ARIAS MONTANO
ARIAS
MONTANO, EL PLACER DE CONOCER LA VERDAD QUE HACE AL HOMBRE LIBRE Y LE
LLEVA A DIOS. UNA GLOSA CRÍTICA AL ESTUDIO DE LA OBRA DEL MAESTRO
FREXENENSE A CARGO DE JUAN JOSÉ JORGE LÓPEZ
por
Antonio Parra Galindo
Ya
los griegos entre los seres humanos distinguían tres categorías: la
de los apegados a la tierra con poca discreción, más relacionados
con las bestias que con los seres racionales; la de los comunes o
vulgares que pasan por la vida sin pena ni gloria y parecen que han
venido aquí sólo para hacer bulto; y la de los áticos, capaces de
la contemplación y el discurso filosófico. San Pablo a los mundanos
les llamaba sarcinos o carnales a aquellos entregados a los fueros
del vientre, el vino, las venustidades, las riñas y contumelias, la
vanidad de las vanidades, etc., para distinguirlos de aquellos que
conducen sus días al albur del espíritu y de lo trascendente, según
los cánones de ese vivir hacia adentro que recomendaría, siglos más
tarde, san Agustín a sus hijos.
Este
es desde luego un concepto griego para los que la mujer todavía no
era siquiera considerada como un ser humano, como tampoco los
esclavos o ilotas, los metecos o desterrados. Se podía disponer de
sus vidas impunemente. Y es que la filosofía platónica de la cual
se nutre en buena parte el cristianismo hacía un amillaramiento
escalonado muy riguroso entre lo apolíneo y lo dionisíaco para
determinar las muchas jerarquías hasta alcanzar la condición de
manumitido o liberto. Los que viven según el alma no han de
barajarse en el mismo grupo que los ancianos que discutían en el
ágora. La vida se escalona en una ascésis Un camino de perfección
sustentado por el dominio de las pasiones. Gnosce
te ipsum.
Conocete a ti mismo. La πiσtiσ (fe)
y la γnoσiσ(conocimiento)
como entrada al portal de la sabiduría.
Unos
buscan la salvación y otros la condena. Unos serán préditos y reos
del fuego eterno y los otros bienaventurados. El evangelio insiste en
este punto de despego de las cosas terrenales y de búsqueda de la
perfección, algo que nunca podrán comprender los que se rigen por
los códigos del bajo vientre y buscan una vida de placeres, orgías,
odios, estulticias y enajenaciones mentales de todo género.
He
aquí un toque de atención para los que nos azacaneamos por
sobrevivir en estos agitados días del 2004. Aunque pecadores e
inmersos en la batahola de un mundo en crisis y plagado de
contradicciones y de convulsiones y de hiper actividad auto
complaciente o auto destructiva, aspiramos a una felicidad según el
espíritu, a esa sofrosine de los estoicos que se convierte en vida
de gracia en el evangelio, por eso mismo hemos disfrutado el manjar
suculento, esta ambrosía espiritual, que supone la obra de Juan
José Jorge López
que llegado a nuestras manos con los reclamos del tolle
et lege y
nos hizo pasar -¡bendito Agustín que nos iluminas con la llama
perenne de tu divino cálamo!- unas horas de antesala o anticipo de
ese paraíso prometido a los que mueren en la Fe, y que no consistirá
en el goce de las huríes, como piensan los sarracenos, sino la
contemplación y el canto, y la lectura, tal vez. Yo no me imagino un
cielo sin libros. Arias Montano era también un hombre de libros.
Sabía tanto y de todo- de lógica, ontología, medicina, y hasta de
ciencias ocultas y de folklore - que sus amigos le creían en la
plenitud de los siete dones del Espíritu Santo. Cuando regresaba a
su aldea de sus numerosos viajes al extranjero una mula tenía que
llevarle a casa los fardos con los tomos adquiridos. Del concilio de
Trento se presentó en Frejenal de la Sierra con un carro cargado de
libros y de ornamentos que guardó en la ermita de la Peña de los
Ángeles. Por eso Felipe II, su contemporáneo en todos los sentidos,
nacieron y murieron el mismo año, 1527 y 1598, le nombró su
bibliotecario. Y a los dos debemos tal vez hoy esa maravilla que es
la biblioteca escurialense.
Los
libros llevan a Dios, al pensamiento infinito. Conocer es amar. Y los
buenos libros, como éste, no solamente arrastran al conocimiento y
la verdad sino que también golpean el corazón con aldabonazos
inefables que nos recuerdan la música arcangélica.
Se
llama este tratado, un libro mayor y yo diría que definitivo para
acercarse al pensamiento y a la obra del maestro frexenense,
confesor, capellán, consiliario y legado de Felipe II en misiones
difíciles en los Países Bajos y en Portugal, políglota, sacerdote
santiaguista, ordenado de mayores en 1559 pero el que cayó algún
sambenito acusado de pertenecer a cierta fratría sospechosa, El
pensamiento filosófico de Benito Arias Montano: una reflexión sobre
su Opus Magnum. Suculento
bocado sólo apto para paladares exquisitos, y también un vademécum
magistral que nos guíe por el camino de la esperanza y de luz en
medio de la oscuridad de la travesía del desierto. El cristiano en
nuestros días está necesitado como nunca del maná o frumentum, ese
prandium
eucarístico que nunca podrá encontrar en los programas basura de la
televisión, sino en la quietud y el silencio de un paisaje con un
buen libro como éste en el regazo.
Los
poderes ocultos, esos que dominan por la amenaza y el miedo, el
atracón de terror, el montón de cadáveres en cada telediario, es
lógico que mantengan en prevención este tipo de escritos que no son
carnaza para la plebe ignorante y enajenada, sujeta a manipulaciones
constantes.
Si
hay algo que distinguió a la Iglesia Católica es su exhortación
perenne a la excelencia. A una vida mejor, no contaminada por vicios
y bajezas. Pocas instituciones han producido tanta belleza moral e
incluso física como ella. Para demostrarlo hay está la estética
misteriosa de tantas catedrales góticas, los cuadros del Greco, las
tallas de las Vírgenes Negras, los cantorales catedralicios celosos
archiveros de las melodías registradas en sus neumas.
Pero
esta riqueza muchos no la comprenden e incluso torticeramente
tergiversan el sentido de la historia. Los libros que atacan a la
institución eclesial alcanzan relieve. Sin embargo, las que la
defienden o exaltan sus valores como Chateaubriand en su “El Genio
del Cristianismo” están descabalgados o pasan desapercibidos.
Parece
que conviene que el candelabro permanezca debajo del celemín para
que no se perciba su luz. Este silencio con que se acoge la calidad y
el mérito en pro de la bazofia, el duerno de los sarcinos de los que
hozan por las páginas de la prensa de bulevar o de las insulsas
revistas de la entrepierna o en esa literatura de bestseller de
autores proclamados a dedo por los Kingmakers de las casas
editoriales transnacionales es una astuta manera de censura
subliminal que nos hace añorar los tiempos cuando en España hasta
las verduleras sabían de teología y se discutía de
omni re scibili.
La multitud sigue pidiendo pan y circo. Es la única taxonomía por
la que se rige la nueva cultura de masas. Todo lo que atañe a la
panza, el dinero, los goles y líos de alcoba de Beckham impera. El
caso es mandar balones fuera para evitar el sambenito de ser tachado
de políticamente incorrecto. Porque entonces no vas al quemadero -
los autos de fe de hoy día son más sofisticados y sin tanta bulla-
pero puedes quedar en las galeras del ostracismo, meteco en tu propio
país, extranjero en tu misma patria, tachado de la lista de los
vivos y empadronado en la de los expedientados y aspirantes a una
muerte civil que presupone hoy verdadera muerte en vida.
Entonces,
en el siglo XVI, cuando muchos, por su ascendiente judío, se sabían
algunos pasajes bíblicos de coro, razonar sobre cosas divinas, como
le pasó a Arias Montano y al propio primado de España, el cardenal
Bartolomé Carranza, podía ser más peligroso que ahora, desde
luego, pero Dios estaba más vivo.
Los
émulos de Nietzsche parecían empeñados en anunciar la muerte de
Dios. Dio la impresión de que lo habían conseguido hasta que
apareció Bin Laden a lomos de su caballo ruano, nuevo Almánzor
blandiendo la cimitarra, alquicel y turbante al viento del desierto,
al grito de Alá
akber. Este
grito hizo saltar de sus sitios a los ateos convencidos. ¿Vuelven
las guerras de religión?
El
libro de Juan José Jorge López nos devuelve a los ámbitos
perdidos, a ese Señor de la esperanza, de amor y de sed de
conocimiento que descubrió el obispo de Tagaste. El Dios verdadero y
trinitario. Padre compasivo y lleno de perdón que no propugna la
venganza. Hijo encarnado que murió en una cruz y resucitando venció
a la muerte pagando los rescates de la redención por una humanidad
rehén del pecado. Espíritu divino que recorre las páginas de la
historia. Un triangulo. La perfección del círculo. A ese Dios lo
lleva todo hombre metido en el corazón sea creyente o no. Intus
est. Habla
directamente al corazón. A Él se accede mediante la gracia, los
sacramentos, el canto de los salmos, la oración, el estudio.
La
orden agustiniana, la primera del monacato occidental, nos enseñó
las grandezas del retiro fecundo en pensamiento y reflexiones e hizo
suyas las grandezas del Beatus
ille,
que Cela sentenció con su atávica socarronería: “aquí el que
aguanta gana” y fr. Luis lo plasma en una oda cincelaria después
de haber sobrevivido al naufragio de la persecución y los malos
quereres, con un “decíamos ayer” para dar tabla rasa a los
tiempos de encarcelamiento:
Aquí
la envidia y la mentira
Me
tuvieron encerrado
Dichoso
el dulce estado
Del
sabio que se retira
De
aqueste mundo engañoso
Y
en el campo deleitoso
Con
pobre mesa y casa
A
solas con Dios se acompasa
Y
vive ni envidiado ni envidioso
La
idea puede venir de Horacio pero esta oda resume todo el gran
pensamiento agustiniano. Debe de ser algo que imprime carácter,
puesto que el autor, que ciñó el cordón de cuero y se puso la
cogulla negra y la esclavina de estos monjes, no puede ocultar sus
orígenes. Aunque sea en la actualidad un servidor del bien común y
como destacado mando en las fuerzas de seguridad haya dirigido, en su
capacidad de comisario, la sección encargada de la lucha
antiterrorista- el Arcángel Miguel, valedor de iglesia y sinagoga
los tenga del lado de su brazo fuerte-, en el siglo continúa bajo la
influencia de la manera de ser de los claustrales, adicto a esa recia
personalidad, rigor e ideas bien claras, que tuvo esta orden, quizá
una de las más antiguas de la Iglesia.
Sirva
como ejemplo el P. Ángel Vega que compuso la España
sagrada. También
fr. Luis de León y el propio Lutero ciñeron sobre sus lomos el
cíngulo, símbolo de castidad y entrega a Nuestro Señor Jesucristo,
aunque éste fuera demasiado alemán y orgulloso para pertenecer al
cupo de humildes y sabios hermanos que ha dado la OSA.
El
propio Azaña escribió el Jardín
de los frailes en
los que rememora sus tiempos escolares en el colegio del Escorial.
Cuando las turbas marxistas llevaron a cabo una saca en aquel centro,
el prefecto que tuvo el presidente de la república se libró de ser
fusilado con los demás. El antiguo alumno, aunque no demasiado
piadoso pero sí humanitario, consiguió un salvoconducto para que el
agustino pudiera viajar a Francia.
El
libro, musculoso y un verdadero “tour de force” en lo que se
refiere a la investigación y cotejo de fuentes o labor de campo
-hubo de compulsar los fondos de las bibliotecas españolas y una de
Bélgica donde está depositada la mayor parte de la obra de este
escritor extremeño, del que todo el mundo ha oído hablar pero del
que se conoce poco, al estar escritos sus libros, según era precepto
en esta época - Ginés de Sepúlveda, Erasmo, Vives y tantos otros
siguieron tal costumbre-, en latín.
Parece
escrito de un tirón, sin tropiezos ni iteraciones, con exactitud,
pese a lo abstruso de las materias abordadas. Todas son claridades
con hábil soltura de estilo, sin una falta, sin un gazapo en el
discurso por los saberes antiguos.
Es
un trabajo para quitarse el sombrero. El pergeño y la redacción -
es el tributo que ha de pagar la aparente facilidad- debe de haberle
costado a Juan José no pocos pervigilios y sacrificios de su tiempo
libre pero su tributo a Arias Montano no parece escrito a ratos
perdidos, sino que da la impresión de que todo fluye y se
desenvuelve con esa trabazón, esa gufa argumentativa y coherencia
procesal o sindéresis que sólo se aprende en la escolástica.
Arias
Montano, experto filólogo y hebraísta eximio, hizo una nueva
versión de la vulgata bajo la supervisión de su maestro alcalaíno,
Cipriano de la Huerga, que suscitó envidias y rencores. Es lo de
siempre. Otro dómine, León de Castro, rival suyo, sintiéndose
despechado al haberle sido encomendado por el Rey Felipe II a Montano
en vez de a él, la faena de acometer esta nueva versión de la
Escritura, que no se llevaba a cabo desde Cisneros, lo acusó de
judaizante.
No
está claro si pudo pertenecer a los incipientes grupos de
alumbrados, como el de Llerena, cerca de su lugar de nacimiento, o a
los conventículos protestantes que agrupados en torno al Regidor de
Toro, el veronense Luis de Seso, entregado al brazo secular en un
notorio auto de fe en la plaza mayor de 1559, hicieron acto de
presencia en diferentes ciudades españolas: Sevilla, Valladolid,
Medina, y por los que se alzó proceso contra el mismo arzobispo y
primado de Toledo, pues la inquisición no respetaba ni a rey ni a
roque, fr. Bartolomé Carranza.
Al
igual que éste, Montano pasó algunos años en Flandes y fue ponente
del concilio de Trento. El Santo Oficio también tuvo bajo sospechas
a otros padres de aquel concilio, los dominicos Domingo Soto y
Melchor Cano. El proceso a Carranza en el cual no se nombra para nada
a Montano pudo ser la causa de su caída, perdido el valimiento del
monarca y la capellanía y el beneficio de confesor regio, y de su
retirada a su escondrijo en la sierra de Aracena, concretamente en la
Peña de Alojar donde pasó cuatro años retirado del mundo, muriendo
en la cartuja de Sevilla el 6 de julio de 1598 meses antes que el
señor al que tan cumplidamente había servido y que tan mal le pagó.
Sus obras fueron inscritas en el Índice en 1612 y, aunque luego
rehabilitadas, permanecieron en la oscuridad durante siglos. La
tragedia de este gran hombre, como la de tantos de su tiempo, fue la
de pasar de martillo de herejes en Trento a sospechas de sambenitado.
Jorge
López señala que Montano era un extremeño bondoso, humilde y
conciliador, pese a su gran ciencia y pese al hecho de haber estado
su vida dominada por el deseo de saber.
A
la cupiditas
aedificandi de
los romanos, que se pasaron haciendo obras públicas y edificios
hechos para dudar hasta la eternidad, respondieron los humanistas del
Renacimiento con la cupiditas
sapiendi.
Nada de lo humano les era ajeno. El saber era único y su enseñanza
se distribuía repartido en centones. La música tenía relación con
la matemática y con la cirugía y la medicina o la mecánica. No
había especialización.
Montano
era un humanista que intenta en sus escritos explicar se a sí mismo
y cuanto le rodea desde una postura teocéntrica. Cree en la palabra
y el poder del nomenclátor. ¿Qué fue primero la cosa o el nombre?
Pues san Isidoro en sus Etimologías nos
dice que el Señor puso los nombres antes de hacer las cosas. El
título vino antes que el libro y el artículo. Pero esta idea no es
suya. Es de Platón. El que sabe domina. La información es poder. In
principio erat Verbum. Aunque tampoco hay que dejar de lado otra
realidad. El que a veces la ciencia allega dolor y que para ser feliz
no conviene saber mucho. Es la noción oscurantista del Kempis y de
algunos reformistas medievales escandalizados por las discusiones
bizantinas en la Sorbona.
Pero
de lo que antecede se deduce que Dios antes de la creación dio los
nombres y después se puso manos a la obra.
Contra
esta idea, arriba y abajo del álveo de la historia, estuvieron
batallando los enemigos de la Cruz. Su argumento más divulgando es
decir que el cristianismo no es más que una armazón retórica. Este
criterio inspira seguramente el empobrecimiento del lenguaje urbano
de nuestros días, la anfibología del doble lenguaje en virtud del
cual las palabras se vacían de contenido y significan a veces lo
contrario de lo que antes expresaban.
Sin
embargo, el pensamiento agustiniano es todo él una glorificación
del Logos. Occidente no hubiera llegado a nada sin la retórica. Es
el verbo el que precede al concepto. De ahí esa gran cultura, ese
amor a la libertad que estriba en el Evangelio, contrario al
pensamiento único, en aborrecimiento del fanatismo. No proviene el
catolicismo, a diferencia del islam, de un solo libro y una sola
escuela, un solo rito “porque muchas son las moradas en la casa de
mi Padre”. Se muestra más ecléctico en sus procedencias y
saberes.
De
manera que Cristo se convierte en la síntesis, el ápice, el alfa y
la omega, el antes y el después del mundo anterior a su venida y el
futuro. Pero siempre será combatido por los anticristos vaciados en
el molde del pensamiento único. Cuando empuñó el látigo contra
los cambistas del Templo y llamó raza de víboras a los fariseos se
rebeló contra los sacerdotes del sanedrín que se creían
depositarios de la verdad y abogaban por la estricta sumisión a la
ley unilateral. Con su sublevación el Gran Eleuterio, como le llaman
los padres griegos, o libertador, puso boca abajo el mundo de la
sinagoga. Se alzó en armas contra el “Establishment” del Consejo
de ancianos. Y esa actitud no se la perdonarán nunca.
Corolario
de esto mismo es la creencia sostenida por algunos milenaristas del
quiliasmos postrimero - y Agustín que asistió a la caída de Roma
bajo los cascos del caballo de Alarico era uno de ellos- de que el
anticristo ha de tener sangre musulmana. Admitidos tales supuestos,
estaríamos ahora mismo en los pródromos de esa parusía o segunda
venida. Esto, claro está, no supone más que una conjetura. Todo lo
que sube baja, y todo lo que empieza se termina. El universo que tuvo
un principio ha de tener un fin. ¿Cuando ? Esa es la pregunta.
Los
capítulos dedicados a la Cosmogonía es una de las partes más
interesantes de este tratado sobre el Frexenense. Arias Montano - nos
explica el autor - sostiene la idea de la creación ex nihilo que se
fundamenta sobre el criterio estrictamente bíblico del espíritu
soplando sobre el barro. Dios hizo el mundo de la nada. Empezó por
el firmamento.
La
nada era el caos y en ese caos cubrían los espacios una especie de
magma viscoso. Es el maim o
protoplasma que al entrar en contacto con el eloim (ánima,
soplo, hálito) dio paso a la vida. Esta noción la tomaron los
judíos del hilomorfismo de la materia y la forma, el alma y el
cuerpo, el ying y el yang de los chinos. El martillo y el yunque. La
papeleta y la urna. El hombre y la mujer. El alma y el cuerpo. El
espíritu y el cuerpo, etc. Hilomorfismo puro.
La
ortodoxia católica había condenado en varios concilios el
emanantismo, una herejía aparecida en el s. V y que hizo suya
Mahoma, con su “Alá es grande”, frase que traduce las palabras
de Platón el cual creía que todo cuanto había en el mundo emanaba
de un ente supremo. Lo que estaba abajo era reflejo de lo que estaba
arriba. Lo pequeño se corresponde con lo grande. Lo blanco con lo
negro. Lo alto con lo profundo.
Aún
no había surgido Darwin ni Teilhard de Chardín, refractario a
creerse lo de la generación espontánea bíblica. Todo efecto ha de
tener una causa, para rebatir esta noción con que comienza la
cosmología judeocristiana, atentando Dios contra las leyes
físicas.¿Podrá Dios ir contra sí mismo?
El
Génesis preconiza esta idea de la creación de la nada, del soplo
divino sobre el barro. Fue un arranque que transforma la potencia o
materia (maim) en acto (eloy) espíritu divino. Todo de golpe, sin
dilaciones ni intermediarios en un pispas. El frexnense no anticipa
la tesis de la evolución pero sí la de Laplace y la del Big Bang de
los físicos de Palo Alto. Nos habla del ichi o
fiat de la Encarnación. Un “hágase” que sonó rotundo
destapando el odre de los vientos, poniendo en movimiento las
esferas, haciendo manar las fuentes y el agua fluyendo por el cauce
de los ríos. Todo lo hizo bien. En todas las cosas puso su sello.
Convirtió el caos en cosmos. Todo lo ordenó. Con la potencia de su
brazo dio un empujón a la noria y los cangilones empezaron a rotar.
La
obra no ha terminado porque el universo es un concepto en expansión.
Desde entonces seguimos inmersos en el torbellino de este “fiat”
porque el proceso no se ha cerrado. La biblia no es oscurantista,
según sentencia Arias Montano; se compadece con el criterio de la
evolución.
De
ahí ese amor que profesan los cabalistas por la Escritura. En sus
páginas creen advertir el rastro del pasado, el aviso del presente,
el barrunto de lo porvenir. Sus enseñanzas - y esta es una intuición
sorprendente para un hombre que vivía en la segunda mitad del siglo
XVI- no están en colisión sino en colusión con la ciencia,
proyectándose en todo el conjunto el lenguaje críptico en el que se
expresan los escritores bíblicos bajo la inspiración del Espíritu
Santo.
El
afán de conocer es figura del pacto que hizo Jehová con el pueblo
elegido al entregar a Moisés el Covenant. No se trata de un caso
cerrado sino de un proyecto otorgado en esbozo y que el paso de los
siglos irá culminando con arreglo a los designios de la Providencia
omnisciente.
Lo
primero que creó Dios fueron las luminarias. “Hágase la luz y la
luz fue hecha”. Después de las estrellas, los planetas. Montano,
según nos explica con su convincente hermenéutica Juan José Jorge,
no suprimió las artes adivinatorias, porque pensaba que el porvenir
del hombre estaba escrito en las estrellas. Tampoco rebate la magia
natural, que hay que diferenciarla de la negra o diabólica, obra del
hechicero maligno.
Esta
magia natural se enseñó en las aulas universitarias, en los
claustros catedralicios y en los conventos y tirocinios jesuíticos
hasta el s. XVIII. Hace unos años llegó a mis manos un texto
anepigráfico- estaba arrancada la cubierta-, que bajo el título en
páginas interiores de Magia
natural y filosofía oculta trataba
de estos supuestos, y bien pudiera haberse debido a la pluma de
Arias. Lo que parece obra de trasgos al principio, luego,
descubiertas las causas, encuentra explicación lógica.
La
Magia fue mentora de la alquimia y formaba parte de las disciplinas
anejas al Trivium y al Quadrivium, los siete saberes principales, los
que ponen a la mente humana en el camino recto antes de llegar a la
piedra filosofal, o de encontrar el quinto elemento o quintaesencia.
Los otros son: agua, fuego, aire, tierra.
Como
se comprobara, esta cosmogonía del Génesis se diferencia bastante
de la teoría del origen del mundo que dan las religiones
sincretistas. Griegos y romanos no se tomaban muy en serio a los
dioses del Olimpo presididos por Zeus Tonante. Su teodicea es
ridícula. Téngase en cuenta que el étimo “θeos”,
que en lengua griega no vine en mayúscula, es la palabra que
utilizamos los españoles para indicar este concepto a través del
puente del latín: zeus, theos, dios.
El
Dios semítico, celoso, vengativo, interventor en los asuntos
mundanos para salvar a un pueblo en perjuicio de otros - la Biblia
resulta a veces un cuento de las Mil y una Noches y otras, una
película de buenos y malos, una crónica de crueldades y de
perversiones- fulminando ab alto a los filisteos o parando el sol
para que Josué pueda ganar la batalla, es otra cosa. No causa risa
sino pavor.
Es
El que es, Jehová. No se atrevían los judíos a llamarle por su
nombre; por eso utilizaban circunloquios para designarle: Gharon (el
alto), Golán (eterno), Tholedah (sin tiempo). Fue ese Dios grande en
el Sinaí que llega a entrever Castelar en su magnífica elocuencia.
Es ese Alá sanguinario de los moros empuñando la cimitarra con
llamadas a la oración cinco veces al día, la peregrinación a la
Meca, la anúteba o guerra santa. Es un Dios que nunca se emborracha
como Jupiter ni tiene deslices con las otras diosas y que nada tiene
que ver con el Cristo amoroso y lleno de perdón que nos bendice
desde la mandorla del Pantocrátor.
En
su nombre no se puede matar porque predica algo muy difícil de
cumplir a no ser con fuerzas sobrehumanas: perdonar los agravios, no
utilizar la espada. Porque el que a hierro mata a hierro muere. En
cierto modo el mandato evangélico tronza las normas establecidas por
la naturaleza. Y volvemos a esponjarnos en la duda antigua ¿Puede
Dios contradecirse?
Los
musulmanes, proselitistas e invasores, consideran que la religión ha
de ser impuesta a sangre y fuego. Los judíos, por su parte, nunca
tuvieron misioneros. La religión para ellos es una ejecutoria de
hidalguía, que se transmite desde el claustro materno. Apenas tienen
conversos. Se consideran acreedores del vaso de la elección. No son
violentos, creen en la guerra justa y defensiva. Se muestran en la
batalla por la construcción del Eretz Israel más inteligentes y
menos bestias que sus rivales sarracenos. Sin embargo, su religión
no manda la misericordia sino la estricta aplicación del ojo por ojo
que les obliga a arrasar la casa y sembrar el campo de sal -venganza
bíblica- de todo aquel que se atrevió a alzar la mano contra Israel
en cualquier acto terrorista. Consideran la vida sagrada y así todo
judío después del Bar Mitzav se convierte en hallahah,
es es: en santo.
Para
Arias Montano no hay contraposición entre razón y fe, al tiempo
que, escriturario avisado, se atiene a las fuentes rigurosamente
hebraicas de la la revelación y las interpreta en su parénesis al
pie de la letra, porque, ya lo hemos señalado, ésta es la versión
cabalista que ve en la palabra de Adonai la fuente de todo
conocimiento. El cristianismo, por su parte, bebe no solamente en el
hontanar de la letra sagrada sino también en el de la tradición,
incorporando a la liturgia y al calendario eclesial viejos ritos
paganos cristianizados o adscribiendo al catálogo de los santos
héroes míticos de dudosa existencia como san Cristóbal, san Jorge,
san Nicolás y que en buena medida parecen apócrifos pero que
excitan al fervor popular. No puede haber religión sin un cierto
entusiasmo y el entusiasmo es sinónimo de endiosamiento en griego
(εv θεoς).
En la Encarnación Jesús se hermanó con nosotros, cargó a cuestas
con nuestros pecados, nuestras dudas, sin romper del todo los lazos
que ataban al hombre con su pasado.
El
caso de Pablo arrasando los ídolos y apagando las velas votivas en
el altar de Afrodita en Efeso - el Apóstol de los gentiles era un
judío zelotes y muy exaltado - es una excepción. Los primeros
evangelizadores al anunciar la buena nueva fueron tolerantes y
bastante permisivos con el legado pagano. Cabe recordar, asimismo,
que todo el NT excepto Mateo está escrito en griego, la lengua en la
que predicó Jesucristo, que era, según alguna paleografía moderna,
un judío helenizante, aparte del arameo. La herencia clásica pesaba
mucho entre los primeros cristianos. De hecho, todas las conmociones
religiosas, las disputas inter sinodales y los cismas tienen por
marco este ámbito de los que propugnaban una estricta observancia
del bagaje semita y el gentil dentro de los bautizados. Así, las
herejías de monotelitas, monofisitas, donatistas, pelagianos,
arrianos, nestorianos, iconoclastas y demás. En los primeros ciclos
a san Pablo lo tenemos enfrentado con san Pedro. El problema, el de
siempre: los judíos.
Siempre
surge una voz clamando por la vuelta a la antigua observancia. Y esa
voz es la de los textos sagrados. Sin embargo, cada vez que se
levantaba esa voz había que temer revueltas, guerras y sediciones.
Así es la condición humana. El hombre hecho del barro se escuda en
la divinidad para dar rienda suelta a sus egoísmos fanáticos.
Para
contemplar la historia con una cierta perspectiva, no queda otro
remedio que olvidarse de las bajezas de la rastrera y difícil
convivencia política y subir más alto. El universo es puro e
incontaminado porque lo alumbra la llama de ese horno o pebetero
perpetuo que es el sol. Arias Montano describe al mundo como una
esfera. En geometría la esfera simboliza lo perfecto. En ella caben
las hierbas, las piedras, las aguas, las quintaesencias del quinto
elemento. Al espacio lo llama makom y
al tiempo gholam.
Dios
todo lo hizo bien. Los ciclos estacionales marcan a compás el giro
el de las esferas en armonía, pero Montano, aunque escuchaba esa
música serena de Salinas a la que canta fr. Luis en una oda, no
había abandonado, con la gente de su época la idea del geocentrismo
antropológico del Renacimiento. Para ellos la tierra y el hombre
eran la medida de todas las cosas. A la sazón no había aun
levantado cabeza Galileo con su tesis heliocéntrica.
Las
observaciones que hace el autor sobre el pensamiento montanista en lo
tocante a la creación del hombre y de la mujer advierten de la
inviolabilidad del matrimonio santificada por el matrimonio
cristiano, y cita al efecto la Carta ad Efesios en la cual san Pablo
manda a los desposados quererse como partes de un mismo cuerpo que
alienta bajo un único espíritu, pero también dice: Esposa os doy y
no sierva”. Pocas religiones han hecho tanto por la manumisión y
la igualdad de derechos, contra todo lo propalado por las feministas,
como la Iglesia. Prescribe la tolerancia, la compasión, el respeto
mutuo. Nunca la guerra de sexos ni la violencia de género. Es
curioso; muerto y finiquitado el marxismo con su filosofía de la
lucha de clases aquí seguimos enfrentados con la lucha de género,
que está destruyendo la célula nuclear de la sociedad española, la
familia, por un lado, y, por otro, rebajando a la mujer a su antigua
condición de objeto de deseo. El hedonismo imperante nos las hace
desfilar todos los días por la catasta. Y por ese camino llegamos a
un aberrante culto al cuerpo y a la fortaleza física que junto con
la emancipación de la mujer y la libertad sexual nos pueden llevar
muy lejos. Pero ese no es nuestro asunto.
Volviendo
a Montano, éste nos dice que el hombre y la mujer son
complementarios, partes de un mismo todo. La mujer para el hombre no
ha de ser un factor perturbador, ni viceversa. El hombre es el
espíritu y la mujer la materia. Ésta por tanto está más pegada a
la tierra. Dos seres en armonía, el orden dentro del caos de la
naturaleza.
Sigue
el autor haciendo un repaso a todas las disciplinas del saber
abordadas por Montano. Es muy interesante lo que nos dice de la
Medicina de la cual tenía grandes conocimientos el sacerdote gracias
a la amistad que tuvo en su juventud con Francisco de Arce al que
conoció en Salamanca. Así que dio una singular importancia a los
tratados de Medicina y de Farmacia en la catalogación que hizo de
los libros para la Biblioteca del Escorial, cuando el rey Felipe II
le encomendó la tarea de documentar arhivísticamente todos los
fondos de una de las librerías más importantes de la cristiandad y
que ha pasado hasta nosotros.
Montano
era un hombre total y también contradictorio. Aspirante a la vida
solitaria y al horaciano “Beatus ille”, estuvo enfrascado en
tareas diplomáticas y políticas de su tiempo como fueron el
Concilio de Trento, la pacificación de los Países Bajos y de
Portugal. No se concibe cómo pudo escribir tanto, casi más que el
Tostado y con tanta penetración sobre los temas más diversos; el
hombre, Dios, la naturaleza caída, el pecado, la muerte, el fin del
mundo, la ortografía. Más de cien volúmenes. Creo que su semblanza
literaria ha quedado bien plasmada en este libro de Juan José Jorge.
Nos le presenta como un antiguo Argos de la sabiduría.
Lo
hemos leído con fruición e interés, verdadero prandium espiritual
en nuestros días. Pero hay un aspecto insinuado en toda la obra y
que no ha podido ser abordado, lógicamente, y por menudo, como
podrían ser las relaciones de Baruj Arias Montano con Bartolomé
Carranza. Los dos fueron asesores y capellanes de Felipe II. Los dos
viajaron con él a los Países Bajos y a Inglaterra, entrando en
contacto con el mundo bíblico judeoprotestante, que irradiaba de
Amberes y de Amsterdam. Fue en Flandes donde publicó el primado
Carranza su Catecismo que habría de traerle tantos quebraderos de
cabeza y la Biblia regio de Pontino incoada por Arias se publicó en
Bruselas donde yace gran parte de su obra inédita. Esa traducción
pondría en su entorno el formidable aparato logístico de la
Inquisición. ¿Era fruto de malquerencia o una nueva y peligrosa
interpretación del cristianismo? Arias Montano como Carranza mira
con cierto desdén el culto externo y aboga por una interiorización
de las relaciones con Dios. En esa órbita giran santa Teresa, san
Juan de la Cruz, san Juan de Avila, pero también Miguel de Molinos y
todos los alumbrados. Felipe II, al que denuestan con tanto ahínco,
al defender la ortodoxia libró a España e Italia de las conmociones
de una guerra civil por causas religiosas. Tuvo que cortar por lo
sano y se le motejó de cruel. ¿Pero no fue más cruel Calvino
quemando a Miguel Servet porque contradecía sus convicciones
bíblicas acerca del flujo sanguíneo? Si resulta que el culto a las
reliquias y las cruces no eran más que dos palos cruzados - por ahí
empezó todo- nos hubiéramos quedado, llevados por el viejo furor
iconoclasta de hugonotes y luteranos, sin las estatuas de Miguel
Ángel y sin todo el arte cristiano del Renacimiento que es muy rico
y copioso, y las iglesias vacías sin retablos, y oliendo, como
muchas ahora, a gatizo. Me parece a mí que esa veta externa del
catolicismo, aunque provenga del paganismo, es importante. La
abolición de la rica liturgia romana, la supresión del latin como
lengua universal de la iglesia - que a algún cura con mala uva he
escuchado yo decir que bien hecho porque era la lengua de los que
mataron a Cristo, cuando esto no es verdad, en la crucifixión se
habló griego y arameo-, el abandono de las antiguas posturas, el
auto de fe y la quema de los viejos libros, manuales, cartularios,
libros de horas, catecismos que han quedado postergados en favor del
retorno a la Biblia a palo seco, son cosas que asustan y preocupan a
los que verdaderamente hemos amado a la Iglesia. Nos duele que ésta
se haya convertido en una ONG,. Que padezca macrocefalia con una gran
cabeza - un papa en capa magna y en silla de ruedas que parece haber
pactado con los poderes del siglo pues parece ser que le gusta ser un
héroe mediático con merma de las obligaciones de su magisterio- y
un cuerpo raquítico con una feligresía abúlica y rutinaria y un
clero que en sus prédicas se van por las ramas y no explican el
Evangelio con arreglo a las necesidades y preocupaciones del hombre
de hoy. No denuncian. No protestan. Hacen simplemente encajes de
bolillos. Si la cabeza ha pactado - me parece que en parte las tesis
de Lutero con respecto al papado no iban descaminadas- con los
poderes fácticos y están al servicio del imperio otra cosa no
podían hacer los miembros. De aquellos polvos estos lodos. Si esto
hacen los rabadanes qué no harán las ovejas. Quizás a esta
iglesia, dominada y sometida a los poderes de la sinagoga, a qué no
decirlo, la salven sólo los diáconos. Es eterna, de eso no me cabe
la menor duda. Quizás estemos a las puertas de una impasse. Esto
tiene que dar un vuelco. Si no, se acaba.
El
libro de Juan José Jorge nos ha retrotraído al gran tiempo que tuvo
el catolicismo, su hora mejor y al hilo del mismo hemos aportado
estas sugerencias que son, claro está, impresiones personales y
preocupaciones de la hora actual cuando hay tantas instancias que
abogan en favor de la sustitución de la Crucifixión, obra de la
redención y sacrificio del Mesías, de forma total, por el
Holocausto o muerte de unos pocos. Puede que ahí estribe la razón
de nuestros males. El mundo actual se enfrenta a un problema de
conciencia entre los que niegan y los que confiesan a Jesucristo,
entre ovejas y cabritos, bienaventurados y préditos. La amenaza del
islam y la pressura
gentium-
pues no otra cosa son las emigraciones en masa que padecemos- vuelve
a tener todos los visos de castigo divino y un recordatorio a Europa
para que regrese a vivir al pie de la cruz, un consejo difícil en
estos tiempos de comodidad y de egoísmo, uno añora los días en que
los obispos, caballeros prevenidos en frontera, iban a la cruzada,
como don Rodrigo Ximenez de Rada, el de las Navas.
Pocos
cristianos parecen dispuestos ya a dar testimonio de su fe derramando
su sangre por el Salvador. Vino el separador y sembró nuestros
campos de sal. Conocía bien nuestras costumbres y parece haber
ganado la partida. Lo importante hoy es el bienestar. Montano murió
el mismo año que Felipe II en 1598, cuatro siglos antes del
desastre, y diez después del naufragio de la Invencible. Había
nacido en 1527. Era de la misma quinta que el Rey Prudente. Sosegáos.
España,
despierta.
Antonio
Parra Galindo
18
de abril de 2004
21
de marzo de 2004
URNAS
Y CADÁVERES. TRIUNFA EL GRAN JIFERO. GUAY DE MI ESPAÑA
Estábamos
todos tan tranquilos aunque la campaña electoral seguía por el
rumbo habitual de los estacazos. La bomba nos cogió desprevenidos,
helada nuestra sangre, un once de marzo, mes inicuo cuando los
almendros florecían. Fuimos a las urnas el día de las idus y
acabamos bailando sobre los despojos de 202 cadáveres. Ha sido la
hecatombe. Triunfó la extorsión y la mentira, porque en España
nunca se ha mentido tanto como por estas fechas. Vivimos bajo la
férula de los envenenadores mediáticos. El gran jifero se ha lucido
en la embestida. Pingaban cadáveres y restos humanos sobre los
postes de la catenaria y las explosiones abrieron boquetes en la
carcasa dejando abiertas las heridas. Los muertos yacían entre
cascotes y los costillares desnudos y las ruedas del vagón sobre las
vías. Otros permanecían sentados en sus asientos, la cabeza echada,
como un poco traspuestos en la siesta de la eternidad, el maletín de
mano sobre el regazo y el teléfono móvil sonando en los bolsillos
de la chaqueta. Una llamada que jamás sería atendida.
La
prensa voraz y morbosa lo que quiere es espectáculo. Muchos
reporteros de acá para allá parecían matarifes en plena exultación
mondonguera, mientras Jeremías convocaba a sus plañideras al otro
lado de la banda. Los periódicos al día siguiente hoy sí que
verdaderamente parecían una casquería. Somos muy burros o muy malos
- pensaba para mis escuchas- y Dios castiga sin piedras ni palos. Los
ateos se hacían la pregunta de por dónde andaba Dios ese día. Por
los viejos plantíos y huertas de la antigua Atocha a lo mejor es que
no le tocaba servicio.
Ha
sido una mañana de Herodes esta del 11 de marzo que ha dejado una
lista de 202 madrileños trucidados, la mayor parte emigrantes de
doce países del mundo; el resto, estudiantes, funcionarios,
profesores, algún fontanero.
Iban
los deudos a recoger las pertenencias de los fallecidos y entre los
despojos los móviles seguían sonando. Un rinring macabro. Nadie se
ponía al teléfono al otro lado de la valla de la eternidad.
A
consecuencia de la masacre los cuerpos quedaron hechos albúmina.
Había trozos de carne y muestras de dentadura sobre los cables del
tendido eléctrico. El viento pulsando estridencias sobre el
embobinado de las jarrillas cantaba epinicios y hacía sonar las
notas del “Dies Irae”.
¿Quién
ha sido? ¿La ETA? ¿Los moros? Nunca se sabrá, mas todo huele a
conspiración. Las lebrelas ventean la presa y todos a po ella.
¡Pobre España vendida y vencida! Muchos monteros la garza combaten.
Por altos oteros los perros la llaten. Me acordé esta mañana
sencillamente de unos versos.
Tres
trenes de cercanías saltaron por los aires. La onda expansiva
derribó a un gobierno. Madrid volvió a ser ese día trágico y
esperpéntico en la hora de los Jeremías, y de las lagrimas
cocodrilas. Se impulsó el nuevo lenguaje del “double talk” o de
la viuda rica. Vamos a tener fúnebres lamentos y plañideras para
muchos días porque aquí todo se vende. Hasta la muerte. los
políticos chupan cámaras, formulan condenas y dándose golpes de
pechos farisaicas dicen que hay que derrotar a la violencia venga de
donde venga. ¡ Cuántas monsergas hemos escuchado a lo largo de
estos años de democracia y de terror! Los malhechores nunca son
habidos. Los detiene la poli. Entran por la una puerta del juzgado y
salen por la otra. Los fariseos de la justicia, los coribantes del
poder y de los micrófonos, los tribunos de la prensa, se rasgan las
vestiduras.
-Ha
blasfemado
-Oiga,
¿Yo qué he dicho?
-Llamar
moro a un marroquí ¿le parece poco? Eres un racista y xenófobo. Ya
te ajustaremos las cuentas.
Al
gran hermano y a los patrocinadores del nuevo lenguaje global no les
gusta llamar a las cosas por su nombre.
Los
cuervos volvieron a planear graznando lúgubres - y el que avisa no
es traidor- sobre los desmontes de Moncloa.
Oído
al parche, españoles. Dicen los grandilocuentes y los de la prensa
del coturno que no sabe contar ni escribir si no es plagiando el
título de un libro o de alguna película cretinizada por algún
norteamericano que “estos tres días cambiaron al mundo”. Aquí
los mensajes clónicos se prodigan.
Sin
embargo, se estaba viendo venir. Quien mal anda mal acaba. Son cada
vez más activas las fuerzas de descomposición de un estado bajo la
bota de sus enemigos a los que les hace el juego. Moros en la costa.
Sayones de Eta. Luego vendría el “zapatazo”. No se guardó luto
y fuimos a comicios de cabeza como aquel que dice para elegir a
Zapatero entre muchas manifestaciones y condenas a la violencia
“venga de donde viniere”. No se respetó la sacralizada
inviolabilidad del sabath o día de reflexión de los nuevos
nomencladores que abren y cierran el Talmud del NYT todos los
días. Blasphemavit. Reus est mortis. Vuelven a escucharse
por toda Europa las palabras y vejámenes de la crucifixión. Los de
la SER aullaban la vieja consigna de “a por ellos”, “vamos a
quemar sus sedes”. ¡Qué bochornoso espectáculo es el que
propician por acá los comicios. Lean el “Cuarto poder” de
Palacio Valdés, nenes. Y allí viene todo cuanto sucede. Un pueblo
tranquilo, idílico, puede convertirse en un lugar de paz, un
infierno, cuando la ciudadanía se disponga a votar.
Se
han dicho muchas majaderías. El caso es meter ruido. El papaz se
hizo amigo del ulema. Ya somos hermanos. Emergen los aljamiados y los
conversos a Mahoma. A Gala le `pagan los saudíes. Hasta le han
regalado una pluma que él ha reconvertido en cimitarra para volver a
degollar cristianos y escenificar de nuevo el martirio de su paisano,
Eulogio de Córdoba. Las masas, convertidas al Alcorán, pronto
pondrán en su casa la quibla y la alfombra litúrgica para rezar a
la Meca. Aquí conviene hacerse composición de lugar, apercibirse a
combatir, o huir a los montes
Hemos
dejado de ser libres. Mandan las masas. El capitalismo del circulo de
Chicago, más puro y duro, el más torcaz, eleva altares a Marx. Se
cumplen las profecías de Trotsky de la revolución permanente con
esto del globalismo. ¿Quién están detrás de alcaida? Los judíos.
¿Quién concibió y parió Hamás? El Mossad. Ellos nos han metido
en este tremedal. A su anúteba particular quieren que respondamos
con una cruzada contra el yihad. Lo que no es óbice para que las
mafias hebreas que controlan los movimientos de población por todo
el planeta estén trayendo gentes de todas las etnias para acá.
Madrid a las nueve de la mañana de un día cualquiera en el metro se
convierte en un babel linguístico. Hay de todo menos españoles.
Para más cachondeo nos pasan por la cara lo de la civilización
judeo cristiana.
-Oiga,
amigo. Yo de judío no quiero tener nada.
Ellos
que han clamado por la pureza étnica, lo del “vas electionis” y
de la preeminencia de Israel sobre los otros pueblos a los que el
Jehová del Sinaí está en su derecho de tratarlos como bestias -
¿no fue él su creador? ¿no somos hijos todos del mismo dios?- nos
venden la burra del mestizaje, el cruce de culturas, la convivencia
de los tres credos. Bosnia y Sarajevo y Toledo en el corazón. Europa
de nuevo en manos del turco. El objetivo es la cristiandad, pero en
Roma no se han dado cuenta.
Las
carcajadas del Sanedrín resuenan bajo las bóvedas de las
catedrales. Las iglesias se han convertido en sinagogas o en museos y
los verdaderos templos cristianos como los de Kosovo los prenden
fuego. Cuando Sharon dice que ha estallado la tercera guerra mundial,
el tono de su voz y de su acento guardan ramalazos de apocalipsis. Es
el doble lenguaje de los posmodernos. ¡Qué ironía! Una nación
terrorista y que nació del terrorismo - tenemos memoria suficiente
como para recordar al movimiento Irgún y la voladura del Hotel David
de Jerusalén en 1946 - acaudilla las mesnadas de la guerra contra el
terror. Sólo el Zionismo es culpable. Rueda la lava del odio por las
laderas del monte santo. Serán capaces de pegar fuego a este planeta
con tal de hacer resplandecer su idea contraria a la del Evangelio.
El Mesías que ellos siguen aguardando sigue siendo un sujeto lleno
de cólera y de venganza, tremebundo, que apartará las ovejas de los
carneros.
Y
aquí la gente, que sigue sin enterarse. Se ufana el personal de ser
muy de derechas. Polanco, las fuerzas oscuras, el gran capital, los
bancos norteamericanos, los “mass media” se abaten como sombras
negras sobre este pobre país cuya pertenencia se disputan y trocean
a cachitos precisamente en el quinto centenario de la muerte de su
fundadora la Reina Isabel la Católica. El pueblo tan ignorante como
siempre tragándose las salacidades al por mayor y por menudo de la
Campos con sus polvetes y sus chisguetes. Las ricashembras ya no
creen en la familia. Tampoco procrean. Parir que paran las
extranjeras.
El
papa judío se resiste a canonizarla. Cataluña y Vascongadas piden
la independencia. Andalucía paga pechas a Mohamed. Los moros han
entrado en tromba y canturrean la saloma del Corán en las callejas
de Lavapiés. Con una mano desean la paz y en la otra ocultan la
cimitarra. ¡Ay Dios! Guay de mi España.
Ríen,
mientras tanto, una carcajada diabólica sonando sobre las torres de
las iglesias, en la sinagoga. Pronto, renovando sacrilegio sobre el
caldero de la iglesia de san Facundo sobornarán a un sacristán y
echarán una hostia al aceite hirviendo. Aguardan nuevos días de
sufrimiento y de iniquidad. Helicópteros israelíes abaten a un caíd
en silla de ruedas a la salida de los rezos del alba en la mezquita.
Ley del Talión mientras aquí sólo se condena y se perdona al
asesino. Los terroristas en las cárceles españolas viven en hoteles
de seis estrellas. El doble lenguaje manda en nuestras vidas. Los
judíos han exportado a Europa su propia guerra de la reconquista.
Judíos, moros y cristianos andarán de nuevo - y contradigo a
Gallardón que es un muslímico encubierto en la hora de todos- a la
greña. Don Américo Castro no es más que un impostor y don Camilo
José Cela será buen literato pero mal pensador.
Dicen
que ha sido el islam pero a mí mi abuelo, que estuvo mucho tiempo en
África, me dijo que detrás de un moro siempre está un judío con
sus dineros y sus maulas.
El
sanedrín nunca dirá la verdad y son ahora ellos los que manejan el
cotarro de las grandes armas de propaganda. Sharon ha dicho que el
terrorismo es la tercera guerra mundial. Pero no sabemos donde se
agazapan nuestros enemigos. Es más; están los lobos a cargo del
aprisco. Un estado terrorista como es el de Israel que nació del
gran atentado de la voladura del Hotel David de Jerusalén quiere
enseñar al mundo a combatirlo. Ellos quieren ser el remedio siendo
la enfermedad. La paz significa guerra y en las manifestaciones del
día después los energúmenos salen a vociferar por las plazas sus
condenas contra la violencia. Por un lado, la tercera guerra mundial.
Por el otro, la revolución.
Pero
ya digo. Marzo es un mes de llantos y de sibilas, de cirios
encendidos en las aceras y de lacitos negros luciendo en los
crespones con la palabra “nunca más”. Los que estaban en la
“demo” eran los que habían puesto la bomba y luego se encargaron
de conducir a las masas a base de mucho agit prop. Nos van a volver
locos. Están en misa y repicando. Es un decir porque estos señores
abominan del cristianismo. Están aquí para sustituir sus símbolos.
No había cruces sobre las tumbas de los trucidados. Sólo el lóbulo
negro- de la misma forma que el lacito rojo luce en las solapas y
salta a la calle en los día de la lucha contra el Sida. O el rosa
por la fiesta del arco iris, orgullo gay- ha sustituido a la cruz.
Ese torzal nos atenaza entre sus cabos. Lacitos rojos, lacitos
verdes, lacitos rosas. Todo este lenguaje pertenece a una nueva
semiótica. Pueden ser incluso el dogal en que ahorquen a la verdad.
Mucho chillan los marranos entre el cuchillo del matarife. Matanza de
Atocha. Manos blancas, basta ya y nunca mais. Por el hilo al ovillo
de la consigna. Planchas masónicas.
Siempre
recordaré este despertar convulso con esos conductores de los
programas matinales de la radio española que son el brazo armado de
la desinformación y la voz de un amo al que no se le ve, los
cantamañanas de turno. Las voces estremecidas hablaban de una bomba
en Atocha. Antonio Jimenez era el periodista en urgencias de la Radio
Nacional. Gritaba desaforadamente como un energumeno. Es que esto de
la noche de las transistores es sinónima aquí de la de los
cuchillos largos. José María García hizo su buen servicio el 23F y
le pagaron despachándole con una patada en el culo. Esta radio
nuestra ay lleva la esvástica de Goebbels en el corazón aunque
reconvertida a estrella de David. Es una palanca de poder y de
control mental.
Era
una mañana tibia de marzo cuando Madrid, el Madrid mestizo y
poliglota de las nuevas brigadas internacionales y de ulteriores
marchas verdes, habitado por gentes extrañas que han llegado nadie
sabe cómo ni por qué motivo, ni quien les ha traído o les pagó el
viaje y qué han venido a hacer, lo de ganarse la vida es lo que dice
Gabilondo, se despertaba con un hálito de muerte en el rostro de la
primavera.
Una
de las naves de Ifemac, sede de las exposiciones, abría cobijo a los
despojos haciendo de carnerario o morgue de emergencia. Las urgencias
de los hospitales no daban abasto y las multitudes hacían cola para
donar sangre. Se repetía macabramente, y con ese afán que tenemos
los españoles por imitar-¡la que se nos viene encima!- todo lo malo
que hay en el mundo anglosajón, ya somos europeos, OTAN de entrada
no, y de repetir aquí las consignas polivalentes del poder global
como corifeos que graznan con la urraca, las escenas de las torres
abatidas. Nueva York y Madrid se han hermanado en el dolor. El 11S y
el 11M son dos fechas paralelas en el ultraje y en la sinrazón. Ya
somos más demócratas. Más homologados. Menos cristianos. Más
moros. Se ha convertido la profecía de Azaña de que España ha
dejado de ser católica. Nos la tenían guardada. Y todo este
desasosiego que se alza sobre el país como una mano negra no es más
que el cumplimiento de la palabra empeñada. Eran mucho más
vengativos de lo que me imaginaba.
España,
expía tus culpas. La mimesis y la imitación simia de las maldades
con que miden nuestras costillas y nuestros traseros democráticas la
estupidez de los políticos torpes y de los reporteros papanatas, que
ya no escriben, aullan, han vuelto a este país por el forro del
esperpento. Nos van pronto a colgar en el campo como a los
espantapájaros. España engañada y entregada al invasor.
Incienso
para los instalados. ¡Viva la entelequia y traguénos la tierra en
el lamedal de los discursos cantilenas del telediario que se repite
más que la cebolla! Esto es el suma y sigue del gatuperio. La
amenaza y la entelequia entran al trapo del engaño. El gran cofrade
nos torea.
A
cámara lenta, concejera y sañudamente, los de la tele no hacen otra
cosa que pasar la película del derrumbe de los rascacielos. Se les
hace la boca agua con las grandes palabras que no significan nada
porque el dolor ya no es palabra de luto y aquí hasta están
haciendo de lucro del mismo duelo. Como esos que pusieron tenderetes
para receptar dineros por los damnificados. Y arriba del tendero
aparecía un cartel que decía: “Para las víctimas”.
La
marquesina de la estación del sur pudo ser destruida como las Torres
Gemelas. Somos categóricos y vehementes los españoles. Nos
empeñamos en levantar una nueva zona cero. Hay que hacer un
monumento a los bomberos en esta querida plaza de Atocha antiguo
Zocodover madrileño, azoguejo de la picaresca moruna, arrimadero de
perailes y de zampabollos.
Y
con las bombas ha habido un cambio de gobierno. Zapatero es todo un
demócrata que se ha puesto a bailar el sirtaqui sobre las cenizas
aun calientes de las sepulturas humeantes. Debajo yacen 202 cuerpos
trucidados. Papá, no vengas en tren. Herodes se había montado en
Alcalá de Henares, se apeó en el Pozo del Tío Raimundo. Había
dejado olvidado una mochila debajo de los asientos del vagón cinco
minutos antes de que el convoy saltara hecho trizas.
Zapatero
habla un nuevo lenguaje, el del nuevo orden que varió el mundo y se
refiere constantemente a la ciudadanía, a los hombres y a las
mujeres en democracia. Hemos ganado. Las urnas sangrientas han dado
un golpe de estado. España de nuevo patas arriba. Ahora, todos,
cabos primera. Vuelven los rojos. Los misacantanos del poder se
estrenan en conferencias de prensa. Se acabaron los malos modos, los
insultos y descalificaciones de la canallesca campaña electoral. Las
idus de marzo, como se ve, concluyeron en ríos de sangre. Unas
elecciones en este país de enconamientos y de rijosidades siempre
tienen algo de pesadilla.
Hemos
ganado. Así ya se puede pero la vida sigue, qué se le va a hacer. Y
el moro de la alcatifa, “thumbs up” ya no va de descubierta,
asiente y da la venia. A Felipe como a la Ordoñez la han puesto casa
los marroquíes. Son las pejigueras de un nuevo orden. España se
acabó. El papa judío entona un kadish en la sinagoga vaticana y en
la catedral de Madrid hay extraños responsos funerales. En la
pérgola del ábside de la Almudena el gran crucifijo del altar mayor
aparecía bajo el halda de un gigantesco compás masónico en forma
de crespón negro. Hemos ganado. Es un nuevo orden. Las radios,
brazos del poder secular propagandístico, lo repiten hasta la
saciedad. El mogataz desenrolla con una mano la alfombra para que los
del PSOE pisen moqueta otra vez mientras con la otra desenfunda la
espada. Nos van a apuñalar por la espalda. Felipe ha querido hacer
de un nuevo don Opas ante la corte del Mohamed traidor.
Los
micrófonos no sueltan una verdad. La mentira tiene trono en la
Cibeles y se pasea muy ufana por la calle de Alcalá. Era lo que
pretendían. ¡Viva Lavapiés cosmopolita! Que vuelva por donde
solía. Echaron a los castizos y se ha convertido en zoco y aljama.
No ha habido noches de cuchillos largos pero el alauita se queja de
las miradas del cristiano. Los etarras se confabularon con el moro y
Goebbels y la Pirenaica se pusieron las botas. Heraldos del mañana
portaban a Gallardón exultante en alcatifa voladora. Ibarreche,
desde el norte, fue el primero en sumarse a las condenas
institucionales. Ya advertía y condenaba a los violentos. Era la
vera efigie de la ciuda rica que con un ojo llora y otro repica.
-Venga,
todos a la manifestación.
Las
churras con las merinas, los moros con los cristianos. Ya no suenan
responsos. El violonchelo de Pau Casals presta nueva voz laica a las
sibilas. Decían los gudaris:
-Hemos
ganado.
Los
de la barretina catalana alzaban puños crispados payeses exhibiendo
amenazantes la bandera que quitaron a Aragón y se disponían a una
nueva venganza catalana.
Perdía
España. Ya somos un poquito más demócratas y más globales. Me
despertaron las radios con sus anhelantes comunicados. Una reportera
en el lugar de los hechos hablaba con voz entrecortada. Gritos y olor
a pólvora en la mañana de la hecatombe. Aquí por condenar que no
quede y por meter bulla - el que chilla capador y la calle es mía-
no nos vamos a pegar. Un minero de Tineo les vendió la pólvora, los
clavos y los brulotes pero aquí todo es como muy confuso. Esto es un
“cover up”. Nos cuentan batallitas. Nos mean en la cabeza y hemos
de decir que está lloviendo. Nos dan gato por liebre en las noticias
de esta radio española confusa y desgañitada. La tapa de los sesos
de un viajero quedó incrustada en el cable de la catenaria. ¡Cómo
gozaron del morbo los que por la noche nos venden carne adobada en
seso y mondongos de la gran putana! Cien mil ilegales, con aquello de
que estuvieron en el tren o eran parientes de uno que iba, pidieron
los papeles y mostraron orgullosos y amenazantes sus tarjetas de
identidad.
Pasménse.
Poníanse las botas los intoxicadores. Toda la calle era suya. Los
que pusieron la bomba se sumaron a la manifestación al grito del
Islam, religión de paz, en lucha contra la violencia cristiana. Me
llené de pavor y lloré de rabia por los tiempos en que los obispos
iban a la cruzada. Aquella tarde me hubiera gustado ser, por ejemplo,
el arzobispo don Rodrigo Ximenez de Rada. Yo vi con mis propios ojos
cómo unos desalmados cerca del Parque del Oeste, con las cenizas aún
calientes de dos centenares de cadáveres, quemaban el gran símbolo
que hizo grande a esta nación: la cruz del Gólgota.
-Hic
jacet Hispania- cantaron a una las Euménides.
Gabilondo,
caldo de cultivo de nuestro moderno aburrimiento, desde la SER
(antiguos micrófonos de la Unión Radio roja, la del “no pasarán”)
hacía proclamas en tono sansculote, más de lo misma, olé tu
cencellada, que recordaban las algaradas de gorro frigio de la toma
de la Bastilla. En Soto de Luiña pusieron de patitas en la calle a
don Arturo, el último párroco católico, el que se cruzaba la
estola como Dios manda. Después de él todos rabinos, que se dejarán
caer el efod en forma de tabla.
-
Papeles para todos.
Los
que aprendimos historia de España en los libros del P. Mariana
pasamos tristes jornadas consternados por los oficios y pamemas del
primer munícipe, el nieto del Tebib El Arrumi que abrió el camino a
nuestros enemigos mostrando puerta franca al moro en España, ese
Gallardón tornadizo, nuevo héroe de la alternancia. Él nos llevará
con sus alcaldadas a llorar por los muertos en Guadalete.
Primero,
los doscientos muertos y mil heridos de los raíles. Después, la
asonada. Aquí se tiene mono de los días turbulentos del “Prestige”
y aquí sólo hay un culpable: el gobierno. Los lacitos negros
quedaban muy monos luciendo en las pecheras y en las solapas.
Hipocresías por un tubo. El similor nos llovió del cielo a esgalla.
Querían hacernos pasar por oro lo que tan sólo es oropel. Por
fuera, lutos y por dentro repiques, el corazón insensible
acostumbrado a las salvajadas que echan por televisión a cada hora.
Había cirios votivos en las aceras y en los soportales y muestras
por todas partes de condolencias macabras. Las heridas cerrarán en
falso. Vengan las plañideras que acá no lloramos por nada.
Madrid
era una pavesa de alquitrán ardiendo en el agua del Manzanares. El
aprendiz de río quería ser mar de lágrimas. Zapatones al poder
entre grandes reverencias y genuflexiones de miramamolines y amenazas
de la hidra separatista vasca. Los gudaris se emborracharon ese día
por las tascas del Barrio Húmedo mientras los comandos de apoyo
limpiaban las pistolas. En la cárcel de Soto del Real los presos
vascos celebraron con champán al toque de fajina de aquella tarde
macabra.
Es
la hora de los verdugos y de las plañideras. Sopló el lebeche de la
ira sobre nuestras vidas exhaustas y estábamos hartos de adorar a
los dioses falsos de la manifestación y de tanto ir y venir con
filfas, enredos y micrófonos. Nuestra nosología cristiana no tiene
dos dedos de frente y es incapaz de saber qué pasa pues nos hacen
nadar esta tropa en el río de la mentira mientras Herodes
cosmopolita nos arrebata de los dedos el cuerno de la abundancia. La
ignorancia es madrina del rencor y de las malas artes. Los obispos ya
no van a la cruzada. Para colmo de mis desdichas patrias, se adhieren
a la manifestación. ¿Y ahora qué?
23
de marzo de 2004
8
de marzo de 2004
JACINTO
MIQUELARENA (el fugitivo) EN EL OTRO MUNDO. Y EL DRAMA DE LOS
ASILADOS EN EL MADRID ROJO
Por
Antonio Parra.
Luis
de Gálvez, un literato acabado, recorría los figones, tupis y
antros del antiguo Madrid con un paquete bajo el brazo. Llegaba y
abría el paquete envuelto en una hoja del “Heraldo” tipo sábana
y allí aparecía una caja de zapatos. Dentro se hallaba el cadáver
de un recién nacido. Era su hijo al que quería enterrar y no tenía
el suficiente peculio para correr con los gastos del sepelio. De tan
esperpéntica escena fueron testigos presenciales algunos periodistas
y gente que vivieron de la pluma a primeros de siglo y creo que debió
de servir de motivo de inspiración a Valle Inclán para uno de sus
esperpentos o comedias bárbaras donde traza el mal vivir de los
desarrapados de “Luces de Bohemia”. Eran los tiempos en los que
el genio estaba reñido con el jabón y las ideas crecían entre la
caspa y muchos libros de versos veían la luz cubiertos de mugre.
En
la primera década del siglo Pérez de Ayala, recién llegado de
Londres, causaba la admiración en Fornos porque se lavaba y gastaba
trajes de corte de Savile Row con bombín y todo. Era una excepción.
La literatura que, según Clarín, no daba para comer, únicamente
para merendar en ciertas ocasiones, criaba cáncanos. Un escritor
puro como el propio Valle lo pasaba bastante mal. Había día que
para combatir el hambre y la debilidad los pasaba echado en su
camastro. Así escribía. El caso de Azorín era parecido al de Pérez
de Ayala. Se podía costear nada menos que un paraguas rojo a sus
colaboraciones en varios periódicos a la vez. Además, era
funcionario.
El
caso de Gálbez era un caso perdido pero bastante frecuente por lo
demás. La pobreza le llenó de ira y un día me las pagarás. Ese
pensamiento le hizo incendiario cuando dio la vuelta la tortilla y
vinieron los suyos.
-Iskra1,
Iskra - gritarían en ruso. Era la consigna de Lenin
Mucha
desesperación y mucho niño muerto. El caso pasaría al venero del
idioma popular. El padre iba pasando el sombrero por las mesas y tuvo
algún que otro receptador o encubridor de aquel vagabundo-
pobrecillo- sin suerte que se decía poeta. Como todos los borrachos,
el tal Gálbez tendría una memoria de elefante para recordar en sus
desdichas las dádivas del que le daba y las negativas de quién se
las negara. Los que le rechazaron con un dios le ampare, hermano,
luego al estallar el Movimiento lo pasarían mal porque el poetastro
que recorría Madrid vestido de pistolero a lo Pancho Villa era uno
de los cabecillas del grupo de García Atadell, la temible “Brigada
del amanecer” Debía de ser todo un espectáculo por lo macabro.
Los clientes de los bares tenían que pasar por la obscenidad de la
escena de un padre que pide para inhumar los restos mortales de su
infante y que luego el dinero de la colecta se lo vuelve a gastar en
vino. Fementidas tabernas en la que los fracasados de la escritura
acuden a sumergir en etílico sus despechos. El odio, ojo avizor,
siempre repunta por alguna parte. He visto a lo largo del ejercicio
de las letras - y más ahora que las prensas se hicieron más
globales y se ha estrechado el cerco y vamos caminando hacia el
pensamiento único- muchos de estos desdichados. A veces, con más
frecuencia de lo que se supone, nos dan gato por liebre, y el oropel
conserva preeminencias sobre el oro aquilatado. Los genios acaban
empinando el codo y se retiran marginados e incomprendidos de la
sociedad. ¿Pero no dicen los judíos que Cristo no era más que un
borracho?
Si
algo bueno tuvo el franquismo fue mejorar de categoría a los que
vivieron de la pluma. A principio de siglo no se conocía ni de lejos
la situación de esos periodistas que, como hoy, cobran millonadas.
La cosa empezó a cambiar para mejor a partir de la guerra civil. Del
plomo de las imprenta al plomo de las barricadas. Cada uno en su
chibalete montaría su propia sección de ametralladoras.
Gálbez
puede que no fuera de este último caso. Lo que sí es cierto es que
sus despechos los ahogaría en sangre cuando el cráter hispano
empezó a vomitar lava de venganzas cuando estalló la gorda. No
perdonaría nunca ser tan pobre como para no dar sepultura a su niño
pero perdonó a los que con él fueron conmiserativos. Por ejemplo, a
Ricardo Zamora, el portero de la selección nacional que en una
ocasión le dio veinte duros, lo sacó de la Modelo cuando iba a ser
fusilado.
Verdaderamente
da que pensar que una profesión tan noble y angelical como es la de
juntar palabras y hacer versos pueda encontrar una derivada tan
horrible como el asesinato, partiendo del supuesto de que la
literatura proyecta siempre un horizonte de salvación y de reflexión
y que no tiene nada que ver con la vida del hampa, aunque alguno de
los que la profesan caigan en la bohemia. Pero cuando la literatura
pura se mezcla con la política y con el periodismo puede suceder que
degenere.
Entonces
las ideas se transforman en plomo y la letra con sangre entra. Muchos
sicarios de las barricadas madrileñas habían sido “plumillas” y
gacetilleros en la cerca de veintena de periódicos que veían la luz
den la Villa y Corte a primeros de siglo. Derivaron en panfletistas y
abrazaron la lucha del pasquín. El pistolero mexicano de las
Brigadas de García Atadell figuraba en el cupo. No toleraron vivir
en el vilipendio de las ideas y se echaron al monte de la práctica y
los hechos consumados. Del campo especulativo pasaron a la acción
directa.
Esta
historia vergonzante del colega Gálbez se la oí contar a uno de los
protegidos de Ansón en el ABC, un tal Prada, para desdoro y
escarmiento de literatos, para demostrar un poco qué clase de tribu
somos y en qué vamos a parar los literatos y periodistas que pisamos
las tabernas de esta gran ciudad para desahogarnos de las
frustraciones a la que nos ha llevado el desgobierno y el nuevo orden
propiciado por los nuevos magnates de la profesión y de la edición
(Ansón, Polanco, los Cebrianes, los israelitas del grupo “Correo”,
todos ellos gente tan intratable como implacable). Prada obvia la
segunda parte acaso porque no comulgando con las prácticas
necrófilas del primer Gálbez pensara que el segundo, un comisario
infame, pertenecía a los suyos, pues a ese grado de perversión
sibilina han llegado en lo que se refiere a la interpretación de la
historia que nos manipulan cada día, tanto como ellos odian a los
fachas y se abrazan, los primeros, al árbol de la constitución, la
senda por la cual hemos de ir todos, que el pueblo español se dio a
sí mismo, etc.
Pero
la escena la cuenta en su libro en el que refleja su experiencia de
asilado a la embajada británica en el Madrid chequista El
otro mundo Jacinto
Miquelarena. Ricardo Zamora pudo alcanzar la verja de la legación
diplomática y contó lo que le había pasado y al valimiento que
tuvo después de una saca del literato al que conocieron por los
barrios bajos de la ciudad cubierto de mugre.
Hacinados,
durmiendo en el suelo y sin más alimento que naranjas y lentejas,
languidecían en los sótanos de estas legaciones diplomáticos, día
y noche hostigados por guardias republicanos que les gritaban desde
la acera amenazándoles con cortarles el cuello. Sobrevivieron de
milagro. Unos desarrollaron el síndrome de Estocolmo. Pasaron los
días jugando al tute perrero y escuchando la radio que les hacía
pensar en una liberación inmediata. Pero la excarcelación se
dejaría desear más de lo conveniente.
La
convivencia no fue todo lo armónica que cupiera pensar pues la falta
de espacio, las manías y las disputas por el territorio incluso por
el amor de una mujer pronto hicieron acto de presencia. Algunos se
embrutecieron con la bebida. Otros enloquecieron con sólo pensar que
sus mujeres a las que habían dejado por el refugio fueran violadas
por los republicanos o pudieran encontrar un nuevo amante. Levaron
una existencia de tortura. Morir en el frente sería lo más fácil.
Un balazo y se acabó.
La
literatura castellana que siempre encontró un filón en las prosas
carcelarias - gran parte de nuestros literatos de la mejor época
estuvieron privados de libertad: Cervantes, Quevedo, fray Luis, el
autor del “Lazarillo” bogando en galeras- brinda en nuestra
guerra civil un capítulo muy importante de historias del cautiverio
narrando la vividura de gente de derechas que llevaron existencia de
topos en las legaciones diplomáticas.
La
embajada británica, la finlandesa y la de todos los países
norteamericanos salvaron a mucha gente negociando con las autoridades
del Frente Popular, aun a riesgo de su vida, salvoconductos hacia
Valencia donde los refugiados pudieran alcanzar algún barco o algún
conductor arriesgado que les condujese por toda Cataluña hacia el
Pirineo, como fue el caso de Huidobro.
Una
gran parte de esta población reclusa fue interceptada en los
controles y asesinada sin miramiento al borde de la cuneta. Los que
pudieron contarlo luego confiaron al papel sus experiencias. He aquí
algunos nombres de estos escritores, periodistas, abogados,
políticos, profesores, sacerdotes, monjas, de los que deben la vida
a la merced de la extraterritorialidad que el gobierno republicano,
dicho sea en su descargo, respetaría escrupulosamente. Wenceslao
Fernández Flórez en Una
isla en el mar rojo,
el propio Jacinto Miquelarena con El
otro mundo,
y Leopoldo Huidobro Pardo, abogado montañés y sobrino del padre
Huidobro, del que hablaremos más abajo, en sus Memorias
de un finlandés plasman
esa experiencia.
Miquelarena
era un falangista vasco que escribía en ABC, vestía traje y
corbata, asistía a las reuniones en los bajos del Café de Lyon de
un grupo de entusiastas de José Antonio Primo de Rivera. Allí en el
colmado de este famoso café madrileño, que estuvo abierto hasta los
noventa, sito en frente del edificio de correos, sonaron por primera
vez las estrofas del “Cara al Sol” que entonaban aquellos
muchachos de la Ballena
alegre con
sus estrofas en la que se trata de poetizar a la juventud y la
muerte. la música era de otro vasco: el maestro Tellería.
Cantar
el Cara al Sol, llevar corbata, escribir en ABC y asistir a la cripta
del “Lyon”[en el salón de arriba se podía ver con frecuencia a
Manuel Azaña escoltado por sus zaguanetes, mitad esbirros y mitad
muchachos de compañía, pues todo Madrid sabía tanto de sus
inclinaciones paidófilas como de su apocamiento ante la amenaza
física] eran materia suficiente ante el gobierno encabezado por
Casares Quiroga para ser reo de muerte.
El
libro fue escrito por el insigne periodista, que luego, al pasarse
sería el primer director que tuvo Radio Nacional de España hasta
que fue relevado por Antonio Tovar, y firmaría una serie de crónicas
desde Londres o desde Berlín pues fue corresponsal volante con la
Wehrmacht en los Balkanes, en cuarenta días, sentado ante una caja
de whisky en el establo o cochera de la embajada inglesa, ubicada en
la calle de la Ese o callejón sinuoso al lado de la Castellana, sede
de la Cancillería.
Lo
que es el destino; Miquelarena sería juzgado y condenado por
germanófilo en ausencia aunque esta pena no llegaría a consumarse.
La de Luis Calvo, casi sí, pues lo encerraron en la Torre de Londres
y estuvieron a punto de ejecutarlo por espionaje pero esa es otra
cuestión que acaso no haga demasiado al caso. Lo que sí incumbe
notar es aquella frase que susurró a sus oídos en París otro
corresponsal hispano:
-¡Qué
país, Miquelarena!
En
los sesenta fue nuestro remoquete preferido y esta frase hizo furor.
Ni
que decir tiene que Miquelarena era un portento de agilidad y
brillantez periodística y que su estro era casi arcangélico pues
alcanza registros casi surrealistas. Así describe el yantar de los
refugiados:
Los
caldos imprecisos que producían las leguminosas pasaban siempre en
silencio al estómago de los comensales; seguían éstos recordando
con Óscar Wilde que es posible tomar la sopa en catorce sonidos
distintos. Pero preferían el procedimiento no filarmónico en la
duda de no alcanzar entre todos una orquestación perfecta del
momento”
o
como cuando explica cómo la obra de Hugo Wast tuvo una difusión
inesperada y sorprendente a lo largo de un bombardeo. Una bomba de
grueso calibre cayó sobre un almacén donde estaba almacenada toda
la edición española publicada por Aldecoa de Oro.
Trágico destino a veces el de la literatura y de esos libros,
escritos con tanto desvelo, y que acaban siendo pasto de las llamas
de la aviación o de la mota, el polvo y la polilla. “Es posible-
comenta con ironía británica- que un libro no haya sido repartido
nunca más violentamente, pero estoy seguro de que los modernos
sistemas de difusión aplicados a la literatura jamás hayan tenido
tal éxito ni producido menos dinero”.
A
la luz de esta razón o sinrazón de esa Laquesis maldita que hila el
destino y distribuye los acontecimientos a lo mejor las truculencias
de Galbez con el cadáver de su hijo a cuestas por los chiscones de
Madrid y con sus deseos de venganza por tanto despecho y vilipendio
sean si no justificables al menos entendibles. Vivimos en un mundo
tan facticio como ficticio. Los ajustes de cuentas de energúmenos
como aquél ahora serían mucho más terribles pues hay más medios
aunque puede que no tan sórdidos.
Miquelarena
pudo contarlo y publicarlo. Hoy a muchos no les cabría igual suerte.
Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad. La parte del león
de estas memorias se la lleva la narración de los prolegómenos que
condujeron a la tragedia con la inmolación del protomártir.
La
tarde noche del trece de julio hizo en Madrid mucho calor y el
periodista se fue al baile. Estuvo bebiendo whisky hasta las tantas
en un colmado de Castellana en el que se bailaba el fox y el
agarrado. Una pareja de asalto se llevó a un chico que había
gritado “viva España”.
Se
lo llevaron. Amanecía. Todos los gorriones de la Castellana se
habían despertado con escándalo. Madrid empezaba a azularse con el
frío de la madrugada. La ciudad entre dos luces me parecía
espectral de improviso.
Pudo
cruzarse con la furgoneta fatídica donde se cumplió la sentencia
dictada por la Pasionaria. “Es la última vez que ha hablado en
público”. En realidad aquella visceral vasca no sabía que se
estaba convirtiendo en brazo del verdugo que iba a dar la orden de
inmolar a Calvo Sotelo. En realidad alguien había estado moviendo
los hilos mucho más arriba y mucho más despacio. El político
conservador había tenido las agallas de enfrentarse a un grupo
financiero británico siendo ministro de Hacienda de la Dictadura que
le conminaba a privatizar el monopolio de CAMPSA. Con su gesto
enterizo había desafiado al gran capitalismo. Y éste envió
paradójicamente a los rojos para que lo pasaran por las armas.
A
eso de la once y media de la noche, un timbrazo en el número 85 de
Velázquez. Sale abrirles la criada y aparecen un grupo de guardias
civiles armados del cuartelillo de Pontejos. Eran catorce y al frente
de ellos venía un capitán adscrito al partido socialista. Lo
levantaron de la cama so pretexto de tenerlo que llevar a una
comparecencia rutinaria ante la DGS. Receloso por lo intempestivo de
aquella convocatoria, obedeció al fin tratando de tranquilizar a su
esposa asegurando que en poco rato estaría de vuelta.
Subió
a la camioneta y cuando el vehículo llegó al cruce con la calle
Ayala uno de los guardias por nombre Cuenca se acercó por detrás y
le descerrajó dos tiros en la nuca. El gladiador parlamentario pegó
un brinco sobre la banqueta y cayó fulminado. Los disparos le habían
interesado la columna vertebral.
De
vuelta a casa Miquelarena con unas copas de más, aquella madrugada
trágica cuando asesinaron a Calvo Sotelo, que estuvo en el
pensamiento y en la memoria de los españoles muchos años, escuchó
el primer piar de los gorriones que saltaban sobre las acacias de
Velázquez poniendo un contrapunto lúgubre al silencio de la ciudad
sumida en un silencio sepulcral.
Fue
la mecha que encendió la guerra civil. De esa noche he oído hablar
muchas veces de niño. Aún no he conseguido perdonar a los asesinos.
Después de aquel primer paseo vinieron otros muchos. El libro de
este gran periodista, leído en víspera de elecciones y cuando asoma
otra vez sobre España el frentepopulismo me ha devuelto a las
angustias de aquella noche de pesadilla. Calvo Sotelo pagó con la
vida su enfrentamiento contra las fuerzas oscuras.
Hoy
son los descendientes de sus esbirros los que mandan a uno y otro
lado del espectro, a la izquierda y a la derecha, porque, dada su
ambición, todo lo controlan lo alto, lo profundo, lo ancho y lo
largo, el ras. ¡Qué país, Miquelarena! El frío de aquel amanecer
con resaca de whisky y de sangre y el relente que se llevó la luz
violenta de julio entre los gorjeos de los pájaros asaltando las
ramas de las acacias de Velázquez, ominosa alborada en que empezó a
resonar la voz de Caín por los patinillos y el maderamen de las
escaleras de las casas de vecindad empezaron a crujir golpeadas por
culatas de fusiles y botas militares, empezaron las sacas, nos hiela
todavía el alma. Madrid se escondía sin hallar guarida huyendo de
los golpes a la puerta, los timbrazos de madrugada y el ring-ring del
teléfono. Así empezaron las sacas. Aquel cadaver tendido en la
morgue descamisado y con macabro gesto del protomártir se muestra
como un testimonio brutal de aquella ofrenda a Moloch. La muerte de
José Calvo Sotelo nos pide cuentas y con la suya la de de cerca de
un millón más. Se temía a los milicianos con patillas pañuelo
rojo al cuello, mono y gorro militar con la levita tronzada (lo
primero que hizo Azaña después de la disolución del ejército fue
“capar” el gorro de los soldaditos) que subían a buscar a sus
víctimas en los registros escoltados por milicianas de gesto procaz,
mirada salaz, venterneras de odio y las más sanguinarias. Durante
casi tres años consecutivos la capital de España donde ya no se
hablaba español miró con el corazón en un puño escrutando por el
ojo de la mirilla. Los brigadistas de García Atadell podían iniciar
una de sus trágicas visitas.
Hoy
las milicianas no han desaparecido. Siguen embadurnando las ondas
hertzianas con su hablar soez. Son las reinas de la maña del
periodismo golfo y procaz. No visten el mono azul sino trajes de
chaqueta cosidos por los mejores modistos. Dejaron el gorro frigio y
sustituyeron el fusil por la cámara y por el micrófono. Son las
nuevas armas con que están de nuevo asesinando a España estas
prójimas del albaceazgo de García Atadell y legatarias de la
profesión de aquel terrible Luis de Gálbez que paseaba el cadáver
de un niño muerto por los mostradores de los bares. Hoy no se pone
el niño muerto encima del mármol del velador. Sólo la honra con la
que comercia la prensa de las vísceras, los higadillos, las
entrepiernas. Se ventilan matrimonios y divorcios al por mayor. La
tele- irrisión se nos ha llenado de golfos y de golfas. No caben en
el plató y se salen de la pantalla. Esos programas de las mañanas y
las tardes donde la madre y la hija corren turnos y velan las armas
en la corrala mediática se han convertido en una cámara de
disección.
A
tanto el mondongo. Una boda tanto. Un bautizo, menos. Una juerga en
un chiringuito vamos a tasarla. Notas de sociedad. Hoy se han quedado
en la cama el marqués de tal y la baronesa de cual. Fulanito se lo
monta con zutanita. Esos dos tórtolos que ves ahí son pareja.
Acaban de salir del armario. ¿Qué me dices? Huele en medio del
cotilleo a flujos vaginales de burdel barato como consecuencia en
esta democracia que se prepara para las bodas de doña Ficticia la
asturiana con el primogénito Borbón. A ver quién da más. Pero,
hombre, ¿cómo podéis llamar periodistas a esos gurriatos? ¿Quién
dio el carné a esas pájaras que hasta acuden a las ruedas de prensa
y todo y se jactan de tener sus propias fuentes de información, y no
hace mucho que hacían la carrera en la ca la Montera o en Fleming?
Peñafiel se pone las botas largando por esa boquita de piñón que
hasta le tiembla su papada de sochantre al proferir comadreos y
chocarrerías. Se ha especializado en la sangre azul. ¿Lo veis?
Tiene mirada de vampiro. Todos los días le da una chupada entre
guiños a la cámara al cuello de una marquesa. Es un Drácula que
pasa los fines de semana en un monasterio desamortizado de
Sacramenia, que es mi pueblo. Las ganancias del “Hola” les han
dado para comprar las ocho provincias de Castilla la Vieja a estos
traficantes de pompas y vanidades mundanas.
Se
sabe todos los chismes pero uno en su modestia también se sabe los
suyos puesto que hasta hace poco su primera mujer andaba por el Gijón
con los zapatos y el abrigo rotos que el ínclito informador
sabelotodo de bodas, emparejamientos, consorcios, deserciones y
escándalos que a él le dan de comer y a la audiencia le engordan el
morbo de los modernamente aburridos telespectadores, no le pagaba la
pensión y se retrasaba en los pagos de la alimonia para los niños.
Muy buen periodista dicen que es el Peñafiel con todo. Ya te digo
que para obtener un palco de distinción se disfrazó de cura y se
metió en un confesionario al objeto de poder hacer con más holgura
su tarea de reporter en unos esponsales dinásticos. La religión es
el opio del pueblo decía Marx que sigue contando con bastantes
seguidores dentro de esta España por desasnar y supercapitalista.
Aquí
el verdadero opio de las multitudes es el cotilleo y el fútbol.
Ambos son el recurso para impedir que el personal piense por cuenta
propia. Ahora ya no sólo controlan los medios de producción,
quieren los medios de información y nos vienen, prometiéndolas muy
felices, con sus cantamañanas, con sus niños muertos. Dentro de lo
que cabe el pobre Gálbez haciendo sonar la esquila del entierrillo
por los bares [¡angelitos al cielo!] resultaba mucho más ético que
toda esta chusma de divos y divas de los reality chous, a los que no
cubre la mugre y los harapos ni las barbas de chivo de don Ramón,
que siendo un genio las pasó bastante estrechas, sino el oro.
Se
les llama los nuevos reyes y reinas Midas de la comunicación.
Hablando mal y escribiendo peor pues muchos de ellos son ultraje al
mundo de las letras y no saben hacer la o con un canuto por más que
se digan escritores y periodistas se han cubierto un riñón. Pero
cuidado.
En
cualquier momento puede aparecer por la cárcel Modelo el fantasma
resucitado de Gálbez literato y mendigo vergonzante disfrazado de
pistolero para ajustar cuentas o blandiendo la tea incendiaria.
Laquesis y Némesis son dos furias con los destinos cruzados y aquí
quien la hace la paga. Los crímenes de lesa humanidad suelen acabar
en la zanja o en las tapias del cementerio. El pueblo español lleva
muy inoculado muy dentro el sentido de la justicia aunque no faltarán
los que se caguen la pata abajo como Azaña cuando bombardeaban o
huyan al extranjero al grito de “no es esto, no es esto”. Y no os
voy a largar aquí una conferencia, amigos. Que para eso está don
Julián Marías. Mientras tanto, yo apuesto por el regreso de los
grandes periodistas de garra, como Jacinto Miquelarena, que sabían
contar las cosas señorialmente y mirar hacia las cosas con cierto
despego e indulgencia. Esos sí que eran grandes. Esos sí que eran
de los nuestros y no esta bambolla que se desgañita en el cotarro
nacional. El que más chille capador. El que aguanta gana y quien más
mienta será proclamado vencedor. Nunca tuvimos periodistas más
mentirosos. Vivimos instalados en el “Hola” facticio y en medio
de una sociedad que nunca fue tan ficticia ni tan lenguaraz. Algún
día lo pagarán. España se lo demande.
Después
de la saca, han profanado a una nación y han tirado su cadáver a
una cuneta o lo dejaron en la mesa de disección, como al pobre Calvo
Sotelo, del depósito del Cementerio del Este.
El
PADRE HUIDOBRO EN LA CUESTA DE LAS PERDICES Y EL DIARIO DE CAMPAÑA
DEL PADRE CABALLERO, UN BUEN JESUITA.
Siempre
que subo y bajo la Cuesta de las Perdices me salen a saludar las
flores frescas que dejara en aquel lugar una mano invisible y
reminiscente, solapada y eficaz, como dice que es el ser mismo de
España, que no da demasiados cuartos al pregonero. Hay alguien que,
por los menos, en estos tiempos de grandes anti memorias y olvidos
asesinos, mantiene perenne la llama viva de aquel holocausto, aquella
ofrenda de sangre joven en aras de una España mejor. Pero está muy
escondido y no quiere salir a superficie de que si asomara la testa
sería baleado por los escuchas y miras de trinchera - el ojo que no
cesa- del comisario vigía que controla la parva y el reguero.
En
fin, lo que quiero decir es que el recuerdo de aquella cruel batalla
librada a orillas del Manzanares cerca de las campas del Clínico, la
Casa de Vacas, las costaneras y terraplenes del Parque del Oeste, los
desmontes de la Casa Campo, a un tiro de piedras de Ferráz donde
estaba un centro de reuniones que los nacionalistas apodaban la
Sinagoga pues fue residencia de Fernando De los Ríos, me anonada y
me compunge en medio del marasmo de estas elecciones del 14M del 2004
que recuerdan a las idus de febrero del 36.
Ahora
las trincheras, los parapetos entre españoles, no son físicos.
Están en el alma.
Pugnaron
en rabioso cuerpo a cuerpo por la Casa de Velázquez y se acercaban a
la rastra al centro de Firmes Especiales donde se encontraba la curva
de la muerte. Tales vivencias constituyen algo para no echar en el
olvido. Los muertos viven en estas flores que deja sobre el pretil
del monolito la mano anónima y cerca de la metopa estampada sobre la
pared gris que da al Cuartel de los Espías. En su soledad de una
puerta electrónica bajo control a distancia los ángeles del CESID,
una mezcla del SIM republicanos y de los zaguanetes de Carrero,
montan guardia.
Un
centinela debe de contestar desde el otro lado del muro con la
consigna del día y el salvoconducto. Pero no está visible. No sabe,
no contesta. A lo mejor, como al lobo no se le ve. Él te ve a ti.
Las
posiciones estaban linderas y a veces de una trinchera a otra no
mediaba una distancia ni de treinta metros. Fue muy cerrada la lucha
y cuantos pobrecitos quedarían allá enterrados para siempre a causa
del privilegio de ser altos pues sus miembros superiores al
sobresalir ofrecían un blanco fácil a los pacos. En la trinchera se
impone como en la vida el bajo perfil. Hay que andar un poco a la
agachadiza y agazapado. Asomabas el colodro y eras hombre muerto. Eso
le ocurría al padre Caballero, capellán legionario de la 4º
bandera quien durante la campaña tuvo fama de ser hombre santo con
una gracia especial para esquivar las balas enemigas, esas balas que,
como decía Mola, siempre saben tu nombre y dirección y hay que
recibirlas como las cartas. Caballero, desdeñoso hasta la temeridad
en los peligros, por ir a confesar a uno que había quedado malherido
entre dos fuegos recibió un pepinazo en la espalda. Estuvo propuesto
para la laureada pero sólo le dieron la medalla militar. Esta merma
de las condecoraciones debió de tener algo que ver con su obsesión
por las “tipas” a las que no podía ver ni en pintura pero que
siempre se colaban, Dios sabe sólo cómo, entre las avanzadas de
primera linea para consolar a la infantería y su celo por las cosas
del sexto mandamiento contrariaba las voluntades de algunos guripas,
y también de los oficiales legionarios. Uno le dijo: “Páter,
nosotros somos hombres, qué quiere que le diga”. Removió Roma con
Santiago para impedir que en Boadilla pusieran un baile de
retaguardia.
Lo
mismo que el santanderino Huidobro y otros padres que cayeron en la
lucha2 era
jesuita y había sido uno de los desterrados por la república en
1932, que ordenó decretó de expulsión y disolución de la
Compañía- sanción que sería revocada siete años más tarde- y
que viajaron desde el destierro de Holanda para alistarse en el
ejército de Franco. Fueron combatientes de excepción - una
inyección de fuerza moral y de razón tremenda en contra de los
sindiós- aunque sin armas. El sacerdocio les vedaba portarlas aunque
iban de uniforme y fueron militarizados con un gran crucifijo al
pecho como distintivo. Iban de un lado para otro con el cristo en las
manos o los tarsicios al
pecho con los santos óleos para administrar la Extremaunción sin
distinguir de colores ni de bandos. El P. Huidobro se sentía, al
propio tiempo, páter de los rojos y se jugó la vida al saltar de la
trinchera para ir a auxiliar o a sacramentar a los que caían del
otro lado. También, por su culpa en la Universitaria y en Garabitas,
frentes terribles de lineas confundidas y donde se practicó la lucha
cuerpo a cuerpo y a la bayoneta, pero que por excepción
sorprendente, no hubo gases y no se practica la guerra química,
tenían derecho a no irse para el otro mundo sin el viático.
Eran
curas de primera línea, sacerdotes de un temible fregao entre
españoles que en la Universitaria duró tres años. Celebraban misa
en los mismos parapetos entre sacos terreros y cantos eucarísticos
[las amapolas y caléndulas de los bordes de la trocha adornaban el
altar] que al otro lado de las lineas eran coreados con blasfemias,
ecfonemas, imprecaciones y cagamentos de mayor o menor colorido, como
no podía menos de ser tratandose de milicianos y de legionarios,
patas de un mismo banco, cuñas de la misma madera, y dicen que no la
hay peor, pues el otro siempre sabe por qué somos cojos, hijos de la
misma raza pero enemigos a muerte sobre el terreno cubierto de
metralla y de sangre de aquellos desolados campos.
Algunos
legionarios al ser alcanzados por el morterazo temible se cagaban en
Dios. Los requetés no. Los requetés decían: Ave María Purísima.
Menos uno de la ribera al que tuvo que llamar la atención José
Caballero García y murió arrepentido y pidiendo confesión. En las
salas de cura y los hospitales de sangre la palabra unánime que
salía de la boca de aquellos cuerpos destrozados era la palabra:
“madre”.
Los
capellanes castrenses no sólo tenían que confesar a los moribundos
sino también escribir cartas desagradables a los familiares de los
caídos en combate. Éstos venían desde su provincia atravesando la
España nacional a recoger los cadáveres de su difunto. Pronto las
carreteras españolas se vieron transitadas por estas escenas de luto
y de muerte andante: convoyes fúnebres. Los ataúdes iban en el
portaequipajes o en el baqué de los taxis y coches de punto, como la
herrada del holocausto, una ofrenda cara al sol a los dioses iberos
irritados. Hubo chóferes y taxistas especializados en recorrer media
península para ir a recoger los despojos de los muertos en campaña.
Esto ocurrió en ambos bandos. Tales conductores fueron pronto muy
expertos a la hora de moverse por la tierra de nadie. Cobraban una
millonada pero llegaban al lugar. Como aquel chofer de Salamanca que
llegó a Gibraltar en dos jornadas para recoger a la mujer y a la
hija de Pérez Madrigal que fueron objeto de un canje con el gobierno
republicano.
Al
padre Huidobro le hizo volar por los aires una contramina después de
un ataque rojo desde el Clínico. Caballero, que se encomienda a él
varias veces pues lo toma como un santo, tuvo más suerte y merced a
esto su diario de campaña ha llegado hasta nosotros y es uno de los
testimonios más elocuentes y macabros ahora de la guerra civil.
En
sus entradas se registra el clima de heroísmo, la fatalidad y
también de recelo. El fervor religioso y el ateísmo y el descrédito
que el buen jesuita palpa alrededor y que atribuye a las sucesivas
campañas impías de la república que hicieron mella entre la
juventud. Hay, por otra parte, un aire de desaliento por la actitud
ambigua asumida por el Vaticano a propósito de los curas vascos.
Roma, por lo visto, ante la indignación de Caballero, no tenía muy
claro eso de la cruzada. Al cabo de la toma de Bilbao muchos gudaris
fueron hechos prisioneros y utilizados en Fortificaciones. Bastante
de ellos acababan pasándose otra vez y con los curas vascos, a los
cuales da unos ejercicios espirituales en plena campaña, no había
forma. Formaban rancho aparte. “El veneno de la propaganda
separatista de Prieto y Aguirre- observa en una de los entradas-les
empapa el alma”.
Desde
el punto de vista de su labor apostólica el tiempo mejor que
sembraría fraternidades indeclinables con los artilleros de Medina y
los falangistas de la Columna Serrador fueron los tres meses que pasa
en el Alto del León, desde julio a noviembre del 36. Allí la
espiritualidad era desbordante. Se rezaba el rosario en las chabolas.
Las madrinas en retaguardia bordaban el detentebala que los
combatientes llevaban a modo de escapulario como arma eficaz contra
el fuego enemigo, y en los petos de las piezas del quince y medio y
las cureñas lucía por lo general un crucifijo o un Corazón de
Jesús con el epígrafe de “Tú reinarás en España”. Una
devoción inculcada por el P. Hoyos a comienzos de siglo. Estos
beligerantes tenían por costumbre comulgar los primeros viernes de
mes.
Era
la idea por la cual habían luchado como auténticos titanes aquellos
hijos de san Ignacio desde la consagración de España al corazón de
Jesús por Alfonso XIII en el Cerro de los Ángeles. Para fomentar
esa devoción crearon el Santuario de la Gran Promesa en Valladolid a
cuyo frente estuvo el P. Hoyos.
En
las misas de campaña asistían en pleno la oficialidad y las clases
y comulgaba la mayor parte. En una ocasión, estando de confesiones,
fueron enfilados por la artillería roja y murió un cura y dos de
sus confesandos.
Los
combatientes nacionales atribuyeron a una suerte de milagro - y de
ahí su fervor religioso- que los gubernamentales, contando con mucho
mejor material casi todo él de fabricación norteamericana y
novísimo, fueran incapaces de desalojarles de sus posiciones en el
Alto. Con el paso del verano remitió el empuje del Ejercito de
Maniobra que dirigía el general Miaja.
Claro,
que esta resistencia fue a costa de mucha sangre derramada en aquella
canícula trágica cuando “trillan los viejos en las eras, acarrean
las muchachas y los mozos van cantando camino de Guadarrama”, según
rezaba una canción popular de entonces. Había avanzadillas como la
de la Casilla de la Muerte en el kilómetro 50 de la N VI que tenía
varias bajas todos los días. Carecía de desenfilada y batían de
continuo la posición las ametralladoras de Riquelme.
En
este sentido la labor de estos sacerdotes de vanguardia a la hora de
sustentar la moral fue de índole determinante. Aunque mejor
pertrechados y muy apercibidos con material moderno los rojos no
exhibieron la misma moral combativa que estos profesionales. Habían
acudido al Alto del León atacando en manada y fueron recibidos por
la profesionalidad y disciplina de militares muy experimentados en
las campañas africanas. Además, según recalcaba el páter
Caballero en sus homilías, enfrente tenían a un ejército
variopinto que no creía en Dios y donde se cometían todo tipo de
atropellos de carácter sexual. Casi tantas bajas causaban las
“milicianas” promiscuas, con la venéreas y los sifilazos, entre
sus filas que las balas falangistas.
Sin
embargo, de esos defectos no tardaría de adolecer el ejercito
nacional en las ofensivas de la Universitaria y de la Casa de Campo.
Caballero se juega el tipo para impedir el establecimiento de un
cabaré en Pozuelo y el que se permitiese confraternizar con mujeres
expresamente traídas al frente para hacer un poco más llevadera la
vida a los nacionales.
Otro
problema eran los desertores o aquellos combatientes que eran
sometidos a consejo de guerra in situ por abandono de servicio o por
alguna otra falta. En la misma trinchera se les hacía paredón y
eran pasados por las armas con toda tropa formada en la posición.
Luego se desfilaba ante los cadáveres y se cantaba el himno de la
legión. Retumbaba claro y amenazador el Viva la Muerte.
Reconfortar
a estos ajusticiados era tarea poco grata de los capellanes y a tal
respecto el jesuita conquense cuenta algunas escenas estremecedoras
así como de los muertos que ve caer a su lado con tiros en la cabeza
o en el vientre o con las manos segadas por bombas Lafitte.
El
vino va a causar estragos en primera línea. Los combatientes
encuentran en el saltaparapetos el vigor necesario para olvidar el
miedo a la muerte. El P. Caballero protesta pero a las puertas de
Madrid durante veintiocho meses que duró el asalto se vivía, se
bebía, se fornicaba y se combatía por una España mejor, la que
cada cual tuviera en la cabeza. Nuestro jesuita tenía las ideas
bastante claras. Se trataba de una guerra santa:
Mañana
muy clara -escribe el 16 de octubre de 1937-El sexto Tabor se va a la
Cuesta de las Perdices. Al contacto con los moros, que están con
nosotros, puedo afirmar su espíritu religioso. Consideran esta
guerra como santa por ir contra los sindiós y las maquinaciones
judías internacionales.
He
ahí un dato digno de destacar a la hora de analizar el talante de
los beligerantes. El objetivo de los nacionales es desalojar a los
apátridas extranjeros y a los internacionalistas. El comunismo rojo
estaba en manos de trotskistas que pugnaban por la causa de la
revolución mundial y ese mesianismo tan típicamente judío que
inocula Das
Kapital.
Eso por un lado y por otro estaban los anarquistas, laboristas
ingleses y liberales secundados por la Banca Morgan. El gobierno de
la república estuvo financiado por dineros norteamericanos y hasta
le regalaron la Brigada Lincoln que tuvo una importancia capital en
la defensa de la capital y tuvo una participación sanguinaria y
multitudinaria en las sacas y otros desafueros. Estaba integrada en
su totalidad por judíos neoyorquinos. El comunismo y el capitalismo
se dieron la mano para alzar la bandera de la anti España. Pero al
otro lado estaba Franco, que también tenía algo de judío
mesiánico. Contaba con el respaldo de algunos ingleses y sobre todo
con la de la Banca March. No defendía los intereses ecuménicos de
los ilotas y los apátridas de la consigna “clases obreras del
mundo uníos”. Le llevó a la guerra su amor a España.
Todas
esas banderas del mundialismo torcaz que flotaban en medio de la
indiferencia y la equidistancia del vaticano quedaron derrotados en
Brunete, el Ebro, la Universitaria. Se trató de echar la culpa a los
rusos pero está claro - y muchos historiadores se resignan a
aceptarlo hoy - que Stalin sólo fue una tapadera. El dictador
soviético llevaba una lucha a muerte en el seno del PCSS contra la
facción Trotski. Por su cuenta se había rebelado Stalin contra las
imposiciones del sionismo. Esa fue otra de las tragedias de la guerra
de España: el enfrentamiento entre mundialistas y particularistas.
Valió
mucha sangre joven, tanto cristiana como mora, pero al fin se les
hizo mascar el polvo de la derrota. Sin embargo, los mundialistas han
regresado. Están aquí. Son el poder de las fuerzas de la anti
España y están a los mandos de la tesis y de la antítesis. Todo el
poder para los soviets, dicen los nuevos bolcheviques y han
sustituido el lema del control de los medios de producción por el de
los medios de comunicación. En sus manos, una nueva arma de combate:
la prensa nugatoria y frustránea. Todo revierte al agit prop
marxista en medio de los grandes ríos del capitalismo. Creíamos
haber medrado y estamos en las mismas que entonces.
Era
el mito de la gran verdad nueva, una nueva moral, una nueva ley donde
el arte, la religión y la belleza no valían para nada. Todo es
material. El espíritu y los espirituales iban a ser crucificados. A
otros nos iban a acaldar como paja después de dejarnos sentados
sobre la silla coprónica y someternos al tercer grado vergonzante.
Ignorantes de nosotros, nos habían puesto en camino de Esclavonia.
Los diablos nos llevarán a enterrar en bayarte, la silla de mano de
los muertos cantando las plañideras nuevas revanchas guerreras.
La
idea marxista no ha fenecido aunque defiendan el liberalismo
económico a lo Milton Friedman cuya visión talmúdica se me
representa con dos hileras de dientes para devorar cristianas. Tal
era su atresia que hablaba el profesor por la nariz. Recordad que
Cristo, según Hillel, no es más que un profesor de magia. Una vez
vino a España y dos heraldos iban por delante anunciando su
mercancía al son de música de un castrapuercas.
Esta
es la conclusión a la que ha llegado, en vistas de lo cacarea la
prensa en vísperas de las nuevas idus de marzo, con las izquierdas a
favor de la ruptura separatista y las derechas en manos de la Banca
Morgan que preconizan que lo que es bueno para la General Motors será
no sólo bueno para los Estados Unidos sino también bueno para la
España desmembrada y que sucumbe. Y después de leer las tristes
páginas de este diario de campaña escrito por un religioso
ejemplar.
Toda
aquella sangre se derramó en vano. Ahora muchos quieren pasar
página. La maquinación judía ha alcanzado cotas increíbles y
verdaderamente paranoicas. Están trayendo gentes de todos los países
del mundo y apretujándolas contra nosotros para que no nos
rebullamos a lo largo de una operación de alto bordo de emigraciones
masivas, parecidas a las que preconizara Stalin en la URSS - al que
maldicen y copian- y que denominan Sweep
in (barrido).
Esta maquiavélica operación de migraciones masivas que recuerdan a
los corrimientos de pueblo de la alta edad media tiene su cerebro en
Israel y sus hilos conductores por toda Europa. Rusia también será,
la Rusia de Putin, otro objetivo de esta maniobra de estrangulamiento
de las entidades nacionales.
De
ahí al mundialismo del gobierno único bajo el control de los
sátrapas norteamericanos no hay más que un paso. Siempre culpan a
los rusos. Ahora por ejemplo acusan a Putin de tener todos los
periódicos a su recaudo en Moscú cuando aquí la prensa mundialista
se parece toda ella al New York Times y no podrás publicar una línea
sin la venia del Ojo que todo lo ve y el Oído que todo lo escucha.
Su arma secreta es la manipulación de las conciencias y siguen tan
torticeros, refractarios al diálogo y adversos a la cruz, como
entonces. Han inventado el agit prop. Otra vez la burra al trigo.
Díscolos y contumaces, nunca bajarán del pedestal. Actúan con
protervia y con soberbia pero siguen siendo cautelosos pues en esta
tierra siempre llevaron muchos palos.
Esta
es el corolario que saco tras la lectura de este libro y a la vista
del panorama orilla de todos mis ojos. Han conseguido el objetivo:
una España rota y democrática. Perros escaldados han vuelto con
otros collares. Nos han inoculado el veneno del voto y de los
partidos políticos para llevar a cabo sus planes de involución
incruenta. Hablan de derechos del hombre y han conseguido que nadie
se fié de nadie y que no nos hablemos con el vecino.
Entonces
y ahora hubo conspiración. Las misma fuerzas que operaron entonces y
quedaron derrotadas siguen conflagradas. La contraseña son las tres
culturas.
Nunca
los jesuitas, que siempre se habían mantenido al lado de las
trifulcas patria y hasta se ganaron fama de conspiradores por ser
soldados de un ejército extranjero, a las ordenes del Vicario de
Cristo, y habiendo fundado las célebres encartaciones de Paraguay,
intento solapado de mantener colonias al margen de la corona
española, se habían pronunciado de una forma tan expeditiva y poco
jesuítica en favor de un catolicismo de tradición. Acaso respiraban
por la herida y su alindamiento sin cortapisas con el régimen de
Burgos, fuese su revancha por la expulsión decretada por Manuel
Azaña.
El
P. Huidobro fue el más significado de todo este equipo de san
Ignacio pero hubo otros muchos: Navares, Llanos, Martínez, uno de
los primeros capellanes en los parapetos de San Rafael. El P. Torneo
que fue alcanzado por un disparo mientras confesaba en la “casilla
de la muerte”. El P. Arceo que catequiza a los artilleros o el P.
Panizo e Ilundain, también legionarios.
Al
leer este dietario escrito en las trincheras he vuelto a revivir
impresiones de la infancia pues algunos de los supuestos que narra a
mí me los contaba mi padre de niño. Fue así como tuve noticia de
la muerte del ranchero Generoso que murió junto a sus peroles al
caer sobre la cocina de campaña un obús del quince y medio. Aquel
día había paella y las huellas de la trilita y los destrozos aun se
marcan - siempre que paso por allí me acuerdo- sobre los ojos de un
puente en una curva en la ladera antes de llegar a la finca que fue
de Lerroux.
Los
ratos más amargos que tuvo el sacerdote fueron sin duda cuando tuvo
que asistir a los condenados a muerte por consejo de guerra que eran
frecuentes. El caso más común la deserción, el abandono de
servicio o el que era cogido in fraganti al pasarse. Trataba de
confortarlos como pedía y les daba a besar el crucifijo y les
hablaba de Dios durante las horas en capilla.
Está
escrito el dietario en un estilo ágil y vibrante con uso de giros y
de fraseología castrense. Arrea de lo lindo en la descripción de la
miserias y grandezas de la vida de campaña, alargando el tiro a
veces y otras mirando para otro lado. El buen cura iba a visitar las
posiciones llevando consigo el altar portátil y el viril con la
hostia consagrada. Parecía un superman. Las balas no lo enfilaban y
los tiros pasaban de largo aunque a veces se le enredaban en los
flecos de su tabardo. Nunca hicieron carne. El P. Caballero debió de
contar en el cielo con un valimiento especial que le tuvo a recaudo
de ser herido. Pues no hay que perder de vista que el ejercito que
defendía Madrid y resistió hasta el final con un tesón que ahora
asombra al grito de “no pasarán” estaba pertrechado con material
americano de primerísima calidad, armas automáticas muy potentes y
de calibre desconocido. Se estaban probando tácticas que luego
serían empleados durante la II GM.
Todo
fue como un poco esperpéntico: los fregaos, los “pasados”, las
conferencias de parapeto a parapeto, las curdas, los fusilamientos
sumarísimos, los matrimonios in articulo mortis y la pejiguera de
las visitadoras solicitando a los soldaditos de Franco ante el
estupor e indignación de este cura conquense, representante insigne
del tan traído y tan llevado nacional catolicismo. Su lucha no fue
tan sólo contra el espíritu y la carne del marxismo, la anarquía,
el separatismo de los gudaris paniaguados y de los sacerdotes vascos
recalcitrantes, que también trajeron a Caballero por la calle de la
amargura, sino también la blasfemia, el laicismo, la irreligiosidad,
la relajación de costumbres. Contra los males primeros proponía
este cruzado el uso del fúsil y contra los segundos la confesión
frecuente y la devoción corazonista del P. Hoyos.
Al
asistente, un gallego que le ayudaba a misa y era un pinta le propone
que cuando le aceche la tentación salga de sus labios la jaculatoria
de “antes morir que pecar”. Aunque bien sabía el buen padre que
entre la soldadesca esa morigeración rara vez se consigue. Los
españoles no son ángeles.
La
Décima Bandera en la que está enrolado sale siempre a taponar bajas
y es una de las más castigadas de todo el Tercio. Un teniente que
tenía una cantinera consigo le sacaba de quicio. Pidió que le
arrestaran pero en vano. Para evitar este escándalo y vida de pecado
ni corto ni perezoso Caballero acude a dar parte a Villa de Prado
donde estaba la ruló con que hizo la guerra Franco. Éste no estaba
y fue recibido por doña Carmen quien le da buenas palabras hasta que
la cosa se solucionó.
En
el Jarama el fuego era tan intenso por ambos bandos que los olivares
estaban plagados de cuerpos yacentes y los olivos se descocaban y
mondaban de sus hojas a consecuencia del tiroteo. Al leer estas
páginas se siente el trepidar de la batalla. Sus entradas nos ponen
en la composición de lugar de cómo fue todo: lo qué pensaban, qué
hacían y cómo olían los guerreros y cuál era su actitud ante la
muerte a veces inevitable.
El
libro es un chorreo de facultades memorialistas que brindan al
historiador el dato pertinaz, la fecha exacta o el enclave y
describen el ambiente en el que se desenvuelven los avances y
repliegues de la lucha. Casi se percibe, al filo de sus inserciones
dietarias, el estruendo del combate, el livor de los cadáveres, el
olor a sangre, a sentina y a cadaverina por los muchos mulos
despanzurrados que quedaban en línea a bote pronto de las trincheras
infectas de ratas y piojos.
En
ese ambiente pasó el capellán dos años y medio a las puertas de
Madrid pero sin llegar nunca al barrio de Argüelles. Debió de ser
terrible. Se recurría al alcohol y a la Virgen María. Muchos
sueltan un taco, no lo pueden remediar, cuando son alcanzados por un
disparo, ante la indignación y exhortación al arrepentimiento del
jesuita.
Este
Diario de campaña publicado por Doncel es un testimonio de que
aquello fue espantoso. José Caballero García deja traslucir su
desencanto puesto que no llega a comprender cómo a veces los
hermanos, sitos en frentes opuestos, se mataban entre sí. Aquello
fue el fracaso de la caridad cristiana. Los hermanos de sangre y los
hermanos de fe pasan meses enteros enterrados en pozos de tirador
sobre las avanzadillas aguardando una muerte segura por un tiro
rasante o aplastados por los relejes de un tanque que los hace
papilla o les hace saltar por los aires la metralla como recebo al
borde de los caminos. Un español, que nace para ser pisado, a veces
no sabe por dónde pisa.
Pese
a todo el P. Caballero era hombre de sólidos y firmes
convencimientos católicos. Tenía alma guerrera de mitad monje y
mitad soldado - ¿qué otra cosa son los soldados de Sharon o los
palestinos de la Intifada?- y rendía adoración al Dios de las
batallas. Es el sino de las tres culturas, de las tres religiones
monoteístas que las diferencias acaban dirimiendose en el campo de
batalla y aquélla fue una de las peleas religiosas que hemos tenido
a lo largo de la historia de España. Luchó por una causa que él
creía justa aunque ahora se moteje a estos capellanes de actitudes
poco cristianas. Pero la cosa estaba bien clara. Él como jesuita
pugnaba por el Rey Eternal aunque de paso tuviera que hacer alguna
reverencia al rey temporal, del que tanto hablan los ejercicios
ignacianos. No quedaba otro remedio y peleó con contundencia hasta
el final.
Justo
a los pocos días del Desfile de la Victoria se quitó el uniforme y
volvió a vestir la sotana y a ceñirse el fajín negro. Su
licenciamiento - es un dato curioso- coincidió en el espacio y el
tiempo con el del “Carnerito Manolo”, la mascota del batallón
del que al volver a Ceuta ya viejo y con alguna herida daría cuenta
un ranchero moro. Pero por el Ramadán del 37 en Boadilla del Monte
ya algunos centinelas del Tabor habían mirado al castrón con
ojillos encendidos de deseo por lo rollizo y gordo que estaba el
animal. Y en Berbería lo mandaron sacrificar. También los héroes
acaban en la sartén y los ruiseñores en la olla.
Al
final de la jornada cabe preguntarse por qué no fue posible la paz y
por qué fue tan alto el precio que hubo que pagar en cuotas de
sangre para consumar aquel holocausto que ahora muchos tratan de
olvidar o tergiversar. Y es que el silencio y el ninguneo son aquí
la fija. Aquí pagan el pato los de siempre mientras los listos y los
aprovechado tratan de escaquear o de escamotear. Pero ahí queda eso.
Basta con citar unos nombres: Huidobro, Irundain, Meseguero, Panizo,
López Doriga. Todos ellos entusiastas jesuitas empotrados en el
ejercito de Franco. Ganaron la guerra perdiendo la paz mas estoy
seguro de que Dios les ha reservado un sitial de privilegio allá en
lo alto de las estrellas. Se batieron por Cristo y por la España
cristiana. ¿Os parece poco?
3
de marzo de 2004
DALÍ
Y EL MUNDANAL RUIDO NEOYORQUINO. RECORDANDO UNA ACCIDENTADA
ENTREVISTA CON EL PINTOR Y UNA FIESTA SUYA EN EL GUGGENHEIM.
ANTONIO
PARRA
Todas
las primaveras cuando los patos salvajes llenaban con sus
gritos y aleteos los marjales de Staten Island, volando
sobre los carrizos las becadas, Salvador Dalí y su esposa
Gala acudían a la cita espiritual con la Gran Manzana. El
pintor solía decir que si bien Gala era su musa toda su
obra emanaba del chispazo impresionista que produjo la
primera visión de Manhattan cuando arribó al estuario del
Hudson por vía marítima al final de los años 30. “Fue
como una si me transportaran a mundos por venir. Una
epifanía que inauguraba el tiempo futuro” decía el amigo
de Lorca, aquel poeta que fue su íntimo y que sintió
también una especie de transformación al llegar a la
Ciudad de los Rascacielos, compulsada en uno de sus
poemarios más famosos, verbigracia “Poeta en Nueva York”;
mas al granadino, a diferencia de Dalí - este sentimiento
antípoda produce la macroscopia de su skyline como
diremos de seguido-rechazaba. Nueva York es un mundo sin
medida. Carece de término medio.
Dalí
aquella vez que habló conmigo no se expresaba de forma engolada ni
impostó la voz como solía sino que emitía sus juicios con verbo
sencillo envuelto en un fuerte acento ampurdanés. Aquel día tocaba
normalidad. Así que dejó el genio colgado en la percha, y, dando de
lado a la pose de sus comparecencias geniales y disparatadas ante la
prensa, su sentido común o “bon sense” abría camino a un
catalán de gustos sencillos que se decía español por los cuatro
costados, y, volviendo por donde solía, aquella mañana quiso ser el
hijo de quien fue: el pundonoroso notario de Figueras.
Era,
en otro orden de cosas, una víctima del embrujo de Manhattan la cual
desde un primer momento acoge y rechaza. Y esto es para siempre. No
hay medias tintas. Nueva York o te gusta o te abomina. He conocido a
personas como Cirilo Rodríguez, José María Carrascal, Felipe
Sahagún, Ángel Zúñiga, otro catalán recriado a los pechos de una
diosa Iduna americana [que guardaba las manzanas de la juventud y de
la vida] con altar en medio de sus inmensas torres, Celso Collazo
aquel gran gallego delegado de Efe, Delfín García un truculento
ovetense que por aquellas fechas leía el Waste
Land de
T. S. Elliot o el propio Jesús Hermida, Julio Camarero y tantos y
tantos otros los cuales desde un principio cayeron atrapados en su
magia y no podían pasarse sin respirar las nordestadas de plomo de
los tubos de escape allá por Lexington Avenue, todas las miasmas de
la contaminación de los coches que circulan sobre los baches de la
Tercera Avenida. Quieren oler al picante de los hot dogs y no pueden
vivir muy lejos del ruido y el relampagueo de las serpentinas
luminosas de Times Square. Blanco Tobío cuando regresaba a su
Galicia natal extrañaba las páginas aun calientes de tinta del
“Times” matinal al desayuno pues así veía latir el pulso del
mundo.
Nueva
York tiene algo que atrapa con magnetismo ineluctable. Imprime
carácter. Pero hay gentes a las que rechaza como me pudo pasar a mí
pues me atracaron pistola en mano al llegar y le cogí pánico. La
ciudad me acojonaba de verdad y creo que aun no se me ha pasado ese
acojinamiento. Nueva York me pareció un lugar de provincias
comparado con la civilización y la clase refinada de Londres y de la
literatura inglesa. América siempre gustó de escribir en una prosa
sin peinar. Se trata de un juicio de valor particular pero a mí me
parece que América sigue sin producir esos grandes escritores que ha
dado Inglaterra, Francia o Alemania porque quizá aun no le es
llegada la hora de la decadencia y las bellas letras son sazón de un
ocaso, de un declive político que a los estadounidenses les está
aún por llegar. Está demasiado viva. Por eso sus mejores escritores
son sencilla y llanamente periodistas.
De
esta misma reacción era Ramón Carnicer quien en su Nueva
York nivel de vida nivel de muerte-
uno de los mejores libros acerca de la megapolis escritos en español-
plasma esa sensación de rechazo y de desamparo del humanista ante
esta capital del mundo futuro contra la que se estrellan todos los
conocimientos adquiridos a base de gran esfuerzo y donde todo lo que
dimos antes ya no vale de cara al nuevo orden.
Los
de este segundo cupo, por aquello de que de gustibus non disputandum
est, la encuentran infernal, hosca, una ciudad de paletos donde el
personal frasea sus conversaciones adobandolas y salpimentandolas de
interjecciones poco académicas con una jerga donde las palabras que
más suenan, por este orden, son: dollar,
shit, fuck, motherfucker.
Y
al no poder soportar la presión de la vulgaridad ambiente se tornan
para Europa. Ciertamente, no se trata de un lugar cómodo para vivir.
Pide sangre joven y energía. No era frecuente en los años setenta
ver a niños ni a ancianos por sus calles salvo en Harlem o por
Little Italy en las inmediaciones de Canal St. Tampoco era lícito
estar enfermo allá. Es una ciudad para vivir a uña de caballo y a
temporadas. Conviene entrar en ella como un nómada pies ligeros y
con poco equipaje. En adelante, todas las ciudades del mundo, por
nuestra desdicha, se van a parecer al Bronx.
Salvador
Dalí pertenecía al primer cupo de los enamorados de Manhattan. “Soy
un freak
of New York y
un entusiasta del general Franco. Escriba eso bien. Quiero que quede
bien claro, Parra”.
Era
una delicia hablar con Dalí. Uno podía estar con él de palique
horas y horas y desde el principio percibías que el genio te acogía
con una afabilidad cercana y era como si le hubieses conocido de toda
la vida. En sus respuestas, que brotaban de su magín como cinceladas
y para vaciarlas luego en bronce, se parecía algo a Cela. Al fin y
al cabo eran dos hombres grandes de aquella gran generación que tuvo
el país.
La
entrevista se desarrollaba en el piano bar de un céntrico hotel de
Park Avenue. Recuerdo el rostro cansado del maestro que se sentaba a
mi vera en un confidente forrado de terciopelo rojo ante unos
veladores de mármol. Llevaba una chalina anteada de color amarillo-
Dalí era muy friolero y tenía miedo a los cambios bruscos de
temperatura de Manhattan, capaces de dispensar en un solo día el
clima de las cuatro estaciones con viento y sereno, celliscas y
calores sofocantes donde el aire húmedo se puede cortar a navaja- y
las guedejas grises de una melena profesoral y bohemia adornaban su
calva mediterránea. Parecía un dios griego bajando del Olimpo con
gafas ahumadas empuñando a modo de cetro su bastón de caoba con
contera de plata. Es posible que su astigmatismo como el del Greco
derivara en macropia y le hicieran ver al mundo en otra figura
siguiendo el patrón de otras dimensiones. Él era grande y de una
tamaño mayor que el resto de los mortales.
Creo
que fue uno de los últimos viajes a la capital de los rascacielos.
Dalí parecía un poco ajeno a todo aquel trajín de las escaleras de
caracol del Museo Guggenheim donde el pintor de Cadaqués se movía
por su propia casa y que le abrió las puertas de la inmortalidad.
El
sarao donde aconteció lo que he de contar y mi encuentro con este
mundo mágico donde la genialidad se desparrama ocurrieron en la sede
de dicho museo. Dalí y Gala habían dado una fiesta en el recinto de
la institución donde se guardan las piezas más significadas del
arte moderno. Toda la beautiful people de la magnífica jet estaba
allí. Vi moverse a Gala por entre el gentío que se agolpaba junto a
las barandillas con una copa y una servilleta de papel entre los
dedos. Al pasar me hizo con la mano una gesto obsceno y picarón. Iba
rozagante seguida de una escolta de apolos y aduladores en plan de
reinona arrastrapeplos aunque yo pensaba por entonces que las diosas
griegas no decían tantos tacos. No podía soportar ver a su marido
con extraños y le entraban de repente celotipias compulsivas aunque
ella en aquel momento subía acompañada de una cuadrilla de
barbilucios efebos. No sé de donde podían haber ido a buscar gente
tan fascinante. Era una población variopinta y joven, los cuerpos
perfectos.
Corría
el año 1978. Mes de junio. Las imágenes que tengo grabadas de
aquella entrevista bailan confusas en el redondel de la memoria. Fue
fácil concertar con el genio una conversación a solas pues él,
contra lo que yo me suponía, era una persona afable y sencilla por
encima de las complicaciones de su personalidad enigmática que como
todos los varones escogidos, con su penetrante inteligencia, sólo se
prestaba al floreo de las rotundas hipérboles y de los gestos
histriónicos cuando lo exigía su agudo sentido de las relaciones
públicas. Sabía bien vender como buen hijo de su época. Sus
cuadros son a veces laberintos y, otras, simples by
lines que
adelantan otra forma de vivir en un mundo en el cual la publicidad lo
es todo. En la intimidad obviaba esa pose y se olvidaba de su
grandilocuencia cara a la galería mostrándose como un hombre
sencillo y frugal. Podría pasar allí sentado en aquel diván,
cuando yo le conocí, por uno de esos jubilados que uno encontraba
hasta hace poco en las tertulias de los cafés de la Costa Brava ante
una copa de vino del Penedés haciendo membranza de su vida pasada o
discutiendo de política en catalán. Muy cercano y paternal y con
amplio sentido del humor.
Le
gustó mucho cuando le dije que yo escribía para Arriba y
me quedó grabado su impresión de “catalán universal” lleno de
fuertes dosis de españolismo de las que hizo gala durante toda su
vida sin arrequives.
También
quiso dejar constancia en aquel accidentado tete-a-tete su
admiración hacia la personalidad del General Franco del que me dijo
“fue el salvador de la patria y al que nunca le tembló el pulso de
su raza hebrea” pues sostenía que éste era, por apellido y por
forma de comportarse, de origen judío.
Semejantes
manifestaciones sembraron el escándalo de mi redactor jefe y mi
conversación con Dalí que transcribí al punto y cablegrafié a
Madrid junto con el incidente que ahora expresaré no tuvo fortuna
quedando inédita hasta la fecha cuando el mundo del arte celebra su
centenario. Fue a parar mi entrevista, redundant
copy, al
cesto de los papeles a pesar de que yo lo consideré mi mejor trabajo
en todo el tiempo que fui corresponsal en la ONU. Pero entonces el
verde no estaba para pitos ni el tafetán de Magdalena para zampoñas.
En plena transición los vivas a Franco con los que se despachó Dalí
durante toda la entrevista ni las loas al régimen eran de recibo.
Tampoco el propio pintor que por entonces vivía semiarruinado era
bienquisto, su obra preterida y anulada por la de Picasso, que era el
numen sagrado, pintor de corte y profeta de la progresía por
aquellos tacos del calendario. Se ninguneaba a Dalí. Eso era obvio.
Por eso mi jefe de cuyo nombre no quiero acordarme hizo mangas y
capirotes con mi trabajo a sabiendas de que aquello podía ser
políticamente incorrecto y podía traerle complicaciones a la Prensa
del Movimiento ya en sus últimos estertores y a punto de ser volada
por los nuevos vengadores. Estaba cambiando la tortilla. El toro
del Guernica nos
estaba amurcando con la furia de un nuevo minotauro. Picasso. Siempre
Picasso. Me consta que tres años atrás de la fecha Dalí que era
creyente, católico y sentimental, a pesar de todo, acudía a la
Catedral de San Patricio a pedir por la salud del Caudillo cuando
éste estaba malo. Mas, ya ni la iglesia, la española sobre todo, no
era lo que había sido siempre y hasta los curas estaban dando vuelta
a los altares con la cruz del revés. El tiempo acaba por ponerle a
cada cual en su sitio y hoy se codea el catalán con los más grandes
junto al Greco, Goya, Velázquez, Rembrandt pero entonces no.
A
Dalí se le consideraba allá por el 78 un hijo del arte de Apeles
decadente y manierista. Hasta se le negaba el pan y la sal diciendo
que sólo era un buen dibujante. Al formular tales vítores de
ensalzamiento al general fenecido, él a sí mismo se postergaba. La
crítica lo dejó a los pies de los caballos y a un paso de la
herejía. Sin embargo, aquel Dalí caduco que llevaba una gran
bufanda por miedo a los catarros y que iba por Nueva York rodeado de
una corte de guayabos y de ángeles caídos y sin más guardaespaldas
que el bueno de Enrique Sabaté que había sido periodista y que de
zaguanete de la escolta tenía poco sabía bien lo que se traía
entre manos. No hablaba de balde.
Nueva
York es una ciudad judía. Lo primero que brinda la mirada al recién
llegado en el trayecto hasta el túnel de Midtown desde Kennedy o
desde Laguardia - hasta el nombre de su aeropuerto más antiguo
perpetúa la memoria de una sefardí- son esos extensos cementerios
que surgen a lo largo de la turnpike
de Long Island y de Queens de
traza mosaica donde de acuerdo con la vieja ley las cruces brillan
por su ausencia sustitutas por el clásico cipo monolítico o mojón
funerario rematado en piedra de media circunferencia y sin flores,
según mandan los ritos funerarios del pueblo electo.
Al
inquilino de “Ses Brises” en su destierro neoyorquino adonde fue
a exilarse al estallar la guerra civil le brindaron acogida y
mecenazgo los Rockefeller. La archimillonaria Madame Rubinstein lo
tuvo a pupilo en su mansión de Park Avenue mientras le pintaba su
retrato. Un caso semejante al de Picasso quien encontró por mentora
a la norteamericana Gertrude Stein en París.
Hubo
judíos agradecidos que no olvidaron tampoco el amparo encubierto del
general Franco durante la persecución del III Reich a muchos
correligionarios que lograron zafarse de las garras del hitlerismo
merced a los salvoconductos que dio su gobierno en Budapest y en
Salónica. Y los 20 de noviembre iban a la sinagoga a entonar un
responso (kadish) loando
la memoria del que de la “sua mano leva” - como me dijo a mí un
viejo sefardita de Estambul- los socorrió en medio de trances
difíciles.
Dalí
en una ciudad de recia implantación sionista como es Nueva York
sabía bien lo que se hablaba aun a fuer de sembrar escándalo.
Odiaba la violencia pero ésta dicen que es la partera de la historia
y había sido testigo de los paseos de sus parientes en Cadaqués que
fueron pasados por las armas por el mero hecho de profesar creencias
burguesas. Gracias a Franco España tramontó los umbrales del atraso
y la miseria y se situó en la posterioridad. Y no es que fuera un
estómago agradecido ya que no regresa a su Gerona natal hasta 1948.
Tampoco era un adulador de oficio. Sólo conocía que la rueda del
futuro avanzaba sus cangilones irremediablemente sin marcha atrás.
Como todo su arte, él era antiretórico y en esa faceta es la que
más hay que insistir.
Se
sentaba cerca del velador donde contrastábamos pareceres nosotros un
hombre de mediana edad con sombrero y traje gris que seguía las
evoluciones de nuestro diálogo sin perder ripio y que luego, según
supe, por su acento, era de origen mejicano de raza y nación, con la
sangre muy caliente, la jeta mal encarada. Era un sujeto muy
revirado, con esa mala leche y mentalidad retorcida de la cual sólo
son capaces los aztecas. Debía de haberse escapado de algún
programa de Jacobo Zabludosky en el canal 42 donde con tanto ahínco
se fustigaba a España y a la cosa española cada noche.
De
repente el sujeto rompió a pegar voces explayándose en improperios
contra Dalí.
Algo
de lo que no fue capaz éste en toda su vida fue de adoptar la
costumbre de hablar quedo. Tenía una voz de contrabajo de orfeón en
la que destacaban sus eles palatales y las aes alargadas que
acreditaban su ascendencia de payés. Por supuesto que aquel Dalí
que yo tenía delante, aunque sombra y figura dicen que hasta
sepultura, achacoso y semi arruinado, tenía poco que ver con el que
yo había visto de niño tantas veces en el NO-DO, el de las guías
de sus bigotes alzadas como sables de un espadachín que vende
navajas. El que clavaba los ojos en la cámara o apostrofaba
multitudes, haciéndose tomar por loco, aunque de esto de loco
tuviera poco. Había pasado la hora del embaidor y seductor de masas.
De
aquellos años dorados sólo le quedaba el bastón de contera de
plata y regatón de goma. Las puntas de su bigotes doblaban lacias
hacia abajo y algo en su aspecto decrépito anunciaba a la que no
perdona a nadie aunque le quedasen todavía once años de vida.
Entretanto,
el hijo de la madre patria se vino hacia nosotros poniendo al maestro
de pintamonas para arriba.
-De
qué platican acá esos pendejos. - exclamó estentóreo aunque sin
estar todavía borracho - Dalí es un fascista. Y un chapuzas. Un
pintorzuelo de poca monta. Su arte no vale un rial si se le compara
con Picasso andele, no más.
Se
me escapó, puesto que no me gustan los entrometidos en las
conversaciones ajenas, al percibir el acento y procedencia de nuestro
interlocutor a palos, aquel bausán mal educado y chovinista, un
“chinga tu madre” que es frase de guerra cuando se tiene delante
a un mejicano.
-
Nadie te dio vela en este entierro.
-¿Qué
dirás tú gachupín del carajo?
Se
lanzó hacia nuestra mesa el cuate. Venía a zumbarnos. Yo no me hice
de pencas. Sacando valor de no sé dónde agarré una jícara de agua
que estaba sobre la mesa y se la esgrimí por arma arrojadiza. Por
aquellas fechas yo estaba cachas. Iba al gimnasio imitando a los
corredores de fondo que hacían carreras pedestres cerca de Battery
Park al atardecer. Me enorgullece haber sido uno de los introductores
del footing en España, un poco a la agachadiza y a redropelo como
dicen que vino el protestantismo a España de la mano de don Carlos
de Seso. Hoy esta actividad física se ha convertido en una verdadera
religión nacional. Cuando por vacaciones daba carreritas por la
playa de la Concha de Artedo todo el personal se me quedaba mirando
como de ver visiones. Nunca había estado en una pelea aunque
reconozco que en Nueva York llegué a vivir sobre el filo de la
navaja. Estaba dispuesto a morir con las botas puestas defendiendo a
Dalí en acto de servicio y como un soldado de Hernán Cortés por el
honor de Malinche:
-Un
paso más y te estampo la jarra contra la cabeza - le dije al
entrometido.
A
esa hora en la barra había poca clientela. Eran las once de la
mañana recién dadas de un día laborable; pero el alboroto que
preparamos con las voces alertó a los camareros y al personal del
hotel. Un grupo de curiosos nos hizo corro y al ver que era el mismo
Dalí empezaron a pedir autógrafos, instante que nuestro agresor
aprovechó para desaparecer. Dalí, un provocador profesional, era
una de esas personas mansas y tolerantes que darse pueda. Abominaba
de la violencia y aunque le complacían los desplantes no estaba
acostumbrado a esta clase de alborotos fuera de guión. El mejicano,
ya digo, hizo mutis por el foro y de él nunca más se volvió a
saber.
El
maestro miró entonces para mí con cara de alivio:
-Parra,
le estoy muy agradecido. Sacó la cara por mí. Mañana doy una
fiesta y le invito.
Al
día siguiente acudí al coctel en el Guggenheim. Fue una cita del
arte, la cultura, la belleza. En el museo no cabía un alfiler. Nunca
había visto yo tanta hermosura junta y en un mismo sitio. Apenas
pude intercambiar unas palabras con el Maestro pero éste, deferente,
en un aparte posó para mí alzando el bastón a manera de cayado en
el extremo de una butaca. En el otro se sentaba una morena con cara
de circunstancias. O debajo de un reloj de pared muy circunspecto y
solemne. Como yo le preguntara con insistencia de dónde había
sacado aquellas chicas tan guapas que se habían dado cita en aquel
sarao fijándose en una de ellas, que era un tipazo me dijo con su
inequívoco acento ampurdanés de palatales bien timbradas:
-Parra,
esa de ahí la tiene más larga que usted y que yo.
-No
me fastidie, don Salvador. ¡ Nadie lo diría!
-Pues
sí, pues sí, como su propio nombre indica- agregó muy ceremonioso
y sin darle demasiada importancia. El tercer sexo, lo epiceno de un
tiempo de tanta mezcolanza estaba por llegar y él nos lo advertía.
Verídico.
Enrique Sabaté fue testigo de la escena. Ya le habían contado lo
que pasó la víspera en el hotel. Asimismo, hubo que constatar la
grosería de la mujer del artista para conmigo. La puñetera no dejó
en toda la noche subir y bajar por la escalera y de hacerme el gesto
del macho cabrío y yo no sabía a qué carta quedarme ni dónde
ponerme. La rusa tomaba muy a mal que se hicieran fotos de Dalí sin
su permiso y los de sí misma no los consentía. Era muy lenguaraz y
hablaba el castellano casi sin acento; sabía todos los tacos de la
lengua de Quevedo. Claro que tenía una simpatía encantadora. Ella
iba y venía como una presencia invisible montando una guardia
especial en torno al artista, rodeada de una cohorte de gigolós,
mozas de buen ver, y esculturales Adonis. Tenía una mirada
penetrante y alegre pero su aspecto era algo selenita. Vieja reina de
la noche girando siempre en torno a aquel astro rey de la pintura que
era Dalí, el de las maneras augustas, un mediterráneo al que Nueva
York le enseñó a crecer y a pensar. La atracción mutua y
complementaria que había en la pareja era algo telúrico. Trasciende
los cuerpos el amor de dos almas que se juntan.
Se
me quedó grabada aquella tarde en el Museo Guggenheim. La vida a
renglón seguido iría demostrando que, aunque gran parte de la misma
oscile en torno al sexo, puesto que toda la obra de Dalí está
fuertemente impregnada de Freud, no estriba todo en unos cuantos
centímetros de más o de menos, aunque haya gente tan empecinada en
esto de los tamaños, sino que la clave la dan las actitudes, las
formas. Hay que ser tolerante con este ser humano que tiene la cabeza
a pájaros, llena de telarañas. Ahora al cabo de muchos años y
todavía en medio de esta carrera de ratas o de pelea de gallos que
es la existencia, pienso que aquel Dalí provecto y valetudinario,
por encima del bien y del mal, yendo a san Patricio a orar por
Franco, detestando el separatismo él que era un cosmopolita, y con
un pie casi en la otra ladera, hablaba como un oráculo con su ironía
con respecto a aquel grupo de bujarrones y bardajes- el sida no había
hecho acto de aparición y la Gran Manzana era gay por los cuatro
costados-. Siempre, no obstante, vendrá otro diciendo que “la
tiene más larga que usted y que yo, Parra”.
El
incidente con aquel energúmeno en el vestíbulo del hotel bien
pudiera haber acabado de mala manera pero nuestro contrincante debía
de ser un pobre hombre. Sólo un terrorista intelectual que no pasó
a mayores. Pero hay que tener en cuenta que en aquella América de
los setenta, como pasa ahora en Europa, el personal salía a la calle
con pistola.
La
inclinación del Maestro por la cáscara amarga no deja de ser
anecdótica y periférica, a pesar de que tanto se lo echaron en cara
sus detractores. Siempre mariposearon en su entorno una caterva magna
de epicenos de cuerpos gloriosos, unos cuerpos vaciados en los moldes
de un Fidias. Pero todo el arte daliniano es de una castidad y una
pureza de líneas que sorprende aunque el cuadro que tenga entre
manos lleve por título “El gran masturbador”. Y esta castidad no
era sino fruto de su profundo amor a la belleza. A eso que los
griegos llamaban filocalía.
Cierto
que tuvo fama de invertido pero no era sino un asexuado. Su
aproximación al sexo, liberados los pujos oníricos y los tabúes de
los que habla Freud, no era nada morbosa. También tuvo fama de
españolísimo. Y lo fue. Su españolidad era fruto del seny que
sólo grandes mentes catalanas como Jacinto Verdaguer supieron a
entender. Nadie ha cantado mejor a España en metros catalanes que
Mosén Cinto en su “Atlántida”. La obra daliniana, más allá de
los desaciertos políticos que se le imputan al creador, es fresca y
radiante como la corola de un agnus castus.
Presenta
esa alucinación casi mística del realismo. Su obsesión es el
espacio y el tiempo dando vida al arte surrealista y es un arte que
pertenece a la era de la automoción, de la velocidad desatada, de la
labilidad urbana que parece estar abriendo las cajas de los truenos y
luego fuese y no hubo nada. Hay que acostumbrarse a vivir con esta
nueva sociedad de contrastes. El gran automedonte agita la tralla
sobre nuestras cabezas y fustiga nuestros entresijos. Sacarán a
plaza todo el bandullo. Se acabó la vita bona. Crezca en nosotros la
ilusión del movimiento: el séptimo arte, el séptimo sello. He aquí
que llega la gran aceleración de la historia. Todo el arte
daliniano, tan intrincado como fresco, pulsa esos resortes; posee la
armonía de lineas de la verticalidad neoyorquina, esa luz cruda del
azul índigo de Manhattan, el perfil geométrico y biselado de sus
pirámides. Tomandole a Einstein por la palabra, por ver si le coge
en un renuncio, Dalí se pone a jugar a los dados no con Dios, sino
con el skyline.
Que
Gala, aquella rusa deslenguada y con rostro de cariátide fue su
musa, por supuesto. Pero la Ciudad Automática, Nueva York, está
presente en toda su obra haciendo semblanza. Allí Dalí sentía el
calambrazo de la electricidad estática que en los inmuebles de
Manhattan te sacude sin remisión en todas partes, al pulsar un
picaporte o al poner la mano en contacto con cualquier material
acrílico.
La
obra de Dalí es una invitación a volar por el cielo de los sueños
a bordo de una alfombra mágica pero no se aleja nunca demasiado de
esa mejana de su inspiración que fue la gran megapolis. Se profesaba
español pero su estilo no puede ser más norteamericano. Su gran
obsesión es Nueva York que le sedujo y a la que pinta a toda hora.
Las azoteas de los rascacielos donde no hay nunca jamás ropa tendida
se alzan como un desafío del frenesí humano. La ciudad nunca
duerme. La actividad no ceja día y noche. Sus pilas están
recargadas de futuro. Todo allí es actividad frenética. Eretismo.
Y quick.
Deprisa. Deprisa. No hay tiempo que pensar. Todo tiene que hacerse
rápido.
Su
propio galvanismo la convierte en colmena iluminada que renueva sus
panales sin interrupción. Hay que alimentar el monstruo. Dalí supo
transformar en arte todo este cociente automático de la Gran
Manzana. Contempla la ciudad y la convierte en vértigo onírico. Ve
pasar por la acera de la Quinta Avenida las rehalas cosmopolitas que
persiguen a la jauría de los especuladores y corredores en bolsa.
Suena el cuerno de caza de Wall Street. Allí Mercurio con Diana
cazadora cuentan las cabezas de sus mesnadas. Cupido disparará sus
flechas sobre el altar del dinero y surgirán bodas de muchos
matrimonios mixtos. Las beldades paradisíacas se alzan desde la
espuma y de repente desaparecen.
En
su subconsciente quizá viera a esta nueva Babilonia como una
antítesis de la ciudad de Dios agustina. Allí no vale la retórica
ni los ambages. Hay que ir al grano. El norteamericano suele ser
simple en sus gustos y muy directo en su conversación. A su
mentalidad práctica no le van las mentes retorcidas de esa
hipocresía católica que en nuestra juventud nos hizo tanto daño
pues nos entrenó para vivir en un mundo color de rosa todo mentira y
nos infundió un entusiasmo que sólo servía para pegar patinazos
por la vida. Dalí supo calar en este temple de lo neoyorquino -
cruda realidad transfigurada por el tercer ojo- en sus cuadros donde
explota este paroxismo del ángel rebelde en un lugar donde las
gentes pasan sin dejar rastro, y que llevan una existencia frugal,
donde el apartamento del que mudan de continuo es sólo su tienda de
campaña, nada de su castillo, que no predica la caridad y la
humildad cristiana y que sin embargo está llena de filantropía y de
compasión judía. La frase de “my home is my castle” nunca la
diría un neoyorquino. Fue una ciudad de piratas donde recalaron
viejos bucaneros que perseguían a los españoles en las Antillas.
Los holandeses se la compraron a los indios por 25 dólares. Y mirad
ahora ese prodigio. En su pintura Salvador Dalí de cuyo nacimiento
se cumplen cien años explica un poco el secreto de New York, que es
la clave de la humanidad y de su porvenir. Una pesadilla que al
despertar nos llevará a otra cosa después de dos mil años de
historia. Este es el fin o el mismo comienzo de la utopía de otra
vita bona. O acaso el infierno de Babel y del melting pot que hace
explosión. Más diferente y cumplida. Pero con otros reclamos.
Entonces las Torres Gemelas se erguían todavía en su sitio y todos
creíamos que estaba por llegar el tiempo de vino y rosas.
14
de enero de 2004
ANTONIO
PARRA GALINDO
MEDITACIÓN
ANTE EL ENTIERRO DEL CONDE ORGAZ.
“Tal
galardón recibe quien a Dios y a sus santos sirve”. Esta frase
murmurada entre dientes por los prestes que ofician las exequias, san
Agustín revestido de capa pluvial y mitra de obispo y san Esteban
con la dalmática diaconal, sirve para poner música de fondo a la
escena que da marco al entierro del conde Orgaz, lienzo donde se
estampa con auténtica veracidad una de las páginas más realistas
de la historia de España y un cuadro de costumbres. El Greco junto a
Velázquez es pintor poco decorativo. Ambos buscan el alma de las
cosas y su arte es el arte de la síntesis. Con tales mimbres que
servirán de materia prima de lo sublime [una leyenda local
consistente en las mandas que dejara a una iglesia de la ciudad, la
de santo Tomé: unas cántaras de vino, unas cargas de leña, unas
hogazas de pan a los pobres, y algunas monedas para misas
gregorianas] se enhebra el enternecedor milagro. Existe de más de
eso una gran familiaridad con la muerte, de acuerdo con la mentalidad
de la propia época, y la necrofilia de una monarquía como la de
Carlos V quien en los últimos años de su vida en Yuste gustaba de
asistir a la celebración de sus propias exequias, sin que el gesto
tuviera nada de macabro; antes bien se veía como lo más natural del
mundo.
Que
dos bienaventurados ausentándose por unos instantes del paraíso
bajasen a Toledo, la capital del imperio, hasta que Felipe II en 1561
decide trasladar la capitalidad a Madrid, para dar sepultura al noble
y cristiano caballero entra dentro de esa cotidianidad ante la
presencia de la muerte. Y casi se concibe como un hecho corriente y
moliente esta intervención del más allá.
En
el arte de Greco hay algo de órfico; la pintura se hace música y es
imposible entenderla sin el acompañamiento de esa gran polifonía,
como reverberando en el fondo, que engozna sus composiciones. No hay
que perder de vista este carácter que tienen sus cuadros de
“trotarios” o melodía bizantina.
El
Greco en este cuadro que supone el triunfo de la misericordia y del
amor, esenciales al cristianismo, pinta dos cuadros; el superior y el
inferior. Los cielos y la tierra se dan cita en el acontecimiento.
Ambos planos son estancos y para bien o para mal no llegarán nunca a
juntarse.
Paradójicamente
el plano terrenal gana la batalla al celestial. El Greco pinta las
cosas como son o debían ser según los canónes del ideal platónico
pero se cohíbe ante los tremendismos y las ficciones del más allá.
En eso se parece un poco a Velázquez quien tampoco supo pintar a los
dioses. Y hasta supo reírse dellos como demuestran su fragua de
Vulcano y el Baco figurativo. Uno y otro, empero, saben dislocar el
dibujo para transmitir el movimiento de las cosas, “dando espíritu
al leño y vida al lino” que diría Góngora.
En
el Entierro lo que está arriba es inferior en calidad a lo que está
abajo. Es mucho más desdibujado e imperfecto. Pues para él lo que
acontece de tejas abajo es mucho más importante que lo que pudiera
dilucidar el más allá. Todas una galería de rostros comparece
haciendo corro ante los dos insignes fosores quienes sujetan por los
sobacos y las piernas al difunto amortajado con toda la regalía.
¡Cómo brillan los aceros de su armadura! A la vista está que por
una vez el espacio tridimensional gana la batalla al tiempo continuo.
Los ojos posan ante todos y cada uno de los asistentes al duelo.
Afloran una serie de personajes que tristes y enlutados hacen rueda
de respeto. Muy engolados, pero serenos. El blanco de sus gorgueras
rizadas contrasta con el negro de sus tiesos jubones. En la capa
llevan algunos bordados la cruz de la Orden de Santiago. Admirable es
la técnica de paños mojados, que acentúa la trasparencia, con la
que está bordado el sobrepelliz de uno de los oficiantes, mientras
un franciscano y un dominico rezan los responsos, y un monaguillo, el
hijo del propio Domínicos Theotocopoulos, Jorge Manuel, mira “para
la cámara”. Hay un cierto exacerbamiento de la silueta a lo que se
une el proverbial estrabismo estético de este autor. La vida no es
más que un perenne destello. Hace de preste oficiante don Diego de
Covarrubias. En la pechera de la pañosa de los circunstantes se
borda la cruz colorada de los maestres de Santiago. Ni que decir
tiene que estamos entre caballeros.
¿Podrá
haber en el mundo algo más melancólico que un entierro? Los dos
frailes explican a la posterioridad el augusto suceso sin parar
mientes en lo que acontece sobre sus cabezas puesto que ya va dicho
que el Greco, pese a ser un pintor virgíneo, lo es más de la tierra
que de los cielos. Toda su vida fue una ascensión incandescente
hacia ese plano superior, un regusto por la quimera. Plasma el
maestro con mayor acierto el cielo en la tierra que al revés, pues
su realismo no le permite transubstanciar lo que sus ojos, poros del
alma, no visualizan. De esta manera el ángel de la guarda llevando
al cielo el alma del conde Orgaz, representada en la forma de un
niño, es mucho menos creíble que las caras de los caballeros que
asisten impertérritos al desarrollo del milagro. No cabe cosa tan
extraordinaria en medio de un hecho paranormal. Tanta familiaridad
ante lo que es poco consuetudinario resulta francamente portentosa
como si los circunstantes estuvieran habituados a vivir con el
prodigio. Ninguno de ellos muestra ninguna sorpresa ante la presencia
de los dos santos bajados del cielo para hacer las veces de
enterradores. Estos son dos aparecidos y sin embargo su aspecto no
puede ser más real. Acaban de irrumpir en escena un anciano obispo y
un joven misacantano. Sosegaos. Sabe trasladar al lienzo la España
de Felipe II en plena apoteosis de una ciudad: Toledo. El pintor, que
borda primorosamente las fimbrias de sus ornamentos, pues ni la capa
pluvial de san Agustín ni la dalmática del primer diácono dan
pasmos, tampoco se sobresalta al narrar los acontecimientos. La
piedad melancólica es el hilo conductor del suceso narrado con toda
la majestad pero al mismo tiempo con toda la sencillez. El Greco es
el pintor del catolicismo universal al que aspiró España en su
siglo de oro, en el que cupieran bajo la vara de Cristo sin
exclusiones nacionalistas o chovinismos todos los pueblos. No puede
haber entonces pintor más insigne de la ortodoxia. Que dos santos
bajen del cielo para dar sepultura a un caballero que era legatario
de esos ideales de universalidad nada tiene de extraño. La sociedad
española a la sazón estaba acostumbrada a vivir con el milagro. El
Entierro es la faz emblemática de todo aquel pensamiento. Ni ante la
vida ni ante la muerte un hidalgo español ha de perder la
compostura. Dicen que el enlosado de Santo Tomé al recibir la visita
de los dos santos se llenó de fragancias celestiales pese a lo cual
todos los que asistían a la ceremonia permanecieron quietos e
impertérritos. Entre los figurantes estaban don Juan de Austria,
Góngora, los hermanos Covarruvias, el hijo del artista y el propio
Greco que deja su firma estampada en griego en los vuelos del pañuelo
de uno de los personajes, cabe la hopalanda.
No
es un cuadro lo que pinta, sino una idea, un estado de ánimo. Estos
caballeros, que se apiñan circunspectos con sus rostros ligeramente
buidos por la tristeza colmada de serenidad ante la paleta del
artista asisten ensimismados al portento. Héticos, silentes, con una
punta de desequilibrio en el mirar - ¿para dónde miran esos ojos
que parece que están viendo lo que acontece más allá?- los
personajes que retrata el Greco bien pudieran ser alguno de aquellos
hidalgos que vagaban por la Imperial Ciudad arriba y abajo de
Zocodover y que para disimular el hambre publicando que habían
comido salpicaban la barba de unas migajas de pan. Almas ardientes
embutidas en estómagos vacíos vivían una segunda vida interior de
absoluta indiferencia frente a las cosas de este mundo. El autor se
desentiende de su obra y el Greco tiene poco que ver con esta
austeridad. Sus biógrafos afirman que gracias a sus cuadros nadó en
la abundancia y se condujo munificente como Creso en una Toledo
empobrecida y demacrada pese a ser entonces la corte. Es el pintor de
cámara de la “dives toletana”i llevando
una existencia regalada en aquel palacio de alquiler, que contaba con
veinticuatro estancias, propiedad del quiromántico marqués de
Villena, del que decían las crónicas que ni palabra mala ni obra
buena. El tren de vida y la fastuosidad del candiota, que ganó
muchos ducados con el arte de Apeles, casan poco con la frugalidad de
los personajes a los que traslada al lienzo. Todo arte emboza ya de
por sí una contradicción. Aunque el Greco se asimiló plenamente a
las costumbres y al espíritu de Toledo, identificándose con él,
vivía como un veneciano. Incluso, contrataba músicos para que le
amenizasen las comidas. Insistimos: la música es muy importante en
la pintura solemne y celeste de este genio del cristianismo. No hay
según eso una identidad plena entre retratista y retratados. Su
forma de pintar es una manera diferente de entender el mundo, a
través de esos semblantes con traza de llama, dotados de un singular
dramatismo escénico.
El
estrabismo estético del autor les confirma una alargadera que
algunos atribuyen a determinado defecto óptico del propio
Theotocopoulos quien, según referencias, en los últimos años de su
vida cayó en la locura. Pero tal extremo no ha podido ser probado y
contiende con la envergadura de este griego transterrado y
transtornado a Castilla que pintó Toledo como un verdadero sueño
lunar bajo una luz lívida de ocres. Parece ser que la tesis sobre la
enajenación mental del Greco se sustenta el haber pasado por la casa
de locos del hospital del Nuncio de donde extrae los modelos para
perfilar sus doce cuadros sobre el apostolado, cuadros conservados
todos ello en el monasterio de las Pelayas de Oviedo. El Greco es un
pintor de las almas y en todo alma hay un eco del infinito que se
plasma en un cierto grado de enajenación.
Tuvo
infinidad de detractores. El más insigne fue el propio Felipe II,
todo un conocedor y en lides pictóricas peritísimo pero que nunca
llegó a entender su manejo de los colores. Tuvo un pleito con el
cabildo de Toledo porque en el Expolio, inicio de la pintura de la
edad moderna, se resiste a pintar a las tres marías a
longe, como
nos relata el Evangelio. De hecho, el propio monarca, que entendía
de pintura, pero de gustos absolutamente convencionales, que no le
permitía entender ni su estrabismo ni su tendencia a descoyuntar las
figuras, como tampoco el áspero colorido con que formula las escenas
de sus personajes atormentados - el Greco es una sabia combinación
de lo ponderado y de lo desmedido-, mandó que fuese colgado en la
sacristía del Escorial el famoso martirio de san Mauricio y la
Legión Tebana encargando otro lienzo sobre el mismo tema y del que
ahora apenas se habla a un tal Cincinatti. Este fracaso yuguló las
aspiraciones del candiota a convertirse en pintor de cámara. Pero
él, pintor de eternidades, nunca podría ser un pintor de cámara al
uso. No han comprendido sus detractores que era un pintor de
eternidades. Su obra permaneció minusvalorada sin un reconocimiento
categórico hasta bien entrado el siglo XX.
Domínicos
Theotocopoulos (lit. El muy hijo de la madre de Dios) nacido en
Candía en 1541 hace honor al título de su apellido. Rompe con los
moldes clásicos y ya en Castilla abjura de su romanismo y de su
helenismo para erguirse en portavoz del tétrico y a la vez sereno
misticismo hispano. En su obra se presenta una antinomia entre lo
real y lo ideal. Y pinta a base de crueles borrones impresionistas,
muy poco convencionales pero que son de un gran efecto sobre todo en
los paisajes de Toledo bajo la luna, cuando la luz circunfleja y
espectral se derrama hasta derrumbarse sobre lo gollizos y
cuchillares del Tajo. El Greco es poesía marial, el triunfo del bien
sobre las fuerzas oscuras. Manuel B. Cossío, su indiscutible
biógrafo, señala que en el Expolio nace la pintura moderna. Hay en
él un exacerbamiento de la silueta, por lo que resulta uno de los
tres grandes retratistas de todos los tiempos junto a Leonardo y
Velázquez.
Exégeta
de los paraísos perdidos viene de la filocalía de los bizantinos.
Es su obra de un platonismo excéntrico y de un cristianismo
melancólico. El Greco en España se desentiende de sus maestros
venecianos y queda transfijo ante los iconos fanariotas que lo vieron
nacer. El resultado de esta mezcla de sangres es algo profundamente
español: sus cuadros se entienden mejor mientras se escucha en
lontananza a los coros del monte Athos. Carece por ejemplo de la
desesperación y pathos del arte protestante. De Rembrandt pongamos
por caso. Desconoce, asimismo, las estridencias de los bufones. Es un
arte enteramente aristócrata, pero de un exotismo criollo, por lo de
mezcla de credos, cuasi abrazador. Hasta en los locos del Apostolado
se deja translucir un poso de cordura. Supo pintar a los locos de
Cristo. El Caballero de la Mano en el Pecho y el busto de san Juan de
Ávila refrendan ese supuesto. Arte incorrecto que rezuma corrección.
Pinta las esencias, va al grano. Por eso se denomina pintor de
pintores. De la vida del greco chipriota poco es lo que se sabe. Que
provenía de una familia de recia estirpe cristiana que huyó de
Constantinopla el año de la invasión de los turcos, 1453. Que antes
de afincarse en Toledo, donde se casó y tuvo un hijo, Jorge Manuel,
anduvo por Italia aprendiendo dibujo del Tizziano y de Rafael. Que
supo transmitir al lienzo toda la carga de grandeza del alma de
Castilla. Que tuvo muchos pleitos con el cabildo de la catedral, con
la dirección del Hospital de Illescas por cuestiones que no hacen al
caso y que murió en Toledo en 1616.
Antonio
Parra Galindo, periodista y licenciado en Filología.
14
de diciembre de 2002
CARTA
A TOMÁS SALVADOR, UN VETERANO DE AQUELLAS ENCRUCIJADAS.
Querido
Tomás: Yo sé que me escuchas encaramado en lo alto de una garita,
sita en los cuernos de aquella estrella, una de esas estrellas de las
noches de noviembre, mes de las ánimas, de los duendes y los
aparecidos, en esta tierra que abandonaste ya va para tres lustros.
Centinela
en tu garita, contemplarás las heladas aguas del Lago Ilmen, que fue
para ti como una especie de mar de juventud y así recordarás los
días pretéritos como cuando estabas apostado en un pozo de tirador
frente a la estepa. ¿Te acuerdas?
Hoy
siento angustia, no precisamente una angustia de tu ausencia, sino el
desaliento y el desazón ante el panorama que me circunda. Alzo la
mirada y la primera impresión que atrapa mis ojos es que todas
aquellas cosas contra las cuales tu pusiste tu vida al tablero allá
en la lejana Rusia son materia triunfante.
Esta
angustia que me embarga viene tapizada de hojas amarillas, que, como
un sudario de antiguo esplendor yerto, se derrumban sobre nuestros
parques.
La
nieve ya corona las sierras y la lluvia otoñal desparrama sus
aguaceros mientras a través del perfil de mi ventanuco oigo pasar a
las bandadas de aves migratorias rumbo hacia el sur. Son el mejor
presagio de la llegada del invierno.
Las
emisoras españolas radian historias de mareas negras. La mancha de
petroleo del “Prestige” amenaza por el noroeste mientras por el
sur siguen de arribada las lanchas y pateras del flujo inmigratorio
que no cesa.
Las
cabeceras de los periódicos refieren matanzas y venganzas en espiral
que no cesa y se enrosca como la cola del dragón apocalíptico, con
surtido de eternos golpes y de contragolpes. El problema palestino,
como el del hombre mismo, carece de solución y la tierra mientras
tanto parece que se empeña en parir sombras.
A
costa de los coletazos del dragón encadenado cuyo perpétuum mobile
no es sino el estrago y la destrucción, llámese terrorismo,
fundamentalismo islámico u horda migratoria incontrolada, que están
dando lugar a una presión demográfica y a un corrimiento de pueblos
como se desconocía de la invasión de Roma por los bárbaros en el
siglo quinto, o llámense mafias con sus secuelas de inseguridad
ciudadana que se cierne sobre nuestras ciudades, tanto como la
pornografía dura, la pornografía blanda y la pornopolítica, el
galeón de nuestras vidas puede irse a pique.
Por
eso y por muchas cosas más esta tarde triste del mes de difuntos un
sentimiento de zozobra me sobrecoge. Se me ha formado un nudo en la
garganta. Es como si tuviese miedo por este mundo que me rodea tan
frágil, siempre a punto de estallar. Dicen que siempre fue así pero
ahora vivimos una guerra mucho más terrible si cabe que la que tú
conociste a orillas del Voljov. Porque el enemigo no está fuera sino
dentro de nosotros mismos, Tomás Salvador.
Valentina
Yushina me pide, con motivo de cumplirse el sexagenario de la batalla
de Stalingrado, unas lineas para traer a colación la magna
efemérides, en la que perecieron cerca de trescientos mil alemanes y
que sería el primer golpe de azada con que Hitler excavó su propia
tumba.
Poco
es lo que yo puedo aportar de mi propia cosecha, pobre de mí, que no
haya sido consignado de antemano a la hora de contar aquella gesta
que duró desde agosto de 1942 hasta febrero del año siguiente con
la capitulación de Von Paulus. Se han escrito miles de libros y
documentos al respecto.
Pero
hay una idea que no quiero dejar pasar por alto sobre todo después
de haber releído tu gran novela, que aborda el cerco de San
Petesburgo (Leningrado) por fuerzas alemanas y que lleva por título
“División 250" y es el carácter homérico de aquella
conflagración. Como si sus participantes asistieran a una alta
ocasión que no volvería a repetirse en siglos.
Este
libro tuyo, Tomás, es un canto a la Rusia eterna en la que se
barajan una serie de nociones proféticas a las que no habría de
perder vista para comprender la actualidad y que se resumirían en
dos apartados:
l.-
Las guerras de exterminio con sus miserias, inanidades, flagelos y
heroísmos, se organizan en los altos despachos de las finanzas, pues
todas responden a intereses económicos, por unos pocos, para que
sean muchos los que padezcan sus consecuencias.
2.
- Europa haría mal en vivir de espaldas a Rusia, un país que viene
a ser su reserva espiritual y apéndice de sus propios sueños.
Tolstoi, Pushkin, Gogol, Tchaikovsky, Rimsky Korsakov son
manifestaciones de ese genio europeo tan precisos como el de
Descartes, Kant o Shakespeare. Un talante que tiene mucho que ver con
el cristianismo.
Sólo
ambas ideas harían a tu División 250 altamente recomendable pero
hay en sus páginas otros atributos.
En
él se respira la poesía de la guerra, la esperanza de un mundo
mejor, la compasión y el perdón hacia todos los que padecen los
rigores del campo de batalla cualquiera que fuere su insignia.
Tú
ya sabías por eso mismo que las generaciones futuras no os iban a
entender, pero no importa. “División 250" es en la actualidad
un libro descabalgado, fuera de catálogo en España, y en Rusia son
pocos los que lo conocen pues no creo que haya sido traducido. Están
pidiendo a gritos la mano de un traductor para que el público lector
de aquel gran país pudiese tener la versión de la otra parte, desde
los que disparaban de este lado de las trincheras. Además es una
obra de arte y las obras de arte están por encimas de las caducas
maniobras de la política.
Pero
surge siempre una mano negra, dispuesta a impedir que los hombres de
buena voluntad se entiendan. Esta ignorancia y este olvido en que ha
caído tu obra, Tomás Salvador, me pone muy triste.
Esta
noche al escuchar los estampidos de los cañones de Stalingrado es
como si escuchase las campanas tocar a clamor por los cerca de
cincuenta millones de seres humanos que murieron en aquella gran
tragedia. Cuando las guerras estallan dicen que la verdad causa baja
y nace la propaganda. Las guerras carecen de criterios estéticos.
Por eso precisamente.
UNA
NOVELA DE SEGISMUNDO LUENGO
Por
Antonio Parra.
Tuvo
Zamora siempre fama justa de ser tierra de buenos novelistas,
escritores y periodistas. Por citar unos nombres: Rufo Gamazo,
Agustín García Calvo, Bartolomé Mostaza. Comarca fronteriza,
presenta una serie de variantes dialectales y léxicas que son de
monto y que honran la literatura castellana desde los primeros poetas
del Rimado
de Palacio hasta
aquel cisterciense que colgó los hábitos por ir a servir al
emperador a tierras europeas, y que se llamaba Cristóbal de
Castillejo, el defensor del viejo metro castellano en contra de los
modernistas italianizantes y que estuvo poco reconocido siempre por
los manuales regalistas. Pero eso es siempre Zamora que unos llevan
el agua pero que es épica desde la primera victoria de los
mesnaderos castellanos contra Abderramán III, quien a la puertas de
la heroica ciudad mascó el polvo de una de sus pocas derrotas. Al
gran emir de los abasidas los acontecimientos de este verano en la
peripecia de la Isla de Perejil con las reivindicaciones trasnochadas
del autócrata del Magreb lo han colocado en la punta de lanza de la
actualidad. Zamora, por más que orillada, es para los apasionados de
la literatura fuego perenne. Las largas horas del verano con sus
ocios y esparcimientos me han permitido leer de un tirón una bella
obra de Segismundo Luengo, hermoso libro y de una acción intensa y
trepidante aunque adolezca de los manidos defectos de las
producciones primerizas.
Los
vagabundos no mueren del
autor sayagués fue saludada por la crítica como un suceso y con un
alborozado “novelista tenemos” que dejó caer judicante desde las
páginas de “Arriba” Eduardo Haro Tecglén - lo que cambian los
tiempos- y por el propio Camilo José Cela quien había prologado un
libro anterior de Luengo, El
Duero baja negro.
Alfredo Marquerie encuentra en esta novela concomitancias con los
maestros rusos. Y todos por lo general se hacen lenguas de ella, dada
la agilidad y garbo, sin dar de lado a la riqueza de estilo y a la
propiedad del lenguaje en que está escrita.
Aunque
el autor sitúa la acción de los “Vagabundos no mueren” a
primeros de la pasada centuria lo cierto es que la trama se ambienta
en el Madrid de principios de los años 40 con su clima de calma
chicha, de refugiados nazis y de agentes comunistas, periodistas
incendiarios con una tea en una mano y en la otra el cálamo. Tampoco
falta el amor. Precisamente su protagonista, un periodista integro
por nombre Patricio, por su renuencia a aceptar aquello que va contra
su conciencia, acabará pidiendo limosna. “Los vagabundos” es la
historia de un ascenso. El del amor. Y de una caída. El desamor. Lo
mejor de su vida, dice, fue Berta, que marcó a fuego a Patricio.
Igual que si fuera una res. Berta venía huyendo del Berlín
hitleriano y encontró en España un país que la llena de
entusiasmo. Amó el paisaje pero desconocía el paisanaje.
Berta
y Patricio llegan a encontrarse trabajando en La Hora, un periódico
que tenía establecida su sede en la calle de la Montera y cuyo
propietario era una tal don Zacarías, oscuro personaje y que actuaba
como hombre de paja de una red de estraperlistas internacionales que
mezclaba las ideologías con la trata de blancas, la extorsión y el
chantaje. Los problemas que plantea el libro no pueden ser más
actuales. Patricio trabaja para este consorcio pero se niega a vender
su pluma a sus amos. Estos a lo primero se sorprenden. Luego se
irritan y optan en ultima instancia por quitarselo de enmedio. Una
tarde le envían dos “negros” pero se equivocan de individuo y
matan por error a una amigo, un vasco que se había hecho cargo de la
dirección del rotativo mientras el protagonista pasaba unos días de
luna de miel en su tierra zamorana. Estas vacaciones en Galende lo
libraron del filo de la navaja
El
tempo.
El
tempo de una buena historia tiene algo del ajetreo de un martillo
pilón. La vida no es más que un golpe de rodezno. Arriba, abajo,
afuera, adentro, delante, detrás. El movimiento de la naturaleza es
pendular. Y el modelo elegido no es la trayectoria homogénea del
dardo desplazándose en una sola dirección para vencer la ley de la
gravedad. Se parece más al movimiento de círculo. Tiene que ver con
el acaso y con las alternancias de la casualidad o los binomios de la
paradoja que sobrecogen a por igual a entusiastas y a escoliastas.
Luengo (sus amigos preferimos siempre llamarle Segis) en esta novela
tan ponderada y que contó con los elogios del Dr. Marañón, aparte
de los epígonos arriba consignados, de rasgos biográficos, penetra
a golpes de azud en los entresijos anímicos de los encartados.
Proliferan las buenas observaciones sobre el paisaje y las gentes que
lo pueblan. Hay una buena visión del mundo. El estilo es recio, tan
pronto amargo como de una ternura sublime. La noria novelística de
Luengo se mueve con estridencias barojianas. Hay un pensamiento que
se perfila como mensaje críptico a lo largo de la redacción de la
obra. Y es que el destino se ensaña inexorablemente con los mejor
preparados mientras trata con benevolencia a los inicuos y mediocres.
No es cuestión de pedir peras al olmo. La naturaleza es injusta,
desordenada e imprevisible sobre todo en lo que hace referencia al
comportamiento. Para el bueno no hay piedad. Esa es la fija. De
manera que Patricio, un perdedor, pega tumbos por la trama. Se había
enfrentado al sistema y nostramo se ensaña con los que le hacen
momos. Le queman el periódico, lo intentan asesinar, envían
anónimos delatores a su novia alemana “que había traicionado a la
causa”. El héroe se enfrenta a la fatalidad aun a sabiendas de que
lleva las de perder puesto que ellos son demasiado poderosos. Hay
atisbos autobiográficos dispersos por toda la narración. Los que
conocimos personalmente a Segis - un astur leonés enteco, bajito de
cuerpo pero grande de espíritu y con un par de lo que hay que tener-
sabemos que era proclive a enfrentarse hasta con el mismo lucero del
alba. Cuando se cabreaba hasta las colecciones de los más sesudos
periódicos que se conservaban en la Hemeroteca Nacional se echaban a
temblar. El narrador no habla por tanto de oídas sino que aporta
datos de su propia vividura.
La
busca.
Los
personajes se hallan trazados a soga y tizón. Hay un buen andamiaje
arquitectónico. Pero son bocetos acaso de una novela más larga que
el autor se proponía transcribir. Obligado por la necesidad o por la
falta de espacio y de tiempo de su perentoriedad periodística las
cosas quedan como colgando in medias res. Hasta en eso. En su
nerviosidad e intrepidez se nota que el libro ha salido del magín de
un reportero. Parecen los personajes daguerrotipos de Baroja y hacen
pensar en los desarrapados de “La Busca”. La vida de un
periodista con sus agujeros negros iluminados de bohemia tiene
puertas encantadas que conducen a la planta noble de la gloria. Por
más que - también - balcones que se asoman al abismo. Nostramo no
perdona, como consecuencia de su intento de agresión al juez durante
el auto de procesamiento a los culpables del asesinato de su amigo es
condenado el protagonista a cinco años de destierro en Las Hurdes.
Intenta huir del cepo que le tienden las fuerzas oscuras que
conspiran contra su destino pero hay alguien arriba que decide por
nosotros, y no somos libres. Resulta víctima de su propio pathos y a
esta adversa circunstancia se añade su mal carácter que le hace ir
dejando jirones de su propia alma en cada zarza poniendo la vida al
tablero a la menor eventualidad. Patricio acaba de bacinero
(mendigo). En los primeros capítulos la descripción de la vida
miserable - la pobreza le ha devuelto la libertad- se alcanza el
punto de inflexión. Es lo mejor del libro hasta el punto de crear
escuela. Cela, Bartolomé Soler, Sebastián Juan Arbó. Emilio Romero
en el Vagabundo
pasa de largo,
y otros, abordan la misma cuestión de los hombres derelictos, quizás
con más éxito y fanfarria pero sin la originalidad de Segismundo
Luengo quien aquí rampa como un verdadero Cid Campeador de la
novelística de su tiempo. Es tan psicólogo como Rafael Sánchez
Mazas y tan eximio relator como Manuel Pombo Angulo. Por lo que
contiene de reto a las fuerzas oscuras y la crítica a los poderes
fácticos, de los que no sale indemne la Iglesia (resulta
pertinentísima la descripción del cura de aldea repartiendo sopapos
entre sus monaguillos para luego predicar el que os améis los unos a
los otros como yo os he amado) esta novela es un exorcismo contra los
demonios familiares que nos cercan. Alguien dijo que escribir es
llorar, más bien se trata de un ejercicio espiritual en el que se
suplica la gracia y el perdón por un mundo maravilloso pero sin
sentido en el que resulta poco recomendable meterse a redentor.
Porque los males arrancan de antiguo y carecen de solución. Basta
con mirar lo que acontece y hurgar en la basura bardanera de los
traspatios. Los escritores de la leva zamorana de postguerra,
inmensamente rica, no eran paniaguados, contra el criterio que se
viene anunciando a bombo y platillo, del régimen sino que con
frecuencia vapuleen al sistema con más margen de crítica y cociente
de libertades que hay hoy frente al rodillo que se cierne sobre
nuestras cabezas. Este sistema que encontró precisamente en sus
versos y en su prosa una válvula de escape. Las normas de
publicación no eran tan férreas como en la actualidad, a raíz de
la llegada de los émulos a la demócrata del Gran Inquisidor y la
irrupción de los magnos visires del pensamiento, los veedores y
mozos de espuela del Supremo, los zascandiles de Nostramo.
Las
cabezadas del rodezno.
Segismundo
Luengo blandea en algunos trancos de la narración la tea de los
grandes libertarios a sabiendas de que la “rebelión contra los
magnates” no la perdonará ningún jefe de negociado, que el
criminal se resguarda a veces bajo la misma cobija que el santo y que
también los hay desafortunados, puesto que criados con leche de
llueca acabaron destinados a las pocilgas del fracaso. ¿Pero qué es
el éxito y qué es la derrota? No hay baremos. Todos ellos acabaron
humillando la cerviz bajo la testuz de la libélula apocalíptica y
sometidos a los golpes del rodezno de maldades que pega cabezadas a
diestro y siniestro y manda intrigas y traiciones. Todo aquello que
es parte y aditamento de la existencia humana. La rueda dentada
cabecea indiscriminadamente convirtiendo en golpes de melancólico
son todo su trajín. ¡ Cuán bellos paisajes! Pero ¿cabría decir
lo mismo del paisanaje? Su barbara geografía - comenta - hace a los
españoles seres diferentes y como extraños a sí mismos. ¿Están
los españoles a la altura de su paisaje? El Escorial es magnifico
pero aguarda que suba todo el personal que hace trasbordo en Venta de
Baños. Si quieres sentir pena por la humanidad vete a una corrida de
toros o metete en un tablao flamenco mientras haces tiempo para tomar
el tren burra a las dos de la mañana que pasa por Medina del Campo.
Sumergete en los abismos de la telebasura. La inquisición ha
resucitado de la mano de la prensa rosa. Lo que decía Cánovas, se
es español porque no se puede ser otra cosa. Cuando la vulgaridad
hace presa en España somos capaces de dar lecciones de cutrez a
media humanidad. Las bailadoras llevan una faca en la liga, según
observó Próspero Merimée. Es la imagen que ha dado la vuelta al
mundo aunque en el fondo nos desconocen. Pasa un campesino en
chanclos, un marranero agita la tralla en mitad del andén, cerca de
una señora de luto que sentada sobre una maleta de hatillos da de
mamar a un niño. En la estación no hay bancos y los del vagón son
de madera. He aquí a los habitantes desesperados del triste paraíso.
Un estremecimiento anarquista, una desesperación sin límites,
recorre todo este libro. Luengo recuerda en la manera de narrar a los
maestros rusos. El suyo es un ejercicio de puro nihilismo, un
descenso a las zahurdas del subconsciente donde Pedro Botero agita
los cuerpos de los condenados en el calderón incombustible. Hasta se
escucha una melopea infernal. Todos los españoles en alguna ocasión
hemos escuchado esa cantilena. Patricio nos ha descubierto parcelas
insospechadas e incontroladas de nuestro yo inerte. en todos nosotros
duerme un andarríos como el protagonista de la novela, contrariado y
triste, que duerme en la hura de un pajar. Cuando el almud de la
existencia se convierte en arma arrojadiza contra nuestro propio
destino es para echarse a temblar. No hay solución ni escapatoria
posible. Cualquier día te llevan preso los “charoles” o te
tienden boca arriba entre cuatro cirios. Esa es la fija. “Los
vagabundos no mueren” fue publicada en 1951. Al cabo de más de
medio siglo mantiene su lozanía e interés. Y sigue siendo actual
ante la invariabilidad del ser humano que siguen siendo los mismos.
Sólo mudan siquiera levemente las situaciones. Su estilo tan
zurrador y poético como el Viaje
a la Alcarria,
cuyos pasajes recuerda, continúa siendo golosina para los catadores
de la buena literatura. Por eso la obra del sayagués tendrá que ser
revisada, es una injusticia que yazga en el olvido.
Antonio
Parra Galindo
5
de noviembre de 2002
SOLILOQUIOS
AGUSTINIANOS FRENTE A UN HIERÁTICO TETRAMORFOS
Dios,
la existencia del mal, la intervención diabólica en el mundo, el
poder de la gracia, lo engañosas que pueden resultar las formas
terrenas para un ser creado para la eternidad son algunas de las
ideas que repetidamente y con pulido decoro, a lo largo de párrafos
impregnados de retórica, va dejando caer el divino Aurelio Agustín
en el transcurso de su dilatada obra.
Con
parsimonia platónica advierte que no existe el mal (todo un golpe de
claxon al mundo actual) sino que consiste en la privación del bien y
de la libertad.
Para
el obispo de Hipona éste se cuenta íntimamente relacionado con
el Verbum
Bonum como
entidad creadora. Quiere decir lo mismo que Dios, un concepto que
entrevera el autor con las equipolencias trinitarias.
Y
a ese Dios, por lo mismo, trata de definir a base de una
concatenación de cualidades negativas: insondable, indeterminable,
no circunscrito, intemporal, inefable, imperceptible, inmutable.
Luego
lo trasvasa a la categoría de potencia creadora puesto que la
divinidad inmanente y trascendente es toda vez trascendente, pasible,
activa, contemplando al hombre como criatura asomada, supeditada y
revertida hacia ese Verbum del que depende y que se nos ha
manifestado por su epifanía en la persona de Cristo.
Aquí
puede haber truco pero todas las religiones e incluso la de Agustín
que es la más perfecta se reservan el derecho de sus propias
añagazas a la hora de dar explicaciones a lo inexplicable. Es el
derecho a la duda y al beneficio de la trampa.
Sin
embargo, el lenguaje de Agustín tiene un aroma de eternidad tanto
cuando se refiere a ese dios centro de la creación como
un figulus (alfarero) como
cuando se compadece de aquellos que desconocen a Cristo, no lo
buscan, no le aman y viven en el infierno de su lejanía, desterrados
del amor. Viven alejados del sumo bien y enajenados con la libertad
llevando una existencia anodina e insípida que los convierte en
seres devorados por sus propias pasiones. Aquí Agustín puede que
esté haciendo sonar los timbres de cara al hombre moderno al que
reprocha su voracidad (edacitas) y
el vivir empecatados, que no es vivir, de nuestra sociedad.
Pero
en tiempos del santo obispo, sepamoslo para nuestro desconsuelo, era
también lo mismo que en la rabiosa actualidad. El hombre no tiene
solución. Es como Israel.
Llevamos
una existencia anodina e insípida que nos convierte en alimañas
devoradas por sus propios semejantes. Somos siervos de las pasiones y
alentamos en la cueva de los propios vicios.
Echa
el escritor una mirada a cuanto le rodea y no puede por menos de
sentir angustia. Las cosas transitorias del presente han de ser
toleradas, nunca buscadas, porque esta vida no es sino un destierro,
el que brinda la concupiscencia y las cosas del cuerpo.
De
ahí brota el drama trágico del ánima agustiniana que con tanto
entusiasmo de verdadero neoplatónico observa y canta la obra de la
creación y hasta llegó a amarla cuando se enamora de aquella
esclava númida que le dio a su hijo Adeodato, aunque nunca pudo
desvestirse jamás del lenguaje retórico y de los resabios maniqueos
de su juventud.
El
mundo no es mas que un reflejo imperfecto del Súmmum Bonum, exclama
cuando desengañado de las cosas humanas y de los estragos que debió
de causar en él su pasión amorosa opta por la conversión. El amor
humano nunca será capaz de saciarnos - es su conclusión- porque
cuanto más lo gozas más estraga.
Se
echa de ver como el platonismo de los griegos en el obispo de Hipona
se une en comunión a la religión de los nazarenos. Este
neoplatonismo es toda su fuerza y su savia teológico-filosófica.
Una añoranza del edén perdido, una nostalgia del dulce jardín del
que fuimos expulsados junto con deseo de contemplar a Dios de frente
y sin los óbices de los espejos, enigmas y miramientos constituye el
meollo y la enjundia de toda la obra literaria de este romano de
provincias.
Es
el primero en cantar la melancólica belleza, que siente el eco que
le convoca a la eternidad y lo transfigura a causa de un deseo
inalcanzable hasta que la muerte rompa ese espejo que nos garantiza
visión tan imperfecta del sumo bien y se desaten los nudos de los
sentidos que coartan el ángulo de mira. En su pluma resuenan los
melifluos coros y los “versos entonados durante la felicidad
perpetua que vendrá”. Es así que una de los pilares de la iglesia
occidente se nos vuelve completamente oriental. Era de rito
ambrosiano y el rito del santo obispo de Milán miraba hacia Bizancio
como la puerta de la nueva Roma y la Jerusalén celeste. Hay en toda
la obra agustiniana como en la de san Isidoro un gran sentido
litúrgico.
El
mundo moderno no aspira a esa luz que vendrá sino a la que ahora y
en este lugar baña sus pupilas. El mundo actual no cree en las
lagrimas. Es fanático de su propia tecnología pero no entiende la
estructuración jerárquica con que contempla el autor de la Ciudad
de Dios el mundo de los poderes sensibles subordinado a lo
preternatural.
Por
eso no se extasía con los angeles agustinianos que luego plasmaría
Frá Angelico pulsando el arpa de la salmodia incesante. El rasero de
medir en ese libro es el illic
et tunc (allá
y entonces) de
los neoplatónicos pero hoy estamos calados hasta los huesos del dios
semita que atronó en el Sinaí y para quien los planteamientos no
son iguales ni predican la trascendencia sino el hic
et nunc de
los huesos y de la carne viva. El cristianismo, salvo en las
excepciones del jesuitismo y del Opus Dei, que preconizan una
justificación por las obras y avenencia con el mundo, no ha
conseguido romper con ese estigma, esa tremenda dualidad. Las dos
corrientes mentadas se sitúan en una dinámica protestante de moral
utilitaria. Pero esto no es católico. Lo verdaderamente católico es
la tesis formulada por san Agustín.
Moisés
y Mahoma desoyendo la voz del Querubín cifran su esfuerzo en amarrar
una existencia y un buen pasar acá abajo. Pero el evangelio grita: “
el que busca su vida la perderá”. Ni judíos ni moros ni
protestantes podrán nunca comprender la utopía agustiniana a la
escucha de los coros del más allá. Como tampoco su irredento
idealismo aunque todos ellos hayan de su lado caído en sus propias
utopías e irredenciones.
El
alma agustina no teme a la muerte por beber en el torrente de la
eternidad. Sus personajes forman parte de una feliz sociedad de
ciudadanos supernos los cuales tras las tristes labores de
peregrinación en esta vida en el más allá tendrán asegurada su
recompensa pudiendo gozar de la hermosura del verbo. No es el ubi el
adverbio de lugar sino el ibi. En esta alternancia de demostrativos
está expresada toda una forma esencial de vivir y de pensar. Es
hasta allá, ese lugar que nos tiene preparado hacia donde los
ciudadanos de la Jerusalén Celeste encaminan sus pasos y dirigen sus
miradas. Es allá donde entonarán las loas eternas.
Y
¡qué loas, qué cánticos! ¡Qué instrumentos músicos, qué
arpas, qué himnodias - concluye se escucharán en aquel lugar sin
interrupción!
Esta
idea de la majestad solemne del hieratismo del Tetramorfos sólo
podrán entenderla quienes alguna vez hayan asistido a unos oficios
solemnes en una catedral ortodoxa. Los coros suenan en Kiev, en
Moscú, en Atenas. Para Agustín el cristianismo es una perpetua
melodía y el hombre ha nacido para entonar alabanzas a la divinidad
en el paraíso. Aquí volvemos a topar con la vieja noción de Fides
ex auditu. La religión predicada por el Nazareno pide tener buen
oído. No entra por los ojos como acontece en sus dos hermanas
gemelas. En ese amor a la himnodia que tantas veces salta a los
renglones de la obra del Genio de Tagaste se nos revela un apasionado
de la armonía.
El
protestantismo y la contrarreforma se encargaron de acabar con ella y
nada se diga de la revolución francesa pero es con todo una de las
grandes estrofas del pentagrama de la partitura del cristianismo.
Dios es la belleza, no se cansa de repetir san Agustín en sus
entregas.
Es
un poco la máxima juanramoniana de no la toquéis más que así es
la rosa. No tiene vuelta de hoja. Cuanto más lo expliquemos menos
comprenderemos. El dulce obispo nos recuerda que a Xto sólo se le
puede conocer por medio del corazón. Ciertamente que su obra vive
una contradicción perenne entre el ubi y el ibi, el hic y el illic,
una contradicción que sólo se puede superar mediante la tristeza y
el vacío que dejan las cosas de este mundo.
Esto
es al menos lo que postula el divino quirógrafo a lo largo de muchos
volúmenes de letra apretada. No hace en ellos otra cosa que machacar
sobre un par de ideas. Quienes se sumerjan en la lectura de los
Soliloquia, del Manual de la Contemplación y sobre todo en la Ciudad
de Dios tendrán la sensación de estar leyendo siempre un mismo y
único libro, como si fuera una película de José Luis Garci.
El
problema en el que cae este torrente de imágenes que conforman el
estro y el hipérbaton del hijo de Mónica es la iteración y el
peligro de círculo vicioso que tiene todo lenguaje cuando se propone
trasladar a los sentidos las ideas que palpitan en los arcanos de lo
ultra sensorial.
A
veces Agustín da la sensación de perderse en el abismo para
encontrarse y emerger de nuevo en el alma que renuncia a los afectos.
Por eso resulta nada fácil, aunque grata, premiosa, aunque sublime
su obra. La lectura de los textos conviene sacarla adelante sin
prisa. Algo punto menos que imposible en estos tiempos. Sobre todo
cuando la propuesta que contiene se refiere sólo al oído de la fe
inmarcesible no a cosas de ámbito concreto y marcadas por las
competencias de una realidad demoledora.
Recomienda
con frecuencia vacar de Dios, esto es, sumergirse en el abismo
infinito, liarse la manta a la cabeza. Perderse. La lectura en estos
días serenos y tristes de octubre de los Soliloquia me ha
retrotraído a mí, hombre que vivo en los albores del siglo XXI que
leo noticias y escucho informativos como el asalto con toma de
rehenes de un teatro de Moscú, no puede por menos de llenarme de
melancolía. Las cosas han variado poco desde los cuatrocientos en
que redacta este autor, con una diferencia que el diablo parece que
tiene más fuerza y que los cristianos, que ya en tiempos de Agustín
sintieron estremecerse los muros de Roma, hoy se mueven en precario.
Los verdaderos cristianos, digo.
Y
he llegado a la conclusión de que, de vivir hoy en día, no dejaría
de estar considerado el santo de Tagaste como un pobre hombre. Un
perdedor, condenado a la anonimia de escritor fracasado y sujeto a
los delirios de su página en blanco. ¡Ay esas páginas en blanco de
nuestros fantasmas ensabanados!
Zarandeado
por el ubi y el hic et nunc de la actualidad todopoderosa viviría
volcado hacia el territorio del ibi del más allá. Se le dejaría
vivir angustiado por sus propios denuestos a solas con su Dios, un
Dios que no suele bajar de su pedestal a los que con tanto denuedo lo
invocan. Ubi
est deus tuus?
Él
fue el que inaugura el inmenso monologo y le busca el pulso a todos
los místicos que han seguido sus pasos. A sabiendas de no andar en
un diálogo sin respuesta, dicen los que no tienen fe. Ubi est deus
tuus?¿Dónde está tu dios?
Agustín
es el primero en llamar al Zeus cristiano por su propio nombre y en
dirigirse a él a lo largo de miles de páginas de derretidas
dulcedumbres en las que el alma siente el aguijón de este destierro
y suspira por la Jerusalén celeste.
Fue
el gran maestro de los convertidos que en este mundo han sido pero
también un consumado malabarista en las artes del disimulo. Nos
maravilla y nos encandila hasta cuando hincha el perro a lo largo de
sus tratados de largo recorrido y de sus capítulos espirituales, los
cuales, pese a todo, siguen sentando plaza de añoranza por ese Dios
ausente en nuestra época. Quedaban casi quince siglos para que, cual
energúmeno, se alzase Nietzsche contra el teósofo norteafricano
pero para sus lectores, entre los cuales me cuento, y que después de
cerrar sus Soliloquia nos enfrascamos en este caos audiovisual del
siglo de Nietzsche, el Dios de Agustín no ha muerto. Vivirá
eternamente aunque sea falso.
28
de octubre de 2002
Recordando
el ayer.
LOS
TIEMPOS DEL COLUMPIO LONDINENSE.
Me
acuerdo de bastantes cosas porque fui testigo del pasar de la página
de la historia durante mis años de estancia en Inglaterra donde
transcurrieron siete años de mi vida, quizás los mejores. Fue uno
de esos privilegios y misterios. El furor de los Beatles caló en mí
durante mi vividura en aquella nación patria de la juventud mundial
que acudía encandilada por Carnaby Street, el Eros de Picadillo y el
soniquete de unas coplas harto pegadizas. Puedo decir sin
exageraciones parodiando una novela de Graham Green que Inglaterra me
hizo. Mis primeros reportajes (algún guardo algunas fotos en
carpetas por ahí perdidas) fue al Museo de los Horrores. Había una
cabeza clavada en una pica y la imagen de cera de Edward Heath,
Haroldo Wilson y Callagaham, estaban en una misma ristra. Me gustaba
la alcahuetería de algunos columnistas de la prensa de cejas bajas
que hoy imitan todos. Era el tiempo de vendimia para los “gossip”
y los “pander”. Iba a conocer el periodismo con éntasis y
énfasis de la banalidad que la pela es la pela aunque los ídolos de
barro por ellos creado aguantaban menos y tenían vida mucha más
efímeras que los monigotes que forman hoy plantilla en el famoseo
nacional. La eminencia gris del sistema monárquico que nos pervade
que tiene a Ansón como oráculo debe de estar orgulloso de su
engendro. El régimen se apoya en la piedra basal de esas
personalidades televisivas, fondonas y con mucho maquillaje a
cuestas, que cuando dicen hay que ver lo guapo que es nuestro
príncipe parece que tienen un orgasmo. Pero para quien ha probado la
jalea real estas pócimas de imitación que nos ofrecen nuestros
columnarios instalados le parecen mejunjes. Puede que esto acabe como
el rosario de la aurora, ojalá me equivoque. Lo traigo a colación
porque no puedo menos de evitar una sonrisa ante el entusiasmo y
ardor de nuestros gacetilleros ex convictos mucho de ellos a la caza
de la noticia como ese Coto Matamoros, y no prorrumpo en invectivas.
Me limito a hacer mutis por el foro. Se machaca todos los días en el
hierro frío de nuestra vulgaridad. Se glorifica a las figuras de
bricho. El oropel sea nuestro decoro y de esta glorificación puede
subseguirse el parto de los montes. Pero los ingleses sabían hacerlo
bien. Son gente con clase y se ponen el mundo por montera pero a los
émulos de aquí se les ve el plumero. Nos están dando entre muchos
espasmos y contoneos la calderilla de las pelucas empolvadas y no
puede ser más triste el espectáculo en medio de tanto jolgorio.
Ahora bien, a lo que yo asistí en los prodigiosos sesenta fue al
triunfo de la imagen. A la divinización de la fotografía. Pulsé
las nuevas inclinaciones de la media. La promoción subitánea y el
escapismo. Presencié el nuevo nacimiento de Venus surgiendo de las
aguas. Era una londinense casi esquelética y anorexia que se
desayunaba con una manzana y un vaso de agua de rosas y ya no tomaba
más en todo el día. Fue un lanzamiento. Twiggy se convirtió en un
icono. La madona que adoraron las nuevas generaciones y el espejo en
que se miraban todas las inglesas en edad de merecer. “I du know”
(no sé) y “I can~t be bothered for lunch3”
era la frase preferida de esta modelo la mejor cobrada. Cobraba por
sesión cien esterlinas. En aquel tiempo ya era un pellizco.
Estábamos todos en una nueva dimensión. El reino del “scoop” y
del pisotón. Twiggy nos enamoraba con sus ojos líquidos y su
delgadez de muchacha plana sin pechos y sin trasero. El ojo privado
era nuestra fuente primordial de información. Tenía mucho de
pasquín pero acertaba. Recuerdo un chiste de semana santa que
insertó Private Eye en sus páginas. “Este año no habrá navidad
porque la Virgen María toma la píldora”. La frase provocó una
verdadera revuelta nacional pero la revista contestataria y semi
clandestina volvió a la carga y preguntaba en un chiste firmado por
Cummings, uno de sus más afamados coronistas: “Any one for the
last Supper”, decía un camarero de la British Railways que pasaba
por los compartimentos con la indiferencia y profesionalidad con la
que los revisores de ferrocarriles en Inglaterra cruzan el ténder
picando billetes. Al ágape se apuntaron doce obispos y un
presbítero. Una infamia contra la eucaristía que provocó una
verdadera carcajada nacional. No fue más que un buen chiste de
Richard. Pintaba un camarero en un vagón restaurante de la BR y
preguntaba a un grupo de clérigos si alguno quería participar en la
Última Cena. Era aquella revista escribían el hijo de Evelyn Waugh,
Aubirn Amis, novelista de nota y Charles Douglas-Hume el cual se
suicidó después de haber tenido una obra en cartel más de dos años
en el East End su comedia “Please, no sex, we arte British”. Era
una carrera de ratas a la búsqueda de los genes fotogénicos. Había
una gran promiscuidad sexual y el sexo era fácil lo que hizo decaer
la oferta de las meretrices que en el Soho tuvo un encuadre
histórico. Las señoras putas estaban mano sobre mano en aquellos
parloriio
parlatorios donde languidecían al amor de las estufas de gas. Nunca
habían tenido tan poco trabajo. La pornografía se hizo un género
para la exportación y se producían reinas y modelo para la
imitación universal. Yo conocí a la Gamba (The Schrimp) que antes
de entrar en el mundo de la farándula trabajaba como
simple mecanógrafa. Con ella y con Twiggy reinas excelsas del
glamour empieza una nueva era. Lord Snowdon el marido de la princesa
Margarita tenía un estudio en el barrio de Pimlico. La lente de
aumento se convirtió en símbolo de aquella época. Muchos de los
héroes que hicieron a Gran Bretaña un país señero y reclamo eran
fotógrafo. Sólo encuentro un adjetivo para definir mi experiencia.
Es el término flamboyance
o flamboyanes.
Un tiempo flamígero, vistoso, resplandeciente. Y así fue: hasta las
camisas y los trajes con pantalones bombachos se adecuaban a este
epíteto. Sustituyeron la gabardina pringosa y el “dufelldcoat”
de lana basta, que utilizaban los
campeadores y en la marina por los abrigos de garras con vueltos de
piel de zorro.
Susurros
desde mi ajarafe
ENVUELTOS
EN LA NUBE DEL NO SABER
por
Antonio Parra
Los
eremitas mozárabes que vivieron en Asturias y León, buena parte de
Galicia, en el alta media, buscaban para su apartamiento del comercio
con las gentes los lugares más recónditos en sitios inaccesibles
como fueron el Valle del Silencio, en casi todas las pedrizas como la
que queda trasmontana al macizo central, las cumbres de Tineo o las
fragosidades de la cuenca del Sil.
A
veces, cuando la huida del mundo no podía llevarse a cabo, se
encuevaban en piezas secretas de las iglesias y de los monasterios.
Eran los emparedados del buen Dios.
Así
nació la tradición de las cámaras santas y el fuero sagrado de la
jurisdicción monacal que nunca podría ser pisoteado por el poder
temporal.
Hay
tres núcleos de monacato visigótico bizantino que florecen a
redropelo de la onda expansiva del islam al alborear la edad media.
El primero tenía sus contrafuertes en las estribaciones del Macizo
Central fajando en ceñida los predios del valle del Duratón donde
encontraron albergue y escondite al venir huyendo de la quema - nunca
mejor dicho- incoada en nombre de alá, eterno y misericordioso
penitentes tan insignes, o nobles tan desengañados como Valentín,
Frutos y Engracia o el beato Paniagua, una especie de estilita
encaramado a su columna, un loco de Xto emboscado en su espelunca.
Este
anacoreta era de mi pueblo y vivió en el seno de una roca que se
yergue en la significativa comarca del Duratón. Tierra de frontera y
de refugio natural gracias a sus pedrizas y a los escondrijos que
ofrece la horadada roca viva. El monacato lo inventaron los filosofos
griegos por nombre cínicos.
El
pueblo se llama Fuentesoto. Limita al norte con Valtiendas y tiene
una anejo Tejares tocando el termino de Pecharromán y el abadengo
más antiguo que tuvo el Cister en Castilla la Vieja. El de Santa
María de Sacramenia.
Todos
estos lugares eran sufraganeos de Villa de Fuentidueña que fue
fortificada y repoblada por Alfonso VII el Emperador, tan relacionado
con Asturias, pues allí encontró un amor. El de doña Gonterodo con
la que contrajo nupcias. Fruto de estos lazos nació doña Urraca la
Asturiana que va a ser una mujer y reina importante en la expansión
de Castilla.
Traemos
a colación este detalle porque va a ser de singular relevancia a la
hora de establecer el origen y la filiación arquitectónica de la
prerrománica iglesia de San Gregorio del referido Fuentesoto de mis
mayores.
Es
de traza cuadrada en lo alto del somo. Los vientos de los siglos que
batieron sus sillares no han conseguido derrumbar los paramentos de
la torre. Se alzan aun majestuosos e imponentes dominando un tolete
que vigila a su vez varios valles. Nosotros lo llamamos hoyos. El
Hoyo Castrillo y el Hoyo Peral.
Lo
más relevante de esta fábrica es que conoce las exquisiteces de la
bóveda pero desconoce la solución absidal. Su traza cuadrada es
indicio de su antiguo carácter castrense sin descuidar la finalidad
orante que sellaron para siempre el destino de estas piedras, un
camposanto en la actualidad.
El
beato Paniagua era un santón mozárabe que habitó una de estas
rocas horadadas que se encajonan a lo largo de estos valles. Iba
vestido de marlota y se alimentaba, a imitación del Bautista, de
miel y de langostas silvestres.
Los
que iban a visitarlo habían de trepar por una escala, la misma
cuerda por la cual se les subían las viandas de su magra pitanza
consistente en alguna hogaza, dos o tres botijas de agua y carne y
lacticinios sólo el día la pascua o en cualquier otra solemnidad
del santoral mozárabe como era san Froilán o san Atilano.
Esta
es una de las notas distintivas de las iglesias visigóticas:
reservar un espacio exclusivo y apartado para la clausura del
morabito o santero. Su finalidad social que cumplía a rajatabla era
hacer de pararrayos de la divinidad mediante la prosecución de una
vida de holocausto de sí mismo.
Tales
celdas no siguen un trazado compartimento sino que utilizan cualquier
vano. Para el propósito sirve un hueco dentro del tiro de la
escalera. Un sobradillo en el lucernario, etc.
Ello
da origen a las cámaras secretas o santas como la de la catedral de
Oviedo puesto que aparte de la función propiciatoria mediante su
dolor de atrición los monjes del ajarafes tenían por misión la
custodia del tesoro parroquial, por lo general, reliquias traídas de
Palestina y sobre todo los huesos santos con que viajaban de un lado
para otro las comunidades, por más que sus orígenes no estuvieran
del todo garantizados.
Se
emparedaban de por vida. Morían a la vida del cuerpo para nacer a la
de la gracia.
Y
no se lavaban por considerar que tal granjería era una concesión a
la molicie. No les importaba ser unos santos malolientes. Se
desdeñaba todo lo que hacía alusión a la carne. Las vigilias y
sobre todo la postura encorvada ajustando su cuerpo a las reducidas
dimensiones del recinto, las largas barbas, las cabelleras
merovingias y las uñas de las veinte extremidades como garfios les
debía de conferir un aspecto poco halagüeño.
Pero
eran edificantes y su presencia era anhelada y custodiada como un
tesoro por los naturales.
El
monaquismo español imita directamente a la Tebaida y a los usos y
costumbres de los emparedados de la península minorasiática.
Los
patrones eran los anatolios san Antonio, san Macario, san Acacio, san
Pagnufio y los bienaventurados de la legión eremítica. Este
anacoretismo tiene poco que ver con la tradición benedictina y
camalduense que llegaría siglos más tardes desde Francia.
El
primitivo cristianismo español es greco bizantino y bebe
directamente en las fuentes sin intermediarios romanos. De ahí
algunas de sus peculiaridades más notorias. San Isidoro y san
Eulogio en sus escritos apenas mencionan a san Agustín y a otros
exegetas latinos y su obra está más en la trayectoria de los padres
orientales.
Cerca
de Sepúlveda existe la famosa Cueva de los Siete Altares, una
espelunca en la roca horadada donde aquellos devotos de la cruz se
reunían en secreto para vivir el Evangelio sin interferencias.
Todavía
en la pared quedan trazas de agujeros que fueron el quicio del cancel
del iconostasio sobre columnas entregas.
Un
poco más para allá aparecen las muescas de lo que fueron credencias
en forma de urna o relicarios abocinados contra el muro que servían
de receptáculo de los huesos santos del mártir de turno.
La
preocupación mistérica y la separación entre oficiante y fieles al
igual que en el templo de Salomón con su cortinón o Vellum detrás
del cual se encortinaban los hierofantes y pontífices, los murales
de los techos en rudas pinturas al temple que deslieron las lluvias
de los siglos, la intimidad, la adusta sencillez prerrománica, son
una constante del arte ramirense.
Es
herencia en parte de la solera de las catacumbas.
Un
segundo núcleo monástico se tiende siguiendo la inclinación de
poniente hacia la ruta jacobea buscando los horizontes de León asta
el valle del silencio en pleno Bierzo y toca Galicia por la parte de
Samos.
Allí
está Santo Luliano el monasterio donde se educó Alfonso II el Casto
el propulsor de la tradición y culto compostelano. La tercera
bisectriz tiene por eje el meso cantabrio en el cuadrante
Pravia-Oviedo-las Luiñas - Llanes.
La
iglesia de san Gregorio en Fuentesoto hoy convertida en cementerio
con su torre airosa y señera trae reminiscencias a la mirada del
propio san Miguel de Lillo y Santa María del Naranjo por la planta y
el alzado. Es edificación sin combas, botareles, torres biseladas,
los ojos como cuévanos de un campanario en lo alto como un enigma
del tiempo pasado.
En
conjunto se gana una maravillosa simetría. Es la gravedad de la
plomada transformada en sillares. Es la proporción solemne del
ángulo recto. Las bóvedas y los arcos son muy rudimentarios. Sólo
queda el cabecero de la iglesia. Según apunta la crítica de Arte de
modo feliz el distintivo de lo ramirense es un cuerpo chico, alma
grande. La belleza dentro de la simplicidad de lineas parece que no
cabe rebasándose las expectativas.
San
Gregorio preside la cima de un castreño páramo que demarca sendas
Castillas y la raya de la repoblación desde Oña hasta Fitero según
el poema de Fernán González.
Esta
es tierra de pan llevar. Los únicos accidentes que dominan la
perspectiva son los campanarios y las almenas de algún castillo ya
derrumbadas. O los hitos y mojones de las viejas y estratégicas
calzadas romanas.
Las
avefrías y los lavancos bajan a solazarse en algunas charcas o
cilancos de la contornada y los mágicos chopos vigilan alguna vega
de algún nemoroso valle como este de Navacolgada, pero el verdor es
escaso aunque antaño, en época romana, esta zona debiera de
sorprender al viajero por su masa forestal.
La
tala llegó con las razzias de primavera. La sequedad de nuestro
paisaje en parte se la debamos a los árabes cuyo espíritu de
vigilancia les lleva a descuajar bosques enteros para dominar así
mejor los movimientos del enemigo.
Mahoma
pues en nuestros oídos suena igual entonces como un viento arrasador
del desierto que redujo a cenizas la gran cultura visigótica mucho
mas refinada y ecléctica que la fundamentalista y sanguinaria que
trajo Muza.
El
estado de cosas parece que quieren volver a repetirse.
Fuentesoto
era un oasis en medio del paisaje castellano con el que se trasfunde
y juega a alumbrar fuentes por torrenteras y cañadas en la mitad del
yermo que lo circunda. La Fuente Caldera de aguas irrestañables y
algo termales pues en invierno yo las he visto manar caldas ponía un
contrapunto al recio paisaje de las adradas y alcazaba la torre de su
iglesia como una adarga, tieso hito en estos tesos que siguen
conservando la huella del primer conde Ferrán González que había
establecido la capital de su marca en Sepúlveda a menos de quince
kilómetros en linea recta de este lugar.
Peñafiel
al final del valle está como guardandole las espaldas.
Cabe
conjeturar que los las mesnadas astur leonesas de Alfonso III
establecieron a lo largo de la margen izquierda del Duero un cordón
sanitario de estacadas en tierra de nadie al objeto de sujetar las
aceifas de la algarada.
Cuando
las primeras azaleas y las adelfas apuntaban sus flores por la
cercana sierra y las miosota de la retama lucían sus libreas gualdas
por las lomas pronto se veía flamear por el horizonte los alquiceles
blancos y el brillar de los almetes.
Irrumpían
con toda su furia las fasces devastadores de los baladres omeyas.
Se
arrasaba, degollaba y violaba y raptaba al grito de Dios. También
las guerras de religión fueron un invento del “santo” profeta
quien en las suras del libro santo no hace otra cosa que recordar a
los creyentes la necesidad y conveniencia de acabar con los infieles.
“El fuego del invierno tronará como el mugido del camello en el
vientre de aquel que coma y beba en vaso de oro y no saque la cara
por el Profeta”, se lee en una aleya de este tratado de sibaritismo
y de admoniciones bélicas que es el corán.
La
prevención contra tales instancias y el recuerdo de lo poco amables
por no decir terribles que eran aquellos deshielos en los territorios
de Alvar González los lleva uno en la masa de la sangre. Diez siglos
de lucha incesante no se olvidan así como así.
Por
causa de la guerra contra el islam el castellano viejo tiene una
manera difícil y desconfiada de ser.
Pero
volviendo a nuestra querida topografía hay que decir que el Duratón
es río truchero y cangrejero donde los haya - hasta que llegaron los
americanos y echaron ciertos polvos en el agua dejando sin huevo y
sin un triste caparazón que llevarse al cesto cuando antes se cogían
tan lindas frezadas- famoso por sus hoces encajonadas.
El
cauce parece que se encona en cañones para acabarse de entregar
rendido al padre Duero en las vegas menos bravías y con mejor vino
de la parte Peñafiel.
Antes
de llegar el afluente a su destino tiene que pernear riscos de roca
calcárea y herir su camino escoltado por el vuelo circular de los
buitres que montan guardia en las atalayas de la reserva del pantano
del Burguillo.
No
sólo el buitre. Por estos alcores planea con la misma impavidez y
serenidad cinegética el buhardo y el aguila real. Ellas fueron los
únicos testigos en la tierra de las soledades y penitencias de los
eremitas que anidaron su amor de Dios y sus ansias de salvación
eterna por estos riscos grajeros.
Hay
peñas tajadas y a través de las socarrenas que ha dejado la erosión
se asoma como en un lienzo azul, como una alcatifa para echar a
volar, un trozo de firmamento. Hasta aquí por lo impracticable de
los caminos y lo inaccesible del bosque no podían precaverse las
fuerzas de la razzia.
Fueron
los más audaces. Los que no quisieron quedarse tierras abajo de
Toledo por amor a su fe que tenían en estima mayor que la propia
piel y escogieron estas breñas desoladas para llorar sus pecados.
Las guaridas de las alimañas las convirtieron en reclinatorio de
oración.
No
se puede entender esta época sin esa desilusión de las cosas del
mundo que trajo consigo la traición de don Opas y del conde don
Julián.
Siguiendo
hacia el oeste nos encontramos con la Bureba de santa Casilda de
Toledo.
La
raya de aquellos morabitos amantes de la vida contemplativa tocaba
casi el hito de Navarra y dejando a un lado las Vascongadas cruzaba
por el norte de Palencia hacia las Batuecas.
Era
la ruta de las estrellas, núcleo protoplásmico de lo que habría de
ser andando el tiempo Camino Jacobeo. Desde León mismo se desgajaba
un ramal hacia San Salvador de Oviedo. En los valles de Campomanes y
del Lena son muestras de aquella antigua piedad o creencia un buen
cupo de monasterios y aseladeros. Entre ellos las Monas, o Nonas, que
quiere decir monja. Nun y Nonne, en inglés y en alemán
respectivamente.
Muchos
de aquellos primitivos cristianos hablaban árabe y estaban
familiarizados con las costumbres del Oriente. Provenían de Córdoba,
Toledo, la Bética y querían ser perfectos.
Para
ellos Cristo era el gran “rasid” o ermitaño. Sin embargo, no
faltaban los que desengañados del mundo, de aquel ir y venir de
combates, cuando se escuchaban clangores de guerra y había
persecuciones como la acontecida en la capital del emirato circa 820
por Abderramán III, optaban por la huida hacia el norte asumiendo la
practica evangelica de devolver bien por mal y rogar por sus
perseguidores muslímicos.
La
línea de separación entre el Alcorán y el Nuevo Testamento era muy
tenue, casi imperceptible, produciendose tendencias de asimilación
disimilación, corrientes de amor y odio, tolerancia e intolerancia,
y había una interacción notable de supuestos fidedignos y de
devociones.
Así
nació la mozarabía. Una forma de entender el mundo, bailar en la
cuerda floja, tratando de buscar un acoplamiento con la nueva
situación de los hechos consumados. El cristiano sabía que la
practicaba de su religión iba a suscitar rechazo en los recién
llegados del otro lado de Tarifa.
A
diferencia de otros lugares del mundo donde el islam no consiente a
otros credos y predomina, en España se da una extraña clima de
convivencia enrarecida entre las tres religiones que ha llamado la
atención de los eruditos.
Como
si el crudo y gloriar sol de España hiciera aflojar el pistón a las
partes en litigio hasta el extremo de estar moros y judíos a
entenderse. Fueron ocho siglos de callejón sin salida.
De
ahí que haya ciertas zonas de León que sean completamente moriscas
y en Asturias encontramos topografías como Villademoros o Salamir.
[Esta ultima más discutible porque el sufijo mir es godo y la raíz
hace pensar en las salinas existentes en aquel término, nada que ver
con lo de salam =paz (ar.) Y la desinencia alamir no deja de ser pura
casualidad]. Quizás por eso se diga de este lugar “el que va a
Salamir no tiene dónde ir” a lo que replican los presuntos
implicados: “y luego no sabe cómo salir”.
Pero
demos un salto en el tiempo atrás y veamos al estilita de San Miguel
de Lillo observando desde la tronera del ojo de buey del sobradillo
en el cual yace oculto en éxtasis frente al valle gozando de la
dulzura y la mieles de la nube del no saber. Pasa el día entregado a
sus prácticas hesicásticas y la acequia de la contemplación
místico-hesicasta le ha llevado por la ribera del río del olvido de
sí mismo a mares insondables. A esta hégira o anábasis la conocen
algunos tratadistas la “noche oscura”, o “la puerta estrecha”
y otros los “abrojos”.
Se
sabe que se ha recabado el objetivo cuando en ese constante afán por
trascender uno se olvida de que existe. Alcanzado el estadio de la
santa indiferencia ya lo mismo da vivir que morir y se comprende muy
bien aquel suspiro teresiano del “muero porque no muero” que
preconiza la llegada de la muerte mística.
Es
el viaje al centro que pergeña toda la ascética sufí y que depara
al iniciado la consecución de un tercer ojo con el que contempla la
largura del Señor eterno, la anchura de su corazón infinito, la
altura de su poder, la profundidad de su sabiduría.
A
Dios no se le explica por el conocimiento sólo se le entiende por el
corazón.
De
esta forma estos anacoretas encaramados de sobre el sobradillo
inaccesible (en el monte Athos se les subía la comida por conducto
de poleas) actúan a modo de pararrayos ante la divinidad. Su oración
encuentra sólo un propósito: la destrucción del mal, que Dios se
apiade.
Eran
verdaderos contemplativos puesto que en muy contados casos caían en
esa morbosa santurronería de lo pseudo, de los gritos plañideros de
algunas histéricas que se han hecho pasar por videntes. Ayunaban de
por vida, se dejaban crecer las barbas y no incurrían en el
amaneramiento grotesco de los exhibicionistas. Su respiración se
confundía con el nombre de Jesús. Nada tiene que ver su
religiosidad con ese ambiente viscoso de las apariciones por entregas
ni de los arrobos a plazo fijo. Estos santeros el milagro lo
entienden de otra manera y así lo interpretan; no como un quebranto
de las leyes fijas sino como una inmersión en las infinitudes del
alma en carne viva mediante la cual lo creado puede experimentar lo
increado y la criatura se dispara hacia el origen o las manos de
donde partió.
Y
como la contemplación agracia el alma y diz que también el espíritu
estos santeros eran personajes muy atractivos. Su fama de virtud
intercesora se extendía por todos los lugares y servía de faro de
fe en tiempos de oscuridad vacilante.
Vivían
en la nube del no saber. Por tanto no querían saber nada de
políticas ni de algaradas pero eran discípulos - no quepa la menor
duda- del Maestro de Justicia cuya segunda llegada esperaban presos
en lo alto de sus tejadillos de teja vana aguantando las intemperies,
pintando iconos o entreteniendose en la redacción de los códices
miniados con el Evangelio de San Juan siempre a mano y sobre todo el
Libro del Apocalipsis. Tal debió de ser el Beato de Liébana.
Estos
cenobitas fueron entonces una corriente que llegó de oriente
accediendo a las rutas del norte desde el sur de la Península. Sus
cubículos y chiscones devotos - el monacato sería un movimiento
posterior al anacoretismo- iluminaron Poniente de una misteriosa
claridad. Sus detractores dijeron que tiene su origen en los
filósofos cínicos Estaban erguidos en la nube del no poseer y de
esa forma rozaban las alturas inefables del que no entendiendo
entiende y del que no viendo percibe todas las señales. Recibieron
la llamada, la siguieron para después, peldaño a peldaño, escalar
la montaña de la perfección en cuya cúspide Providencia aguarda.
Habían
alcanzado en su trabajosa hégira el fin de su peregrinación. Habían
llegado al centro. Y podían mirar al mundo desde las cumbres del
silencio, ya que para entenderse con Dios sobran las palabras. Almas
simples, proféticas, fueron tan grandes que no dejaron escrito nada,
pero tuvieron a su Hacedor dentro del alma, y el que “a Dios tiene
nada le falta”.
El
espíritu de estos esenios empapó el alma de España. Subieron desde
tierra de moros, treparon a sus ajarafes. Su alma no destilaba odio.
Algunos no sabían rezar sino en árabe. Ahítos de todas las cosas
del mundo donde todo es vanidad pero nunca hartos del maná místico
buscaron a Dios en el desierto del abandono interior. En cierto modo
eran fatalistas. Predicaban la renuncia a los placeres, una nueva
moral y su vida fue una respuesta ejemplar a la corrupción de la
corte visigoda. De su corazón brotó un cántico nuevo. La plegaria
les libró de la molicie del reinado de Witiza y su fe les puso a
salvo de la cimitarra terrible de Almanzor.
Ellos
sabían que al islam sólo se le puede convertir con sus misma armas:
la fe y la morigeración de costumbres. Por eso sus troneras fueron
un baluarte y algunos murieron mártires pero su sangre no fue
semilla de odio y revancha sino derrame salutífero de renovación y
de concordia entre los pueblos.
Estos
días de amenazas y espantos, cuando los clangores de guerra retumban
por doquier, y las cámaras transmisoras sabatizan la figura de Ben
Laden al que pasan una y otra vez los “newsreel” con su turbante
blanco, sus barbas de profeta y el surham de cadí colgandole al
desgaire, uno recuerda a Almanzor. Parece que el personaje, que a mí
me recuerda los profetas bíblicos, se ha caído de uno de los libros
de textos que estudiábamos en nuestro bachillerato en el capitulo
dedicado a los caudillos árabes y a los reinos de taifas. La
historia se repite.
La
mejor arma que tuvo la cristiandad para plantar batalla ante el vigor
inextinguible de la morisma fueron estos monjes olvidados que
predicaban la caridad y el amor a nuestros enemigos desde sus
inhóspitos escondites. Algo divino. La venganza y la guerra santa no
lo son. Luego Roma suprimió a los contemplativos mozárabes por los
cruzados cistercienses. Más guerra. La misa por el Rito de San
Isidoro tenía algunas invocaciones en árabe. Fueron espulgadas las
que hacían referencia a San Miguel patrono de iglesia, mezquita y
sinagoga, y a san Juan Bautista cuya festividad el 24 de junio era
solemnizada pot los muslímicos al alimón con los cristianos. Hay
cosas de Dios que el vulgo desconoce pero que intuye y están ahí.
Más
que en la fuerza de las mesnadas la potencia regeneradora llegaba de
estos ocultos y humildes morabitos que, cristianos huidos,
encuevados, verdaderos topos de la Reconquista vivían encaramados en
la nube del no saber.
antonio
parra
5
de octubre de 2001
LOS
LIBROS DE AZORÍN EN SU OSTUGO
El
maestro Azorín sorprende siempre con sus libros. Tiene ese instinto
especial o “flair” para las palabras que hace deleitables los
paladares exquisitos para la literatura.
No
busquéis acción - el Maestro tartamudeaba un poco y era un obseso
del aliño- ni capacidad de sorpresa en ellos. Sus novelas adolecen
de una cierta inercia que los transforma en retablos. Algo así como
unos grandes hastiales en los que el autor va colocando sus paisajes
y engastando las figuras.
Ninguno
de sus caracteres parece gozar de una existencia exenta. Todo resulta
obra de un cierto convencionalismo inmarcesible. Los tipos no tienen
más vida que la de la melancolía de ser y de arrastrarse por la
existencia monocorde y sin sorpresas.
Aun
así su prosa es el resultando de un considerando muy trabajada.
Buena labra tienen sus párrafos por lo general de tranco corto,
hasta el extremo de resultar el estilo de un tempo lento y cansino.
Azorín
es un escritor estático y lineal. Ama la linea recta de las
carreteras de la Mancha. Los críticos lo encasillan como levantino,
por lo que tienen sus estructuras de preciosismo sensual, casi
libidinoso pero a mí me parece un escritor manchego. No es un
castellano viejo sino de Castilla la Nueva al que le hubiera gustado
haber nacido inglés, si los hados no lo hubieran otorgado el don de
nacer en Almodóvar del Campo, el pueblo donde predicó san Juan de
Avila, el gran predicador de los conversos.
Pura
coincidencia porque la preocupación religiosa es exigua. Tampoco
parece un autor costumbrista, sino que es afincado en el paisajismo
nato y exclusivo.
Azorín
nos vino bien al buscar en sus libros esos espejos de serenidades
donde se estila el alma pura, esos ideales que suelen sentirse en la
adolescencia y no se vuelven a tener ya jamás en la vida.
Leíamos
a Azorín cuando estudiábamos Humanidades hace ya bastantes años en
aquellos seminarios atestados del franquismo o en los colegios de
pago. A todos nos entusiasmaba el anhelo de ser literato. A primera
vista, nos parecía que escribir como lo hacía el autor alicantino
debía de ser pan comido. Sus libros poseen una estructura muy
sencilla. Le han surgido muchos imitadores y émulos pero, ya metidos
en harina, por mucho que nos pareciese fácil al principio, luego
resultaba un tanto más complicado de lo que suponíamos, trasladar
al papel esos conceptos. Había bastante artificio y un ambiente de
retorta, lo cual era acicate de la variedad y cúmulo de imitadores
que siempre ha tenido el maestro Azorín.
Además,
lo que causaba verdadero deseo de mimesis era su capacidad. ¿Cómo
allegaría el maestro Azorín todo aquel caudal léxico? ¿Espigando
las flores del pensil de los diccionarios? ¿O escuchandoselas de
viva voz a los personajes que presenta en los capítulos?
Hoy
esa sapiencia para las palabras está fuera de uso y hasta no es de
buen tono sacar a relucir voces que no están en uso. Los escritores
se han vuelto muy vulgares consciente de dirigirse a unas masas
embrutecidas y envilecidas por el constante acecho de la imagen. Hay
incluso en marcha el proyecto de una nueva lengua de grandes
estreñimientos mentales y de dictamen sucinto como esos mensajes que
los adolescentes que miran Salta a la Fama u Operación Triunfo les
lanzan a sus ídolos. Sin sintaxis o con la sustitución de algunas
letras del alfabeto como esas kas de la jerga de encefalografía
plana del mundo vascos que expulsan y destronan a esa cu vigésima
letra de nuestro alfabetos de amplias resonancias latinas.
Muere
el idioma en manos de ejércitos de esbirros que se alzan por todas
partes. Ya no conoce al castellano ni la madre que lo parió y a este
paso puede que no vaya a quedar dél ni el ostugo.
Hay
es donde el “pequeño filosofo” es un malabarista implacable. En
su capacidad para traer a colación, con razón o sin ella las
verdaderas joyas de la corona. Su estilo declinante en tantos
aspectos se enriquece con estos cabujones que hacen pensar que
algunos de los libros de Azorín idiomáticamente hablando sean como
el cofre de las agatas.
Es
para leerlo en el conticinio de las noches en calma. Rinden culto sus
libros a las madrugadas embelesadas. Son grandes nocturnos del autor
en continuo pervigilio que vela sus armas acurrucado en su rincón.
Esa pizca sacrosanta la necesitamos todos para escribir de las
esencias y de las existencias del Verbo puesto que escribir tanto
como leer encarna una tensión hacia lo alto. Es un salto en el vacío
que pretende dejar atrás las ligaduras del cuerpo.
Villano
en su rincón, encaramado en su horqueta que a todas luces recuerda
la columna del estilita, el lector trabaja la idea que le confía el
autor, y los dos juntos van puliendo el diamante y fuman juntos la
pipa, puesto que la intercesión del humo es tan necesaria para
hilvanar buena literatura como la letra muerta que penetra y se
adueña de los espíritus. Aunque el de Monovar no fumara.
It
is a classic, según va el refrán inglés y que los ñoños aplican
ahora a oste y moste. Pues bien, Azorín es un clásico con todas las
de la ley. Aplicando el dicho tanto a su personalidad que proyecta en
la escritura toda esa serenidad que debió de faltarle en la
existencia real. Siendo un anarquista se vio obligado a escribir de
por vida en publicaciones monárquicas o de alto nivel conservador.
Es
un clásico en el sentido de que huye del alboroto de la chusma y sus
disertaciones y artículos tienden a esas virtudes aristotélicas
definidas como eutrapelia o el gozo de sentirse bien. Eubolia, estar
dominado por el recto consejo. Sinensis para emitir juicios
verdaderos según las leyes comunes. Nome, para apartarse de todo lo
que va contra los canónes de la justicia conmutativa y distributiva.
Esa
eutrapelia que le sobraba a Azorín es lo que le falta a gran parte
de nuestros columnistas y literatos de este hora occidua y penumbrosa
de nuestras letras que escriben y hablan con fogosidad alejandose de
los principios de la epiqueya que era también otra de las virtudes
predicadas por los epicúreos. Hoy todo es litigio e inmunda
carcajada. La basura nos llega hasta las cejas. Por eso son eminentes
los escritos de este escritor al que le imbuye esa estudiosidad de
los tribunos de la plebe que se preparaban y llevaban un programa o
períoca. Hoy se presentan con el culo al aire. Sin ningún apunte y
hablan y escriben farragoso, pues la mentira de esa forma los vuelve
sumisos. Ay estos discreteos del amarillismo rosáceo que inundan la
vida española justo al cumplirse un siglo después de que el pequeño
filosofo publicase su primera novela, La
voluntad. El
feroz sicambro no yace contra las cuerdas sino que se ha hecho el
fuerte en todo este tiempo y entabla sus tejemanejes ayudado por sus
cubicularios y mozos de espuelas y otros corifeos de la herética
pravedad de un mundo encauzado a lo políticamente correcto.
Las
líneas dormilonas de los textos azorinianos nos traen con frecuencia
el sustantivo exacto o el adjetivo que sorprende y no se caracteriza
precisamente por la propensión a los calificativos.
Otras
causa asombro pues está a pique de nombrar la bandera nuestra con el
mote de azufaifa que es una flor humilde que crece en nuestros lares
con petalos de distintivo encarnado y gualdo a partes iguales.
Proyecta
un mundo de simbolismos anicónicos y al entrar en las ciudades
castellanas adonde el nos guía escuchamos como una lejana melopea
detrás de las puertas cerradas. Es un experto en predecir la
deshabitación de Castilla. Las ciudades se le representan como
fantasmagóricas. No hay nadie, pero se perciben el rumor de un
cuchicheo o el batintín de una fragua o el haldeo de una moza que
acude con su cántaro a llenarlo en la fuente. Desfilan por nuestros
oídos la lista de nombres con que se designaban a los antiguos
aperos hoy desaparecidos y las palabras que decían antes los
labriegos en su mollar lenguaje con gran cargazón de verbos sonoros
y frases redondas, ahítas de la plenitud de la sabiduría.
Aun
no he conseguido adivinar lo que significa a este respecto el común
de anacalo con que define un oficio como el de capador en su novela
Caprichos.
Ésta
es en verdad la más caprichosa de las novelas pues carece de un
argumento lógico y su ilación se basa al socaire de un extraño
misterioso robo, delirio de su imaginación en el seno de la
redacción de un periódico. Desfilan tipos. El director. El redactor
jefe. El revistero de tribunales. El poeta. El crítico de cine.
Hay
todavía en estas ciudades que describe el maestro albarradas para
guardar la finca y jaraíces para pisar la uva. Cahices de grano
asilados en el granero. Habla de la cardencha que era una flor que
utilizaban los perailes para curtir. Se escucha por algunos oteros el
canto de la coalla (codorniz), que por Segovia dicen collalba
confundida con el del herreruelo y el paso majestuoso de la totovía
apurandose sobre los cilancos.
Si
los españoles que tienen el “Marca” por libro de cabecera serían
un poco menos incultos tal vez y dirían menajeros. Que es como en
rigor va el término castellano. En lugar de managers por aquí y por
allá y ante un periodista del corazón cualquiera damisela pudiera
exclamar con Azorín:
-Jesus
¡qué zagal más porro!
Y
no nos ancaríamos por estos repajos con tantos almocárabes ante
cosa sin sustancia. Pero nos atruena la voz del almocrí muslímico
desde su púlpito y nos invita a profundizar en las suras del Corán.
Cuando escribía el maestro de Monovar aun no había llegado a
nuestras costas la revolución pendiente y un español, con sus
maclas, seguía siendo un español y no un globalista de tomo y lomo,
que en este alhaquín o telar lo que nos sobran son bufonerías de
albardanes a todas horas. Y donilleros y fulleros. Lo malo es que la
genetliaca que es la ciencia que determina nuestra conducta a juzgar
por la posición de los astros en nuestro natalicio se nos ha puesto
brava y ahora sí que maestro Azorín España y el mundo entero van
de nones.
Las
alusiones religiosas en su prosa escasean porque- y en eso coincide
con sus coetáneos de generación, sobre todo con Pérez de Ayala,
notable por su irreligiosidad- era un coribante o sacerdote pagano de
la diosa Cibeles que siempre estaba visitando catedrales. Asimismo,
la falta de entusiasmo o su epicureísmo vedan a Azorín la entrada
en el cupo de los místicos. Su ideal estético es la
imperturbabilidad, la ataraxia, preocupado como está por el paso del
tiempo. Mucho se habló de la imperturbabilidad azorinesca de
“Halconete” que es como bautiza a Azorín en su novela, un friso
de la rumba literaria y de la bohemia de Madrid en los inicios del
siglo XX. Para él el mundo no era ni bueno ni malo. Era simplemente
tonto.
Le
gustaba exhumar de los diccionarios voces anticuadas y en eso está
en línea con la resurrección lingüística del 98 que quieren
hablar con propiedad. Y de esta manera llama cendolilla a una
muchacha locuela.
Parecía
inglés. Era de gestos comedidos, algo glabro y de un rubio lacio.
Algo grueso en su mocedad pero se fue amojamando y quedando como una
corambre en la senectud. Yo le conocí pulcramente ataviado con un
sombrero de fieltro gris caminar lentamente por la Cuesta de Moyano.
Azorín siempre vestía de azul y de este color era su terno. Es
justo la imagen que de él trazatra Zuloaga, el gesto espectral, la
mirada perdida. Los libreros de Moyano se quejaban de que el maestro
Azorín a veces al desgaire se quedaba con el tomo de algún libro
usado y sin pasar por caja lo introducía en el bolsillo de la
americana o por la sisa del chaleco. Era proverbial su amor a los
libros, cliente habitual de las muchas librerías de lance que aun
quedaban por Madrid.
Caminaba
despacio y a brinquitos casi como los pajartitos. Muichos viandantes
lo reconocían y le hacían alguna reverencia o se descolgaban el
sombrero:
-Por
ahí va don Antonio
le
hizo una revista González ruano y fue portada de ABC pocos días
antes de su muerte que creo que fue en el 64. No sonreía nunca. Con
un estiramiento acartonado parecía que nos miraba desde la eternidad
el escritor que ya no escribía y que apenas podía leer. Parecía
decantado de su profesión. Creó que le hizo al famoso columnista
madrileño:
-César,
los libros cansan. Son letra muerta y son motivo de soledad.
Eran
un poco las frases de su adiós en medio del tedium vitae del Madrid
en el que aun todos nos reuníamos en torno a la mesa camilla. En su
juventud había sido apasionado de Maura. Él era su ideal político
pero Maura fracasó y con él la Restauración. Y él se volcaría
con armas y bagajes sobre la literatura. Expurgó todos sus libros de
todo contenido político. Sabe salirse por la tangente y entrar en la
variante del limbo asexuado de los que no se contaminan de la
religión y de la política, algo muy novedoso tratándose de un
murciano. Supo evadirse y supo sobrevivir. Aquí el que aguanta gana.
Por eso sus producciones presentan una cierta añoranza pagana hacia
el “Beatus Ille” horaciano. Hijo de labradores holgados se nos
presentan siempre Azorín con aires de aristócrata. Era el autor que
nos echaban a leer en los colegios religiosos y en los seminarios en
los años 40 y 50. Gozó de una serie de preeminencias en el
franquismo más que ningún otro autor. Quizás por ser un literato
químicamente puro, algo escapista. A diferencia de Tolstoi, no quiso
mezclarse con el pueblo en las fiesta propulares y en las
procesiones. Nunca vimos a azorín santiguandose ni haciendo una
genuflexión.
Quizás
creyera que el cristianismo era una mezcla de judaísmo y sincretismo
pagano que apela a los bajos instintos del pueblo. El fervor
religioso de los españoles le parecía algo brutal. Por eso no hace
otra cosa que desentenderse a lo largo de su obra. Era un epicúreo
que conocía los secretos de la vida y quería permanecer villano en
su rincón, siempre sentado sobre su cayada de rabadán de los
rebaños de la literatura. Abominaba de la democracia porque la
democracia representa la fuerza del número. Y en eso no le faltara
acaso su punto de razón.
En
el fondo era un añorante del “ancienne Regime” y busca los
rescoldos del París anterior a las cenizas del cadalso de María
Antonieta. Termidor y Brumario fueron meses aciagos que trajeron para
la humanidad muchos espejismos.
El
tiempo futuro trajo enaltecimientos abominables como el de la
mentira, la exaltación sexual, de la que abomina en sus libros
produciendo mujeres y hombres algo asexuados. Tal vez piense que, en
esta línea de mentiras en las que se fragua el comportamiento y la
vida humana, nada es verdad. Sus amoríos son siempre infantiles.
Nada venustos porque su pluma desconoce todo lo que tenga que ver con
la salacidad.
En
contrapartida, hay en las páginas azorinianas mucho tempo y una gran
sensibilidad. Riqueza de léxico, ciertamente pero poca espontaneidad
dentro del marco de un lirismo estilizado. Huye de los placeres de la
mesa y en esto el Azorín hético y frugal se acerca a los modernos
en su afán por guardar la línea y el buen tono, ser políticamente
correcto. Le horroriza la polisarcia de los incontinentes y
disolutos. Azorín comía poco. Por eso vivió mucho. Era tan
templado que aburría con sus párrafos. Hoy le encomian los
detractores de antaño. Por supuesto, que no valía para la novela.
11
de octubre de 2002
CHAPAPOTE
EN EL INVIERNO DEL DESCONSUELO. CON ALGO DE ROSALÍA.
En
este invierno del desconsuelo ya es hora del que véspero alce su
antorcha por más que desde el 13 N no encontremos en este país más
que razón para cabeceras apocalípticas en los telediarios y razones
de la queja y del mal humor. Chapapote viene y chapapote va. El
sustantivo es de horrísona condición como eso gallegos que acudían
a segar a Castilla “que iban como rosas y volvían como negros” y
a los que retrata Rosalía en alguna de sus entandas.
El
chapapote o galipote, según adonde hayan ido a parar, si a Asturias
o a Galicia, algunas de sus impregnaciones en la forma de galleta, es
también negro.
El
verso rosaliniano no hace más que repicar aldabonazos eléctricos en
la cámara de tortura de mis pensamientos, atendiendo a la
requisitoria de la poetisa: “Castellanos de Castilla/ tratad bien
os gallegos/ Cuando van, van como rosas/ cuando ven, ven como
negros”.
A
estas alturas de este invierno del descontento puede que muchos
españoles nos estemos haciendo las misma pregunta. ¿Qué habremos
hecho para merecer tanto chapapote? El líquido viscoso gelatinoso,
al cual don Mariano Rajoy, tan voluntarioso como siempre, quisiera
ver delitescente (que se disgregara por absorción del agua o se
solidificase al cambio de temperatura) impregna ya toda la conciencia
nacional.
El
“Prestige”, machacona palabra en nuestros labios, retumba con
sones lúgubres de la campana del 98. Su manga y su eslora quebrada
las esgrime de amenaza el agit prop de los bloques nacionalistas
mostrencos y de una oposición montaraz que sube y baja el brazo al
accionar de un zapatero conminatorio que no está a sus zapatos sino
que empuña la lezna como una navaja. Este zapatero nos acabará
clavando el tirafondos en plena cara.
Y
es así como este barco con las cuadernas llenas de orín ha supuesto
una amenaza a la linea de flotación de ese viejo y noble galeón
antes llamado España. Para mí que ahora mismo soy fuelle de todas
las fraguas y ando como con miedo intentando buscar un clavijero
donde meterme, aunque por desgracia ya quedan pocos sitios donde
afufar, esto ha supuesto un torniscón a mis esperanzas de ver al
viejo galeón con buen rumbo.
El
hundimiento de este malhadado carguero ha sido la roca Tarpeya sobre
la cual se han precipitado las esperanzas de ese gobierno Aznar que
gustaba de jalearse aquello de que España va bien.
Los
hechos aseveran, por su lado, que las riendas las empuñaba un
dominguillo del que han hecho carta blanca los vascos, los catalanes,
los marroquíes y a quien hasta los propios gallegos bailan el agua.
El marido de doña Ana Botella se ha arrojado con armas y bagajes - y
yo sé bien lo que me digo cuando le he visto ladrar a este perrillo
de aguas faldero bajo las patas del monstruoso mastín- al bando de
los conjurados.
Cabe
preguntarnos si España no se chascará en dos por la quilla y se irá
a pique a tres mil metros de profundidad como ha ocurrido con el
“Prestige”. Todo ha ocurrido de antuvión. De improviso se han
desatado todas las fuerzas oscuras que yacían en las profundidades
del abismo. Desde el trece de noviembre del 2002 se han puesto a
galopar los caballos del apocalipsis con esa furia de los bridones a
los que el viento engendra.
Con
ello hicieron acto de presencia los rufianes de siempre, aquellos los
que en la noción de la anti España da una razón de vivir. Entre
ellos no podía faltar el bueno de Ibarreche del que se pregona por
ahí que es la leche. Fraga no estuvo fino y hasta se le supone como
antiguo firmante del Contubernio de Munich entre los conjurados.
Triste sino para un hombre que iba para líder de una nación el
haberse convertido en cacique de campanario pero los hechos son así.
A ese cerdo también le tenía que llegar su sanmartín. Y a la
fuerza esa burra todos sabíamos que habría de malparir. Hoy nos
advierte un periódico de Madrid que hay razón para suponer una
trama de fuerzas oscuras que trabajan para la secesión e Galicia de
España y su unión con Portugal.
Por
eso digo que muchos que conocemos la historia de Este pueblo que ha
venido siendo contada por un aluvión de exegetas criados a los
pechos de los domines de Harvard, Cambridge y Oxford, ya se sabe que
la historia la escriben siempre los vencedores, ha sonado con
cacofonía maligna, porque hemos asociado su nombre al del “Maine”
y por ahí andan jaleandolo de mala manera agrupaciones de origen
oscuro y de neto signo antiespañol como es la plataforma “Nunca
Más”, un señuelo del viejo aforismo antinazi del “Nie Immer”
y del “Never Again”.
El
marchamo de los acontecimientos nos hace temer porque la Península
Ibérica en manos del agit prop los hechos nos lleven a ese
estraperlo esperpéntico que fue Yugoslavia con un nuevo poder
musulmán cada día más afincado y con un cristianismo al que cada
día se nota más fuera de sitio. En los altos hornos se está
amasando el amargo pan de la conjura. Todo esto guarda mal fario. Y
al hilo de las mismas palabras que recapitula Rosalía de Castro en
sus Cantares
Gallegos que
se han cruzado por los cielos de mi existencia como un alud de
chapapote hay que traer a colación el resentimiento de la poetisa:
“Pobre Galicia no debes llamarte nunca española/ que España de ti
se olvida/ cuando, ay, eres tan hermosa”.
La
democracia ha sido el pretexto para renunciar a un proyecto de vida
en común con más de quince siglos de existencia. Tienen la culpa
los segadores de Puente Deume que subían a Galicia - los
nacionalismos exacerbados siempre exageraron peligrosamente -
enseguida de dar por Castilla unas vueltas a las hoces. Y tiene la
culpa, por lo mismo, el chapapote.
Puede
ser que Rosalía fuese una meiga cuyos conjuros llegan hasta nosotros
los pies desnudos sobre la arena cual si fuese una rianxeira a medias
entre pronunciar conjuros terribles y entonar el “Oh miñas
verdes”. Toda la toponimia excelsa que mienta en sus versos (Muxía,
Finisterre, Malpica, Corcubión. O Grobe, la Virxe de la Concha)
aparece ahora cubierta por la marea negra. Cuando entonces fueron
lugares que concitaron su inspiración. ¡Lo que cambian los tiempos!
Otros
han recogido el reto lanzado por esta mujer hace más de siglo y
medio y la mar se venga, con una de sus macabras muñeiras tiznando
de negros los seijosiii del
pedrero, que acaban igual que aquellos neños de Rosalía que bajaban
como rosas pero a los que Castilla los devolvía del color de la pez
en trueque siniestro. Son la apódosis y la prótesis de una oración
causal a la que se le ve bastante poca lógica. España, me guardo
para más tarde tu tributo de cenizas. El péndulo de la historia,
que no camina sino a saltos, retrocede ahora hacia el Nearcenthal.
Los desierto africanos están produciendo un hombre nuevo que no es
otra cosa que un sinántropo. ¿Vida en otros planetas? ¿Poligenismo?
¿Partenogénesis o reproducción anemófila? ¿De donde viene el ser
humano? He aquí que tanto España como la Iglesia, accediendo a la
petición de sus enemigos, consiguieron renegar de sí mismas y
asistimos a la liquidación de la era constantiniana como si fuese un
combate de lucha libre. Habiendo sido reclamado el derecho de
autoinmolación, hemos visto como las dos lo han hecho gustosas. El
chapapote no es más que el corolario de todas esas premisas de un
silogismo en estado de fractura. Por eso resulta tan difícil
entender los tiempos que circulan y hay que pensar lo mismo que
Dionisio Areopagita que asistió a distancia por un proceso de
bilocación a la hora amarga del Gólgota. O el mundo se disuelve o
el dios de la naturaleza sufre. Entre las manos su propia bomba les
va a estallar a los propios autores. Era la adehala que hemos tenido
que pagar al dios del absurdo. De ahí que nos hayamos quedado
perplejos, suspenso el anhélito, y a verlas venir. Si el chapapote
nos cubre hasta las orejas no hay que echarle las culpas a nadie. La
responsabilidad es nuestra. Exclusivamente nuestra. Hemos trocado el
oro literario por el cobre periodístico. Es hora de purgarse con
vasos de hiel hasta apurar el cáliz y morder, con dentadura
enteriza, el luquete de limón. Hay que aceptar la amargura de todo
esto.
La
burla del destino no puede ser más cruel. Todos sabemos que el
malhadado buque no hubiera podido entrar en rada en el puerto de la
Coruña ni en cualquier otro puerto del mundo, dadas las condiciones
en las que estaba. ¿Y de eso tiene también la culpa el gobierno?
Del
armador del petrolero hundido, un tal Friedman, judío moscovita
dedicado al estraperlo del fuel utilizando como arganeo de sus
banderas de conveniencias el puerto mafioso de Gibraltar hoy no se
acuerda nadie, cuando él y la organización que está detrás, son
los verdaderos responsables de la catástrofe. Pero a la propaganda
internacional que hoy a todos los españoles nos enseña los
colmillos utilizando de comodatos al Sr. Zapatero y al Sr.
Llamazares, al Sr. Ibarreche y al partido galleguista, no le interesa
dar pistas sobre sus propias incongruencias. Ellos han creado la ley
antes de tender la trampa.
Este
es un pote muy bullido donde más que el mal en sí lo importante es
meter ruido en torno a él. Y el que más chifle, capador. Estamos
acostumbrandonos a bregar no sólo con el galipote sino con toda una
marea revolucionaria en nuestras vidas. Las fuerzas oscuras están
utilizando el incidente para subvertir el orden. Y en este río
revueltos, aunque sean las aguas negras del naufragio de un
petrolero, hay ganancia de pescadores.
Pero
lo peor de todo no ha sido este reguero de miasmas que se desprende
cada día de los contaminados pecios que encharcan el océano sino de
la marejada de odio y de viejos rencores que el incidente trajo como
consecuencia. El hundimiento del “Prestige” no sólo se ha
convertido en instrumento de la justicia divina sino que es
escaparate de la vida española ahogada en crudo sin refinar. Las
finanzas, el foro, la iglesia, el periodismo, la enseñanza, los
audiovisuales se ahogan en un alquitrán caliginoso que tizna
nuestras vidas.
¿Adónde
guarecerse? ¿En que lugar ponerse a cubierto de este río de
inmundicias que todo lo cubre? El problema actual de la sociedad es
que carece de orografía. Toda ella es como un encefalograma plano y
estamos, señores, con el culo al aire. “Si o mar tuviera barandas,
fuerate a ver ao Brasil / mais o mar no ten barandas/ amor meu, por
donde hei de ir”.
Nos
hemos quedado sin caminos, huérfanos de la orilla cubierta de
chapapote que es como un castigo divino. Antaño pecamos mucho. Es
justo, pues, que ahora paguemos las consecuencias. “Extraños
feitos vense en este mundo de trampa”, lamenta la autora. La que
hicimos en Pajares, paguemosla en Campomanes.
Y
esto ha sido también un poco la venganza de Rosalía que al lado de
sus melosas cantigas que añoran los aires de su bella tierra se
atreve a hacer pronunciamientos terribles contra España y contra los
españoles llevada de una fuerza centrífuga en cuyo vórtice nos
hallamos en la actualidad. De esta mujer partió el grito de
independencia para Galicia y Vascongadas. Todo parte del iluminismo
federalista de Pi Margall. Sabino Arana iba a recoger el guante un
tiempo más tarde. Nos duele la vesania con la cual la dulce Rosalía
formula dicterios y se despacha a su gusto contra Castilla. A ella
debemos en parte todos estos juegos florales nacionalistas cuyos
petardos nos estallan entre las manos. Vamos a asistir al último
episodio -¿ cruento?- del 98. La España de la linde periférica no
supo o no quiso entender a la mesetaria. El tiempo no ha hecho sino
agravar esta trifulcas por mor de un antagonismo del concepto medular
sobre el cual estriba este país. Ni hasta en eso somos contestes.
Comulgamos perpetuamente con la rueda de amolar del desacuerdo.
Entre
medias de su candor doméstico, esta sacerdotisa del lar, no para de
atizar el fuego de la subversión. “Castellanos, tenedes corazón
de ferro” y no ahorra epítetos contra España a la que se atreve a
insultar de a hecho cuando dice que Castilla que es una reina sentada
en un trono de paja un día las pagará todas juntas. Ominosos versos
los de esta melosa galleguiña que vivió en Madrid algún tiempo en
el número 13 de la calle de La Ballesta. Ahora ahogados en chapapote
comprobamos que las amenazas iban en serio.
12
de enero de 2003.
LOS
JESUITAS DE PÉREZ DE AYALA Y LOS QUE YO CONOCÍ
por
Antonio Parra
15
de enero de 2003
La
Compañía de Jesús ha de ser desmantelada de raíz. Es la
conclusión con la cual termina la novela de Ramón Pérez de Ayala,
AMDG, dedicada a analizar la educación que venía siendo habitual en
los colegios jesuíticos hasta hace muy poco tiempo. Serviría esta
obra de piedra de escándalo y daría pábulo al decreto de supresión
de la orden sancionado por la República española en 1931.
Los
jesuitas como los judíos han sido expulsados de muchas naciones y de
muchos lugares en razón a su eficacia y a su modo de operar que es
el secretismo y el control de las fuentes y de las fuerzas del poder.
Sin
embargo, el novelista asturiano nos descubre que en esta
animadversión que late contra los hijos de san Ignacio hay su parte
alícuota de verdad. O cuando el río suena agua lleva. En el
inocente Bertuco y hasta el pedorro y glotón Coste, el niño de las
sonoridades fecales, y el que al fin del drama trata de escapar desde
Gijón hasta Vegadeo siguiendo el camino de la costa, me ha visto
reflejado y descubrí a lo largo de un centenar de páginas, y por
unos momentos de solaz, al niño que fui.
De
esa educación que recibí en los tiernos años, a juicio de la
critica y viendola al trasluz de la enseñanza que se imparte en la
actualidad, no pudo ser más deformada. Yo tengo que decir que della
me viene lo bueno y lo malo. La capacidad de entusiasmo y la
alucinación, la desconfianza y el individualismo con respecto a mis
semejantes, puesto que la salvación del ser humano ha de ser una
cosa estrictamente personal.
El
Regium situado frente al mar cántabro y a unas leguas de Pilares se
parece infinitamente al colegio de san Antonio, en un altozano con
vistas a ese mismo mar que se eleva, subida la Cardosa, en la
localidad de Comillas provincia de Santander.
La
mentalidad y hasta los personajes que desfilan por los capítulos de
este singular y amena narración, seguramente lo mejor que salió de
los cálamos del escritor ovetense, son los mismos. Nosotros también
llamamos como los niños del Regium a los retretes por el nombre
genérico de “lugares” y tuvimos que convivir con muchos vascos.
Desde entonces creo que los de esta procedencia se me atragantaron y
que Dios me perdone. En la figura del hermano Echeverría, el
enfermero sobón y algo marica, encuentro yo una réplica de aquel
director espiritual al que llamábamos padre Muñana que al confesar
nos abrazaba con gran efusión e intenciones no del todo santas.
No
nos andemos con caxigalinas. La paidofilia fue uno de los lastres de
aquellos internados. Tampoco faltan los místicos como el padre
Sequeros quien acaba teniendo una romance con una mujer casada, la
inglesa Ruth Flowers, todo en plan platónico, claro es, pero sin que
por esto desmerezca por el ardor y el empeño.
La
relación existente entre mi adolescencia y los jesuitas es de causa
a efecto, aunque no estoy seguro de la posible atingencia que puede
tener la misma con el mundo de hoy. En los albores del año 2003 ya
no vejen tales cánones. Quedaron sobreseídos todos los
planteamientos. Es otra época. Otros afanes. Estamos delante a un
nuevo bestiario que dejan en ridículo toda aquella fantasmagoría,
cuando suenan clangores bélicos y una nueva guerra del golfo está a
punto de estallar.
No
sé qué sentido puede tener el bucear en todo aquello que pertenece
a un mundo anquilosado y fané, según la leyenda del tango. Mi yo -
el del prejubilado que madruga para ir a Moyano a ver de qué humor
se ha levantado Riudavets, para ganar un euro en cada adquisición
libresca, porque los libros que adquiero en su puesto se los revendo
a una paisana- nada tiene que ver con el de aquel seminarista que
entraba en la capilla de ejercicios con el alma aterrorizada por el
miedo al infierno y ciertos sueños de progresos en el camino de la
santidad, que derrotaron hacia el vino tiene bastante poco que ver.
Para empezar los jesuitas se irguieron como baluarte de una
institución hoy inexistente.
Desconozco
- ya digo - el vínculo entre lo que fui y lo que soy, y a veces dudo
de poder ser el mismo. La iglesia ha caído, España ha caído.
¿Dónde están sus viejos guardias de corps? Los jesuitas fueron
otrora su baluarte pero hoy ya no valen para nada. Nadie se baña dos
veces en el mismo agua y esta noche tengo que acordarme de Demócrito,
a veces dudo si esta vida que tengo yo será la misma que a la sazón.
Yo
mismo soy un producto de todo aquel afán. A lo largo de cuarenta
años
BODAS
DE PLATA DEL PAPADO
Vuelan
los murciélagos por todo el raso de los cielos y el papa Wojtyla ha
alcanzado el cuarto de siglo en la silla gestatoria. Mucho papa y
poco Cristo. A mí me parece uno de los hombres más nefastos de la
era cristiana. Hay algo que hace sospechar de su probidad vaticana
cuando los enemigos de la Iglesia se deshacen en lisonja y
desenvainan los incensarios a su paso.
Yo
estaba en Nueva York aquel día de octubre de 1978 cuando se alzó la
humareda blanca y creo que me despaché con una crónica de
circunstancias sobre esta vocación tardía. Un tabloide neoyorquino
llegó a suponer que estuvo casado. Teníamos papa. Un papa judío.
El que más laboró por la caída del muro y la instalación del
nuevo orden que oprime al mundo. Estuvo en la nómina de purpurados
de la CIA. Es tan arrollador que es un papa superior a su cargo. La
silla de san Pedro no le cabe en las posaderas. Luego lo retraté en
su visita a Harlem y hubo signos y conjeturas de que aquel hombre iba
a ser problemático. No seguían disciplinantes en sus
acompañamientos sino una larga estantigua de periodistas. Entregaría
la barca del pescador al turco. El mundo se había vuelto loco y
todas las gentes peregrinaban a los santuarios marianos. Hay pressura
gentium. Europa ha sido vencida, desintegrado. Karl Wojtyla mucho
puente para tan poco río. Las aguas de la iglesia bajan mefíticas.
No hubo tantos escandalos desde la corte pontificia de Aviñón.
Yo
estaba instalado en mis frondosidades místicas. Virgen del Puy a la
que tanto serví pero no escuchaste mis oraciones. Vivimos en la
época del número soberano. Es la fuerza de la masa. El Diario El
Mundo al servicio de la bestia se deshace en elogios hacia el polaco.
Loor de enemigo. Malo. Padece de abasia y de abastasia. Le falta
movilidad y no se puede poner en pie, pero él continúa terne.
Parece que tiene pacto con el diablo y no piensa morirse. No es
humano. La prensa de Madrid parece escrita por sabuesos de la
extranjería. Tipos que no son de aquí ni de allá sino marcianos.
Mis
musas se desatan en llanto. Por todas las partes del viejo Madrid,
cesantes y emigrantes. Se vienen abajo las torres de guirlache. Ay de
mi alhama. Llegan y llegan, presidente. Los del Opus hacen rancho
aparte. La Iglesia padece de hidrocefalia. Todos los honores a un
papa y las iglesias vacías oliendo a cagadas de gato. Mientras, los
enemigos de la cristiandad se ponen las botas. ¿Arderá todo esto
como ardió la iglesona de Gijón el año 30? Hemos de tolerar
reportajes y artículos lamentables de pisaverdes de la modernidad
que escupen por el colmillo y pontifican democracias de refilón. Se
echa de ver que soy un buen oteador, pero nada os preocupe, no
pasarán, no han pasado nunca, aquí surgirá un espadón. Puedo
cimbrar mis argumentos sobre la bóveda de la historia cuyos arcos de
herradura son como espigas que renacen en el campo de la ilusión.
Habrá lóbulos trigeminados que nos conducirán por los cimborrios a
la concameración de un nuevo palacio donde entrará de nuevo el
caballo de Atila pisando fuerte. Ulanos al poder. ¿Qué harás tú,
alma mía, en los días gordos que nos esperan? Todo se ha consumado.
Pero aguarda. No dijeron todavía la última palabra.
No
hubo ciudad más hermosa que Estambul. Pero hele. Acaban de
bombardear sus sinagogas. Hubo cincuenta muertos. Llorando están las
cúpulas del cuerno de Horno. Los almuédanos banden amenazas. Hay
alimoches durmiendo en las ramas de los grandes cedros. Estas aves
rapaces observan cómo nos percuden en lo más hondo de nuestras
convicciones pero no abrirán el pico jamás y la rueda de las
noticias es un litotritor al que no se le resisten los corazones de
piedra. Los bustos parlantes repiten una y otra vez las mismas
monsergas. La fuerza del mal domina las entradas del periespíritu.
Van a levantar un aduar a las mismas puertas de la catedral de
Burgos. Pronto veréis entrar las cáfilas de la marcha verde y os
daréis cuenta que no es fabula: los periodeutas que vienen se llegan
a cauterizar la herida a sangre y fuego mientras los paladines de las
noticias nos siguen improperando desde la garita electrónica de su
caja tonta.
Y
no quiero lanzar más guays, porque los
esperteyos (murciélagos)
vuelan y vuelan y yo veo mi huerto como en Carlyle Green cuando
sonaron las campanadas de Roma. Estábamos en la esllaba (cocina)
tomándonos un té con hielo. Se venía hacia nosotros un elefante
herido barritando. Las mozas blasfemas proferían ecfonemas. Opté
por entregarme al vino y muchas noches me encontraron enturbio
(borracho). No sé por qué me salen hoy en el día del augusto
jubileo las palabras bables. Pero les
mobeyes (gaviotas)
vuelan incesantes por el firmamento de mi espíritu
Y
es que mi Asturias es inocente y maliciosa, socarrona y reflexiva,
satírica y sentimental. Allí el amor a la tierra no es
particularista ni secesionista sino integrados y yo amo a Asturias en
sus furias y en sus envidias. En sus virtudes y en sus defectos. Me
voy por sus sebes y sus murias camino adelante. A moces. Los prados
están tamizados de flores: blancos belortos, violáceas corolas del
cólchico, gencianas, malvas y salvias y todo el amor que brinda en
su tallo la festuca. Cudillero es mi puerto seguro, aunque pienso que
a veces los asturianos no están a la altura de sus augustos
paisajes.
Asturias
es lo que queda de la España destruida. Yo prorrumpo en un
“estijerón” un solemne himno ortodoxo. Estoy gimiendo y
temblando y soy un cristiano fugitivo. Que no puede comulgar con la
iglesia sinagoga que invoca Wojtyla, que no busca a Cristo, que se
representa a sí mismo. Gran actor.
Cuanto
mayor es el sufrimiento más cerca estoy de Dios. El icono me mira
con dulce y noble expresión. Su visión me hace bien y me devuelve
la paz y la alegría. Guarda silencio, refrena tus ímpetus, pero
como no voy a clamar si nos están invadiendo por el sur. Veo al
Redentor con la cruz a cuestas y coronado de espina.
Con
Cristo hay luz y sin él espantosas tinieblas, pero la cara redonda
de este vejete no tiene nada que ver con la visión de Cristo. Alcése
Dios y sus enemigos se dispersen. Huyan ante su faz los que le odian.
Disipénse como el humo. Son palabras que leo en un menaion antiguo.
Cánticos y lecturas prorrumpen en una dulce modulación. Qué lejos
estamos del Cristo ortodoxo. El oikos pascual
ha fenecido. Los tiempos son tales que surgen voces
del contakion refiriendo
las palabras evangélicas: “Huya entonces a los montes quien esté
en Judea”.
Todas
estas colectas sálmicas tienen una misión que cumplir: esponjar el
alma, trasponerse y embargarse del espíritu evangélico. Viví
largos años consagrado a la plegaria no sé si con gran provecho,
pero el sentido ritual de los libros inspirados cristianizó el
salterio ¿Cómo es posible que los libros de la antigua alianza
clausurada por Xto perduren en el Nuevo? Orar utilizando palabras de
otros hombres que han vivido en diferentes épocas no es que sea muy
original pero es una fórmula imprescindible para entrar en el
laboratorio de la gracia. Los exegetas argumentan que el salmista
está descifrando en sus palabras hebreas la llegada del Salvador.
Aunque no sirve darle vueltas. El salterio cristiano es un préstamo
judaico. La lectura modulada de los responsorios fue la escala por la
que trataron de llegar monjes de todas las épocas a la Nueva
Jerusalén. La iglesia ortodoxa tiene el spakón que
se corresponde con la antífona (literalmente, voz contra voz) de los
católicos y a los estiquerios griegos
de ritmo binario de tendencia autocéntrica.
¡Ah
“stavros” dulce cruz. Dominus regnavit a ligno. El cristianismo
no es más que cruz y que menoscabo o desprecio de lo presente. Poco
me importa que mi mujer me sea infiel, que los hombres me desprecien.
Yo sufro por el amor de Xto y proclamo la verdad como un diácono,
por más que el papado actual no me sea bien quisto. Se aficionó
demasiado al mundo y éste le está pagando con la falsa moneda en
una especie de “lip service” mediúmnico. Los poderes sublevados
contra el Ungido perecerán. Hay en nuestro mundo de hoy un combate
acérrimo y este aspecto agonístico no es para ser dado de lado.
Nuestra esperanza es precisamente Xto vencedor de la muerte y que
derrotó a los demonios.
Es
una lucha decisiva contra la carne y contra la sangre en la que
estamos embarcados. Contra los principados, las potestades, las
dominaciones de este mundo tenebroso. Contra los espíritus malos
instalados en los aires. Xto asumió la historia de Israel y lo eleva
a la eternidad. Pero no al revés, como algunos pretenden, y ese ha
sido el error máximo de Wojtyla. El corazón del mundo se aleja de
él por más que la boca esté cerca.
Rebrota
la leyenda de los viejos ritos, mientras el morisco ocupa Getafe. Es
Ramadán y ya hay más de cien mil dellos sólo en Madrid. Vienen y
vienen, presidente, guay de mi España. Pipino había pedido libros
litúrgicos a Roma. Envió un antifonario y un responsorial a Simeón
Secundicerius. hoy por las calles de Madrid no se escucha hablar en
cristiano.
La
iglesia de Juan Pablo II está muy lejos de esa belleza mística que
tiene el trotarios. Él, que venía del Este, ha roto con la
tradición. Tendrá que dar cuenta a Dios de muchas abominaciones.
Por eso no quiere morirse. Capituló a las instancias del siglo. Me
sigo refugiando en la liturgia rusa, pues de allí viene la esperanza
y la fe. Juan Pablo -siniestro personaje- no ha querido reconciliarse
con el patriarca de Moscú. Es un horizonte que junta el cielo con la
tierra. Me impregno de eternidad. Lo que nunca comprenderá este
polaco es lo que dijo el Maestro sobre el menosprecio del mundo. Ay
de vosotros si os alaban y no os persiguen. La cristiandad por la
acción de las radios y de las estaciones audiovisuales sigue siendo
un corral de vecindad. Nuestro mundo - dijo un santo padre- está
hecho de tal modo que al creyente se le tiene por un ser anormal; si
no logran desnudarlo de su fe, lo encierran en un monasterio. Wojtyla
se ha unido a los descreídos. Es la vera efigie del mal pastor que
no da la vida por sus ovejas. Tiene en mucho su vida y la perderá.
Es un falso profeta. No le creáis.
Me
someto a tu embrida y voy escotero por la vida a la busca de
reliquias. Un itinerante de la tercera edad que va a ver las Edades
del Hombre. El cristianismo se ha convertido en pieza de museo. Me
prende la duda. Lo que más me gusta es dudar. Pienso en las
recompensas que el destino reserva a los santos. Mis días me han
convertido en cantor del crepúsculo. Soy también escritor. Tutor de
la moral. Venid todos al banquete de la palabra. Ya sé que me
controlas a longe. Mirad esos sacristanes con los dientes enfermos.
Se encienden en el horizonte las candilejas de la tormenta. Mi
prensa, que no publico más que en el interior de mi corazón porque
ese es mi periódico rompe en guays y sollozos de jeremiada. Todos
los periódicos del mundo a los pies del New York Times. Contemplo la
obscena hilaridad de la muerte y el alegre retumbar de las barajas
sobre las testas vacías.
No
digas tanto que te han estampado con el sonoro bofetón del gusto. Mi
vida se ha convertido en diatriba del tempestuoso presente. Oigo el
cascabel de los bufones que se aproximan. Son los hoci poci
medievales. Hay en lontananza un montón de borradores. Acumulo
textos nuevos. Viene el inoj (monje). Ya flamean las haldas de su
escapulario negro. Confirma el religioso que yo aprendí a admirar
leyendo a Chejov. Rebasaba mis tautologías e indigencias mentales.
Bendiciendo iba por el mundo. De todo aquello sólo queda un rasguño
en el cielo. Y dejas pastor santo tu grey en este yermo. ¿Cuándo
terminará la comedia de los cuentos póstumos? Execro esa culpa por
los tiempos póstumos pero me entusiasmo con la metafísica del
profetismo. Ellas escupen para la bandera, y mientras tanto la baraja
se nos llena de sotas y en las mansas olas estallan temblores de odio
antiguo. Corre por el país una marejadilla de guerra civil. Vidas
derelictas, textos abandonados. Comprate una pipa nueva, fuma y te
sentirás mejor mientras escribes negro sobre blanco. Abandonos de
septiembre. El bronce de la lluvia. Befas. Muy peligrosas befas. De
niño yo quería ser cantor. Sueño con mezquitas convertidas en
iglesias antes de que baje la marea del vino que me hizo pasar hartos
trabajos. Susurro la estrofa de una vieja canción:
“Bernardo
estaba en el Carpio. El moro en el Arapil. Como el Tormes va crecido.
No se puede resistir”
Toda
la noche oímos pasar pájaros sobre los puentes atalajados del
Guadalquivir. Uno ha de resignarse y asumir el papel del gato del
portugués que va adonde le llevan. Have a break, have a Kit
Kat. Este es un by line o motete comercial digno de la pluma de
un Orwell, quien también se ganó su duro pan escribiendo para el
comercio. Fue publicitario como cualquier propagandista de la hora
actual. Pienso en los lameruzos del “Mundo”, lengüetazo va
lengüetazo viene, a la Constitución del 78 que entre todos la
mataron y ella sola se murió. Triste está don Gregorio Peces.
Triste y cansino. Un manso. Que lo aspen. Mal rayo le parta. Que
ahorquen a Raúl del Pozo, uno de los grandes áulicos, en su propia
melena blanca. Es la hora de Judas. No hay árboles en los bosques de
todo el mundo para que pendan de sus ramas los infinitos traidores.
Arzallus, paraguas en alto, dirigía el orfeón que cantaba un aire
vizcaitarra en honor de los gudaris. Ese himno se ha convertido en
canto funeral por las Españas que mueren en medio del inmenso
bostezo de las tenidas de la prensa democrática. Arzallus estuvo muy
solemne con sus loas al RH propio y a toda la raza turania. Mulas de
la Inquisición cerca del convento y el delator al acecho. Andaba el
viento muy pomposo de capas pluviales. En Triana había jolgorio. La
escarcha se confita sobre las calles empinadas. Escribiendo me hago
compañía y de mi pluma se alzan memoriales y cartas que envío y
nunca serán contestadas. Mi vida ha sido una marejada sobre los
trigales. Y allí en un rincón siempre me encuentro a Teresa con sus
reformas y sus trajines andariegos. Una trotaconventos convertida en
fundadora. El Ser. El Mito. La nada. Mujeres españolas, hembras de
rompe y rasga. La “Espe”, la Campos, doña berenguela y doña
Tota la asturiana. Agachad la cabeza y gemid bajo el puñal de
Perperina. Las ninfas cibernéticas andan algo espatarradas.
Memoriales.
Rentas. Importancia del oro. Hipocresía. El dulce disimulo del
místico. ¡Ay, cuánto sufrir y padecer! Tus prosas monjiles se han
quedado en nada. Como España. Soy un jayón de la cultura. Todos mis
méritos, hablando en certinidad, son expósitos. Hojeo las páginas
del Jelirah, el libro cabalístico que hizo tantos jesnatos. Visito
el sepulcro en Santa María de la Huerta de Ximenez de Rada el
constructor de la catedral de Toledo. Su nombre ocasionaba la jindama
o el pavor entre los moros que se escondían en las madrigueras de
los tolmos o trepaban por entre los cuchillares y gollizos de
montaña. Te convertirás en jorguín de la noticia. Ese es tu sino a
jorro de los acontecimientos.
¿Me
preguntas por Wojtyla? The jews are invincible in peace,
invisible in war. Van los últimos a la guerra para volver los
primeros. El viento de la historia azota al olivo de Israel y son
vareadas sus ramas a conciencia por los cortijeros. Luego en la
almazara su fruto es exprimido y molturado hasta el máximo. Así
tiene que ser para que el crecal, su árbol místico y simbólico, de
su fruto. Ellos son los obreros de la hora undécima. Trabajan con
pendolistas a jornal y como el diablo se hizo periodista ellos se
aprovechan. Esas tendencias estetizantes. Esos gozos necrológicos.
Para mí ninguna pulga es malvada. Todas son negras. Todas saltan en
los garitos infames del Madrid tabernero donde van a beber los
modernos periodistas cuyo trabajo fundamental es la injuria y el
sarcasmo y hablan un lenguaje elaborado del intelecto separado del
idioma de la calle. El periódico mengua el estilo y en su
cotidianidad destruye los temas. Ya pintó El Bosco a periodistas que
la emprendían a mordiscos. Ponedlos un bozal. Los bibliotecarios
hacen su propia metamorfosis y se convierten en agitadores. Los niños
siempre desean saber qué se esconde dentro del caballo de cartón.
Una agada del Talmud prohíbe la excesiva sciencia. No lo quieras
saber todo. Te volverás loco o más te valiera no haber nacido.
Deponer derribar, pintarrajear monumentos esa es la norma de la
modernidad. Su escritura en la pared se confunde con el dele de
Satán. Y en el paisaje urbano se erguía austero el toldo del
rascacielos. Una vaca le daba cornadas a la locomotora. Yo escribo en
estado de exasperación. Todo es chapucero. Los versos giran con la
rotación de la tierra. Dan ganas de pegar saltitos en el viento.
Mañana dejaré de fumar e ir a la cervecería. Nunca cumplo mis
propósitos. La única razón posible es la razón vinolenta. El
alcohol nos da amparo y nos tortura. Ah mis dolores de cabeza en las
mañana de resaca. Es como descender a un pozo hondo y entrar en un
camino sin rumbo que no conduce a ninguna parte. Voy escotero por el
mundo sin escudo y sin refugio, cantando las verdades a cara
descubierta. De tarde en tarde percibo sobre mis hombros el viento
suave de las bonanzas. Nunca practiqué el mamoneo de la lisonja. No
fui periodista pasamanero sino ardoroso vidente de la totalidad.
Mucha ambición y pocos principios. Esa es, como os vengo diciendo,
la historia de los papas. Gastos, reservados, bulas, franquicias,
estolas, capas pluviales, acetres de oro y de plata y pasta, mucha
pasta. Y ángeles barrigudos que soplan adufes desde los policromos
retablos barrocos y vuelan retozones hacia la victoria. Nos ahorcarán
a todos con cordón de seda de una viga de la Cámara de los Lores,
el club más selecto de toda Europa. Eramos bastante jóvenes y
estábamos un poco desilusionados con la político. Organizábamos
sentadas y manifestaciones contra la guerra de Vietnam. Wojtyla por
entonces no era más que un obispo muy pagado de sí mismo en
Cracovia dentro de la nómina de agentes de la CIA. Nacimos en la era
de la fotografía. Todos queríamos ser fotógrafos a imitación de
Lord Snowdon. Yo me compré una Pentax y me fui a Belfast a hacer
fotografías. Por poco me mata un paraca cuando una noche de
Noviembre en plena Falls Road accioné el obturador del flash. Era la
hora incierta del twilight cuando llegan las brujas. Fui salvado por
la misericordia de los cielos y por la intervención de la Madre
Teresa de Calcuta a quien acudía en ese momento - cuando me crucé
con el blindado escocés- a entrevistar a uno de los suburbios más
pobres de aquella ciudad. Volví a Londres y pernocté sentado
delante de la fuente de Eros en Picadilly. Los muros de los almacenes
de Marks and Spencer estaban llenos de pintada y de consignas. Haz el
amor y no la guerra. Nunca le daba a las anfetaminas. Yo he sido
escapista del porrón y del vino a palo seco.
-
Eh you, purple heart takers. O vosotros corazones de purpura,
¿adónde os encamináis con tanta prosopopeya?
-He
conocido el secarral de muchas resacas y de atormentadas noches de
etílico. Por una más. Yes, I know, drinking could become a
messy business.
-El
LSD o ácido de dietilamina no lo conoces. No has conocido entonces
las alucinaciones de la paz celeste ni los enunciados de los
infiernos más horrorosos.
-No
encaja tu discurso.
-Ni
yo mismo me encuentro razón de ser. Mi vida no es más que un pelote
de borra para henchir cojines.
Pero
nos ibamos a jugar los cuartos a Espinal que por aquellos días era
el club más selecto de Londres, justo en Berkeley Square. Ya estaban
a la puerta los lacayos vestidos de amplias libreas negras verde
botella. Por las jambas de las puertas penetraban imperiosos
personajes que iban a ser trasquilados. Señores, hagan juego,
personajes dignos de una novela de Dostoievski. Todo lo cargábamos
al inland revenue y nos largábamos a cenar a Álvaro el restaurante
italiano más posh el que estaba al final de Kings Road. Todo aquel
mundo pasó arrollado por la vorágine de una nueva era que llegaba
al son de la música de los Beatles vibrando entre las cuerdas de las
guitarras eléctricas de todos los chicos de barrio. El mundo se
colaba por los entresijos de la imagen. Todo era imagen tal vez
irreal. Por eso la gran modelo de aquellos días era Twiggy, la mujer
irreal. No era una mujer pues no tenía caderas. Era la luminaria de
la gran persuasión. Un conjunto de jóvenes se reunió para que algo
sucediera y sucedió en verdad, pues todos veníamos pisando
fuerte. Había barra libres y restaurantes all the food you can
take. Tampoco nos faltaban las mujeres en ningún momento. Así
estábamos todos. Tan felices. Eramos una generación fuerte que
llegaba apretando el paso.
Cierto
es que aparcábamos poco a poco las costumbres de la infancia. Muchos
dejamos de rezar el rosario y de ir a las sabatinas. No había más
conjugaciones del verbo moneo ni declinaciones de ese rosa rosae
místico en los labios de los aflictos pronunciados con voz solemne y
quejumbrosa. Nuestra plegaria era un rezo de desesperados y de
desterrados en este valle de lágrimas. Pero en Londres descubrimos
que los valles de la campiña inglesa contenían más risas de
sátiros que de lágrimas penitenciales. Sarta de dieces. Ave María
y otros tantos peldaños de los que trepan por el husillo de la
escalera de caracol que va al cielo derecho tras empinada ascensión.
Salutación humilde a la esclava del Señor. Por aquel tiempos
conocimos a otras esclavas con otra clase de subordinación.
Soniquete que se escuchaba por todo el ámbito de las Españas cuando
el sol iba de vencida, un canto de resignación. Eran las plegarias
de las vísperas declinantes. Pero ya el medievo pasó. No hay Dios.
Todo está permitido. En la insistencias rosarias se basaba la
mística del hesicasmo. Los primeros en rezarlo fueron los moros con
invocaciones a Alá otras tantas veces. ¡Qué desencanto al
descubrir que el cielo estaba vacío y que no había nadie al otro
lado a la escucha de nuestras imprecaciones! El mundo se volvió un
poco más difícil, más placentero, más perverso. Claro que Antes
tuvo sus detractores. Miguel de Molinos, aquel jesuita iluminado,
apóstol de la oración mental, lo consideraba la rahez de las
devociones. Los cartujos por su parte la mantuvieron siempre como
bandera claustral y orgullo de orden. La Virgen María vela por el
cartujo en vida y en muerte. Acaso el rezo del santo rosario sea una
de las claves de su perdurabilidad. “Cartusia nunquam reformata
quia nunquam deformata”, solía decirse. Por lo regular los
cartujos gozan de vida y larga y un monje cualquiera al cabo de sus
días bien puede haber pronunciado cientos de avemarías y de gloria
Patris. Por eso cuando muere un monje blanco en los cielos hay
folixia. El alma de estos bienaventurados cruzan la aduana celestial
sin más. San Pedro les pone pocas objeciones. Venga, cartujos,
pasad. Sale a recibirlos en persona la Virgen María en calidad de
reina de los cielos y posadera invisible que vela por la seguridad de
los cenobios cartujanos. Allí los hijos de san Bruno tienen vara
alta. Al menos, es lo que creía yo durante muchos años. Luego, por
mis pecados, nunca se me apareció la Virgen y he dado con los huesos
de mi vida y de mi muerte en un pleno fracaso. Virgencita,
Virgencita, no acudas a salvarme. Que me quede como estoy. Con mis
rosarios al cuello fui un poco el risum teneatis. Pobre loco, oí
murmurar en mis calcaños.
Las
150 avemarías corresponden a los otros tantos salmos ya cantados en
la iglesia de Antioquía por san Ignacio Mártir. pero aunque ya Beda
el Venerable en una de sus cartas al Beato de Liébana hace mención
de esta práctica piadosa no cobra carta de naturaleza en la
cristiandad hasta finales del siglo XV. Dicen que ha sido la mejor
arma que ha tenido la iglesia en su lucha contra el dragón. El
nombre de María lo pone en fuga. La hidra deja entonces de agitar
sus siete testas y los ignívomos monstruos de la noche se amansan.
¿Qué tendrá el rosario? Conjuro sublime que ha servido de
sortilegio contra la ponientada de azufre. María, mar amargo, o
simplemente mujer, difunde luz en medio de las sombras y los diablos
huyen. Santa María, madre de dios, entonces yo tuve un sueño y vi
las acroteras sobre las cuales se eleva y reblandece el templo del
dinero sentado al padre dolar Jupiter rotundo hablando inglés y
catalán a la pléyade de aduladores y de sicarios. La virtud de las
vestales lloraba inconsolable a la sombra de un sicomoro. Todas las
calles del viejo Bowry estaban sembradas de cadáveres de borrachos.
Habían caído en la toma de la Bastilla del Morapio
-Bien
empleado os está - clamó el Tonante - por perdedores.
María
aplastará la cabeza de la sierpe pero Jupiter, deidad sincretista,
no admitía tales postulados. Por lo que las naves cinerarias
singlaban sus cargamentos de muerto desde el viejo Lower hasta los
kills de Staten Island. Iban costeando los bajíos de la ribera y
bojando la isla donde tan infeliz fui. Los bous y las lanchas
navegaban fúnebres proa a la desembocadura del Hudson en medio del
griterío de gaviotas plañideras. Los hundían en la bocana de aquel
puerto desabrigado que mira para la tierra firme de New Jersey donde
abarloaban otras tantas naves onerarias o barcos basureros del Gran
Manhattan. Sus hediondos cargamentos quedaban aplacerados en las
aguas someras de aquella bahía. Staten Island, donde yo viví y
practique mi particular robinsonismo de apátrida es la isla de los
muertos. Se trata de un nombre alemán.
Nueva
York es como un trágala. La ciudad del irás y no volverás. De lo
tomas o lo dejas. El viento gemebundo extraía sonidos, como una
cantárida que chupara las entrañas de Eolo, y entonaba melodías en
los cangilones de las antiguas azoteas de poliuretano. El aire sabe
soplar con furia asesina sobre estas calles encajonadas y como en lo
hondo de una sima de manera que los viandantes no ven nunca el sol.
Me
llevaron a la taberna de Chelsea donde un poeta galés dipsómano
cayó redondo a causa del bourbon. Era una taberna enorme con los
mostradores de caoba, muy silenciosa, tamizando la luz gris de la
calle sus ventanales. El ambiente era de penumbra. Olía a pises de
gato. A bebidas rancias y se masticaba en aquel lugar el silencio de
los vencidos por la vida. Nadie hablaba. En Manhattan, por no herir
susceptibilidades, se suele honrar a Baco de manera silenciosa. Sobre
el tapete verde los parroquianos depositaban un fajo de billetes. El
camarero en jefe o gran sumiller a medida que se iban emborrachando
los clientes retiraba el dinero de cada consumición. Cuando se
acababa el remanente los adoradores de Baco salían a la calle dando
tumbos pero en medio de un silencio impresionante. nunca se verán
borrachos más mudos que los que frecuentan los speakeasies
neoyorquinos. Parecen monjes.
Pero
a mí lo que más impresionara fuera Wall Street y sus paneles donde
despliega su poder el gran dinero, con el azacaneo de la inmensa
lonja del Mercado. El zurriagazo de la gran competición. Es una
calle donde la inquietud jamás duerme excepto los fines de semana.
Es un inmenso ring, el gran corredero de gallos de las finanzas
internacionales. Allí el que más chille, capador. Salta un shit
cada tres vocablos. Pero atención el parqué es un campo de minas
donde las más importantes fortunas del mundo pueden saltar por los
aires.
Yo
pasé por aquelles en bicicleta en la era Carter antes de que sonara
el gran golpe de gong de la revancha mundialista. At that time
we did not think global yet. Pero faltaba poco. La fruta estaba
madura. Las lavanderas de New York (ay si las hubiera) tendían a
secar las sabanas permitiendo que Neptuno travieso y soplador les
subiese las faldas. Eolo se encarnizaba con sus enaguas. Luego vas y
lo cascas, hombre de dios. Ciertamente, no vi lavanderas, pero sí un
reguero de humanidad atormentada que estaba aguardando la llegada del
Mesías. Manhattan, forrada de níquel y edificada toda ella de
rascacielos de fibra de cristal, desconoce algo tan banal y tan
humano como poner la ropa a secar. Las moradas, tan trasparentes y
con tanto ventanal, se hallan herméticamente selladas. A toda hora
están echados los pestillos. Las fallebas se oxidaron tiempo ha. En
sus tendales invisibles que atravesaban sus lianas de rascacielos a
rascacielos puse a secar mis sueños y por poco se me hiela el
corazón, pues percibí que allí no habrá esperanza.
Comí
en algunos restaurantes chinos el mejor pescado de mi vida: pez
barbado, recazo, lubina y angulas del Hudson. Ciertamente el pescado
que servía en estos restaurantes cuando no estaba capturado a la
roca sino que era de piscifactoría resultaba gordo e insípido.
Nueva
York, según la vi yo en aquellos años, era una ciudad judía que
amarraba a sus poetas al banco de las tabernas. A otros los mandaba
ahorcar mientras otros espontáneamente se tiraban desde las rejas
del puente de Brooklyn. Una nube de fatalismos nos envolvía. Quizás
de tanto leer al New York Times algunos, no pocos, se volvieron
tarumbas, aguerridos y sibilinos en política internacional y se
contagiaron con esa violencia mental que inocula en las almas el
Talmud. Los inmigrantes seguían llegando a la isla de Elis muchos
creyendo haber pisado el primer peldaño del Paraíso y de la Tierra
promisa. El clima de Nueva York, tan mudable, se presta a las
fantasmagorías. La gran manzana atrapa y no creo que al decir esto
caiga en veleidad. La brisa aporta los suspiros de todos aquellos
irredentos que sueñan con alcanzar su manumisión. Contento me
tienes.
La
estatua de la Libertad es uno de los monumentos más horribles del
mundo y su antorcha, una añagaza monstruosa. Jamás un pueblo que
tiene una estatua así podrá ser libre. Obra de Bertholdi y
construida bajo los auspicios de un judío, Joseph Pulitzer, la
cariátide se mofa de muchos. Es la nueva virgen a la que imploran
los desclasados de la tierra. Un grito que resuena a improperio de
Jeremías. Los cantos revolucionarios son traídos y llevados en
volandas por la brisa de la Bahía. Give
me your poor and huddled masses yearning to be free. Una
utopía. Yo quise ser la cabeza de un turista que se asoma por los
huecos de la diadema de la virgen de radios coronada. Toda ella es de
níquel inoxidable teñido de verde esperanza deslustrado por la
furia de cien cierzos. Ofrece una nueva imago mundi. Es un germen
revolucionario. Toda la ciudad a la que vuelve la espalda se rinde a
sus pies, pero no por ello deja de ser menos un pegote. Cuarenta y
cinco metros y 170 peldaños os saludan visitante.
Me
acuerdo de la huelga de gasolineras estadounidense el seis de mayo de
1979. Todo un país ante la indisponibilidad del combustible pareció
volverse loco. Todo eran pánicos, gritos y zarandajas. Ya por
aquellos tiempos, cuando se secaron los surtidores, algunos
periódicos propusieron bombardear Irak. Por aquellos calendas medias
de los setenta Sadam Hussein era un amigo y en la Gran Casa de
Langley se le brindaba protección y asueto. Para comprobar esta
versatilidad de la poderosa Unión que no tiene amigos sino intereses
y que ellos llaman change
of allegiance no
hay más que entretenerse una tarde ojeando números atrasados de la
revista “Time”. Washington tiene por costumbre cambiar de
vasallos con harta facilidad. El norteamericano vive en perpetuo
estado de guerra. Siempre tiene que estar haciendo la guerra a
alguien, siquiera a sí propios. Yo las estaba por aquel entonces
viendolas venir y me repetí solemnemente para mi capote: naranja,
limón y ajo, mando los médicos al carajo. Lady Liberty a la que
veía desfilar a babor en mis idas y venidas a la ONU cuando tomaba
el ferry de Staten Island, no me impresionó. Su aspecto era horrible
y atemorizador. Ofrecía una aspecto astroso y para colmo era ciega
como la envidia. ¿Era un monumento a las masas o una representación
de la diosa Némesis que prestaba acogida a los parias prometiendoles
a golpe de llama venganza por los oprobios de siglos de cristianismo
y de corporativismo? La gran manzana es el emporio de la emulación.
Se empinaba sobre el podio del libre examen y del capitalismo
salvaje. A los recién llegados les aguardaban los colmados de los
sweat shops del Bajo Manhattan pero con un poco de suerte y paciencia
y la capacidad para decir cada mañana la gran jaculatoria de los
mercantilistas: “another day, another dollar”.
Aparecía
de repente gigantesca en un recodo del Sky line, mientras singlábamos
en el transbordador camino de mi domicilio En uno de aquellos viajes
vi flotar cadáveres de ahogados cerca de Queensboro Bridge. Era una
chica. Sus pechos flotaban enorme e hinchados cara al sol debajo de
la blusa. Desde entonces tengo pesadillas por las noches y me cubre
el espanto de tan dantesca visión en la que se aparecen los miles de
ahorcados, de los condenados a muerte en la silla eléctrica o de los
vulgares asesinos. Con ellos yo descendía poco a poco a los
infiernos entre tumbos temulentos de las escalerillas del alcohol y
de la lengua estropajosa.
He
aquí que un busto parlante ha sido elevada a la categoría de reina.
Tendrá por cetro un esperpento. No se trata de divagaciones poéticas
sino de una realidad asumida entre las lianas y los sargazos de la
política nacional donde todo se enreda y se magnifica. El heredero
de la corona se casa con un reportera divorciada. ¿Cómo es ella?
Monilla más que beldad. Pero instalados en la tarima del absurdo
aquí todo puede ser posible. Los áulicos están hechos unos
melifluos. La canallesca se reserva el derecho del botafumeiro. Este
hecho tendrá una gran resonancia. Ya se ha dejado dicho que en este
país se consuman los sueños de lo imposible: gozar de una monarquía
sin monárquicos. El Sr. Ansón está hecho todo un brazo de mar
aunque la crítica unánime apunta a que es el mejor escritor de la
transición. Y, aparte de eso, todo un mandarín de la noticia
rodeado de cachorros, alevines y presentados del escribir. Los
novicios de la “mass media” bajo su protección pronto cantarán
misa. De oca a oca y tiro porque me toca pero no hay períoca o
argumento en este tratado absurdo de la vida. Uncete mulo a tu
armella. Ponte bajo la tralla del escribir. En dos hoteles de Bagdad
ha caído un misil. Este nos mi Bagdad el del “Collar de la Paloma”
de Ibn Hazm. Me lo han cambiado los americanos a persuasión de los
judíos que han sido los primeros en meter mano en el avispero y el
mundo tiembla ante los niños suicidas palestinos y los hijos del
caíd mientras Occidente sigue acariciando, obseso peripróctico, la
locura o el espejismo de la libertad y vive los devaneos asesinos de
la prensa rosa. Demasiado doctrinarismo. Hoy se escribe mucho
artículo de fondo. Pontifican a esgalla los monstruos de la
comunicación a través de sus programa oceánicos. En antena seis
horas. ¿Cómo podrán saber y hablar tanto? Ninguno nos ha dicho
hasta ahora dónde está Ben Laden. Ese hijo de Mahoma engendrado en
la oscuridad de un oasis. Su inadvertencia, la de estos hierofantes,
con la cabeza coronada de Masters nos llevará a cometer no pocos
errores de apreciación. Nos tienen a blancas. No sabemos dónde está
el enemigo y eso aumenta la potencia de las mandíbulas del dragón.
Lo
que necesita Madrid son xenodoquios y lazaretos para acoger a los
extranjeros llegando en oleadas mientras los aduaneros y
guardafronteras miran para otro lado. En la calle Bretón de los
Herreros la oficina de extranjería se hunde a causa del peso de los
expedientes acumulados en sus pasillos. Esto es un cuele. Los
sagrados huesos de la camara Santa y los de San Antolín se revuelven
en sus tumbas. Nunca hubiéramos podido llegar a suponer caer tan
bajo. ¿Serán estos los pródromos del holocausto de España?
Kafkiana noticia la de que se esté hundiendo un edificio oficial de
esos que lucen en su balcón mayor una desmarrida bandera de España
porque las vigas le vencen a causa del peso de las cédulas con papel
timbrado. Llegaron en masa, presidente. Lo anuncié yo en una novela.
El espíritu de profecía se enredó con los puntos de mi pluma. Un
signo que contrasta con la imagen del general Emilio Alonso Manglano,
un jubilata, a quien vi yo ayer cruzar por un paso de peatones de
Argüelles. Iba fumando tranquilamente un cigarrillo. Fue el jefe de
los espías españoles. ¡Dios cómo habré sobrevivido yo ante tanto
enemigo suelto! Su persona centró la peripecia de una de mis
novelas. Como está casado con una norteamericana barría para casa.
Crueldades de los tiempos. No sé lo que me dio verle cruzar la acera
como un pensionista más a este señor que otrora fue tan poderoso.
La visión respaldó el apotegma árabe de que si te sientas a la
puerta de tu casa verás pasar el cadáver de tu enemigo. Me
arrellané en el asiento de mi autobús gozoso de ver sin ser visto
pero, en particular, de haber sobrevivido. Hay que aguantar los
escupitajos de Riudavets, sus invectivas de sargento delator en cuyo
puesto las mañanas de inviernos como buitres en torno al afecho se
arremolina turbamulta de bibliómanos y de tarados mentales. La
caseta número quince de Moyano es un comedero de vulpejas. Me gritó
que no diese mítines. A uno de los clientes le huele terriblemente
el aliento. Otro tiene unos brazos excesivamente largos y se lleva
todo libro echa el librero de lance en el duerno ilustrado. Nadie
habla pero hay un afán de receptación inmenso. Todo el mundo está
silencio pero dando quehacer a su trajín.
-Cuidate.
No me gusta ese coloro de xantina que tienes.
-
Debe de ser la diabetes. Todas las moscas del país se vienen a mi
bragueta al amor del azúcar de mi orín. Todas van a la miel.
-Es
como el heliotropismo de tantos y tantos periodistas y escribidores.
Todos cara a l sol que más calienta. Si lo hacen las moscas ¿por
qué no lo iba a hacer los humanos?
-Tú,
mientras tanto, por tu malvado designio llegas tarde a todas partes.
Seguro de que vas a la mar a bañarte y te encuentras con las playas
se han secado. Para tu fatalidad.
-Sí.
He sido un hombre sin suerte. Los cohechos de la fortuna nunca me
hicieron sonreír. La he buscado con denuedo pero la vida me ha
vencido.
-Mas
tú no te preocupes. Sigue escotero y que te pase lo del legionario.
Siete tiros en el cuerpo y avanzando.
Pienso
que en parte la razón de muchos de mis males se debió a mi
altanería mística. Hoy graznar a los ánsares y me echaron del
senado pero yo los dejé que se quemaran en el fuego de su propia
lascivia. Así les quité la palabra de la boca con que me acusaban y
los dejé sin argumentos. Su potestad tribunicia. No me asustan.
Todos eran voltarios. Siempre al sol que más calienta como Raúl del
Pozo el de la melena blanca con pinta de histrión el que prevarica
sentado ante las cámaras de la Gran Loba.
-¿La
madre o la hija, cuál de las dos?
-Tanto
monta monta tanto
Son
días de odio cerrado. Los hombres miran con caras desencajadas. La
vida es sórdida. Llevamos existencia de lupanar. Se nos han negado
los verdaderos goces. Los muertos pasean por los bulevares y hay
estantiguas de jubilados por las aceras, gente con las manos en los
bolsillos, los lunes al sol, y martes y trece, y los miércoles, los
jueves y los sábados. Hay quien saca sus enseres de pacotilla como
los desahuciados para pignorarlos en plena vía pública. Todos esos
objetos son pecios de antiguos naufragios. Los enseres y cachivaches
que nos rodearon e hicieron más amable nuestra vida antes del
divorcio o antes de la botella o de los tientos a la bota cuyas
libaciones intempestivas nos redujeron a la categoría de ex. Sí hay
mucho ex. No faltan tampoco los ex hombres. Si visitas el punto del
Sr. Paco te puedes comprar una biblioteca. Ya nadie lee. Quedad con
Dios, sujetos y a merced del pico de las nuevas vultúridas y de los
modernos papagayos. Poned la vieja vajilla al retortero. Nadad todos
en la mar de los postreros estraperlistas. En el encante hay ojos que
miran como escopetas cargadas, pupilas desconfiadas que vomitan pez y
agua salobre por las fauces desencajadas de gárgola.
-Bolo,
¡cuánto hablas! Yo en este barco que se hunde me encuentro
divinamente.
Había
allí endemoniados y aquejados del “morbus sacer” y epilépticos
como el Gran Jauregui que participaban de la crisis comicial de la
política. No se les borraba de un plumazo. No se les excluía del
altar de los micrófonos. Se les dejaba garlar en programas oceánicos
toda la noche. Llevaron las nuevas trovadoras y trotaconventos y las
chicas guays empezaron a desfilar por la pasarela. La vida se
convirtió en un escaparate y en una catasta mientras los parados
dormían a la luna de Valencia y pasaban sus martes al sol. Los
gordos no tenían derecho a vivir. El mundo se pasaba las semanas y
los meses enteros pensando en dietas de adelgazamiento. Cundía el
bla bla bla de nuestros genotipos atávicos. Oveja que bala pierde
bocado. Hablar del fenotipo resultaba un poco más peliagudo aunque
quien más quien menos acudía a airear su desvergüenza a los
programas con te de tarde y a los consultorios de Anarosa, los nuevos
predios de la bujarronería y el color local. De allí se salía con
la convicción de que la vida y el amor no era más que basura.
Quedaron sin curro los poetas y los curas se fueron a trabajar a las
oenegés cerrando las basílicas a cal y canto. A las mercenarias del
amor que llegaron en grandes oleadas del extranjero, por aquello de
que en España siempre hubo mucho vicio, se les amontonaba trabajo.
Los
inspectores del fisco se nos subían a las barbas. Todo iba bien pero
se nos amontonaban los papeles. Cédulas y más cedulas. Hojas de
reclamaciones. Compre usted hoy, pague mañana. Los cojos andaban,
los ciegos veían. Se había producido un verdadero milagro económico
y el personal se pasaba el día entero congratulándose de la
bendiciones de los tiempos que vivimos. Eramos mucho menos libres,
más esclavos, mucho más incierto nuestro destino, pero aquí los
farautes y heraldos se hacían lenguas de las bondades de la
democracia. Corta el rollo. Venga ya. Eres más viejo que un
Alcántara. Lo decían por el serial de la tele. Yo no sé como pude
resistir tanta infamia y tanto desacato a la verdad pero amigos míos
ciclotímicos, más débiles se suicidaban desde el Viaducto al no
poder aguantar la presión de tanto mandamás cretino. Madrid se
llenó de pobres y de marginales. Muchos cristianos viejos se
convertían al islam. El muladí no es rara avis en esta tierra de
mudanzas y de tornadizos, pero el fenómeno adquirió visos de
pandemia social. Las cuaresmas pasaron a llamarse ramadán y las
iglesias quedaron execradas para convertirse en mezquita con su imán
dentro y todo. Los moribundos a grandes voces ya no pedían
confesión. Llamaban a los rabinos con lamentos terebrantes. Cundía
la apostasía por todas partes. Los abstemios empezaron a empinar el
codo y los santos bajaron de sus hornacinas de cristal para irse de
noche de picos pardos. Era la moda tránsfuga. En religión. En
política. En el hogar. Muchos honrados padres de familia, que no
pudieron soportar los muchos traumatismos afectivos en casa (el hijo
drogadicto, la hija que se evade con un moro, la esposa que hace
guarrerías con desconocidos) también se hundieron en el fango de
las noches madrileñas y vieron la nariz y los labios marcados por el
tabes. En sus partes íntimas les salió coriza. Era la consecuencia
de sus peripatéticos escarceos golfos por la Casa de Campo en noche
de plenilunio. “Full moon. All the lunies come out”4,
que diría un neoyorquino.
Las
sacerdotisas del amor venal, por boca de redactoras y comunicadoras
de lujo en medio del marasmo de la animación cultural, habían
establecido sus altisonantes púlpitos en las grandes cadenas
radiales. Las divas de la tele hacían las veces de celestinas y
hablaban en programas vespertinos a una audiencia de borrachos,
impotentes y amas de casa maltratadas, puesto que eso de la violencia
de género iba a más. Los que no tuvieron arrestos para suicidarse,
patentes las puertas de la bodega de la democracia, se dieron a una
gran borrachera de libertad que desconocía el fin. Vi por aquel
tiempo a muchos pobres telumantes regresar a casa con los estómagos
ahítos de vino que no acertaban con la llave del portal y como no
había ya serenos que pudieran auxiliar dormían su borrachera en los
quicios del cancel. A muchos se los llevaba el relente de la
madrugada. Las páginas de los periódicos de aquellos días venían
atiborradas de noticias de estos fallecimientos por coma etílico.
Y
en el Vaticano el gran usurpador del trono de Pedro impartía
bendiciones el domingo de Palmas entre balbuceos chocheantes y
aclamaciones de la juventud. Por lo visto, los de más de cuarenta
años habían perdido la cédula de la catolicidad. Los peregrinos
croatas luciendo gorras con su escudo escaqueado miraban desafiantes
pero de los pobres serbios maltratados y perseguidos nadie hablaba.
Magnum gaudiun nuntio vobis: Wojtyla besa un corán.
Estabamos
sumidos en el cubileteo de la información y una marejada de datos.
Los moros estaban preparando en Leganés sy zuriburri. Los
arquitectos de aquel sistema opresor debían de ser mentes
maquiavélicas, gente con sed de venganza soportado durante siglos en
la aljama. Oriana, llevas toda la razón. Quo vadis, europa? Nadie se
atreve a quitarle la tiara a ese mamarracho en silla de ruedas que
defiende la sede de su poder como un gato panza arriba. El profeta
Isabelo entre cervezas en el Café Gijón ya me lo advirtió:
-Lo
que queremos es un papa judío.
Pero
a los que hemos denunciado el hecho - no tenemos tribunales ni
periodicos que difunden o hagan justicia - nos acusan de no estar
bien de la cabeza. Dicen que nuestra arquitectura mental bordea los
predios de la patología. Ay, Antonio, tu mente está enferma. Mi
mirada se desparrama en futilidades. Hay que calibrar los peligros
con mayor sutileza, pero Isabelo llevaba la razón al anunciar el fin
de la vieja era y el comienzo de la gran revancha. Las chicas
topolino de los años cuarenta llevaban gafas oscura como de ciega y
zapatos que parecían coturno y en la primavera del 2004, cuando todo
se hiperboliza, van por el mundo con el teto al descubierto. Que
corra el aire por sus caderas. Enseñan los arillados ombligos. Todo
son premuras, ansias, reivindicaciones, y anginas de pecho,
científicos que anuncian haber descubierto la piedra filosofol,
mujeres que quieren ser independientes, violencia de género, casas
que se derrumban. El mal es más profundo de lo que muchos suponen.
Ahí
apareció Acebes, ese chivo de Avila, para anunciar que las
instiotuciones que fueron habidos, todos muertos los cuatro sicarios
de Alcaida, pero a lo largo de esta democracia no hemos hecho otra
cosa que cantar funerales y asistir a miles de entierro de hombres de
bien. Dirán los mentores del sistema que es el tributo que hay que
pagar. ¿Más sangre, pues? Todo lo que haga falta. Opera un ambiente
de cambio. Arriba alinígenas y hombres y mujeres de los Andos que
parecen tacos de jamón, pernicortos y con un gran torax. Hubo un
tiempo en que teníamos pasión por la ciencia y amor a la patria. Ya
no nos queda nada. Esta tarde me trae el viento memorias de
infidelidades, de memorias ventaneras, de marcas en los muslos. Todo
lo que yo sufrí no sé para lo que ha servido.
España,
patria mía, eras la síntesis de lo trascendente, la unidad de
destino en lo universal. Mas he aquí que aprovechando nuestra
debilidad, nuestros circunloquios, el derecho humano, no digan la
palabra moro, nunca mencionen el chichi ni el salpicadero de la
parienta en los que se solazan y remojan otros porque te acusarán de
machista, lo que se impone es aguantar marea, hay fuego a dos bandas,
nos hicieron la tenaza, Boabdil el Chico ha vuelto a Granada.
Yo
creía que mi España era un verdad metafísica, exacta, eterna.
Nombre de rezo y de plegaria, tierra consagrada a María y ahora yace
lacerada en el campo enemigo bajo la adarga y los espontones de la
amenaza sarracena. Los judíos mueven los sutiles hilos de esta
tupida tela de araña. Es el anochecer de nuestros destinos. Las
aguilas de Patmos cesaron su vuelo y los pájaros están
enmudeciendo. Ya viene la maldita hueste de Almanzor nos asesinarán
recitando salomas y suras del corán. Trepo hacia los arcos
pensativos de mi empeño. Guerra en el horizonte. después, veremos a
muchos mozos en sillas de ruedas como en Sarajevo y los mutilados
alzarán sus muñones ante la indiverencia de los viandantes que
dejarán en su platillo tirado sobre la acera algún céntimo de
cobre. El tercer milenio empezó comn guiños papales al sistema
sionista, confusión en los helados corazones. Por todas partes
resonaban los clangores bélicos.
Lo
plural pugnaba con lo singular. Aquellos que no se resignaron a
comulgar con ruedas de molino, a ser integrados en la masa, lo
pasaron mal. Pero los pensamientos seguían fluyendo por el río de
las ideas y de los hechos disparatados. Un señor muy absurdo y algo
venado parece ser el cancerbero de todo esto y el automedonte del
carro de la historia quizás sea un loco o un borracho. Se acabó la
risa y se romperán todos los diques que contienen la ataguía del
pantano de las lágrimas. La humanidad quiere seguir viviendo en
pecado mortal.
Pero
a esta época lo que en verdad le faltan son maestros y escritores de
raza. Escritores de traza son aquellos que cada frase da en el blanco
y hoy existe una gran carestía de esa especie. Quizás por eso, y
sólo por eso, sea que mis borradores estén llenos de fuego. Mi
escritura con un pobre atalaje dispara golpes certeros porque yo
pongo de manifiesto lo que otros calles. Quizás digan que mis
novelas sean un laberinto perto yo no creo en la acción sino en el
río madre que se lleva nuestras inconsistencias formales. La vida
humana en realidad carece de un diseño prefijado. En ella no hay
plot. No me siento con fuerzas sino para entrar en los arcanos del
inconsciente y escarbar entre las cenizas del fuego que fue para
encontrar los rescoldos. ¿Será verdad lo que dijo Xto que el mundo
es demoníaco? El caos vence al orden.
Por
ese cabo he tenido no pocas pesadillas. Al empuñar la pluma o cuando
me siento ante la pantalla de mi ordenador, hay una fuerza que me
empuja a la rebeldía del fotógrafo del infierno. Todas mis ideas
contemplativas de unidad y de calma se hacen trizas. Lo feo, lo
macabro, lo bestial gana la partida.
-No
eres más que un torzal que canta en el muro. Tus trinos no los
escucha nadie. Te han abandonado tu mujer y tus hijas. Todos aquello
en lo cual soñabas no existe.
-Ayudame,
señor.
Siempre
pensé que hay algo pecaminoso en la mujer que nos acerca a la
muerte. Los ángeles de fuego estaban pisoteando la zarza ardiente
desde donde Dios Abrahán habló al padre de los creyentes. El
laberinto de las tres religiones vuelve insoluble el laberinto
humano. No hay salida. Por eso, me refugié durante algún tiempo en
el alcohol. Me siento inerme frente a una España confusa - y lo peor
es que las masas no saben el peligro que las cerca-que anda siempre
en manifestación y que corea consignas como papagayos, que grita con
odio porque sí y no sabe porque grita como si fuéramos víctimas de
una condena, como si fuéramos presas del malhado. Por todas partesd
surgen pajarracos con moz chillona y mefistofélicas sonrisas que
recuerdan al conde de Romanones.
Los
bailes están colmados, los jóvenes no suspenden las actividades de
fin de semana. Nuestras hijas se recogen a las cinco de la mañana y
las madres en lugar de reñirlas les dicen que hacen bien, que sólo
se vive una vez. Los hombres andan cohibidos y vacilantes ante este
resurgimiento a gran escala de los vastos poderes femeninos. En
cualquier esquina te pueden vender chocolate o salir una fulana de
esas que zurcen virgos y voluntades a tutiplé pues no en vano
vivimos en el país de celestina. En el impluvio de nuestras casas
hay traidores y fantasmas y luego vienen los periodistas que se
especializaron en los cuernos a toda página y nos cubren de
escupitajos. Echan balones fuera, manipulan, intoxican. Por eso, los
que ejercieron con orgullo esta noble profesión andan siempre
angustiados y caminando sobre el filo de la navaja. De azotea en
azotea, de pretil en pretil salta el diablo. Se acerca la hora de
tinieblas propicia a los vampiros.
Bebemos
igual que un odre y comemos como cedros. Por eso voy adquiriendo con
el paso de los días la forma de un jamón que se refleja en la luna
del escaparate. No he podido vencer a esta polisarcia maldita. Como
desde niño compulsivamente y con nervios. Tengo miedo del domingo,
tengo miedo de mi mujer con la que he vivido durante un cuarto de
siglo y que siempre me resulta un misterio y estamos tan
incomunicados como dos peces que aletean en dos acuarios separados.
Nunca sujetarás tu bulimia, perdiste la batalla de los kilos. Esta
mañana al despertar vi por la ventana en el jardín central varios
centenarios de cornejas que me recordaron temerariamente escenas de
una película de Hitchcock. Me dieron vomitonas. Ando mal de salud.
Las calles de Nueva York son como una gtran pesadilla pero el
monstruo se lo traga todo. La quinta avenida está llena de taxistas
judíos recien desembarcados de Ucrania y Bielorrusia.
Por
ahí se empiezan los perolegómenos del sueño americano. El sistema
urbanístico no es tan intyrincado como en Lpondres ni aquí para ser
cabbie hace falta pasar umna oposición y aprenderse el emplazamiento
de cerca de nueve mil calles. You always can drive a taxi after
all. Es el consuelo de los despedidos, de los que quedan
redundantes y son convocados a la larga fila del dole, el Inem de los
ingleses y de los norteamericanos para que nos entendamos.
-No
dejes el corazón wentre las zarzas, pecador. No te pierdas por una
mujer.
-Todas
son traidoras, impúdicas. Es defecto de fabricación. La voz de la
sangre. Por eso los moros, que son tan celosos, las atan corto.
Los
hay que no aguantan y se suicidan. Otros se tiran al alcohol pero los
más empuñan el revolver o les dan una paliza. Los que todas las
mañanas hacemos un cuerpo con la vida sabemos de los muchos peligros
que encierra la mujer.
Ya
decía Plutarco que Dionisio es una deidad traidora y “ebrii
gignunt ebrios”5.
Tuvimos
la impresión de vivir una existencia de beodos y de sonámbulos
corriendo detrás de los curas y de las ninfas de la Casa de Campo,
las cuales habían arribado en oleadas desde Colombia, Ghana,
Nigeria, la Argentina y otras muchas partes de ultramar. Todas
aquella pobres mujeres, víctimas de los negreros modernos - a
principios del siglo XXI uno de los negocios más lucrativos era el
de comerciar con carne humana de emigrante y tratar blancas- pronto
aprendieron las tretas de su oficio y las había especializadas en la
llamada disciplina inglesa que aplicaban abondo a todo aquel que las
quisiese reclamar.
-All
men are equal under the whip, dear6-
pregonaba una rubia cockney recostada contra el tronco de un cedro
del Parque del Oeste.
Nunca
se sabrá si era un sibila o una de las innumerables vírgenes locas
que azotan a estas horas las calles de Madrid, verdadero Babel de la
prostitución internacional. Todos somos iguales bajo el látigo. A
todos nos cubre el rasero de la muerte. Eros y Tanatos son nuestro
rasero nivelador. El oficio más viejo del mundo es tan terne y tan
rudo de pelar como la raza turania de Ibarreche. No hay quien pueda
con él. Yo sólo escuchaba el canto de aquella sirena al pasar. Al
poco la vi convertirse en furia. En la diestra blandía un puñal.
Era el puñal de Perperina. Las parcas que salieron desde detrás de
un seco no paraban de gritar:
-
Vamos, los enamorados. La hora ya está cumplida.
Huyo
con mis quirites, evitando los poderes de la glosocracia y de la
retórica que nos invade hacia las nubes del no saber. Es el más
difícil todavía. Gran estilo. Frases épicas. Los plumillas de la
serpiente de verano le dan a la cometa. Vamos a comer constitución y
el arte y la belleza son apolíticos, distanciados. Por eso nos sume
la batahola de la vulgaridad y del feísmo. No se os ocurra a
vosotros alzar la voz contra la estafa. Moros en la costa, y vienen y
vienen presidente y ahora resulta que los culpables de la razzia son
los humildes y sacrificados miembros de la Benemérita. Y más bombas
sobre Bagdad. Es lo suyo.
Hemos
caído de espaldas en un marasmo de vulgaridad y la que nos espera es
la depauperación de las clases pasivas. Aquí radio Bla Bla Bla. La
madre y la hija hacen calceta. Yo estoy viejo y gordo y en la calle
oigo los ritmos de la música rap. No puedo alcanzaros, hijitos míos.
Me cortaré las barbas. Todo es necedad. Me dan miedo los sintagmas
del lenguaje altisonante y torticero que utilizan los políticos o
las espléndidas construcciones verbales de los artículos de fondo
de la prensa de alto coturno democrática, escritas de un tirón,
condenadas al olvido, empero, pues son obras de vanidad.
Lo
mío es la liturgia interior. Soy sacerdote del tiempo y los ciclos.
Dicen que en la eucaristía se hacía presente el triunfo del hombre
sobre la muerte. Acumulo sensaciones que me atenazan. Me duele un
poco el pulmón izquierdo. Puede ser ese maldito nódulo que ha
aparecido en la radiografía o es ¿el cáncer que aguarda? Digo lo
que los condenados a muerte en la prisión convento de San Antón al
ser convocados. Fulano de tal y tal. Y ellos contestaban:
“Chupándomela”. Gozo de mis preeminencias y tengo la seguridad
virtual de que el Maestro no abandonará a su iglesia. Hice de tal
creencia una liturgia y mi platonismo me lleva a lleva a pensar que
esta vida es una preparación para la gran liturgia celeste que
durará eternamente.
De
momento ando sumido en la hora alectoria del canto del gallo. Tocan a
misa de alba. La luz de neomenia entra por los lucernarios. No hables
con las gentes. Todos los hombres llevan un poco de muerte dentro y
se les nota. La noche está dividida en vigilas. Yo salmodio. Me
ciega la luz de los panes de oro de la cancela del iconostasio. Esos
santos y esas vírgenes como recién pintados son una apología del
fuego interior que consume al alma mística. Guarda mi vida, dulce
Atanasio. Los querubines del coro entonan acrósticos. Se inicia el
tiempo de Navidad. Hoy es la fiesta de san Andrés.
Los
estribillos se prolongan en las alturas. No hables con los hombres
cuya boca transpira maldad y veneno. Escucha las vigilias nocturnas
que se celebraban en los templos de Cesarea de Filipo, Bitinia,
Jerusalén. Ya están los monjes de maitines “ante pullorum
cantum”. Antes del canto del primer gallo. Ya entran por las naves
las antorchas y luminarias infinitas. Los griegos llaman a esta hora
del canto “lycinicon” y los latinos la denominan lucerna a secas.
Se abren las puertas de la Anastasis para recibir a la congregación
jerosolimitana. Era entonces cuando en la Jerusalén el pueblo fiel
pasaba la noche en las iglesias, atestadas de monozontes y de
vírgenes. En el Monte Sinaí se cantaba el salterio íntegro con una
sola voz y un solo corazón.
Todas
esas memorias se arremolinan en mi corazón esta noche del largo
suplicio de Wojtyla. La única razón es la del mugido. Nos llenan
los ojos con las cagadas de la odiosidad. Yo sueño en la hora de la
vuelta de la fracción del pan. Fue a la hora del canto del gallo
cuando los judíos perdieron a Xto. Por la oración luchamos contra
el poder de las tinieblas. Ese es el fin del monacato. De los
monozontes (monjes) y de las “parthenai” (vírgenes) entonando
melodías en el dilúculo a favor de la luz que venía. Los santos
solitarios cuidaban del esplendor de su casa. Nunc dimittis. Por amor
a la ley nueva se hicieron hesicastas o monologuistas.
Roma
estaba rodeada de monasterios. Antiguos templos, desde el Monte Celio
hasta el Aquilino. Allí residieron también los magistrados de la
plegaria. Por eso san Columbano mandó azotar a los monjes que se
dormían durante el oficio. Los poderes sublevados contra el Ungido
perecerán. Hay un aspecto agonístico, de combate acérrimo, en la
gran liturgia latina. Montada toda ella contra los prestigiosos
engaños del perpetuo seductor. Hay que decir - para los que
pretenden olvidarlo - que Jesús asumió sobre sus espaldas la
historia de Israel y la eleva a la eternidad. Su sabiduría celeste
vencerá a la insipiencia del mundo. Desenmascará del poder de su
mano los poderes diabólicos de la gran jorguina.
Si
sigo fumando, muero. Habrá que parar y subirse al norte a generar
endorfina a la orilla del mar. Los políticos hablan de pactos de
Lizarra y de consensos y esto no se puede aguantar. Pili Pestiño en
el hornillo mediático de por las noches no cesaba de repetir qué
horror, qué inmenso horror. Don Híspido Estadístico sigue con sus
monsergas. Todo son frases hechas, convencionalismos. Ibarreche suena
a escabeche y aquí puede empezar la escabechina. Ahora entendiereis
la razón por la cual sueño en mi propia escala de Jacob litúrgica
como abstracción de estos escabeches y de estas leches, de las etas
mediáticas, de los insultos y de la odiosidad generalizada. Pili
Pestiño y Eliazar Bad prorrumpen en gritos de catequesis
democráticas. Esto es el fin del amor. Del ágape. Del filos. Del
Eros.
Do
son todas mujeres nunca mengua rencilla. Violencia de género. Egisto
adultera con Clitemnestra, mujer de Agamenón. Parsi fe, esposa de
Minos, se lo monta con un toro. El concúbito con las bestias era
frecuente en la antigüedad, pero aquí lo que priva es acoplarse con
la parienta del prójimo. Cuernos que redundan en tiros y en
puñaladas. Por eso las matan. Las guarras de tarifa y de pantalla a
todas las horas hozando y campando por sus respetos en la tele de
nuestras hispánicas torturas que son unas grandes celestinas, tanto
la madre como la hija, proclaman desde sus púlpitos mesiánicos
dicen que el follar rejuvenece y transfigura por lo general. Seguimos
con troteras y danzaderas. Entre izas, rabizas y colipoterras, dicho
sea en honor de Cela y de Pérez de Ayala. Hace falta ser
maniqueista. Yacen con la mujer de su vecino y luego pasa lo que
pasa. Ars amandi. Asia madre de religiones. Bebamos en las fuentes
del pensamiento bíblico. Se dice que cuando se registran diversos
orígenes de la especie humana hay poligenismo.
Pero,
volviendo a lo mío, la plegaria es la clave del paraíso. Todo está
escrito de antemano en el Libro de la Vida. León el Grande cuando
despacha misioneros a Inglaterra pide que no erradiquen todas las
creencias del paganismo. Somos productos de una simbiosis. Un
cristianismo sin sus raíces sincretistas sería ridículo. Luego
vinieron las invasiones lombardas a cargo de los guerreros de larga
barba y al final de los siglos medios la aparición del monaquismo
tiene que ver con la creencia de que el mundo se acababa. Gregorio el
Grande provocó la ruptura con Bizancio. Los visigodos rechazan el
arrianismo y en Inglaterra los predicadores de Agustín convirtieron
los antiguos templos celtas en aras bajo la cruz alzada. En la Kisla
de Iona en Escocia se guarda todavía la piedra del destino.
En
la batalla de Poitiers Carlomagno atribuyó la victoria a la
intervención directa de san Martín. El culto moratiniano se
extendió por toda Europa y fue un preludio del jacobeo. De las
donaciones de Pepino arrancan los Estados Pontificios y el Papado. Le
llamaban el Breve por la talla, no por la duración de su reinado. El
tiempo de Carlomagno fue la época de los códigos miniados y de
manuscritos palatinos. Trono y altar. Missa dominico o enviados.
Escuelas palatinas. Pablo el Diácono. Alcuino de York. La capilla de
san Vital de Ravena. Las teselas, los mosaicos. Los reyes holgazanes.
Carlos el Calvo y en el 842 Les serments de Sgtrasbourg. El texto más
antiguo en francés. No olvidemos que el papado es una institución
carolingia al fin y al cabo. Y es a lo que voy.
Mientras
tanto, las querellas religiosas y las revoluciones palaciegas, por el
otro cabo, hacen sucumbir a Bizancio. Ahecharon la herencia de los
emperadores y de ahí vino la gran criba. Iconodulía e iconoclasia,
dos puntos convergentes. El emperador es el basileus y ante él sus
súbditos se prosternan porque es la figura de dios en la tierra.
Toda su corte estaba vestida de púrpura. En Constantinopla estaba el
monasterio de Studium de más de 5000 monjes y la iglesia de la
Theotokos, el convento del Pantocrátor, el Fanar, la Iglesia de
santa Sofía.
Quedé
confortado a fuer de inquieto al escuchar el tono suave y
metapsíquico del emisario celeste a cuya intervenciones indiscretas
o improcedentes salidas de tono, así como las confusas revelaciones
de las que soy víctima merced a mis inclinaciones eucarísticas, que
me han valido más de una vez dar con mis huesos en los calabozos
celulares o manteamientos, baquetazos y oprobios, se me comunica la
voluntad divina. En contravención de los preceptos talmúdicos yo no
ando vigilante, pierdo la cabeza, veo elfos y sílfides por todas
partes y con aviesa inclinación me desparramo o pierdo los papeles,
quedome sin partitura y como justificante alego encontrar en la
bebida un analgésico. Por el placer del instante me olvido del deber
del porvenir. ya sé que soy un borracho.
Mi
judaísmo pertenece al de los rabíes que se tumban a la bartola y no
buscan el camino del adoctrinamiento mesiánico. Cierto que he sido
sometido a fuertes golpes propinados por el ciego azar que me
hirieron en lo más vivo. Sé que éste es un julepe sin reglas en el
que el que más pone más pierde. Estoy sometido. A la mañana
siguiente de mis hégiras etílicas me parezco un ser abominable,
sucio y desmantelado ante el espejo. Hasta yo mismo me aborrezco
hasta la fantasía. El corazón me da brincos. No tienes perdón de
dios ¿ Y te parece bonito?, brama la conciencia. Sus imprecaciones
retumban a lo ancho y a lo largo de mi psique. Entonces me parece que
esa torre interior en la cual el yo se reconcentra está a punto de
venirse abajo. No te derrumbes, castillo interior. Quiero que seas mi
albergue muchos años. Hay denuestos, lloros, promesas. Todo en vano.
A los pocos días veo un restaurante abierto y no puedo sujetarme. Yo
soy un ebrio del vino a las comidas. Contrario a las prédicas de
Moisés soy un fatalista y me derrumbo a la más mínima. Dios sólo
ayuda a los que se ayudan a sí mismos. Ésta es una de las
recomendaciones de oro de la cabala. El cristianismo todo lo pone en
manos de la gracia que dimana del Spiritu Santo, pero ¿quién es
ese? Me pregunto. Neque si Spiritus Sanctus esse audivimus. A la
naturaleza no hay quien la sujete cuando se pone brava y todo depende
de un porción de cedulas que trabajan de una manera y determinan
nuestro comportamiento.
Son
dos hombres los que albergo en mí, dos condenados a librar
encarnizada batalla perenne sin solución de continuidad. Dentro de
mí mismo se hostigan la potencia y el acto. Se vaticina un duelo a
muerte entre las dos religiones monoteístas que volverán a
disputarse los efectos personales de Cristo al pie de la cruz igual
que las ratas de biblioteca pujan por las miganduras literarias y
menudencias de libros de segunda mano en el puesto de Putavets y el
de la Mujer fea. El cristianismo ha muerto. Con Jesus de nuevo en el
sepulcro y bajando a los iinfiernos después de volver a ser
crucificado por los demócratas la cuestión se ventará entre Alá y
Adonaí. Padre, perdonalos. Se encaraman los leguleyos los que vienen
con pamplinas de la hora undécima. Dios eligió a los judíos pero
el pueblo electo se convirtió en su verdugo. Un doctor de la ley no
quiso recibirme cuando le fui a hacerle caso. Era un catedrático que
esperaba con una cartera y una nariz larga cartera en mano frente a
un topis de la casa MacDonald. Ya no hay providencia. Sólo
protervias. Asesinatos y blasfemias de Haro Tecglen en la prensa del
gran Polanco. No puede haber un dios que permitió las masacres del
Holocausto. He ahí la clave de la nueva religión nacida al albur de
la apostasía y de la falta de memoria. Mis amigos me vuelven la
espalda. En los cafés los camareros me miran mal. El Putavets se
chiva a la policía de que no voy a comprar libros sino a dar mítines
en su tenderete. los vagones del metro van repletos de músicos
rumanos y del Ecuador. Nos brindan serenatas. Por todas las partes se
detecta el horror de una nueva época ya pronosticada. La estábamos
viendolas venir cuando cayó el muro. La que se nos venía encima.
Por todas las partes se acuchilla a la razón y se adora a los dioses
falsos. Son los postulados de la teología del Holocausto: un nuevo
deicidio mediante los potentes altavoces de los micrófonos que
divulgan y ramplonizan todo lo que quedó atrás. Se os parecerá
Putavets empuñando un látigo y un libro. El aire de la cuesta de
Moyano hará flotar las alas de su blusa como si fuera un pájaro,
ave de mal agüero, gustando del sabor de la carnaza.
Los
cristianos viven en paganía bajo el conjuro de las trotaconventos
midriáticas. Los engañosos saberes han abierto aula. Los rediles
están llenos de malos pastores y los púlpitos de prevaricadores. Va
a ser Navidad. Va a nacer de nuevo el Mesías y la gente está de muy
mala leche. Las brujas parlan recados desde sus exoras de neón. Es
el rayo que no cesa: amoríos, hijos ocultos, y una extensa prole de
mánceres y entenados y de entretenidas. Bailan las Euménides
alrededor de la charca del cortijo.
-¿Cómo
está la Ordóñez?
-Divinamente.
Para que te chinches.
Entonces
fueron ellas. Los cristianos vivían en paganía bajo el conjuro de
las trotaconventos de la estúpida caja. Eran víctimas de engañosos
saberes. Las cosas por ese cabo iban cada vez peor. Al pueblo se le
mantenía a posta en la oscuridad y la aberración. La política
nacional semejaba a una casa de tolerancia con sus meneos, sus idas y
venidas, las ramplonerías, la repetición constante de nombres y
situaciones. Se negaba toda transcendencia. Nunca pudo el espíritu
tan aherrojado ni sometido a tanta tiranía. Yo trataba de volver a
cristo. Las iglesias estaban candadas y vacías. La barca de Pedro
iba a la deriva. Un poderoso papa del este empuñaba el timón.
Quería dar de través a toda la embarcación. Con obispos
libeláticos ad sedem los tronos episcopales se desceñían de las
estolas. Unos daban en la prevaricación, otros empuñaban el garrote
del mutismo o metían incenso dentro de los pebeteros del que más
manda porque había que espabilar la llama del fuego sagrado. Pero
quedaban ahí toda una reserva de diáconos y de creyentes de buena
fe que se sentían confundidos dentro de la grey bajo la égida del
mentado impostor, un rabadán de pelo entrecano y gran cifosis que
iba predicando por ahí “yo soy la iglesia”. Él se empeñaba en
el cinismo escatológico. Habían predicado la pobreza y ellos vivían
en grandes palacios. Al Vaticano lo candaban con siete llaves. Había
en todo aquello mucha incongruencia. Los que estábamos viendolas
venir temíamos el castigo. Pero el ser humano no es más que una
nube de tamo. Así y todo ellos se creían muy fuertes en lo alto de
la escalera encaramados a la torre del consenso. Por mucho que os
afanéis vuestra torre se vendrá un día abajo. Sois una cuadrilla
de mangantes. El humo que levanta una tormenta de ceniza. El alveolo
hueco y la sonrisa vacía. La mueca de la calavera derribada por los
rincones del osario. Con tales prolegómenos hinqué mi cerviz al
yugo de la fuerza que gobierna y desgobierna el caos. Escuchábamos
por los caminos los gritos de desesperación envueltos en el eco de
las palabras de don Juan: “Llamé al cielo y no me oyó/ y pues las
puertas me cierra/ de mis pasos en la tierra responda el cielo, no
yo”. Esta es una concepción del cristianismo puro que no casa con
los principios de Maimónides que predicaba que Dios y el hombre se
mueven a dos niveles completamente diferentes. Luego vinieron a
partir ahí los conversos y los hidalgos con goteras. La vida carece
de sentido cuando no se vive bajo el acicate del placer intelectual o
de la contemplación. ¿Comprenderéis entonces mi voluntad de huida?
Sí que entendemos que os habéis inmerso en una tórpida tendencia.
Y en los chats y en los cibercafés se propala que ha fenecido la
Una, la Grande y Libre. Cagüen tal. El bigote de Carod Rovira nos
conmina a hablar catalán. Barcelona, archivo de la cortesía, se
separa. Agítese antes de usar.
-No
acierto a entender quién trajo tanto veneno. ¿Es que ha venido el
ángel negro a agitar las aguas otrora pandas y ahora enfurecidas. Es
el todo contra todos. Hermanos contra hermanos. No hay amistades, no
hay sueños.
-Ah
esa tórpida tendencia a los extremos de los españoles.
Hablaban
los padres de la patria y has estrenaron senados para habilitar
nuevos consensos. Ni Carrillo ni Wojtyla se han muerto. A España le
ha llegado la hora. Agtención señores ha empezado una nueva
transición y Carrascal desde Nueva York con sus blazer sus corbatas
y su mala dentadura, hablando con esa voz de Chespi tiralevitas de
los mericanos, lo ha dicho: vosotros teneis la culpa. Sólo os
cuidaste del imperio.
Ha
empezado el baile de la sustitución de rótulos.
-¿Y
tú con quien vas?
-Los
peperos se achantan. La derecha aquí siempre fue algo mediosa y
prestaba oido al parche por si acaso. Esa derecha dura de cerviz y
sin entrañas, tan española, que lo podrá ser todo, menos
gebnerosa. La izquierda controla la calle y los moros de la morisma
le echan cocjones. A este paso recuperarán Granada. Bastarán tres
bomba más y nos vamos a la mierda. Los herederos de Anás y de
Caifás, indignados con la peli, de Mel Gibson, ha blasfemado,nos ha
llamado- no te fastidia, faltaría más judios, palabrta que hay que
borrar del diccionario- se vuelven a rasgar las vestiduras. Les
solivianta una frase. Lo de la sangre que caiga sobre nosotros y
sobre nuestros hijos.
Ya
estna los tramoyistas preparando las calles para la sustitución de
rótulos mientras sobrecoge a todo Madrid el espectro de Tierno
Galván. Este es el andamiaje novedoso. Mirad con los bueyes que
teneis que arar. La prensa canalla os da gatuperio a todas horas. Os
mearán en la cabeza y habréis de decir que están lloviendo. A
comulgar todos con rueda de molinos, peara de farsantes.
Los
bartolos de la SER nos satirizan y comnvocan al personal pasota a
incendiar sedes. Madrid en dia de reflexión, rota la sacralidad y la
tregua del sabath democrático, víspera del rito, asolaron las sedes
del partido rival. Esto es el acabóse. La morisma sarracena con su
crueldad habitual sigue matando. Nuestro tren se marcha - esperemos
que no pise una bomba oculta entre los durmientes de la vía-.
Agitemos los pañuelos. Te dejé amor entre las adelfas y tú estabas
mirándome. Fue mi gran pecado. Los celos. El afán de posesión. Era
una tarde de calor allá en Edenthorpe. Mi comportamiento fue
inhumano. Lo sé. Yo me acuso. Tiembla una gota sangrienta en aquella
amapola que deshojé y tu voz clara me sigue convocando por encima de
la trompetería de los arrepentimientos. Sé que has muerto de
cáncer. Mi destino no pudo ser más trágico. Diana Cazadora
soplabna la cornamusa y en los andenes de la estación de Paddington.
Tus ojos me miraron aristócraticos. Los labios, tu dulce piel, me
besaron. Se adelgazó tu mirada y siempre me impresionó tu gesto
solemne. ¿Y ahora dónde estás? ¿Entre los cadáveres de espuma?
¿Entre los féretros de las rosas?
En
pie, flechas de España. Tomad asiento en cualquier piedra del monte
donde Cristo pronunció el sermón de las bienaventuranzas. El viento
expande por las lejanías el susurro de viejas estrofas. Y he aquí
que yo yazgo en esta oquedad. Ya no me llegarán jamás tus cartas
alborozadas. Ya no merece la pena vivir. El único refugio es este
anacoretismo espiritual y llevar vida de cínico, buscando la unidad
y llamando a alguien que no contesta, aunque dicen que el Señor
hable a las almas por signos.
Todo
fueron aquilones e inspecciones. Yo estaba de cúbito prono y al
descubierto. No me supe resguardar. Esas palabras que rebotan contra
el frontón de la memoria y huyen a los cosenos de una geometría que
carecía de líneas y me ofreció una simetría falsa. Y, en medio de
tanto manso ruido, los bosquimanos subían por entre las olas del
oceáno con un hacha entre los dientes. Os invadimos. Vuestra tierra
y vuestras mujeres nos pertenecen. Habeis pecado mucho. Y allí
estaban en eso los teorizantes de la radio analizando los consensos.
Ir y venir que llaman acarrear.
Las
calles estaban llenas de afiches y panfletos exhortando a los
consumidores a la buena vida del comprar. Todo se merca y se pignora.
Los que lleven en la frente la marca de la bestia podrán comprar y
vender. El azar existe y perpetra felonías con sus combinaciones
malvadas. ¿Y tú dónde estas? Engordo y me duele la barriga. Hay
materias ahora pulverulentas en el aire, crecen miasmas en los
interiores. Los sarracenos se inmolan en Móstoles con una bomba
pegada a los cojones con esparadrapo. Quieren ir a reunirse con las
huríes de Alá. Y España está que no vive otra vez. Otra noche
más. Disimulamos nuestro nerviosismo escuchando el partido. Los
goles de Ronaldiño nos abstraen de nuestra cruda realidad.
He
aquí la ristra de los informativos pungitivos. Nos castigan a
escuchar. Todo sucede en contra de lo que todos pensamos. Todo va
mal. Los trilladores de las parvas de agosto blandían su tralla
contra las ancas de las mulas tesoneras. Se levantó entonces un tamo
espeso y pruriginoso que causa desazón a los ojos. Nos echan arena a
los ojos, nos cagan con gallinácea como a Tobías. Los ahechadores
del miedo andan al acecho.
Franco
dio previsión y prevención a los españoles. Por eso llegan ahora a
España tantos extranjeros a gozar de nuestros privilegios en la
seguridad de que esto es Jauja. Llegan y llegan ,presidente. Todos se
hacen presente a comer el pan de España y a cagar el morral. Es una
irrogación general. Una extorsión a gran escala. Sarracenos, fuera
de España. Esta es nuestra tierra.
Digo
esto cuando por todas las partes asuelan y estamos inmerso en el
morbo secesionista. Este siglo XXI ha empezado como una pesadilla. Es
una marea negra. Se difama y se pelea con virulencia. En los
periódocos retoñan los floreo judaicos. Hay un cubileteo general.
El pueblo español no sabe que está en guerra. Las masas
consumidoras y productoras callan. Ahí no las den todas.
-Yo
voy de currito. A mí que me registren. Esta no es mi guera.
El
español de a pie no quiere líos, está pensando en sus vacaciones
de se,ama santa. Nunca se pronunció tanto esa maldita palabra
solidarios din que se hiciera verdad la máxima rousseauniana de que
el hombre es un lobo para el hombre. No hay caridad ni compasión.
Todos estamos solos y vigilantes de lo que haga o deje de hacer
nuesdtro vecino. Y aquí no pasa nada. Nunca pasa nada. Al que se
muere lo enterramos y santas pascuas.
En
medio de tanta solidaridad y tanta condena, con la boca pequeña, y
el caso es vociferar y capitalizar los réditos de imagen que un
determinado hecho, por trágico que fuere, proporciona.
-Si
esta es la tarima de la civilización, no os quedará otro remedio
que bailar a compás
-Echad
el ancla. Moved el escandallo. Desde el fondo alguien os hablará con
voz de eternidad.
Hay
confusión entre los señores diputados y mucho rebullicio en la
sala. Pasen los periodistas y coman. El mal es general. El mundo se
subdivide en los que comen y no trabajan, los que trabajan y comen,
los que trabajan y no comen, los que ni comen ni trabajan. Siempre
andamos enfrascados en una disyuntiva que nos descoyunta las piernas.
Y llegan y siguen viniendo, presidente. en el metro a cualquier hora
sólo se ven machupichus y machupichas con la maleta y argentinos que
dicen qué bueno qué bueno que viniste, colombianos con droga,
polacos a Alcalá, búlgaros a Segovia. Se han roto las ataguías del
pantano de la armonía. Los pueblos se mueven de una lado para otro.
El efecto llamada les convoca adonde les dén de comer.
-No
digas eso. Eres un xenófobo.
Y
otras vez cundieron las riñas entre apolíneos y dionisíacos,
madridistas y atléticos, centralistas y separatistas con su abyecta
socarronería. Todo son alegatos y demandas, maulas, palinodias.
España padece de oligoantropía. Es mal general. Las españolas no
paren y toda extranjera que viene aquí a tirar la bomba viene con su
correspondiente bombo. Son multiparas. Se ha provocado por todos los
medios nuestro derrumbe moral. El aborto criminal ha sido una de las
armas de Satanás y las secuelas de oligoantropía. Los judios
hiperbolizan y los cristianos minimizan. Estamos en sus manos.
Sálvanos oh Cristo. Los soldadesca otaniana liquida a los popes
ortodoxos y pisotean su panagia, la cruz no detiene a los desalmados.
Los mandó allí el socialista solana. Esto comenzó como todas las
guerras mundiales, como todas las convulsiones en esa faja de cúpulas
bizantinas y de minaretes que son los Balkanes.
Entre
las tres religiones monoteistas nunca podrá haber paz. Sólo guerra.
Desparrama tu vista sobre el mapa y sólo desolación encontrará tu
mirada. Ahí no las den todas. Nos hemos vueltos cínicos,
indecentes. Más bestias que nunca.
HACTENUS
O EN EL DILUCULO DEL TERCER MILENIO: REFLEXIONES SOBRE
LA
VIDA ESPAÑOLA (CONJUNTO
DE ENSAYOS AL DESGAIRE)
por
ANTONIO
PARRA
1Iskra
significa llama en rus.
2Ver
el libro del P. Llanos Nuestra
ofrenda con
la lista de todos los capellanes castrenses caídos y la de los
mártires que fueron pasados por las armas, prisioneros en el bando
marxista. Curiosamente, este padre daría un giro a su pensamiento y
a sus ideas de 180 grados.
3No
me puedo molestar por la comida.
4El
plenilunio echa a todos los locos fuera de casa
5Los
borrachos engendran borrachos
6Todos
los hombres son iguales debajo del látigo, querido.
i.Dives
toletana, sancta ovetensis, pulcra leonina, fortis salamantina,
ebúrnea burgalensis. Un adagio que se atribuía en la España
medieval a a las antiguas catedrales.
ii.locutorios
o salas de estar, en América sala de billares
iii.bolas
de piedra en el arenal