros talones el mismo rumor:

-Mírale. Ese penitente iba para cura. Se salió. Le gustaban las mozas.

-¿Y a quien no?

-Pero los curas no pueden casarse.

-¿Quién lo ha dicho?

-Pues el Papa. Quien si no.

-Ah

Y Roma locuta causa finita. Nos aplicaron el ladrillo de Roma y fuimos por la vida con aire de tristeza de excomulgados.

 Éramos los Ángeles caídos. Se nos miraba con cierta distancia indiferente que llegaba a ser compasión en determinados casos, con alguna prevención, como si fuésemos los parias, la escoria de la Iglesia; y el tópico del seminarista rebotado había constituido un filón de argumentos para la novela social española del siglo XX.

 Y todo por lo mismo: una disposición canónica aprobada por el Concilio de Elvira, estipulando que los curas fueran célibes  y sólo se puso en practica cuando entraron en vigor las normas de Trento once siglos más adelante. En el ínterin, la jerarquía miraba para otra parte y hasta estuvo bien considerado que los obispos manejaran armas, marcharan a la guerra y tuvieran coima.  Pero que contrajesen matrimonio, no. Más que razones de santificación de la persona o por cuestión de moral, la cuestión era puramente secular y económica. En las hijuelas y las particiones de herederos se producían muchos pleitos y en Castilla se declaran no pocas guerras. La jerarquía dijo entonces quita quita y se desembarazaron del mochuelo. Así que se hizo virtud de la necesidad. Cuando algunos feligreses iban con el cuento al obispo de que su párroco vivía amancebado, tenía mozas y en ocasiones contaba con un harén, la Iglesia miraba para otro lado,

 El primado de Toledo el cardenal de España don Pedro de  Mendoza presentaba muy ufano a sus bastardos a la Reina Católica.

-Ya veo, ya, Eminencia, los bellos pecados de su Ilustrísima.- decíale la Reina Santa mientras guiñaba un ojo a su cardenal.

Por lo visto el hecho de ser fornecinos de  dignatario eclesial les confería no solamente un título de nobleza sino también de hermosura. Sin pasar por alto que los monasterios y las catedrales nutrieron sus filas con candidatos a la canonjía o al cordón y el escapulario monástico con aspirantes al sacerdocio y novicias nacidas fuera del tálamo. ¡Ah los bellos pecados del cardenal!, Decía doña Isabel como disculpando al ínclito príncipe de la iglesia pero nosotros no gozamos de las mismas condecoraciones.

            -Mírale. Ahorcó los hábitos.

            -Qué jodío.

            -Es un bala rasa.

            -Sí. Sí. Sí.

Las viejas cotorras de este país emporio de la envidia y la murmuración no daban respiro al comentario sobre el corte de mangas, trajes y hasta la sotana hecha trizas del pobre aspirante al presbiterado que colgó los hábitos y a nosotros nos colgaron la etiqueta de Ex. Uno anduvo en lenguas con la letra escarlata a las espaldas. Los más estúpidos decían una sandez:

-También se puede servir a dios fundando una familia cristiana y siendo un honrado padre de familia.

Los que así decían confundían el culo con las témporas, la velocidad con el tocino pues consideraba que el catolicismo era un problema de bragueta. Sólo había un pecado para aquellos cristianos de vía estrecha: el relacionado con el sexto mandamiento. Estuvimos sujetos sin haberlo comido ni bebido a un injusto malditismo y a ser el chascarrillo y la maligna sonrisa en muchas bocas

Los más americanizados decían:

            -Oh yea.

-¿Quién nos levantará la excomunión, quien borrará el estigma y el baldón?

Teníamos desde luego madera de santos pero hicieron de nosotros un doctrino y unos perfectos hipócritas.

 En este tiempo de la Memoria mitótica la holística y la holocaustiza y la otra del espíritu faustino y democrático  nadie me ha pedido perdón a mí para exonerarnos de la letra roja, ni dijo “mira chico, disculpa por aquellas carbonadas”. Todavía. Eran carbonadas espirituales bien es cierto pero no dejaban de ser cabronadas o putadas. Que putadas a patadas Los más fuertes sobrevivieron otros se fueron al carajo pero a mí me hubiese gustado escuchar la palabra “sorry” en la boca de algún obispo o de un arzobispo. Claro que nosotros resultábamos muy incómodos a la jerarquía. Nos preparábamos para un ministerio inexistente cuando san Frutos se disponía a pasar la página de su libro de piedra y llegó Paco con la rebaja esto es el Escamplero tijeras de poda en ristre que darían la vuelta a la liturgia, la teología, el concepto de sacerdocio ministerio pero nunca el celibato que va y eso hubiera sido lo primero que reformar, se lo ponían a huevo pero al Vaticano no le dio la gana. Don Gil de Albornoz, aquella mala bestia que ocupó la primacía toledana, amigo de Benedicto XIII, se mantuvo en sus trece y volvió a enchiquerar al bueno del arcipreste de Hita que no era mala persona pero clérigo golfo y un tanto corredor a lo giróvago. Torteras y lanzaderas. Las serranas de los puertos, ya hospitalarias y acogedoras, eran sus novias por una noche. Él fue el que dijo que tendrá la mujer grande que no tenga la mujer chica y por dos cosas vive el hombre: por haber mantenencia y haber ayuntamiento con fembra placentera. Las puras realidades de la vida. Aquel clérigo mozárabe sabía latín. No había quien lo sujetara.

 Pero ay amigo la Iglesia nunca dice lo siento. Disculpas jamás y reclamaciones al maestro armero.

Sin embargo, Cristo bendito, nos perdonaba y  nos seguía considerando sus discípulos. Para eso un día nos llamó y nos dijo:

            -Tú eres sacerdos in aeternum secundum ordinem Melquisedech.

El abrazo y la bendición del Señor eran mucho más importantes para mí que la acolada y la imposición de manos que

-Eminencia nos quita las buenas para que nos vayamos con las

Malas – se quejaba Juan Ruiz cuando el arzobispo de Toledo le echó los cánones encima, un poco como el que azupa un perro a un peregrino porque se resistía a echar al ama que era su concubina o barragana de casa.

Total que lo metieron a presidio y siete años entre rejas por una simple protesta. Por semejante desafuero no he visto ningún papa que haya dicho lo siento, Juan Ruiz.

 Cuando salió suelto peregrinó a Roma para recuperar las cartas dimisorias. En la ciudad eterna se llevaría otro fracaso. Y yo vi allá en Roma do es la santidad que todos al dinero facían humildad.

 Nuestra Santa Madre Iglesia puede ser un poco madrastra con sus hijos más legítimos aunque descarriado y con esa idea veníamos aquellos letraheridos por la ilusión del sacerdocio, de conquistar el mundo, de ganar almas para dios. Vaguedades y simplezas aunque no cabe duda de que nos inculcaran ese espiritu proselitista y otras muchas cosas que dejaron una marca indeleble en el corazón. Sí; teníamos que reunirnos, saber de nuestras vidas, contarnos unos a otros nuestro pasado. Sería seguramente la mejor confesión.

La idea tenía su motu propio y respondía a una iniciativa mía pues soy un balaguero de la Red  un alojero normal y corriente, como me llama Raúl del Pozo. Soy un diácono que entona la epístola desde el ambón y que canta las verdades del barquero pues lucho y he padecido mucho por la verdad y la justicia.

 Hoy todo es posible gracias a Internet.  En una ocasión mirando un viejo álbum encontré la foto  de 1956 tomada por el fotógrafo Ríos aquel gordo que había sido capitán de la Legión y no paraba ametrallando el obturador de su Leika contra todo lo que se movía.  Vivo entre recuerdos y archivos fotográficos.

 ¿Qué otra soy yo, sino un archivo? Se me alargó la cara, mis huesos se encogieron. Represento un anaquel cubierto de polvo y de la ilusión de los viejos libros y uno escribe no para ser leído ni tenido en cuenta sino para cambiar el mundo. Llegaron los del boom tan finchado. Estalló el globo.  Los fotógrafos, los periodistas, suelen ser gente extraña, poco acomodaticia pero, cuando son de casta, y no se convierten en corifeos  de la orquesta ni en meros aduladores del poderoso, gracias a ellos tenemos el testimonio de una época.

 Los tiempos que nos tocó vivir. Al mirar la instantánea tomada por Ríos la primavera del 56 en la cual aparecía yo casi irreconocible en la última esquina de la última fila, me pregunté qué habrá sido de mis pipis, de mis pipiolos. ¿Qué habrá sido de Ríos el retratista? Pues bien yo soy el retratista, el fotógrafo, el cronista y el escribidor. Toma tu camilla y echa andar. Escribe y relata. Clama no ceses. Volví a escuchar la Voz  interior.  Su timbre es inconfundible. Acaso sea la voz de Dios que posa sobre los renglones torcidos de nuestras vidas. Él está siempre escribiendo al derecho por más que nosotros pecadores aleemos por el mundo a tientas y a ciegas.

 Aquel seminario en que nos domaron y nos metieron en vereda se parecía por lo espartano a un cuartel. El prefecto o presidente daba las mismas voces que un sargento mayor por aquellos tránsitos que eran los campamentos de dios:

-                           Aprended a disciplinaros, hijos míos. Someted cuerpo, negaros a vosotros mismos. Nosce te ipsum.

 ¿Me conozco yo en realidad?

  Dijo San Pablo que la vida es malicia milicia y, además otrora había sido el edificio en que pasé parte de mi infancia y adolescencia Casa de la Compañía.

-                           A formar, compañía… ar 

-                            Vita militia est.

 Al entrar allí es como si me hubiera apuntado a la legión. Quise ser soldado de Cristo.

 La Compañía; este es un vocablo de la jerga castrense que al santo fundador de los jesuitas se le ocurrió cuando giraba visita a los Tercios Españoles de Flandes cuando era estudiante pobre de la Sorbona y subía hasta Amberes o navegaba hasta Londres, donde había españoles, pidiendo limosna.

  Él mismo había sido soldado y mercenario bajo las filas del Duque de Nájera.

 Así como en los regimientos a los reclutas bisoños se los denomina caloyos a los de primero de latín los conocían como pipiolos.  Otros nos decían curiñas.  Escribí un artículo, colgué la foto y al poco ya me estaban llamando del Adelantado de Corobias y hasta el obispo don Ángel Rubio se interesó por el asunto y nombró a una comisión encargada de sacar adelante mi propuesta de concilio.

 Habían pasado medio siglo y dos años desde que Ríos disparó su objetivo y bajado mucha agua bajo los puentes del Clamores y del Eresma.  Algunos como Eugenio Pérez Casla habían fallecido, otros habían desaparecido.  Se los tragó la vida.  Sin embargo, a grandes rasgos la respuesta fue nutrida.  El cinco de septiembre del año ocho estábamos todos o casi todos.  Ya sexagenarios.  Cada uno con su propia vividura a la espalda pero con los recuerdos de aquellos años que modularon nuestra personalidad y nuestra forma de ser que aquella mañana de fines de verano era la del día después de un viernes en que cantamos el oficio y nos fuimos a acostar con la oración a la Virgen del Sub tuum presidium[1].

Cada uno acarreaba su experiencia vital, su auténtica visión del mundo. En ese momento cuando volví a trasponer con mi coche la puerta carretera de la huerta y desear a mis compañeros que aguardaban salud, Salutem plurimam[2] era como si me dirigiese a la concurrencia con un decíamos ayer.  Algo emergía, se rehabilitaba un mundo nuestro.  Salíamos a flote después de las cárceles de las almas o de las prisiones y torturas físicas de las Celdas de la Inquisición que padeció Fray Luis de León.

 En mi caso no he sido torturado pero sí vilipendiado, escarnecido y padecido lo mío por el bien y la justicia en unos tiempos cuando el pensar por tu cuenta y mantener un criterio honesto te depara las calderas de Pedro Botero del ostracismo y sobre todo del ostracismo interior, que es el peor de todos los castigos.  Hay que jugar a la presencia y estar como si no estuvieras.

  Una mano negra de la calumnia y puedo decir con el excelso Fray Luis en sus odas “aquí la envidia y la mentira me tuvieron preso”.  Dichoso el sabio que se retira de este mundo malvado y en el campo deleitoso con pobre mesa y casa en el campo deleitoso a solas con dios se acompasa y vive ni envidiado ni envidado ni envidioso.  Castilla face los homes y los desface, señala el Mío Cid. España con frecuencia por atavismos cíclicos deja de ser el edén en que Dios la enmarcó para trocarse en cárcel de los pueblos.  Hemos vivido una época en que hemos sido prisioneros de nosotros mismos. Al cruzar bajo el dintel de aquella huerta de nuestros juegos adolescentes donde había un moral centenario y un frontón y algunos pinos que, colocados en hilera, servían de portería cuando jugábamos al fútbol sobre el suelo pedregoso y estallábamos balonazos contra los cables del tendido eléctrico provocando algún que otro chisporreteo y jódete Maripuri dejamos sin luz a media barriada, en cierta manera mi alma se conmovió ante el pensamiento de que se nos alzaba un castigo y, nosotros que habíamos vivido extrañados, regresábamos al seno umbelífero de nuestra Madre la Iglesia que puede ser tierna y dulce pero a veces acérrima e inescrutable en su planteamiento.  Nos quitaban un sambenito.  Mírale, iba para cura y se salió, qué jodío.  Le gustaban las chavalas.  De por vida nos dominó la penumbra de un fracaso.  Pero Salutem plurimam.  Decíamos ayer.  Dicas, dicas.  Y don Fausto nos preguntaba la lección y le soltábamos un rollo escolástico trufado de latinazos y que llevamos prendido, tras empollar la lección de memoria con alfileres recitando conceptos del pensamiento medieval que la mitad no entendíamos.  Era un buen entrenamiento.  El discurso, niño, el discurso.  Colegio antiguo de la Compañía y desde que vi el letrero desvaído sobre el mármol gris en que decía en esta casa vivió Diego Laínez a un lado del dintel de la puerta principal, aquella puerta verde, otrora siempre abierta y que llevaba más de veinte años cerrada sin ser la puerta santa del jubileo, y nunca la conseguí cruzar en mis múltiples visitas a Corobias, no quedaba aldaba ni timbre ni nada, se me aparecía el buen padre jesuita y nos guiñaba un ojo a los del Mayor animándonos a ser sacerdotes santos y sabios.  Luego se despedía fantasmal alzando su gorro bisunto.  Veníamos de aquel mundo idealista de tesis y de antítesis y de cosas poco prácticas.  Las cosas del espíritu que no sirven para nada y al propio tiempo valen mucho porque desde pequeñitos aprendimos a ejercitar la razón y la imaginación y el seminario fue un semillero de economistas, cirujanos, poetas, predicadores, catedráticos y hombres de empresa que se dedicaron a la importación y exportación... de jamones y de chorizos.  A uno le tocó inclusive las loterías aunque no nos lo dijo.  La letra con sangre entra.  Allí se nos dio un sistema, un mundo o bien redondo o bien cuadrado al que hemos podido siempre amarrarnos  Pero, parafraseando al novelista inglés Graham Green, si England made me[3] aquel seminario nos hizo en sus virtudes y en sus defectos en sus miserias y en sus grandezas. 

Nos puso un capelo, nos condenó a galeras.  Querían nuestros buenos prefectos, superiores, presidentes, desasnarnos, desbravarnos.  Educar es quitar a los educandos el pelo de la dehesa.  Claro que aquel sistema también nos enseñó a ser pillos, hipócritas y taimados y un tanto descreídos de tanta familiaridad que tuvimos con los santos, de tantas misas a las que asistimos, de tantos rosarios y vía crucis como rezamos, sin ser del todo bueno ni del todo malos.  Serán expulsados los díscolos y los incorregibles, advertía el primer párrafo que solían leernos un lector desde el púlpito mientras desayunábamos.  A la comida después del Martirologio Romano en que se hacía mención del santo del día y cuya gacetilla concluía con una frase lapidaria  y en otras muchas partes otros muchos santos mártires, confesores y santas vírgenes se nos leía alguna novela de Emilio Salgari o de Julio Verne.  Mi afición a la literatura arranca de la voz anónima de aquel latino de Valdesimonte aquel llamábamos Gagula por ser este nombre el de un personaje de aquellas novelas fantástica que nos recitaba mientras manducábamos en silencio el cocido de cada día o el charro frito con tres galletas de postre en la colación de la noche.  En muchas otras partes otros muchos santos mártires, confesores y santas vírgenes.  La parte más importante y lo que avala su santidad y su santidad es este lado anónimo de los que confesaron a Cristo.  Lo externo, el ropaje de la vestidura exterior -los cánones, las disposiciones y enredos del Vaticano, las intrigas curiales, las omisiones y hasta la obvención y prestamera del beneficio eclesiástico, en Corobias siendo una diócesis rica la mayor parte de los curas vivían casi en la pobreza, eso es el accidente. La sustancia es lo que conforma el proyecto del pueblo de Dios en su deambular, peregrino, sobre la tierra.  Es la fuerza del Dogma, su chasis, su estructura. Lo otro, el celibato, las practicas de piedad o las modas devocionales que van y vienen a compás de los tiempos, algo perentorio España no la va a conocer ni la madre que la parió dijo el Guerra.  Igualmente a la Iglesia.  Pero seguimos nosotros manado a la Iglesia y a España ternes en aquel empeño que nos inculcaron desde pequeños y siempre en la misma demanda o aureola de nuestros sueños. ¿Es que fuimos unos ilusos?  No.  Nos rematan pero no nos derriban decía san Pablo.  Al llegar a aquella puerta nosotros traíamos con nosotros la brisa del mundo y bien puede ser que en la Iglesia a pesar de las reformas conciliares el aire siga un poco cargado y harían falta corrientes de renovación.  Nos derrabaron pero no nos remataron. Cruzamos los charcos pero el barro de la existencia no se impregnó en nuestros calcaños y si alguna lacra quedó fue muy por encima.  Y una duda me asaltó bajo el dintel si hacen falta curas por que a nosotros que hemos sido fieles y operarios de la hora undécima por qué no nos ordena el obispo si quiera fuese de diáconos.  Sería una manera de pedirnos perdón ahora que se habla tanto de memoria histórica y se abren zanjas y salen a la luz brechas que parecían selladas y se desentierran cadáveres.  ¿Dónde está el cadáver de aquellos seminaristas que acometieron la escalada del monte del sacerdocio con tanta ilusión y algunos quedamos por el camino?  Durante la charla de confraternización que antecedió a la misa de comunidad todos fuimos al tiempo de contar nuestras experiencias devanar alguna de nuestras quejas. A uno lo expulsaron por ser epiléptico porque los cánones a la sazón prohibían acceder al presbiterado a cualquier candidato que tuviera alguna tara física.  Milagrosamente luego de colgar la sotana a fortiori curó y hoy sigue siendo fiel a la iglesia y ejerciendo una labor cultural y pastoral con los carmelitas.  A otro le expulsaron por una tontería.  Vino a recogerle su padre desde el pueblo y a las puertas del seminario que lloró a lágrima vida.  Aún le está doliendo a este sexagenario verle llorar a la puerta del colegio bajo el letrero de Diego Laínez cuando era un niño de doce años.   Mea culpa.  Me culpa.  Pero aun nadie ha entonado por lo que le hicieron a Tomás su correspondiente mea culpa.  Hay que reparar la ofensa nos decían en clase de Moral y sobre todo si en el daño inferido se encuentra en juego la culpa del ofendido.  Aun no se le ha acercado el responsable o un legado del que cometió el entuerto para recitar el correspondiente confiteor.  Sin embargo yo le digo a Tomas I am Sorry[4].  Ya no cabe  paso atrás.  El tiempo y la historia no se detienen nunca.  El ayer nunca vuelve pero del ayer quedan heridas.  En cierta manera quedamos estigmatizados para siempre.  Dicen que el sacramento del orden imprime carácter pero los siete años de seminario míos -algunos alcanzaron hasta cuarto de Teología y abandonaron al pie de la grada presbiteral-creo que fueron los mayores de mi existencia.  Ah aquel setenado en que se transformaron mis células.  Estamos en una sala de visitas sentados en corro en la que había sido aula de música donde aprendimos a solfear los primeros compases de aquella canción que siempre irá con nosotros -do mi la si do si la la re sol fa mi do fa mi re si si la si do si la re do si la - que hace chaflán.  Delante del jardín de la casa de lo que era entonces el gobierno civil.  En lo alto la acrotera del gran cornisamiento del paramento herreriano de la iglesia que corona hileras perfectas de graníticos sillares, calle abajo y tras las tapias de la Huerta las almenas coronadas de verdín y debajo un patinillo de relleno de cascotes y en el que no crece nada.  Todo estaba igual que entonces.  La Virgen de los Transfijos más sola que nunca sobre su pedestal.  Los picaportes esparcían al abrirse el mismo sonido del aldabonazo.  Habían enmudecido las tres campanas la del mayor y la del menor pero aun seguían allí confidentes un poco de nuestras horas, administradoras del tiempo que se fue, de las ordenes y también de mi plegaria.  En los cuarteles de entonces se vivía a toque de cornetín y en los seminarios a toque de campana.  Habían sido vaciadas a fines del siglo XVI y habían visto bajar a generaciones de estudiantes por aquellas escaleras.  Bajar y subir. No olía a berza ni a compota ni a guiso de las monjas por los corredores pero a algunos nos pareció que aquel olor que excitaba nuestras papilas seguía aun allí.  En la planta noble habitaba por el Rector olía a perfume caro pues don Julián era un cura muy limpio que siempre olía bien y hasta gustaba acercarse aunque no tanto como a don José Pedro Carero el de Cañaveral de las Limas que se afeitaba con goma espuma y usaba aftershave.  Olía por aquella parte al tabaco americano que fumaba don Marciano Montuno el Ecónomo.  Los honderos mallorquines incardinados en las legiones de Roma solían llevar a los combates un arma arrojadiza denominada fustíbalo.  Era como un boomerang que podía alcanzar varios objetivos a la vez regresando a la mano del impulsor de la piedra.  Por el fustíbalo de la memoria la piedra lanzada entonces regresaba después de un viaje por el tiempo y el espacio de medio siglos. Un carterista con arte, un galafate, nos había robado nuestro pasado y perdonado nuestras culpas, a media sólo medias, aun quedaba algún reconcomio, y ahora nos lo devolvía.    Hemos gemido bajo el peso de la púrpura. Rotundas pretericiones y profundas transformaciones a lo largo de aquellos cincuenta años en que no nos habíamos visto ni una sola vez y sin embargo íntimamente nos conocíamos.  Fue como un revivir lo vivo    Todos.  Habían pasado cincuenta años se dice pronto parece que fue ayer.  Sí decíamos ayer y un querubín se descolgó desde la enhiesta Torre de la Aceitera rayo y relámpago no tenía en la mano una espada de fuego sino un lirio blanco y nos puso a todos un pensum y es como si resucitara don Fausto López el cura rico y solitario que preguntaba la tesis del repaso.  Dicas, dicas in sermone latino y el ponente se levantaba ascendía al estrado o púlpito que había en el salón de grados e iba desganando los renglones y apartados del discurso escolástico.  Era una clase de Lógico.  Proposiciones.  Desarrollo.  Corolarios.  La fuerza del silogismo se amachambró en nuestras vidas.  A la sombra de la Torre de la Aceitera- una alcuza clavándose en el cielo de Corobias apuntando hacia lo alto siempre como indicando el camino de la santidad que se escala peldaño a peldaño con la fuerza de la abnegación, la renuncia a sí mismo, la exaltación de lo bello y lo verdadero, nunca lo útil y diciéndonos al oído lo de citius, altius, fortius- nos modularon el alma.  Dicas.  Dicas. Pero hombre ¡no te lo sabes!  Clodoaldo se había atascado como en una peña.  A ver Maximino y fue el de Frugales y repitió de carrerilla toda la “lectio” de más de quince páginas sin comerse una coma ni un punto, apenas sin perder el resuello.  Un prodigio de memoria.  Era un calmo día de enero después de una cellisca y en la mañana de Corobias con un aire y un cielo purísimo resplandecía a lo lejos, detrás de las almenas de la muralla a las que daban los ventanales del aula la Mujer Muerta envuelta en un manto blanco.  Un misterioso sudario impoluto moteado de negrillos, sabinas, madroños, alzando sus crestas sobre los taludes y barrancos.  Dicas. Dicas.  Por las fiestas del Obispillo el día que llaman de San Nicolás a Don Chespi casi lo manteamos. Bueno no exactamente mantearlo.  Fueron siete u ocho a la tarima del estrado y cada uno de un lado lo alzaron como si fuese un palenque y lo llevaron en procesión por toda la clase.  Subieron las escaleras e hicimos estación en la Virgen de los Tránsitos.  Y empezamos a cantar con buena entonación el Iste Confessor.  Don Chespi que daba Moral y cantaba en el coro de la catedral las vísperas con don Benito, don Desiderio, don José del Moral y don Celso el organista, una almina de dios empezó a soltar tacos por esa boquita en latín y en castellano.

-                            ¿Qué hacéis conmigo, cabrones? ¿Adónde me lleváis?

-                            Al cielo.  Al cielo con él.

-                            Oye que no soy la Macarena ni estamos en Sevilla.  Ni yo me muerto ni quiero que me canonicen.

-                            Iste confessor... y al famoso motete siguió el Benedictus Dominus Israel.

Por las fiestas del obispillo no faltaba el buen humor.  Se subvertía el orden de la casa. Los últimos serán los primeros.  El rector don Julián con sus superiores (Marciano, Pedro Recio, José Pedio Carero, el Padre Mañana, y don Martín Martín Martín al que decían Martín al Cubo y los dos padres espirituales) fregaban los platos y servían a la mesa a los postulantes.  Al obispo se le ponía a barrer, si venía a visitarnos y allí era cosa de ver a Su Ilustrísima don Daniel Llorente de Federico con todos sus arreos y capisayos el anillo de oro el pectoral con pedrería inclinado el lomo con una escoba sobre sus consagradas manos que habían alcanzado la plenitud del sacerdocio.  Hoy nosotros mandamos coime.  Pues lo que está abajo puede estar arriba.  Se cambian las tornas.  Somos los amos.  Los criados eran los amos y siquiera por un día unos seminaristas que llamaban fámulos porque hacían la carrera como criados de servir mandaban la leva, marcaban el pensum, dictaban el orden del día y no decían misa porque aun no estaban ordenados pero se hacía unos simulacros de misa cantada y el escolar más joven de primero de latín se sentaba en el trono episcopal y se le vestía de los ornamentos que el orden episcopal requiere: sotana roja, solideo, anillo, quirotecas, cáligas bordadas en hilos de oro, capa magna de las grandes celebraciones y del supremo boato pontifical.  En efigie se le pedía que administrase el sacramento de la confirmación a los que se había portado mal con el pipiolo o le habían hecho alguna judiada por entre año y les llamaba por su nombre y como acolada les daba un cachete que en ocasiones podía ser una bofetada.  Yo soy el obispo de Roma para que te acuerdes de mí, toma... Iste confessor.  Pero que hacéis cabrones.  Esto se mueve.  Ay que me caigo.  No se va a caer don Crespillo nosotros le sujetamos.  Estamos para parar todos los golpes habidos y por haber... yo no soy santo canonizado para que me porten en andas y me saquen en procesión como si fuera un paso.  No es día de Corpus y no soy tarasca tampoco.  Por fin lo bajamos y el buen sacerdote rompió a reír.  Aun no se le había pasado la cara de susto pero que puñeteros... Qué re-contra-jodidos me parece que sois... claro que sois jóvenes y yo a vuestra edad hacía lo mismo.  Hoy la clase se suspende.  Hoy quiete... tenga usted buen día don Narciso.  Ese era su nombre de pila pero nadie le conocía por Narciso sino por la sobrehúsa mentado.  El profesor de Moral tomó su teja de terciopelo negro y se arrebujó en el manteo de cachemir y tomó el portante y salió al viento helado de Corobias.  Le aguardaban sus monjas Peraltas, convento del que era capellán.  Los viernes tocaban confesiones.  Siempre me pregunté qué pecados podrían tener aquellas almas seráficas para tener que ir a descargar el saco cada semana... no te creas, hijo, me decía, en cada casa hay un ventano al cierzo. Y hasta siete veces peca el justo.  Don Narciso iba riéndose por lo bajo al atravesar los tránsitos donde estaba la hornacina con una imagen de la Pilarica se santiguaba.  Qué cosas, qué humor, qué vitalidad tienen estos jóvenes.  Yo también fui joven.  Recordaba quizás las inocentadas que desde 1590 cuando se fundó aquella Casa de la Compañía se venía haciendo por tradición. Era una jaula dorada. Fue un tirocinio y un convictorio dependiente de la casa madre jesuítica que se hallaba en Alcalá.  Travesuras de estudiantes.  Nuestro seminario era un edificio herreriano que se conservaba tal cual con su patio de balcones de forja sus ventanales y óculos distribuidos a lo largo de la fachada de estantales para subir a la cúspide de la Aceitera por el pararrayos del patio enlosado de grandes lajas de granito por donde se hacía la quiete los días de sol. Abajo estaba el fumadero y la biblioteca.  A partir de primero de Teología los alumnos podían fumar y tener petaca y el día del Obispillo había bula para entrar en las celdas de seminario mayor y hacerles la petaca o escuchar la radio galena con que los más ingeniosos-por aquel tiempo aun no se había descubierto el transistor- conque seguían los resultados de los partidos en Carrusel Deportivo o regodearse en las charlas del P.  Venancio Marcos los domingos, algunas de ellas algo subidas de tono porque el Padre Venancio Marcos a micrófono abierto disertaba en su consultorio sobre tema de moral.  Escrúpulos, sexo.  Con el consultorio de la señora Francis sólo se atrevían los más osados.  Claro un cura tiene que saber de todo y estar preparado para salir airoso en la cuestión que los penitentes le plantearían en el confesionario.  Sic ad astra.  Por ese camino se llegaba a las estrellas.  Queríamos escalar las cumbres de la santidad.  A algunos les gustaba la montaña y crampón y pilote en ristre montaban los cerros, hacían descubiertas por los neveros.  Pero otros éramos más inclinados a las cuestas abajo de los valles y hondonadas esas vegas esos oasis con los que Castilla sorprende al viajero.  El Val de la Virgen por ejemplo donde había un convento cisterciense.  Monjes blancos cogulla negra.  Celda y coro.  La disciplina para mortificar las carnes.  El cilicio para domeñar el yo.  La regla el reglamento la distribución de las horas.  El ora et labora.  Apenas quedaba tiempo para vacar.  No teníamos un minuto libre.  Y esa es una fórmula dorada para ser feliz olvidándose uno de sí mismo.  O por lo menos eso creíamos entonces que habíamos llegado a la sombra de la Aceitera a los atrios de la felicidad.  Quedaba mucho camino.  Unos llegaron.  Otros nos quedamos en el camino.  Nos faltaron las fuerzas para alcanzar la meta, aquel ideal de vida.  Sin embargo, permanecería muy adentro de nuestras psiques.  Nos moldeó.  Y la huella de aquellos años de forja labró una buena reja con la cual asidos a la besana y arreando a las mulas con que aramos los curcos de la vida.  Habían pasado 53 años desde aquel primero de octubre, una mañana de otoño cuando un maletero que contrató mi padre, cargué el baúl con el ajuar las camisas bordadas con mi nombre bordadas por mi tía Dominica, varios pares de mudas, el jabón la toalla, la pasta de dientes, uno choricillos y una hogaza de pan de matute, una caja de galletas varios botes de leche condensada. Detrás del maletero fui zamarreando por la pista, atravesamos la calle de Muerte y Vida, la plaza de Santa Eulalia enfilamos por San Francisco, cruzamos el azoguejo y por la calle San Juan arriba alcanzamos la rinconada de la plaza del Seminario.  Allí el señor Juan, un guardia civil retirado que tenía cara de pocos amigos que era muy serio pero home de buen corazón que siempre estaba leyendo el Adelantado de Corobias en su garita, me tomó el nombre y filiación.  Alá pasa.  Así que pasen doce cursos serás misacantano.  Suerte. Yo conocía a aquel hombre corpulento y de una estatura prócer pues fue nuestro vecino en la casa de la Troya.  De niño le había visto bajar pesadamente las escaleras de la finca de San Valentín número 4 en ajuar de combate (guerrera verde oliva, el mosquetón Máuser, la escarcela de cuero, el tricornio, la capa, las botas de caña) cuando iba de correría.  Correrías que solían durar varios días.  Le decía a su mujer la Juana que era muy pequeñita no me esperes hasta pasado el domingo, Ruanilla.  Nunca hablaba el buen miembro de la Benemérita en qué consistían acuellas correrías en las que estaba de servicio.  Pero decían que el maquis andaba por las sierras. Y habían visto a Juanín y a otros eminentes guerrilleros merodear por el Cerro Matabueyes y por la Granja.  Esta noche no me esperes, Ruanilla.  Descendiendo las escaleras parecía al gigante Polifemo. A los niños nos daba miedo.  No sé cómo se astillaban los peldaños de la escalera aguantando su corpulencia sus ciento y pico kilos de humanidad.  Él era el padre de mi amigo Antojito el Mariquita al que veíamos siempre de hábito con el cordón de Jesús Nazareno, el pardo del Carmen o la camisa de estameña del hábito de san Francisco.  Siempre de hábito.  Siempre rezando.  No se perdía novena ni triduo que hubiera en ninguna iglesia de Corobias  y ni que decir tiene que por aquellos días este tipo de devociones abundaban en la ciudad lo mismo que las procesiones.  A la primera de cambio se organizaba una procesión, un vía crucis y allí estaba Antojito disfrazado de capuchón con los pires descalzos los brazos en cruz o portando una cruz enorme todo un pino de Valsaín debajo del cual se hundía su cuerpo enclenque y enfermizo que casi no parecía hijo de aquel hercúleo cabo de la Benemérita pues era algo esmirriado. ¿Por qué tanta penitencia, Antonio?  Y él respondía.  Para aplacar las iras de Dios.  A mi hermano lo mataron en guerra.  Tenía un hermano que se llamaba Taito el cual acostumbraba a trepar por las paredes de la muralla a la busca de nidos de paloma.  En una ocasión se deslizó y no fue capaz de sujetarse al hueco de una socarrena y Taito se deslizó al vacío y se desnucó.  Recuerdo su entierro al que asistió toda la ciudad.  A la sazón los entierros en Corobias eran multitudinarios.  Vino un coche de caballos negros con crespones negros el penacho también era negro lo mismo que la caja y el color de la capa del preste que caminaba detrás del féretro camino del cementerio del Santo ángel escoltado por  acólitos con sotana negra.  Sólo la albura de la sobrepelliz de los monagos destacaba en aquel mar de luto en aquel duelo nuestro de posguerra que no parecía tener fin.  La señora Juana se quedó dando gritos en la Casa de San Valentín.  Ay mi hijo.  Ay mi hijo de mis entrañas.  Gritaba tanto que parecía que se le marchaba la vida en un arroyo de lágrimas la pobre mujer.  Sin embargo el señor Juan, el cabo Cantimpalos, iba detrás del coche de respeto egregio.  Sin descomponer el gesto. Su tricornio charolado desafiando a la muerte y dejándose acariciar por el sol corobino.  Vueltos del Campo santo le arreó a Antojito una buena paliza.  Fue una tunda para prevenir. No quiero que te encarames a los árboles, no quiero que te deslomes, maricón.  Y debió de ser tal la tunda que mi amigo estuvo lo menos un mes sin salir de casa.  Se le echó de menos en la novena del Perpetuo Socorro.  Era mi amigo buena persona, yo nunca le falté al respeto ni le insultaba por su homosexualidad que no era vicio de a hecho, pues creo que el bueno de Antojito murió virgen y mártir y más casto que la vara de San José, sino un amaneramiento femenino, eso que denominan ramalazo.  La gente era muy cruel. Yo le ajuntaba, le cambiaba mis cromos y jugaba al gua por los terraplenes de la Hontanilla.  Cuando Cantimpalos andaba de correría se le veía más relajado.  También he de decir que nunca dio que hablar ni dio escándalo ninguno.  Sólo aquella manera de hablar.  Esa forma de moverse que a las claras denotaban un fallo de la naturaleza: el alma de mujer metida en el cuerpo de un hombre.  También son hijos de Dios los gañís.  Se fue a un noviciado de capuchinos pero le echaron. A veces la Iglesia me di cuenta entonces no profesa la caridad que tanto predica y a Antojito le expulsaban de todos los conventos, y él decía que tenía vocación, mucha vocación, quedó para vestir santos asiduo feligrés de triduos y novenas.  El señor Juan que ya no era aquel civilón que nos infundía terror a los muchachos cuando lo veíamos trasponer el postigo de la puerta de San Andrés la que dicen  Arco del Socorro tercerola al hombre y la teresiana cubriéndole el cogote y el tricornio de campaña sino un paisano con chaqueta de paño algo más gordo (al poco moriría de cáncer de próstata) me entregó la llave de la taquilla y allí encontré yo la beca roja y el bonete de cuatro picos y mi sotana recién confeccionada por Blas Carpintero que estaba tendida sobre la colcha blanca de la cama. La sotana qué ilusión.  Me aprendí de memoria una oración que había que decir al ponérsela y al quitársela, en latín, y que empezaba así: Indumentum meum, Domine.  Dicen que el hábito no hace al monje pero yo me sentía transportado a un futuro de grandeza eclesial de misas tridentinas, cantos gregorianos, olor a incienso, lirios en el altar, paños al púlpito, comulgatorios en la predela, y sermones, muchos sermones.  Unas veces querría ser misionero en las Indias.  Otras de obispo, hombre de curia, lo que no he sido nunca porque mi reclinatorio y mi comulgatorio y mi muro de lamentos serían siempre los libros y habent sua fata libella quia Carmina aurum non dabunt[5]. No obstante, estaba claro que al ingresar en las filas de la iglesia sentía la fascinación no sólo de la belleza sino también la atracción del poder.  También quería ser santo, dar gloria a Dios y ya casi me consideraba en el[6] grupo de bienaventurados.  Algo parecido a aquel San Luis Gonzaga del cuadro que pintara un pintor importante no sé si Velázquez o Claudio Coello en la que el artista estampaba su propia visión del paraíso: un novicio jesuita recibiendo la comunión mientras en lo alto se rasgan las nubes y por una abertura aparece Jesús Crucificado que baja del cielo con una importante escolta de ángeles a un lado la Virgen Emperatriz y a otro San José que maneja una vara florecida de lirios.  Mis pensamientos eran contradictorios pero bien sabía, por lo demás, que, me zambullía en un mar de contrastes.  Por un lado renunciaba a Satanás, a sus pompas y a sus vanidades pero por otro sabía de antemano que al abrazar aquel estado obtenía un rango, un predicamento, una categoría.  Non nobis, Domine.  Non nobis.  Tuve una sensación indescriptible cuando me puse aquella prenda por primera vez.  Creo que es la indumentaria con que se reviste mi alma desde aquella tarde de otoño cuando el maletero Crescencio o Cresce para los amigos dejó el baúl con todas mis humildes posesiones al pie del catre.  Con aquel ajuar humilde, el matute, los choricillos, el par de muda, las camisas bordadas con mi nombre por mi tía Dominica que vino de Fuentepiñel el pueblo del que éramos oriundos por una rama de la familia la de los Sardones para ayudar a mamá a preparar el ajuar.  Fue un verano tórrido y expectante aquel de 1955.  Los olores traían el cálido fragor de las peñas de la cantera donde trabajaba de cantero el Tío Enrique que había domesticado un cuervo.  Aquel pájaro iba siempre posado sobre su boina.  El amo le había enseñado a decir algunas palabrotas como:

-Chico si te cojo te capo.

El Tío Enrique no era muy amigo de la gente menuda y nos miraba con malos ojos si nos dejábamos caer por la obra donde él atacaba la gubia, cribaba la grava.  De vez en cuando ponía algún barreno y mandaba a su pájaro amaestrado a que mantuviese a todo el mundo lejos de las inmediaciones de sus premisas donde él se sentía el rey del mambo o mejor dicho del granito.  Los tacos del cuervo, cuando era menester, poner cargas de dinamita para horadar huecos, se hacían más perentorios y subidos de tono.  Ya no nos amenazaba con cortarnos la pilila sino que nos ponía de hideputas pa arriba.

-Que te has pasao que te has colao que a tu madre la jodió un soldao.

Como por aquellas calendas la guarnición era firme muy nutrida, numerosa. Había  que sentar plaza de algo. Corobias  contaba con dos regimientos, uno de artillería y otro de carros, por nombre la Base Mixta, un picadero de caballería que mandaba un alférez con la cara enorme que medía dos metros, el padre de mi amigo Rafa, a quien zurraba de lo lindo cuando llegaba de la Remonta algo bebido y unas veces por razón y otras sin causa el bueno de Rafael probaba de la correa o se acostaba muchas noches sin cenar.  Aparte de eso, estaba la Academia de Artillería, con una agrupación de Intendencia, una compañía de Ferrocarriles que no vestían de caqui sino de azul y llevaban por pasador una locomotora dorada y luego el Tercio de Oficinas Militares.  Su distinto era una estrella blanca enmarcada en un rombo.  La tropa estaba en todas partes y a todas horas.  Niños y militares sin graduación no pagaban y entraban gratis al fútbol de los domingos para ver los partidos de la Gimnástica.

El Tío enrique no podía ver a los curas ni a los militares.  Le hacía decir a su tordo amaestrado muchas insidias y procacidades.  En la guerra peleó junto a los rojos y hacía poco que acababa de salir de un penal.  Con sus anteojos de cota de malla que nadie podía saber como era capaz de ver con aquellos alambres- se le había saltado un ojo siendo mozo con una esquirla que fue a alcanzarle- nos miraba amenazador.  Y a nosotros no nos gustaba mucho la cantera.  Era un paraje casi lunar.  Julito Camarero decía que era un buen sitio para emboscada:

-Aquí se podría rodar una película de buenos y malos.


Nosotros nos pendíamos por entre las zarzas jugando a los apaches o a guardias y ladrones.  En una de aquellas tenidas fue cuando le vimos a la Mari la de la señora Marce las bragas.  Las tenía blancas.  Rodó por el talud de un berrueco de aquellos cubiertos de musgo y de hongos antiguos que don Lisardo el profesor  de Geología decía que eran del cuaternario y nos hizo una foto.  Quedamos todos como petrificados.  La hija de mi vecina tenía unos tobillos bien torneados, piedras bonitas y muslos poderosos.  Estaba muy desarrollada la niña y se le insinuaban las turgencias de los senos bajo el vestido.  Era algo marimacho pues siempre andaba en la cuadrilla de los niños jugando a la malla, al zorro pico y zaina y a las piernas.

-Enséñanoslo, anda

¿-Cuánto me dais?

-Cuatro pesetas.

Hicimos recaudación la pandilla y no llegábamos entre perra gorda, perra chica y  realines a 3.75 pts..  La May nos hizo un precio de amigo por aquella contemplación.  Se subió la falda y se bajó un poco las bragas.

-Se ve pero no se toca eh.- advirtió la rapaza entre orgullosa, arrogante y conminatoria.

 Nos estaba haciendo un favor, nos estaba perdonando la vida.

            -¿Eres virgen?

            -Que pregunta.

Ya alguien debía de haber pasado por aquel rastrillo de su persona lo que unos llamaban meter al pájaro en la jaula o subir al cielo con el águila. ¿Quién inauguró el túnel? ¿Quién se sumió en el pozo profundo de sus besos? Ya la tenía pues, como decía el cura Severino.

 El Venan que era un putas y se informaba de todo nos informaba que la May ya conocía la gracia de Dios y que se la estaba tirando aparte de un furriel de Mayorías el asistente del alférez de la remonta. Total que ya estaba encentada e iba con dos al de por junto. Hombres objeto de usar y tirar

-¿ El padre de Rafa y de Ruanito?

-Ese mismo. Lo que son las cosas

El Venancio fue a tocarla pero ella le dio un manotazo mientras hacía acopio de la recaudación.

            -¡Quieto, galán que las manos van al pan!

-¿Y por hacerlo todo al completo?

-De eso nada monada.  Vosotros sois unos mocosos.  Aun no se os empina.  Adiós

Y salió corriendo de estampía por entre las peñas.  Saltaba como una corza encelada.  Quedamos todos con la miel en los labios.  Y todos en cuadrilla sacamos nuestros poderes y empezamos a masturbarnos furiosamente.

-A mí me viene.

Bienvenido a la vida mi primer semen.

 El Venancio nos dijo que la May era algo puta y que vendía sus favores a los militronches.  Se la había visto merodear por los hoteles de Valdevilla seguida de un machacante del brigada Tronero, uno de codorniz.  Luego resultó que la sacó para adelante y a la May su padre el maestro Requeja la tuvo que meter en las Oblatas.  Al niño lo metieron en el hospicio.  Aquel verano del 55 había descubierto el sexo, esa angustia, esa comezón.  Mi vecina nos había dejado a todos con las ganas.  Creció en mí el sentimiento de culpa, la angustia del pecado, el temor al infierno y creo que decidí meterme a cura  para expiar aquel pecado horrible.  Fui a confesar la falta a un monasterio de jerónimos pero para mi sorpresa mi confesor no sólo no quedaba extrañado de mi atrevimiento sino que también no paraba de hacer preguntas tan interesadas como morbosas sobre lo que había dicho el Venan acerca de nuestra tanteadora.

-¿Y esa May quien es?

-La hija del maestro armero, la hermana de José Luis el Pastitas, padre.

            -Y¿ se desnudó ante todos vosotros? Pues vaya con la niña

-Así es Fray Dimas.  De cintura para abajo se quedó igual que su madre la echara al mundo.


-¡Qué descocada!  Y vosotros mirando qué asco.

-Anda y que cosa íbamos a hacer. ¿Taparla con un sombrero como hicieron la semana pasada en los toros de Cuellar con uno al que un astado le rasgó los pantalones y lo dejó con el culo al aire?  El asco era muy rico.

-Pero todavía te ufanas de haber ofendido a Dios, mostagán. Lo que hiciste es una cosa muy fea, un pecado mortal. Y recalcitrar en el error lleva doble penitencia. No sé sí voy a poder absolverte. Eso es pravedad de materia.

Fray Dimas en ese momento me pegó un tortazo pero siguió preguntando:

-¿Y cómo lo tenía?

-Cómo lo tenía. ¿El qué?

-Pues eso... eso.

-Muy recogidito y oculto tras unos pelillos largos. A la May ya le hacen  bulto las tetinas. Ya es una mujer.

-¿Y no os da vergüenza, cerdos que no sois más que unos cochinos?- me recriminó.

Me echó una bronca de aquí te espero y todavía me escocía el sopapo el buen  jerónimo pero siguió indagando como si él mismo bebiese también los vientos por la May.  Decía que no pecamos de obra sino de deseo y sin catar la gracia de Dios, y ya que uno se condena, pues a condenarse de a hecho y con todas las consecuencias esto es consumando según el confesor manifestaba.  Y tanto que nos quedamos con las ganas porque la muchacha nos dio las más rotundas calabazas de nuestras vidas [la May era una calientapollas, una teaser que dicen los briítos] y que en otra ocasión había que evitar las ocasiones que nos llevan a los infiernos y a la eterna condenación pero se le tomó la voz como si estuviera excitado.

 Debajo del cinto y del escapulario pardo de la orden jerónima se le abultaba una prominencia sospechosa.

 Entonces me di cuentas de mis dotes de narrador y mis habilidades para el teatro.  Había conseguido poner cachondo al confesor.  Era Fray Paja una especie de apagafuegos oficial de nuestras confesiones con saco grande y pesado pues había  logrado fama de manga ancha.  A Fray Dimas le llamaban Fray Paja.  Todas las mujeres de la ciudad que habían tenido un desliz o un lío si eran casadas acudían a arrodillarse ante el tribunal de la penitencia presidido por aquel fraile algo desgarbado y legañoso.  Con una se tiró en el confesionario tres horas de reloj. Debió de ser un caso muy grave.

Era, por lo demás, un monje muy chapado a la antigua. Pertenecía a una orden que había sido rica e importante en tiempos del emperador pero que ahora andaba de capa caída. Los pocos jerónimos de aquella comunidad andaban con los zapatos rotos y lleno de remiendos. El Padre Dimas lucía un cerquillo rasurado a navaja a la antigua moda.  Semejante al que lucía el inquisidor Torquemada en su colodro.

Ni que decir tiene que a mí me impresionó no sólo el pecado que cometí con el columbramiento de sus bragas sino el poderío de sus nalgas y anduve meses e incluso años obsesionado por semejante escatológica visión.  Aquel verano había descubierto el sexo y las verdades de la vida.  Y me vino el primer semen como un río de vida. Aquellas albricias fueron una delicia. Tuve muchos sueños mojados. Soñaba en valkirias. La May era una valkiria que bajaba del olimpo a hacer grato el descanso del guerrero y ella misma bajaba con un tarro a modo de cáliz para probar el gusto de la ambrosía y en ocasiones incluso me daba de mamar y yo apretaba mis dientes contra sus pezones:

-Ay que me haces daño, bruto.

  Para arrepentirse tiempo habría pero yo empecé a tener escrúpulos. Solaba no sólo en  cosas eróticas sino que también tenía otras pesadillas como verme rodeado en el infierno de un informe que me pinchaban las posaderas con un tridente mientras cantaban:

-Ya le roen, ya le croen por do más pecado había.

 Traté de poner freno a tanta incontinencia y decidí hacerme místico, me compré unas disciplinas y me zurraba de lo lindo las espaldas de medio cuerpo para arriba y me encerraba horas y horas en una cochiquera donde me pasaba las horas muertas a oscuros escuchando el gruñir del marrano. Abría la puerta de la corte y empezaba  as predicar a los peces y a los águilas después de decirle misa a mis amigos que se hacían cruces al verme en aquel  estado revestido con una casulla de papel. Debía de pensar el Vences que yo había cambiado mucho y hasta me miraba con ciertos aires de respeto como a un difunto o a un enfermo al que se le escapa la vida. Yo  había decidido apartarme de aquella podredumbre haciéndome cura.

¿Te arrepientes de todo corazón, niño?

-Sí me arrepiento.

-Pues más te vale.  Parece mentira de ti; un mocoso como tú y que sabe mucho más que te han enseñado.  Has de evitar las ocasiones, hijo.  Y de ahora en adelante sepas que eso de merodear por la cantera, nada.  Queda terminantemente prohibido.

-Sí, Padre.


-¿Algo más?  Ya sabes que si te dejas algún pecado esto no te sirve.  Haces una confesión sacrílega. Pierdes el tiempo y ofendes más a Dios.

-No nada más.

-Pues de penitencia me vas a rezar cien rosarios, estar tres viernes a pan y agua y rezar cinco veces el Señor Mío Jesucristo de rodillas y con los brazos en cruz. Debajo de  cada una de las rodillas te pones siete garbanzos que son figura de los siete pecados capitales y procura que los garbanzos sean gordos. A ser posible de Fuentesaúco. Quítaselos a tu madre del remojo y su te preguntas le dices que quieres santificarte.

También me impuso de condena para purgar mi pecado llevar cilicio en la parte del muslo pero no lo cumplí porque aquel trebejo de tortura y mortificación no sé por qué me parecía un fetiche sexual que me ponía cachondo y las púas de la rodela me recordaban los pelillos de la adolescente que apuntaban traviesos y erectos sobre su vello púbico. Algo estaba naciendo en mí que fui precoz. Era un potro sin sujeción que me sentía incapaz de dominar.

 El ser humano es agua, pilosidad y muchas cañerías como decía un amigo mío. Lo de los garbanzos fue más grave pues me hicieron herida que se trasformó en llaga y la herida se me infectó rematando en pústulas.

-¿Por dónde has andado, chaval?- el médico del cuartel al que me llevó mi padre estuvo a punto de diagnosticar unas purgaciones.

Anda que como estaba la Medicina. Un sifilazo y yo sin comerlo ni beberlo. Después de la guerra el mal gálico era endémico y el comandante De Miguel me preguntó si no había de hacer de cuerpo a las letrinas del regimiento. Pues no vuelvas jamás por ahí, chaval, que te puedes encontrar con lo que menos vas a esperar. Se puede contagiar el morbo sentándote en un guater o bebiendo del vaso en que ha bebido un portador del virus.

 Anduve un poco cojo y quebrado durante algún tiempo y acordándome de la madre que parió a Fray Paja y a todos los de su cuadrilla.

Ni que decir tiene que desde que le vi las bragas a la May mi mano no encontró reposo.  Hasta creo que me salió un callo en el dedo meñique de la mano izquierda de tanto darle al ale manita.

 Otra vez a pasar por el trance y la tortura de declarar en mi contra sobre cuestiones tan íntimas y sentimentales y de nuevo el interrogatorio de cuantas veces, donde como cuando por qué; en total las seis uves dobles del periodismo: who, whom, why, where, when, what.  Lo malo es que uno había pecado solo y sin compañía.  Patético.  La masturbación por aquellos días se parecía a la carrera del corredor de fondo.  Irse al infierno en cuadrillo hubiera sido un poco más divertido.  Pero no hay tutía: en el pecado solitario uno peca por  dos. Habíamos hecho norma del consejo de Agustín pecca fortiter.

Pasados muchos lustros de mi vida aquellas subidas y bajadas al Parral me parecen niñerías.  El tiempo se ha encargado de borrar las heridas de aquel verano de torturas pero quedan las marcas.  Y desde entonces tengo mis reservas y prevenciones hacia la confesión auricular o lo que llamaban exmologesis.  Te ibas a arrodillar no ante un sacerdote de la ley sino que te quedabas a los pies de los caballos a merced de un reprimido mental que te sobaba por los hombros y te arrimaba la cara y si no andabas listo te metía mano.  La gazmoñería en los conventos suele acabar en mariconería.  No sé si don Marciano Montuno que era un tipo duro como buen capellán de la Legión y que pegaba unos sopapos impresionantes, acostumbrado como estaba a correr la baqueta, como en el Tercio, que te dejaban tarumba, pero muy sano y normal por ese cabo, un tío vaya, a mi que no me vengan con mariconadas, fue el que propuso de echarnos bromuro en el agua.  A ver si se nos desempuñaba. 

Y lo más grave de todo no era ofender a Dios sino que tener luego que ir a confesarse con Fray Paja que podía ser un santo según decían pero también un tipo algo repugnante sobre todo a partir de su escabrosa curiosidad sobre el cuantas veces y las seis W periodísticas.  Se daba una maña especial en sacarte los pecados con sacacorchos.  Peor que el infierno aquel interrogatorio pero no quedaba otra opción.  El padre Dimas no salía de su monasterio y con cualquier otro cura de Corobias  te los topabas cada dos por tres andando por la ciudad y vete tú a saber si no se chivaba, pues eso del sigilo sacerdotal ha sido algo muy elástico, un instrumento de control de la mente y una manifestación del gran poder clerical, si no se chivaba al padre de la May, el maestro Conrado y éste a su vez se lo decía a tu papá y cobrabas una buena paliza.  Menudo era mi padre.  Menudo el señor Conrado.

-¿Cuantas veces has quebrantado el Sexto Mandamiento?

-Creo que unas 300 más o menos.


-¿Tantas?

-Es que no puedo Fray Dimas.  No puedo.  Es más fuerte que yo.  Pienso en

La May y no se me baja.

-Pues te participo que moralmente te condenas y físicamente te estás haciendo polvo.  No vas a crecer, te vas a quedar escuchimizado y raquítico. Y eso si no entra la avariosis o la tuberculosis.

¿-Qué es eso?

-Dos enfermedades venéreas que suelen contraerse por la masturbación.  Si sigues así te tendré que negar la absolución.  Te tendré que mandar al penitenciario.  Esto está pasando de castaño oscuro.  Es pravedad de materia- dijo Fray Paja.

-Eso no.  A Don Demoque no.

Al penitenciario que era un canónigo muy gordo que enseñaba Moral le llamaban  por ese  apodo de Demoque porque era un tipo muy deductivo y siempre estaba sacando conclusiones.  Era todo él una conjunción ilativa. Conocía el Derecho Canónico de pe a pa, y por tanta casuística conocía todas las aberraciones de las que es capaz el ser humano.  Siempre a vueltas con expresiones como por tanto y de modo de que.  Perdonaba los pecados sub conditione y decretaba penitencias rigurosísimas que eran muy difíciles de cumplir al estilo medieval como echarse a  los pelos puñados de ceniza.  Peregrinar a Roma o a Jerusalén y a las adulteras les mandaba lloverse un baldón y coserse en letras muy gordas un cartel al hábito que dijera: soy puta.  Por culpa suya hubo algunas violencias de género más de una y más de dos en la ciudad y emplumaron a muchos.  Era rigurosísimo con las debilidades de la carne.

Salí de aquel hermoso y brío convento la nave gótica de la iglesia siempre solitaria con un dolor de oídos y la cara me ardía y mis rodillas penitentes me ardían.  Fray Paja apestaba a cebollas y tuve que soportar su aliento y sus filípicas allá más de tres cuartos de horas.  No dejaba de pensar en la May.

Pienso en La May y no se me baja.

-Pues te participo que moralmente te condenas y físicamente te estás haciendo polvo.  No vas a crecer, te vas a quedar escuchimizado y raquítico. Y eso si no entra la avariosis o la tuberculosis.

¿-Qué es eso?

-Dos enfermedades venéreas que suelen contraerse por la masturbación.  Si sigues así te tendré que negar la absolución.  Te tendré que mandar al penitenciario.  Esto está pasando de castaño oscuro.  Es pravedad de materia- dijo Fray Paja.

-Eso no.  A Don Demoque no.

Al penitenciario que era un canónigo muy gordo que enseñaba Moral le apodaban así Demoque porque era un tipo muy deductivo y siempre estaba sacando conclusiones.  Era todo él una conjunción ilativa.  Siempre a vueltas con expresiones como por tanto y de modo de que.  Perdonaba los pecados sub conditione y decretaba penitencias rigurosísimas que eran muy difíciles de cumplir al estilo medieval como cubrirse los cabellos de ceniza.  Peregrinar a Roma o a Jerusalén y a las adulteras les mandaba lloverse un baldón y coserse en letras muy gordas un cartel al hábito que dijera: soy puta.  Por culpa suya hubo algunas violencias de género más de una y más de dos en la ciudad y emplumaron a muchos.

 Era rigurosísimo con las debilidades de la carne.

Salí de aquel hermoso y frío convento la nave gótica de la iglesia siempre solitaria con un dolor de oídos y la cara me ardía y mis rodillas penitentes me ardían.  Fray Paja apestaba a cebollas y tuve que soportar su aliento y sus filípicas allá más de tres cuartos de horas.  No dejaba de pensar en la May. Había sido mi sueño erótico en el torrente de aquel verano desembojado. Yo creo que para lavar y resarcir aquella culpa ingresé en el seminario. Sentía una profunda vergüenza y la vergüenza luego sería obsesión y después trastorno, cepo de un delito inexistente que sólo cabía borrar  a fuerza de jaculatorias que repetiría sin cesar cuando en medio de un silencio impresionante – sólo se escuchaba el frufrú de las sotanas y el cloqueo de las sandalias sobre el encerado- iba repitiendo ayúdame Jesús mío antes de morir que pecar. Pues sí que estábamos buenos. Acababa de cumplir los once años, edad preceptiva para el ingreso, y ya estaba yo hecho un pecador empedernido. La absolución de Fray Paja no es que me tranquilizara mucho la verdad. Fue una experiencia de lo más desagradable aquella confesión y tardé mucho en bajar a aquel monasterio extramuros enclavado en uno de los parajes más bellos de la ciudad. Lo llamaban el Paseo de los Melancólicos  cuya vega se advertía una ciudad enhiesta y como transfigurada. Corobias toda ella puente y torre que guarda la linea hasta perderse en el tajamar del alcázar donde matrimonian las aguas del Eresma con el Clamores.

Haber nacido en ella imprimía ese carácter aventurero y soñador muy apegado a las tierras ocres de pan llevar y el azul de los cielos limpísimos. Corobias fue siempre patria de adelantados y soñadores cada mocuelo en su olivo cada señor encastillado en su torre. A la fuerza tuvieron que acabar todos en poetas perdidos tañedores de la lira de las tabernas y mancipos de las tabernas una de dos y sin término. Extremistas sin comparación. Radicales hasta la aberración y comuneros que marchaban por la vida como diciendo aquí estoy.

Empecinado en corregir el vicio y horrorizado por algunas lecturas como la de una autor húngaro muy popular en las escuelas católicas de aquellos días gran propagandista de la castidad entre la juventud y que decía que se puede contraer la sífilis o la tuberculosis con el placer solitario y que si lo hacías muchas veces podría agujereársete el paladar o volvérsete los sesos aguas, aborrecí el sexo de tal manera que estuve todos los cinco años de latín y dos de filosofía sin meneármela. Ni una paja durante un septenio el tiempo que tardan en mudarse las células. Se dice pronto. No era cuestión de ver la botella medio vacía o medio llena sino que se me representaban todos los ardores del infierno. Las bragas rosas de la May constituían la puerta de entrada a la casa de Satanás. Su sonrisa amable y seductora, sus carrillos pintados de coloretes, era como la manzana que tentó a Eva y yo me dije no señor por ahí no paso. Por un momento de placer condenado por toa la eternidad y para siempre. Para siempre. Y forcejeaba con todas mis fuerzas contra la tentación. Cuando bajaba la guardia zas. Allí estaban las bragas de mi vecina subiendo y bajándose y dejando entrever el arco de la felicidad: su pubis recio apuntalado entre dos mulos poderosos y bien torneados. La alameda que baja desde las últimas casas del barrio de San Lorenzo hasta los pretiles del puente de San Marco un locus ameno del clásico por donde solían pasear como unos refugiados los canónigos por el mes de febrero pues el hoyo del Eresma no estaba tan expuesto a los inclementes cierzos que suelen soplar sobre la ciudad los meses de febrero y marzo representaba para mí la grata senda del infierno. Por el verano no se podía ir son toparse con alguna pareja de enamorados que probaban mirando para el tendido quiero decir el impresionante skyline medieval del antiguo u podium segoviense. Aquello era un escándalo y hubo bandos municipales penando con multas de cárcel a los que fuesen pillados in  medias res y a calzón caído. Río abajo había un almacén de vinos justo de frente de la vieja parroquia de san Marcos el viejo arrabal románico y detrás de la Vera Cruz. Aquel olor a vino todavía mantiene en vilo las mías pituitarias lo mismo que los pellejos de cuero que colocaba el vinatero a las puertas de la tienda. Los días de mercado veíase subir por la cuesta a los carros del porte vinícola cargados hasta los topes una reata de seis mulas en hilera. Iba camino de Sepúlveda, Peñafiel, Turegano. Aquellos pellejos badurnados de pez parecían figuras humanas pero un hombre convertido en cerdo con la risa escupida de la beodez y los bracitos cortos como haciéndole un corte de manga a los dioses. Cantaban los cubos de los ejes, se balanceaban isócronas con  todo el peso las teleras. Detrás del carro dos galgos y un podenco adormilados que ya debían de ir borrachos lo mismo que el carretero que daba voces y pronunciaba juramentos meneando la tralla por encima de los machos y asnos de ir mucha alzada y de firme borren a los que llamaba a cada uno por sus nombres. Atilano iba muy tieso sentado en la vara izquierda junto al fanal muy digno y nada temblante y ya se había bebido para almorzar medio cuartillo. No se le notaba nada. Por eso se tomaba la vida con filosofía. Cerca de la puerta de San Cebrián paraba el convoy, echaba la galga, asentaba el tentemozo y se quedaba a la vera del camino para enjugar su sudor y afanes de arrieros con un traguillo. Se fumaba un cigarro y se quedaba sentada sobre una piedra redonda que estaba allí desde el tiempo de los romanos. Debió de ser un sillar del monumento a Baco que había sido derruido. Le tenía querencia se conoce y era el mismo sitio donde se sentaba san Juan de la Cruz cuando subía desde su convento a confesar a las monjas. Entre sus penitentes estaba Teresa de Jesús. Corrieron murmuraciones por la ciudad de que el fraile de Hontiveros y la santa abulense se entendían en el confesionario. Como llegaran murmuraciones a oídos de Santa Teresa ésta decidió cortar por lo sano y un día de madrugada abandonó y aquí, en esta misma piedra donde se sentaba Fray Juan se sacudió el polvo de las sandalias y dijo muy sentenciosa:

            -De Corobias ni el polvo de las zapatillas.

Y nunca se la volvió a ver cruzar bajo los ojos del Azoguejo.

El arriero de San Marcos y se llamaba Atilano y era de Zamora había oído contar muchas veces aquella historia. Por eso tenía querencia hacia la piedra santa. Le gustaban las viejas piedras y en sus albarcas el polvo de muchos caminos. También era gnómico sentencioso y era partidario que el cura, si no depara la felicidad, cura muchas cosas. Sabía que Dionisio era el dios de la huida y de la humanidad vencida. Cuando no hay remedio litro y medio y a veces las cosas se ponen de tal forma que es menester “olvidarse” y “dormirla”.

Atilano también había sido seminarista pero al estallar la guerra se fue al frente, se echó por novia a la Macrina que era su madrina de guerra, le escribía cartas de amor, le mandaba estampas y soplillos y a veces jerseys muy abrigados que ella tejía con sus propias manos, y no regresó al seminario. Le faltaba un año para cantar misa. Atilano era un espejo de filosofías. Los tientos a la bota le hacían tomarse la vida con calma y sentarse al borde del camino en la piedra donde hasta un santo puso sus nalgas y una santa se sacudió el polvo de las sandalias. Enfrente estaban las aceñas de San Marcos pero ya no daban vueltas las muelas de los antiguos molinos y las cecas de la antigua Casa de la Moneda estaban abandonadas. Las mulillas apuraban la hierba de la vereda. Se escuchaba a lo alto el graznido de las chovas que anidan entre las peñas grajeras, en los huecos de los niveles que dejó el agua. Corobias antes de ser Corobias fue un mar y allí vivían dinosaurios y hasta rinocerontes. Pasaba en ese momento el cura de Zamarramala también muy tieso y digno con su dulleta impecable y su teja de cachemir calle adelante. Era tan delgado que no parecía costarle trabajo subir las cuestas. Las fuerzas decían se las daba el vino pero las agarraba silenciosas. Algo se le notaba en su paso zigzagueante cuando bajaba a cuando subía y es que habían caido durante el trayecto dos botellas de añejo que él guardaba celosamente en los bolsillos de la sotana o arropaba entre sus manteos si hacía frío pero jamás se le notaba que empinaba el codo. Sólo su rostro colorado y la nariz que adquiría el color altamente bermejo de las berenjenas como consecuencia de su alcoholismo pero al cura de Zamarramala nadie le notaba  que en sus tripas viajara tanta compañía. Aunque le llamaban don Berenjenas. Era un cura muy listo, tan listo que se tiró al surco y se echó a la bebida. Buen canonista, las atrocidades que presenciara durante la guerra civil le habían hecho perder la fe pero tenía que seguidor siendo cura. Y no era de los peores. Atilano y don Ceferino eran buenos amigos. Estudiaban en el mismo curso y él estuvo en su cantamisa el día de Santa Águeda. Se corrieron los dos una buena juerga y cogieron una buena pítima. Su amistad perduraba desde entonces.

            -Atilano, ¿qué hacéis ahí como unos pasmadotes?

            -viéndolas venir, Ceferino. Voy de recua. ¿Hace un trago?

            -Eso no se le desprecia a un amigo

El cura se echaba la teja solemne hacia atrás y gangueaba un envite largo y solemne de la bota del carretero.

            -Buen corcho tiene este vino. Caramba. ¿Dónde ha nacido?

            -En Aranda.

            -¿De la ribera?

            -Legítimo

            -¿Y adonde lo llevas?

-Voy para mi tierra. Quiero envolverlo con el vino de por allí y a ver qué resulta

-Pues algo celestial, querido. Esto no es vino. Es canto gregoriano.

-Ya. Ya. Justo lo que nos receta el médico a ti y a mí.

-Bueno, con Dios, hermano. Buen viaje y que no te pierdas por el camino.

-Que ha de hacer. Este es el oficio de ir y venir que llaman acarrear.

-Sí. Mientras vamos y venimos… te veo a la vuelta, Atilano.

El arriero se despedía de su amigo el cura de Zamarramala, enganchaba las mulas, ponía al delantero la mejor collera. Tomaba la tralla y Yia. La reata se ponía en movimiento y volvían a cantar los cubos y las teleras a balancearse con los pellejos de vino en la panza, anticipo de tantas borracheras, quitapenas al pairo de las adversidades, antídoto contra el tarazón congestivo de las barrigas con estreñimiento, alma también de broncas y peleas de aquellos que no saben comportar tan divino y liquido elemento pues ya lo dice la norma: al vino como rey y al agua como buey. Pero esa máxima se suele desatender desgraciadamente con harta frecuencia en Toro y en Peñafiel. Entonces el vino se convierte en compañero del diablo. El diablo en la botella. Erifos sale de la botella y empuña una navaja. Al legado de Noé había que acercarse con mucho respeto. El cura de Zamarramala era de ese criterio que en su vida no llevaba a la práctica. Haz lo que yo diga y no hagas lo que yo haga. Ahí también se cumplía la máxima. Tampoco Atilano el cual camino de los campos Góticos a media legua del arrabal volvía a hacer otra parada en el ventorro de San Pedro Abanto donde había un letrero que ponía más vale aquí mojarse que enfrente ahogarse. Pernoctaba en Santa Maria de Nieva iba a ver a la soterraña ante cuya imagen se prosternaba y le pedía a la virgen garbanzos para la olla y vino para el barril, según la costumbre. A la mañana siguiente su carro se adentraba en las Morañas. Otro en Alto en Ataquines y otro en Arévalo y otro en Medina y eran Urueña hasta alcanzar las lindes de Zamora. Yendo y viniendo Atilano era un hombre feliz. Arrieros somos.

Esta visión y cosmovisión del soto del Parral me puso en huida. Sentía tristeza de aquel monasterio que está sin terminar. Por sus paredones se paseaba el fantasma, como el rey de Granada entre la puerta de Elvira y la de Bibarrambla del marques de Villena ensalmador y quiromante. Levantó aquel convento para ser enterrado. No pudo rematarse la fachada que quedó a la mitad. Se acabó el dinero pero ahí quedó el campanario neogótico que fa un sello inconfundible al paisaje de la ciudad. Tampoco el claustro lo pudo rematar. Se terminó el dinero y el alma en pena del marqués se paseaba por sus dependencias en las noches de plenilunio. Tenía fama de díscolo – ni palabra mala ni obra buena- de hereje y algo maricón según referencias de las hablillas de Toledo. Pensé que por estas casualidades de la metempsicosis el marques de Villena pudiera ser el mismo Fray Paja en él se reencarnó.

-¿tú crees en la trasmigración  de los espíritus?

-Brujas haberlas haylas.

Juan de pacheco el conde de Villena se paseaba por la alameda-yo lo vi- con su casaca verde, jubón de tiras almidonadas la sobrevesta grana para espantar murciélagos calzas de seda rosa almilla de hilo sobre la túnica encarnada borceguíes de lamé espada de plata que los sábados de puchero enfermo alternaba  por chilenas pues así estaba escrito en la vieja ley que él guardaba a escondidas por más que en su palacio colgasen marranos de la viga de sus palacios jamás masticaba tocino el nigromante. Era muy lampiño y polido pero cuando podía le tiraba de las barbas al rabí.

 Estampa de lindo don Gil de las calzas verdes la cincha de cuero bien ajustada y sus polvos mágicos dentro de la escarcela. Iba echando humo por los ojos y por la nariz. Fue el primero en fumar cuando aun no se había descubierto el tabaco. Portaba bajo el tabardo hojas disecadas que luego deshilaba y apelmazaba pacientemente con el puño y así liaba sus vegueros de Vuelta abajo sus targaninas y sus farias.

-                           Me fumo un cigarro puro y que se hunda el mundo. Doy mi palabra que no vale nada. Las palabras son humo que se lleva el viento. Por decir y prometer que no quede. Las obras son otra cosa sobre todo cuando hay que aportar dineros.

-                            Danos y danos hasta que no te conozcamos hasta quedar tuertos, rendidos por el vino sobre la hierba que luego amainará la borrachera con el elixir que tú me diste, las píldoras doradas. Somos químicas. Agua, humores, pura química, acción y reacción. Echo humo para ahuyentar los malos espíritus que rondan.

 Aficionado a la alquimia contaban las malas lenguas que hizo echar andar a u muerto cuyo cadáver había conservado en formol en su casa de Toledo pero con tan mala suerte qué cuando estaba evacuándole al vuelto a la vida el exorcismo y vertiendo sobre su cabeza el agua de gracia en ese momento llegaron los mangas verdes.

-          Alto a la Inquisición...

Pusieron en don Juan Pacheco en Toledo cual digan dueñas y allá fueron ellas. Pues salió a la palestra el judío que el marqués llevaba dentro. Y allí se acabó el invento del quiromántico. El bautismo del resucitado quedó in medias reses.

-                           Alto a la dueña

-                            No estoy haciendo nada por qué me prendéis- dicen que dijo a los corchetes y un alguacil le contestara:

-                            Eso dígaselo al juez señor marqués.

 Pero como el juez era amigo suyo lo soltaron a los tres días y el de Villena siguió practicado la magia negra en sus calderos y aparatosas alquitaradas que echaban humo de día y de noche acorriendo de forma que todas las brujas del universo bajaran a verle, y rondaran las casas y patios de los aledaños de Zocodover. Con la bruma del humo de sus experimentos la ciudad se llenó de humo y su paisaje se transformó en ese peñasco amarillento y ocre que salta a la paleta genial del Greco.

 Fue el primer preclaro varón castellano aunque no de muy limpio linaje en tener tratos con  ángeles caídos y concretamente amigo suyo del alma era un diablo cojuelo que era feo y corcovado y que echaba una peste a azufre que tiraba para atrás pero, más listo que el hambre, lo sabía todo del mundo y de los hombres y como el que no conoce a los hombres no conoce a los viejos les hacía pecar por do más pecado habían.

-           Tu carne es frágil, amigo. Ora y vigila. Ya te lo recomendó Cristo en el Monte de los Olivos

 La fortaleza de Satanás está en la sabiduría. Es muy viejo y los tratadistas por eso le llaman el cálido y el antiguo. Ha visto mucho. Contempló el ir y venir de los mortales por las veredas. Iban algunos acogiéndose a eses o parlamentando con las farolas los más locos, al regresar a casa en noches de evasión alcohólica y los otros, que parecían cuerdos pero eran más locos todavía que los que empinaban el codo, abrían sendas en el mar y caminos sin rastro. Pronto se acaba todo porque lo nuestro es pasar y ello siempre deja el poso de la experiencia y la experiencia se transforma en sabiduría. Sin embargo el demonio su talón de Aquiles también tiene. Todas ponen sobre todo las gallinas, anden ellas cluecas de vez en cuando y vivan cada una con su pepita.

 El príncipe de la mentira siempre engaña y al final acaban por descubrirse sus tretas. Por lo visto fue el marqués de Villena en consorcio con el Heraldo de las Tinieblas el que construyó el acueducto en una noche.

 Don Juan se había prendado de una moza muy garrida y salerosa cuyo pesar en la vida era tener que atravesar toda la ciudad con su cántaro a la cabeza para ir a llenarle de agua a una fuente que llamaban de san Geroteo extramuros sita en un calvero del bosque que llamaban el Campillo. Águeda se llamaba la interfecta y servía como ama de llaves y otras cosas en la casa de un cura. Llevaba muy a mal tan trabajoso menester de tener que salir al anochecer con la herrada a la cabeza y una noche el diablo disfrazado del marqués de Villena se le hizo el encontradizo y le habló así:

-Yo te llevaré el agua a la rectoral sin que tengas que ir y venir cada tarde al hontanar. Construiré una larga cañería que será el asombro de las generaciones y podrás tener toda el agua que quiera a cualquier hora del día sin salir de casa y sin sacarla del pozo.

 Aún no se había descubierto el grifo.

-No me digas, marqués. Te creía listo y poderoso pero no lo suficiente como para hacer la gran acometida de aguas a Corobias, algo por lo que suspiraban  los romanos.

- Yo soy artero y manitas y lo puedo todo o casi todo.

- ¿Y?

-Te voy a hacer un acueducto pero con una condición.

-¿Cuál?- dijo temblando la muchacha.

- Que seas mía.

Al hacer tan torpe proposición se le quebró al Pateta un tanto la voz. Que la tenía muy gorda. Águeda vaciló unos instantes y  estuvo como atontada y sin saber qué decir pero como todas las mujeres que dicen que no al principio luego es que sí y por más que el espíritu esté pronto la carne es débil, y pensando que un polvo no es nada y que Corobias bien valía una misa aunque fuese negra en este caso dio su consentimiento. Puso sin embargo como  condición que la obra fuera ejecutada en una sola noche.

- Cuando la acabes me casaré  con su merced.

El diablo embutido en el cuerpo del Marqués de Villena ni palabra mala ni obra buena ya se relamía de gusto ante la prospectiva de gozarla. La chavala ciertamente estaba como un tren o mejor dicho como la carroza del rey  Sabio porque a la sazón tampoco se había inventado el tren

- Trato hecho. Vengan esos cinco. Cuando amanezca el día de mañana que es viernes víspera del disanto para los de mi cuenta, tú tendrás llenas tus tinajas y el agua no te ha de faltar para beber, para guisar, para baldear las letrinas y para limpiar las legañas a tu amo el cura y cambiarle el pañal al niño que yo te haré.

- ¿Y para bendecir también tendré agua, señor marqués?

 El diaño se puso frenético al escuchar aquello del agua bendita puesto que todos sabemos lo que se aborrece en los infiernos el agua bendita y por eso hay tanta suciedad y roña en las calderas de Pedro Botero. Los inquilinos de tales dependencias no se lavan jamás. O eso no. Nunca mentarás tal palabra. Agua bendita. Águeda entonces se persignó y a don Juan de Pacheco por poco le da el telele. Sin embargo a trancas y barrancas y tras muchos dimes y birretes llegarían a un consenso pues famosas fueron en la Castila de su tiempo las ardides y habilidades de don Juan, un experto en la forja de pactos y de consensos. Bien pudiera haber sido militante de la UCD y sacando a plaza toda la artillería de sus persuasivas convenció a la moza del cántaro alma de cántaro a que formase el papel en el que ponía convengo por el presente a ser tu mujer etcétera… si tu me construyes y elevas hasta mi morada la casa de mi tío el señor deán una acequia. El diablo con las prisas y rebosante de lascivia pronto iba a tener a mano una perita en dulce no había leído la letra pequeña y una cláusula que decían que el acueducto tendría que ser levantado en una noche. Selló y lacró el documento con balduque como si fuera un diploma regio o una carta puerta. De acuerdo. Tenemos que darnos mucha prosa. Yo a mi disposición pongo cien mil obreros. Esta misma noche toda estarán en el tajo. ¿Adónde va vuesa merced ahora? Pues a Arévalo tengo que ver por allí unos amiguetes que están celebrando una tenida. Comeremos tostón en un mesón de la villa y después del almuerzo vengo colando. Y ahí decía verdad. Don Juan poseía la dote de la bilocación y del transporte instantánea. Podía estar en dos sitios a la vez, trasfigurarse en un instante, ir y venir. Arévalo era un entro de conspiración. Allí por las artes quiromantes del marques habían montado meses antes de este suceso un pavés, colocaron en la tarima un monigote al que coronaron que era la efigie del rey don enrique nuestro señor, los destronaron y nombraron en su lugar como rey de castilla a su hermano Alfonso XII. Aquella pantomima conocida en la historia como la Farsa del pelele de Arévalo dio lugar a una terrible y sangrienta guerra civil que terminaría con la abdicación de don enrique y la cesión del trono a su hermana doña Isabel. No hay mal que por bien no venga. Águeda cuando el diablo se fue quedó un poco aturdida y arrepentida. De vuelta a casa encendió una vela a la Virgen María. Madre de los cielos que libraste a María del salto de los infames sácame a mí de este apuro virgen Bendita de la Fuencisla. Y sucedió que don Juan frotándose las manos, después de su aquelarre en la capital de las Morañas, regresó volando a Corobias en el atardecer y allí estaban establecidos las cuadrillas, los picapedreros, los boyeros que transportaban los sillares desde las canteras de Valdevilla, los barreneros, los del buril y del cincel, los carpinteros y fontaneros. Toda la tropa del infierno se puso manos a la obra. La impresionante estructura con sus más de cien ojos que sería luego una de las maravillas del mundo iba a ser construida en una sola noche por arte de magia y las tercerías o malas artes de don Juan Pacheco testaferro de Belcebú pero también Belcebú con sus acicates y tridente del proceso era necesario en el concurso. No se había visto tanto trajín. Nadie oyó hablar de tanta pericia en el manejo de la llana y el palustre,  el cartabón de la plomada. Los últimos parroquianos de las tabernas de Corobias que con un jarro entre los labios y una baraja entre las manos- el vino y el naipe son la otra cara de nuestra existencia corrida una china en el zapato de los que queríamos ser santos y tan pronto- se asomaban a la puerta de las tabernas e iluminaban con un candil aquella escena. Eran testigos de la gran azofra. ¿Irían a abrir una brecha en la montaña? Bo, dijo un mesonero que se llamaba Cándido y miraba la obreriza desatada en el Azoguejo ante sus mismas barbas parapetado detrás del cajón donde echaba maravedíes y doblones que les derrababan los soldados de Flandes en sus consumiciones. No va a hacer  un puente que no necesitaría arcos que se mantuviera en vilo sobre el aire pero será una cosa grande. Así habló el mesonero famoso por el cochinillo que preparaba al horno. Nunca se había visto tanto trajín desde los tiempos del moro Almanzor que destruyó el acueducto romano y de él no quedo piedra sobre piedra. Por cierto, ahora  los sillares se engarzaban con vainas en una sarta de churros o cuentas de un rosario sobre estructuras de hierro forjado. Previamente con un berbiquí taladraban los lingotes que quedaban acoplados al salmer y al contra salmer mediante taladros de plomo. La cimbra del arco de medio punto era perfecta. Esto es el no va más. Obra de romanos. El diablo se hará propuesto devolver a los corobinos una replica exacta de la fabrica que mandó edificar Trajano. Subían y bajaban las piedras elevadas por poleas y otros ingenios buscando el garfio que los juntaba a una velocidad de vértigo. Águeda que espiaba la construcción de rodillas mientras rezaba a la Virgen de la Fuencisla orando ardientemente para que se le perdonase su pecado. Prefería ser la coima del deán a la mujer del diablo y virgencita virgencita que me quede como estoy, prometió en aquella febril noche de los echamientos de ir descalza a Compostela a arrodillarse ante la timba, prometió dar cien limosnas, llevar cilicio, pidió que la emplumaron por haber caído en aquella irrisoria tentación pero a medida que avanzaba la madrugada daba ya la apuesta por perdida. Todo te lo daré si ante mí te prosternas y me das alabanzas. Recordaba la frase de Cristo apártate de mí Satanás, vade retro. Sólo a tu Señor adorarás. Ella no había tenido la suficiente presencia de ánimo ante la llegada del diablo que incluso lo llevó en voladas al pináculo del templo y desde aquella atalaya le hizo contemplar todos los reinos y las naciones, el devenir del progreso, el avance técnico y todos los inventos que muchos atribuyen al cacumen y la magia del ángel caído. Cristo fue tentado y venció. No así el ama del cura. La carne es flaca. Mientras tanto se desarrolló una actividad frenética de golpes y voces que alarmaron al vecindario. Las mujeres salían a la calle en camisón y se preguntaban unas a otras qué pasa qué ocurre. ¿Se acaba el mundo? Que va decía uno de los diablos. Nosotros somos unos mandaos. Son los del ayuntamiento que como es verano están en obras y quieren poner la ciudad patas arriba. Todo la noche se escuchó el lamento de la lechuza, se sentía volar aves hacia no sé dónde y los ruidos de las carterillas y los reniegos de los obreros llegaban mezclados con un olor a azufre. Los entendidos en exorcismos comentaban que era evidente que por allí andaba el Pateta de por medio que volvía a la tierra a preguntar a Nuestro Señor Jesucristo todo te lo daré si te prosternas ante mí y me adoras. Las legiones infernales habían subido a Corobias y se habían puesto manos a la obra. Iban los areneros arrimando material. Los esportilleros porteaban yeso en sus artolas. Los boyeros vascos llegaban de los montes Universales arrastrando piedras. Todo te lo daré si prosternándote ante mí me adoras. En lo alto del andamio estaban los encofradores del barrio de San Lorenzo muy duchos en albañilerías todos ellos moriscos y que para mayor honra de Alá desobedecían a los maestros de obra y revocaban las fachadas sin colocar jamás la figura humana o animal porque dice el Corán que eso es idolatría y esgrafiaban los muros con gran pericia y paciencia experta poniendo unas simetrías que simulaban los brotes de pámpanos y arrequives florindos de una geometría esotérica y al revés. Para hacer más llevaderos los trabajos se entretenían cantando aires de su tierra en árabe florido que los cristianos no entendían. Eran jarchas. Pero allí estaban los areneros de Tejadilla con sus carromatos, los panaderos de encinillas con sus bodigos para que comiera el personal. Don Juan había mandado traer tallistas orensanos rudos mozallones trabados de hombros como bargueños y altos como castillos con la cabeza grande y las narices romas. Ellos hablaban en su fala añorante. Uno le preguntó a otro que cual fue la causa por la cual fue condenado al fuego eterno.

-Eu carayu. ¿E tú?

Un gallego no cambia su estructura mental e incluso en el infierno es capaz de responder a una pregunta con otra pregunta. Y el que quiera saber más que vaya a Salamanca y se presente a los exámenes. Los dos personajes estaban subidos a una escalera de mano. Uno arrimaba piedras y el otro paleteaba argamasa pero nadie sabía quien subía y bajaba quien buharro y quien guardaba. Muy reservados y discretos como siempre los gallegos. Nadie podría saber-así eran de prudentes- quien de los dos subía y quien bajaba. Pero los dos machacaban el canto con suma destreza. Una meiga se acercó al grupo de los gallegos y les entregó una orza que más bien era un cántaro llena de vino del ribeiro. Tras algunas libaciones los galeotes de la galaico cornisa empezaron a parlar a puñados y se mostraron dicharacheros y amables los que antes anduvieron reservones. No hay nada como una buena jarra de ribeiro y una empanada de hojaldre para hacer decir a un gallego lo que piensa. Ah la mia mai, so fillo do demo. No los había más trabajadores y pese a su saudade y su melancolía en los más trabajadores los que mejor arrimaban el hombro. El gallego preguntador subió al patíbulo condenado a muerte por un juez eclesiástico. Había matado al obispo de Compostela por haberle encontrado encamado con su mujer. El preguntante había sido cuatrero pues procedía de la zona donde se celebra la rapa las bestas. Lo pescaron en una feria de medina con una partida de cien acémilas que habían sido robadas. Fue sometido a tormento de amputación de las dos manos por amigo de lo ajeno. Sin embargo ya en los infiernos fue sometido a una cura de caballo y mediante un proceso de ortomorfosis le volverían a salir las dos extremidades cercenadas por el verdugo. El gallego volvió a este mundo en compañía de la Santa compaña para participar en aquella azofra impresionante. Con tal de tomar un poco el aire y respirar los vientos de C orobias que le recordaban los airiños verdes de a su aterra no le importó tomar parte en aquella magna obreriza. Pero largo nos lo fiáis. Don Juan quería levantar el acueducto en una solo noche.

-Largo me lo fiáis. Eu carallo.

Las cuadrillas de vizcaíno también eran muy interesantes y aunque no armaban tanta bulla como los vícianos pues es su costumbre el hablar bajo y cantar alto se distinguí por el esmero que ponían con sus yuntas de bueyes en el acarreo de las moles de granito. Cruzaban apuestas sobre cual era la mejor yunta de bueyes, o sobre si el verde de su aldea era más verde y poseía un mejor colorido que  el de la casería de al lado y a ver quien llega antes. Hablaban entre ellos su gacería sin que les entendiese nadie. Y eso sí no decían palabrotas porque de ellas carece el vascuence. Cuando tenían que pronunciar algún cagamento lo proferían en castellano.

Pronto estuvieron las arcadas dispuestas. El diablo en la figura del Marqués de Villena se frotaba las manos

Fabuloso personaje. Era un suave que untaba sus palabras y adulaba al poderoso a la cara y por detrás la daga. A la chita callando. Zas. Como era de modos suaves, no llamaba mucho la atención y se las metía dobladas. Cortesano del rey don enrique IV que dios haya luego lo traicionó cambiándose de bando. Sentó causa común con los mesnaderos de don Beltrán de la Cueva que dicen que era el que se beneficiaba a la reina cuando éste se iba a cazar a los montes de León pues es fama de leyenda negra que don enrique era algo impotente.

Pero tales cuentos pertenecían no a la crónica general de la chismografía castellana, siempre de suyo inclinada a la maledicencia. La historia de España suele estar plagada generalmente de esta clase de hijos de la gran puta como el Marqués de Villena que se paseaba por la alameda con su tabardo carmesí y las calzas verdes. Para pasar a la posterioridad les hizo a los frailes jerónimos que eran la orden preponderante en aquellos momentos un gran convento pero se le había acabado la bolsa y el proyecto quedó abandonado cuando habían cubierto de aguas las bóvedas del templo. Luego dio en notar que el sitio era del todo insano aparte de que no hubo dineros para pagar los aparejadores y una noche los deudores fueron a por el marqués. Creían haberle matado pero al que acuchillaron fue a su escudero. Don Juan pacheco tenía siete vidas como los gatos y huyó a Toledo.

Como el sitio era húmedo muchos de los profesos enfermaron de fiebres reumática as y morían al poco tiempo o se convertían obsesos de todo lo que tiene que ver con el trato torpe como Fray Paja

El diablo ya se estaba frotando las manos. Quedaba poco para la aurora y ya tenía cerca de ochenta y cinco arcos terminados. En el azoguejo había un trajín de los infiernos. Los capataces con un rebenque enristre arreaban a los encofradores para que se dieran priesa. Había que ganar la apuesta. Yo me llevaré a la chica. La rescataré de las garras de ese maldito canónigo. Poco sabía don Juan de Pacheco que la locatis de la sirvienta contaba con buenas aldabas. Se había encomendado a la virgen y rezado la oración al divino alférez de la Milicia Celeste. Testigos presenciales de lo que ocurrió en Corobias aquella noche toledana dieron referentes de la presencia de un artillero muy alto y rubio con los ojos azules como esos gastadores de la academia que marcaban el paso detrás de los pasos de la procesión del viernes Santo. Entró a cenar en el mesón de Cándido pero como todos los convidados de piedra hizo que come y no come hizo que cena y no cena no probó bocado. El mesonero le recibió muy ceremonioso acostumbrado a tratar con los de la Corte no probó bocado del cochinillo que le aparejó con una endibias el experto mesonero mayor consumado malabarista de las artes cisorias. Cándido cuando se fueron encendió su cachimba arqueé la frente y se le movió un poco el pestorejo tate folloncico que aquí hay gato encerrado. La plaza del azoguejo  iba a convertirse en campo de Agramante entre los estandartes del que dijo cuis sicut Deus y los reniegos de Lucifer. Ciertamente que Dios hizo el mundo en siete días pero el acueducto de Corobias lo haría el diablo en una noche. Semejantes trabajos justificarían los loores de los volterianos que dirían aquello de que mucho puede dios mucho puede el cucho pero más puede el cucho. El debate teológico se centraría en saber si el mal forma parte de los planes de la creación. , Y el argumento de que existe el diablo precisamente para justificar la existencia de dios cada uno en su columna el uno en la tradición y el otro en la del progresismo o y la ayudantía. Allí estaba Miguel con todos sus servicios secretos y la plana mayor de mando. Pero el ángel caido aunque no las tenía todas consigo se las tenía tiesas. Mandó venir a la azofra a todos cabos de vara de sus destacamentos. Con su tralla y su rebenque iban y venían bajo los arcos. Al que no veían activo o notaba que flaqueaba en su trabajo lo molían a palos. La actividad era frenética en aquel bello rincón castellano que sería fuente de inspiración y reclamo de pintores y de poetas. Unos escribirían odas. Otros pintarían cuadros y acuarelas o litografías que uno podría contemplar, por ejemplo en la sala de espera de un dentista o en la consulta del señor médico donde te dan la vez, un número y bastante canguelo.

            -Venga. Aprisa. Más deprisa- gritaba malhumorado Juan de Pacheco.

Un cómitre empezó a chillar en ruso como si en vez de albañiles lo que tuviera a su cargo fueran forzados camino de Siberia:

            -Davai. Davai.

Con tanto aceleramiento y las prisas por acabar se cayeron del andamio no sé cuantos obreros. Los vizcaínos testarudos y siempre a su manera porfiaban en vascuence y nadie les entendía claro está su jeringonza sobre qué sel tuviera mejor pinta el de su aldea o el del caserío de enfrente y quien uncía mejor bueyes los de Algora o los de Errando. Uno de Vila boy fue a darle con la llana en la cabeza a uno de Amurrio, se enzarzaron, perdieron el equilibrio y cayeron al vacío. Un catalán y un valenciano discutían por cosas baladíes como por ejemplo dónde se parla catalán mejor y no hacían más que repetir la palabra “cohollos” y “ay la mare de Deu”. En este país algunas guerras hubo por peloteras lingüísticas y por algún punto o una coma algunos acabaron  en las calderas de pedro botero. Iden de lienzo, los asturianos y aragoneses trabaron pendencia sobre qué virgen era más guapa y cual lucía mejor manto si la Santina o la Pilarica. A lo tonto y a lo tonto  de las obras pasaron a los hechos y al poco rato los puñales relucieron.  Cierto que los baturros son valientes pero un asturiano con la espada de san Pelayo nunca viene a menos antes bien se crece. La pelea se saldó con treinta muertos. Tuvo que dar ordenes Belcebú a los capataces para que sofocasen de raíz estas trifulcas regionales que tanto minan la convivencia entre los hispanos.

Otro peligro venía a ser el de la chismografía, debilidad tan española, que es pueblo de condición murmuradora y acusica. España es la patria de Celestina y donde abatanaron a Torquemada. Por eso se dice que el alma de todo español es un baúl de doble fondos, con hartas recamaras. En los villorrios y aldeas más apartadas se finge y se habla por detrás. El infierno está empedrado de estos chismes, contumelias y carnicerías contra la honra. El caldero de la envidia hierve en las potas de los llares de los godos. Es lo que algunos denominaron mala hostia.

Aquella noche por España no circularon revistas con noticias de la prensa amarilla ni rosa. Unos c corchetes con muy mala pinta pero eficaces en su labor secuestraron la última edición del Faralán de la Entrepierna cuyo principal escribiente y reportero era un tal Palomiñas. Belcebú lo mandó encerrar en el ala izquierda de los infiernos la que llaman Contra Natura y le entregó a unos diablos incubos para que se hicieran cargo. Ordenó el Príncipe de las tinieblas que le cortasen la lengua para que no la introdujese donde no debía. Pero aquel tipo que debía de tener siete vidas como los gatos regresó a las palestras televisivas transformado de súcubo habiendo sido incubo de toda la vida  bardaje se transformaría en bardaje a ver que remedio a la fuerza ahorcan y donde las dan las toman. Y haciendo el mudo. En el plató hablaba por señas. Continuó publicando en el “Farlan” donde sus relatos eran un tour de force de habladurías viperinas. A la Maricielo la echaron mano las lesbianas y no regreso de los infiernos donde continúa con un tenedor una sartén y un tenedor batiendo tortillas.

Empezó a entonar la alondra sus gorjeos y el puente estaba ya casi terminado. Águeda encerada en su habitación sentía ruido de cadenas. Ya vienen, ya vienen a por mí. Pensaba que había perdido la apuesta. Al poco tiempo cantó el ruiseñor. Sólo le faltaba un arco al Gran Arquitecto. Un arco no es nada. Volvió a entonar su gorjeo de salutación al día otro ruiseñor y ya solo le quedaban una par de dovelas pero en ese momento un arquitrabe –un gallego ciego de ribeiro había puesto el sillar de un ábside del revés- se vino abajo. Cielos. Habían amanecido. Belcebú dejó un arco sin terminar y perdió la apuesta. Águeda bajó con un cántaro a darle gracias a la Virgen de la Fuencisla. Llenó su primera b botija sin tener que salir. Los Corobinos miraron asombrados la obra sin importarles un ápice saber quien la había acabado si el diablo o los romanos. Otros dijeron que había sido el mor Almanzor.

Se organizó una novena, luego un triduo y después la habitual procesión a la que son tan aficionados los nobles cristianos viejos de Corobias. Los señores curas  fueron invitados por el gobernador a una comida de hermandad. Asistió el cabildo en pleno. El señor obispo organizó unas rogativas. No cabía un solo alfiler en cada una de las catorce parroquias.

Y mandó que todos los años se memorase aquel milagro de Vuestra Señora por turno cada año una iglesia y fue así como nació la fiesta de la catorcena.

La sirvienta del señor deán ingresó en un monasterio. Decidió consagrar su vida al Señor en prueba de agradecimiento y cuentan que llegaría a ser abadesa del convento de San Vicente extramuros y en el arrabal de San Lorenzo.

A mí no me gusta mucho la alameda del paseo de los Melancólicos porque por allí anda en pena el espiritu nigromante y vagabundo del  nigromante marques de Villena acompañado de Fray Paja y otros frailes que marchan en fila india tras su espectro benefactor. Era de buenas palabras y la cosa queda claro. , `Prometió y prometió  construir un gran convento pero las peanas quedaron baldías de estatuas, los retablos sin terminar y las iglesias vacías. Salían los jerónimos con sus hábitos blancos y sus matos pardos entonando responso porque el marqués solía contarles a sus testadores sus pactos con el de los reniegos. Parecían conjurados en lugar de almas en pena. Ninguna palabra mala  tampoco obra buena. Luego los donados estuvieron cavando la muerta con primor durante siglos acabando aquellos  terrenos que parecían mismamente labor de orfebre y artista. Recordaría yo siempre la desolación de aquel convento que quedaría en ruinas después de la guerra como todas las posesiones de la orden jerónima que habiendo sido la más rica de la catolicidad acabó en la miseria. Con Yuste en ruinas. Les quedaba otro monasterio en Ajofrín y otro en Sevilla. Fue allí donde empezaron mis obsesiones por el síndrome de iglesia vacía. Las capillas abandonadas los altares horros de santos y sin aras (dijeron que los franceses habían utilizado como caballerizas esta obra de arte) y sin electricidad era el único templo de la capital donde no había luz eléctrica eran un testimonio elocuente del vandalismo de la desamortización y de la incuria  de los católicos españoles con nuestro pasado. El espectro del Marqués de Villena se paseaba por los ánditos del coro seguido de cerca por los del judío Mendizábal. Tanto el uno como el otro debían de forma parte de la misma sombra. La sombra que se cierra amenazante sobre mi propio país. Muchas tardes de paseo olvidadas bajaríamos a la melancólica del predio del Parral el monasterio con su torre cuadrada de estilo normando y aspecto solemne con su balaustre en lo alto y el aspecto fantasmal, última reminiscencia del gótico florido, campanil sin campanas y ojos huecos por donde la oscuridad parecía querer derramar una lágrima difunta y el retrato del marqués su fundador se perfilaba sobre las nubes esparciendo sombras lúgubres sobre las aguas del Rasemir. Allí había un merendero intransitado. Se alzaban los ojos y aparecían enhiestas como lanzas las almenas de la muralla que iban a dar dibujando un trazado vertical sobre el horizonte hasta el alcázar. Equilibrio imposible en lo alto de una inmensa roca que servía de peana a la fortaleza. Se escuchaba por alguna parte el crotorar de las cigüeñas que anidaban en la Vera Cruz y en la torre de San Marcos confundido con el crotorar de los pavos reales  o el voznar de los grajos en lo hondo del foso y vio la imagen aflictiva como la Dolorosa de Santa Eulalia de la doncella que estando amamantando a un infante se le cayó el niño al vacío y ella se tiró detrás. Gemir de la suicida su llanto se escucharía eternamente subiendo hasta la barbacana desde los glacis defensivos. Historias olvidadas de Castilla. Los émbolos de las aceñas habían enmudecido abandonados los molinos harineros que esmaltaban esta parte de la hondonada y las cecas tampoco acuñaban moneda. Habían sido robados los troqueles y aquella vieja casa de la moneda recibía periódicamente la visita de los ladrones a la búsqueda de tesoros. Se le llamaban las Cuevas de Alibabá. Todo aquel hervor de ciudad medieval se allegaba hasta tus sentidos. Gemían los rabeles con sus cuerdas acongojadas entre los dedos de los anónimos juglares. Allí parecía mecerse arremansado un tiempo infinito.

En la iglesia del Parral se guardaban unos inmensos tapices que se colocaban en el altar mayor para tapar los santos del retablo la semana de pasión. Y aparecía sobre un enorme tríptico de lienzo la representación de la crucifixión. El artista flamenco no pintó sin embargo Jerusalén. Pintó Corobias.  El acueducto aparecía detrás de los pies de Cristo y Anás y Caifás eran el arcediano y el obispo y san Juan un diacono al que quemaron por hereje. El monte Gólgota había sido reemplazado por el Pinarillo. Los monjes pasaban de uno en uno cantando gregoriano con una vela en la mano como si fuera un entierro cubierta la cabeza rasurada con una blanca cogolla. A lo lejos sonaban las estremecidas codas del canto del Miserere y Fray Paja parecía muy compungido.

            -¿A quien lleváis a enterrar?

            -A Cristo. Lo acaban de crucificar en Corobias.

            -En esta ciudad todos los días es Viernes Santo.

El cristo de los gascones era portado en una urna de cristal por una cuadrilla de disciplinantes portadores de hacheros. Se organizó una procesión extramuros. La comitiva ascendía penosamente por el camino de la Puerta de la clemencia dejando atrás las huertas y pegujales con sus cuadrados tablares mimosamente sembrados por los hortelanos moriscos. Al alcanzar la altura del convento de Santa cruz casi pegado a las piedras de la muralla con sus agujas góticas los disciplinantes reposaban la imagen y tres diáconos acometían el canto de la Passio en latín según san Lucas.

El sonido de aquella melopeya retumbaría en los oídos de mi memoria de por vida como algo mágico y triunfal, trasunto de lo inefable. Un grito de esperanza y de triunfo frente al mal. Era la crónica apresurada del sufrimiento manso del que vencería a la muerte y al pecado circulando como un pensamiento eje que fija la trayectoria de la historia.

Un turiferario aprontaba la naveta y el preste con una cucharilla espolvoreaba el interior del incensario. Se alzaban unas cuantas vaharadas de humo y cesaban los cantos. Otro acólito traía el acetre y el oficiante rociaba el pórtico del viejo convento de Santa Cruz de agua bendita. Las puertas del antiguo convento dominico permanecían cerradas. Un pesado llamador de bronce destacaba en el perfil del herraje de aquellas puertas nieladas donde estaba el claustro donde vivía el viejo inquisidor. Cada clavo de la puerta era el remache de un silogismo. Porque así de contundente es nuestra fe. Tronase la herejía aquel pórtico gótico en que se concentraba bajo un arco carpanel la escena en que la Virgen viene a entregarle al fundador del rosario en su cueva no se conmovía. Respondimos a Lutero con la impavidez de la piedra y la serenidad del mármol. En uno de los huecos de las pechinas la grieta que, según la tradición, horadó la hostia en el muro al descender. Se contaba el milagro de la profanación eucaristía. También se me queda grabado para siempre aquel suceso de la misma manera que atruena aun mis tímpanos la dulce entonación de la Passio cantada por martes santo

MARÍA DEL ZORONDO

El rasgueo del cálamo incesante aguja de sastres que sastres vienen al infierno vamos pone contrapunto a la voz de los coros. Entremedias se levanta la voz del escritor. Escribir es encontrar una voz tu propia voz y romper las orzas. Te encuentras como en un empalme de caminos y sin saber hacia adonde tirar. Una frecuencia te dice oír ahí y la inmediata que por el otro lado. Ye per aquí. No por ahí. Tienes que descartarte. Has de escoger. Escribir es  elegir para hallar para crear para ser tú y para ser el otro. Escribir en definitiva es como una metempsicosis. Todo en ti transmigra los cuerpos y las almas y las cigüeñas esparcen su vuelo camino de Pecharromán y tú te das golpes de pecho y te preguntas por qué lo hice y te das cuenta cuando todo pasó cuando ya nada ni nadie ha remedio.

Las voces formulan conceptos contradictorios. No son voces sagradas como la terna de los diáconos que eleva su narración de la pasión por todo el valle.

            -Respondió Jesús: quem quaeritis?

            -A quien buscáis

            -A Jesús Nazareno.

Entonces el maestro hizo una declaración un postulado de verdad que retumba a lo largo de la historia lo que ocurre es que al lado de la voz de Dios se percibe también el tono diabólico y se produce la algarabía, la gran confusión.

            -Poco a poco irás encontrando tu propio registro.

            -Gnosce te ipsum.

            -Moriré y no sabré quien soy. ¿Dónde está el norte o el sur?             ¿Dónde mi mano derecha e izquierda?

El subir hacia la ciudad encaramada todo torres almenadas y portalones con su guardapolvo y su alfiz sus escudos nobiliarios en la fachada cerrazón y tristeza de España me daba ese grado de euforia. Noté que yo mismo era un espíritu de contradicción. Semilla de dios y semilla del diablo y sigo sin encontrar el tono aunque sepa hacer la voz de Jesús con la octava baja. Iba a esperar mi propia sombra mientras subía por la calle de San Juan y columbraba los campaniles del convento de Sancti Spiritu y mientras me parecían fantasmas que me hablaban los árboles del Pinarillo que era verdad lo que me contaba mi madre un día de estreno domingo ramos:

-Los árboles de Corobias. Se están muriendo de risa. De ver a los Corobinos con corbata y sin camisa.

Así iba yo por la vida: con corbata y sin camisa. Quería empezar la casa por el tejado olvidándome de los cimientos y así la cosa no arrancaba claro está. Quedaba en el trasfondo un rumor lejano como de azadón y huebra. Los frailes del Parral cantaban maitines y al poco se le unieron los coros de los siete conventos de la ciudad. Domine labia mea aperies et os meum nuntiavit laudem tuam.

            -Abre, señor, mis labios.

Poco a poco a medida que se consume el proceso de catarsis te irás encontrando a ti mismo. Te verás desnudo. Conocerás secretos que desconocidos de ti mismo y entrarás en territorios vírgenes de tu propia alma.

-Yo no sabía que tú estabas escondida Maria de Zorondo en ese recinto del amor que me pasó inadvertido. Tú me amabas. Eras la dulcinea de mi castillo interior.

Alguien me está llamando por mi nombre en esta noche:

            -Antonio… Antonio… Antonio. Soy yo

María me impulsaba desde la otra orilla a enfrascarme en este ejercicio de guija profiláctica cuando he renunciado a tantas cosas y escucho la voz de los coros. La llamada que convoca proviene desde lo hondo de las montañas desde el lecho de un río de un nemoroso valle asturiano. Puede ser el río Nalón. Veo tus ojos encendidos cuya luz no ha conseguido apagar la muerte y aquel rostro de óvalo perfecto y veo aquel grano fatídico que yo quise estallar divieso de pesadilla la manzana del bien y del mal. No esta noche no. Me reservo. ¿Me respetarás? El grano desapareció a la mañana siguiente cuando nos vimos por última vez pero fue el heraldo del tumor que minó tu existencia con tan sólo 33 años. Tú me llamas desde ese valle hondo y me dices: escribe, relata, arrepiéntete y exorciza todo aquel que me hiciste.

            -Has hecho daño a mucha gente ¿sabes?

            -Ya

Y yo me siento abrumado, letraherido, hombriangosto, avergonzado lleno de pústulas. Me cubre como una manta cósmica todo el pus de aquel divieso. Confiteor Deo. Sí confitero. Yo confieso a dios todopoderoso. Surge el canto del gallo. Los diáconos terminaron el canto del Passio y sigue la procesión. La verdad es que camino a tientas por el vado el equilibrio incierto pegando trompicones. Me domina el deseo de vivir y de olvidar pero tengo que hilar los puntos de todos esos acontecimientos que nunca comprendí cómo fueron mis siete años de seminario y el anhelo ya veterano de regresar al punto de partida. Quería recuperar el tiempo perdido. Subconscientemente me sentía determinado por el prurito de que el obispo impusiese las cabezas sobre nuestras manos. Seria una manera de hacer justicia y resarcirnos del resentimiento de la conciencia de rebotado que todos teníamos.

Algo crujía bajo nuestros pies. Era la hojarasca de otoño. No habrán venido los barrenderos y por eso nuestras calles estaban cubiertas de un manto de hojarasca y de las telarañas de los deseos fallidos algo que era mucho peor. María me hablaba desde el más allá:

            -Explora tu abismo. Antonio. Antonio. Antonio.

Era una voz dulce melosidad con esa melosidad de los acentos asturianos. Pero yo no sabía que era el yo. Ni todos esos galimatías filosóficos. Ortega y Gasset siempre me pareció un mixtificador de la vida española. Un cretino con apariencia de filósofo. Después siempre emergen subconscientes. Barbotea la olla del alma latente. ¿Puchero enfermo? Lo objetivo no me interesa. Tampoco la acción ni el plot. La novela ha muerto y vuelven los trípticos góticos con su majestad episcopal como ese san segundo que recuerda a las sergas de Expandían capaz de admirarse según se entra a mano izquierda en la catedral de Ávila. Los hombres de acción son unos perfectos gilipollas. Lo que importan es la acción interior. El devenir del subconsciente. La vida carece de argumentando. Es un ir y venir pelando la cebolla sin orden ni concierto. La naturaleza aunque se rige por unas leyes inexorables carece de lógica. Se teje y se desteje, se madeja y se desmadeja en ovillos caprichosos la pleita de Penélope. Por mucho que os esforcéis jamás encontrareis el hilo de Ariadna.

¡Que más da! Derrúmbese el escritor sobre el diván del subconsciente que son sus cuartillas –el destino tiembla de un papel y puede caer la suerte de un lado o del otro- y formule por enésima vez su propósito de dejar de fumar y encienda una pipa. Es la mejor manera de dar corte de manga al diablo. Escribir es echar humo y abandonarse al albedrío de la pluma.

 

EL ARBOL DE LAS SUPOSICIÓNES

Fue un verano de grandes expectativas aquel en que yo cumplí 64 años sol de junio un verano más teléfonos mudos y en el celular pocos registros había conocido la soledad y el silencio del justo y de los que padecen persecución por la verdad y por la justicia. Un ángel bajo a decirme:

            -eres un marginal

            -Mas bien un leproso pero no te preocupes ángel de luz. Estoy muy acostumbrado a pasar por tales trancos.

Nadie me llamaba, yo no era importante. En un principio me rebelé dando grandes paseos por la Mocha chica. Pedaleaba hasta el escorial a venerar el Árbol de las suposiciones dicen que olía y luego regresaba tan pichi por la misma ruta que hacía Felipe II en una litera de tracción de sangre que al rey lo llevaban siete palafreneros en silla de mano e iban sudando.  Una vez camino del Real sitio venía tan crecida la corriente del río Aulencia que por poco se los lleva a todos la corriente al pasar el puente: Monarca y lacayos y hasta un bufón que se había traído de camino para entretener sus ocios y sus melancolías. No acabaron ahogados de milagro. Entonces Felipe II ordenó al padre Villacastín jerónimo que fabricase un pasadizo más poderoso y así se hizo. Tendió un puente de granito sobre el Guadarrama que por el empaque y por la multitud de ojos se parecía un poco al acueducto de  Corobias. El rey de las Españas curó del susto pero la pierna le seguía afligiendo en estos viajes y hubieron de entablillársela los cirujanos. El transito del alcázar hasta san Lorenzo se los pasaba en un grito. Una saludadora de Ocaña fue convocada a palacio. La vieja hizo unas cuantas invocaciones, recitó no sé cuantos exorcismos, aplicó un emplasto de hierbas que conocía y que fue recogiendo en verano por las dehesas que circundan al monte de las Machotes y sobre todo dijo que lo que el rey tenía era aparte de mal cordial grave tarazón y en Castilla la congestión de vientre se curaba con vino. Media jícara y a ser posible cuando el mal aprieta una entera con unas góticas de aceite de ricino. Las estancadas tripas reales empezaron a moverse, se aligeró el vientre y don Felipe II era capaz las noches de conciliar cuatro horas de sueño seguido, se levantaba a cantar maitines con sus monjes como nuevo. Remitió la comezón de la piedra, bajó la hinchazón del cuerpo pues estaba medio finchado por la obstrucción y dio de mano a la opilación hidrópica. El puente que tendió el fraile ingeniero llamose el del alivio y se decía así porque en el mismo álveo había una letrina en cuyo interior acostumbraba su Majestad a detenerse para hacer sus necesidades. Un letrero en el frontispicio de la caseta lo decía: “Aquí cazaba el rey Felipe II”. No decía cazaba sino cagaba. Se confundió el escritor del epígrafe

Hombre disciplinado y metódico el Austria tenía sus propias costumbres biológicas a plazos fijos y con horas regulares. La función excretoria se parece a la erótica así como a la tanatoria. En las tres funciones el ser humano estalla en gemidos y las tres ocasionan placer y movimientos convulsivos. El rilar de la muerte, los estertores de la coyunda y la defecación se traen  un aire y ocurre lo que dijimos: omnes caedunt et ultima necat. Todas sacuden y la última mata. En la vida del hombre sus horas están contadas lo mismo que sus cabellos y sus cagadas. El reloj biológico le hacía al rey posar ahí. Le entraban recias ganas al cruzar por el puente de Guadarrama.

“Aquí pernoctó doña Juan de loca; en esta cama pernoctó el príncipe don Juan Carlos, por estos tesos solía salir a cazar Carlos III y en este reclinatorio se arrodilló Isabel de Castilla el día que salió a misa a los cuarenta días de su alumbramiento. En este lugar, Tazones, Asturias, desembarcó la nave que trajo a España al emperador Carlos V cuando vino a tomar posesión de sus estados. Después de un temporal. El cronista advierte que tuvieron mala mal desde que zarparon de Flandes y que la nave era alta de castillos, un detalle marinero muy digno de tener en cuenta. Todo España es un memorial. El país está  plagado de letreros, inscripciones, efemérides. Existe entre los españoles una cierta vocación de notarias. Aquí se levanta acta de muchas cosas incluso de las más nimias. Nada se arrumba en saco roto, ni tampoco al olvido. En cada uno de nosotros existe un autor de teatro y un fiel de fechos. Castilla de esta manera se nos vuelve un gran archivo. Se hace registro minucioso de los actos más intrascendentes siempre que hayan sido realizadas por gente de viso. Por esa regla de tres las cagadas del rey de España también debieron de ser trascendentes. Estuve yendo y viniendo ya digo como seis o siete años. Fue un ir y venir que llaman acarrear un frenesí en el que anduve sumido como poseso un ir y venir que llaman acarrear de lo que sacaba poco en limpio. Se había pasado el tiempo de Virgo la mujer y llegaron los años del agua. Se iba a acabar el mundo pero yo sentía muchas ganas de vivir y me consideraba bastante vital. Aquellos mis pedaleadas por los recuestos de Valdemorillo que no sé como no me llevó por delante algún coche en uno de mis viajes embebecido del aroma de las campas de Brunete empapado del olor de fraga entre encinares. Había en  las dehesas encinas padre y encinas madre creo que yo las alcancé a diferenciar. Cruzaba las sendas de los trigales donde anidaba la codorniz y silbaba la abubilla y seguía las huellas del monarca sosegado al que le gustaba rezar en la iglesia con los monjes. Me tumbaba en los campos de alfalfa. Andábamos entonces en la España del cambio un poco a la expectativa del Apocalipsis. Las últimas décadas del siglo XX fueron una reviviscencia de los terrores milenarios. Todos suponían que la conflagración atómica estaba a punto de estallar. Bush, un nombre nefasto en los anales que se escribirá siempre con B de bestia, no alentaba mucho. Aparte de eso estaba el lenguaje deletéreo de los neocom y un filósofo americano por nombre Kundera que pregonaba en un libro el Final de la Historia. Habría signos en el cielo y en la vertical del Monte del Escorial se manifestaba cuando yo me tumbaba sobre los campos de alfalfa. Las radios de los tele predicadores americanos atronaban las meninges anunciando la llegada del Anticristo mientras ellos hacían caja. En Roma imperaba Wojtyla para unos un Papa muy bueno y para otros un papa muy malo. Se habían pervertido las costumbres y el mundo andaba manga por hombro, todo del revés lo derecho en lo izquierdo la hembra pasó a ser macho y al revés lo blanco negro. Había gente que se consideraba con poderes. Los barruntos claros eran que se acercaban las postrimerías. Se había convertido Rusia desde luego y Gorbachov merecía todas las confianzas del predicado pero los usacos seguían siendo unos tipos bastante malos. La ignominia de la guerra de Iraq montada sobre la mentira y retransmitida por la sienen en las noches blancas de enero, pasado san Antón. Me puse de los nervios con aquellas escenas de la guerra retransmitida en directo, de cómo caían las bombas, las luminarias de las trazadores y las chispas que dejaban sobre la noche de Bagdad los disparos de la contraofensiva artillera. Veíamos a Sadam embutido en su capote presidiendo el consejo de guerra con sus generales dentro de un bunker. Por último vimos también en directo cómo lo ahorcaban al amanecer de una noche estrellada. Tantas guerras y tantas zozobras hacían pensar que el final de los tiempos estaba cerca o no podría tardar mucho.

Soy tan irascible como impresionable y sensible. La televisión, cuando vino el satélite y podríamos tener al alcance de los ojos todas aquellas emisoras, era nociva para mis sentidos. Abandonad toda esperanza. El invento nos hizo sentirnos protagonistas pasivos de una realidad virtual o de una mentira programada ante la cual un pobre periodista y escritor se sentía inerme. Llegué al convencimiento de que el error de mi vida era no haber seguido la llamada. ¿Qué fue de aquella llamada? El consuelo llegaba a través de las ondas hertzianas con aquellas liturgias solemnes retransmitidas desde lugares lejanos y oficiadas por sacerdotes que yo imaginaba con barbas torrenciales. Al menos tenían una voz bonita que hacían pensar que la religión, la cristiana sobre todo, tiene que ver con la belleza y con la tradición. Cristo estaba viniendo desde el Este desde el mismo lugar de donde provenía el rugir de los cañones y el bordoneo de los aviones supersónicos de combate. El mal y el bien se dan la mano. Aquel resurgir de la religión en la Rusia post soviética me llenaba de perplejidad. Estaba claro que tocábamos con el dedo el cumplimiento de una profecía. Los designios de la divinidad son misteriosos. Puede que en misi idealismos estuviera enzarzándome en aberraciones. Mis amigos y mi mujer me echaban en cara que me había pasado a los rusos. Eres un caso perdido. No. No me he pasado a los rusos. Yo busco.

Y recordaba aquellos domingos londinenses cuando asistía a misa en una modesta iglesia de South Kensigton y extasiado permanecía en pie tres horas escuchando el oficio divino, los solos del diacono, la voz rotunda de los popes. Las letanías o la consagración cantada. Este es mi cuerpo que será entregado por vosotros. Me hice amigo del pope el padre Dimitri un viajecito de barba y melenas blancas que me invitaba después de la ceremonia a tomar el té y que un día me preguntó que yo tenía aptitudes para el sacerdocio. ¿Por qué no te ordenas? Y me presentó al obispo ortodoxo ruso de Londres. Uno de los momentos más gratos de mi vida fue una noche de pascua cerca del Támesis. Se sentía la presencia de los ángeles en el recinto. Hice unos cursos y el “prepadovni” me impuso las manos. Pude revestirme con la estola cruzada y entonar la secuencia del Evangelios o “istenia”. Por fin había conseguido mi sueño: ser sacerdote. Aquello lo llevaba en la sangre. Pero al poco de recibir el diaconado fui trasladado de la corresponsalía y me casé. Cuando supo mi esposa que había cambiado la fe católica por la ortodoxa me preparó un cisco y amenazó con abandonarme. Volví al redil de los católicos tibios y acomodaticios. Creo claro esta que aquella renuncia fue uno de los errores más flagrantes que he cometido. Vendí a Cristo por un plato de lentejas. Algunos de mis enemigos propalaron la especie de que me había apuntado al KGB. Sin embargo, aquellas emisiones nocturnas, aquellas sintonizaciones maravillosas, despertaron mi antiguo sueño y avivaron los rescoldos de mi amor compasivo a la humanidad por Jesús, tal y como lo ven los bizantinos augusto y apoteótico en el Pantocrátor. En la mandorla mística de la resurrección. Yo era un elegido. Pero me han elegido para sufrir como Él. Me convertí en varón de dolores y todas las desgracias que no quiero aquí enumerar puesto que sería un rato largo llovieron sobre mí. Tuve conciencia de aquella traición al Maestro fue la razón de todas aquellas tribulaciones e incomprensiones que padecí. Soy diacono pero también soy escritor. Lucho por el advenimiento del reino de dios y de su justicia.

 Tuvimos que pasar mucho. A los que pensaban como yo nos estaban dando las diez de últimas. Pero no fallamos en nuestro dictamen. Lo que entonces decíamos ahora resulta que se cumple. Entonces nos mandaron a galeras. Hubimos de bailar con la más fea. The end is at hand. Pues bueno que se le va a hacer. Nadie es eterno, ninguno va a quedar aquí para simiente y más se perdió en cuba y vinieron cantando. Vinieron los del Advenimiento y la expectación mesiánica de los del Monotema. Los monomaníacos de una sola idea, los revanchistas. Los intolerantes de la intolerancia y los lobos disfrazados de cordero. España se desplomaba en una mar de liviandad y de satanismo pero la gente cobraba amaba el dinero adoraba el b becerro de oro. A los que no comulgábamos con ruedas de molinos se nos persiguió y se nos marginó. La persecución fue sorda y las tácticas conminatorias colgadas a través de alambres imperceptibles del tablero del gran guiñol. Llovía, llovía y no encontré e n aquel tiempo abocanás. Me expulsaron del templo y de las sinagogas y yo me daba cabezazos contra las barreras. Cometí el pecado de desesperación. Dejé de escribir que era lo que me salvaba. Pero estaba desesperado. Las editoriales me rechazan toas mis obras una por una. El ultimo decenio de l milenio fue para mí el de los pasos perdidos.

Aquellas idas y venidas al Fresno de las Suposiciones quizás tuvieran que ver con sus deseos de huida hacia delante. Huía de sí mismo. Huía de la jet set. Huía de la cuadratura de su vida que se había quedado estrecha y chata por todos los lados. Callejón sin salida. Lasciati ogni esperanza. Y luego habían llegado los usureros y los tele predicadores anunciaban que se acercaba el fin del mundo. Señor, sálvanos que perecemos. Lo había huido del trabajo suspendiéndole de empleo y sueldo. Su mujer no era solo una extraña. Era un tormento. Sólo lo suspendieron de empleo y sueldo y no le dieron la nota definitiva porque había protestado contra los judíos, les había quitado la máscara a los usureros. En el ministerio de la Cosa por defender a España lo había segregado, perseguido, ninguneado, expuesto a toda clase de intemperies y pensaba que si sobrevivía era tan sólo a un milagro de la Virgen María de la cual era devoto. Lo mandaron al psiquiatra y fue uno de los muchos postergados y represaliados por sus ideas políticas. Lo malo es que no sabía a donde ir. Adonde meterse. Harto estaba de nadiuskas y de isabeles  de falsas promesas y mucho pasar la mano por el lomo pero que hay de lo mío no me digas. Era como darse de bruces contra un muro porque el Gran Modorro tenía los morros muy duros y sabe matar mediante encargo y sin ningún genero de violencia esparciendo la semilla de la cizaña y de la desesperación por los campos. No me digas que te han hecho académicos Juanchi. Pues sí. Pues sí toda aquella hueste se había transformado en los neocoms. Pitita Ridruejo empezó todo aquel tinglado y como salía en las revistas pues tenía mucha imagen. Los gozos y las sombras Juanchi que hay de lo mío. Los únicos porteros de discoteca que me gustan son los rusos. Parecen armarios y son gente bastante entrenada. No sé ni como en aquellas acometidas de Erifos me pegaron un tiro en la nuca. Iba y venía como alelado y como desesperado, como el que va a Salamir que no sabe dónde ir y luego tampoco sabe cómo salir.

De las razones precisas o imprecisas que me condujeron a ser víctima de un odio tan inesperado como injusto. Nunca he comprendido ese odio que se manifiesta en las miradas o en palabras que se pronuncia como lanzadas desde el colmillo, y esto no es un colmillo humano sino los tochos de un jabalí. Me sentía igual que Daniel en la fosa de los leones. Tuve que plegar velas, recogerme en la concha, ingresar dentro de mi propio alveolo, entregado a la plegaria y a la radioescucha mística de emisoras lejanas donde vivía la hemorroisa toda cubierta de pus y de sangre que exclamaba: "natátil... natátil... ha llegado”. Aquel apartamiento e incomprensión volcaron mi atención sobre la cultura rusa y escuchaba Radio Moscú en las largas madrugadas. Caído el muro de Berlín era casi la única de todo el guial que hablaba de Dios y de asuntos religiosos. En dicha circunstancia  quise observar yo que se cumplía una señal. La Señora había pronosticado en Fátima “Rusia se convertirá”. Pies bien con Gorbachov había vuelto a Cristo la mirada el gran país eurasiático. Sin embargo cada vez había más odio y era más escandaloso el pulular de los odiosos anticristos. Algo no funcionaba en aquella profecía. La Virgen había anunciado la conversión de la URSS pero nada había dicho de los norteamericanos que es de donde venía el mal barrunto.

Así que yo era un poco el profeta Daniel en el foso de los leones sumido en la vorágine y nadando contra corriente. El icono en mi bolsillo volaba hacia el empíreo infinito. La rueda de Ixtión daba vueltas eternamente. Los griegos desdicen al Libro del Apocalipsis y tengo la impresión de que a lo mejor Aristóteles llevaba razón cuando profundizaba sobre la eternidad del mundo, la sucesión de los  trabajos y los días o el fluir de las estaciones que luego darían ocasión a Hesiodo para elaborar su `propia teoría. Pero el oficio de un intelectual que se entrega a la casuística y a la observación de la naturaleza tiene algo que ver con el tormento de las Danaides. Yo llenaba cantaros y cantaros de filosofía, pedaleaba hacia el Escorial. Me llenaba de enciclopedias y andaba un poco hambriento de emociones y de paisajes. Las ánforas no se llenaban nunca. Cada mañana por orden superior limpiaba las cuadras de Anteo. Dos mil caballos y olían que tú no veas. Este desdoblamiento del yo convertía mi existencia en un suplicio. Eso me llevó a aquel hortus conclussus aquella fuente sellada. Un jardín de María que yo había columbrado en las sabatinas del mes de mayo. Un trozo del cielo al alcance de mis manos y a una distancia corta en bicicleta un par de horas de lento pedaleo. Y bajaban los ángeles rubios tañendo liras hermafroditas de diez cuerdas y viriles zampoñas, laúdes mágicos, dulzaina que sembraban el aire de sonoridades penetrantes y los devotos a lo primero alelados y después cogiendo confianza bailaban la jota o jugaban al marro o al que no me coges por aquellas campas. Alzaban los brazos, hacían puñetes con ambos dedos o gritaban a voz en cuello.

            -Viva la Virgen de los Dolores.

            -Que viva.

El huerto sellado o jardín de María no sé sí era el zaguán del paraíso o la antojana de los infiernos. Todo lo que veían mis ojos bajo la luz de un cielo espectacular y una luz Purísima era un mundo onírico. Esperpéntico. Que de tan realista resultaba del todo irreal. ¿De donde salía toda aquella gente que afloraba a bordo de autocares fletados desde la provincia de Madrid y de todas las provincias de España como Jaén, Andalucía. ¿Asturias? Todos decían cosas raras y tenían caras raras. Un gañan de Gredos dejaba el hatillo de sus ovejas en el aprisco para  ir a ganar la indulgencia de los primeros sábados de mes y dos agricultores de Holombrada llegaban todos los primeros viernes y pasaban la noche rezando. Allí dormían. A una mujercilla se le ponía la voz de pito cuando se dirigía a la Virgen como si fuera de carne y hueso cuando la traían los virginianos en andas. No he visto imagen más tétrica ni más fea que aquella dolorosa de cera que el artista de ocasión había pintado con un manto horrible negro todo él cubriéndole de la cabeza a los pies los ojos de cristal inexpresivos y los carrillos con coloretes pero sin la vivacidad y expresividad ingenua de las vírgenes románicas o la expresión abstracta de las vírgenes negras. Una señora asturiana con el pelo corto a la que llamaban la Catequista instruía a los devotos sobre la devoción a la virgen y decía mil majaderías. Un cristalero de Albacete por nombre Julio entraba en trance cuando se acercaba a una peña misteriosa que estaba un poco mas arriba. Sus incondicionales decía que olía a rosas. Antes de sus trances se embadurnaba bien la cara de lavanda y fricciones mentoladas y así dicen que olía. En aquella cerca se daban cita  en las reuniones multitudinarias del principio todo el dolor y la extravagancia del país. Parecía que habían dado día libre en todos los hospitales y manicomios. La Virgen estaba en su cabeza. Era el recuerdo de los dulces años de la infancia y de canciones como Venid y vamos todos. Y allí se presentaban con sus tarterillas de la merienda y sus garrafas con floretes a María, la superstición entreverada con la fe verdadera. En su ignorancia la Madre los protegían. Todos expresaban un temor extraordinario a la muerte. El encante olía a botica. A  carne vieja, gastada. A humores que delatan el cáncer y toda suerte de enfermedades. Todos éramos huérfanos pero gritábamos madre en medio de un ambiente sugestivo pero irreal. Éramos creo yo un poco blasfemos al hacer caso a aquella embaucadora que envía los mensajes que había recibido el viernes anterior por cinta magnetofónica y todo eran suspiros, congojas, jipíos y sufrimientos. En el año 82 la primera vez que porté por aquel lugar de las desdichas llevaba mi pentax y tiré algunas placas a la vidente.

Amparo se mostraba como una mujer de unos cuarenta el pelo rubio corto muy lacio figura rechoncha una rebeca roja y falda con flores una exhibicionista pero acaso una personalidad fuerte y mentalidad viva con las ideas muy confusas y la voz gorda que cambiaba y se oscurecía cuando le daban los siete males… hijos míos, mirad cómo las almas caen en el infierno… mirad mi corazón.. Pedid por los sacerdotes, etc. Eran igual todos los mensajes. No he conocido personalidad más blasfema y mis conocimientos de teología me daban a entender que pisar aquel huerto de las apariciones supuestas era un sacrilegio. Era profanar todo el arcano de verdades y de dogmas que supone la mariología pero mi situación anímica y personal era tan desesperada que tenía que acogerme a un clave ardiendo. Me tenía que armar de valor y a veces de vino para tener que soportar aquella farsa aquellos virginianos que traían una imagen chapucera aquellos enfermos desahuciados a los que ponían en primera fila en sillas de ruedas y a veces sobre camillas como en Lourdes que resulta un lugar mucho más tétrico y horrible como Fátima. El Escorial no es más que un pálido remedo de esos parques temáticos que profanan la sagrada devoción marial y explotan la buena fe de las gentes sencillas o son una ceca para acuñar moneda billetes y billetes a cambio de falsos mensajes hueras promesas. Dios y la religión se convierten de esta manera en fuente de divisas. Aquella Virgen del Escorial inspiraba miedo y no ternura como mi Virgen de los Tránsitos.

Sin embargo me ocurrió un caso que no acertaré a explicar del todo bien una tarde de tormenta. Era el 13 de mayo de 1995. habían cerrado la verja. Empezó a salir humo de alguna parte. Corrió la voz de que se había declarado un fuego a causa de una chispa que había caido sobre una encina. Sin embargo no veíamos incendio por ninguna parte. Eso sí el fresno se iluminó y empezó como a echar chispas. Desde el tronco hasta nosotros venía un olor muy desagradable como de tuvo de azufre. Casi me mareo. Un poco más allá un hombre se solazaba con una par de muchachas con las que jugueteaba. Los tres estaban en el fondo de un talud y por las trazas íbamos a ser testigos de una escena escabrosa porque el individuo que parecía un sátiro estaba bien dotado y mostraba una poderío sexual fuera de lo común.

            -Por favor caballero esas cosas en privado. Un respeto por favor.

El fulano que lo oyó se vino hacia mí como una centella. Casi echaba espumarajos por la boca. Crispaba los puños, amenazante.

            -¿Y quien eres tú para meterme en lo que no te importa? Yo estoy bien con mis novias. Mira tengo dos. ¿Y no soy moro. ¿De dónde eres tú gilipollas?

Me miró, le miré. Las mujercillas alborozadas se plisaban la falda que había levantado aquel energúmeno incontinente y observaban la escena expectantes y con hilaridad como diciendo verás tú la que se va a liar ahora.

            -¿Y tú?

            - Yo soy del mundo. Estoy aquí y allá.

Era un escena irreal. Le reconocí. Aquel hombre era el ángel caido que proyectaba sobre nosotros la sombra del Cánido. Entonces alcé los brazos como hacen los diáconos griegos cuando cantan el Akathistos y levanté todo lo que pude el icono de la Virgen María que siempre llevo conmigo lo mismo que el rosario. Entonces ocurrió algo que nunca podré explicar. Como si fuera un espejo la figura del icono que yo sostenía con las manos empezó a reflejarse en grandes dimensiones. Se pudo distinguir el manto de la Señora que sostenía en brazos al Niño, los pliegues de su túnica, los pliegues del velo o griñón con que aparece en las representaciones orientales.

            -Mirad, mirad-. Dijo una mujer que acudía todos los días desde Madrid a colocar flores sobre el árbol- Es el icono.

 Y una peregrina portuguesa que también estaba allí comenzó a alabar a Dios en su lengua. El olor mefítico se convirtió en un perfume suavísimo como de rosas. Los individuos con las dos prójimas habían desaparecido u allí nadie les vio salir. Es el icono. Es el icono. Alguien volvió a prorrumpir en sollozos y decía madre… madre. Caímos todos de rodillas y empezamos a rezar el rosario. Quedamos todos como clavados. Lo que recuerdo es que yo me sentía muy cansado y con el cuerpo como si me hubieran dado una paliza pero lleno de paz y relajado pese a mi extenuación. Eso ocurrió. De eso doy testimonio. El árbol de las suposiciones y las supercherías sirvió para afianzar mi filial devoción a la Virgen. Guardé mi imagen en el bolsillo. En varias ocasiones creo que también este sencillo retrato plasmado en madera me ha sacado de muchas dificultades. Aunque tales intervenciones fueran mucho menos explicitas cuando se dibujó de repente sobre el cielo de las Machotas para poner en fuga al Maligno. Me entró pavor y nunca volvía a presentarme en aquellas tenidas del encante de Prado Nuevo casi a un tiro de ballesta del lugar donde se emplaza el Real Sitio. Más que el dichoso fresno de las suposiciones a mí lo que me tiraba era la sombra de Felipe II que bajaba a pasear por aquellos bosques en tranquilos quietes reales. Era un rey pero también un monje coronado. Felipe ii metódico y ordenado retoma ruibarbo para las mañanas y anotaba todo incluso hasta cuando tenían el periodo sus hijas. El agnus del o pequeño viril eucarístico fue un regalo y este regalo apareció en los pecios de la Invencible. Era un rey devoto hombre de muchas misas amante del canto llano y de las misas. Costumbres estables y sedentarias lo contrario de su padre viajero incansable, ahuecando el ala en guerras y en campamentos, gran guerrero y al final el desencanto de Yuste, el desistimiento de la idea imperial. Peleó por la cruz pero su concepto mesiánico que no entendían tampoco ni siquiera en Roma- Felipe II heredó este concepto cesáreo pero más ordenancista. Se cansó de sus viajes y travesías por el Atlántico, una le llevó a Londres a casarse en la abadía de Winchester y otro a Flandes donde viajó en una nao “alta de castillos”. Sosegaos. Vida apacible, subidas al monte. Escuchaba el rumor de las fuentes. Es lo que a mí me fascinaba del Escorial, alma mater de la historia de España y núcleo de la catolicidad tal y conforme era entendida por los españoles pero triunfó Trento y salió airosa la idea de Sixto V el papa que le negó el título de defensor de la fe que fue contendido por Alejandro VI, su predecesor nada menos que a enrique VIII. En Roma eran mucho más sutiles, diplomáticos. Eran italianos. Suspicaces. No entendían el ardor a palo seco de la monarquía hispana. Escorial es el apéndice de Yuste. La idea del esplendor y del desencanto. Que plasma el sentido horaciano de la vida, ese Beatus Ille que brota en las mejores paginas de nuestro siglo de oro desde Fray Luis a Cervantes. España contra todos. España incomprendidas defensora de la fe de Cristo con el verso y con la espada. Ese era el imán que me arrastraba hasta aquel huerto de Getesemaní hacia aquel árbol de bancas retorcidos que a veces adquiría la forma al contraluz del sol declinante de brazos del tenebrario, candelabros del “menorah”. En su corte había música en cantidad más de mil quinientos funcionarios asalariados. Quiso hacer del escorial un observatorio astronómico y una botica. Felipe II voz clara tenía don de gentes y aborrecía la vanidad a pesar de su pompa. El incremento de la deuda publica en su reinado es del 50 por ciento. Desde entonces los españoles fuimos un pueblo en bancarrota económica. Espiritualmente sin embargo el más rico del mundo hasta que llegaron los pedisecuos y lebreles de la Hija del Ganadero que montaron sus tenderetes mercachifles de la ruina y todo eran modelitos para la reina de las mañanas y contrataron turiferarios y correveidiles con Pasmón y sus muchachos. Yo huía- aprieta el culo y da pedales- aferrado al manillar de mi Peugot la que compré en una tienda cerca de Atocha (en la tienda había una estampa de Maria auxiliadora buena señal) escalando los puertos de Colmenarejo y Valdemorillo o metiendo la directa en las bajadas y torrenteras, jugandome el pellejo por la cinta de aquella carretera de trafico denso. Más de una vez estuve a punto de ser arrollado por vehículos de gran cilindrada. El mundo iba como loco en medio de aquel terror del milenario

 

 

 

 

VENTANA DE MI INFANCIA

 

Yo nací en una ciudad levítica, crecí a la sombra de la torre de una catedral gótica, aquel prodigio de equilibrio de argamasa y roca me dieron en el rostro los sones de sus campanas, escuché salmos y cantos de ronda bajando hacia la Hontanilla, dejando atrás la judería vieja, pasando el arco del Socorro. Tiré varetas por las mismas trochas que recorrió Pablillos, con el cual fui aprendiz de ayunos, esperanzas y desesperanzas. Conocí las huellas o las marcas en el camino que dejaron las cáligas de los hoplitas de las legiones romanas, las sandalias de los franciscanos y las zapatillas de los santos. Había una roca cerca de una fuente en mi barrio que tenía una cruz de hierro ya mohosa donde se sentaba Fray Juan cuando subía jadeante desde su convento al beaterio a confesar a las monjas y  donde dicen que Teresa de Jesús se sacudió el polvo de su calzado para resarcir su rabia y conjurar la infamia propalada contra ella por las hablillas despidiéndose a la francesa  de Corobias para no volver más. La Fundadora era de armas tomar, Dicen que dijo:      

            -De Corobias, ni el polvo de zapatilla.

Las lenguas de las cotorras mal hablaban de que tenía un lío con su frailuco y medio pues era de corta estatura quiero decir san Juan de la Cruz. Que el refrán advierte que entre santa y santo pared de cal y canto. Claro que santa Teresa era abulense y los de Ávila y Corobias la ciudad rival nunca nos llevamos bien del todo que se diga. Cuando jugaba la Gimnástica con la Unión Deportiva salía la gente a palos en el Campo del Peñascal. Había fundado un convento que hoy conserva, pared solitaria frente a la plaza de San Andrés donde existe un patinillo melancólico ajardinado con columpios y hay una taberna en la cual por un sol y sombra un amanecer de otoño, por un sol y sombra, que por poco se me atraganta el anís y vomito el coñac, ya digo, soplaronme esos bellacos taberneros de nuestros embarrados caminos las mañanas de resaca tres euros y hay un majestuoso abeto que levanta su sombra protectora de la torre románica. Entré a misa y había un funeral a congregación única y los del duelo que eran cinco personas no más, salí deprisa y besé al Cristo que duerme sus melancolías cabe el cancel recordando a mis amigos los Larios que sirvieron en dicha parroquia donde comienza el turno de las catorcenas cada doble septenio en un corre turnos o periplo a lo cual ocurren muchas cosas en la querida y vieja ciudad. De las catorcenas recuerdo el vinillo, las pastas y los soplillos en Santa Eulalia, cuando a los de mi parroquia tocaba, los brindis de hoy en un año y las procesiones en que sacábamos por las callejas de Muerte y Vida la cruz parroquias, las plastas que defecaban los caballos de los alabarderos de la Guardia civil que iban abriendo calle, que para los pobres animalitos no había un respeto para la carroza del Santísimo que venía detrás. Animalitos. Venía un barrendero con un recogedor y apartaba las boñigas. Alzaban el rabo y zas. La naturaleza resulta incontenible en algunos casos. Don Benito el preste y el diácono y el subdiácono, oficiantes, todos de capa pluvial, miraban para otra parte, mientras el coro entonaba las maravillosas estrofas de la Secuencia de Santo Tomás: oh sacrum convivium.. Hay que precisar que aquella fiesta tenía una cierta importancia no sólo sociológica sino también teológica: El triunfo de la cruz sobre el menorah. Los enemigos de la religión quedaron confundidos pues resulta que había un sacristán algo borrachín pero más necio que borrachín todavía de la iglesia de san Facundo situada un poco más allá de la puerta de san Andrés y un día se encontró  en una taberna con unos judíos que se reían a carcajadas de la hostia viva blasfemaban y tal. Sucedió que convidaron a morapio al sacristán de san Facundo al que decían Baldomero y apellidaban Don Eructo por los eructos y pedos que se tiraba en plena misa. Aquel sacristán era de la cuerda y de su misma cuerda y solidaridad. Total que convinieron en que si el Eructo les entregaba una hostia consagrada del cáliz ellos le darían una bolsa con treinta monedas. La sombra de judas es alargada a través de toda la historia pero por fortuna en aquella ocasión en Corobias no hubo muerto de Getesemaní. Trato hecho. El apagavelas les hizo entrega de una sagrada forma que él robara una noche en que hubo truenos y ventiscas por toda la ciudad y ellos le entregaron una bolsa con las doblas convenidas. Entonces todos juntos se dirigieron a la sinagoga que estaba colocada junto al mismo adarve de la muralla, prepararon candela y pusieron un caldero. Cuando el agua empezó a hervir echaron a la sartén la divina oblea. Allí estaba la judería local en pleno, su rabino que se llamaba Don Muir revestido de sus ornamentos sacerdotes con el efod o peto y una mitra de dos cuernos. Ínterin no dejaban de caer sobre la ciudad rayos y truenos. Una chispa prendió fuego al campanario de la parroquia de San Facundo que ardió como una tea, ya no existe. Al parecer, la naturaleza parecía enojada por la celebración de aquel aquelarre.

            -Vamos a comer churros- dijo el cantor de la sinagoga, aludiendo a la naturaleza de la masa con que se fabrican las hostias en España, parecida a la argamasa que echan en la sartén los churreros.

            -Verán esos herejes cristianos en que se convierte el cuerpo de su Dios.

            -Eso. Eso.

            -Cristo era un impostor y la eucaristía una artimaña con que los clérigos embaucan a las pobres gentes con semejante majadería: manducar mismamente el cuerpo de su dios. Quieren hacer de ellos simples caníbales.

Un maestro de la ley dijo sentencioso:

            -se trata simplemente de un caso atípico de antropofagia espiritual.

Esgrimía ante las mismas barbas de don MIR, escolta de su gran nariz, un libro muy grueso y viejo, que llamaban el Talmud.

            -La comunión de los santos, el cuerpo místico y todas esas historias no son más que embustes de mentes alucinadas y ociosas y todo lo adoban con un tinte misterioso de mariconería.

Las blasfemias se sucedían una tras otra, como las estampidas de los truenos en aquella tenida en la sinagoga. Un velo de odio y de revancha se cernía sobre las miradas y sobre los ojos, haciendo verdadera la sentencia de que dios ciega a aquellos a los que puede perder. En medio de grandes voces y alboroto el aquelarre discurría. Olía a azufre en ese recinto. Un relámpago apagó todos los cirios y la sinagoga quedó a oscuras. Presos de pavor y confundidos los profanadores cayeron derribados a tierra y vieron como la hostia blanca como el ampo más tierno de la nevada más Purísima empezó a ascender primero hasta las vigas del artesonado mudéjar y después buscando la claridad de uno de los vitrales. El panecillo parecía una paloma y en lo alto de la pared encontró un resquicio que atravesó dejando una enorme grieta que se conserva hasta el día de hoy. Las campanas de las iglesias de la ciudad empezaron a tocar solas y sus habitantes se asomaban a las ventanas o salían a la calle. Había desaparecido la tormenta dejando sobre la vida un perfume de tierra mojada y por la vertical del cielo vieron atravesar en arco el cielo de la noche iluminada aquella sagrada forma. Todos gritaron la palabra milagro. La oblea blanca estuvo parada sobre el cielo nocturno como media hora al cabo de la cual empezó a descender dirigiéndose hacia la otra parte de la muralla. Aterrizó en el convento de los dominicos donde al penetrar abrió otro boquete en un ángulo del imafronte de la fachada gótica tardía de aquella casa de dominico. La hendidura se conserva a fecha de hoy. Generaciones de albañiles intentaron taponar el hueco pero éste, así son las cosas de dios, se muestra renuente a compaginar los designios divinos con la obcecación de los hombres.

Fue a parar a la boca, con gran sorpresa de toda la comunidad, de un novicio que se disponía a recibir el viático mientras sus compañeros entonaban las letanías de los santos y ya su confesor le había leído la recomendación del alma.

Ambas helgaduras aun existentes en los muros del convento de Santo domingo y de la antigua sinagoga, actualmente monasterio de claras, son un testimonio elocuente de aquel portento acaecido el año 1348 el año de la gran peste. Toda la ciudad se conmovió y la noticia del suceso corrió por el reino. Se organizaron rogativas y actos de expiación. Hubo conmociones sociales e inquietud en las aljamas de Sevilla y Burgos y los dominicos organizaron una campaña de predicaciones dirigidas expresamente a los judíos. Muchísimos de ellos pidieron el bautismo en masa y sería un hecho de ver, que no ha ocurrido con frecuencia en la historia de Israel, cómo innumerables miembros de la comunidad del pueblo elegido se pasaron con armas y bagajes a la religión del Crucificado. Semejante fenómeno aconteció pues no hay mal que por bien no venga a raíz de la profanación de don Muir y el aquelarre en la sinagoga. Acaso sea por esto por lo que los Sabios del Sanedrín no han perdonado nunca a España semejante descalabro para sus colores y desde entonces nos guardan aun mucha más saña a los españoles que les echamos en cara su cerrazón por no acoger a Jesús como Mesías. Llueven por eso los escupitajos del odio de la bestia y desde entonces albergan el deseo de cocernos en la caldera como si fuésemos cangrejos. En múltiples ocasiones a lo largo de mis días he sentido ese odio sobre mí que me ha ceñido los lomos como una clámide de escarnio y mi cabeza como una corona de espinas de dolor. Llevo las marcas y los estigmas del Señor la lanza en el costado los huevos de los clavos en los pies y en las manos. Es el indumento del desprestigio la laticlavia del orate la túnica de los locos. Locos estamos por cristo sí. De ahí que cuando voy a mi ciudad se me eche encima todo ese perfil urbano de la nueva Jerusalén y la espiga de la catedral es la torre Antonia y el palacio del obispo el castillo de Herodes. Desde niño no me fío nunca de las insidias de los discípulos de don Muir que siguen por estas y por otras partes habitando.

Por desprecio nunca le llaman al Salvador por su nombre. Le designan despectivamente como ese hombre. Siempre que bajo a la Fuencisla me asomo al pretil desde donde se divisa el ángulo taladrado de la fachada de los dominicos y cuando voy a la iglesia del corpus christi donde las claras tienen expuesto el Santísimo desde que se levanta hasta que se acuesta el sol hago memoria profundísima de aquellos sucesos que fueron un signo y ofrecen una profunda explicación del por qué hay tanta devoción al sacramento entre nosotros. El aquelarre de don Muir determinó que los corobinos pidieran al corregidor y al obispo que se instituyera la sagrada costumbre de la catorcena.

 Procedemos de una estirpe mística muy devota y a la vez socarrona y pagana aunque de cristianos viejos como el que más. Otros historiadores señalan, al contrario, que somos la mayor parte de raíz de ahí nuestra complicación mental pues de Corobias ni la burra la novia nos achacan los que nos quieren mal. Vaya usted a saber pues se asegura que todos los israelitas de Burgos cuando salieron mal con los de aquella otra ciudad castellana se vinieron a acoger bajo los arcos del acueducto. Se bautizaron en masa y se hicieron hidalgos y caballeros de vieja estampa más papistas que el papa y más españoles que el pupas.

He de decir a tal respecto que nuestro amor a la Virgen de la Fuencisla tan arraigada en nuestras vidas arranca de una pobre judía (nuestra querida virgen debiera ser la abogada contra la violencia de género) a la que su marido acusaba de andar tonteando con un capellán, el sanedrín quiso dilapidarla pero luego cambió de parecer. Hombre sería mucho por un supuesto –dijo un viejo verde que la espiaba detrás de unos carrizos cuando la Alaroza recién casada tomaba baños en  las gélidas aguas del Eresma-mejor arrastrarla de la cola de una yegua pero otro comilitón mira quien fue a hablar mira quien baila propuso  tirarla por un barranco que nunca faltan por ahí por tejadilla y ahí en eso en peñas escarpadas que marcan las orillas de lo que otrora fuera mar, una mar prehistórico. Y por ahí  defenestraron aquellos malditos esos malditos que María del Salto se llamaba. María del Salto se encomendó a Nuestra Señora y Ésta la recogió en su manto como si fuese su regazo maternal se tratase. Ella estaba allí al pie de las peñas donde las aves alzan sus nidos y donde un pueblo de amor transido vibra en tu Honor. Me he puesto a escribir una novela que es la historia de mi vida y me sale una salve.

Total que nuestros antepasados se bautizaron en masa y las aguas del  Rasemir se convirtieron en un gran Jordán donde los del Pueblo elegido tornó sus ojos a Cristo. En cierta manera los corobinos nos sentimos un pueblo elegido. Elegidos para la palabra y para el dolor. Si la cruz es un privilegio a nosotros nos signaron con ella desde el principio hasta tal punto que sólo a nosotros se nos permite hablar mal de la ingratitud de los elegidos. De raíz conversa eran los Coronel y los Dávila incluso el propio Torquemada prior del convento de Santo domingo presentaba un origen nada preclaro y converso era Pabilillos y el gran historiador Colmenares otro que tal. Que no nos vengan con alicantinas. Lo que pasó pues pasó. A qué ton eso de meter la reja en la Historia como si fuera la vertedera de un labrador honrado que labra sus campos por La Lastrilla. Judíos eran los asesores y los confesores de la Reina Católica y los pincernas de su hermano el infausto Enrique IV que a mí me parece que no era tan impotente como le arguyen aunque aquel rey todo hay que decirlo se aficionó a las costumbres moriscas y estaba rodeado por una corte de jenízaros andaluces. Todos los de la Guardia Mora. Judío converso era el sacristán de san Facundo el que entregó las hostias para que las arrojase a la caldera y la sagrada forma empezó a subir y subir por los tejados dando la vuelta giratoria a todo el poblado hasta  ir a parar a la celda de un novicio dominico del convento de Santo domingo que iba a recibir el Viático.. El fraile era también marrano como María del Salto como la mayor parte de los obispos, deanes y capellanes que ejercieron en Corobias y como judíos fueron los conquistadores que acompañaron a Colón. ¿Fue verdadera o fingida su conversión? Eso pertenece a los misterios archivados en los anales de nuestra historia. España es al fin y al cabo una locura. Pero una locura maravillosa.

En la mezcolanza de los sonidos que bajan de arriba o suben por abajo escucho los ecos del canto de los cisnes  de mi niñez perdida: los cantos infantiles de la rueda y el corro, el son de los viejos romances. Veo subir la cuesta que lleva a la Puerta del Socorro a muchos peregrinos camino de Compostela con la calabaza y el bordón pardas hopalandas. Pardo era el color con los que se vestían los campesinos de la gleba y negro el de los caballeros los clérigos y los domines. Pardos eran los picos de las putas. De las famosas meretrices de Corobias. En mis primeros años conocí los últimos suspiros de Castilla la Vieja. Era un país absolutamente a la España de hoy. Pardos son mis ojos y pardo soy yo hijo de la luz y de la noche. Parda humildad semi franciscana. Don Pablos me estaba haciendo señas desde la otra ventana y traía un libro en la mano aquel protodiacono de los pícaros y me insinuaba tolle et lege. La primera foto que me hicieron en la alameda fue acompañado de un libro. Tenía un libro en la mano el pelo rubio y la barriga algo abultada.

 Pero no maldigamos a los tiempos creyendo el pasado fue mejor pues eso supone una blasfemia un querellarse contra los designios misteriosos del Criador. Yo me forjé una idea heroica del mundo. Caballeresca. Había que salir en pos de un ideal a la búsqueda de ínsulas baratarias a desfacer entuertos defender a los humillados y ofendidos y pelearme contra los gigantes que luego resultaron solo aspas de molino harinero. ¡Qué cosas! Acaso me sumí en un romanticismo trasnochado pero eso ya nada importa.

La sombra de aquella catedral acariciadora y benigna hizo de mí un exaltado de la cruz hasta llegar a la convicción de que sin cruz ni cristianismo no son posibles ni la el amor ni la belleza. Acaso en parte llevase razón pero la cruz no debería jamar imponerse por la espada ni a la fuerza. Bajo el arco oscuro y oliendo un poco a húmeda bodega del postigo aquel por donde pasaban los carros y los areneros de Espirdo y los panaderos de Encinillas que subían a vender su mercancía a la ciudad o los curas de teja breviario y balandrán arrebujado como un tapabocas sobre el pescuezo para no apañar frío en las tarde heladas habían cabalgado los guerreros de la edad media (Corobias enclavada sobre un castro que es todo un baluarte siempre conservó un aire militar, fraguamos país en la lucha contra el moro o peleando en nosotros mismos acabada la reconquista) pero tambien los picaros y los perailes.

 Subían pobres de solemnidad y detrás mujerucas arrebujados en sus mantones. Peleamos contra el sarraceno pero acabamos adquiriendo muchas de sus costumbres en realidad. Todo en la vida es circulación. Ir y venir. Subir y bajar. El eterno metisaca del nacer y morir del engendrar del parir. Arillos concéntricos de la nada. Relojes de sol y clepsidras. El arco del socorro impertérrito entendía poco de cronómetros. Tempus fugit. Pero da igual. La estancia del hombre sobre la tierra no es más que un soplo.

Habían clavado una lápida en lo alto del pasadizo que decía al gran escritor humorista don Francisco de Quevedo autor del Buscón que era de Corobias natural. Efectivamente en una de las casas del cantón tuvo el verdugo municipal su residencia y al lado vivían los corchetes y alguaciles. El corregidor un poco más arriba. Creo que era el mismo edificio donde una comadrona que se llamaba doña Aniana Dios la tenga en su regazo me sacó del vientre de la Juani que las pasó moradas pues la criatura que alumbró pesaba seis kilos doscientos gramos y esa criatura era yo.

Ahora bien tachar de escritor humorista a don Francisco de Quevedo el poeta más serio y profundo de la lengua castellana que sólo pasó al conocimiento del pueblo por sus chistes verdes o los relativos a la coprología (pedos, privadas, eructos y otras bellaquerías que entre dos piedras feroces salió un hombre dando voces adivina quien es pues píntale de verde) me parece un poco precipitado pero acaso responda a una venganza de la historia que ha sido contando y manejada por quien ha sido contada y don Francisco que acaso fuera de la misma estirpe de los manipuladores acusó a los judíos y a los venecianos de ser los grandes conspiradores contra la corona de Castilla. Eso nunca se perdona. Claro está.

Aquel letrero contra el cual disparamos algunos cantazos en nuestra furia iconoclasta y llevados de la ignorante clastomanía de la juventud (hay que destruirlo todo, no dejar títere con cabeza) lanzamos algunas pedradas y todavía está ahí la señal. Mi cantazo hizo una esquilar en un ángulo pero aún se puede leer. La leyenda también le pareció a don –camilo José Cela cuando cruzó por allí una bruma de mal gusto indicio de la estulticia de nuestras fuerzas vivas.

Pabilillos pudo ser uno de mis compañeros de juego aquellos niños con los pantalones con remiendo que no gastaban calzoncillos y un solo tirante de mi cuadrilla. Con los que jugaban conmigo al chito a la malla a guardias y ladrones al zorro pico zaina. Juntos entrábamos en las casas deshabitadas en los hospitales de sangre abandonados donde todavía quedaban vendas y jeringuillas y sondas sobre las camillas. De uno en uno nos daba miedo explorar aquellos recintos. Podría haber fantasmas. Y la leyenda clavada en la Puerta del Socorro pienso al cabo de muchos años que selló mi destino. Sus letras gordas pesan aun sobre mi cabeza. Yo iba para santo. Quería ser cura y acabé en escribidor que es una profesión por decir algo y que guarda cierta relación con todo lo relacionado con la picaresca.

Naciera yo a la sombra de aquella catedral divina que se erguía sobre las casuchas de mala nota y las escalerillas donde estaban las puertas marcadas del barrio sefardita. Pienso si mis orígenes no me habrán predeterminado. ¿Habrán sido maldición o bendición?  ¿Soy predito condenado o benedicto?¿Trajeron suerte o fueron una desgracia semejantes premisas del que busca y se afana y doce al año que viene en Jerusalén, reza salmos, eleva sus ojos al cielo al dio y siempre vuelve sobre sus pasos. Ir y venir que llaman acarrear. Girar y girar. Y venga dar vueltas. Vano empeño eso de buscar la arcadia. El paraíso y el infierno yacen en el fondo de nosotros mismos. Son estos empeños frutos de la vanidad y de la locura humana. Cristo sin embargo nos sonríe. Está en la historia. Aunque nos elija solo para el dolor. No para el triunfo ni para la fama o la honra- esa sabiduría me la comunicó Pabilillos- porque no somos otra cosa que carne de dolor. Eso no lo entienden ni las mujeres ni algunos paisanos míos. Todos ellos no leyeron jamás el Libro del Bendito Job. Por eso se desesperan y no encontrarán jamás consolación.

 De esta forma me apareé a mi yugo y me resigné a mi suerte. A veces me parece que he triunfado que soy un elegido que el Santo de los Santos ha escuchado las plegarias de este pobre miserable. Por todo eso y por mucho más muchas gracias, Señor.

En los terraplenes de los adarves de la muralla donde crecían hierbas ociosas, lampazos y parietarias, estaba el edificio. Le llamaban la Casa de la Troya. Acaso este título de una novela de Pérez Lujín definiera el continente y el continente y el contenido físico así como el carácter de sus moradores. Fue la casa del Gran Matarife. Algún escudo con los atributos heráldicos del Santo Oficio debieran de andar por allí cosa que espantaba a algunos transeúntes a los que entraba  el canguis y de repente se persignaban arreando el paso. Hubo habladuría de que oyeron ruidos de cadenas y clamores de almas en pena pero no era en nuestro edificio sino en la finca colindante donde nadie vivía. Sólo algún gato pero de noche todos los gatos son pardos y algunos de estos bichos pudieran resultar gatos inquisitoriales. Hay que andar siempre con la mosca en la oreja. ¿Fantasmas a mí? No gracias. Temo mucho más a los vivos que a los muertos pero no se puede ir contra corriente ni desbaratar las creencias del populacho. Del rey y la inquisición chitón. Asi que ojo al cristo que es de plata. Paso corto y vista larga.

Entonces no sabíamos lo que era eso. No había aparecido aun en nuestras carnes la llamada del sexo que todo lo desbarata ni fumábamos ni bebíamos vinos aunque nos mofásemos con los borrachos muy frecuentes por aquellos contornos y en aquella porque en Corobias había más tascas y tabernas que iglesias y oratorios que ya es decir ni habíamos empezado a alternar ni a tomar café. Nuestros pulmones y nuestros bandullos estaban todo lo limpios que se puede estar a los cinco o seis años así como nuestros pensamientos y nuestras almas por más que nos diga que el ser humano viene al mundo con el sello del pecado y sienta una proterva inclinación a hacer daño y a mal pensar.

Tambien es verdad que estábamos en estado salvaje o acaso fuéramos el buen salvaje roussoniano limpio de polvo y paja. Triscábamos por la vereda, saltábamos de una peña a otra temerarios en nuestra osadía y despreciando el precipicio que mediaba entre ambas rocas. Jugábamos a la guerra en batallas de moros y cristianos como no podía ser menos en cualquier ciudad española. Organizábamos dreas con los chavales de San Andrés parroquia a la que pertenecían los que Vivian en la puerta ulterior del Arco. Los de la citerior éramos de San Millán. Había verdaderas guerras campales a cantazo al final de las cuales alguna ventana quedaba con los cristales hechos zarzamillo y los dueños traían al delincuente de la oreja abriéndole a su padre el libro de reclamaciones por daños y perjuicios.

            -Son tres reales por el cristal que rompió tu chico.

Y el progenitor ya estaba esperándonos con el cinto. Aquella noche no había cena o mejor dicho cenábamos de la correa y de los vergajos. Pero Eros y Tanatos no habían asomado aun la oreja y de la política únicamente hablaban los mayores y de sus conversaciones colegiamos la tristeza y desolación la vida truncadas y los muertos que trajo aparejados aquella contienda fratricida. Las mulas de la inquisición nos traían al fresco. Hacía muchos años que habían dejado de transitar aquellas sendas. El tizne del demonio siegue ensuciando todavía algunas almas negras. No comprendo ese afán de los españoles por cuestionar nuestra historia y entregarnos a disquisiciones que a ninguna parte buena conducen y sólo sirven para enfrentarnos los unos con los otros. Debe de ser porque aun llevamos la ley del ojo por ojo y el diente por diente marcada a fuego en nuestros entresijos displicentes. Buena gana de elucubrar con ucronías y futurismos. Nosotros ajenos a todo eso jugábamos al trompo y a las canicas como si tal cosa.

Aspiraba a llegar a las estrellas siempre buscando el plano ideal el que marcara la aguja del pararrayos catedralicios allá arriba por encina de los ojos de la torre. Los días de fiesta yo veía sacristanes en camisa bolear las campanas sudando oprimidos bajo el peso de los Badajoz pero había que anunciar el magno acontecimiento de la pascua. Abajo en la plaza los de las charangas lanzaban voladores y don Francisco de Quevedo los ojos cegatos los pies zopos pero la lengua suelta y acerada de un cofrade subía hacia el ensolado muy fatigado el hombre. Se acababa de entrevistar con el Domine en la casa donde no se come ni se bebe. He seguido los pasos de aquel cojo divino genial y tabernario yendo por el mundo un poco telumante de libros y de literatura pegando palos de ciego y de que me cerraran tantísimas puertas.

            -A los profetas ya no os hacen caso.

            -Mientras no nos ahorcan seguiré apostrofando.

            -No eres más que la voz que clama en el desierto. Cabezazos contra un muro. Mira que eres testarudo.

Por la calle pasaban algunas monjas un panadero morisco y un cristalero que iba a componer una vidriera que había derribado uno de los pedriscos que suele haber en esta ciudad por las fiestas de San Pedro. Todos se los veía muy afanados las monjitas con los ojos bajos el morisco muy altanero y que no le quedaba en la boca ningún diente portaba a la cabeza una bandeja como una herrada. Por allí cerca estaba el obrador paredaño al convento de las claras. Don Francisco que iba ya harto de vino entró en un cuchitril socavado como una bodega en los mismos bajos del temple al lado de una ebanistería. La entrada de la bodega ostentaba en el dintel un laurel béquico y un letrero que ponía: “más vale aquí mojarse que enfrente ahogarse! Y justo enfrente acurrucado en el lecho del valle donde estaban los pegujares y los tablares lindamente labrados por los hortelanos moriscos con sus arriates y sus caballones adosados en perfecta simetría bajaba el Río clamores bastante crecido de corriente salvo en agosto. También lo decían el río Mierdero porque en él desaguaban las letrinas de la ciudad. Sumirse en él debiera de ser buena tortura. Don Francisco llevaba sobre  el chaleco una enorme cruz colorada. Era de la orden de Santiago y aun borracho aparecía siempre en compostura. El mosto nunca le hizo perder la condición de caballero. Me hubiera gustado a mi ser el escudero de aquel sublime beodo. Sus libros aun me siguen emborrando de sabiduría, de piedad y de risa.

Aspiraba a alcanzar las estrellas. Siempre buscando el plano ideal. Mi vida se enmarcaba en el rectángulo de aquel ventanal balcón que daba a la acera. Esa condición de niño humilde ha marcado mi camino.. Anduve casi todas las sendas hice muchas descubiertas por muchas tierras pero sobre todo exploré todos los libros y caté los mejores vinos de la tierra. In vino veritas. Sangre de Cristo. Desde lo hondo del jarro el jocundo espiritu de Pablillos el mejor amigo que hubo en mi infancia me hacia momos. Y no eran burlas. Eran señas. Asi cogía fuerzas y cargaba con la gran luna del espejo para irla pasando a lo largo del camino.

Y las campanas tan… tan… tan. Los moros las aborrecían y es una de las muchas cosas que me fastidian de su religión aparte de que no permita beber de lo mejor que da la vida ni comer jalufo el que no toquen campanas nunca en lo alto de los minaretes. La voz del almuédano nunca tendrá los timbres maravillosos y por eso he llegado a la conclusión de que el cristianismo es la religión verdadera. Sin campanas no puede haber dios y yo escuché muchas horas su dulce repicar. Invitan a la paz, la armonía, el civismo. Algún sacristán en aquellas tenidas en lo alto de la torre se asomaba a descansar y a echar un cigarro contemplando el magnifico panorama que brinda la ciudad. Debía de ser un hambrón pero desde abajo parecía muy pequeñito.

            -Baja un poco el acelerador. No te entusiasmes tanto.

            -La pasión siempre nos vuelve a los hombres ridículos. Ya    sé muy bien lo que me quieres decir, zampabollos.

            -Piensa mal y acertarás.

            -Desde luego

Mi vida iba a ser no tardando mucho un descarrilamiento a ka carta. Fracasos sentimentales. Problemas laborales trifulcas de todo tipo. Originales para publicar devueltos. Fui un vagabundo sin suerte. Una novia me dejó a la puerta de la iglesia otra me divorció. No sé qué mal fize ni que malfetría infligí a los dioses. No tienes vista. Eres un poco patán. Fracasos sentimentales situaciones decepcionantes. Por los cafés hice el ridículo y hasta las putas se reían de mí en los prostibulos. Sin embargo yo les decía aguardad que yo escriba. Dadme papel y tinta. La literatura me transforma en una arcángel. Entonces armado de la flamígera espada de la palabra me convertía en una arcángel invencible, desalmenaba a mis enemigos, les dejaba sin argumentos y sin palabra en la boca. Había una fuerza en mí. Quizás fuera la potencia de la fe.

Descarrilamientos a la carta. Fui pegando bandazos pero estos fracasos son algo exterior hay que fijarse en lo que va dentro no en el accidente sino en la sustancia. Mi vida osciló a péndulo entre realidades consecutivas y suposiciones metafísicas. Fui don quijote y sancho. Pero ser español significa estar sujeto a esa condición de metamorfosis.                    

Aquella fue el ventanal de mi infancia un balcón que daba a la calle pues vivíamos en un piso bajo. Dicen que no eres de donde naces sino de donde paces y yo pací en muchas partes pero el haber visto la luz primera a la sombra de la catedral y haber abierto los ojos a los paisajes que cercan la urbe fue algo definitivo. Como un sacramento que imprime carácter.

El recuerdo de aquellos años trae hasta mía-recuerdos de un viejo- aromas de la infancia lejana. Percibo en mezcolanza el eco de sonidos de bronce de la campana

 

Aquellas navidades fueron tristes cuando Juanlo se murió. Yo he nacido a la sombra de la espira de una catedral del gótico tardía, alta ebúrnea, encalmada mirando a las estrellas o en dialogo permanente con el añil de los cielos límpidos de Corobias. Cuando boleaban las vísperas de las grandes fiestas  todos los pájaros abandonaban helgaduras de los huecos de la muralla donde posaban sus adarajas los canteros romanos y ahora era habitáculo de golondrinas y de las perennes chovas de Corobias de un altanero y lejano piar y salían corriendo mientras se alegraban los rostros y las conversaciones se fundían con el sonido del bronce de la campana gorda que sonaba sólo en dos ocasiones el Día de la Resurrección y el 15 de la Virgen en la solemnidad de Nuestra Señora. Ese día al correr de los años me casé yo. Si la torre de la Dama de las Catedral con sus flamígeros pináculos me parecía inalcanzable las paredes de la muralla romana a junto a uno de cuyos cubos se adosaba casi la casa de vecindad donde vine al mundo me parecía poco menos que inexpugnable.

-Tan. Tan.tan.

El mundo se llenaba del gozo de las vísperas. Ese toque de vísperas o el son más convencional y perfuntorio del anuncio de las horas canónicas los llevo metidos en los tímpanos del alma. Campanas que tocan a veces solas en la memoria. Los niños salíamos a la calle y nos subíamos a las peñas de piedra caliza-en las margas y oquedades sobre las que se alzaban los cimientos de la ciudad aparecían a veces fósiles y animales disecados de formas extrañas, moluscos, valvas, camarones y caracoles que recordaban que un día Corobias fue mar precisamente allí donde se alzaba aquella hermosa y grandiosas catedral, para ver tocar. Los bultos de los sacristanes que accionaban las cuerdas y los Badajoz desde lo profundo de la cuesta del socorro parecían figuritas de un Belén. Unos puntitos blancos en mangas de camisa.

El haber visto la luz por primera vez bajo la sombra de aquel impresionante gótico tardío creo que imprime carácter. Dejaría en mi ánimo un enervamiento, una tensión hacia la verdad y hacia la belleza que constituyen el principal legado del cristianismo. Para mí la religión es una búsqueda y una añoranza del paraíso. Sin esta noción estética que proyecta sobre el mundo la sombra del ideal como la de aquel cimborrio que lanza su sombra a la paramía  y el valle no es posible la vida ni la esperanza. Era hermosa aquella catedral que el mundo debe al genio de Gil de Hontañón. Airosa y joven. Siempre que vuelvo a mi ciudad la encuentro moza como una novia. Un mojón clavado en la llanura que inspira elevación recogida y oración. Cada vez encuentro al mirarla algo desconocido. Produce endiosamiento.

Y otra cosa. Está dedicada a la Virgen. Forja una noción protectora desde la lejanía. Anduve luchando muchos años con las sombras del mundo añorando esa claridad que siempre tuvo la luz de Corobias algo único. Nostálgico del manto de protección de Nuestra Señora que los rusos denominan pokrov en una fiesta especial que designan como el Día del Manto. Desde aquella ventana del numero cuatro de San Valentín yo aprendía a mirar a lo alto a escuchar las campanas y a ver como avanzaba la sombra protectora de la torre con el girar del sol sobre el horizonte como un manto protector de la virgen sobre Corobias . Me hubiera gustado ser menos entusiastas y enardecido pero aquella sombra y aquel manto me hicieron como soy. En la muralla había un sillar romano en el que se leía una inscripción. Iuvenalis Iuvenale decía la inscripción. Lo demás estaba borrado por la lluvia que erosionaron el granito. Podía ser una piedra miliaria o acaso aquella piedra formó parte de un templo a algún dios derruido. La muralla romana fue derruida por Almanzor. En la reconstrucción de la ciudad nueva y sobre todo cuando el ensanche del siglo XIX que afectaría a Corobias sólo parcialmente  se aprovecharon todos los materiales. Tambien me intrigó aquel letrero. Corobias romana inspiró mi inclinación hacia la latinidad lo que es lo mismo que la catolicidad. Vengo de un origen donde universalidad quiere decir tambien altruismo y un cierto sentido caballeresco / romancesco de la existencia. Tales antecedentes me precluyen e incluyen. Mirar hacia lo alto a la catedral. Había un ciprés intramuros que eclipsaba la vista en parte de ka torre. Las tardes de primavera era un nido inmenso de todas las aves del cielo y a mano izquierda estaba el Arco del socorro con el escudo que mandó esculpir el emperador Carlos V en la cara norte y una talle de la virgen de las Nieves en la otra. El postigo había sido derruido en parte pero quedaron en parte los ojos oscuros de los matacanes de vigilancia y las saeteras de lo que debió de ser el cuerpo de guardia.  

  Yo miraba continuamente para la cuna vacía y seguía buceando a mi hermano por todos los rincones de la casa.  En la hornacha bajo el fregadero.  La lumbre estaba puesta toda la tarde.  Hizo mucho frío aquel invierno del 47 y hubo fuertes nevadas.pero los días fueron alargando, se hicieron más largos y fríos.  Estábamos de luto pero venían visitas y nuestra casa era un filandón de gente a dar el pésame.  Hay que sobreponerse... llegó el abuelo del pueblo con un saco de patatas y judías que mi madre vendía al estraperlo pero mi madre la Juani que sabía cómo ahorrar la peseta era mujer de buen corazón y gran parte de los víveres que criaba el abuelo Benjamín en el huerto, en el judiar o que trillaba en la era o molía en los molinos harineros iban a parar a los necesitados de nuestra vivienda.  La puerta del sargento Parra y la Juani estaba abierta y hasta hacían cola y pedían la vez en espera de un socorro.  La cola todo hay que decirlo no era tan nutrida como en el pasillo largo y hediondo que conducía hasta la puerta de la Felisa que recibía a sus visitadores-usuarios en bata de cola.  Las vecinas se hacían lenguas de la generosidad de mi progenitora.

-Ay, señora Juanita, ¡qué buena es usted!

-Ni mucho menos, Macrina.  Tienen que ser unos por otros.


A su lado no había pobres aunque mi madre tenía su geniecito. Cuando rompía un vaso o tiraba la leche que traía el machacante del cuartel me zurraba cola zapatilla.  El óbito de Juan José había supuesto un duro golpe para ella y creo que empezó a padecer de los nervios.  Yo había quedado como el rey de la casa.  Sin embargo, siempre tuve la sensación de ser aborrecido porque al poco tiempo quedó encinta y nació otro hermano el tercero que siempre sería su favorito.  Al cabo de mucho tiempo pienso que aquel trauma de no ser querido de ser infravalorado o despreciado ha sido un lastre psicológico en mi vida.  Y muchos de los padecimientos psíquicos e inseguridades que me han azotado tuvieron su origen en este interregno entre la muerte de Juanlo y el alumbramiento de Zacarías cuando mi madre tuvo un grave padecimiento de tipo nervioso.  No sé.  Por otra parte tuve la sensación de que mi padre se volcaba con los de fuera y a mí me golpeaba al menor pretexto.  Yo fui uno de tantos niños maltratados de la posguerra.  En las fotos de aquella época que conservo aparezco con los ojos tristones y siempre con un libro en la mano.  Esto de los libros fue síntoma.  A los libros me aferré de por vida.  Los clientes-usuarios de la Felisa aumentaban con el paso de los días y debió de irla bien en su negocio el más antiguo del mundo pues al poco tiempo se mudó a una casa más lujosa en la calle Gascos.  Era una mujer rubia, alta y muy simpática.  Siempre me daba caramelos puesto que el hijo del señor Silvino el militar en la Casa de la Troya era toda una autoridad y me besuqueaba pero a mí no me complacían los achuchones de la Felisa.  Llevaba los labios pintados y el aliento le olía vino que tiraba para atrás.  Desde entonces las magdalenas me inspiraron compasión y una cierta curiosidad.  Yo no sería nunca de los que tiraran la primera piedra.  Tampoco los inquilinos de nuestro bloque que hacían la vista gorda.  Pobre mujer.  A su marido un oficial republicano murió en el Ebro.  Tuvo que dedicarse al arte seguramente no por vicio sino por pura necesidad.  Tenía una hermana la Concha que iba a vender caramelos por toda Corobias.  En las ferias en las procesiones en el Paseo Nuevo o en el Salón sonaba la voz aguardentosa de aquella mujer metida en años y en carnes que vendía chuches y el pirulí de la Habana por un real.

-A real... a real... real.


Era su santo y señas y las buenas gentes de mi ciudad compadecidas se rascaban el bolsillo e iban a comprar a la Concha un cucucurucho.  La percepción que tengo de aquel entonces era un vivir como hermanos.  No había pasado más de un lustro de finalizar la contienda y allí no se hacían distinciones entre republicanos y nacionales.  Se hablaba de paz de lumbre de trabajo.  Pero las marcas de aquella guerra terrible quedaron tal vez marcadas en el interior de las almas.  La señora Segunda que me daba cacahuetes por ejemplo.  La recuerdo jorobada y pequeñita subida sobre un tuero del fregadero de su cocina que daba al patio con pozo de brocal y vistas al Pinarillo. Le habían matado al marido en la guerra y a un hijo.  Vivían de lo que sacaba Gabriel el cojo que vendía pipas y cigarrillos en la estación.  Todos los días se le sentía bajar por la escalera a rastras.  Se protegía las manos con una especie de almohazas para no herirse y con rodilleras y subía a su triciclo con un pedal de mano y con sus cestas pedaleaba los dos kilómetros que distaban entre el barrio de la estación y el Arco del socorro.  Era el único que miraba a los militares con cierta prevención.  Sin embargo, le quería mucho por ser hijo de la señora Segunda una santa él decía.

-Lo pasado pasado, Gabriel, hay que echar todo eso en el olvido.

-Ya.  Pero es muy difícil renunciar a las ideas, mi sargento.


Sin saber que responder mi padre le ofrecía la petaca y fumaban amigablemente el soldado de Franco y el paralítico republicano.  Gabriel vendía pipas en el andén y cuando regresaba a casa escribía poemas.  Yo tengo sus manuscritos que desgraciadamente no vieron la luz.  Por aquella escalera bajaba  Taito que era aprendiz de albañil y la Tía Carnerita gorda como una tinaja y la voz ronca de aguardiente dejando un rastro de olor.  Uno de sus hijos era ciego y vendía los veinte iguales para hoy y una hija la Carmen había tenido un hijo de soltera, Constantino que era de mi edad.  Lo había engendrado un italiano del que nunca más se supo pero la Serafina la hija mayor de la Carnerita cuidaba de todos ellos.  Fregaba suelos se levantaba a las cinco de la mañana para ir a asistir y por el verano vendía helados en un puesto que tenía en el Azoguejo.  Estaba cargada de hijos y tenía a su marido en la cárcel. Iba a verlo al penal de Cuellar algunos jueves en los coches de línea de Galo Álvarez.  Tengo que decir que mi padre que estuvo destacado en la guardia de soldados que vigilaba el castillo le llevaba algún paquete de comida y lo recomendó al coronel Tomé para que saliera en libertad alegando motivos de buena conducta y además el Iglesias el marido de Serafina carecía de delitos de sangre.  Este hombre llegó a ser en Corobias muy popular pues era buen recitador y en muchos salones de actos se le invitaba como rapsoda.  Su tour de force era el Piyayo de Gabriel y Galán.

  Aquella ventana de mi infancia oreaba horizontes de melancolía pero nunca el odio que ha aparecido casi setenta años después a menos que ese rencor estuviera soterrado o haya saltado a la palestra de forma interesada a instancias de esas fuerzas oscuras que tienen una trayectoria invisible pera tan malignas como frecuentes en nuestra historia.  Esas fuerzas son las que envenenan la convivencia entre españoles.


Otro de los personajes que zumban y bajaban por la escalera de la casa de San Valentín era un guardia civil padre de otro amigo al que aludiré después puesto que el señor Juan, muy serio y muy guardia civil, cuando pasó a la reserva fue contratado como portero del seminario de Corobias.  Le recuerdo siempre serio inmerso en un gran mutismo introducido en su tronera.  En toda la tarde se leía de arriba abajo el Adelantado de.  Aquella Corobias sequedad aquélla seriedad escondían un buen corazón  pero tambien un entendimiento cargado de experiencias pesimistas sobre la inclinación al mal de la naturaleza humana que él había vivido a través de su oficio de policía en años muy duros.  Era un hombre enorme alto bien parecido con unas anchas hombreras.  Abajaba las escaleras lentamente con el máuser en bandolera la capa y el tricornio.  Infundía un poco de respeto aquel honrado número de la Benemérita pero daba la impresión de estar amargado por cuestiones que ya he detallado en otro capitulo de esta historia de mi vida.  A la puerta le esperaba el otro número con que hacía la mayor parte de los servicios y salía máuser y escarcela al hombro de correría.  Se llamaba Belinchón.  Pese a su apellido en aumentativo el guardia Belinchón era pequeñito vivaracho y locuaz.  La pareja era un contrapunto.  Parecían la ele y la i pero toda una pareja de la Guardia Civil circulando por los caminos de España.  Acostumbrados a ver mucho y a pasar fatigas y sinsabores.  Paso corto vista larga y ojo al cristo que es de plata como se suele decir. Casimiro el guardia mi vecino era de rango inferior a Belinchón que lucía una galón rojo en forma de ángulo por lo que antes de iniciar el servicio tenía que cuadrarse y darle la novedad como subalterno.

-Sordenes.  Sin novedad, mi cabo.

-Pues adelante con los faroles.

Y La L y la I transfigurados en pareja de la GC desparecían por el postigo del Socorro.  Pero antes una paradita en la tienda del Tío Juvenal que solía invitarles a café de puchero y una copa de coñac.  Se agradecía pero se rehusaba.  La Benemérita no prueba el alcohol cuando está de servicio.  Se les respetaba y acaso se les quería pero también se les temía.  El guardia Casimiro le contaba una vez a papá en una de las pocas ocasiones en que éste rompió su reserva y su mutismo que el peor servicio para ellos no era la lucha contra el maquis.  Era la cuerda de presos.  Alguna vez mirando atrás en su hoja de servicio fue cuando tuvo que conducir desde Puerto de Santa María hasta Chinchilla a tres penados que iban a ser reos de muerte.

-Parra, eso sí que es duro.  Se te parte el corazón.  Nunca

-Te acostumbras- le decía.


Por eso aquella tristeza en el rostro del guardia Casimiro.  La guerra le pilló en Madrid.  Un guardia civil tiene que ser siempre leal a su gobierno.  Luego cuando vio aquel desbarajuste se pasaría a los nacionales.  Sus ojos estaban cansados de tanto testimonio de tristeza de tanto ir y venir en interminables retenes por los caminos.¡Cuantos secretos encerrados en el macuto de un guardia civil!  Luego regañaba mucho con su mujer por causa del Antoñita al que nunca consiguió meter en vereda como declararé después.



  De oscurecida pasaban los grandes rebaños de la mesta.  Mil.  Diez mil ovejas.  Creo que hasta cien mil cabezas pasaron por el portón camino del fielato para el pesaje y la alcabala.  Detrás venía el morueco o carnero padre con un cencerro.  A los flancos, guardando la línea, excelentes guardianes de la majada, los mastines, algunos de ellos de una alzada pareja a la de un buche que obedecían las órdenes de los rabadanes, todos con boina, calzados con albarcas y con piales y zaragüelles.  Parecían soldados que la mesta siempre estuvo algo militarizada. Por las noches se sentía ladrar a lo lejos el ladrar bronco y profundo de aquellos perros que desafiaban no sólo al lobo con sus carlancas sino también a la luna.  Contemplaba yo aquel tránsito impresionante de cabezas de ganado, un mar de ovejas. Siempre había sido así.  Desde la edad media hacían vereda delante de aquella casa e iban a pernoctar al picarillo cerca del cementerio judío donde estaba el osario o cementerio judío.  En plena cañada real.  Costumbre establecida desde las merindades. Aquel olor aquel tamo que los animalitos levantaban al cruzar la puerta del Socorro de la vieja ciudad amurallada me impregnó del sentir de la historia de mi país.  Un pueblo bronco y mágico y comunero que siempre tuvo muy arraigado el sentimiento de la libertad.  Entraban por la de San Cebrián e iban a dar al puente de Santo Spiritus que cruzaba el Clamores.  La vida seguía y poco a poco dejé de pensar en mi hermanito muerto aunque de tarde en tarde cuando me traían de en cá la señora Antonia la catalana miraba para la cuna suya recién hecha.  Sobre el dosel lloraba un angelito triste pero las sabanas estaban limpias y las almohadas como esperándole.  Al final de aquellas navidades los Reyes me trajeron un caballito de cartón.  Era así de grande tan grande como los mastines de los pastores trashumantes.  Era muy bonito de color gris, los ojos saltones, una silla roja y andaba sobre ruedas.  Tacatá tacatá.  Con el juego venía una fusta.  Es lo que me hizo más ilusión.  Me pasé dos días cabalgando y no quería bajar del carretón ni a tiros.  Mi alazán tordo gris cabalgaba todos los horizontes.  Los Reyes vinieron ricos.  También me trajeron un camión de bomberos que arrastraría yo por la acera al pie de la muralla.  La hija de la Macrina que era mi amiga me acompañaba en aquellas veladas de la ilusión.  A ella la habían echado una cocinita y una muñeca con la que jugamos a los papás y a los médicos.  Pero la hija de la señora Macrina no me gustaba.  La que verdaderamente me gustaba era otra: era la hija del subteniente Casado compañero de mi padre.  Vivían detrás de la Plaza Mayor cerca del obispado y según la costumbre en aquellos años las familias se solían hacer visitas los domingos y fiestas de guardar.  El visiteo a medida que fue subiendo el nivel de vida y fuimos siendo más ricos fue sustituido por el chateo: recorrer diferentes bares de tapas más vulgarmente conocido como alternar.  En la posguerra no daba para tales dispendios de salir a tomar algo.  Ese algo se tomaba en casa.  Siempre con algo más de fundamento.  Se llamaba Merceditas la hija del subteniente y creo que fue mi primera novia mi amor precoz.  Cuando llegaban las visitas a nosotros nos gustaba meternos debajo de las faldas de mesa camilla y nos contábamos cosas.  Hacíamos lo que veíamos hacer a los mayores y nos hablábamos sentados en el hueco del brasero.  También venían los  Tinaqueros que tenían un hijo que se llamaba Cipri y era de mi edad.  Él me enseñó a jugar al guá. Tenía mi amigo Cipri bastante tino.  Tenía mucho tino con las canicas que llevaba en una bolsa prendida a la cintura algunas de ellas de mármol. Cipri también sabía silbar muy bien entre dientes.  Me enseñó pero ese silbo maravilloso que hacía él nunca lo pude copiar.  Yo decía cositas a Merche en nuestro escondite de la mesa camilla mientras los mayores hablaban de sus cosas y jugaba a las bolas con Cipri o a los carreristas.  Los corchos de la cruz blanca dentro metíamos un cromo de nuestro ciclista preferido que solía ser Berrendero o Trueba el ganador de la Vuelta a España torneábamos un cristal a molde del agujero del corcho y luego se  pegaba con jabón y ya estaba listo para dispararlo por una carretera de arena hecha removiendo la tierra con las dos manos en horizontal y hacíamos puertos de montaña y todos con sus correspondientes bajadas temerarias.  El que golpeando al carrerista con un golpe del dedo índice y pulgar llegaba con su cromo a la meta el primero ése ganaba.  El que se salía de la pista quedaba descalificado.  Así eran los primeros juegos de infancia en la solana de la Puerta del Socorro.  Veía pasar la vida desde mi ventana balcón en el piso bajo pero exterior del número 4 de San Valentín.  Sólo tenía un dormitorio el comedor y una cocina con los techos muy altos pegada a la escalera con una leñera tenebrosa donde yo pensé que habían encerrado durante mucho tiempo a mi hermanito.  La ventana daba a la muralla.  El primer paisaje que vieron mis ojos fueron aquel muro de sillares romanos que arrancaban justamente de la espalda de los peñascos de calizas sobre los cuales se eleva la ciudad.  Los grajos y los vencejos anidaban en las socarrenas o hendiduras que dejaban los andamios.  Las tardes de primavera eran una fiesta de alas negras recortadas de golondrinas en vuelo versátil y exhibicionista alegrando con sus trinos la atardecida.Si alzaba la vista contemplaba el capitel augusto de la Dama de las Catedrales una saeta volando al firmamento. Todo era verticalidad e imperial arquitectura. El lugar parecía comunicarte una fuerza interior y un grito de llamada: citius, altius fortius. Os quiero a todos escaladores atletas del Señor. Esa fuerza de la mirada hacia las cosas latía dentro del fanal de un ojo oculto. Era como el grito de una fe ancestral.Aquel edificio del gótico tardío fue la sede de mis primeras vivencias. De la mano de mi padre subíamos a misa por las viejas callejuelas de la judería casas humildes que parecían acurrucarse bajo el amparo de aquella torre mágica. Los domingos a las once había misa cantada. Tarareaban Tercia los canónigos detrás de la reja del coro de impresionante labra luces apagadas. Por los vitrales policromos de las grandes ventanas encaramadas penetraba una luz lechosa y sobre el gran facistol donde yacían los vetustos y desencuadernados becerros antes de la misa cantada el ángel de los salmos pasaba las páginas. Me impresionaron de siempre y con algo de ellos mi alma quedaría marcada para siempre aquellos librotes, aquella monomio. Abrid señor mis labios. Dios de Israel seas mi baluarte contra quienes me persiguen. Y los herrajes de cierre y las letras gordas pautando melismas gregorianos. Allí se reclinaban las claves de una música olvidada. El precentor se acercaba con paso leve y cantaba una antífona. Respondía el coro con desgana pero haciendo valer en medio del cansancio la virilidad  de los siglos. En medio de la monotonía de la historia las oraciones sonaban. De tanto pasar página los extremos de los cantorales llevaban la marca de los dedos que tocaron los cantorales sagrados. Sentados en sus reclinatorios o apoyados sobre las misericordias de fina labra aquellos religiosos de capas negras y blancos sobrepellices cumplían la rúbrica y el decoro. Una ausencia se pagaba con una multa de tres pesetas. Siete veces al día. La impronta de los dedos sobre un ángulo de la página hacían estar en los hombres que habían cantado las Horas desde el siglo XII. La familiaridad con el trato divino les había convertido en seres escépticos y despondentes. Cantando era una forma que tenían de arremeter contra las embestidas de la Bestia que acosaba a una humanidad en aflicción: guerras, hambrunas, discordias, muerte, enfermedad, fracasos. Tus alabanzas salgan de mi boca, Señor siete veces al día. Te alabaré desde la aurora hasta el ocaso. ¿Y tu, dios mío, qué me das? Una protección dispensas yo no la veo. Abre, señor, mis labios pero abre también mis ojos. El órgano prorrumpía en sones mayestáticos al final del oficio. En lo alto de la cúpula un serafín se columpiaba. Eran las melodías y los cantos de siempre. Los canónigos en sus sitiales dormitaban la siesta o hacían que respondían las barrigas protuberantes. Se notaba que a algunos la castidad les había convertido en orondos apacibles curas de manga ancha y tolerantes en el tribunal de la penitencia. La fe católica es desde luego amor platónico algo de cansancio y mucha retórica. Allí estaba don Severino Valencia el deán del cabildo que hacía buenas migas con el arcipreste de San Ildefonso y el magistral al que llamaban el Padre Bodigos y los tres se iban a comer al Bernardino o se iban a merendar al Terminillo que era una finca del obispo. Tiempo de holganza tiempo de pitanza. Ciertamente yo nací en una ciudad levítica donde la oración vocal estuvo muy arraigada. Hubo siempre que guardar las apariencias. A los ocho años entre en la escolanía que dirigía un beneficiado rico y usurero al que llamaban Patrocinio del Morral. Fui seise y aprendí a beberme el vino de las vinajeras. Me gustaba cantar y tocar la campanilla y me veía en los espejos de la cornucopia más guapo que un san Luis con la sotanilla roja de obispillo que utilizaban los acólitos desde tiempo inmemorial. Asistía a clases de catecismo aprendía a apagar las velas a los cristos recibía los cachetes y moriscos del beneficiado don Morral si en algún kyrie desafinaba tenía la palmatoria tocaba la campanilla pasaba la bandeja y me gustaba jugar a columpiarme en las enormes cortinas del cancel. La oración mental y los pésames señor de algunos meditabundos nunca la entendía del todo y por eso mismo nunca fueron santo de mi devoción los heresiarcas protestantes ni comprendo a los místicos que saltan los ritos a la torera. Vivíamos un tiempo pluscuamperfecto que creíamos perfecto ya llegarían las imperfecciones y con esta llegada la alegría feneció a mí que no me vengan con historias. Ahí me las den todas. No eran Ángeles sino diablos los que pasaban pagina a los tremendos librotes del facistol cuando cantaban el oficio los canónigos cansinos. La vida les había enseñado que para obtener la canonjía lucrar una prestamera y acceder a un puesto catedralicio vía oposición con el reloj de arena el tribunal de siete presidentes y la tesis en latín caigan misas y vengan ollas mientras se derramaba la  mínimas partículas de arenisca por el canuto de la clepsidra había que saber nadar y guardar la ropa y hacerse un nido en el pito. Si la dejas un mes ella te deja un año y si un año quieta toda la vida se quejaba don Gumersindo al que en más de una ocasión le vieron tomar el tren vestido de paisano y sin hábitos camino de Madrid donde frecuentaba a una querida. Aquellos tremendos libracos anunciaban las libertades. No tenéis escapatoria. Guttemberg estaba a punto de morir y le sucedería en el trono Macluhan y al poco lo sucedería Billy Gates que ese sí que era importante. A la sombra de aquella torre de la catedral y más tarde de la Aceitera viví el último tranco de la edad media. Yo le tenía la vela al maestro de ceremonias y aprendí a distinguir los colores de la rubrica y la letra menuda de la epacta hasta saberme de memoria el ultimo evangelio de tanto escucharle ayudando al celebrante a tener una de las sacras. La iglesia  era rigurosa y ordenancista y había oraciones que se decían en una época del año y otras no. Entendí ese misterio de la combinación de colores de las casullas. Tiempo ordinario tiempo de pasión Pentecostés adviento cuaresma y resurrección. El carrusel litúrgico se mueve a compás de las estaciones. Una veces tenía una vela pero otras veces lo que tenía en la mano era el cirio bajo los ojos vigilantes y algo vinosos del maestro de ceremonias. Otras veces llevaba el portapaz a las autoridades dándoles a besar aquella imagen sagrada para que las gentes se reconciliaran pero las gentes no se reconciliaban nunca. A algunos curas los encontraba ridículos en aquellas casullas de guitarras que se utilizaban antaño. Mucho mejor la capa pluvial que es más augusta y sacerdotal sobre todo si tiene fimbrias y un colgante como si fuera una vieja capucha. Los hombrees no cambiaban ni los curas se reconciliaban hablaban mal unos de otros o le criticaban al obispo por detrás. Una catedral es como un pueblo chico infierno grande debido a las miserias humanas. A pesar de todo yo pensaba que no podía haber vida después de las letanías de San Marcos del canto coral y de la recitación monódica de la “passio” cada viernes santo. Los árboles no nos dejan ver el bosque a los que soñamos en la parusía. Siento tedio y melancolía al recordarlo. Es el tedio de haber llevado tantas cruces portado tantos viáticos y rezado infinidad de rosarios. Desde niño la muerte tampoco asusta. Ayudé a muchos a bien morir si es que semejante acto puede hacerse bien alguna vez- fui monago del arcipreste don aquilino el que por Valtiendas para que me entiendas se comió la mejor hogaza encentó la más guapa y se bebió el mejor vino el que llamaban pisapies y adobado el jarro con un luquete de limón. De hoy en un año. A tu salud, hijo. ¿No me da un poco? Cuando seas padre comerás a la mesa, en mi mente siempre la presencia como una mala sombra del ciego de Alba de Tormes. Tuve que aprender a ser lazarillo. A la fuerza ahorcan. Y acompañaba los domingos al cura de Tejares en bicicleta. Le servía un ama que llamaban la Tía Abilia que le volvió loco al pobre cura y acabó en el manicomio de Quitapesares. Sin embargo al de Remondo, anda demonio, le tocó la lotería pero no lo dijo y cuando murió encontraron sus sobrinos medio millón de pesetas dentro de un botijo que no usaba nunca los veranos en el desván. Soy feudatario de todas estas letrillas y consideraciones y costumbres del ser y no ser eclesiástico. Me bebía el cono de las vinajeras y de ahí arrancan mis inclinaciones alcohólicas que tantos duelos y quebrantos causaron en mi vida. Sin embargo ¿qué? Estoy aun aquí, todavía vivo arrastrando mi carretilla a remolque de unas cosas y otras. La sombra de la catedral y la presencia de la sinagoga pues, cruzando la Hontanilla, estaba el osario creo que explica los acontecimientos posteriores de mi devenir y algo de mi manera de ser aunque nadie tenga la última palabra después de lo escrito. No me considero antisemita como abajo aclararé pero todo el que se sienta enemigo de España me tendrá siempre con las armas en la mano luchando contra él. Sien embargo yo no tengo otra torre de asalto, otro carro de combate como mi pobre pluma.Nací cerca de donde el padre de Pablillos, verdugo oficial, despachaba cabe la Puerta del Socorro, ínclito personaje nacido de la pluma del genio de la literatura española, don Francisco de Quevedo, acaso otro judío encubierto, el único novelista y poeta que hablaba y escribía con soltura el hebreo, y desde la ventana de la casa donde transcurrió  mi infancia se veían las escalerillas de San Roque donde empezaba la judería vieja y por el otro lado del hontanar del Clamores donde los hortelanos moriscos (berros, lechugas, rábanos algún cohombro, vergel primoroso) cultivaban unos tablares de tierra negra ubérrima que parecían manteles a mesa puesta y al otro lado, asomada a la hoz del cañón que va haciendo este río a trechos subterráneos hasta ir a besar las aguas del Eresma, estaba el osario. El osario era el cementerio judío de las cuevas del Pinarillo. Enterramientos bíblicos, verdaderas mastabas horadadas sobre la roca viva sin ningún adorno ni siquiera una inscripción. De chico, recorríamos aquellos aledaños, y vi  yo una tarde a un hombre todo vestido de negro con una barba muy larga una dulleta talar, tocada la cabeza de un sombrero como de cura protestante, que  estaba muy tieso ante aquel agujero  haciendo muchas inclinaciones y reverencias oraba como con prisas sin las edulcoraciones, transportes y  arrobamientos a los que la piedad católica nos tiene acostumbrados. La liturgia mosaica carece de los adornos de la católica y nada se diga de la griega. Es un rito como para andar por casa (no frills) pero muy humano y ancestral a su vez.Parecía rezar de una forma ostentosa, casi con furor, moviendo el tronco y la cabeza hacia detrás y hacia delante, según la sinagoga. El hombre orante era un sacerdote judío que elevaba plegaria por los muertos en aquel campo santo.  Parecía tener mucha prisa por acabar y rubricar su trámite.Yo por entonces no sabía lo que era un rabino ni tampoco un kadish o responso pues para un niño la muerte y la política y los discutinios de religión son perplejidades que le traen al pairo y no me entraban en la mollera todavía las diferencias de creencias máxime cuando todos adoramos a un mismo dios pero se me quedó grabado para siempre el aire como eterno del hombre de las largas barbas y la dulleta negra. Podía ser un cura perfectamente.Mi abuelo me enseñó a besar el pan cuando éste se caía de la mesa, costumbre israelita por lo visto. He visto muchos que al morir volvían la cara hacia la pared buscando el oriente (otro atisbo) y aunque nos guste el jamón y la carne del cerdo en adobo a muchos españoles, no aguantamos el jalufo sin sazonar.A mí personalmente el tostón de mi tierra me repugna pues soy comensal del cordero asado y, la tarde en que mi tía Dominica amortajó a mi pobre abuelo Benjamín le ató al difunto las manos con los pies mediante un cordón con siete nudos y colocó dos monedas sobre los ojos y una perra gorda (sería para pagar al Barquero Queronte) en el paladar, tuve una noción de hacia donde mirábamos y de donde provenían nuestras creencias.También ésta es una tradición funeraria que nos viene de la tradición sefardí. Los españoles solemos tener la mirada viva, el gesto despierto la nariz afilada y el cráneo dolicocéfalo de los semitas, pues en la antigüedad todas nuestras sangres se fundieron . Los enterraban de pie cubiertos con un sudario mirando todos para Jerusalén. Mi hija cuando estuvo en Ámsterdam a la que llaman la Jerusalén del Norte me dijo que había conocido a un señor que era clavadito a mí. “No sé lo que haría la abuelita por aquellas tierras holandesas pero era idéntico a ti, papá, tu doble”. Era un judío. Cuando veo a esos apuestos soldados israelíes trocados del taled y las filacterias rezando sobre los relejes del tanque y haciendo muchas inclinaciones antes de entrar en combate, pienso que puede ser  alguno de mis hijos; su rostro me resulta familiar, y siento a la vez compasión y rabia. ¿No es Jerusalén la ciudad de la paz y los jerusolemitas tienen siempre a flor de labios la palabra shalom? Pues entonces mienten más que hablan.Ya sabemos que ningún judío puede derramar sangre ni tocar a un muerto sin contaminarse. ¿Entonces? Cosas de la política que nada tiene que ver con la santidad del Santo de los Santos. Yo amo a Israel. Y a su pueblo. Ningún judío que llegue a mi puerta quedará sin cobijo y un poco de pan. Pero me parece horrenda la carnicería que han preparado  en Gaza. Quizás estaban  por orden del Pentágono, probando material y nuevas tecnologías estratégicas. Ya sabemos que Israel es fuerte pero no más fuerte que la ley divina. Ya sabemos que el justo peca hasta siete veces y Cristo dice que hay que perdonarlo hasta setenta veces siete pero ello no es óbice a las criticas y reparos que he formulado desde esta bitácora que se lee más de día en día, gracias a Adonai. Que mis criticas sean constructivas. Él lo quiera. Hay cuatro tipos de conocimiento: el conocimiento científico que es el exacto o matemático en relación causa efecto; el estético pues la verdad está siempre en la belleza; hay un conocimiento profético o numen divino que es el que el Señor otorgó a David a Salomón a Jeremías e Isaías, al propio Mahoma y a muchos santos padres y santos de la iglesia. Por último hay un conocimiento informativo que es el más imperfecto y manipulable. Yo no sé en cual de estos planes me muevo pero de todos ellos creo que me toca algo, aunque no sea más que un vulgar periodista y archivero que vive con pasión los acontecimientos de nuestro mundo hoy. Nada es lo que parece.Si acotáramos muchos de los textos de Isaías y de Amós podríamos tener la sensación de estar ante un caso de antisemitismo manifiesto, y no es verdad.San Pablo el fundador del cristianismo es todo fuego. Nunca podré apartar los escritos paulinos en los que me abraso. Él era un judío típico lenguaraz, agresivo, muy poco diplomático pero transido de amor divino. Yo amo a Israel porque amo la palabra y el viento. Me gusta la vida y la libertad no la muerte. La raza de David de la que nació nuestro Maestro será inmortal. Son los elegidos. Lo otro es mero accidente pero ese designio a ser destinado a patena de las ofrendas y cáliz de la elección y del sacrificio implica una responsabilidad. Israel no puede ser una nación como las demás. Y matando pobres moros indefensos el ejercito hebreo creo que no estuvo a la altura de su enorme prestigio.Eso sí; a los que tiran bombas y lanzan katiushas merecen castigo pero no pueden pagar justos por pecadores. Amar a Israel es comprender que somos carne de dolor y que la historia se nos ha llenado de montañas de cadáveres. Yo nací al lado de un cementerio judío, uno de los osarios de España más viejos.Tapaban la cueva con una especie de muela de molino y se iban. Si a la sepultura llegaba un visitante nunca traía flores ni crisantemos. Traía un guijarro y lo colocaba en aquella sepultura sin cruces. Duelo profundo y a palo seco pero duelo plañidero sabiendo que la muerte cercena nuestro orgullo. Los osarios hebreos siempre trajeron a mi mente el Libro de Job. Somos carne de dolor y no hay tu tía.Corobias es una ciudad judía. En ella se amalgamaron los tres credos. Los moros habitaban el barrio de san Lorenzo. Los cristianos moraban  también extramuros por san Millán  y trabajaban las tenerías de Santiespiritus. La aljama se situaba al pie de la catedral intramuros- siempre fueron muy protegidos por la realeza y la propia Iglesia- y dominaban los mercaderes con la estrella de David en la solapa  las contadurías y juros de los ricos. Eran los escribanos los médicos los albéitares, que ejercían las profesiones liberales, y siempre tuvieron una excelente relación con los canónigos del cabildo.Puede decirse que las pingues rentas eclesiásticas estaban en sus manos. Siguiendo hacia la otra parte de la muralla desde la iglesia de san Miguel hasta san Quirce,  era zona de las familias asturleonesas y vascongados, los godos legítimos, que habían bajado desde la montaña a medida que se fue expandiendo la reconquista. Estos sí. Eran los godos. Pero hubo un trasiego de sangre y una mezcolanza constante de las estirpes hasta el punto que bien puede decirse que Corobias una ciudad que recuerda a Jerusalén más que ninguna de las otras ciudades españolas es la fusión de las tres culturas con una diferencia sobre Burgos o Toledo que aquí se protegió a las alhamas. Los judíos y sus bienes eran realengos y pertenecían a la corona. A partir del siglo XIII tras las predicaciones de los dominicos y la conversión del rabino mayor de Burgos, Pablo de Santa María, cundió entre los judíos corobinos y también entre los musulmanes la noción de que la única religión verdadera era la de Jesús y una gran parte de la población de ambas etnias y sin coacciones se bautiza en masa a la sombra de las dos grandes familias hebreas corobinas: los Coronel y los Dávila. En este singular fenómeno parece que tuvo que ver un hecho probado históricamente como milagroso cual fue la profanación de una hostia en un caldero por el sacristán de san Facundo y sus compinches, origen de la tradición tan popular y tan querida en Corobias como es la Catorcena. Los médicos los capellanes y los banqueros de Isabel la Católica eran todos del pueblo elegido. El propio Torquemada que fue prior de Santo Domingo, donde yo visitaba con mis padres al capellán don Genaro que vivía con su ama la Jesusa en el Hospicio, judaizó en algún tiempo y luego se convirtió de modo furibundo pues el pueblo de Israel no conoce los términos medios. Dios nos libre de la furia del converso.El propio Fernando de Aragón era un Henríquez por parte materna. El cardenal de España, don Pedro de Mendoza, marrano legítimo que cuando presentaba a sus pajes, hermosos mancebos, a la Reina Católica, ésta decía: “Ya veo aquí los bellos pecados del cardenal”. Aquellos mozos eran sus hijos mánceres o fornecinos[7] nacidos fuera del tálamo conyugal que él no podía tener el señor cardenal por ser obispo.Queda por dirimir el misterioso edicto de 1492 del que no queda otro testimonio que el del Cura de los Palacios. Los que se fueron al exilio fueron muchos menos que los que se quedaron. Pero metieron mucho ruido y ese es uno de los enigmas desde el cual se dilata la concepción de nuestra leyenda negra. Fue una medida política que perseguía la unidad nacional, muy difícil sin la unidad religiosa.Sin embargo creo que Teodoro Herzl, el fundador del Estado de Israel para la construcción del Gran Israel del Eretz Israel estudió la vida y los hechos de Fernando de Aragón. Actualmente el gobierno de Tel Aviv está acometiendo, o mediante la compra de tierras o por las bravas, la judaización de la Ciudad Santa, tratando de desalojar a los ortodoxos griegos y rusos, haciendoles la vida imposible a nuestros franciscanos custodios de los Santos Lugares desde Felipe II, y manteniendo a raya a los fieles de la mezquita de Omar.Lo tienen difícil como demuestran los sangrientos sucesos de los últimos días de 2008. Sin embargo para Dios no hay imposibles. Él permita que las tres religiones puedan orar cerca de la tumba del padre de los creyentes y vivir en paz y armonía judíos musulmanes y cristianos. Shalom y que paren las bombas. Conteneos. Es lo que desea al pueblo de Israel este pobre periodista de Corobias libertaria y comunera, como ven no me crecen pelos en la lengua, shalom. Sefarad. Shalom. Las navidades son tristes y trágicas por las razones saturninas que ya he apuntando. Tiempo de furor y ocurría lo mismo hace más de cincuenta años pues por estos días me llega el recuerdo de mi hermanito al que dimos tierra por Nochebuena.

Se llamaba Juan José y era el que me seguía.  Antes venía Henar la mayor. Dios también se la llevó.  Angelitos al cielo.  Por aquellos días de posguerra no paraba de sonar en los campanarios el cimbel del oficio del párvulo.  El entierrillo.  La lúgubre música de bronce del campanil se perdía por el horizonte. Eran entierros blancos.  Sólo se había muerto un niño.  Los sacerdotes oficiaban todo de blanco.  El luto por los infantes pero en aquellos decesos la muerte de guante blanco mostraba sus garras, no menos contundente y cruel. Vidas que se cortan nada más nacer.  El filo de la guadaña tétrica que yugula un hilo en ciernes.  Nunca comprenderé el dolor de los inocentes.  Parece ser, sin embargo, que en la vida moderna tiene un papel relevante Herodes y todos los días es 28 de diciembre.  Suena a clamor la campana.  La espada de sus soldados entra a degüello contra los que tuvieron la culpa y acaso por eso porque sus vidas no presentan mancilla son sacrificados.  Esto es algo más que un mito.  Toda una realidad de la existencia humana.En la tradición eclesiástica visigótica era la más pequeña de la torre en los campanarios españoles y recibe el nombre de cimbalillo, y los rusos la denominan la kolokolcha campanita. Por aquellos días de hambre y de muchas enfermedades, cuando no había sido descubierta la penicilina un simple catarro una diarrea llevaba para el otro mundo seres que aún no habían empezado a vivir. La muerte de mi tierno hermanito al que amortajaron no con una cruz sino con un angelito entre los dedos frágiles fue el precedente de unas navidades tristes de unas navidades que para mí supusieron un trauma toda la vida.  Señor ¿por qué? ¿por qué?


  Es una duda escabrosa que acecha al depósito de la fe pero estas dudas se resuelven con el principio de que la naturaleza es pródiga y selectiva.  De millones de óvulos sólo uno fecunda.  De miles de flores del manzano únicamente unas pocas se colman.  De las semillas que lanza el sembrador sobre el surco sólo germinan un 80 por ciento.  De los cigoñinos en el nido de la torre que suelen ser dos uno sobrevive y es su hermano más fuerte el que lo arroja al vacío.  La naturaleza elige a los más fuertes y a los que más luchan. Principio de selección biológica.  Inexorables leyes terribles de la naturaleza y violencia desde el principio que me hacen arrodillarme a los pies del Crucifijo y preguntarle:

-Señor ¿ por qué?  Tú no puede ser el asesino.  Eres el dador de vida. Sin embargo, una visita al oncológico infantil de cualquier hospital o un repaso a los miles de negritos que mueren desnutridos en el África es para qué los hombres de buena fe nos hagamos la pregunta de qué pecado habrán cometido.

¿No es Dios la bondad y la potencia infinita?

No hay respuesta, desde luego.  Es el silencio de Dios.  Su rostro se oculta. Ese silencio divino alienta un misterio teológico que ha afligido a muchos santos y esa cuestión pertenece al arcano de sus inescrutables designios.  Cuando llegan las nochebuenas  yo me pongo triste y pienso en mi hermanito.

  Fue por las fiestas de la patrona.  Vino mi padre del cuartel. Trajo con el machacante un saco de chuscos para todos los que vivían en aquella finca de alquilados: los carneritos, Gabriel el cojo al que habían fusilado un hermano por socialista, la señora Antonia Sabaté la de Lérida que vino refugiada a Corobias - vinieron en una camioneta de Intendencia tras la batalla del Ebro contando horrores y suplicios- de donde era su marido con su familia después de un bombardeo en que sus hijos Quico, Agus, la Juani se agarraban a sus faldas y gritaban en catalán:

Mame... mame.

En el piso de arriba habitaban la Maruja y la Carmen dos solteronas muy beatas.  De vez en cuando invitaban a merendar chocolate con picatostes al deán de la catedral u otros miembros del cabildo.  Cuando cruzaban el portal los niños ibamos a besarles la mano.  Los curiales nos dispensaban de esta obligación al ver nuestras narices cubiertas de mocos.

-A jugar niños, darse ligeros.

Algún canónigo se dignaba regalarnos caramelos o una estampita para que fuésemos buenos.

  Abajo del todo en el sótano que daba la huerta recibía la Felina que había sido miliciana.  Ella vivía en un cuarto de atrás y ahora ejercía el oficio más antiguos del mundo.  Una hilera de hombres hacían cola en el descansillo los domingos delante de su puerta.  Mamá nos había prohibido que bajásemos por aquella escalera.


  Matías, un extremeño que no sabía decir paladar decía el cielo de la boca u era algo zopo por lo que en la batería le apodaban el tuercebotas que así se llamaba el machaca o asistente de papá entre las vecindonas repartió los chuscos y algún salazón, varias latas de sardinas, unos arenques, un poco del rancho frío, las sobras de Mayorías, entre los vecinos y en la Casa de la Troya hubo fiesta con los aguinaldos de Santa Bárbara.  Hubo jolgorio en la corrala mientras Juanín estaba agonizaba por primera y última vez.


  Agus la catalana quería llevarme con ella a su casa pero yo me resistía a salir, me agarraba a los barrotes de la cuna del niño.  Cuando había nacido Juan José me dijeron que la cigüeña lo trajo volando por los aires en un cajón y yo cuando veía una cigüeña apuntaba al cielo y decía... esa... esa ha sido.  Busqué también como loco el cajón donde vino.  Dentro de la hornacha debajo de la cama turca.  En los altillos.  Y nada.  Se crió muy sano y rollizo.  Pesó al nacer casi cinco kilos y yo le hacía carantoñas, le quería mucho pues cuando mi madre le daba la papilla siempre caía alguna cucharadita. ¿Mamá me das un poco?  Ten.  Aquel condimento sabía muy dulce.  El niñín engordó.  Era muy sonriente y risueño.  Hacía ajitos y gracias.  A serrín a serrán los mozucos de san Juan y hasta comprendía el juego del puño-puñete-quitale y vete.  Pero un día empezó a toser.  En plena noche se encendía la bombilla del cuarto de mis padres habitación única pues vivíamos con derecho a cocina.  A mi hermanito no se le pasaba la tos.  Se le agarrotaban los pulmones.  Un llanto infinito que traspasaba el corazón.  Papá decía ay hijo ay mi hijo.  Y mi padre lo tomaba en brazos y lo arrullaba en una manta de esas de los soldados.  Paseando por la habitación.  El pequeño debía de sufrir y mi padre ea... ea... ea acunándolo sobre sus brazos.  Las toses iban a mal.  Así como las congestiones.  Por  la casa empezó a oler a boticas.  Un practicante militar venía de vez en cuando a ponerle una inyección en la barriguita, el paciente se revolvía de dolor.  Y la cocina de carbón ardía  día y de noche.  Para calentar las planchas de hierro y para las cataplasmas.  En una de esas por poco lo abrasan.  De nada servían estas curas de caballo.  Juano se nos moría.  Yo no sabía lo que esta palabra significaba pero ne la imaginaba algo horrible, tenebroso. Hasta que una mañana vino de urgencia don Samuel el médico (recuerdo bien la marca de aquel coche negro en que giraba visita a sus dolientes; era un “Balilla” italiano) y dio el diagnóstico fatídico: poliomielitis.  No había nada que hacer.  Mi madre lo arropó en la manta y lo subió hasta los franciscanos donde había un san Francisco milagroso.  Pasó al niño por le habito del santo.  Pero no había nada que  hacer.  No era esa la voluntad de Dios. Al poco el enfermito entró en agonía.  Mi padre seguía paseándolo por toda la casa arropada en aquella manta cuartelera que había batido tantas escarchas y cubierto a muchos muertos cuando la guerra y aplacado el dolor de tantos heridos:

-Ay mi niño.  Que se me muere mi niño.

Vinieron las convulsiones de la agonía y al poco tiempo expiró pasada una tos ronca como perruna y luego se fue con una sonrisa en los brazos del que le había engendrado.  Angelitos al cielo. Trajeron los de la funeraria un ataúd blanco y a Juan José lo amortajaron con su faldón de cristianar una rebequita con unas cintas azules y se llamó a un fotógrafo pues era entonces costumbre retratar a los niños que se morían. Mi padre siempre llevaría durante muchos años aquel retrato en la cartera. La casa dejó de oler a boticas y a cataplasmas y se inundó de flores y de corona.  La luz de diciembre bañaba los muebles de la humilde sala llena de avíos melancólicos.  Luego a primera hora de la tarde no se me olvida se paró delante de la casa un coche de caballos negros.  Aquellos jamelgos eran enormes. Una alzada gigantesca que casi llegaba hasta los cielos pero héticos, casi famélicos, el cochero de las pompas fúnebres no les daba mucha cebada y por los cuartos traseros se les salían los ijares.  Estaban los animalitos en los puros huesos.  Con unos penachos de plumas negras parecían buitres de mal agüero.  Y dentro de aquel carruaje introdujeron el blanco y minúsculo féretro de mi hermano.

-¿Adónde le llevan, mamá?

Entre sollozos pobre mujer contestó a mi pregunta:

-Al cielo, Antoñito, al cielo.

-Volverá pronto ¿verdad?

-Claro hijo pues claro.

-¿Y el cielo donde está?

-Ahí arriba.  Estará bien con Dios y la Virgen y su ángel de la guarda.

Mi madre empezó a musitar en un llanto que era alarido la famosa plegaria: “cuatro esquinitas tiene mi campana cuatro angelitos que me acompañan”

En ese instante vino Agus la catalana y casi a rastras me sacó del velatorio. Yo daba patadas.  No me quería mover de allí.

-Yo quiero ir también al cielo, Agustina, con el niño.  Yo quiero ir con Juano (le habíamos empezado a llamar así) para que se lo lleven los hombres malos en el carro negro.


Apañé una de las “perras” peores de mi vida.  El llanto y los berridos me  duraron dos horas mi pico pero ni Agus ni la señora Antonia la leridana se atrevieron a darme un azote. Hablaban en catalán evidenciando su pena y su compasión hacia mí.  Cuando regresé a mi hogar la cuna de mi hermanito estaba vacía pero como recién hecha como si mi madre  fuera a acostar de un momento a otro a nuestro niño que se había ido para siempre.

  Yo creía que mi hermanito no podría estar mucho tiempo en el cielo y estar lejos de mí que le hacía ajitos le hacía aserrín aserrán campanitas de san Juan  y hasta probaba un cacho de su papilla cucharadita a cucharadita viene pues yo también me crié bastante hermoso y rollizo.  Si la cigüeña lo había traído en un cajón y ahora se lo habían llevado en una caja Juanjo no debería de estar muy lejos.  Levanté las colchas a las camas, miré debajo de los cojines, descorrí la cortina de la hornacha, alcé la tapadera de la tinaja pero para mi desconsuelo mi hermano no estaba allí.  Al día siguiente cayó una gran nevada. Corobias se revistió de un manto de albor purisimo igual que el de la capa del cura que había oficiado el entierrillo.  Miré al cielo azul purisimo tras la nevasca y contemplé la belleza del cielo.  Pensé que aquel debía de ser un buen lugar.  Y entendí porque mi hermano no quería volver.  Estaba jugando con los ángeles en el cielo.  Pero fueron unas navidades tristes, sin embargo, sin portal de Belén y cerca de la cuna vacía las de hace sesenta y dos años.  Sin cantos sin pandereta.  Estábamos de luto.  De luto blanco.

  El nacimiento y el entierro de mi hermano fueron las primeras cosas que recuerdo de mi vida.  Vivencias asociadas a dos palabras el cajón de la cigüeña y la caja mortuoria.  Símbolo del hombre en su elipsis por la tierra de la cuna a la sepultura.  Angelitos al cielo.  Juano donde quiera que esté sabrá que le eché de menos toda mi vida.  Tenía tan sólo año y medio menos que yo.  Hubiéramos sido dos buenos amigos.  Ay, ay mi hijo.  Oigo la voz de mi padre quien desde el cielo también le llama.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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[1]Sub tuum praesidium confugimusa, Sancta Dei Genitrix, ne despicias in neccesitatibus supplicactiones nostras sed a periculis libera nos semper Virgo gloriossa et benedicta.  Era la última plegaria del día y nos dormíamos bajo el manto de aquella bella y antiquísima oración compuesta en el siglo V.

[2]Forma de dirigirse los maestros y profesores en las viejas universidades escolásticas de Alcalá, la Sorbona y Oxford.

[3]Inglaterra me hizo

[4]Lo siento

[5]Cada libro tiene su propio destino pero los versos nunca darán dinero

[6]A nosotros no, señor.  No a nosotros.

[7] Mancer, bastardo. En castellano han quedado algunas palabras del hebreo y todas tienen un carácter sexual como mancebía, cohén, manceba.

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