DON LUIS DE GÓNGORA Y AGORTE
Lo que yo desconocía era que las yeguas andaluzas, Góngora dixit, eran preñadas por el blando céfiro. Me imagino a don Luis de Góngora y Agorte cantando el estribillo de hermana Marica, despierta que es fiesta no habrá escuela, y haciendo bellaquerías detrás de la puerta. Luego fue un canónigo tibio que se echaba las largas siestas y nunca iba a coro porque le gustaba vivir a su albedrío y entre los sueltos caballos como Hipólito, mitad judío, mitad cristiano y una quinta parte de pagano, bibliognosta, bibliopola y como buen conocedor del paño dado a los plagios. Vivió una vida de papel estucado dentro del círculo mágico de la fascinación por los libros. En casa tenía una criada morisca que honraba a Ala-ruh Alá- en secreto y hacía las abluciones y sus genuflexiones mirando a la Meca. Nadie habló del amor con tanta delicadeza en castellano, como este converso, aunque malsines dijesen de su persona que era bujarrón. A batallas de amor campos de pluma. Su rostro era severo algo bisulco o patihendido por la barbilla y sus versos cuando quería un tanto ludiferos, sus poemas chocarreros que podían herir como una daga y hacían carne en el alma de sus enemigos, sabía insultar mejor que Quevedo y al igual que su enemigo conocía los recursos de la sátira. Y hacía a pelo pluma. Cuando pitos flautas y cuando flautas pitos. Unas veces quitaba a su mora la almeiza en la cama y otras veces se echaba la siesta con un efebo porque queda en los anales no sé qué pleito que tuvo con el deán de la mezquita de Córdoba. El claustral quiso empapelarle por andar a nidos con los niños de coro. Dixo la picota al gocho, contestó el poeta, quita de ahí que me tiznas. A buena parte fuiste a dar, pato no empluma a pato y el ánsar nunca se aparea con el cisne, Fue tabelión del archivo diocesano y guardaba con celo los viejos documentos. En el coro de Córdoba tenía una misericordia para dos y gastaba asiento biselio. En un rucio rodado alto de brema y largo de copete, cañilavado de cascos, iba a su pueblo a visitar a su hermana Marica en la campiña del Guadalquivir. Allí en sierra morena las yeguas andaluzas eran preñadas por el céfiro. Pasaban las comadres por su puerta, damas de toldo y arandela, y a todas las bendecía diciendo:
-Id a servir al amor
-Mire don Luis que nosotras somos de la grey huérfana.
-De menos nos hizo Dios
Y enseguida profería un latinajo
-Igne natura renovatur integra
-¿Qué nos quiere decir su señoría?
-Que el fuego lo purifica todo:
Se había producido una cierta dilución de la fe que hace que la caridad se enfríe y la gente viviera enemistada desconfiando los cristianos unos de otros pero el dinero faltaba trampa adelante por lo que los clérigos soñaban con la vida retirada, con un buen pasar, una prestamera, un beneficio que les deparara un vivir cómodo. Las damas sonreían a la concupiscencia de los ojos. Alguna vez don Lis decía misa y consultaba los añalejos y dejase que el mundo girase por las cuatro estaciones del ciclo solar y el universo espiritual por los cuatro evangelios, aunque, abstracción hecha de tales inconvenientes de su disipación, no podría decirse que fuese ni mejor ni peor que los demás. Nunca fue cura gallofero de los que iban a recibir la sopa boba a los conventos ni fue galán de monjas jamás. A batallas de amor campos de pluma. Este beneficiado del cabildo cordobés fue el mejor vate que escribió en la lengua española. Verdadera gloria del parnaso. No soportaba a los hipócritas ni a los camándulas a los que vituperaba en gallego: “Cruz no peito o diablo feito”.Fue un hijo mimado de las Nueve Musas que ya es decir con su tono entre bromas y veras, ludífero y estro chocarrero y juguetón. Una delicia leer sus romances. En las Soledades tan intrincadas y alegóricas resulta difícil hincarle el diente porque el cordobés cuando galopa sobre el caballo de la alegoría es muy escurridizo, pero genial, según Dámaso Alonso, y ande yo caliente y ríase la gente. Vivió villano en su rincón aportillado en la roca de Israel que no puede que ser otra que la del Beatus Ille