El bosque emana sabiduría, nostalgia del yo inocente que perdimos. Porque ya pocos podrán decir Et in arcadia Ego. Regresemos al buen salvaje. Son las diez y ha bajado a su pación acostumbrada en el prado la cervatilla a la que curé la pata cuando la perseguían unos cazadores. Está cerca del moral y las zarzas que le brindan desenfilada optima caso de huida. Hoza entre las blanca margaritas, la primula incansable y la verbena que luces sus colores en el armentío entre mayo y agosto. No falta tampoco la dehiscente festuca, golosa para el ganado. A falta de madre, un castaño viejo y gordo brinda protección a la nerviosa corza, un abedul la caricia el lomo con sus ramas y el laurel triunfal y señero parece que la está diciendo:
-Por aquí. Por aquí.
En una de sus ramas se acaba de posar un malvís de plumaje multicolor. El bosque ofrece cobertura, hospedaje, reclinatorio y discreto lugar de citas amantes a las criaturas de Dios la mayor parte de los lugareños de por acá tienen algo de bosquimanos. Protege y te regala la posibilidad de ver sin ser visto, de observar sin que te observen. Es un parapeto robinsón donde a veces me voy a lamer las heridas. Te sientas en la vereda y ves pasar la vida. A la hora de la siesta el pequeño ciervo sigue entregado a su afán de alimentarse, rumia y a veces ramonea las hojas de un helecho arborescente, altísimo. Nunca baja la guardia. Escucha un ruido, conoce todos los del bosque, pero sólo le espantan aquellos que produce el hombre. Alza las orejas como antenas y de repente inicia la estampida monte abajo si atisba un peligro y se pierde en carrera de saltos por la espesura. Estampa bucólica. El verano ya va de vencida y la brisa de la mar tras las calmas de las estrellas de san Lorenzo trae en su semblante la furia de las mareas de san Agustín. Llega una de esas motos odiosas que están acabando con la flora y fauna de este país porque esos niños se aburren y piden a sus padres que les compre un kat de tres ruedas. El estruendo ha interrumpido mi conversación con las sirenas que escucho cantar cerca de los gollizos del acantilado mientras se peinan. Una es rubia y otra morena. Me palpo la ropa ante tales embelecos. Y por una vez me siento Ulises que renunció a la honra, la gloria, la fama, el dinero, los cantos de sirena por la paz recoleta de un recogido, que renuncia al mundo, al diablo, a sus pompas y vanidades. Observo con terror como la macula del pecado original – envidia, ira, crimen- marca la frente de algunos aldeanos de por aquí, `porque ya está dicho que no hay paraísos aunque los pregonen y asturiano, rijoso, vano y mal cristiano (los gallegos son peor) y para sosegarme recito un diyámbico de Horacio:
- Mihi parva rura et Spiritum gratiae (que me den un apartado rincón en un lugar campesino como sitio de privilegio)
- Beatus ille qui procul negotiis.
- Muy melancólico está usted esta tarde, Verumtamen.
- Porque hoy siento nostalgia de la Arcadia perdida. Se equivocan los que piensan que van a encontrar el edén en este valle de lágrimas.
- Cierto. ¡Que descansada vida la del que huye del mundanal ruido!
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