2025-08-26

 

Capiteles románicos ideogramas del Apocalipsis.

 

ENRIQUE CUARTO AGRIDULCE REINAR

 

CONTINUACIÓN I DE enrique iv no era tan impotente

El monarca misterioso






AGRIDULCE REINAR



Aquella navidad de mi niñez tocamos la zambomba, hicimos música rascando la botella de anís con el almirez y cantamos villancicos ante el belén que había colocado mi hermano Nano adornando con musgo el portal traído de las peñas de la cantera donde se afanaba en su pobreza el Tío Enrique y su cuervo al que había enseñado a hablar y a decir palabrotas a los chicos. Con papel albar se hizo una especie de arrollo y a la orilla estaban las figuritas de las lavanderas. Un pastorcito iba camino del portal con un cordero al hombro. La cena pobre consistió en castañas y algo de asado. El villancico que cantamos aun resuena en mis orejas. “Sobre tu cunita niño he visto arder una farolica como la del tren… que alumbra con gas a la medianoche y a la madrugá” era un cantar ferroviario y era apropiado para aquel momento pues vivíamos al lado de la estación cerca de la Dehesa Boyal que donó al concejo Enrique IV y donde se celebraba por san Pedro la gran feria de ganado. El pitido del tren traspasaba el silencio de la madrugada. Habíamos aprendido cuando dormíamos y la señal acústica de los convoyes que iban lejos nos despertaban a distinguir a un mercancías que solían circular hasta el alba, del correo de Santander o del automotor de Medina o los trenes militares que llevaban soldaditos hasta África. Mi padre se puso algo melancólico recordado otras navidades del ayer, los pensamientos se alejaban en la evocación de las Nochebuenas en la majada o en el frente de Teruel. La nochebuena se viene la nochebuena se va y nosotros nos iremos para no volver más. Levantados los manteles, mi padre me preguntó si iba a misa de gallo y yo le dije que sí, tengo que ayudar. ¿Quién es el capellán? Don Valeriano. Pues abrigate, hijo. No olvides el tapabocas ni el pasamontañas. Había caído una gran nevada y era tan brillante la luna que la noche parecía iluminada. Hasta llegar a la fuente de la Dehesa tenía que pasar el puente de Valdevilla, atravesar la cuesta que eleva el Río Clamores al ocultarse como un Guadiana, cruzar por entre medias de la Base Mixta y la cárcel cerca de los jardines de Villangela, desde donde se subía por la plaza de toros a los  depósitos de agua del acueducto milenario, la fabrica de Caretas donde se fabricó el biscuter, el primer auto marca EWspaña, que carecía de marcha atrás, y la de Klein donde se fabricaran caretas antigas de la primera guerra mundial. Todo era campo por aquellos días de mediado el siglo XX pero en el siglo XV tupido bosque donde solía cazar el Rey Nuestro Señor y sería precisamente en una quinta de recreo donde se alzaría el palacio-monasterio bajo la advocación de San Antonio de Padua, san Antonio el Real. Hacía yo el recorrido cuatro veces dos por la mañana y dos por la tarde y me conocía cada recoveco, cada castaño de Indias y allí empezó mi fascinación por Roma y por la historia de España desde aquel día que vi sacar unos huesos en una rumba romana que excavaron a la puerta misma de donde estaba la casa del capellán de las hermanitas de los pobres, Don Pablo Sanz Fuentepiñel. En el epígrafe se decía que la difunta era una “puella” (muchacha) que falleció a los quince años. Tanto el capellán don Pablo como don Valeriano leyeron el epígrafe y rezaron una oración por el eterno descanso de aquella adolescente muerta en los tiempos de Trajano. Hacía frío y me abrigué con el tapabocas. En la dehesa boyal dormían los rebaños de la Mesta miles de cabezas de ganado. Los mastines me ladraban al pasar pero el rabadán de vigilancia me advirtió que caminase sin miedo, los perros no te harán nada, chaval, y menos hoy, que ha nacido Dios:

-¿Vas a misa de gallo?

-Sí, señor.

-Pues felices pascuas, zagal.

Cerca de la base mixta y frente al dispensario antituberculoso me asomé a la verja donde yacía desportillado un carro de combate de la primera guerra mundial, ruedas enormes, con pinchos radiales, ¿Qué haría en Segovia aquella reliquia de la batalla del Somme? Rápidamente al rebufo de los muros leprosos de la huerta de las monjas, altos muros misteriosos de adobe me planté en el convento escondido entre un bosque casi de olmas. Como don Valeriano se había puesto malo le sustituyó como oficiante el capellán del hospicio don Ramón. Que era un cura alto con un gran corpachón que remataba en una cabeza de garbanzo y una voz profunda. Conocía todos los misterios de la historia de España aquel buen capellán. Entré en la sacristía y sor Fuencisla la demandadera ya tenía preparadas las vinajeras, sentí su voz detrás de las cortinas de la clausura del coro bajo:

-Buenas noches, sor Fuencisla.

-Buenas noches, hijo y alegría.

-Sí, señora, alegría y placer que esta noche nace el niño en el portal de Belén.

-Me gusta ¡qué bien te los sabes! Debes de ser un chico listo.

-No se crea, sor, el latín no se me da mal pero no me entran las matemáticas

Sor Fuencisla estaba más contenta que unas pascuas y me dijo que en el convento hubo fiesta y tambien entonaron villancicos al Niño Jesús como en todos los hogares españoles por tan señalada fecha. Al poco llegaba don Ramón que venía tosiendo- pues era un empedernido fumador y moriría el hombre al poco tiempo de la caja cambios- desde el zaguán un tanto azacaneado y moviendo para los lados la cabeza y con las botas cubiertas de nieve manteos y capisayos al desgaire accionando los brazos largos. Pendulaba en todas direcciones el buen capellán su cabeza insignificante y pequeñita, de garbanzo. Sí; tenía un melón ridículo sobre los hombres pero en aquella testa cabía toda la historia de España de la cual nos daba clases magistrales y se cabreaba muchísimo cuando aquellos libros de texto ponían cosas muy desagradables sobre el monarca de la granada y del  agridulce reinar. Por eso en el seminario los latinos le pusimos de mote Don Cicerón que es lo que significa el apodo en la lengua del Lacio. Creo que por ese cabo me convencí de que el rey segoviano había sido difamado y que sería preciso rehabilitar su figura de tanto escarnio.

Se vistió el presbítero a toda prisa los ornamentos blancos y yo mismo con otro monaguillo que se llamaba Otero salimos con paso solemne de la sacristía, uno portaba el cirial y el otro un incensario. El coro empezó a entonar la antífona:

Asperges me, Domine, hisopo et mundabor. Lavabis me et super nivem dealbabor.

Miserere mei Deus secundum magnam misericordiam tuam. Vidi aquam egredientem de templo et omnes ad quos pervenit aqua ista salvi facti sunt et dicent: aleluya

Las notas gregorianas del asperges en tono andante ma non tropo resonaban hermosas cantadas por las voces blancas de las clarisas y habían vibrado en aquel templo desde su fundación por el rey don Enrique nuestro Señor durante medio milenio. Era el catolicismo “at work” en su gloriosa tradición de “business as usual”. Pocas cosas pudiera haber en esta vida como aquella hermosa liturgia. Las estrofas del Asperges traspasaban el alma con la danza de la serenidad. Pasan las generaciones, nacen y mueren niños y se reza el miserere por los capellanes y las monjas que allí profesaron. Las novicias que lo cantaron yacían en humildes sepulturas, amortajadas con el cordón franciscano de tierra en la Huerta del Nogal en el patio central del convento. Luego don Ramón con su voz cascada y potente de fumador empedernido pronunció el exorcismo:

Exaudi nos domine sancte páter aeterne Deus et mittere digneris sanctum angelum tuum de coelis qui custodiat, foveat, protegat, visitet atque defendat omnes habitantes in hoc habitáculo

El preste sabía que su negocio tenía que ver con la eternidad y rogaba para que alejase el espiritu del mal a todos los moradores de aquella casa. Amen. Estaban todas las lámparas encendidas. El retablo de la crucifixión con sus maravillosas figuras de arte flamenco en relieve, tan vividas y tan copiadas al natural que hacían pensar en cómo era el rostro de los hombres en la edad media, no sólo los reyes sino de los menestrales, los rabadanes y los tejedores, los perailes, los picaros que barzoneaban holgazanes bajo los ojos del Acueducto, o las levas de soldados que iban y venían a Flandes, escoltando a los mercaderes de paños con la lana de las merinas de Segovia, refulgía como los chorros del oro. San Antonio de Padua, talla neogótica, con un misal en la mano, y su cerquillo de fraile menor iluminándole el rostro En las paredes de damasco colgaban algunos cuadros religiosos con reporteros en los cuales se representaba el escudo de armas de los Reyes Católicos, (que dotaron al convento, si bien fue su predecesor el que lo fundara habilitando para la ocasión una finca a la afueras que tenía para sus recreos cinegéticos) y escenas de la Natividad y allí estaban los bancos de roble macizo que lucían entremedias las armas de Castilla y el blasón del penúltimo de la Casa Trastamara: una granada. Buen símbolo porque decía don Enrique:

-He aquí mi agridulce reinar.

Estaban vacíos los bancos porque debido a la gran nevada había acudido poco personal a aquella misa del gallo. Únicamente cuatro viejas así como el carpintero Geroteo el mejor feligrés de aquella comunidad, una buena persona pero que tenía fama de empinar el codo un poquito y aquella nochebuena habían pimplado en el convite pascual alrededor de la mesa familiar de más porque olía a anís que le llevaban los demonios cuando fui a darle a besar el portapaz.

 Con esa generosidad de los beodos el bueno de Geroteo y sonriéndome cordial sacó de la pelliza una moneda y me dio un duro de plata:

-Toma, monago, tu aguinaldo. Hoy es Navidad.

Pocas veces a lo largo de mi carrera como monaguillo y seminarista he visto brillar tanta alegría y tanta munificencia como en los ojos de aquel borrachín. Tampoco tanto oro. El cristianismo suele ser generoso. Un duro cinco, pesetas de las de entonces constituían un dineral para los niños de mi edad. Guarde Dios tu alma cristiana, Geroteo y este gesto me persuade en mis convicciones de que nada es lo que parece en este mundo que hay que ir con pies de plomo a la hora de enunciar juicios de valor. Cuando fue a besar al Niño y yo sostenía a don Ramón el humeral, Geroteo con paso vacilante y la cara roja me guiñó un ojo.

 La misa terminó en la efervescencia y candor con que la liturgia católica guarda para esta santa noche. En la iglesia hacía un frío que pelaba porque no había calefacción ni estufas por aquel entonces. Sin embargo puede ser y así ahora lo pienso que la luz que fulgía de la estrella del portal de Belén calentase nuestros cuerpos y nuestras almas. Ya en la sacristía las buenas monjitas nos agasajaron con vino de misa soplillos y pastas. Sor Fuencisla que me tenía buen concepto me encareció que fuese bueno y que estudiase y que siguiera devoto de San Antonio. Así lo soy y lo he sido toda mi vida.

 El órgano remató glorioso una fuga de Bach interpretada por una de las hijas de Santa Clara de Asís que en el siglo había estudiado siete años de conservatorio, Sor Jesusa, y las notas golpeaban caricias sobre los empinos de las bóvedas de crucería y los arcos escarzanos y conopiales. Dirigiendo mensajes de amor divino hacia la luna llena que asomaba yerta y pasmada por entre los vitrales de la nave del crucero Una nochebuena más. A la salida y entre la euforia de los vapores del licorcillo de consagrar más de tres copas generosas me tomé con la aquiescencia del capellán y de la propia priora que un día es un día, bajó un arco que lleva al salón del trono, tuve una visión. Yo vi acercarse a un caballero, llevaba sobre los hombros un ropón de cordero que le cubría la pelliza, un turbante como los de los moros. Era rubio, trabado de hombros, una barba rojiza, los pies grandes, las manos como manoplas de segador y un aspecto campechano pero había una indecisión que recobraba su persona, timidez y amabilidad, transmitía llaneza y libertad. Bien pudiera pasar por un tratante de los que acudían al azoguejo los jueves de mercado y que después de comer cordero asado regado con clarete de Peñafiel se ponían un palillo entre los dientes y se sentían felices en su pobreza, pero había una distinción en su rostro y unos ojos claros y misteriosos de rey godo, cuya sangre corría por sus venas mezcladas con las de todas las dinastías de Europa: los Valois, los Plantagenet, los Lancaster y la de la casa de Anjou y de Viana y un cierto reposo pleno de dignidad, porque, “donde ponía- escriben los cronistas- la vista mucho le duraba el mirar”. Este lento mirar le convertían en un ser distinto a los demás. A todas luces se trataba de un personaje majestuoso. No debía de ser muy friolero aunque bien pudiera ser que los cuerpos gloriosos no acusan el acoso de los incidentes climatológicos ni padecen enfermedades. Era don Enrique igual que yo me lo imaginara. Me recordaba a mi abuelo con su nariz y con sus fuertes corvas, la cuadratura algo petiza de los labrantines que por aquellos días se pasaban la vida inclinados sobre el surco, segando, bieldando, dando haces en ese ir y venir castellano que llaman acarrear. Todo es movimiento y variación.

Se fue a sentar junto a una mesa de pino cabe el  altar y se reclinó sobre el respaldo del sillón frailuno. Había mandado traer un brasero y de vez en cuando revolvía la ceniza con una badila.

-Hace frío en Segovia y mucho más la noche de Navidad. Ven, chiquito.

Comprendí quien era el fantasma. Mis sueños o mis delirios me habían trasladado hacia el propio Rey el cuarto de los Enriques de Castilla.

- Aquí estoy, Majestad.

- Somos paisanos. A ti te bautizaron en San Millán y yo recibía las aguas santificantes en la de San Martín.

- ¿Y eso cómo lo sabe, Majestad?

- Las almas de los difuntos somos espíritus puros y podemos penetrar en todos los misterios de la condición humana. Conocemos el pasado el presente y el futuro. He venido a darme una vuelta por mi heredad. Este era mi palacio de verano. En vida a mí me gustaba mucho cazar. Cuando abatía un jabalí lo asábamos a la estaca en esa cocina enorme del monasterio que tú habrás visto y luego nos lo comíamos en amistad los zaguanetes de mi escolta y nos, aunque, por su ley morisca, la carne de cerdo estaba prohibida. Menudas cuchipandas.

Utilizaba el plural mayestático como persona que era de gran dignidad, igual que el papa y los obispos, el rey prosiguió su discurso y me dijo:

- Ya pero cuando el hambre aprieta vacan las normas y prescripciones del Alcorán. Dios es uno. Y mis súbditos bebían vino a escondidas. Eran mis mejores soldados. Como albañiles insuperables. Xadel Alcalde un morisco de Burgos con su cuadrilla de alarifes construyó estos muros donde tú estás. Eran los que trabajaban por estos reinos. De mi huerto se cuidaba un tal Abderramán y cultivaba un pejugal que era digno de ver por sus lechugas y sus rábanos. Ese Abderramán edificio el monasterio del Paular. Eran todos ellos moros de Aragón.

No me sorprendió No me sorprendió la respuesta de aquel bien rey cristiano de ojos cansados que parecía harto de pelear. En aquella fatiga se reflejaba quizás la eternidad del mundo. Dentro del movimiento y variación todo es igual y también la sabiduría del conocimiento de los hombres. La condición humana sigue aferrada a los principios de la casuística. Me dijo que uno nacía ladrón, otro forzador de doncellas, aquel homicida y esotro para la gramática o la especulación. Unos se entregan al vino y a los placeres de la panza y otros sólo prueban el agua. Unos blancos y otros negros, unos grandes y otros chicos. Unos valetudinarios y enfermizos y otros jamás visitaron un galeno. Y entretanto realizaba estas reflexiones jugaba con la granada de su blasón como si fuese una pelota. Ama y haz lo que quieras, comentaba san Agustín pero eso es sólo retórica. Nunca se podrá acomodar a esa perspectiva de amar al prójimo como a ti mismo. Tales expresiones no resultaban sino hablar bonito.

-Vuestra pusilanimidad, alteza- le hablé- nace de tu sabio conocimiento del ser humano.

Y Su Majestad respondió:

- Prefiero cazar por esos montes. Las alimañas del campo son menos dañinas que algunos palaciegos de mi corte. Eligió buen símbolo como lema para su reinado agridulce. La granada es el fruto que más se parece al almibar y al acíbar. Más que un blasón era una profecía. Entraremos en Granada, pero yo no lo veré; eso quedará para mis sucesores. ¿Y de qué nos servirá vencer a los moros si no somos dueños de nosotros mismos?, dijo en un tono más reflexivo. La iglesia se había transformado en palacio. Sonó un rabel y unos puericantores cruzaron la habitación y saludaron al Rey:

-Buena pascua y buenos años, Alteza.

Don Enrique se les quedó largo rato mirando pero no pronunció palabra. Subía y bajaba la música del rabel alternando la clave de los arpegios. Uno de los juglares de palacio con motivo de la Navidad para hacer dedos componía un madrigal a su amada. Un rabino con un cantoral enorme con herrajes se llegó hizo una reverencia y le besó la mano. El librote que llevaba bajo el brazo era el Talmud con todas las enseñanzas. Se sentía el ladrar bronco de los lebreles de la jauría. Piafaban los mulos en las caballerizas. El pastelero de Madrigal en la cocina alimentada por leños de roble preparaba un guiso preferente. Otros rancheros doraban la carne de un buey que sería servido al día siguiente en el convite que daba su Majestad todos los años por estas fechas a los nobles de Segovia, al corregidor y al obispo. Vino uno de los pincernas y le trajo en un copa de oro un poco de blanco de Rueda, pero no lo probó Le miré de nuevo y su aspecto era de total fatiga como si humillado y preterido hubiera alzado bandera blanca frente al cruel destino. Entonces despareció la visión. Todavía me dio tiempo a vagar por las dependencias de la mansión. Estaba habitada por frailes menores de la observancia y por claustrales. Los descalzos discutían con los calzados. Uno de forma muy violenta apostrofaba a un compañero que decía llamarse fray Pedro de Villacastín por habérsele visto por malos pasos a altas horas de la madrugada por los lupanares de Segovia y este respondía que acompañaba al rey en estas giras por la ciudad a casa de las visitadoras y que más pecaba la lengua que el ojo. Contó la historia de doña Guiomar de la cual el rey estaba muy prendado con gran enojo de la reina doña Juana.

 Otro de los religiosos contaba cosas maravillosas del monarca no sólo sus proezas sexuales de quinque in eadem nocte, sino también su fuerza inaudita de domador de leones porque tenía una partida de estos animales que le había regalado el rey de Granada y que él solo entraba en la jaula para darles de comer y que estas fieras en lugar de atacarle le lamían la mano. Observantes y claustrales se llevaban a matar por lo que la conllevancia resultaba harto problemática entre los frailes, unos calzaban albarcas y otros sandalias. Pleitos entre claustrales y observantes, la cosa llega hasta Cisneros y parece mentira que perteneciendo ambos bandos a la misma orden del cordón sus actitudes tengan poco de seráficas y mucho menos de cristianas. Igual ocurre entre los agustinos regulares y los monacales, el Carmen descalzo y los que llevaban zapatos.



Al rey cristiano de ojos cansados que parecía harto de pelear le hastiaba la vehemencia con que cada feudo enarbolaba su estandarte porque -sepan cuantos- era un príncipe que detestaba la violencia y se desmayaba a la vista de la sangre. Me preguntó qué que era lo que quería ser de mayor y torció el gesto.

-Tú no vales para clérigo ni para político. Tienes alma de guerrero pero como eso no puede ser, abrazarás la vida áspera e ingrata de las letras; escritor, mi cronista.

Aun desconociendo a punto fijo cual era el significado de aquel augurio que enunciaba (ciertamente, a mí me gustaba emborronar y mandaba mis articulitos y mis cuentos al “Sígueme” y a la “Hoja parroquial” para ver alguna vez mi nombre en letras de molde, idea que me fascinaba), su pronóstico se ha cumplido en la grafomanía que me pervade, pues leer y escribir la vida alarga . Escribir por tu propia cuenta y riesgo, tener ideas personales, no vivir a lo borrego, no comulgar con ruedas de molino y pensar por boca de ganso, lo que diga la masa, peligroso oficio y arriscado afán. Me erigiría en abogado de causas perdidas, me arrojé a los pies de Enrique IV al que difamaron los Preditos y diz que lo envenenaron con una pócima  mezclada en el agua cuando tuvo sed estando de montería en el Pardo. Me iba a uncir al yugo del baldón y la ignominia de los que españoles que defienden la cruz y renuncian al Candelabro de los siete Brazos, del dinero, los honores, la honra, compartiendo el infortunio y la soledad del hombre de letras. Guay de vosotros pobrecitos que beben el cáliz de la hiel en largas vigilias, trabajo perdido, mayúsculas decepciones, mensajes del naufrago dentro de una botella. Vivir hablando y pensando con los difuntos apartándose de los vivos. A sabiendas de querer robar el fuego sagrado a los dioses y de entrar en el laberinto de Creta burlando al cancerbero universal, ese que no habla, no sabe, ni contesta y cuando lo interrogas hace un movimiento de sí o no con la cabeza. Recorrer el dédalo de la literatura si no llevas contigo el ovillo de Ariadna es exponerte a las cornadas del Minotauro que es un miura que no falla ninguna de sus embestidas.

Los pensadores son humillados y ofendidos. Al vulgo no se le puede llevar la contraria que sólo cree en el poder y en la riqueza en los placeres del lecho y de la mesa.
…”Con todo- prosiguió el rey-, niño segoviano, conocerás el Bien, la Verdad y la Belleza. Y ese es el Cristo”…Y estas osas en tono confidencial me las dijo su Majestad rompiendo un largo silencio de taciturnos pensamientos…Aunque se desprecie la doctrina y las togas cedan a las armas. Serás rebelde y comunero…Entraremos en Granada, señor…Eso se hará. Pero yo no lo veré. Boabdil chiquito entregará las llaves de la Alhambra a mi sucesora y hermana. Se habrá consumado un sueño, culminaremos el propósito de venganza de la ignominia de la Cava Florinda. Ese es el sueño de España, la unidad nacional bajo el reinado de la cruz. Yo no sé si lo he conseguido pero peleé en Gibraltar y aquí están las heridas en mi cuerpo para probarlo y mis caballeros, Enrique de Guzmán y el Conde de Niebla colocaron el pabellón de Castilla en lo alto del peñote…Actualmente sólo hay ingleses y moros.
…Hasta que Gibraltar no sea tierra española cundirá la desazón y volverán los bandos y las armas de los españoles unos contra otros-dijo el Monarca Misterioso. Y prosiguió su largo y profético parlamento…Soy amigo de moros porque quiero atraerlos hacia nuestra causa. Son buena gente pero acérrima. Muy tercos, hijo, muy tercos y testarudos, también orgullosos…Casi me dieron ganas de abrazarle pero como sabía que era un ángel o un trasgo que bullía en mi cabeza no me atreví.

 Me quedé mirando para el artesonado de siete faldones que se alzaba sobre nuestras cabezas, una maravilla del arte morisco, con las estrellas de David labradas en pan de oro y toda esa esgrafía morisca de talante tan segoviano que huye de estampar en las paredes la figura humana y se entrega a los arabescos y ajarafes, en labor de ataujía, para no desairar al Profeta. Las tres culturas bajo la preminencia de la cruz eran impronta enriqueña y se perdió mi mirada entre los baquetones y boceles de la capilla de Santa Úrsula. Más arriba coronaba el palacio la espadaña de ladrillo rojo con su tejaroz liso de pizarra, su chapitel y su veleta como la de mi seminario vacío. La campana estaba sonando a maitines y en el halda podría leerse la inscripción latina Henricus me fecit…Muchas misas me habrán dicho las queridas monjas. Marcharé, moriré pero en Segovia quedará mi corazón. Que las hijas de San Francisco recen por mi alma y Jesucristo me acoja en su guarda…Estando en tales palabras, concluyó la visión y yo quedé muy consolado de que la profecía del último de los Trastamara se cumpliría. El aire se remansaba y cruzaba los ámbitos del monasterio una inusual quietud. Estábamos en el salón del trono el rey y yo arropados por la imagen del querido san Antonio que él donara y un cristo atado a la columna que debió de salir del buril del Divino Morales. Defenderemos la verdadera fe y Dios nos ayude. De lo que ocurra después mejor no preocuparse. Alguien llorará sobre nuestras cenizas. En la sala capitular la tumba que él construyó para su enterramiento. Lo inhumaron en Guadalupe al lado de su madre la portuguesa doña Juana. Recordé un cantar que me enseñó mi madre al Antonio divino y santo. Si busca milagros, mira: muerte y error desterrados, miseria y demonio huidos leprosos y enfermos sanos.
El mar sosiega su ira, redímanse encarcelados, miembros y bienes perdidos recobran mozos y ancianos.
El peligro se retira los pobres van remediados cuéntenlo los socorridos díganlo los paduanos…En aquel instante el espectro despareció y yo me perdí por los pasillos del gran laberinto de la existencia. Siempre llevo en mi memoria el recuerdo de aquella nochebuena en que ayudé en el altar a don Ramón, nuestro profesor de historia, a decir la misa de Ángeles y el que el espectro del amado Rey se me apareció.

 

 

 

 Me pierdo por mi ciudad, turista del summum bonum y el summum Bellum, ardiente valle de las cachipollas, que es insecto de vida breve, flor de un día, aprended flores de mí…  sintiéndome un guiri, meteco de mis tierras, exilado interior, admirado ante los capiteles románicos como ideogramas del Apocalipsis. Soy el hombre de la Letra Escarlata. ¿Nos habrá salido la hoja roja en el librillo de papel de fumar que ya no se estila como en el cuento de Miguel Delibes? La vida es bella y breve. Sigamos dándole a la máquina de los sueños jugando a la primitiva y al secansa, encontrándonos dentro de las timbas lúgubres de sobremesa con tapete verde después del telediario entre los ojos tiernos de los tahúres, carta en la mesa presa, y el aburrimiento presidiario de un cigarro que se quema en el cenicero mientras uno de los que juega al tute dice paso luego que el otro canta las cuarenta. Los sábados hay que ir al baile de la Cuexca. Era una de las casas llanas que había en Castrobocos. Arrepiéntete, pecador de tus inclinaciones al trato torpe y de tus trabajos con las damas de toldo y arandela que marchan detrás del Rey don Enrique nuestro señor subiendo afanosamente la cuesta del Cristo pues como se sabe el rey del agridulce reinar, aquel monarca tan maltratado y traspellado por la historia y a quien do ponía los ojos mucho le duraba el mirar, mucho gustaba de juergas, como buen segoviano. Yo querría devolverle un poco la honra que le arrebataron ciertos historiadores codiciosos y mentirosos como ese Alonso de Palencia hijo de un rabino que fungía como físico en la corte de Juan II y, aunque luego se bautizara tomando ordenes sagradas  hastga alcanzar la dignidad de capellán regio, seguía terne en la fe de sus padres practicando de ocultis los ancestrales ritos y haciéndole ascos a la Ley de Gracia por eso difamó el sañudo clérigo al último de los Trastamaras con tan vehemente ahínco, inicua parcialidad de un historiador que con inteligencia lucía sus armas secretas que son la inclinación sicalíptica y a todo lo relacionado con la revolución y aquellos años del último cuarto de siglo del s. XV, la edad media en Europa dando el último suspiro, fueron asaz revueltos. Palencia era del bando de parciales de doña Isabel junto con el arzobispo Carrillo y en menor medida Hernando del Pulgar. Se muñía una conjura y se utilizó la condición sexual del rey coronado. Cuantas hablillas se propalaron sobre su impotencia nunca fueron demostradas y se basaban en meros rumores de la calle contra las que el aludido, hombre de paciencia y de gran bondad, un campechano típico hubo de tolerar en evitación de malos peores para la república porque aborrecía la violencia desde que fue herido en la toma de Gibraltar y no odiaba a los sarracenos aunque los combatiera moderadamente. Harto de guerras y de intrigas de corte se marchaba a cazar siendo sus sitios preferidos de monterías el encinar del Pardo, el pinar de Balsaín y los robledos de las Guindillas en tierras de Ávila. Luego el compló no les salió como querían los Fementidos porque la cohermana de don Enrique y su esposo Fernando no fueron tan tolerantes con estos nobles y arzobispos levantiscos, desmocharon las torres de sus castillos, volaron sus palacios y sembraron sus campos de sal. Dios puede decirse que escribe con letras torcidas extendiendo su larga mano sobre  el pergamino de la historia que camina a saltos en avances y retrocesos. En ella seguramente les toque ejercer de procuradores diabólicas a los que abogan por la revolución y el sexo para cambiar la faz de la tierra. Más aficionado a las letras que a las armas, le gustaba cantar y bailar y su alma medio portuguesa se manifestaba en sus inclinaciones melancólicas así como a los oficios y misa cantadas de la liturgia eclesiástica. Suplió de buenos chantres y niños de coro al cabildo de la catedral de Segovia, un templo, la antigua sede episcopal que sería destruida en la guerra de las comunidades donde conservaba un sitial y presidía las ceremonias no obstante ser largas y muy solemnes en el viejo rito mozárabe con recato y devoción. No cuidaba mucho de su atuendo personal, según los cronistas porque iba vestido con una pelliza y gustaba de la aljuba árabe de apariencia casi talar pero más cómoda de llevar que aquellos jubones y brocados preceptivos en la alcurnia y copiados de Italia, pero si para su persona era descuidado a las misas asistía con manto de armiño, corona y cetro de oro y cáliogas de seda nunca borceguíes. Don Gregorio colige en este atavismo o gusto por los cantos tristes de la iglesia y la música de rabeles y zampoñas una tara propia del disminuido sexual pero a mi juicio no reflejan sino un temperamento artístico propio de un rey cristianísimo. Era muy devoto del Arcangel San Miguel y mandó hacer muchas imágenes del divino Signifer con las que adornó las paredes del alcazar, algunos de los cuales se conservan en el convento de San Antonio Real, un edificio que utilizaba extramuros de Segovia como casa de campo.

Por otro lado, el sambenito de invertido con que han embadurnado su memoria los historiadores aficionados más a la truculencia y lo escandaloso que a la verdad, amén de poco fiables, serían hoy en pleno auge del poder gay irrelevantes. Le acusan de haber reconocido a la pobre doña Juana como hija de su valido Beltrán de la Cueva. Juramento del que luego se desdijo por razones de estado porque no fue un rey cruel sino que pretendía la paz de sus súbditos. Pero esto tal imputación nunca se demostró. Es más: Don Enrique tuvo dos amantes, una abadesa de un convento toledano, Dñª Catalina Guzmán y la segunda una azafata portuguesa que trajo en su acompañamiento la reina Dñª Juana. En descargo de la maledicencia sobre las perversiones del instinto de su real persona que habrá que poner en entredicho y que nacieron de la pluma envenenada de un capellán poco ejemplar como fue Palencia consta la aportación testimonial de las rameras de Segovia que incluye su cronista Enrique del Castillo que aun siendo sacerdote visitaba estos garitos (había tres cabe la Puerta del Socorro y otro más allá de la de San Cebrián casi extramuros) y da una versión diferente al autor de las Decadas de Palencia; las meretrices locales bajo juramento eclesiástico dijeron que como amante era uno como los demás. Que había habido en cada una della trato de hombre a mujer y que el rey era ome potente y que csu verga era firme y daba su simiente normal y que si el príncipe no conocía a la princesa doña Blanca era porque estaba hechizado o le habían dado bebedizo. Velay un dato importante porque las hierbas estaban a la orden del día en los palacios y castillos. En verdad cabe la sospecha de que fue el envenaniento por pócima el 12 de diciembre de 1474 cuando estaba de montería en el Pardo y supone tal episodio mortífero el triunfo de la conjura que la nobleza en colusión con los Fementidos. Pero don Gregorio que hace un retrato psicológico y clínico de Enrique IV el Impotente fijándose en su aspecto eunocoide, la acrocefalia, las anchas caderas, las piernas largas y en desproporción, el pie valgo, las quijadas lñargas y tendidas hacia afuera (el famoso prognatismo de los dinastas españoles), los dientes espesos y traspellados, la tez muy blanca, sentencia que la impotencia en laq mayoría de los casos suele ser episódicas con lo que la cópula puede ser feliz en algunos casos y fallar. ¿Qué pasa? Nobody is perfect frase con la cual termina la genial película “Con faldas y a lo loco”.

La homofilia y la impotencia forman parte de la condición humana, del barro que nos conforma. Las reglas de selección natural las imponen… Al sexo se le ha dado una importancia muy alejada del hecho de que todos somos hijos del azar y que nadie no puede decir que este cura no es mi padre, según se dice por estos pagos.  Son prejuicios adherentes a conceptos tan rimbombantes como es la pureza de sangre, una verdadera psicológica que los hispanos hemos heredados de nuestros ancestros moros y los del Pueblo elegido. Roma y el cristianismo que subsiguió conservando los aditamentos paganos eran más tolerantes siendo así que el tener mancebas no se consideraba un estigma en la monarquía y en la iglesia visigótica. Todo cambió a la llegada de la Reforma y la contrarreforma que trajeron consigo aparejados el puritanismo y la intolerancia. Los reyes siguieron teniendo derecho de pernada. En el caso que nos ocupa tales infundios parecen formar parte de la fementida conjura contra España y contra la SRI. Detrás de todo esto estaban los dineros de los banqueros prestamistas, el pueblo ignorante y azuzado por libelos como las Coplas de Mingo Revulgo y el Provincial escarneciendo al Rey…”He dejado las ovejas por folgar detrás de todo seto” y contra la Reina portuguesa que por lo visto era muy coqueta…A ti diosa del deleite, gran señora de vasallos, dicenme que tienes callos en la cara del afeite”

Les salió el tiro por la culata a los conjurados porque Isabel de Castilla era acérrima en ciertas cosas. Por un edicto de 1497 se va a condenar a muerte a los  sodomitas. En Castilla las Partidas de Alfonso X sólo lo penaban con el castigo de emasculación que tampoco era poca cosa. Así se las gastaban en la época. El amor amargo siendo una deficiencia de la antropología y no una medalla de la cual pavonearse como aducen los movimientos efébicos (la pederastia y la pornografía infantil son la causa de no pocos estragos e incontables miserias) no es castigado con la severidad que mereciera, acaso un síntoma de evolución mental del hombre moderno pero también un síntoma de la decadencia de Occidente. Los gatillazos de los altos tálamos, dada la habitud por el morbo, nunca han hecho tantos ríos de tinta como los del último de los Trastamara. Pobre hombre. Don Gregorio se ensaya en su retrtato biológico contándonos algunas cosas muy atinadas pero inquietantes al trasluz de un diagnóstico prosopografico y psicólogo del personaje como su afición a la soledad, su abulia, su gusto por el trato con los paisanos, tratgantes, labradores y busconas de baja condición en lugar de los cortesanos. Esta bonhomía es mujy propia de la gente de Segovia donde de ordinario se tuvo por costumbre la llaneza y familiaridad. En cuanto al descuido de su vestimenta, su gusto por la vida del campo y las monterías, fue privilegio entre nosotros de los grandes señores pues a canas honradas no hay puertas cerradas y ratones arriba que todo lo blanco no es harina y sirve a señor noble aunque sea pobre, o hablen cartas y callen barbas. Las calumnias han de probarse. En cualquier caso los rústicos, los alcahuetes, los perailes, los simples de corazón y los hortelanos moriscos que ya sembraban lechugas en esos tablares con geometría perfecta a la vera del Clamores se le arrimaban y hasta adoptó algunas costumbres suyas como la abstinencia de bebidas espiritosas, el gusto por los dulces y maneras de sentarse en el suelo. Fue muy criticado por tener por zaguanetes una escolta de granadinos a los que gustaba de oír conversar pues hablaba su lengua y escuchar tañer sus adufes y otros instrumentos y comparecer sentado a la morisca calzando borceguíes y pantuflas siendo él un rey cristianísimo y  devoto. Sus detractores olvidan que la conquista del último bastión musulmán así como el Gibraltar fue designio suyo. De haber vivido más, la toma de Granada sew hubiese realizado mediante un armisticio con el Rey Chico que era amigo suyo y no mediante el derramamiento de sangre y las armas, un tema que él aborrecía. Por lo que se refiere al estudio antropológico con que lo describe Marañón hay que decir que a primera vista parece irreprochable aunque está cargado de morbo por ejemplo en el detalle en que alude a la deformidad congénita de la verga viril que dice tenía forma de escarpia y era estrecha en el origen y demasiado ancha en el final por lo que no podía entrar en erección caben dudas. ¿Acaso se la vio el insigne facultativo o se trata simplemente de murmuraciones palaciegas recogidas por los viajeros Muntzer o Rosmithal que  lo visitaron su hacia 1462? La humana curiosidad malsana, eje sobre el que pivota el periodismo canalla y la literatura de callejón, suele jugar por desgracia un papel importante a la hora de juzgar estas miserias humanas. Don Gregorio reconoce que su tara sexual pudiera obedecer a reflejos pasajeros y que no está demostrada su homofilia por más que se sospecha que pudo tener relaciones de cama con don Beltrán de la Cueva y otros lindos: Gómez de Cáceres y Francisco de Valdés. Todo está como en una nebulosa. ¿Es la historia humana una perpetua conspiración? Las imputaciones se basan en un se dice… el vulgo comenta. Nada más.

 

 

 A Enrique IV le complacía más la compañía de los parailes y las meretrices que las de los condes y marquesas, obispos y arcedianos. Su arroyo estaba estantío pero fluía con frecuencia como un regajo de aguas bravas. ¿No oyes las voces del Artillero que cagó el Vaco?... es aquel enano de la cabeza enorme porque padeció de niño una enfermedad llamada acrocefalia, el que va delante de la yunta de bueyes que tiran de una carreta alargada del país. No había puticlubs por aquel entonces y para un remedio visitaba la cuexca de Castrobocos antes mencionada o se la apañaba con una chota… que historias más tristes… pues sí. A un hombre desdichado la puerca le pare perros. Hoy día de la Gloriosa Santana he visto subir al monte de Betulia a un peregrino con un hábito blanco el pecho coronado de cruces y escapulario un rosario al cinto de fraile. ¿De qué orden sería? Tal vez un trapense o uno de esos hermanos legos o donados que cuando quedaban viudos profesaban en los convento y el prior les encargaba de las tareas más ínfimas de la casa o les mandaba a ir a pedir por los pueblos. Su presencia fue como una visión. Era un tipo enorme de rasgos eunucoides, barbilampiño, cabeza pequeña en forma de torre (pirgocefalia), caminar abierto echando las piernas afuera (pie valgo) y estos muy grandes que llaman galindos, hombros caídos y talla de tonel (más ancho por el medio que por abajo y por arriba. Mientras subía el último repecho de la ermita salmodiaba padrenuiestros con voz mujeril. Daba pena aquel pobre ser que atendía por el nombre de Fr. Saturnino por ser la vera efigie de la paternidad destronmada no obstante le llamsen padre una corte de beatas pobres mujercillas de magro aspecto que la víspera habían idos a la peluquería antes de subir al monte. El romero en cuestión hubiera sido uno de esos tipos patológicos a los que, insuperable, estudiase Don Gregorio con su sagaz ojo clínico. Para que no se descubriera su tara sexual se echaban al monte y rehuían de todo trato mundanal, aunque en momentos de euforia se las daban de muy machos y contaban a todos los que quisiesen oír sus goles en los camastros de los prostíbulos, que no sus gatillazos para confundir a sus detractores que iban diciéndole por ahí a éste no se le empina, ya no enerva. Andidiay hombre de dios. Sea como fuere el hecho es que por un error de las glándulas o de la naturalkeza vivían en continencia forzosa como no pocos santos y temían a la hembra experta en mañas diabólicas (fureias, harpías, eumenides y todas esas mujeres fantasmagóricas que exornan la piedra de los capiteles románicos, heraldos del Apocalipsis); ora las subían a un pedestal ionalcanzable: Masría de Nazareth, Laura, Beatriz, oras las zambullían en el averno con Celestina, Maritornes o las mozas de cántaro que pueblan la literatura de Aretino. A todo esto un enjambre de señoritas que venían en otro grupo diferente al de las viejas, seguían al fraile que había subido al monte Betulia para recibir las tablas de la Ley… hoy mew siento flex… sin duda alguna, soy Moisés… anda no te pases. Y dentro del conjunto de fans del P. Saturninos destacaba una profesora de Inglés, agregia por su eleganzsia y hermosura que había venido a Santana desde un pueblo de la cuenca a pedir por su novio del que albergaba dudas no empinase el codo. Pero le había salido un zaratán en el seno izquierdo, estaba preocupada y quería pasarse las cadenas milagrosas por la zona afecta pues es tradición que la güela de Jesucristo tiene mucho poder en la corte celestial al igual que todas las abuelas. Yo me enamoré de aquella moza del Sotrondio pero ella me dio calabazas y se largó con el cura borracho por el que venía a pedir remedio que se fugó con ella y colgó la sotana. Luego la abandonó. La moza murió de tristeza o de aquel zaratán que le salió en un pecho y que remató en cáncer vaya usted a saber pero como el que va de romería se arrepìente al otro día seguí dándole cuerda a la cometa. ,is compañeros no me creían… Simpre tuviste mucha imaginación, me dijo el arcipreste de un pueblo que denominan El Sardinel y fue el primero que se presentó a la reunión, Manolo Luarca. Estuvos allí parados bajo las arquivoltas del atrio románico él y yo como dos tontos aunque luego fueron llegando unops pocos más el notario Cepeda, el capitán Centellas un comandante retirado que también era del grupo, asi como Lisardo Zarrias lingüista buen filólogo, gran poeta y buen catador de vinos. Era experto en literatura mística en sus rfelaciones con la novela picaresca, daba gusto oírle al profesor Zarrias cómo se explicaba durante la comida, cotejando textos del Lazarillo de la Lozana andaljuza, de la Picara Justina o de la Gitanilla. Según él resultaba un verdadero fastidio el que tganta riqueza como atesora el alma castellana haya quedado ocluida a los jóvenes. Otros que fueron llegando al convitw  fueron Leonardo Motolita, el P. Mamés- un cura nunca se jubila- que bajó en la moto con mucha prisa… vamos, vamos, vanos, venga, venga. De mozo le llamábamos el chorradita. Venía de confesar a los presos pues ejercía de capellán de la cárcel y el obispo le había designado como el cura bombero para pairar situaciones difíciles, tensiones en la diócesis que también las hay. Don Asclkepides un almina de Dios. No habrá ningún cura tan bueno y tan piadoso. Por último Efren que se acaba de jubilar como banquero del “Santander”. Vino en un Mercedes lo mismo que Sancho al que le habían ido los negocios y no marchaba mal. Formábamos todo un cenáculo. Los doce apostgoles en torno a Nuestro Señor de los Recuerdos.

 Y que me dices de Fernandito el fantasma un stalker de aquellos tiempños que bajaba a la Fuencisla a espiar a las parejas, se calaba una sabana a la cabeza y trataba de asustarlas gritando bu-bu-bu. Por aquellas fechorías don Demoque el penitenciario le reconvenía en el confesionario Cacemos mariposas como los taxidermistas. Sigue habiendo moros en la costa, pero nos juntamos otro año más. No nos rinda la fatiga y la desesperación por todo lo que se fue Un soñador, un insurrecto, mostela de la almenara que se prepara pero he catado el mejor mistela, los más exquisitos vinos metí para el cuerpo. Ahora voy a una reunión de veteranos. Nosotros a nuestra manera perdimos también la guerra de Cuba. El viento de un tórrido verano se llevó nuestros fajines, las bandas de escolanía e hizo un revoltijo con ellas. Esclavinas al viento. En las cuatro Humanidades traducir a Tito Livia, emparse de la guerra de las Galias, medir los espondeos virgilianos y meterse para el cuerpo la historia de España en las clases de don Romualdo, el capellán de la Inclusa, alto y desgarbado un poco miope la cabeza pequeña con la tonsura bien afeitada coronando aquel corpachón. Lo hicieron obispo y fumaba caldo de gallina. El latin con Valeriano Pastor y Música con Jopsé del Moral. Los dos eran muy grandes santos. En los tres años de Filosofía conocimos a Platón y Aristótes. La teología era predio exclusivo del doctor Sutilis. Mucho cambió el mundo en tan pocos años y allí vinieropn todos, naufragos de sus nostalgias con flores a María. Creíamos que la vida sea un perpetuo mes de mayo, perpetua sabatina de un mundo feliz. Eramos inocentes, ingenuos pero en nuestras almas sencillas quedó estampada la semblanza de aquel amor sublime de amor a la Iglesia y a lo sublime. Venga no andéis con esos colgajos del medioevo, quitaros la sotana y poneros de vaqueros. Manipulos, estolas y el sobrepelliz almidonado o el roquete de lino nuevo quedaron guardados en el baúl de  recuerdos y no hay ecos en el arca de los silencios. En los púlpitos carecen de tornavoz, cayeron en desuso. Sólo quedan micrófonos pero estos aparatos que han inventado con tan admirable dedicación los japoneses y tanto han contribuido a la civilización no sirven para predicar como dios manda o lo hacían aquellos Prediquemos de cuando entonces que impostaban la voz y apostrofaban a los creyentes. Hijitos míos, que vais por la senda de la perdición. ¿Y qué es la perdición? Contestaban los oyentes que casi todos eran radioescuchas de las charlas del padre Venancio Marcos y ahora los domingos mañana y tarde enchufan a Pepa-no-me-des-tormento. Que aquí el masoquismo sigue disparando sus cartuchos por la escopeta nacional, aunque algo progresamos, qué duda cabe.

 Las ondas penetraban las paredes oh milagro e ingresaban por un tubo catódico en aquellos receptores alemanes telefunken que hacía el Padre Emporio que era un experto en Física y Química y sabía muchas matemáticas. Eran aparatos tótem a los que se revestía con faldellín como a los cristos de Semana Santa y se los veneraba como oráculos del hogar. ¿Qué no hubieran hecho los romanos si hubiesen dominado las ondas cortas, las ondas medias, la onda larga? Hubiesen dominado no sólo la tierra sino todos los planetas del arco solar que es la utilizaban los alemanes por Radio Berlín. En casa nunca fuimos muy dados a la BBC de Londres y padre quitaba el enchufe de un manotazo cuando moviendo la aguja por el guial nos acercábamos a Radio Pirenaica que emitía los circunloquios de la Dolorines que era muy apasionada en sus convicciones rojo-separatistas. Aquellos rojos `parecía que rebuznaban. Acostumbrados al derramamiento de sangre la vertían incluso por los micrófonos y había que llamar al padre Bautista Anatista  que siempre subía a nuestra colonia bufando por las cuestas que llevaban al domicilio paterno a toda marcha (me parece que le decían Don Reverendo Cagaprisas) a que nos hiciese una limpieza exorcista. Nuestra casa se alzaba extramuros cerca de los farallones donde el Rasemir excava una hoz profunda.

Busco la ultima ratio Mundo de grecas y muecas, garabatos. El tiempo pasa. Queda la piedra y campeando la imagen sobre las columnas entregas de las ermitas de doble ábside, el guardapolvos jaqueado, los lucernarios y aspilleras guardando distancias. La geometría se convierte en teología y cada talla por medio de ensiemplos[1] cuenta una fábula todas ellas con moraleja. Por Dios, esas caras. No entenderán los símbolos. Escribes y machacas el hierro. Ellos necesitan entender de mayéutica. Dollar, nickels and dimes.[2] La moneda fraccionaria es la importante. Forja grandes fortunas: un grano no hace granero pero ayuda al compañero. Eso sí que lo entienden. Dame un euro. No llevo Frau Merkel fija la ruta y detrás de ella va todo el rutel rebañiego el morueco delante pendiente la esquila del pescuezo. Le siguen todos los borregos. Auf Deutsch.[3] La viste el enemigo pero hay un aire dominador en sus ojos claros de aguamarina. Esa suaba os va a ajustar las cuentas, os va a dar hule, vivisteis por cima de vuestras posibilidades; el cuatro por cuatro a la puerta del adosado, la segunda vivienda en el campo. Yo tengo ya mi dacha en San Pedro de la Ribera. Ande yo caliente, ríase la gente. Otros curen del gobierno, del mundo y sus monarquías. Deja, deja, que se lo tendrán merecido. Los alemanes siempre llegan-dicen los polacos- o con los panzers o los Mercedes. Laboran como descosidos y aquí siempre tan ociosos. Viéndolas venir camino de nuestros encuentros/desencuentros alerta a que caiga la mosca, eperando la sopa boba de una prestamera, algún beneficio obteniendo un buien pasar que permitiera dedicar nuestra vida a los libros. El tiempo transcurrido en aquel caserón me hizo ser así y siempre andamos de vernena en catorcena, de triduo en novenario, de cabañuelas en catorcenillas. Otro año más. Ay, Señor sí. Nos derriban pero no nos rematan. ¿Cuántos se cayeron del caballo? Sólo habíamos bajado doce. Somos un cenáculo.

 Los osteólogos recogen los huesos quemados de los niños muertos. En el batiburrillo noticiero abunda lo sórdido y lo asqueroso. Ponen por la tele “Germinal”. Hurguemos en el fondo de reptiles y sacamos la mano mordida. El cronista exclama el pobre:

-¡Uf, cuanta culebra!

-Te está bien empleado por introducir la manga en el fondo de reptiles.

Palas mecánicas arqueólogas buscan huesos por Triana y las Barranquillas. Los intencionados incendios de cada verano convirtieron en una tea a esta nación de Conejos: Hircinia, sí. Uno de los siete jinetes derrama fuego sobre el mundo. Muere la tierra. Matan la vida. Atacan al hombre, un padre desnaturalizados por vengar a su mujer que le puso los cuernos metió a sus dos niños chicos  en el brasero y no vino san Nicolás a sacarlos del horno de aceite hirviendo. Se torraron en la caldera como los Macabeos. Quemaron a dos niños inocentes como a san Lorenzo. Vivimos tiempos crematorios. Esta sociedad se huelga en los incendios. Juega con fuego.

Las víboras suelen salir al último sol de agosto porque,, acuciadas por el calor salen de la cueva a echar la siesta,  y de paso muerden a un incauto, inyectan su veneno, pican a alguien y, subidos al carro de Henao de la Death denying culture, llegan los jóvenes misteriosóficos con su rabel y el plectro a cantar los trenos de Jeremías.. Entonan no la canción de la tierra sino la de los mares. San Jorge mata la mosca. El dragón de un capitel de San Esteban echaba fuego por los ojos, sacábame la lengua y yo estuve a punto de pegarle un manotazo cuando me di cuenta que no era de carne sino de piedra, una de mis fantasmagorías dentro de mí y que yo procuraba combatir con el traguillo y esa estrategia no me conducía sino a la destrucción, pero yo te doy gracias, Señor Iesucristo, por los tiempos vividos en abundancia y en desconsuelo.

Me gustó siempre la ciencia oculta de la arqueológica románica. Es un abecedario de las cosas que fueron y aun no han sido, un compendio de sabiduría y de sueños. Las figuras explican el pasado, describen el presente y anuncian el porvenir. Los alarifes moros temían a la arpía que pudiera aparecer de un momento a otro. Por eso no pintaban imágenes y la iconoclasia encuentra su razón de ser en que, cuando representas una locura de tu imaginación en un cuadro o esculpes la figura humana, creas un mito, insuflas el alma a un ser distinto. Eres creativo, te vuelves un poco como dios. Lo dice el Libro de los Compendios que he leído en cierta parte. Mirando y recorriendo las catorce parroquias románicas me doy un festín de sabiduría por unos pocos céntimos. Las monedas que dejo en el cepillo de los templos solitarios son el óbolo del turista solitario que busca a Dios en el arte.

Otro aspecto  remarcable de la ciudad que registro en mis lances ambulatorios desde hace años es la vexilografía de la heráldica castellana. El buril trabajó para la eternidad diseñando cuarteles, barras, roeles, lobos pasantes, leones rapantes, dogos encampanados, águilas bicéfalas, osos sentados sobre sus patas traseras guindándole sus hojas al madroño, estrellas de la mañana y luceros de la tarde, lambrequines lengüeteados bajo el yelmo y cabezas de moro que se sostienen sobre el aire del escudo como por milagro. el arte del blasón es un tipo de escritura críptica que narra la historia de este país mediante el símbolo  Hircinia tierra del oro y del moro se fraguó en la lanza de la Reconquista en defensa de la Cruz contra la Media Luna, aunque esa idea hoy valga poco.

 Al rato de quedarme mirando y pensando en el pasado, atravieso el postigo del Consuelo, donde hay un cura jubilado siempre sentado en el mismo banco junto a la lápida de Juan Ruiz Arcipreste de Hita, contando a los vencejos que quiebran el aire embalsamado ya de otoño y anidan en los huecos de la muralla, dejando que pasen los turistas. Ya no dice misa. Le quitaron las licencias, dicen que esta loco. Sentose a ver pasar la vida esperando a la muerte callada. Como se pasa todo. El gesto del clérigo es distante y reflexivo. Sabe que ya no es más que un pobre pensionista.

Al bajar de las escalerillas tomo un birlocho – ¿es sueño o realidad este carruaje decimonónico  en plena Plaza de Abastos?- pues me he dado un atracón de cultura.

-¿Do va su merced?

-Donde mande.

-No. Donde usted diga.

La verdad es que no tengo un plan concebido de visita, soy un producto del azar. Mi padre y mi madre tiraron al aire la moneda cuando me engendraron. Si sale caras, serás cura o fraile y si cruz acabarás en gañán o en vagabundo. O peraile, carne de horca, carne de galeras. Juan Español ha de conformarse con poco. Si vas tirando te darás con un canto en los dientes. Adscrito a la plantilla de la jábega, marinerito en tierra, mochuelo de nominativos; sí, hombre, sí, a comer la sopa boba.. Fui un ser abúlico. Mis enemigos quedaron sorprendidos por mi adiaforia después de la euforia y mis múltiples descensos a los infiernos de la mano de Erifos, el monstruo tremebundo; veía cabezas de cerdo sonriéndome después de las borracheras, pavos reales que marcaban el paso, monstruos de siete cabezas.. Todo sin embargo me era indiferente. En mi vida hay poco de adiado. Con quien voy, voy y con quien vengo, vengo. Nunca tuve plan de vida, quise vivir al desgaire flotando siempre en el mundo de las ideas y de los libros. Hacía confesión general y se henchía mi espíritu de buenos propósitos y resoluciones de la enmienda. Al poco volvía a las andadas como buen hijo de la perdición ¿Quién me entabló a este eretismo siempre camino de la nevera, esa hambre que nunca se calma? ¿Seré diabético? No, simplemente, un hombre de vida inquieta y vagabunda, un trajinante como mi abuelo el arriero que vino de Peñafiel.

 La arpía insaciable abría sus fauces violentas. Hay que hacerse un poco escéptico, y buena gana de discutir. Pero a alguna parte hay que ir a tirar la boina. Era ágil, subía y bajaba de norte a sur, visité muchas ciudades y en ellas en medio de las gentes sólo encontraba soledad. Así que me refugiaba en las tabernas. El mi gañote trasegaba vino y cociditos madrileños en los restoranes de poca monta.

-A ver qué va a ser los señores- decían los taberneros al verme llegar cansino con voz de alguacil.

-¿Tienen menú?

-Sí.

-Pues el plato del día.

-¿Para beber?

-Vino con algo de limón.

Traía presto el camarero una frasca de tintorro con una Casera. Dejaba  intacta la botella de gaseosa pero daba cuenta del humilde Valdepeñas que me calentaba las entrañas y el alma todo él. El menú del día. El vinillo a las comidas, el telediario a los postres, los camareros que volaban a la cocina en sus chaquetillas blancas manchadas de tizne me condujeron por los vericuetos de la dipsomanía. Mi abuelo curaba cualquier enfermedad a base de sopillas y las figuras esculpidas en los capiteles románicos de las iglesias del país muestran rasgos de beodez, llegando en algunas situaciones hasta el delirium tremens Cualquier tertulia se puso imposible cuando vino lo de la prima de riesgo, de la serpiente monetaria, de los gnomos de Bruselas. Alguna vez entre los efluvios de cazalla se me aparecieron los demonios peludos, medio hombres, medio potros, eran centauros voladores y como ostensorio unos testículos garañones en el vértice de la gran verga. ¿Qué es lo que veo? Tentemozos enormes tiene Satán para divertir a las mozas. Lujuria. Apocalipsis. Comprar y vender. Mundo venal. La cantinera búlgara se asomó a la antojana del ventorro a ver la Vuelta Ciclista y a los diantres empalmados. Los muros altos de Asomadías por no contemplar tal desacato a las buenas costumbres se tapaban los ojos con los árboles del bosque. Yo también reproché el descaro a la muchacha inmigrante.

-Vete para dentro.  “ p a i d ú “.

-Oye, tú a mí no me hablas en ruso, mira que sino llamo a los municipales como aquella vez en que te llevó el coche la grúa y acabaste en el cuartelillo.

Por lo que sabía de mi vida y milagros colegí que aquella mujer era un diablo disfrazada de búlgara. La treta me costó una pena de un año de cárcel. Y no estaba bolingas cuando zarandeé al guindilla. Me había arrebatado mi cámara y eso es pecado mortal para un periodista,

-Z y s k a – exclamé.

La palabra puta tiene cinco letras en la lengua de Pushkin. Era el signo de los tiempos: el descaro, la servidumbre a los menesteres de la Gran Meretriz. Los  s i g n a    t e m p o r u m (znamenia bremia)[4] y contra tal no podremos luchar. La cosa no tiene vuelta de hoja. Sólo podemos aspirar en esta vida de Dios a una camisa limpia y una flor en el ojal y andar por el mundo guardando silencio. Vivimos un tiempo nuevo. Eres un ser patético y peripatético. Te conviene no molestar, lleva siempre contigo la  G u í a    d e   P e r p l e j o s”. Seguí caminando y vi a dos diablos súcubo montándola sobre un tonel. Putos vienen al infierno vamos. Aparté la vista de allí para no contemplar el horror de una escena de dar por el culo y mis ojos se consolaron con un paisaje de campos de trigo recién segado. Don Abundio el cura de San Marcos había salido a estirar las piernas con su consuetudinario paseo matinal. Solía deambular hasta el Terminillo donde estaban los almendros del obispo y allí se juntaba con otros clérigos, las tardes de febrero, para tomar el sol y ver el florecer del almendruco, -un fruto amargo muy estimado en farmacopea, por lo que era frecuente que merodeara por las sendas de aquella huerta un fraile del Parral que conocía el poder curativo de las plantas oficinales al que llamábamos fray Tomás-  como don Novaciano que era capellán del convento de Oblatas hermano carnal de la partera  más famosa de Asomadías  aquellos tiempos- tenía un arte especial para sacar niños al mundo- que se llamaba doña Aniana. Era una mujer hermosa y cantaba que daba gloria. Cuando la partera entonaba sus romances las parturientas tenían una hora corta y parían sin demasiado dolor pero a veces el niño venía atravesado y nacía muerto. Doña Aniana era una experta en administrar el agua de gracia a los neonatos y como conocía todas las hierbas del campo, tanto como fray Tomás, curaba con beleño las fiebres pauperales. Si hubiera vivido en tiempos de Felipe II no se le hubiera ido ninguna reina para el otro barrio pues cosa es de notar cómo al pobre Rey Prudente se le murieron cinco esposas una tras otra. Parir y morir era la ley contra la que se han rebelado muy loablemente las feministas… las pobres reinas españolas no llegaron al tiempo de las libertades. Casi todas fallecían de sobreparto.

 Faltaban unas horas para el cabildo y habrá que esconderse en un cafetín porque a mí las tabernas me sirvieron de refugio. En ellas rezo mejor que en los templos y me causa hilaridad contemplar los ejemplares de la condición que se acodan en la barra junto a mí y piden un tentempié. ¿A ver qué va a ser? Una de calamares… marchando, con dos de bravas al ajillo, pincho de bacalao al pilpil y que se note bien en ellas la flor del bejuco que me las da sabor. Por decir algo,  le ruego al cochero que ya estaba bolina a las doce del mediodía que me lleve al ventorro de San Pedro Abanto no tenía nade que hacer y se me había acabado. Tampoco tenía que ir al curro porque me habían dado la absoluta a perpetuidad. En el cielo los camaradas muertos estaban haciendo solitarios. Entre el coro de bienaventurados la noche antes había logrado comntemplar en sueños a Galina la novia que se me murió pocos días antes de nuestra boda. Por ella había colgado los hábitros. Tuvimos mala suerte pero ella está en el cielo y desde allí intercede y hace de medianera ante el angel de la guardia cuando pierdo el rumbo. Perdonale, oh Zeus, sé propicio. Es un cabezarrota y a veces se desvía. ¿Qué menester tiene por oficio? Le preguntará el Tronitonante y como Galina le conteste que es un poeta autor de libros raros, un sermoneador sin audiencia, un ensayiosta sin ensayos, panegista sin tribuna caminante de los pasos perdidos deja de fruncir el ceño y no activa el mando a cdistancia para que con uno de los multiples rayos de su tridente- elñ Olimpo sai algún día teneis la suerte de acceder a sus cumbres como la tuve yo un 6 de agosto día de la Transfiguración- parece una discoteca sábado noche. Las dioses y las diosas bailan el sueltyo y el agarrado. A veces sucede como en los más vulgares bailongos de candil: se producen peleas por las chicas, me dice Galina con su cara  de reina y su acento cantarín del bable. Xana de mi vida, te perseguí, oh sombra. Hados siniestros ¿por qué me la arrebatasteis? Con ello me comunico de vez en cuando acudo a las tenidas espiritistas de Don Glera el cual tiene instalado un chiringuito mediático para consultas con el trasmundo en el portal número 69 de la calle Masni. Es un edificio medio abandonado de la cuesta de los Traspies donde viven muchos inmigrantes. Don Glera es allí el rey del Mambo a cien dólares la consulta (algunos pagan la atijara de buen grado pero otros se preguntan si no será mucho) sentado en su faldistorio como un pretor romano que conoce las inteoridades humanas, el pasado, el presente y el futuro, toda la ciencia: desde la brasmología hasta la glíptica pasando por el conocimiento de las esferas y el rotar de los astros. Todo lo conoce su bola de cristal ba trasvés de las figurillas polícromas que posan en el lectisternio del mago con lamparillas votivas en el que se conjugan im´`agenes de santos con las cartas del Tarot, calepinos hebreos con toda la lexicografía de lo oculto. Este sacamuelas con poderes nos recibe embutido en una gramalla color rosa que parece un obispo dispuesto a oficiar la liturgia del domingo in albis. En el 69 de la calle Masni en el tercer piso hay una habitación todo a oscuras iluminada sólo por velas. Está detrás de una sala de masajes. Allí se hace la guija y se invoca a los espíritus a través de un médium que es el doctor Glera que tiene pinta de marica. Fue gordo y se puso a régimen. Gasta antiparras que le cubren media cara y aunque medio calvo se dejó crecer una melenita rubia. Los cabellos blondos muy aseados le caen sobre los hombros cubiuertros de un humeral encima de la gramalla. Al pecho le cuelga un pectoral. La sapiencia oculta no está reñida con la bisutería pues gasta un anillo pastoral que en el brillo supera a los cabujones de la esclavina del Apostol o las esmeraldas del cofre de las agatas de la Cámara Santa. Te miraba y sentías como una fuerza dentro de ti. En todas las consultas a las que acudí siempre me salía la cara de mi ex novia. Galina esaba bien. Había muerto demasiado joven de un cáncer de mama y su hermana Eulalia, la moza más guapa del concejo, se suicidé. Acaso yo tuve la culpa. Llevo el peso de aquellas muertes sobre mi conciencia. Quería hacerme una limpieza como se suele decir en el argot de la hechicería. Necesitando un exorcismo, me perdí por los antros del vudú y de los brujos que hacían el cerco. Tuve la suerte aquella mañana diáfana del último verano de encontrarme limpio. Jesucristo me libró de aquelle hueste de demonios los cuales abandonaron el recinto de mis bandullos. Lázaro, sal fuera. El Salvador pronunció la palabra aramea effeta. La fiebre me abandonó al punto, sentime curado. El cansancio y la perplejidad adormecía mis miembros pero era libre. Mis enemigos- uno era un catalán y otro uno de mis personajes que saltan siempre a las páginas de mis libros un tal Mig16 el que guarda los lutos de mis suelos y exhibe el gario de la envidia- convertidos ewn cerdos se precipitaron al Rasemir. Las campanas de las catorce parroquias de Asomadías  empezaron a bolear comunicando la nueva a todo el territorio imperial de La Hircinia. Porque uno de los que venía a la reunión había sido liberado de las garras de Satanás. Se había repetido el milagro del Lago Tiberiades. Los espiritus inmundos me habían tiranizado más de cuarenta años, casi toda una vida. Erifos fue el que más tardó en salir y su expulsión se produjo en medio de una alfombra de trozos de cristal y de cascos de botella. Había garrafas de vodka esparcidas por el suelo, jarros estrelladas contra la puerta de las bodegas del Somo. Los pupilos de Erifos armaron una fritería infernal. No querían abandonar los triclinios donde tanto para mi mal habían estado sentado entre brindis, descorches de botellas de cava y muchas tonterías que se dicen durante la borrachera y al siguiente día causan sonrojo. Ya el aire era más limpio, el sol más claro. Me desamarron de los grillos que me uncían a las cavernas de las tabernas por donde había hozado como por las zahúrdas de Plutón como la peara de marranos que se suicidó en Tiberiades. Fieles y devotos de Nuestra Señora entraban y salían a su santuario de Peñacolgante. Iban a cantar la Salve y a entonar su himno con los viejos seminaristas que se juntaban allí todos los años en convención fraterna para dar gracias por lo comido y por lo servido y para incovar al Espiritu Santo. Veni Creator Spiritus. Peñacolgante era uno de los santuarios de mayor arraigo en la vieja Hircinia. La trajo desde Asi Menor un obispo por nombre Hieroteus. Era una imagen que había sido pintada por el propio san Lucas en la ciudad de Efeso. El icono tenía propiedades curativas y era objeto de gran veneración. Allí estaba la Madre de Dios empotrada en su trono excavado contra la roca viva en una recova que decían dunga los antiguos por lo larga y profunda. Ocultada allí por unos devotos prófugos de la morisma salvó a Hircinia del terror del milenario sarraceno y allí seguía excelsa en su trono ewscarpado donde sólo tienen acceso las águilas. La Virgen Nuestra Señora de Peñacolgante que fue conjuro contra mis infortunios, manto de protección donde me amparo de mis tristrezas. Al pie de su columna lavo mis culpa y descargo el saco de crímenes y pecados.

Cantó entonces el jilguero que es el mejor chantre de la naturaleza su trino mañanero y una motacila o aguzanieves fue a beber conmigo a la fuente de los tres caños. Es uno de esos pájaros que deja aproximarse al hombre. Lucía su bata de cola blanquinegra. Hundía su pico en el agua y luego lo alzaba como dando gracias al altíosimo.

-Aquiescite- sonó la voz de n querubín

No lejos de allí sobre el tronco de un ailanto que le servía de facistol un diacono cantaba el oficio del Akazistos. Escuché con fervor las 24 estrofas que recitara un día el nuncio de la encarnación. Olía a incienso y la voz del clérigo de timbres de basso profundo sonaba maravillosa. Las peñas grajeras devolvían el eco de su monodia. Alégrate. Gaudite. Radiste     

 A la entrada de esta fonda justo por frente del Rasemir y donde  me convidó hace ya muchos años a un chato el dulzainero Agapito Marazuela que aunque no era de Turégano tenía cabeza bastante grande y la lente de su gafa tapada con cal, hay un letrero que dice “más vale aquí mojarse que enfrente ahogarse”. En sus días fue casa de postas y ventorro. Tenía in corral de tres holguras y un buen bardal para el encuarte de las sillas. En los pesebres de la cuadra llegaron a triturar cebada más de un centenar de yuntas. ¿Quién limpió las tenadas de Alfeo convirtiéndolas en aparcamiento y garajes, quién derribó los portales donde roncaban la mona hasta la amanecida los tratantes y carreteros que cruzaban Castilla de parte a parte? Si aguzas el oído de la imaginación, puedes escuchar el chasquido de las trallas, el grito de los mayorales de la diligencia, las voces de arre y so, aparejando la montura de amanecida mientras echaban el primer cigarro y con voz aguardentosa se salían por fandanguillo. Por todo desayuno calentaban el cuerpo con una copa de cazalla. Los espectros del pasado nos decían que aquello no era tan malo, aunque no hubiese Ferraris, ni cuatro por cuatros ni autos de cilindrada mayor y se tardase desde el ventorro que mentamos hasta la Venta la Tuerta en el Rabizo paseado León algo menos de día y medio. Esto es la civilización. Hemos pagado el portazgo del progreso con grandes dosis de tristeza e incomunicación,

 La camarera del Este hablaba a través de su Vodafone con su chico que la telefoneó desde Sofia. Las aguas del Helesponto donde cantó Ovidio su Tristitia Rerum se confundían con las del humilde afluente del Duero que otrora escucharon al pasar las notas de las dianas floreadas de Agapito. No hubo otro dulzainero como él, Vengo de moler morena de los molinos de abajo/ duermo con la molinera olé y olé/ no me cobra su trabajo . Había aquel verano del año 12 llovido poco y el Eresma traía poco caudal. Afuera Apolo lucía sus mejores galas de septiembre y sus rayos nos reconciliaban con la vida, la salud y el amor

Conque,  saludo en ruso a la mesonera. Una joven con todas las trazas de haber venido de los países del Este pero como es búlgara[5]  mira aviesa y me sirve de mala gana. Yo creí que este establecimiento era un lugar de felicidad, templo de Baco donde venían los mozos rondadores a ver amanecer la noche de San Juan. Casi se me atragantan hasta los polvos del café infame. Veo brillar el fuego del acero del cohén celoso. O son suposiciones mías quien desde que tuvo el altercado con el guardia ando por la existencia como gato escaldado.

 Salgo, pues, de estampía y dejo a la chica parloteando en su chapurreado por el móvil. Ya no es tiempo de libaciones ni de recorrer estaciones rezando padrenuestros dionisiacos… hermano bebe que la vida es breve… más vale acá mojarse que enfrente  ahogarse. Donde vas… voy ahí en eso. Entoavía es pronto vamos a tomar algo y danos y danos hasta que no te conozcamos. Mientras, se cuentan unos a otros cosas de su vida, se dicen chistes malos. Habite entre nosotros el aburrimiento, muchachos. Amistades de taberna todas tienen bicho. Palabras y miradas envenenadas. A lo puro te ganas un navajazo- pueden caerte treinta años. Vámonos. Aguarda un poco. Estoy parlamentando con la esfinge. Entre idas y venidas mi sombra y yo acabamos con el jarro. Soy convidado de piedra de mí mismo. Oficio la propia misa de mi funeral. Así llevo treinta años. Pero qué prisa tienes. Vamos, un tío como tú alto y bien plantado. Tiempo habrá para los gorigoris.¡Quién piensa en eso! Otra copita. Ahora comamos y bebamos. Erifos divinidad infernal se me acerca. Escucho sus pasos. Venus quiere hacerle una paja a Tanatos. Pero qué cosas tienes… no digas burradas. Por estos andurriales en mi infancia merodeaba Fernandito el violador de Puertaquemada. Sorprendía a las parejas in medias res y a más de un amador furtivo se lo llevó por delante navaja en mano. Se volvía cantando para Asomadías la canción del Perulero, más contento que unas pascuas y con una sonrisa de oreja a oreja. De tres envites, dos tantos. Antón, Antón, no pierdas el sol porque en la alameda etc. que jodío Fernandito. Le tocó representar el papel del famoso sacamantecas, el hombrón que a las niñas lleva, en la Hircinia postguerrera. Le gustaba volar sobre el nido del cuco y la fruta ajena que comía a mesa puesta. Pero se le atragantó. Una tarde un padre vengador se lo llevó por delante tomándose la justicia por delante. Había desgraciado a su hija, el novio se volvió loco. Uno terminó en el cementerio. El otro en el sanatorio psiquiátrico de la Madre de Dios. donde fue compañero de un jesuita que no cesaba de hablar de sus tiempos de noviciado en aquel caserón comillense. Subí y bajé muchas veces por la cuesta de la Cardosa escoltado por los paraninfos de ramas transversales que hacían fronda para que a los seminaristas y a los aspirantes del Máximo no les diese el sol. Todos querían ser apóstoles y acabar en santos. El jesuita que se volvió loco de tanto querer la santidad se llamaba Serafín Navarrete. Había estudiado en Roma en el Germánico. Era muy devoto de San Ignacio y tuvo por compañero al famoso P. Carral que iba por la noche a rezar el rosario en familia en el palacio del marqués y era tan persuasivo y convincente en pedir dineros que a las últimas tres avemarías el bueno de don Antonio López aflojaba la mosca. Cuando a Carral le quisieron preconizar obispo de Coria, se excusó con el famoso canon  d e   a m b i t u” [6]a tenor con el cual a los capitanes de Loyola no les está permitido la candidatura a mitras. Gracias a sus desvelos la fundación siguió adelante pero el Marqué de Comillas se arruinó y Navarrete su fámulo terminó hecho polvo de los nervios. En 1882 se acabó de poner el último ladrillo y de plantar rosales en la Cuesta de la Cardosa o Cárdena que tantos eclesiásticos principales en España y en todo el mundo católico subieron y bajaron. Su fundador pretendía que la institución fuese un paraíso de la ciencia y la santidad, la casa madre de todos los seminarios y para demostrar la superioridad de la Iglesia alzó un escudo en el imafronte de la fachada principal coronado por una imagen del candelabro de los siete brazos hecho añico. La idea era derrotar a la Sinagoga. No lo conseguiría el siervo de Dios o al menos aparentemente porque vendría la debacle y la estampida funeral de los sesenta. Estaba lleno Comillas de seminaristas vascos. Un número notable de los mismos incluso ya misacantanos cambiaron el fajín y el roquete por la metralleta. Muchos se apuntaron a la ETA. Ahora que lo pienso me da pavor. El cetro quebrado de la sinova humillado ante un cáliz erecto y muy tieso que se alzaba casi hasta tocar la raya del cielo y ser contemplado desde el Stella Maris donde los educandos pasamos los días mejores de nuestra juventud aprendiendo latines, diciendo jaculatorias, ojo con caer en la impureza, antes morir que pecar. Pídeselo a la Virgen. Que seas como san Luis Gonzaga. Sí padre querido. Señor, sí y dándole patadas al balón. Pipe el sobrino del obispo de Oviedo por las fiestas de San antonio tuvo la mala suerte de largarse al baile de San Vicente de la Barquera y al día siguiente el padre rector le colocó la maleta en la puerta. Tú no puedes ser cura. De ninguna de las maneras. No eres un tipo normal. Te gustan las mujeres. Pero qué dice su reverencia que no soy un tipo normal. Quiere que me haga un nudo en la bragueta. Aquel seminario universidad era un lugar de elite. La crema de la crema. El padre Carral hizo sus cuentas: aquí va a comenzar la reconquista espiritual. Era el final del siglo XIX. Los soldaditos a bordo de los barcos del señor Marqués que era un verdadero siervo de Dios regresaban a morir a la patria de la guerra de Cuba con sus sombreros de jipijapa y sus uniformes de rayadillo tosiendo el tifus o escupiendo sangre. Era el año 98 cuando las aulas estaban abarrotadas, llenas de alegría y de cantos de los aspirantes a la conquista de un mundo para Dios, un poco más de un siglo más tarde los muros de aquel edificio señero se están viniendo abajo. Otro seminario vacío. La debacle vació los cuarteles, los conventos y los ministerios. El pobre marqués murió arruinado. Tenía el vicio de hacer limosnas y su proceso de canonización ha quedado en suspenso.¿ Que fue de nuestro fajín celeste, símbolo de la inocencia? Ah pecador de ti y eres tú el que me lo preguntas. Gómez Carral bajó al sepulcro en marzo de 1898. la muerte le ahorró el degusto de la derrota de Cuba y de ser testigo de la ruina de su mentor. De aquel vivero de ciencia venían los curas elegantes. Ya ninguno viste de sotana. Se lleva el alzacuellos protestante. La compañía de Jesús está en baja forma. La sinagoga del escudo sigue rampante y la que amenaza con resquebrajarse para alborozo de los impíos es el símbolo de la cruz. Belial derrota a Jesús. Parece haber sonado la hora de las tinieblas. Alegres por todo eso venían muy ufanos los diablos que asolaban los muros de la patria mía dando con un látigo a los pobres curas que iban medio derrengados enfermos del pecho, con dolor de flato o esquinencia. Que por nosotros pecadores intervenga san Partemio y Dios nos otorgue lo que más nos convenga. Asomadías tampoco es lo que era habitada por apostatas que escupen a la cruz y alzan el candelabro de los siete brazos. Plagan sus conversaciones de sortilegios y conjuros agoreros. Los economistas son como una plaga. Tomaron el relevo a los sacerdotes. Así que el palo de la cruz se chasca. Rompí a llorar en la peña donde se sentaba el fraile pequeño cuando subía a confesar a las monjas y tomar huelgo pues el pobre también sufría del mal de ijada y andaba con piedras en los riñones pero bajó de los cielos doña Patro aquella marquesa con gargantilla vestida de un chal de color lila que siempre me daba besos y golosinas cuando bajaba con madre a visitar al abuelo que estaba enfermo de la próstata en el hospital del la Misericordia y me enjugó las lagrimas. Te traigo un encargo de la Virgen. No te rindas. Si usted lo dice, buena señora…. Animo, amigo Xantipa. Eras entonces tan pequeñín y tan majo y ahora tan gordo y tan calvo, ¿hijo mío qué pasó? Pues ya lo ve usted, doña Patro, que estamos fraguados en barro y vamos caminando hacia las sombras. Doña Patro falleció de una embolia. Dejó toda su fortuna, casas y fincas mayormente, a las monjitas de la Caridad que atendían a los numerosos enfermos. Mi abuelo aunque dijera madre que estaba en la Sala de Distinguidos era pobre y su compañero de crujía era un sacerdote de san Pedro de Grillos que padecía del Corazón. Frente a ellos estaba la sala de los terminales. Una clarisa que moriría de consunción. Consolado por el paño de aquella buena samaritana conforté algo mi cansancio y subí por el cerro perdiéndome por los recuestos de san Esteban hasta dar con el palacio del obispo y la casa del portalón donde vivía mi amigo Nani que jugaba de medio volante en la Gimnástica. Reunión de espectros. Fatalidad de rostros desaparecidos que de repente cobraban fulgor virtual y resucitaban con los mismos cuerpos y voces que tuvieron, por más que solamente en efigie. Clama, no ceses, me decía un ángel. Debía de ser un serafín a juzgar por su aspecto de rubio efebo con los cabellos como sortijas doradas. Mas, luego llegó otro que me recomendó lo contrario:

-Frena tu lengua- decía otro, poniéndome aviso de silencio con el dedo índice apretado sobre los labios. Éste debía de ser un trono o uno de los llamadas dominaciones que no lo sé muy bien esto de los Nueve Coros y cuando estudio angelología siempre me confundo. Pero sé que no son como los pintan. No vuelan. Transmigran y son omnipresentes como todos los espíritus puros. Carecen de cuerpo y de rostro. Son pura energía.

-Si se os apareciese uno, moriríais- solía comentar don Eutiquio el profesor de Moral que, aunque estuviera pez en la asignatura que explicaba como buen obseso del sexo por aquellos días, debió de ser de tanto escuchar las charlas del P. Venancio Marcos

 

 

 

los domingos por la tarde, sus saberes eran eximios en punto a demonología porque los demonios también son ángeles. Ángeles caídos pero Ángeles al fin y al cabo. Unos al lado del trono de dios y otros debajo de la silla. Luzbel y Michael son las fuerzas enfrentadas del bien con el mal que impulsan la Historia. Don Eutiquio de modo que aseguraba que lo mejor que define la actuación arcangélica es la Vox latina  “ o e s t r u s” (tábano, furor profético y poético, estro o inspiración) y a mí me parece que aquel buen canónigo lectoral que nos llenaba la cabeza de nombres raros y que nos advertía de los peligros de la masturbación sabía bien lo que es un ángel, una convergencia de fuerzas, el mensaje del enviado de la divinidad. Pero sabía poco latín. Allí en el claustro de profesores el que llevaba la voz cantante era don Justino. Su pasión por Virgilio era tan exaltada que a criterio suyo la Iglesia romana debiera haber incoado el proceso de beatificación al vate de Mantua. Su único defecto era que le gustaba un poco demasiado el traguillo. Descepar un majuelo era para él un pecado reservado que sólo pudiera absolver el ordinario o el mismo papa por vid es vida y de un pámpano nos hizo Dios y de la uva se fabrica el mosto y el mosto es la materia próxima del misterio de la transubstanciación. Únicamente los protestantes herejes y los inglesotes no bebían vino sino cerveza. Por eso eran tan lerdos y tarugos para entender de las cosas divinas.

-No se puede discutir una tesis con gente que tenga panza. Todos los bebedores del vino somos gentes de castas, no habréis visto a ninguno con barriga.

-Un poco piripis, si don Eutiquio

el que así hablaba era Magdaleno que le gustaba llevar la contraria a los profesores. Para Magdaleno el agua para las ranas y el lúpulo convierte en pedorros a los trasegadores de la rubia cerveza y el clarete le gustaba más que la tetar que le diera su madre, pues era de un pueblo de la ribera. Pero siempre tenía que echar su cuarto a espadas. Hacerse el contreras.

-No me retruques majadero- clamó el domine lleno de ira- nadie te dio vela en este entierro. Esta tarde te quedarás sin merendar.

-fenómeno. Tampoco me gusta la leche en polvo ni el queso americano.

-Tú eres un modorro. Tú eres uno de esos hombres que no se suicidan porque no encuentran el arma que les guste.

-Eh…Eh…Eh. Bueno, bonito, bueno. Adonde va a parar su señoría- le respondió el teólogo ensalzándose en un argumento que al menos espantaba el aburrimiento general del alumnado. Ponente y oponente no tenían ninguno ni pizca de gracia. Ninguno de los dos.  

 En el Ventorro de San Pedro Abanto paraban los arrieros y los soldados, por sus muros conventuales, voto a bríos, cuerpo de Baco, se escuchan los fantasmagóricos del canto de los arrieros y el tambor de los tercios camino de Flandes.

  A la sombra de los olmos se me presenta un pastor de los de antaño con la manta a la cabeza y digo yo si sería fantasma porque estamos en verano y no han llegado los cierzos a Torreadrada. Le cuento una historia de mulatas con los senos alborotados y la carne de azúcar de dengue y el gañán se queda un tanto circunspecto. ¿Para qué quiero yo una negra, señor? A mí me basta con la oveja Querenciosa que se la quito al morueco cuando esta salida. Por eso tengo que andar con tiento porque al carnero no le gusta mi opción y a la primera que me descuido me amurca el muy villano. Cornudo, diría yo. Conozco a miss ovejas y ellas me conocen a mí. Pues eso. Dejo al pastor con la miel en los labios que se parece por los rasgos de su cara a los rostros románicos que batallan con las arpías y viragos de los capiteles de San Tesifonte. Cuando me despido de aquel tío del campo éste me dice que se llama Diodoro hijo de la Calixta que zurció voluntades por estos contornos. La cuesta va empinada. Se han caído varios robles de la costanilla del Desconsuelo. Hay obreros que faenan escoltados por la guardia civil que rula el tránsito. Pierdo el huelgo al subir. Bien puede decirse que Asomadías tiene el cielo en los zancajos, pero cobra el barato, ciudad de acarreo, vive de las rentas. Los turistas se empapan de románico. Todo el recinto aparenta un gran parque temático con despampanantes decorados. Suena la campana de San Pol. Estará diciendo misas a estas horas un cura viejo. Las nubes huyen con la brisa. Se va la tarde. Un rey triste labró aquí tumba y alcázar soberanos. De soberanía se habla bastante por estos pagos. Por la calle real abajo unidos van del bracero el mendigo con el sabio camino del camposanto. Torquemada y Lutero acabarán en el mismo palmo. Tedium vitae, porque en esta vida todo se repite más que la cebolla. Es una de las primeras conclusiones de la didáctica que se contempla en los capiteles románicos

 Siento tristeza y compasión por esta humanidad que se afana por lograr los favores de Dulcinea y acaba acostada con Suripanta mujer ruin. Que del espiritu infernal nos libre san Gil pues vienen, presidente, ahí llegan. Son ásperos, desabridos, ellas el vientre seco como las machorras del rebaño de mi amigo Diodoro el pastor de la manta a la cabeza. Pinchan. Alancean. Anavajan. Van con los mocos colgando y el prepucio enrollado a la cabeza y de esta manera danzan como diablos saltando por las puntas de los matacanes de la muralla. Allí los demonios empinaban sus cabezas retorcidas; uno era tuerto, el otro bizco; uno estaba cojo y a otro le faltaban los dedazos de la mano.

 

Su afán deambulatorio hizo de Xantipa un historiador errante, un arqueólogo, un miracielos que auscultaba las nubes y que sabe que el viento solano o rabiarrozas trae locura y el del oeste o abrego, lluvia, el cierzo hielos y el viento terral, desazón anímica. Iba y venía por los términos de Asomadías que conocía como la palma de su manos al reencuentro con su pasado y buscando las direcciones de los vientos. Igual que un arúspice. Porque en sus comportamientos de mendigo castellano se escondía un príncipe augur. Era un paisaje tantas veces escrutado a pie en coche o en bicicleta cuando de niño iba con su padre a pescar cangrejos a las ensenadas del Rasemir pasada la Peña del Fraile y el Bodón de la tuerta. Yusca la gran metrópolis meretriz, multietnica, se había convertido en polvorín nuclear. Cuando viajaba en metro sentía el agobio de la congoja y al tomar el picaporte sentía el trallazo eléctrico de la estática. En la gran urbe todo son descargas. Mundo difícil que soy hombre del campo. La ciudad no es para mí. Rebánate todos los huesos. En la fonda del Sayagués un camarero se burlaba del pobre profesor jubilado. Vas a reventar igual que el lagarto de Jaén. Antes, tú. No te fastidia y su hermana la Hermene era una prójima de cuidado pero algunas veces al entrar en aquel garito de cristal justo a la entrada de la boca del metro  decía que era un hombre guapo. Ahora no sé. De niño fui muy guapo y ahora mi nietin Adalberto ha heredado toda aquella genética. Algo se torció después. Me refugiaba en aquel cafetucho el Rincón del Sayagües. Se sentía en cierto modo protegido. Venían muchos guardias civiles y de cuando en cuando le llegaba la caridad de la conversación de un parroquiano. Estaba muy solo. Quien va a Salamir. Sin embargo, como cantaron el Veni Creator. Sintió renacer un espiritu dormido de paz, perdón plegaria. No volveré a probar una gota de alcohol. Ayunaré día y noche, me cuidaré un poco más que ya voy entrando en años. No hablaré de política que es asunto que encrespa. Hircinia tierra de conejos se la lleven los demonios. Como perdió algunos kilos, notó que podía andar en bicicleta con más soltura y ponerse de pie sobre los pedales al acometer alguna pendiente. No escucharé más el grito de la serpiente de cascabel. Huyo por la ensenada y los caballos todo correr. Conocía el encanto de aquella ciudad. Yuska creció tanto que atravesaría la montaña y haría de Asomadías uno de sus arrabales. El metro ya llega hasta aquí. La gran urbe ha cruzado la sierra.

-Proceda con cautela, Xanti. Cuidado con la justicia.

-¿De donde partió esa voz?

-Tu bien la conoces.

Recién enterrado Erifos- tres curas borrachos le cantaron el gorigori-no era varón de temer. Vayamos paso pero un Jueves Santo que tuvo una trifulca con unos corchetes que le llevaban el auto por estar mal aparcado lo condujeron preso. La jueza le sentenció a un año de cárcel por asalto a la autoridad. Y no hubo asalto. Sólo un zarandeo. Había dejado el coche en el Campillo un lugar donde jugaba de niño con los chaveas de su barrio. Cuatro árboles corpulentos servían de portería. Er balón no era un balón de reglamento sino una pelota que le había traído papá del Desfile. El Campillo estaba enfrente de la casa del capellán de las Hermanitas de los Pobres. Vivía con su madre y un ama muy guapa de cara pero muy chica de cuerpo, la Jesusa. Una tarde de invierno que había con sus padres de visita se escuchó un ruido enorme. Había volcado el carro del panadero de Encinillas. Una de las ruedas se hundió en lo que parecía un imbornal pero era sólo una tumba romana. Allí apareció una muchacha casi intacta. Con el velo, el rostro cubierto con una corona de flores ajadas y varios anillos en los dedos de la mano y de los pies. Un ceñidor con fibula de oro le apretaba el talle como un corsé. La habían amortajado como se hacía en Roma con las vestales.

La cara momificada aun diseñaba una inmortal sonrisa. En las paredes del enterramiento había una descripción muy larga de la difunta que tradujo el capellán con el Raimundo de Miguel en mano. Por lo visto aquella “ p u e l l a” era la hija del pretor Lactancio que edificio el acueducto. La muchacha sólo tenía quince años y se llamaba Nemerocaultrix (la que habitaba los bosques) y el Campillo era un bosque. Por allí pacían los bisontes y deambulaban los plantígrados y leones que regaló a don Enrique IV nuestro Señor el rey moro. Además era un sitio perteneciente a la mesta. Aquí está bien, pero cuando llegamos no encontramos en un vehículo. Se lo había llevado la grúa. Discutí con un guindilla. Me metieron marro. Acabé en la comisaría. Allí jugábamos al marro, la rayuela y al fútbol cuando alguien traía balón. En el carillón del convento con unas altas tapias de adobe la campana monástica reglamentaba las horas. No me soltaron hasta la madrugada. Nadie es profeta en su tierra. Los municipales no debieron entender muy bien la reacción de aquel catedrático algo exaltado que se sabía la historia de Roma y era un especialista en el arte románico. No me enfurezco contra vosotros, queridos guardias urbanos, sólo maldigo mi suerte. Tuve una crisis de nervio que redundó en fatalidad y violencia.

Lo llevaron camino del trullo. Lo tuvieron de entre Herodes y Pilatos. Era jueves santo y nadie es profeta en su tierra. La mujer que le acompañaba se puso de parte de los guardias, empezó a dar voces echándole las culpas a él. Estoy solo. Una soledad infinita me percute. Que sólo apacigua la escritura y el teclado de mi ordenador. Para vivir largo hay que echarse todo esto a la espalda. Pero yo no puedo. Soy demasiado sensible. El románico palentino es un arte rural de iglesias muy recogidas al pie de un torreón con un ábside, un cementerio y un aljibe. Los interiores carecen casi de  lo que acerba la espiritualidad y el sentido místico de los creyentes. A Xantipa le dio un yuyo. No se lo podía creer. Había una leyenda en la portería justo por encima del torno. Ponía el versículos del Eclesiastés. Todo es vanidad de vanidades. Allí me presentaba yo con mis recados. Al otro lado del cajón sonaba una voz monjil.

-Avemaría Purísima.

-Sin pecado concebida.

-Madre, aquí le traigo una botella de vino de consagrar y dos ristras de sagradas formas recién cocidas por el panadero Melecio. Son de parte de don Adeodato el señor deán.

-Muy bien, hijo, déjalas ahí.

El eje al girar producía unos chasquidos de mil diablos. Ya se lo dicho a la madre superiora pero andamos un poco alcanzados de dineros y no hay aceite ni para la lámpara del Santísimo. Las clarisas de San Antonio eran muy pobres, aunque millonarias en plegarias, oraciones y obras pías que de allí no se marchaba sin comer cuando llegaba un pobre, la huerta era una de las más espaciosas de la ciudad. Patatas, cebollas, fréjoles todo el año. Y la iglesia donación del rey y de su hermana la reina santa una de las más atalajadas de la ciudad. En sus tiempos fue convento rico. En él que ingresaron de postulantas reinas, marquesas y otras postulantas de gran dote. Había en el lado de la epístola un retablo flamenco que valdría una millonada si lo subastaran y un sanantona que era talla de Juan de Mena. Varios incunables formaban parte del tesoro artístico pero ellas vivían en la precariedad. Entreaño apenas probaban la carne. Se alimentaban de patatas y de lo que daba la huerta. El capellán que las asistía siendo uno de los mayores latinistas de la nación murió en la miseria. Don Geminiano el Turolense era naso, un hombre muy callado, con la nariz muy grande y bajo de estatura. Hubo de aguantar a una ama la Eufemia que parecía una bruja

-Vas de mal en peor. Perdiste el hilo.

-Esto es un laberinto.

-De tal burro, tal rebuzno. ¿Qué esperabas?

-Que me echase la mano algún cofrade.

-Se acabaron los gremios hace mucho tiempo. Cada uno va a lo suyo, hijo. No te quejes tanto. Aprieta el culo y da pedales.

-me tendrán que robar el sillín o cortar las piernas para que yo me baje de la bicicleta.

-Así me gusta.

Xantipa veía el animo exaltado de contemplar torreones y repasar murallas de perderse en el dédalo de matacanes, poternas, fosos y puentes levadizos, estudiar la semántica críptica de la vexilografía del país que se despliega en banderolas y oriflamas, en ese sentir encampanado y explayado del lambrequín. Sin embargo era un zaleo para las cosas comunes. Un inútil en cosas prácticas. Yo expiaba mi orgullo en los disgustos del día a día, en las cornadas del toro de la mala suerte que nos amurca cotidiano con revolcones de accedía. Hay que cuadrar bien la muleta. Es menester estar bien prevenidos. Sabía mucho de Torquemada al que la historia sólo conoce por caricatura cuando era un converso que conociendo la Ley quería aplicarla a la religión recién abrazada el catolicismos. Que firmase cerca de mil sentencias por brujería, herejía o bigamia no nos dice demasiado. Porque los monarcas ingleses enviaron a la Torre de Londres a muchísimos más.

-Back up[7]- la voz de la conciencia sonaba en su interior de alma de cántaro en lengua inglesa, un idioma que conocía y en el que se expresaba, con frecuencia con mayor acuidad que en romance.

Me acerqué, subiendo la cuesta de los Tilos, camino de trascorrales y de huertas primorosamente labradas, al que fuera convento de fray Tomás en la subida de Santo Domingo. Se trata de un edificio plateresco que fue cuartel de la soldadesca napoleónica en la guerra de la independencia y luego casa cuna, orfanato y residencia de doncellas pobres tras la amortización. Ahora es sede catedrática de un importante cadena del saber norteamericana que fabrica masteres y expende títulos a tutiplé que cuando sus recipiendarios van con el diploma a ultramar les vuelven la cara.

-Nos sobran licenciados y nos faltan carpinteros, albañiles.

-No. Lo que ocurre es que todos queremos mejorar. El padre desea que sus hijos no pasen de mayores los azares que él tuvo que soportar de niño. Y aunque tú no lo creas, se ha mejorado mucho en Hircinia. El mundo va adelante y tú te has quedado anquilosada, Xantipa. Vives en el pasado.

-Soy un pobre poeta, un novelista que no encuentra editor. Impenitente grafómano.

-A lo mejor es culpa tuya si no llega tu mensaje.

-Ya llegará

Tarantase, en esto diciendo, fijó en aquel hombre sus ojos sabios de diosa de la sabiduría con compasión. A lo lejos giraban los ejes de una carreta. Los cubos estaban mal engrasados pero el boyero, pértiga en ristre, cantaba un aire de la tierra. Pequeño, cetrino, vestido con un mono que le llegaba hasta los pies, un mono cuartelero que a lo mejor perteneció a un artillero que murió en la guerra civil, parecía un hombre feliz delante de sus duendos agobiados y babeantes que subían la cuesta Los Carros. Los altos tilos cabe la muralla proyectaba su sombra bonancible aquella mañana de calor. Se paró un momento delante del viejo convento de Santo Domingo a descansar. Sacó la bota de las alforjilla y echó un trago rotundo y florido gluglú que remató con un regüeldo profundo que sonó por todo el valle. Estoy cansado, leche. Cuanto me afano si después habré de morir. Hermano, bebe, que la vida es breve. La yunta de bueyes también debía de mostrar su agradecimiento por la parada pues aquel clarete le daba fuerzas o eso creía él.

 El cabestro que iba uncido a la collera derecha meneó su berrendo rabo espantando a todas las moscas de Asomadías. ¿Habría mandado al brasero tanta gente como dicen fray Tomás? Allá a vista de vuelo estaba el que fuera convento. Él sabía poco de tales cosas y tampoco le importaban-en puridad- mucho por no decir nada. Se había detenido el carruaje con una carga de hierba de un edificio imponente e importante cuyas paredes se dilataban por toda la vaguada hasta alcanzar las riberas del Rasemir que por allí discurría perezoso y mal oliente arrastrando toda la porquería que echaba la ciudad por sus desagües. La puerta nielada de férreos herrajes, cerrada, guardaba el secreto y el silencio de los siglos quizás para guardar luto por los crímenes de Torquemada y lo daba marco una fachada muy elegante del mejor plateresco con adornos de leyendas y capiteles historiados. El escudo de los Reyes Católicos campeando en cada arbotante. Tanto monta, monta tanto Isabel como Fernando.

 Pero si el templo era hermoso, las celdas del monasterio daban la impresión de ser lugares incómodos aisladas las ventanas por verjas de recios barrotes, sitios estrechos con poca luz.. Era menester morir al mundo, sus pompas y vanidades, vencerse a sí mismos, aprender el pensum, saberse la misa de ángeles y cantar el oficio divino a medianoche. Los ladrones muy activos a la sazón- una banda del Este había pasado por la zona arramblando con cualquier objeto de valor y hasta las lapidad e inscripciones se llevaban de los cementerios- no habían puesto su mano cleptómana sobre los furacos solemnes de las jambas nieladas. Arriba en el tímpano se mostraba a santo Domingo en éxtasis visitado por la Virgen María. En una esquina se veía el hueco de la Hendidura del Portento. Fue la rendija que abrió la hostia por unos desalmados



[1] Ejemplos o consejas

[2] Dólares, duros y perras. Con la moneda de vellón se labran las grandes fortunas a decir de los norteamericanos.

[3] En alemán

[4] espíritu de la época

[5] los búlgaros a pesar del gran parentesco que tienen con ellos no se llevan bien con los rusos, a diferencia de los yugoslavos que adoran a la vieja Rus.

[6] La regla ignaciana dice que lo padres puedan ser asesores episcopales o acompañantes pero no pueden recibir las órdenes de la plenitud del sacerdocio.

[7] Vuelve sobre tus pasos

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