2025-08-26

 

                EL CELA QUE YO CONOCÍ

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

por

             ANTONIO PARRA




Yo nací el año del Pascual Duarte y me siento de Cela al igual que otra larga leva de escritores, amanuenses, curas y predicadores y algún que otro catedrático de nuestra generación incomprendida feudatario de sus trabajos. Fuimos deudores de su oronda figura o catadura porque en el mismo hombre se acaparan muchos símbolos para los que empezamos a escribir en España con más tesón que bienandanza pues de lo mucho y lo poco hemos sido los vagabundos sin suerte que a él le enternecen en su mejor época allá por los ilusionados sesenta. Unos acabaron en galeras o se dieron a la botella y otro buen golpe en forajidos sin una triste casilla donde caerse muertos, espectros de su propio afán, sin fortuna ninguna. ¿Generación del noventa y ocho? Vayamos por partes. El iriense si no padre espiritual fue por lo menos  padrino de nuestros sueños y de su mano empezamos a gatear por el resbaladizo pino untado de cera de las fiestas mayas y otros juegos florales con deseo de tomar la gala entre los dedos. Nos habían dicho que la fortuna ayuda a los audaces, ¡pero qué va! Esto es un batiburrillo, como una lotería y al que le toca pues le toca, y cuando da, da. Muy pocos treparon a lo alto de la cucaña; los más quedaron en el camino. En España en lo que sea lo importante es triunfar. Entonces los bachilleres queríamos emular a los monstruos de las letras sin importarnos mucho lo de fuera, el “look” o el atractivo físico.  Nuestro ideal eran actores como Anthony Perkins o Mastroiani que tenían pinta los pobres de tuberculosos recién salidos de una sala del Pabellón de Reposo o del Retablo de don Cristobita. Actualmente quieren ser divos de las canción, la escena, futbolistas con la vida resuelta o convertirse en carne de candelero protagonista de la prensa del corazón. Dinero fácil. El éxito al alcance del mando a distancia porque todo en la vida ha pasado a ser en la sociedad de la imagen un zapeo a todas las escalas. Todos van al gimnasio anhelosos de fortalecer los bíceps pero entonces preferíamos echar cachas intelectuales. Creo que eramos un poco más profundos. Entonces éramos un poco crédulos y no habíamos empezado a estar de vuelta de todo. Por ésas, gateaba yo con denuedo por el mayo de mi vida, ventura te dé Dios hijo, que saber no te hace falta. Bueno. Hacía falta bravura y arrestos, no cortarse un pelo pero quería ser escalador y no era muy suelto de canillas. Debe de ser a causa de los pies planos, estas corvas tan redondas y morcillonas que heredé de mis mayores, valen para criar panza y echar culo en la silla solitaria del escritor, mientras asciende humilde y entusiasta el olíbano quemado de mis sueños ennegreciendo de humo los techos y paredes de mi celda, guarida de las ondas, crisol de mi alucinación, donde me doy unos tutes de aquí te espero con la retentiva y la inventiva, espiral de palabras que libera mi calculadora sin parar, pero no para romper marcas de escalador ni para triunfar en los salones. Es que me gusta compungir mis pobres huesos en el recuerdo de mis pecados. Y esto se debe a la parte que me toca de sangre hebrea. Lamentos de Jeremías. Los españoles de mi empeine solemos tirar por la melancolía del profeta cuyos trenos e improperios atruenan los muros de la patria mía hoy un tanto desvencijada. Si bien se mira, a pesar dello, la verdad es que no me ha pintado mal del todo, por lo que abajo aclararé. No embargante, tengo el cuerpo y el alma poblado de costurones y de navajazos. Sangro por la herida. Me duelen las afrentas. En la mili un sargento mamón me echó al pelotón de los torpes y tamaña humillación se volvió a repetir en mi primer empleo en aquella redacción con aquel cabo de vara gijonés, un tal Retógenes.

- Arije, no me vas. Eres un manazas. Tú no vales para nada. Nunca llegarás a nada.

A menos llegó él. Aunque lo llamaban Retógenes, ese no era el nombre con que lo cristianaron, sino Glabro Parcias. Fumaba sólo “Bisontes” y no el rubio americano sino aquel tabaco fuerte de tabacalera. Hoy veo a mi verdugo asomado a un mirador del infierno, en la puerta que llaman de Oree envuelto en una cortina de humo. De vez en cuando el diablo del tabaco baja a su zahúrda y le abatana los pocos cueros que le quedan. Está ya muy calvo, como en su propio nombre se indica. 



Era lo mismo que decía mi madre cuando me zurraba. Clavadito. Confieso que fui un niño maltratado y aborrecido pero a qué oficina de reclamaciones voy yo con mi pasado sino es a las horcas caudinas de la literatura. Si cuentas todo lo que te pasa no sólo te desahogas sino que también a lo mejor te curas. Cachis la mar, me caguen la leche. Me tuvo castigado a galeras haciendo mesa y pegando teletipo. No sé que hubiera sido de mí sin las tabernas que ya empecé a frecuentar a la sazón y sin ese ángel bueno que incomprensiblemente se erige en mi valedor que asesora, desvía los golpes del contrario y protege. Creo que Cela en lo que a mí humildemente respecta hizo tal oficio al tener la amabilidad de recibirme en su piso del rascacielos de la Avenida de América en la primavera del 72. Aunque vivía por entonces en Palma de Mallorca sus visitas a la capital eran frecuentes. Cierto, escribir en este país no es llorar como decía Larra. Es mucho más que eso. Es sufrir. Es ir al frente y clavarte dentro de una trinchera donde todo el mundo se siente con derecho a ametrallarte si das la cara. Con todo, lo peor de esta guerra no es el fuego enemigo sino los sargentos de tu propia banda, tus hermanos, que escupen fuego enemigo contra tus nalgas. Quieren pillarte cuando estás cagando para meterte una bala en el culo los muy maricones Dios me ampare y me perdone. Hay que arrastrar el cuerpo por debajo de las alambradas de espino, tomar la posición enemiga con bombas de mano, combatir el desaliento y las dudas que a uno se le forman dentro y luego el más difícil todavía de templar gaitas, bailarles el agua, tocar el tambor a don Nicanor y por si esto fuera poco escalar como un mono hasta la picota escurridiza y embadurnada de brea. No sólo te tiznas y te resbalas, haces el ridículo, sino que a lo peor, con un poco de mala suerte, te esguardamillas. Más fuerte será la caída. Miras hacia atrás y siempre descubres el misterio de una sombra callada que se proyecta benigna sobre tus talones. Habas contadas, el bien con el mal, las churras con las merinas no habiendo concierto ni compás en este cajón de sastre que es el baúl de la memoria. Los rayos de luz que penetran por los vitrales del flanco de poniente de este interior de nave de catedral gótica solitaria y donde resuenan pisadas de fantasmas que en mi alma actúan como lineas de fuerza o convectores de haces luminosos, donde puede darse de todo, desde el éxtasis hasta la misma borrachera. Estas trazas al bisel de un esplendor de cuerpo glorioso en los que por un milagro de las conjunciones  catóptricas las partículas de polvo bailan una danza iluminada como si estuvieran en otra dimensión no se sujetan a las leyes convencionales. Ponen en movimiento la letra y la música de una pavana cuyos compases no entenderemos jamás. Detrás está la arpista mágica de los cuentos rusos. La mano que guía a la batuta invisible. Mece la cuna, sonríe a tus caricias y, por contera, al final de todo, deposita un crisantemo en tu tumba. Llamése Dios. Destino. Azar o mera atracción gravitatoria. Sin embargo, no hay en el mundo gusto mayor que sentirse inmerso en el interior de este fanal donde los rayos del atardecer bailan con las ondinas y las hadas de las vidrieras de las catedrales transformadas en pulverscencia  que se hizo llama, cantan Vísperas cuando pintan confesores en el santoral. No sé por qué, pero a uno le tiran estas contradanzas de la liturgia cristiana, aunque al maestro le digan poca cosa esto de las catedrales gótico-románicas. Para mí son algo más que estadística, pero en fin.

 Aquel Arije al cual el sañudo asturiano Retógenes tanto maltrataba recabó los puestos más deseados de esta profesión. A Cela las catedrales no le entusiasman. Le pasa como con el teatro de Calderón que es difícil de entender, siendo éste maravilloso y rotundo, pero difícil laberinto de entrar y saborear ese mundo de símbolos e imágenes que brinda en paroxismo de retórica [ las ideas y conceptos envueltas en el rico manto de las figuras literarias: epanadiplosis, anadiplosis, epímones de refuerzo, epifrasis, etc].




No tuve otro remedio que alcanzar esa corresponsalía para que se diera con un canto en los dientes a ese Retógenes el gijonés. Estaba casado con una alemana. ¿Me comprendes?  En sus manos el que suscribe retuvo y en las teclas del télex que como un tótem presidía su sala de estar el mirlo blanco de las corresponsalías más deseadas Londres y NY. Entrevistó a Cela. Conoció su obra. Supo interpretarla. Se casó con una mujer guapa que pronto, como todas, se cansó, ya es difícil amar a un periodista, beberse su entusiasmo y su desesperación. Es su santa que le aguanta. Es propietario de una casa junto a la mar cántabra. Vive sin pegar golpe. No es rico pero no le falta un duro. Tiene cuatro hijos como cuatro soles y dos de ellas son campeonas  de yudo.  Todos pugnando por aprobar asignaturas y en casa. “Infirma mundi elegit Deus”[i].  Pero, coño, a ver qué va a pasar aquí. Cómo puede ser esto. Una al ajillo para los señores. España sin que yo se lo pidiera me ha dado todo. Y puedo decir con el vagabundo que amo a España por encima de todas las cosas. Su gran cultura. Su gran bagaje de libros porque los españoles contamos con la suerte de una de las lenguas más prolijas y matizadas, el castellano dicho sea sin barrer para casa y sin chovinismos. Sus formas de ver e interpretar el mundo también me las donara gratis. Sus melodramas, el extremismo, aquí nos desmelenamos pronto y por poca cosa, sus desencantos y utopías. Sin embargo en nuestra veleidad, nos dejan fríos cuestiones que a otros pueblos les quitan el sueño.  Tengo a gala el haber sido uno de los pocos a los que se les permitió la entrada al laberinto de la Cava Florinda que tiene tantos penetrales y cámaras ocultas. Ser español es una de las pocas cosas serias que se puede ser en este mundo, y yo he llevado siempre esta máxima bien fija sobre mi mente.  Si escarbas un poco en su prosa que tiene algo de cante jondo, brota un geiser de ilusiones falangistas. Y esto lo digo y afirmo sin menoscabo de otros intereses ni prejuicio de parte y sin ánimo de impugnar vuestra molicie y la galbana moral que amodorra a la patria. Quizá tanga algún día que zarandearos por la solapa y deciros que sois unos privilegiados de la fortuna porque ese corazón que lleváis en el pecho late en castellano. Este dédalo inmenso que es la historia de España asemeja un poco al “aequor” o llanura de Mantua cantada por Virgilio que él consideraba como el apéndice del paraíso terrenal al que bañaban cinco ríos. Bajo su bordón de guía avistamos muchos los muros de Babilonia y tuvimos una visión de sus palacios. La patria es ubérrima y feraz y a posteriori me ha dado estos años de regalo y contemplación. Pocos pueblos gozaron de la suerte de contar a sus espaldas con este gran contrafuerte de ingenios y ventajas en las cosas del espíritu y aun en las mismas materiales, las que quedan de tejas abajo. Me estoy refiriendo a la loa que de sus tierras hace El rey Sabio en su Crónica General. Himno sublime que hoy muchos, ay, echaron al olvido de tal modo que en esta charlatanería política y escatológica de los bien instalados se les permite escarnecer y desollar al país. Afortunadamente no me encuentro en ese cupo aunque a veces me haya subido por la escalera al retablo de don Cristobita. El milagro es que a despecho de nuestra patológica clastomanía tanto se tenga en pie. Al país lo tratamos a patadas, guardamos rencillas unos con otros, nos llevamos sus gloriosas piedras nómadas y la benevolente Hispania nos perdona. Sufre y calla. Considera lo mucho bueno y lindo que hay en esta nación de naciones cuna de la libertad y de la palabra. He de advertir aquí que a CJC con esa cara suya de esenio o más bien de abad del cister fue al que debo el haber sido introducido en este laberinto de la floresta cultural española donde te pierdes y del que nunca querrás salir.  Hay en su prosa algo de magia iniciática. En este jardín de las Hespérides es más importante la fruición ambulatoria y embelesada del romero que el mismo objetivo de llegar. No es una carrera de ratas sino una lección en la cual sólo se permite la entrada a los peripatéticos de la belleza. Cela en última instancia era un adalid generoso, tan accesible y cabal, que impartía desinteresadamente consejos a los bisoños de la literatura. Desde que lo conocí con mayor o menor fortuna no hice otra cosa que emborronar cuadernos y machacar papel sobre el carro de mi máquina de escribir. Grafomanía, dirán. Deberían hacerme un monumento como el que corona la girola de la catedral abulense en piedra alabastro, la mitra puesta, el palio sobre mis hombros, enristrando cálamo para verme con la parva cada día de mis infolios y folías, como a Alonso de Madrigal El Tostado. Con un epígrafe que diga: “aquí vivió Arije que en los días que vivió cinco pliegos por barba escribió y con su ciencia al mundo iluminó”. El Tostado, caguen la leche, fue capaz de poner firmes a aquel papa, creo que era Alejandro VI, el cual en una audiencia, viendole de tan baja estatura le dijo que levate. El religioso, tozudo en sus trece, fue capaz de decirle al pontífice que la altura no se mide de la cabeza a los pies sino por los dedos de frente.


 No es grafomanía sin ton ni son lo a lo que tuve a bien dedicarme durante estos años, no. A través de una colección de renglones casi infinita quise emprender el camino de la libertad. Escritura que salva y proporciona el mayor de los goces para los naúfragos que navegan en este piélago de exasperación. Una condena a galeras ciertamente pero una condena sublime. Miel y acíbar. Embeleso agridulce. Sabor de camomila. Si no hubiera que escalar por  encima de tantas cabezas yo diría que me haría ilusión esta ardid del trepa que se arriesga a la cucaña. Don Camilo fue el deseado de una generación que salió rebelde y contumaz. Acaso crédula. Es el símbolo de esos sueños dulces que encuentran el colofón de un agrio despertar.

 Además, por lo que a mí respecta con su cara alargada la ancha frente y las glabrescentes[ii] entradas por la bionomía de su aspecto que inspiraba tesón de vivir pues siempre daba la sensación de estar de coña y de vuelta sin tomarse otra cosa en serio de tejas abajo que su propio oficio de escritor, me parecía un ídolo. Puedo afirmar poniendo la mano en el pecho que estuve a mis veces enamorado de “su” Dolorines la portuguesa aquella merdellona, azafata de los mesones y musa de los bailes de candil que te traía algún bocadillo o algún boniato extra a la pensión, y de paso te permitía algún apretón furtivo y bajo cuerda. ¡Ah qué pecadores fuimos! El día que murió mi padre biológico el primero de junio de 1992 fiesta del glorioso san Iñigo abad en una habitación del Hospital de Gómez Ulla cogí una curda de agárrate y no te menees. Esto ocurre en las mejores familias.


La víspera estuve a verle pero mi madre que lo celaba me echó de la habitación poco menos que a gorrazos. Sin embargo, recuerdo que era el Día de la Auxiliadora y yo le vi incorporarse emocionado cuando arriaban bandera los del batallón de vigilancia de sanidad que custodiaba el centro. Era una tarde plana y gris de esas en que siente el calor de la estación y llegan a Carabanchel desde las aradas auras de flor.  En medio del silencio general vimos descender aquel trapo rojo y gualda que tanto significaba para nosotros por última vez. ¿Que pensaría mi pobre padre agonizante? ¿En sus días en la estepa rusa cuando se le congelaron las rodillas en un puesto de mando cuando pudo salvar la piel por chiripa al librarse de caer prisionero de los rusos de pura casualidad?  Sabía que esta vez la arriada era definitiva y no daba muestras de ninguna inquietud al llegarle la hora. En el fondo debía de sentirse satisfecho de los setenta y nueve años bien vividos en el servicio de España al frente de una familia en la cría y guarda de los hijos. Aquella tarde de mayo gris dejaba sobre los ventanales al fenecer, estampandose contra la blancura tétrica de hospital, la luz. Que no era la luz sino el ojo de buey que brilla al fondo del túnel, un hilo de recuerdos blancos que hacían remontar su memoria al lago Ilmen porque mi padre al entrar en agonía empezó a decir palabras en ruso como “davai y fjod ruki”(adelante, manos arriba). Jaroshe (bonito). Jolodno (tengo frío). Etc. Qué cosas se dicen cuando uno se va a morir.


 Y no es desvarío sino calofrío, el pasmo de la recta final cuando el ser se despide de los sentidos y la muerte llama a sus batallones a formar.  Poco antes cuando escuchó el cornetín de llamada se había quedado emocionado mirando para la ventana. Percibí un conato de cuadrarse como mandan las ordenanzas. Al menos intentó incorporarse, pero le fallaron las fuerzas,

 Una lágrima solitaria bajaba de sus ojos emocionados. Se veía en la distancia el Cerro de los Angeles en cuya cúspide como una mota blanca adherida a la angulosa formación grisácea de las nubes remontaba la estatua del Corazón de Jesús. El viejo soldado tenía los ojos vidriosos. Padecía enfisema pero el médico nos dijo que no había sido por fumar sino como consecuencia de las secuelas de una antigua tuberculosis que asomaba la oreja. A esto se añadían las pulmonías, catarros y heladuras de Teruel, el tifus exantemático.  Los treinta bajo cero de Novgorod y la metralla que tenía desde entonces como masita que le quedó para siempre del frente ruso o regalo de los organillos de Stalin en un talón también pusieron su granito de arena. La llama se extinguía.

 Era él un superviviente nato de aquellos zafarranchos. Un hombre fuerte.  Por eso los últimos instantes de la ultima tarde de su vida cuando un cuartel español tocan arriada no se me olvidará nunca. A mí se me llevaron, al bajar por el mástil la enseña de los trigales y la rosas de junio, mis mejores estandartes y sentí morirme en parte con la muerte de mi padre que había vuelto de Rusia con la jineta de capitán en las hombreras. Aquel cornetín de ordenes lo había escuchado tantas veces pero entonces no me hizo sensación; a mí me parecía que era la primera. El gesto que puso cuando le dije que tenía que mejorarse no se me olvidará nunca.

- Tienes que ponerte bueno, Silvi.


 Clavó entonces en mí sus ojos de perdiz, sonrió un poco en medio de la fatiga y levantó un poco brazo señalando fuera de la ventana. Más allá del mástil de la roja y gualda negreaban en guerrilla los pinos enanos del Cerro de los Ángeles, comedio geográfico de España, su vértice espiritual y otras cuantas cosas más.

Había estado destinado en un regimiento de artillería de Getafe y aquel sector lo conocía bien por haber estado de maniobras. Mi padre Silvino había sido sin ser beato o del Opus un hombre muy creyente.  Al final le escuché decir con voz casi imperceptible:

- Hijo, lo que Él quiera.

Y buscó con la mirada más allá del ventanal. Se refería a la imagen del Salvador que había sido fusilada 56 años atrás por  milicianas nihilistas. Pensé para mis cabales: coño ¡qué absurdo! ¡bien poca cosa somos! La muerte arrasadora llega lo mismo para los buenos que para los malos. Dios no baja a hacer un milagro. Siempre pobres los pobres, pero a los ricos que más tiene, lo mismo. Hay que morir.

 Mi madre me ordenó imperativa que saliera.

-Pero ¿cómo, mamá? Quisiera quedarme.

Había adivinado que sonaban clarines de despedidas.

-Aquí estás demás.

Fu un castigo durísimo, el más duro que recibí en toda mi vida: no poder recoger entre mis brazos cansados el postrer aliento de mi pobre padre.


 Me costó apartarme de la cabecera de la cama donde expiraba el viejo militar, pero mi madre siempre me tuvo una ojeriza y malquerencia inexplicable, como algo visceral, producto de un primer rechazo, que me ha privado de gozar de los momentos verdaderamente importantes de mi existir. no es que fuera una mujer mala, pero sí terca y fría, primaria en sus reacciones de jefa de la tribu caristia, aunque otros dicen que seamos vacceos, sin que no falte quien nos empadrone entre los várdulos. Corazón de acero y matriarcal de Iberia.

 Para ella siempre fui un hombre cero. Por todos los medios intentó anularme pero esa es otra zarandaja que he tratado de explicar en mis escritos sin acertar a poder comprender por qué. Cosas de mi madre que hasta tuvo la ocurrencia de querer casar a una novia mía inglesa, el amor de mi vida, que yo traje a casa, con mi hermano segundo pues yo le parecía poco avisado e indigno de tanta belleza. No era un buen partido. Aquel suceso fue el desastre mayor de mi existencia. No quiero ahora airear las mezquindades de los míos pero hay rivalidades entre hermanos, aborrecimientos maternos, envidias que evidencian nuestro carácter primitivo. Es que somos muy malos. Madre, nunca me has querido. Cuando te necesitaba, estabas ausente. te llamé y no acudiste en los momentos más importantes de la vida. Que son el del amor y el de la muerte.

  Aquello se lo perdoné pero el trato despectivo y destructivo que mostró hacia mi persona en aquella hora crítica creo que estará siempre retenido en esas arcas como un pantano profundo en que guardamos los humanos todo el dolor que nos infieren y siempre los más duros golpes vienen de aquellos que pasan por ser nuestros seres queridos, los que alegan amarnos. La sombra de Judas se recorta contra nuestros pechos berroqueños.


 Cuando llamó mi hermana, que es enfermera y algo borrica, más áspera que un cardo borriquero, lo heredó de mi madre, de madrugada, y nos echó a todos, la muerte me pareció algo no solamente vulgar. Hubiera deseado recoger su último suspiro, enjugar su última lágrima. También vaya un absurdo. Sólo dijo un adverbio por el teléfono con voz sobrecargada de fatalidad:

-Ya.

 Me fui por los bares la tarde que le dimos tierra y no regresé a casa en dos días. Fue uno de mis “drinking bouts”[iii] más dolorosos de toda mi existencia. No me dolió tanto la muerte del que me engendró como el desamor de la que me había traído a este mundo. Todo eso sigue aquí dentro de forma irrevocable y sañuda. Fue una forma un poco cómica de mostrar mi desacuerdo con aquel estado de cosas. Miro al fondo del arca de la memoria y encuentro pasajes que pertenecen a la vieja picaresca española. Mi tristeza nace de esta malquerencia fastidiosa. De la falta de amor y decoro que nos envuelve como un sudario. El de la ignorancia, la incompetencia, los prejuicios fanáticos.


Cela como vengo diciendo se parecía un poco a mi  Silvino. Hablaba de la misma forma que él, cogía el cigarro con idéntica elegancia. Siempre tenía para cada circunstancia de la vida un refrán. Una frase ceñida y certera. El juicio justo. Hablaba de acomodo y con propiedad. Y tengo que decir que mi padre y no Cela me había enseñado el que aguanta remata puesto que la vida áspera no es más que un gana pierde. Quien aguanta vence o el tiempo está conmigo, perla que encuentra y recoge de un mendigo en Arévalo que mira para los blasones de la casa que fuera de su heredad, ya vendida.

  Él lo había aprendido en los cuarteles del general Franco desasnando reclutas, aguantando insolencias de sargentos poco conllevantes y el desprecio con que los oficiales de leva trataban a los suboficiales de cuchara. Otro debelador adagio de su más que nutrido morral de sentencias era el que comparaba a un tonto de izquierdas con un tonto de derechas. Desengáñese Vd señorita yo soy machista leninista. Y así sucesivamente y otra de sus buenas costumbres es no citar nunca al cadáver de sus enemigos.


El día de san Antón pues del año 2002 capicúa que ha llevado por delante a Marsillac y a mi querido amigo Pedro Pascual cuyo necrológico envié yo al periódico en que más escribía y más hizo por salvar, sin obtener respuesta ni acuse de recibo o sumarias notificaciones al e mail, correos del zar, hombre por favor, en qué país vivimos, pues en España, donde la mala educación impera, tu vecino te retira el saludo, eso sí cuando te mueres el personal se desborda en elogios y cantos epinicios, mira que hay que joderse oye, pues los muy cerdos ni se dieron por aludidos, creo que el jefe de esa cuadrilla de redactores al servicio de (no pongamos sustantivo a este genitivo) redunda en furor asturianista y no es un separatismo en toda la regla pero con todos los parámetros de espíritu cainita que baña España y sus regiones, según mis entendederas detrás de todo este empentón de agravios y de reclamos ab ovo están los de siempre, pues heme aquí yo desvalido en el entierro de mi amigo Perico al que llegué tarde por no decir al humo las velas. El fantasma de Retógenes estaba apareciendo por la puerta. Don Sabino Arana diz que murió de sífilis. Es un ángel exterminador que trisca por nuestros montes blandiendo la bicrucífera, copia exacta de la union jack, que esto tampoco los Aizgorris, los de la caza de brujas, resultan demasiado originales. Y esto no es un cuento chino que yo me invento. Mirad todos para la cruda realidad.

 Aquí estoy yo sin saber por qué ruta tirar, en un empalme de dédalo sin salida y donde todos los viales me parecen iguales, tan desvalido e inerme ante la Niveladora que nos mide a todos bajo el mismo celemín, había acabado yo un texto, lo fotocopié, saqué también un duplicado de la entrevista que le hice en su casa de la Avenida de América y me fui a comer el plato del día al Café Gijón, con mi ampliación de la fotografía en que estamos juntos y los dos lucimos una gravedad misteriosa muy cerca de la melancolía de Cela y yo, él sañudo y yo mirando con enigma de Gioconda para Charo su mujer que es la que tiró la instantánea, bajo el brazo, entré en el célebre figón donde tantos ratos agradables, otros para olvidar, he pasado.

-¿Para comer?

- Sí.

-¿Cuántos?

-Dos.

-Falta otro señor.

-Es convidado de piedra.


Pero el camarero no mostró la menor sorpresa porque tanta gente loca, aburrida o fracasada, pasa por esas mesas desde que se agotó el cupo de genios en este país. El que correspondía. Ya sólo quedan jubilados y algún que otro periodista del montón. Mi idea debió de parecerla original por lo que no objetó demasiado a mi propósito máxime siendo yo persona no bien quista a causa de mis excesos con el alcohol.   Pero debió de pensar hacia sus adentros que estaba como una chota.

-Es que este es mi convite Dapalis. Quiero despedir al Nobel como se merece y como él lo haría. Haciendo un corte de manga a las parcas. Los irlandeses se emborrachan cada vez que se muere un pariente.

-También es verdad pero tampoco abuse usted, don Cneo, que si es de por esas tendríamos que achisparnos todos los días. Toméselo con soda.

-No nos caía un Nobel desde Juan Ramón y aquí la gente se pone de los nervios por menos de nada. A mi un redactor jefe siempre me pedía la crónica de las reacciones. A ver, Parrita, que es lo que ha dicho el Nueva York Times sobre el discurso del 12 de febrero.

Ser español en este caso significa perder un poco el sentido de orientación y dejarse acuciar por la desmedida.

-Pues ni media linea. Ne que si Spiritus Sanctus esse audivimus.  Lo que le dijo san Pablo a los colosenses.

-Pues, entonces, infla el perro[iv] .

-Aquí siempre es 20N. - contesto por hacer un chiste-Pero mi jefe carecía de sentido del humor en asuntos tan coloquiales.

-¿Sabes quien era mi jefe?

-No

-Pues nada menos que Tomás Cerro Garrochano.

-¿Ese?


-Si ese es el que se carteó con Pedro Rocamora a cuenta del Pascual Duarte que dijo que le dio el viaje pues empezó a leerla en el avión de Barcelona y cuando llegó a Madrid acabado el libro no paró de potar toda la noche. Más que por el mareo del avión por las cochinadas que ponía el libro. Era una bellísima persona. Con su cara de perro fiel, inseparable de su whisky y el paquete de Camel allí siempre cerca de los teletipos porque él era muy americano ante los hechos de la existencia y un liberal. Se parecía a Harry Truman un poco.

-Pues los pimpollos del monstruo de Iría Flavia lo ponen verde a don Tomás.

-Cela siempre exagera. Es cosa de buenos escritores exagerar mas a lo que mí respecta diré que Cerro Garrochano fue el mejor jefe que me pudo tocar. ¿Vas a Londres? Sí. Pues cuidado con el puré de guisantes.

-¿Qué era el puré de guisantes?

-La niebla.

Ya veo que el buen pincerna no estaba para muchos coloquios, chocarrerías y efemérides. Acabábamos de entrar en el España del euro.

-Bueno acomodese usted y que le aproveche el vino.

-Media badilada nada más.

-Está usted de muerte.


-Hombre es lo que entra en el menú. Si por mí fuera me bebería toda la bodega que cuajo no me falta. Ya sabes que me apellido Parra y soy hijo de Silvino y todos provenimos de los majuelos de Valtiendas allá por donde el Duero pasa echando leches navegando en ceñida y trazando un arco de ballesta desde Roa a Peñafiel en cuyos médanos crecen nada menos que el tempranillo y el Vega Sicilia.

-Ya veo que te gusta ya por la disertación erudita que me haces.

-Pero no soy enólogo. Todos esos sumilleres y catadores de figones de cinco tenedores y mucho lujo se están cargando nuestros caldos. Lo echan polvos, le ponen motes y le dicen palabras raras. No me toquéis más los cojones. Dejadlo estar. El vino ha de ser casto como la sangre de Cristo. Pero ellos lo han transformado en el de Asunción que ni blanco ni tinto. Y sin color. Es como una reduplicación de la vida nacional.

-Qué cosas dices, chaval. Por lo que veo hoy estás de buen humor.

-El que aguanta gana.


La idea me pareció original cuando medio país se desmadejaba en cantos epinicios hacia su persona o burdos insultos como el de la meiga gallega o xana astur que dijo en su página del periódico de provincias donde escribe y cuyo nombre me resisto a transcribir habida cuenta que a veces no parece un periódico sino un corral de opinantes donde todo el mundo echa su cuarto a espadas, donde hay más jefes que indios y más columnistas que noticias, y donde uno trae una colaboración casi a diario en la que es su fruición hacer entrevistas a fantasmas y a personajes de la historia de la región. Bueno pues la señora se despachó con eructos como el que no quería comentar porque a lo mejor esa misma noche se le aparecía el alma ensabanada del difunto algo hético y con hambre y temía por los huevos duros que hubiera dejado la señora en la nevera. Que es una bonita forma de llamarlo tragaldabas. Se notaba que escribía hecha una furia. ¿Era catador o glotón? Más bien lo segundo. Un fartón. Un gallego aficionado a sus buenas trapalladas y cuchipandas.

 Pero en el fondo era Cela un anacoreta y sus salidas del asceterio estaban marcadas por estas notas de color que alegran la vida de un escritor confinado a su torre de marfil, galeote de sus propios sueños, condenado al rebenque del cómitre, bogando entre la chusma de proa con un remo de papel blanco entre las muñecas, entre argollas y grilletes, que de pronto se convertía en corbacho de la inspiración. Nada podemos hacer sin su jabalina. ¿Muerte dónde está tu aguijón?

Comimos bien el del retrato y yo. Los clientes nos miraban de reojo. Mi ingestión alcohólica fue más moderada de lo habitual. Una media botella. Pero la broma me salió por cuarenta euros. Durante el ágape surrealista que fue la mejor manera que encontré a mano para expresar mi más profundo pésame a la familia del difunto sobre todo a su hijo Camilo y a la viuda Charo. Ya sé que el maestro casó en segundas nupcias pero de “nimis non curat praetor”. Y el banquete de respeto tuvo por marco aquel centro que sería cuartel general de sus arrancadas. El famoso Café hizo inmortal al autor del Retablo de don Cristobita, que logró en tal menester recabar las caricias de la fortuna muy al contrario de otros como Cesar González Ruano, Bartolomé Soler, Pedro de Lorenzo y tantos y tantos otros escritores olvidados cuyo óbito pasó desapercibido y sin tanto tumulto ni predicamento.


Sin embargo, Camilo era mucho Camilo. A él le alcanzó llevar a hombros a don Pío a la Sacramental de san Isidro y a mí me tocó almorzar con su representación a palo seco en una de las mesas bastante incómodas por cierto para mis kilos debajo de las cornucopias del notorio teatro de las musas madrileñas con espalderas de guadamecí, cantadero de todos los urogallos y poetas vagabundos de Madrid, refugio de incomprendidos y aseladero de mastos acorralados de sus propios espolones, de cesantes y de maridos incomprendidos o bataneados por la parienta, zánganos de su colmena cuyo último delito es haber fracasado en el tálamo o en la oficina, qué cosas tiene la historia, leche.  Me dicen que moriste, Camiliño, recitando cuitas de amor y que te llevaste al hospital antesala de tu última morada recado de escribir; esto es despalmar con las botas puestas como también quiero yo morir.


No me lo creo yo eso mucho. Pero, de ser así, todo un ejemplo. ¡Campeón! Con ese gesto sacaba a plaza no sólo mi disconformidad ante la inmoderación y el desenfreno que suscitaron las exequias en todo el país sino que paseaba por el mundo la soledad e inconsistencia que afligen al que intenta vivir de la pluma, condenado a ser novel de por vida, que no Nobel, y eso si es que encuentra un editor que traslade a letras de molde sus descompuestas composiciones. Que para eso hay que tener fortuna y yo aquel día me sentía un poco quizás personaje celiano a vueltas con mi fracaso llevando a cuestas la cruz de la incomprensión viviendo entre ignorantes, asturianos rijosos, como aquel Retógenes con el que salí a hostias[v], periodistas y periodistos zotes acribillado por los recuerdos y manteado por la tolva de mis propios remordimientos. ¿ Verdaderamente soy un escritor? ¿A qué he llegado yo en la vía? No he sido más que un vagabundo que pasa de largo.

Se sentaba a mi lado una anciana de esas de las que se pasan la tarde con un café y una ensaimada por ahorrar calefacción y a mí me pareció que se me había aparecido en cuerpo mortal alguno de los personajes de la Colmena redivivos que acudían sus panzas vacías y el alma juguetona y expansiva pidiendoles mucho burla a fumarse un tagarnina y beberse un mosto sobre los banquetes forrados de velludo rojo con claveteos y mullidos de sinople. Era un conjuro de espectros. Los muertos estaban muy presentes. En un momento de aquella comida surrealista me pareció almorzar con el polstergeist de mi imaginación pues los monstruos hacían corro tras la cena y estaban de tertulia. Una señora gorda me estaba dando con el culo sin emoción, ya para lo que hay que ver. Padecía alzheimer, su mente jugando a espejismo, recordaba a un hermano suyo que había sido húsar y la pobre sólo acertaba a pronunciar frases inconexas:

-Yo fui profesora de piano del zar donde me ve.

-Sí daba clases de piano y de canto a sus hijas.

-¿Y eso? ¿Es usted una aristócrata de San Petesburgo?

-¿Cómo lo ha averiguado?

-A la legua se ve. Usted es una señora muy distinguida.

Llevaba una gargantilla y sus dedos eran largos y finos como la de persona avezada y experimentada a la ejecución pianística. El aspecto pulido y atildado no dejaba ver el alma incoherente y enferma. También se atrofian los recuerdos con el endurecimiento de las venas.


-Pues sí. Soy hija de casa bien. Vinimos a Madrid en el año 17. Me llamó Elizabeth Voronova.

-Mucho gusto.

El arroz con pollo estaba exquisito.

-He conocido dos revoluciones. La de Rusia y la de aquí la del 36. Hemos vivido siempre en la calle del Almirante.

-Uf señora tápese cuando suba esa cuesta y cierrese en casa con veinte candados. Mucho chapeo en lontananza.

Los coroneles de la reserva y los arciprestes de oficio y beneficio empezaban a salir del armario.

-Yo di clases particulares a la hija del zar. Cuando lo del Movimiento nos llamaron por teléfono preguntando por mi padre. Se puso mamá al aparato para decirles a los comunicantes señores de la guerra nosotros somos gente de paz...  La vida da más vueltas que una noria.

-Sí, mi lady, no tiene rigor. Es plena incoherencia.

Yo pensaba en el cipote de Archidona no sé por qué me viniera a las mentes el dios Príapo, pariente pobre de Tanatos. El escándalo que se organizó a cuenta de aquel hecho ocurrido en el patio de butacas de un cine de provincias alegró las pajarillas de nuestra juventud. Entonces la gente parecía gozar mejor del sentido del humor, sin haber tan buenos cuerpos. Hoy se hacen pesas.

-Lo buscaban. Lo pasearon.


-¿Sí? Serían esos rojos hijos de puta que convirtieron a Madrid en un gulag, una isla en el mar tenebroso de las sacas, los golpes secos a la puerta, las timbradas del teléfono. Vistáse. Venga con nosotros. Una ciudad que vivía con el alma en vilo al escuchar pasos en la escalera. ¿Adónde nos lo llevan? Eso se lo pregunte al comisario.

Las cárceles eran un saco sin fondo, el aprisco de tantas almas inocentes donde recalaban antes de ser los cuerpos alineados cara al paredón. Muertos míos, sangre de mi propio torrente, a los que todos parecen haber querido olvidado. Ya nadie les reivindica. Se han olvidado todos los nombres.

Decía la condesa frases inconexas pero por el ardor y al mismo tiempo la serenidad con que contaba aquel trance debió de ser protagonista de alguna de las escenas cuando media población asustada en el Madrid de julio rojo las pasó pegada al auricular. Un campanillazo a media noche podía significar el anticipo de la muerte.  Funcionaban por toda la capital las patrullas del amanecer. La viejecita estaba a lo suyo, el alzheimer le hacía perder el hilo de la coordinación mental pero gracias a su desmemoria se me vinieron al presente escenas del ayer terrible.

-Señores de la guerra nosotros somos gente paz.

Me imagino entonces a un comisario bigotudo de nariz aguileña que hablaba con acento extranjero en la comisura de sus labios un cigarrillo de marca turca. Vistase. Venga con nosotros. Todos los del piquete traían pañuelo rojo al cuello y lucían en la visera el emblema de la estrella de cinco puntas. En los rostros se pintaban la ignorancia y el odio legítimo de las mentes maleables. Al fin y al cabo, la chusma es ganga humana que sirve a los propósitos de la revolución.


 Las manos de la anciana estaban limpias de sangre y rectos los huesos sin la comba de la artritis.  Evoqué al pelotón que vino a buscar al señor en el rellano de aquella escalera de caracol cuyas vueltas se perdían en un laberinto el del odio y el rencor la hiel en las pupilas algo agrandadas a causa de la grifa. Causa general. Los burgueses a la camioneta que cruzaban por la noche por Cibeles con los faros oscurecidos por una pantalla nictálope anti misiles agitando sus motores fantasmales que nunca se apagaban para sofocar los gritos y los llantos de los ajusticiados. Aquellos señores de la guerra nunca podrán ser caudillos de la paz. Me imaginé las manos de aquella anciana cuando era condesa rusa y hacía arpegios sobre el piano de cola en las salas del Palacio de Invierno. Interpretaba sonatas de Chopín y de pronto se expandía por las salas la magia de Tseretsade. Se abrían las tapas del baúl de la imaginación. Los sueños corrían en trompa. La Dolorines de Cela, merdellona amorosa y condescendiente, se juntaba con la cuadrilla de mis héroes y heroínas todo lo leído y acopiado en las dispersas lecturas de los autores rusos. Los estudiantes de Chejov, los viajantes de Gogol,  las barbas de los staretz. Todo absolutamente todo se juntaba en una amalgama onírica. Porque el que acababa de morir no era más que la cúspide del gran bloque de hielo oculto en la Antártida. Kolia se perderá. Ya no me quiere usted, Anastasia Ivanovna. Me suicidaré.

Mi anciana abría los ojos como platos pero no sería nunca capaz de entender. ¿Pero cómo es posible? ¿Qué fue de nuestros sueños? La vida da más vueltas que una noria. Semeja a la danza de la muerte.


-Hay que andarse con tiento, Elizabeth Voronova, ya no hay gente de paz. Nada de acción popular. Acciones bélicas. Los señores de la guerra extienden sus chorreantes dedos rojos por la faz de la tierra. Son como una mano negra. Toda la esfera se rinde ya a sus garras. A ver quien es el majo. Sí, señor. Eso a ver quien es el majo. Puedo afirmar pero no porfiar que Cela fue mi padre literario, mas en esto de las paternidades hay que andarse con cuidado. Todas son putativas.

-Por eso yo me cierro por dentro. Ya me han dicho que Almirante es una calle peligrosa y de mala reputación pero por las noches tranco la puerta y por el día pues aquí estoy en este café viendo pasar la gente.  La vida da más tumbos que una noria y señores de la guerra, nosotros somos gente de paz.

-De poco nos ha servido, señora. Porque aquí han ganado los perdedores.

-Yo estoy aquí tan ricamente tan calentita viendolas venir.  La vida da más vueltas que una noria ya lo creo.

-La vida está como un cencerro, señora baronesa. Estamos sumidos en la incoherencia. Pero a lo mejor con un poco de suerte, salvamos.


Algunos clientes se nos quedaban mirando. A mí, a la vieja, que en algún momento de nuestra conversación me pareció haber saltado hasta el burladero del Café Gijón desde las páginas de Crimen y Castigo, me recordaba las obsesiones del difunto. A muchos les faltó decir a causa de lo compungido de sus jemes lo del te acompaño en el sentimiento pero nadie acertó con aquello de que lo veamos en el cielo pues por las trazas este lugar esta vacío y ya nadie cree en la vida eterna. Un convidado de piedra no obstante inspira bastante respeto y si ese don Juan de Mejía resulta ser un laureado con el Nobel pues no es extraño que a muchos les entrasen deseos de pegar brincos y soltar aquellos versos de yo a los palacios subí y yo a las chozas bajé. El menú eran judías verdes con jamón, bistec con patatas y media botella de la casa, café muy bueno, cuatro mil trescientas. La vida pega más vueltas que una noria. Eso, señora. Por ahí van los tiros. A la rueda de la fortuna no en vano la denominan voltaria tan pronto estás arriba como boca abajo. Y poco contemporizadora con la razón. No hay congruencia en la vida como tampoco lógica en los actos de los hombres. Erifos y Tanatos prorrumpieron en los gemidos de una jarcha.  No eran cantos de plañideras sino bien acompasados suspiros por el que dejó de ser. Por el tono grave y escéptico recordaban las coplas de Jorge Manrique tan insertas en el meollo de la razón o sinrazón española. Verdura de las eras. Polvo del ayer. Y en el motivo guía dando cuerpo a la sinfonía orquestal estaba Dolorines la portuguesa la del bigote compensatorio que era izada sobre el pavés de gloria. Mira que te entronizan, Dolorines. Has dejado de ser maritornes para convertirse en musa y dulcinea de todos nosotros.


La duquesa rusa no sabía quien era el comensal que me acompañaba en aquel ágape Dapalis y si lo sabía no lo podría memorizar. Aquella mujer aquejada de la enfermedad de las neuronas apropiadas y la mente oscurecida por Alzheimer me pareció en tales instantes símbolo de una patria en inferioridad de condiciones que detractaba de todo su glorioso pasado y entregaba sus recuerdos a la pira del holocausto. España quién te engañó para que con tanta facilidad y sin ningún rubor así te entregaras. Elizabeth Voronova no sabía quien era el hombre tan importante que estaba de cuerpo presente ni el objetivo de mi homenaje culinario tan caro pero tan entrañable. Allá en el rincón estaba Alfonso buey suelto bien se lame rey en su trono ni envidioso ni envidiado sabiduría española chapada a la antigua caballero de fina estampa. El cerillero era el personaje más importante de aquella institución.

-No dejes ahí la cartera, niña, que hay rateros descuideros - decía un cincuentón mirando de reojo para Cuneo que iba ya por el postre.

Joder que mal pensada es la gente.  Piensa mal y acertarás. Si me quitan la cartera me ha pasado varias veces una vez dos moros me vaciaron los bolsillos por detrás y otra la cartera un zurrón  inglés que había comprado en Londres y era de cuero repujado y otra libros y la bicicleta no se la llevaron porque estaba bien murada y amarrada al tronco de una acacia.

-¿Es usted autor?

-En esa demanda estuve pero ya no sé ni lo que soy, señora más que un vagabundo sin suerte que a pesar de todo no ha perdido la sonrisa y a todas las horas le quedan ganas de empinar el codo. Los diablos me lleven en volandas pero ando un poco descarrilado por esta vida. Ya sé que somos todos demócratas pero la democracia ha dado buena cuenta de mí.

La rusa con su mono tema estaba dandole vueltas a la misma frase como una parva que nunca acaba de ser trillada en la tarde infinita.

-La vida da más vueltas que una noria. ¿ Es usted escritor?




-En eso anduve pero debo de ser muy malo. Nunca conseguí publicar nada más que algún reportaje o algún artículo cosas de poca monta. La entrevista que le hice a este nombre una mañana de primavera en que parecía que salí de casa a la misma hora en que se había inventado el mundo fue mi tiempo mejor. El de los halagos y las sonrisas. Tenía veintiocho años y una tremenda ilusión por alcanzar la picota de la cucaña pero no he trepado mucho.  Se me agotó el fuelle, pues fumo mucho.  Los ha habido que llegan más lejos. Me derrumbé muy pronto no tuve una novia portuguesa como Cela ni permití esos lujos a las mujeres que amaba a todas las decepcioné me decanté por la bebida mientras a un lado y a otro se cerraban los postigos del gran castillo. Bien ciertamente, he escrito alguna cosa interesante pero por lo común, vaciedades. Uno tiene a los cincuenta años la cara que se merece. Ya se escuchaba el tremendo estampido de los portazos y batacazos de mi vida. Mala suerte.  Parece que tengo la negra. Los aojos del destino pudieron conmigo. Definitivamente fui un golondrino perdido sin suerte y sin rumbo. Acuerdése del niño segoviano que encuentra el escritor en “Judíos, Moros y Cristianos” allá por las navas de Tejadilla a la salida de la ciudad llorando a moco tendido como un Boabdil a vistas del Albaicín. ¿Qué te pasa, hijo? Mucho lloraba el chiquillo y sus motivos no le faltaban. Madre se nos escapó con un cabo del Regular y padre está que bufa y muy desconsolado. Tampoco tiene demasiada importancia, rapaz. No será ni la primera ni la última. Otro lazarillo de Tormes. Temprano empezó la vida a darte cabezonadas pero guiando al puto ciego tú pronto aprenderás.  Estas cosas pasan. El vagabundo trató de consolar al chico afligido en su orfandad, que mataba la tarde jugando al gua y andaba a lagartijas por los canchales del Barrio de San Marcos, y se puso un poco triste al darse cuenta de que sus consuelos no servirían para nada. La mujer es un ser incomprensible y montaraz. Acaba siempre triscando por las trochas más peligrosas.  Se despidió del niño y sentado sobre una piedra miliar del camino contempló por última vez la visión de la ciudad que brindaba un magnifico espectáculo de transatlántico almenado. El espolón del alcázar ponía proa al infinito y la aguja de la catedral era el palo mayor con una popa bien nutrida de hermosos monumentos. ¿La quilla del galeón de la historia qué rumbo andará? El acueducto en los comedios parecía el puente de mando. Se alejó vera del Eresma camino del ventorro de san Pedro Abanto. A la entrada de esta tasca bien se fijó que hay una letrero que dice más vale acá mojarse que enfrente ahogarse. El río pasa a menos de treinta metros sus aguas cabrilleando detrás de los pobos de la ribera y como consuelo a sus tristezas se echó al coleto un jarro de tres cuartillos pero la ruta le esperaba y tuvo que hablar en gallego a los grillos mientras arriba en lo alto de la olma estaban ya encaramadas en su cortijo negro todas las estrellas. Al otro lado de la esfera la luna arremangaba su nariz. Era una luna de enero imponente de vigilias frías y calmas, que parece que alumbra la noche con mucha electricidad. La lechuza vigilante al acecho por ahí y don Camilo con cuerpo y salud suficiente para pasarla al raso se perdió midiendo el horizonte con sus pisadas. Eran tiempos en que se creía un poco en la bondad del hombre y se cantaban canciones para terminar con la guerra. ¿Hace un trago? Venga. Sus pasos sonaron cerca del convento de La Soterraña en Santa María de Nieva cuando ya amanecía. Yo fui mientras mi mente disfrutaban de tales entelequias al excusado del Gran Café a exonerar la vejiga. Es para la único que vale la literatura.  Para poder mear en sitios importantes en urinarios de mármol adosados a la pared recién perfumados y darse pisto de que uno escribe. La vida da más vueltas que una noria y es que la han puesto en manos de un aceñero que está como una cabra. Loco de remate.

-¿Has comido bien?

-Cojonudamente.

El dueño un detalle que no pasó desapercibido abandonó el mostrador para despedirme coño ahora sí que soy un tipo importante.  A uno no viene un fondista a hacerle el paripé todos los días. Estaba tan orgulloso que creo no me cogía un piñón por el culo que el difunto por una rara condición de sus esfínteres era capaz de absorber media palangana de agua tibia por el ano. A don Camilo le habían atraído las barracas de feria donde corría el tren de la bruja que iba atizando a los menudos viajeros que iban montados en él con una escoba y se mostraba a la mujer barbuda y al enano que sexualmente enervado medía dos palmos, más a lo ancho que a lo largo. Su prurito por las deficiencias de la antropología hacía que sus cuentos fuesen tan tremendistas como interesantes. Todos en el fondo sentimos dentro de nosotros saltar a un andarríos y correr a un saltimbanqui.


El nuevo dueño del Café Gijón me cae muy bien. Es mucho más liberal y tolerante que don Pepito el cual riñó con González Ruano el maestro y conmigo debía de ser por una vieja cuenta atrasada yo es que me lié a pegar voces y a despotricar cuando estalló la Guerra del Golfo que bien me acuerdo, menudo escándalo, once años justos que a ti te llevasen en la carroza fúnebre y ahora que lo pienso ese aciago día de san Antón fiesta mayor de los burros perdí yo a uno de mis mejores maestros de literatura inglesa Jack Tressey White que en paz descanse. El amo del café Gijón es trabado de hombros, algo chaparro y mira con ojos que inspiran confianza y valentía. Debe de ser un gran español.   Muy inteligente.  Hay que valer.  Para llegar a regentar un establecimiento como éste se necesita mucho más mollera y mano izquierda que para un ministerio.

 Le di mis más rendidas gracias y todo mi afecto y luego besé la mano al cerillero Alfonso que es todo un señor. Lo reconozco: a veces resulto cargante y mi comportamiento es incorrecto cometí muchos excesos en aquella arca de Noé que sería para el que suscribe muro de lamentos y burladero donde esquivaba los testerazos del eral de mi existencia que tampoco es manco en contrasentidos e intercadencias múltiples. Uno no es una santo pero allí se me aparecieron Erifos y santa Teresita del Niño Jesús todo de un mismo tiemblo y de una sola sentada. Hablé con los doctores de la ley y fueron mis compinches de parrafada un Pedro de Lorenzo, el fiscal Chamorro, Eugenia Serrano, Buero Vallejo, el poeta Rafael Morales el talaverano ningún sonetero mejor en Castilla desde Garcilaso y otra gente importante y de alcurnia cuyos rostros reconozco pero cuyos nombres no acertaré a decir.  Gente de valía que me perdonó y me toleró.


 De repente acudieron a mi mente el tropel de caras unas acusadoras otras con sorna de burla otras interesadas en mi mensaje tan poco característico y tan original. Aquí, Alfonsito, quiero que me quieras. Acabo de celebrar un fuera borda a la gallega. He comido solo como un pontífice, en la compañía de mis recuerdos, mas, yo me entiendo y dios me entiende.

-Vale.

Justo al pie en la acera pasó un haiga mortuorio camino de La Almudena[vi]. Me quité la boina y saludé instintivamente.  Detrás del furgón de respeto bajaban coches ocupados y taxis por gente de alcurnia pero aquel entierro era demasiado hortero para pertenecer a nuestro héroe. Dentro, escoltando a la muerte en su carromato, llevaban un lindo cargamento de vida. Los del duelo con caras de circunstancias muy premiosas me parecieron lebreles que se resisten a la traílla de la jauría y marchan obligados sin muchas ganas de ir al monte, que bien saben lo que en el monte les aguarda. Me pareció que todo el trafico incumbente y ascendente no ponía el morro en dirección de Atocha y de Cibeles sino que enfilaba el camino de la eternidad.

-Aquí has dado algunos sonoros. Escapas con facilidad al garrote vil. Tuviste siempre mucha fortuna.

                                      II


Yo quise convertir al Gijón en templo de mis nueve musas providentes pero se transformó en bebedero y duerno donde hice con frecuencia el canelo y el oso. Lo lamento y pido perdón a mis colegas por las veces que me vieron beodo. Me han aguantado mucho. Y al fin de cuentas todo se termina por pagar.

-Ahora te jodes si no te hacen caso. Soplas y bailas.

-¿Qué fue de mis amores?

-No te quejes. Este era tu tentadero donde cantaba el urogallo cuando todo en tu vida como el de un barco descajonado entró en zozobra. Navegabas con la nave en sumersión cabeceando con virulencia a babor y estribor. Aquí expresaste tus opiniones. En esas mesas fuiste víctima de tus propios golondros y antojos.  Pujaste alto. Diste en nada y ahora un mutis por el foro.

-Cierto que he pegado muchos bandazos.

-Pues eso. Tendrás que subir al carromato. Queronte aguarda.

-Me resisto.

-Tranquilizate.  De momento no. Todavía te queda mucho Baco en la barriga y nada de Venus entre las piernas. Pero no te apures. Son cosas del humano vivir.


-De momento no. De entrada sí. No me hables que me recuerdas al Gran Filipo. Haz lo que te salga de los catalanes. Mira cómo tiemblo. Tú quizás no te acuerdes pero en la cárcel de san Antón donde funcionaban las brigadas del amanecer había fusilados de todos los colores pues somos hijos de muchas leches. Unos cuando oían su nombre por el altavoz del paredón caían de rodillas entonando el Señor Mío  Jesucristo. Otros se iban de vareta no pudiendo controlar los esfínteres pero otros respondían provocadores con un que me la chupen y otras procacidades por el estilo echandole mucho valor. En mi modestia creo que estoy adscrito a este último sector de falangistas retadores que le hacen higas a la muerte.  Ser fusilados era algo risible. Una última gallarda de aquellos putos rojos. El dueño del Café Gijón me salió a despedir hasta la puerta como si fuese un ministro. Nunca me he sentido más orgulloso. Su mirada limpia me recordó ese brío y esa seguridad que infunde siempre la Guardia Civil. Nunca discutí con él como tantas veces me ocurrió con don Pepito el anterior. Una mano misteriosa y sublime me ha sacado de apuros muy gordos. Veces haciendo de rodela veces de señuelo. Es una fuerza misteriosa que me exhuma de los trances peores; reconozco que temerariamente abuso de ella en ocasiones pues tendrá que agotarse alguna vez el filón de mi buena estrella.

-Larga memoria a vosotros, espectros.

-Ya sé que don Pepito al verte se ponía nervioso aunque te llamase buen hombre. La verdad que tienes una lengua nada perezosa capaz de sacarle al más majo de sus casillas.

-Yo estoy muy solo. Sin arrimos. Sin designios. Por eso bebo y cuando me entrego a la bebida no soy responsable de mis actos, doy sonoros, hago el ridículo. Soy casto, nada sicalíptico. Inspiro pena a mis amigos a los que me conocieron en mis buenos tiempos cuando sacaba entrevistas de alcance y me llamaban para cenar a los mejores restaurantes los jefes de gabinete de prensa y los escuadristas del FO.

-El vino me lleva a mis espectros queridos pero con frecuencia se producen desvíos peligrosos y malentendidos que desencadenan fuerzas de aojo, menos siniestras que aburridas.


-Tú no les puedes vencer. ¿Por qué te empecinas en monsergas pasadas de moda o en estrategias bizantinas? A veces me pareces un tipo interesante. otras, decaes a lo bochornoso.

-¿No dicen que estoy loco? Los duelos con vino son menos.

-Así es.

Los oráculos interiores habían soltado el trapo. A un lado los del banco turquí y en el otro, el carmesí y yo entre medias, espíritu de Hamlet atormentado por mis sacerdocios druidas y mis múltiples remordimientos; entonces me convierto yo en una caña azotada por el viento. En tajuelas de velludo yo me solía sentar. Al trasponer la tapia del Cuartel de Buenavista me sentí desolado en el marasmo de una náusea interior sin contemplaciones. Cáspita me parecía ser un gusano que escarbaba debajo de la panza de aquel ciempiés que me acogió pero que nunca llegó a darme los buenos días. En Madrid siempre serás un pasante. Advenedizo. Notas que la ciudad te sonríe sin pertenecerme y se cierra hermética en una amabilidad áspera.


Larga memoria a vosotros héroes del aguanta gana. Hacía guardia en una de las garitas en los cimientos del gran frontispicio del edificio del Banco Central estilóbato de columnas dóricas enormes ventanarios un recluta con su ros recién estrenado muy nuevo y como de coloretes.  Marcial el ademán y la apostura viril como la de un lansquenete  pero me fijé un poquito en las sinuosidades de su pecho esclarecido y esforzado que hacía una inclinación por los bolsillos de la guerrera y no pude menos en reparar que el sorche que estaba de puesto tan tieso él era una mujer. Ellas ahora nos defienden. Todos las marías han cogido su fusil igualdad de derechos al hombro, machete al cinto, y ¡a mí la guardia!

 Un poco más allá donde empieza un pequeño repecho una teniente ponía al hilo a un cabo. A voces cuarteleras. A mí la guardia. A formar.

-Ese mosquetón, soldado.

- A la orden de usía.


Pensé que el espíritu de la colmena o el lenguaje de las maripositas o lo que sea ha acabado con todos nosotros volviendonos zánganos tristes que merodean y bordonean o se sientan melancólicos en los parques. En una cosa acertó el Guerra, a pesar de sus muchísimos dislates y estropicios, en lo de que no nos iba a conocer ni la madre que nos parió. La culpa la tienes tú, melón por contemporizar oye recuerdas el chiste del cheposo y del calvo. ¿Qué llevas en la mochila, jorobado? Tu peine, hijo puta. Ellas con el mosquetón y empuñando las metralletas. Manos arriba. Por el sur nos merendarán los ingleses que están apercibiendo una movida en el Estrecho secundado por los moros y la reconquista de España será para nuestros enemigos un paseo militar. Y luego no nos quejemos, don Federico, que mire este chico. La vida da más vueltas que una noria, galán. Mi vieja llevaba toda la razón. Madrid era un aquelarre de fantasmas, una ciudad vencida y entregada al enemigo. Aquí el que resiste gana pero en qué condiciones mire usted que vamos a perderlo todo. O sea, que de pasantes hemos ascendido todos a resistentes. Madrid me pareció una ciudad habitada por vesivilos, camuñas, quimeras, trasgos, espíritus que se habían desmarcado de las sombras no para meternos el pasmo en las tripas sino para llevarnos la contraria. El hierro quebrantado en la bigornia bajo el peso de los golpes del martillo ya no aguantaba. Era así cuando dieron tierra al pobre don Pío el día de Inocentes del 56 y seguía siendo lo mismo el día de san Antón del 2002. A Cela le tocó llevar a cuestas el féretro de don Pío que pesaba el pobre menos que un pajarito y a mí me tocó honrar su figura en una banquete mortuorio en el café que más amaba, tarea más liviana si se quiere. La comitiva funeraria y los coches de respeto en que iban los del duelo, presencia de un sepelio a la que urbe cosmopolita inmersa en su inercia vital veía pasar con indiferente gesto, dobló Glorieta de Cibeles a la izquierda y trascendida la Puerta de Alcalá enfiló las calles altas que derivan hacia las Ventas del Espíritu Santo, hartas de sol y cansadas de tardes triunfales, acostumbradas al ir y venir de los traperos con sus carromatos y a los maletillas modernos gladiadores del arenarius y de la catasta de la fama, el dinero y el poder, en busca de una oportunidad, para a través del gran puente elevado sobre la M30 desaparecer por las calles de la metrópoli fin de ruta. Dan ganas de emborracharse. Coger una de tantas curdas para hacer higas a la noria desmangallada del destino.



Es absurdo pero será cuestión en estos instantes de no buscar consolación sino en las palabras del apóstol increpando a la niveladora con los evangelios en la mano y el testimonio de los que creen en la resurrección de la carne acerca de su victoria y de su aguijón. La escena la habían presenciado mis ojos muchas veces. La última cuando incineramos al pobre Faustino G. Aller aunque no voy mucho a los entierros la verdad sea dicha porque al igual que Emilio Romero pienso que las defunciones traen cola que la muerte llama a la muerte y cuanto menos mejor. Pero Cela no descansará en la enorme Almudena sino al pie de un crecal en el coquetón y vistoso cementerio de su localidad natal que recuerda a los ingleses donde las tumbas se alzan a la vista del paseante y no se ocultan como en España detrás de enormes tapiales escoltados de cipreses.  Desde su último albergue hasta puede que escuche el chapoteo de los remos de la barca de piedra que aguas arriba del Sar rompen las olas proa a Compostela con los restos a cuestas del cuerpo del apóstol, Herru Sant Yagu, señor Santiago, hijo del trueno valedor de las Españas todo el trayecto desde Jerusalén sin irse a pique milagrosa cosa es que la muerte no es el final. Y desde tu tumba también escucharás el largo pitido cascabelero de los trenes de cercanía que pasan y que te entretenías en contar cuando eras niño. De ahí te quedó tu primera vocación de maquinista de la general como Buster Keaton.  Algún revisor que pase por ahí echará un vistazo para el tejo que hay a la entrada del lugar aparatoso y solemne sin reparar que bajo su sombra tutelar reposan tus huesos. Tuviste una inclinación morbosa hacia los perros abandonados, por los vagabundos sin suerte, y por los esforzados factores de Renfe con su gorra de plato. Como la de estos abnegados servidores del bien público tenías un alma viadora, solitaria y funcional que es como llevar para siempre un marcapasos del camino, una brújula y un compás. Naciste orilla de la estación de Iría Flavia escuchando pasar trenes que lanzan penachos de humo y prorrumpen en un largo pitido lastimero y lúgubre, que recordaba el lenguaje cadencioso de las meigas, antes de penetrar en el túnel de abantos. Dentro iban sentadas “muyeres” con una cesta y paganos fumandose un puro en sus mejores galas. Como para ira a la función de A rapa das Bestas o a Romería de san Benitiño. Esta pasión por los soldaditos de plomo y por los mercancías es de las que dejan huella. Marcan toda una vida. E influirían lo más seguro en el pergeño de sus mejores cuentos de posguerra cuando media España se la pasó a bordo de un tren de tercera con las maleta al hombro bien cerradas con atillos. El Mixto de Algeciras, el Correo de Andalucía o el de Santander formaron parte de nuestras vidas. Todos los que iban para el norte hacían escala en Venta de Baños. En Reinosa cambiar máquina. Detrás de los cristales amanecía y hacía fresquete y ya casi nos olvidábamos de Madrid que habíamos dejado al caer la tarde. Estamos en la Montaña. En la tierra de Pereda, de don Fermín de Pas o de Rosalía de Castro y los que pasábamos la raya de Francia siempre quedábamos sorprendido por la limpieza y ganas de vivir que te metía entre pecho y espalda San Sebastián pongamos por caso. En Aguilar de Campó siempre subía alguna campurriana o algún militar que hacía el servicio en África. Pasa un vendedor pregonando a las ricas mantecadas y de repente suena un bofetón dentro de uno de los compartimentos.

-Oiga tío guarro no se propase. Aunque pobre una es decente.

-Señora buscaba el mechero.

-Ya. Pues lo debe de tener muy hondo en los forros del bolsillo de la chaqueta. La próxima vez le vaya a hurgar en el culo a su puta madre.


-Yo me bajo ¿Qué gritos estentóreos son eso?

-Es que hay cada uno.

-Como no hay respeto pues eso.

-No sé adónde vamos a parar.

-Yo sí que lo sé. Al catre. Ese quería meterle los pollos en el corral a doña Marcelina y ella sin enterarse. Vamos que se la llevaba al huerto.

-O al cuartelillo de la Guardia Civil que es donde verdaderamente tenían que estar los sinvergüenzas que viajan en los trenes sólo para darse el lote.

En aquellos viajes en ferrocarril los trancos no eran cómodos pero sí entrañables.  Antes de estallar lo que llaman ahora el movimiento globalizado (puro meneo) en un convoy de aquellos con plataforma podía pasar de todo. Se sellaban amistades cuyos entrañables lazos duraban toda la vida. Nacían niños. Se compartían bocadillos de tortilla, tarterillas con tajadas del marranillo de la matanza, la bota de vino que no faltara. Iba la guardia  civil y algunas veces hasta los de la Secreta. También se cantaban aires regionales y algunos contaban como siempre historias de la guerra. No faltaban los recién casados en viaje de novios a ver en mar. Aquellos barcos de madera cuando aun no se había aprobado por el congreso la ley de divorcio escucharon promesas de amor eterno.

-¿Me quieres, Emerenciana?

-Pues claro que te quiero, tonto

-¿Toda la vida, Meren?

-Toda, toíta, Sinforoso.

-Pues vale.


-Sí , vale.

-Venga.

-Venga,

Aunque en todo caso los vagones de un mixto siempre incitaban al amor aunque fuese sin pasar por la vicaría e incluso al nefando, bardajes y buharros se buscaban con la mirada y luego hacían cochinadas en los wc que el país no por menos de reprimido dejaba de dar gusto a los cuerpos cuando se podía y los sacomanos llegaban sin contemplaciones.

-Oiga aparte sus dedazos de donde los tiene metidos o llamo a revisión que no soy una monja de clausura sino un agente del servicio del contraespionaje en desguisa.

-Coñón y yo que pensaba que era sor Conce.

-Ataquines quince minutos de parada.


Los gritos, el paisaje, las consignas, las mujeres gordas y los curas que viajaban acompañados de su ama, el breviario y una cesta de huevos, el olor y el pelaje habían cambiado con respecto a los tiempos de las Doloras de Campoamor o cuando los viajes Campomanes-la Corte se hacían en 48 horas con paradas fijas en el pueblo antes mencionado, Mansilla de las Mulas y en el Puerto Pajares. Por ejemplo, en Medina del Campo siempre me bajaba a comprar tabaco y poco antes de esa estación me entusiasmaba la visión de Arévalo con las torres de sus siete iglesias mozárabes, una por cada uno de sus linajes(Verdugos, Tapias, Briceños, Montalvos, Velascos, Serranos, Barahonas), contempladas desde el compartimento de mi tren descendente sobre un alcor.  Una villa de atalayas entusiasmadas y adarves con alma que parecía que rezaba vigilante entre los chopos que montan guardia en la vaguada del Adaja. Soñaba con una vida en calma. Un oficio seguro como profesor de instituto.

Las tardes podía dedicarlas a escribir. sin contratiempos y en paz pero iban a suceder cosas que nunca hubiera yo sido capaz de prever y en lugar de profesor de lenguas vivas y muertas acabaría de colporteur o vendedor de libros de lance teniendo que vender mis obras los días martes a precio de papel viejo en el mercadillo chico. Son cosas del destino que desafina la partitura. Nos sorprende con sus badajos y toques de atención. Sus movidas incomprensibles. Así y todo, la vieja ciudad  en éxtasis sobre un cotarro la sierra de Gredos y la de Guadarrama a sus espaldas el aire puro y los espacios infinitos de la Ucrania española, las Morañas, la del trigo sin argaña, las mejores segadas de España, siempre que pasaba por ella me parecía abrir nuevos horizontes. Era un símbolo inspirado de Castilla la gentil rebosante de armonía en su silencio. Amo a España yo también por encima de todas las cosas.


 La vocación por las letras es algo que resulta incomprensible para aquellos que alguna vez no hayan sentido su aguijón. Semeja a un kilométrico de largo recorrido que te entrega cualquier día el buen Dios disfrazado de peajero de Renfe tras la ventanilla de una lejana estación comarcana perdida en el mapa de carreteras: Iría Flavia, Mondoñedo, Peñaranda de Bracamonte.  Hay que hacer muchos transbordos. Luego vas poniendo nombres y estampillas en el billete con el matasellos que se te antoje. Un buen literato tiene que parecerse a un revisor de ferrocarriles. Andar con soltura sin caerse en los vaivenes del carruaje con un ojo siempre alerta a los que van en la batea. Ahuyentar polizontes y desarmar embelecos.

 En ocasiones conviene vista gorda. Se puede viajar en el expreso o en el tren botijo y la mano cerca de la palanca de seguridad para detener la máquina a tiempo.  Y aun así no se pueden evitar descarrilamientos. Te pusieron en la mano un billete en blanco para dirigirte adonde quisieses y así te pateaste el mundo. La vida es una continua periégesis a través de los cuatro elementos (tierra, fuego, agua, aire) y tus tres funciones fisiológicas de las que no se escapan ni los santos: comer, caminar y cagarlo. A veces la inspiración no es cuestión de las nueve musas sino el trabajo de una buena digestión que muta en sangre o en tinta mejor dicho nuestros enjundias perceptivas. He llegado a la conclusión de que los grandes escritores transforman en sueños todo cuanto tocan.


 Lo que estampan en sus cartillas nunca mueren. Mientras ellos se desciñen, se desentienden, renuncian, desaparecen y se despiden para siempre con un ahí queda eso. Sus creaciones gozan así de vida propia. Hasta son capaces de mirarnos de soslayo. Verdaderos prometeos encadenados a la letra muerta que hablan un idioma eterno desde las páginas de sus libros que son el lado inmortal y sublime del ser humano. Son los héroes siempre de la palabra. Aquella tarde llegué a casa triste pero sereno. En paz conmigo mismo. Coloqué el retrato del autor en la pared de la cripta donde produzco que es lugar de trabajo, fumadero, reclinatorio de mis sueños, punto de fuga para mis ardimientos ascéticos. Es una cárcel dulce en la que yago prisionero de mis afanes literarios rodeado de fotografías y semblantes de Cristo. En uno de los contadores luce siempre la luz de un pebetero y como soy acreedor de familia numerosa aquí escondo mis alcancías, me lamo las heridas y hay un ángel de la guarda que me mima y consigue que todas las noches llegue a casa, que no es poco.

 Los hijos bajan a pedirme euros pero mi mujer no viene nunca al cuchitril. Dice que es una leonera pero este lugar tiene un nombre romano: latíbulum y es baluarte contra todos los desconsuelos. Los que sepan algo de estaurología[vii] entenderán la razón por la cual el hombre, artesano de su propio cieno y fruto de la codicia que rezuman todas las salsas de los vicios, al dar el salto de la conversión a Jesús, no obtiene de su predicado sino oprobios, desconsideraciones, padecimientos. Uno no se ha bautizado para triunfar en la vida o para dominar a los demás ni para que lo respeten y lo adoren sino para ser escupido, incomprendido, apaleado, derrotado.


 Al contario de los judíos,  a nosotros no es que nos desplazca el éxito sino que lo consideramos meramente sospechoso. En parte no somos equilibrados ni razonables. Nos tachan la túnica púrpura pero eso ya lo hicieron con el Hijo del Hombre. El Islam, más contemporizador con las humanas pretensiones, surgió precisamente del escándalo de la cruz que es una religión de hechura divina y que a veces está reñida con la inteligencia de las cosas y con los pensamientos y miras humanoides. En parte tengo sumido que Cristo existió y es el Mesías no sólo por la fe sino por mi experiencia personal. Yo lo encontrado entre los libros. Su mirada indulgente y misericordiosa me ha sorprendido a la luz de las velas de los iconos o enredadas entre las notas sencillas pero sublimes de una antífona. Las canciones en inglés van por otro lado y también me parecen sospechosas. Mi maestro entabló una pelea rotunda contra el demonio que no está loco, que disimula su vesania bajo una capa de tolerancia a las buenas formas y que sabe estar en el mundo pues es el rey de él.

 O si no, aquí está mi testimonio escondido en lo más profundo de mi hura literaria, bodega excelsa donde guardo un vino que no emborracha pues lo cataron los ángeles y gracias al mismo, que es a su vez sangre de Cristo he conseguido percepciones del infinito tras mis esfuerzas por alcanzar lo absoluto a través de los sentidos.

-Papá ese eres tú y Cela.

-Sí, hija.

-¡Qué joven se te ve! ¡ Cómo mola no!

El mundo sigue girando sobre sus goznes.

-Era un amigo, Cristi.

-Pues yo llevé esa foto con el libro que tienes dedicado al instituto y la profesora no se lo podía creer. Decía que era un truco.

-Es claro y evidente lo que pone el epígrafe si la caligrafía no engaña porque él no escribía alemán ni en escritura masorética. Dos de abril de 1972. Y abajo una firma que Cela no tenía letranganos ni hacía deles mortíferos sino que escribía con transparente ortografía. Han pasado treinta años y parece que fue ayer. 


No es que fuese un santo ni que hubiese hablado en el vientre de su madre como el Bautista o el propio Mahoma pero se nos ha ido en olor de multitudes. Su entierro ha constituido todo un acontecimiento nacional. En aquel campo santo de las Rías Bajas donde se alza un airoso cruceiro descansa ya el sueño eterno en medio del respeto, la aclamación popular y el sentimiento de los que verdaderamente lo querían sobre todo su hijo Camilo, extrañado de su presencia por una de esos encartes de la suerte, algún malentendido. Su viuda no derramó una sola lágrima.




 Este duelo dividido anticipaba ya la guerra por la herencia que se acaba de declarar. Cela sigue ganando batallas después de muerto y dividiendo a las dos Españas. Hasta en sus exequias ha armado el taco. El antiguo maletilla ha puesto la plaza boca abajo. No pudo ser más cristiano su entierro oficiado por un fraile menor que debía de ser medio pariente.  Portaba consigo un escapulario de la Virgen del Carmen, aunque no faltarán los que lo descalifiquen por hereje.  Al pasar por Arenas de San Pedro le puso una vela a la Virgen de la Chilla, patrona de malmaridadas.  El abrazo que el franciscano deparó al hijo ante la aparente frialdad de Marina Castaño que miraba hacia otra parte para mí fue un signo de que se abrían hostilidades entre los albaceas. Cela nunca supuso que a su muerte (“me ponen entre cuatro cirios cualquier día de estos y me cantan el gorigori”) pudiera haber tanto desmelenamiento. Años atrás le habían llamado de todo. Desde hereje hasta más feo que un murciélago con dolor de muelas. Y no es que se dedicase a patear sacristías ni a hacer peregrinaciones con dolor de agnición y atrición por sus pecados, salvo la escapada que hizo a Jerusalén al muro de los lamentos. Sólo asistía a los besamanos regios pero en el fondo seguía siendo una especie de marqués de Bradomín, feo, católico, sentimental, que nunca renunció a la fe de su estirpe a despecho de sus alardes volterianos. Se bautizó, tomó la primera comunión y fue confirmado, se casó y descasó dos veces como Dios manda por la Iglesia. Un antepasado suyo, guardián del convento del Sacromonte de Sión en Tierra Santa murió mártir de la fe aunque explicara con cierto humor que más que mártir fue confesor. Cuando un turco le pidió que abjurara del crucifijo él contestó de mala manera y en gallego que no le daba la gana. Lo tiraron desde lo alto de la Torre Antonia camino de Damasco y, como los infieles insistiesen en su renuncia, el moribundo dijo en castellano que no le salía de los cojones. A cuenta del escandalo que se preparó con motivo de la imagen de la Santina que puso en pie de guerra a los asturianos en parte tuvieron la culpa de tales desaguisados ciertos mentecatos que no supieron entender su guasa. El sentido del humor de los gallegos no se parece en nada al de los ovetenses. El arzobispo de Oviedo blandió el báculo amenazante contra el lenguaraz fraseólogo que había dicho de la Virgen de Covadonga que si es pequeñina y galana pues que se joda. Allá fueron ellas. Correlativamente, a Díaz Merchán, Cela no le caía del todo bien por haber puesto a monseñor Tarancón de vuelta y media llamandole obispillo y no sé cuantas cosas. Esto no le sentó muy bien, lo del “taranconazo”, puesto que Cela, que nunca ha sido muy clerical que digamos y en toda su obra arguye de pecado de hipocresía a los sacristanes y a ciertos curas, por aquellas calendas no sabía hacia qué lado de la balanza inclinarse, y también fueron notorios sus chicoleos con un ex mosén por nombre Xirininac[viii] que en el senado defendía el matrimonio de homosexuales, le valieron ciertos sambenitos de la curia. En Oviedo siempre oí decir que era un grosero. Fue declarado persona non grata en el Principado y el arzobispo poco menos que lo descomulgó. Sin embargo, Cela tenía una madre y una tía que eran de comunión diaria. Hizo que su hijo fuera a un colegio de franciscanos de Palma de Mallorca. En esta controversia de la patrona de Asturias hubo malentendidos y notables prejuicios a cargo de los intolerantes de siempre aunque la sangre no llegó al río. Por cosa más leve, unos versos en una servilleta, metieron preso en San Marcos de León a Francisco de Quevedo. Y en aquella hora el espectro de Retógenes emergió a la superficie. A todos se nos apareció aquel terrible redactor jefe. En resolución, Cela que había nacido en los campos de la estrella y era medio pariente lejano de san Pedro Mezoncio el compositor de la Salve Regina no podía ser otra cosa que jacobeo, de raíces marianas y compostelano, aunque de últimas fuese poco a misa y sus antiguas devociones piadosas las tuviese arrinconadas. Era un hombre en ruta que escribió sus mejores textos a la vera del camino. Se pateó media península - ya anotamos arriba lo del Kilométrico y su espíritu corporativo de hijo de ferroviario siempre listo para echarse la mochila o la maleta sobre los lomos- armado de su bordón de romero alborozado ante el espectáculo de la vida y de una naturaleza que describe con acierto y precisión poética, como nadie, en su cuaderno de campo. Entonces llevaba una barba vellida y poblada, la primera barba consectaria del país. Después cuando todos comenzaron a dejarsela él se la afeitó. Era bastante suelto de lengua y colocaba la suerte de banderillas con precisión. Sus rehiletes contra esto y aquello eran mortíferos. Algunos a los que se los clavó se resienten todavía del escozor. De esa manera contestaba a las envidias. Los otros lo condenaron a banderillas negras. Sus detractores primero se rasgaban las vestiduras y luego prestos a embestir lo amurcaban pero él no se lo tomaba por la tremenda. Contestaba con un habitual: Pchs. Ya se les pasará.

-La Virgen de Covadonga yé de Cangas de Onís. Piquiñina y galana.

-Pues que se joda.

-¡Qué blasfemias son esas, don Camilo!

-Hombre tampoco es para ponerse así. No es más que un decir.  Un cantar. Como me voy a meter yo con Dios y con la Virgen.

Las comuniones apostólicas brotaron por las Cinco Villas y en algunos burgos se escuchó el canto del ijujú. Por los valles sonó el tambor del Bruch que emite llamadas lúgubres como el tantán.

-Eso no me lo dirá usted a la cara, tío ceborro.

-Pero, señora, que me esta vd.tomando ad pedem literae. No saquemos las cosas de quicio.

-Sus propios pedos se los huela a sí mismo y áteme esa mosca por el rabo.

 

-No es más que un tropo, un retruécano literario. ¿Me entiende?

No lo entendían ni lo querían entender. Seguían murmurando:


-Ya está ese malhablado haciendo el burro.

Él se encogía del hombre, decía pst y acabó por meterse a España en el bolsillo. Era un comunicador nato. Llegaba a la gente. sobre todo, Castilla, la que él tanto amaba y que a pesar de todos sus pesares lo supo entender. Su Galicia natal le fue indiferente. Asturias envidiosa y rijosa le volvió la espalda. Andalucía, con esto de que allí son todos moros, no entendía tampoco su humor. Únicamente, en este desconcierto de las autonomías Castilla la Vieja, la Alcarria, la de judíos, moros y cristianos, le fue leal.

Lo llamaron de todo. Cela, que pensaba que el mayor invento de la humanidad no es la rueda sino el péndulo, con buen criterio, se abstuvo de trasmontar la linde de Pajares durante algún tiempo. Gato escaldado cuando pasaba por Zaragoza y como acto de reparación se detenía unos minutos a besar el Pilar. Eran cosas de Cela mas a costa de ello a bastante gente, incluso ilustre, se les vio debajo de la chistera asomar la montera picona y el garrote montaraz que enfundaban en su traje de ejecutivo. Era un gallego fino capaz de tractar la musicalidad del castellano. Además, tenía muy buena o memoria o era muy trabajador puesto que laboraba bastante los textos.

-Cuando yo era mozo - le oí responder en aquella entrevista del 72 - no se me olvida en mi viaje a la Alcarria en una posada cerca de las Tetas de Viana tuve una novia portuguesa por mal nombre Dolorines. Poseía algo de bigote pero compensaba.

- ¿Se daba bien eh?


- Hombre, se hacía lo que se podía. Yo nunca tuve fama de atleta sexual pero más importantes que sus besos eran los bocadillos que me alargaba de extranjis de chorizo en aceite, las judías estofadas que me zampé bajo cuerda.

-Sí, sí, don Camilo, que más cornada da el hambre.

-¡A mí me lo iba a decir usted!

Hablamos de amores pero pronto me hice cargo que pese a la fama que se le atribuí de putero y de sátiro (era el comodín de todos los de su generación) en el fondo tenía alma de poeta putañero. Las mujeres le interesaban poco y todos sus personajes femeninos no son sino episódicos. Era tierno y sentimental con su cara alargada de interventor de hacienda, profesor de la Facultad de Veterinaria o de prior de teatinos y en verdad su paciencia era de benedictino. Nunca se engreía y expresión viva de la llaneza coruñesa, que llaman ferrete, humor de las Rías Bajas, sabía conectar con el pueblo e interesar a la gente.  De ahí su enorme popularidad. Muy pocos autores en lengua castellana la han gozado. Llegó a convertirse en un verdadero fenómeno sociológico. Un acontecimiento de masas. Se necesita mucho ángel para conseguir lo que él hizo. No solamente llegó a ser célebre. También estuvo metido en el mundillo de los famosos. Salió bien aquella entrevista.





 No me dieron el Nobel pero gané una corresponsalía en Londres como ya he dicho o trataré de explicar más abajo. Mi bagaje era bueno. Yo acudía al encuentro hechos bien mis deberes. Si él se había pateado media Castilla la Vieja yo había transitado con fruición por la mayor parte de sus libros de viaje y por las páginas de sus novelas mayores. La literatura no solo libera sino que es un billete de avión o un kilométrico volviendo acaso de aquella aventura que se empezara escuchando pasar trenes en la casa de un guardagujas de Padrón. Mediante la imaginación se recorre el mundo con mejor pertinacia que con las agencias de viaje. Las mejores vueltas al mundo son las que se realizan a través de las islas, penínsulas, mares, océanos y continentes de una gran biblioteca y Cela en mi vida ha hecho a mis ocasiones de hilo conductor de muchas cosas. De espolique, ojeador, telonero, apuntador y cicerone. Sus páginas siempre acababan por levantarme el ánimo cuando estaba triste o han mitigado mis desesperaciones. Cela es uno de esos maestros que te ayudan a reírte y en algunos casos a ser mejor. A mirar la vida con  una sonrisa de inteligencia y desasimiento de la visceralidad ambiente.  No es un alma mórbida y tenebrosa. El agua y la letra, clara, aunque sus sudores le costara esa rara facilidad que despalma en todos sus libros. Es un sello privativo tan solo de los grandes genios de las bellas letras. Conocía toda su obra. Empecé a leerla en el seminario de Comillas cuando me destinaron al pelotón de los torpes. Allí empezó la corona de espinas de mis rebeldías y tuve la suerte de pasarme dos tardes deliciosas en los acantilados detrás del Campo del Stella Maris escuchando el batir de la marea contra el rompiente de las rocas,  mientras mi imaginación volaba hacia tierras interiores donde se desarrolla la acción del Pascual Duarte.  Aquella historia que tanto impresionara mi  sensibilidad aun terne - es un libro profundo escrito también por un adolescente- fue el toque de varas de mi vocación por la letra impresa. Los jesuitas la tenían puesta en el “infierno[ix]” pero otro que se llamaba Bedoya que era de Potes y yo nos hicimos con un ejemplar. El maestrillo que nos vigilaba decía que nos escondíamos entre las peñas para leer cosas sucias y luego hacer porquerías mirando al mar. El tremendismo de aquella historia me ayudó a descubrir un mundo nuevo. Como era en realidad no el ideal que intentaban meternos por los ojos en el tirocinio. Disgresiones a un lado, no sé pero congeniamos. El encuentro se produjo una mañana alegre y luminosa de abril, de esas que sólo puede conceder Madrid cuando no le da por zamarrear aguarraditas[x]. Abajo se veían los desmontes de Clara del Rey. Algunas acacias de las aceras lucían las galas de su verde polisón. Conectamos desde el principio. Cuestión de ósmosis o por una de esas transmutaciones querenciosas hacia la palabra. El anfitrión me empezó diciendo[xi] que prefería el idioma de Quevedo al del BOE y que  él consideraba al castellano su herramienta de trabajo. ¿Cómo adquirió esa fuerza verbal de sus expresiones mariposeando por los diccionarios o empapándose de la vida? Las dos cosas. ¿Conoció la briba y el vagabundaje? Hombre un poco. ¿Y las pasó canutas? No las pasé canutas sino putas, hijo. Dolorines tal vez no fuese tan sólo más que un comodín y el sexo algo episodio, como un sarampión virulento que siempre hay que pasar, alcabala de viento de la naturaleza, y que conviene contar como pasando de largo. Con contento pero sin mucho entretenimiento ni excesivos regodeos. “Que a mí me gusta lo pecaminoso, nunca lo morboso. ¿Estamos?”.  Sí, don Camilo.  Estaba delante de mí un Cela de 56 años algo metido en carnes. Salió a recibirme en traje con una camisa blanca y una corbata de torero. Su elegancia, su puntualidad y su cortesía siempre seguía siendo británica aunque un poco pasada por la plaza de Cascorro. Se tomaba las cosas muy en serio. Los escritores- forma parte de los gajes y manías del oficio- gozamos de un cierto grado de penetración que nos hace ver con un simple golpe de vista la realidad por de dentro. Dios me libre pobre de mí de colocarme a la altura del gigante pero escritor aprendiz me considero. Es lo único que sé hacer y juntar palabras fue mi oficio aunque tanta solercia  y contundencia de sus renglones seguidos como despliega él no me fue dado por los dioses. Para tal encomienda lo único que ha falta es grandes caderas y mucho culo. Hay que sentarse y no moverse del siento las cinco o las seis horas de oficina. ¿Y si no sale nada, don Camilo? Hombre, algo saldrá. ¿Codos o inspiración? Codos y agallas es lo que nunca le sobra a un escritor. En esa demanda brego desde la mayor parte de los once lustros y medio que tengo. Además, a ambos nos gustó la juerga de pequeños. Eso sí. Cruzamos la ciénaga de refilón y sin empaparnos mucho que en esto de la golfería también hay su parte alícuota de toreo de salón. Usted y yo, Arije,[xii] me parece que somos de buena casta. ¿No lo dirá por los cuernos, don Camilo? Eso nunca depende de nosotros. Más bien de algún cabrón que nos ponga los medrones cuando menos haga falta. Pero sabe usted los hombres no llevamos la honra en los cataplines, sino en la cabeza mayormente. Pongalo. Pongalo eso, Arije. Esto no puede quedar del todo mal. No me atreví a transcribir sus frases en aquellos tiempos. Camilo era el único que tenía bula para soltar tacos en los reportajes o cuando salía por televisión. Hablaba de la misma manera que escribía y daba la hora el escucharle aunque sus detractores alegan que era un acodo.  Que se repetía a sí mismo. No, señores, el ingenio nunca duplica ni regüelda como la cebolla. Eso sí era algo manierista. Había acogido al idioma el tranquillo que es lo más difícil de coger cuando se acomete la escritura de una novela.

-El que escribe siempre tiene una forma particular de ser golfo o de entregarse a la bebida. Es como si estuviésemos vacunados contra el sarnazo o la cigorris.

-Habrá casos, don Camilo. Edgar Alan Poe murió de delírium tremens.

-Era porque fue algo maricón.

En aquel tiempo decía pestes de los americanos. Por ser la moda y a algunos rusos como Dostoievski, su maestro, por las nubes pero siempre afirmó, y tenía buen ojo, que Solzhenitsyn era un trágala y no anduvo muy equivocado.

-¿La literatura salva?

-Sólo a los diletantes. Yo no la veo como un compromiso sino como una afición que yo he transformado en profesión.

-¿Por qué se fue a vivir a Palma de Mallorca?[xiii]

-Porque quería ser escritor.  Y porque me dio la gana, jo.


Su piso de Madrid me pareció de una austeridad glacial que sólo he encontrado en la casa de algún judío que fui a visitar a lo largo de mi vida. Ellos tienen escasa inclinación a la ostentación y viven pobremente.  Debe de ser por esa tendencia del pueblo elegido a la iluminación y al desasimiento interior de su condición mística que les hace vivir con la maleta en la mano. También rompía los esquemas de la tacañería proverbial de alguno de sus colegas, por ejemplo, Dámaso Alonso. Evitaba la familiaridad y en todo momento guardaba una urbanidad natural que revelaba su condición británica. Casi no parecía español.  El que no hubiera libros a la vista me pareció extraño detalle poco habitual en él que al igual que todos esos “pobres iluminados”- allí donde está tu corazón se encuentra tu boca- adolecen de esa extraña volubilidad de acaparar papel y aquejados de ese morbo de la grafomanía del que se quejaba Ivan Bunin se sienten ávidos de conocimiento y todo lo guardan. CJC amaba los libros que fueron un problema de espacio en todas sus moradas que tuvo en esta tierra. Hombre disciplinado y cabal no tiraba ni una reseña. Generoso para el dinero y la amistad -Américo Castro, Ramón J. Sender y Pepe García Nieto fueron huéspedes habituales de su residencia en Palma- era avariento y tacaño de sus libros. Sólo gracias a ese espíritu ahorrador se ha podido establecer la Fundación de Iría Flavia que cuenta con más e cuarenta mil cuerpos. También pudo ser que Cela considerara este domicilio de Madrid un lugar de paso o que el apartamento estuviese recién comprado. Tenía por costumbre primero colocar la biblioteca y después amueblar el sitio. Al término de la entrevista Charo que zarceaba por allí y de vez en cuando abría la puerta del comedor con su rostro afilado de dama de gran belleza y muy señora, creo que se parecía algo a Imperio Argentina, un combinado de ginebra y anís del mono con agua de sel y aloje.

-Beba usted, Arije, le va a hacer falta. El vino ayuda a sobrellevar las cargas de la vida. Hasta puede que sea un elixir y un bálsamo con el que se lamen las heridas los que escriben. Oficio arduo y ventura te dé Dios, hijo, que el saber no te hace falta.


-Eso es de la Celestina, don Camilo.

El brebaje estaba rico y entonó mis agarrotados nervios porque para mí estar ante Cela significaba tanto como hallarme ante la presencia del dios Zeus y Olímpico y generoso era en sus modales. Él percibía esta turbación mía ante su augusta presencia y hasta se dignó darme algunos consejos:

-Para escribir hace falta mucha paciencia y bastante culo. A mí de estar sentado me salen granos en la rabadilla y tengo que ponerme debajo de las posaderas la cámara de la rueda de mi seiscientos.

Tenía uno de estos utilitarios, símbolo de la España del Desarrollo, verde  botella al que le gustaba meter caña habiéndose convertido en el terror de los guardias  urbanos de Palma. Decían que era un peligro público y lo vendió. Tiempo adelante prefería no ponerse al volante y ser conducido por una rutilante choferesa.

-Brindo por usted y a su salud y a la de los suyos. Que algún día le den el premio Nobel.

-Yo no creo en los premios literarios.


Y era cierto pero aquel brindis fue una especie de corazonada que tuve. Con todo en aquella ocasión me dio la impresión de estar delante de un ser desvalido, humilde y genial al mismo tiempo que necesitaba la presencia de una mujer fuerte. Charo cumplía esa función desempeñando el cargo de su ama de llaves, su consultora y su secretaria. Detrás de un hombre grande siempre hay una mujer y Rosario Conde, compañera de fatigas, peregrinaciones y persecuciones, jugaba ese papel.  Por eso nunca comprendía al segundo Cela pero la vida tiene estos equívocos y paradojas. Secretos que nunca serán desvelados y uno en cualquier caso se funda tan sólo en las apariencias. Sí. Camiliño era un ser desvalido, un niño grande que tenía que esconder sus sentimientos detrás de una faz adusta de notario de número, adarve dorado, que cuadraba poco con su interioridad problemática e indefensa de escritor que se disciplinaba cada mañana ante el flagelo de la página en blanco y escribía tres horas seguidas sin levantarse aunque no acudiese una sola idea a los puntos de su cálamo. Se le quedaron gafos los dedos de empuñar la pluma. Los libros lo eran todo. Por eso los echaba yo en falta aquella mañana. Para Cela había libros herramientas de trabajo. Libros de consulta. Y de solaz. Por insignificantes que fueran no se deshacía de ninguno. Y quizás por eso sin estos fornidos guardaespaldas intelectuales por los armarios me dio la impresión de desvalimiento. Casi como un niño al que mimaron sus tías con mucho afecto. Y tenía que cobijar su alma poética y estremecida bajo la apariencia de aquel coselete adusto que le ponía a cobro de sus dudas, sus morriñas, sus inseguridades, como cada cual.

-Conviene de vez en cuando poner cara de poker.

-Ya.

No le vi tutear a nadie más que a Pepín García Nieto. A todo el mundo trataba de usted. A mí me dijo.

-¿Y usted cómo anda de novia?

-Estoy casado, don Camilo y en vías de separación con una inglesa. Tengo una niña. Me acuerdo mucho della.

-¿Hombre y eso es irreversible?



Hice cuanto estuvo de mi mano para que aquella separación no fuera eterna. Los dioses pensaban otra cosa.  El escritor (los novelistas de tanto vagar por los adentros del espíritu consiguen  leer los pensamientos, poseen el don de introspección de las conciencias) buen samaritano trató de quitar hierro a mi inquietud puesto que intuía que no hay cosa mayor en la tierra que amor de un hombre hacia la mujer. ¿Fue esto por lo que abandonando a su legítima se marchó a vivir con Dolorines la portuguesa reencarnada en esa  gallega con pinta de empollona de Filosofía y Letras o ser la chica que lee el parte meteorológico al final de los telediarios? Cuando menos aquel artículo que escribí alborozado y entusiasta en la casa de mis padres en Clara del Rey sirvió para que yo regresa a Londres y pudiera intentar la reconstrucción familiar. Ya era demasiado tarde. La vida da más vueltas que una noria como diría la vieja condesa rusa con Alzheimer que me habló misteriosamente como si fuera un espíritu del bosque de la literatura o una de las parcas en el café Gijón el día precisamente de su funeral. Sin embargo, al que te echa una mano al que te consuela y te reconforta nunca lo olvidas. Y tengo que decirlo a mí, salvadas las distancias, a mí aquella mañana que me recibió en su piso de la Avenida de América me recordaba un poco a Jesucristo sin barba. Que es la noción más precisa que tengo yo del bien y de la amistad en esta vida. Aunque no fuese a misa ni se diera muchos golpes de pecho. Bajé las escaleras de aquella torre feliz. El coctel  con que nos había agasajado Charo[xiv] me infundía un valor y una seguridad que me sentía en medio de un mundo recién inaugurado. Volvimos a vernos, precisamente, en el 74 cuando vino a dar una conferencia en el Instituto de España en Londres en la regencia de José María Alonso Gamo el gran poeta alcarreño que me parece que era gobernador civil de Guadalajara cuando Cela inició la andadura de su primer Viaje a la Alcarria. Algo más gordo y cansado pero lucido y con ese golpe de vista para las personas y fino oído para las palabras me contó[xv] cómo había dejado de pasar tabaco cuyas las hojas son más de vicio que de provecho[xvi] el día de san Antón. Sin embargo, también “sabe bien el tabaco en el monte cuando las carnes están descansadas, tranquilo el ánimo”.

-Primero tomé la resolución de quitarme del vicio. Luego miré para el calendario.


Cela era muy disciplinado y serio para todo cuanto emprendía. La gravedad casi pirrónica de su rostro que recordaba algo a la de Sócrates o a algún sabio griego no casaba con su sentido del humor. Jamás se reía. Sólo sonreía con  desfachatez apuntando la comisura del labio derecho hacia arriba como si le hubiese deformado la boca el paralís. A esta “gravitas” propia de Catón sólo le faltaba la túnica pretexta de los triunviros de la literatura. Y esta compostura más propia de nequísimo vate que de académico la sacaba a lucir a conveniencia. Podía resultar sesudo y tierno, lírico y salaz por ambos cabos, el puñetero. Nunca sonreía porque la vida es un toro muy serio y sólo los locos y los pobres de espíritu tengan bula para hacerlo. A esta fiera no hay nunca que perderla la cara. Cogerla por los cuernos. Flemático hasta en sus andares miraba para lo que veía guiñándole a la cosas un ojo risueño. Su tono discurría al carril y por el trote cochinero ni con el equilibrio de un Cervantes ni con la amarga sátira de un Quevedo. Más bien un término medio. Cela era un ingenio de bastante aplicación que sólo con los libros es el que ha ganado más dinero entre cuantos escritores registra el idioma.

-Es que soy medio inglés, coño y eso no lo deje de poner tampoco.

Su fuerza de voluntad era acérrima. Lo dicen cuantos lo trataron.  En su portentoso diccionario acumulado y recogido siguiendole la pista al romancero fronterizo por tierras de Alvar González, pues conocía la lexicografía castellana y manejaba como pocos, no venía, valga el tópico, la palabra imposible. Fue éste de Londres un encuentro más relajado que el de Madrid. Allí estaba también Rosario Conde. Su mutismo o su timidez albergaba bastantes misterios como si pensara para su coleto al verle lidiar a su marido con los periodistas entrando al trapo a todas las preguntas: ay qué locos están todos estos. Estaba como ausente y me pareció menos feliz que antaño. No hubo esta vez aloja con anises pero don Camilo y yo nos bebimos una ale brown etiqueta negra de las cerveceras de Newcastle. Más que una entrevista fue una confesión por mi parte.  Había tenido yo la desfachatez de dejarlo plantado pues había ido a rescatar de las garras de un moro a una chica au par de mi pueblo que me había llamado mi familia que la cuidase ante lo que pudiera ser un caso de trata de blancas y no me acordé del reloj. Fue un lance grotesco que me resulta embarazoso poner de relieve en esta semblanza pero recuerdo que me dijo el escritor:

-Son más interesantes las segovianas que yo. Le advierto que en su caso  yo haría lo mismo.


Quise mostrarle mi gratulación así como mi preocupación por mis circunstancias personales que no habían mejorado mucho desde la última vez. Gracias a aquel articulo del que había dicho esto no puede quedar mal había conseguido el sueño de mi vida, y una de las razones que yo utilizo para demostrar que existe Dios: la corresponsalía de Pyresa en la corte de san Jaime.

-Hombre me alegro por ello pero algo de cosecha pudo poner usted que era el que hacía las preguntas. Yo ponía las respuestas con mayor o menor ingenio y no cuento alacridades más que a los sietemesinos. Esto de las interviús es un reuleule como dicen por vuestra tierra.

-Y un cangilón de un mallo siempre subiendo y bajando. Los azudes no dejan de disparar sorpresas. Duro siempre y a la cabeza- alegué sin acritud.

 

 

                                         III      

 


La benignidad era una de las notas salientes de su carácter a pesar de que los tiempos estaban cambiando lo suyo. Era una época que llamaron como la del espíritu del doce de febrero y las espadas estaban en alto entre inmovilistas y progresistas. Fraga a la sazón embajador en Londres y Antonio Izquierdo mi director vivían una especie de polémica y se acababan de abrir las hostilidades y a mí, conejo de indias, me cupo el baldón de protagonizar el incidente de la queimada de Belgravia, Gibraltar y el vino de Cariñena, que por poco me cuesta las maletas aunque don Manuel que es de suyo magnánimo como Cela no permitió el agua llegase al río o le presionaron para que no tomase una determinación drástica sobre mí, que lo estaba pasando francamente mal,  pero esto ya es historia. La política es un flagelo. Una feria de vanidades. Ir y venir que llaman acarrear. Aquí han estado siempre saliendo los de Arrese para que entraran los de Solís. Como en su propia salsa se encontraba don Camilo  en el puré de guisantes. Así llamaba a la ciudad del Támesis su antiguo contrincante Tomás Cerro Garrochano, no es tan fiero el león como lo pitan, ni tampoco él tan mala persona, pero en este mundo traidor unos han de hacer protagonistas y otros de antagonistas y todos somos agonistas, la vida una batalla al fin y al cabo, perenne justa. Pues bien, Tomás carigordo hablando un poco como los palurdos de Delibes pero funcionario atareado y pluriempleado, la vida da más vueltas que una noria, ocupaba la plaza de jefe de la sección de teletipos. Era mi jefe. Cela ya había olvidado los sofocos y batiboleos de antaño. Se encontraba en Londres cual pájaro en su nido. Hasta creo que fue a hacerse una foto al pie del letrero de una calle que lleva su segundo apellido en un barrio al nordeste de Londres, Tottenham: Trulock road. Para dejar constancia así de que él era medio inglés.

-Es lo que dice mi jefe que es usted medio inglés.

-¿Quién es ése?

-Tomás Cerro Garrochano.

-Ah ya caigo. Pues déle recuerdos de mi parte y un saludo a la afición.





















Podría tener todos los defectos del mundo menos el del orgullo y el rencor. Su alma franciscana no albergaba la más mínima ojeriza hacia el antiguo censor. Tomás, hermano de un antiguo miembro de la vieja guardia, era un vallisoletano de pro, un periodista ágil a la americana y el cuerpo frágil, el estomago delicado que comía menos que un pajarito. Buen compañero aunque con escaso sentido del humor. Estaba siempre al pie del cañón. Un perro fiel, cariharto y aplicado. Nunca hubiera podido imaginar que su correspondencia con Pedro Rocamora al hilo del veto que éste puso al Pascual Duarte diera la vuelta al mundo. Inconscientemente y sin dar cuartos al pregonero el estimado compañero había metido el dedo en la llaga. Tuvo que ver para creer haciendo honor al santo de su guarda por otro nombre llamado Dídimo.  Él era un alma melliza y encantadora de todos aquellos esforzados poetas falangistas pero tuvo el fallo de marearse en el puente aéreo no por las turbulencias del avión sino por las truculencias y asquerosidades que halló en el libro. Y la verdad que para aquellos tiempos de nacional catolicismo la violación de la cuñada poco después de dar tierra al marido y en el mismo cementerio era un poco fuerte. Estos lances carpetovetónicos no aptos para paladares delicados no eran cosa de darlos a la estampa y así se lo comunicó de oficio a Pedro Rocamora, otro buen periodista y ensayista cuyos artículos gozaron de alguna preeminencia durante más de un cuarto de siglo en la Tercera del Abc de Torcuato Luca de Tena. El gallinero se alborotó. Corrían ya digo los arroyos revueltos pero en aquella ocasión Cela me dijo que él se sentía falangista por los cuatro costados y que le debía al Arriba donde inició sus primeras colaboraciones su vocación de escritor. A dicho periódico lo llevaron Gómez de la Serna y Cesar González Ruano. Gracias a los pequeños emolumentos que dejaban sus artículos pudo casarse y alquilar un piso en Ríos Rosas con ocho habitaciones en una época en que la vivienda española era carencial. Realquilados y familias con derecho a cocina. Ahormé lo mejor que supe mi tete a tete con Cela y lo cablegrafié a Madrid donde fue vetado no por Cerro, que era un bendito de Dios, sino por las altas instancias. Me consta que Antonio Izquierdo[xvii] tuvo que sofocar el motín de los llamados gallegos, facción afecta a Pío Cabanillas, el padre del actual portavoz del gobierno. En el grupo de alzados figuraban Onega, Rosa Montero, que aunque no es gallega lo parece, Pedro Rodríguez y Fernando Testa junto a algún otro que no me acuerdo. Por lo visto Cela, que se había hecho amicísimo con Manuel Fraga, ya no contaba con adhesiones inquebrantables en Castellana 142 donde se palpaba un ambiente enrarecido. En cada uno de mis viajes a España comprobé que había vuelto el miedo. ¿Acaso cabalgaban de nuevo los espectros de la oscuridad? ¿Qué ocurrió para que la situación llegase a ser neutralizada sin efusión de sangre? No lo sabremos nunca. Cela ha sido tan odiado como amado, siempre en el ojo del huracán de las discordias de teucros y troyanos. Tan ninguneado como discutido y aclamado pues siempre encontró muchos que lo detestan y quienes siempre supieron reírle las gracias. Ha cabalgado por la vereda del submundo literario con sus ángeles y demonios, a ratos cielo, a ratos verdadero saladero de llamas, como un buey suelto y a su aire. Mejor dicho como un príncipe. Porque a lo que más se asemejaba era a un condotiero genovés. Todos sabemos que le gustaba el dinero. Barruntando que los corderos iban camino del macelo supo moverse bien en los ambientes mallorquines, que, desde Las Baleares como cuartel general, sede de la banca March, una de las grandes entre las cien familias, la que apoyó a Franco en la guerra civil y labró la reconstrucción monárquica, movían ficha de cara a la implantación de un rey constitucional en la persona de Juan Carlos. Fue lo mejor que pudo hacer a últimos de los cincuenta marcharse a vivir a un archipiélago. El alejamiento físico es un grado en este país. Evita circunstancias desagradables. No nos engañemos. En esta plaza han sucedido muchas judiadas que quedarán ocultas para siempre. Fusilamientos en efigie a carga de esas brigadas del amanecer que hacen acto de presencia cuando uno menos se lo espera. Algo vale que estos consejos de guerra fueron sobre el papel  pero han ocasionado mucho llanto y crujir de dientes - por ahora sólo cibernético- en medio de un ambiente recargado del deseo de desquite. Los lictores del gran Filipo y los jiferos de Polanco quisieron pasearlo pero Cela tiene una habilidad fuera de lo común por hacerse invisible y como Cristo cuando trataban prenderlo los del sanedrín o cuando quisieron despeñarles los de su pueblo por un sermón que pronunciara en la sinagoga de Nazaret del que no quedaron conformes “ibat in medio eorum”[xviii] o lo que es lo mismo consiguió disfrazarse de multitud para no alzar sospechas sin que nadie le tocase un pelo de la ropa. “Nadie me ha puesto la mano en la cara”, declararía alguna vez. Incluso cuando la famosa trifulca en un sitio de alterne el “Casablanca” cuando lo pincharon en salva sea la parte no fue siquiera detenido. Como era ex combatiente y legionario, obtuvo un certificado de buena conducta de su antiguo regimiento con un aval facultativo  que ponía: “Lleva metralla en la cabeza, no responde de sus actos” que disuadió a los guardias en  el atestado. Se corrió un tupido velo y sólo estuvo “a la sombra” una ocasión cuando andando por las laderas de Torija fue llevado a la prevención. La causa: lo más probable es que Cela que solía empujar la cena con medio litro de vino se hubiera extralimitado en la poción. ¿Quién no ha cogido alguna curda de tarde en tarde? Esto que ahora vemos con claridad al cabo de un cuarto de siglo en el otoño del 74 no se perfilaba con tanta nitidez. Las espadas estaban en alto. La embajada española en Londres se había convertido en una plataforma de conspiración, el Venta de Baños de todo el tráfico ascendente y descendente para todos los conchabados de uno y otro emblema del espectro político en el país. Un marasmo de rumores. Corrió peligro incluso de ser reducida a cenizas como pasó con la de Lisboa. Qué va a pasar en España cuando muera el general, me preguntaban mis amigos ingleses. Nada, les respondía yo a los casandras aun a sabiendas de que nadie ni nada volvería a ser igual tras el cambiazo de las idus de noviembre, aunque presentía que gentes como Camilo pertenecían a un mundo con la partida de defunción ya firmada. Estaba en un error. Cela no sólo no estaba acabado sino que resucitaría en las constituyentes del 76 y con él toda una pléyade de personajes de la vieja horma[xix]. Sería una voladura controlada. Al franquismo lo dinamitaron los propios franquistas con el soporte de los tres poderes fácticos: judicatura, ejercito, iglesia. El mundo había mudado de faz. Oportunista o sencillamente bien asesorado, el autor de “La Colmena” peregrinó a Jerusalén, se retrató ante el Muro de los Lamentos. Ese día su carrera literaria ganaría enteros aunque los incondicionales de toda la vida, entre los que me cuento, perdiéramos hacia su persona una miaja de entusiasmo. ¿Se había convertido al judaísmo? Hombre eso era lo que menos nos esperábamos pero para mí que fue una circuncisión simbólica. Había leído demasiado a Américo Castro. Mucho de lo que escribiría a partir de entonces nos parecería una pesadez. No lo entendíamos. Este no es mi Cela. Para colmo escribía novelas sin un punto y seguido, a la Joyce. Quería ser Quevedo y al propio tiempo firmar una obra tan obtusa y supervalorada como el “Ulises”. Nos dio la impresión de que estaba de coña. En el ínterin se estaba produciendo por ósmosis, por acidosis o váyase a saber la causa, una avalancha de reniegos, que donde dije digo, digo Diego. Era la única forma de tener a recaudo el puchero con los gabrieles asegurados. Por todas partes surgieron garbanzos negros y gente que empezó a salir del armario. Antes se definía esta operación sacar los pies del tiesto. Fue cuando la mayor parte de los españoles mudaron su ropero y cambiaron de chaqueta, vendimos el país y empezamos a vivir de las rentas con ínfulas de nuevos ricos. Habíamos puesto los devengos de la hijuela en el banco a plazo fijo. Con todo y eso, este tipo de pignoraciones a la larga terminan por pasar factura. El que quita  y nada pon pronto llega al hondón. Vendrán tiempos difíciles tras estos años de vino y rosas, pero aquí hemos preferido fundirnos la herencia del abuelo en putas a vivir de nuestro propio esfuerzo. Que inventen ellos. Nos va la marcha. Somos un poco masoquistas y para colmo siempre estamos dispuestos a creer en el maná del cielo. La guerra entre Capuletos y Montescos alcanzaba su acmé. Mi entrevistado no contaba con amplias simpatías en el edificio de Castellana 142 al que denominaba la caja de cerillas. Pero tengo la impresión de que aquel incidente con la censura había sido sacado de quicio. La mejor propaganda de un libro es hacer que lo prohíban. Además ¿cuántos  libros en aquellos tiempos cuando se escribía mejor y más que ahora pasaron el rubicón del nihil obstat? ¿Cuántos autores no quedaron para vestir santos con sus manuscritos durmiendo el sueño eterno en la gaveta o en un altillo criando polvo para que a la muerte del poeta se lo regalasen al trapero o lo llevasen a los encantes donde se expone cada sábado esa mercancía triste del defroque? Pecios,  efectos, libros y papeles de los que definitivamente dejaron de fumar. ¿Y la censura del 2002 no es más severa, impenetrable y sibilina que la de hace sesenta años? En la actualidad se utilizan otros procedimientos más sumarios de criba al estar el negocio editorial totalizado por gentes ajenas a la literatura que sólo se interesan por el mercado. Ellos vigilan la parva de nostramo. Son comisarios de lo políticamente correcto. A los “refuseñiks” actuales no se les manda a Siberia se les entrega al brazo secular del olvido.  Parece que han venido con la lección bien aprendida de los aquelarres nazis. Los alemanes tenían por costumbre quemar en la plaza pública aquellos textos con doctrinas disolventes. Ardían los libros escritos por judíos, hoy se lanza a la pira antes de ver la luz porque raro es el que publica los escritos por cristianos. Más noches de cristales rotos y de cuchillos largos quedan en perspectiva. Hay que borrar la memoria. No sabemos si el pensamiento delinque pero por lo menos estorba a los globales. De modo que al fuego con ellos. Por entrometidos. Por criticones. No nos vayan a aguar la fiesta del anticristo. Sean ellos ludibrio de las gentes. Quórum memor non est amplius[xx].  Se les condena a la gehena del olvido. Ni fu ni fa que es lo peor que les puede suceder a los que aspiran a ver sus pensamientos en letras de molde y, sin embargo, no logran trasponer la barrera de la aduana de control, el fielato del Nuevo Orden en cuya garita se sientan unos gorras de plato y unos chaquetas rojas que miran igual que marines feroces de la Aerotransportada de Fort Braga, insobornables. Dejadlos con la frente cosida al suelo y que recen  el señormiojesucristo, lloren sus culpas y pidan perdón. Digan con el salmista “repleta est malis anima mea; vita mea inferno apropinquavit”[xxi]. Jolín ¡qué fuerte! pero es así. Aquí no nos chupamos el dedo. Se ensañan con aquellos que no les interesan o representan un peligro para el sistema. En ello parece irles la vida y hacen despliegue de ese celo eterno que han demostrado para la engañifa, la destrucción del contrario y la paciencia para aguardar el instante de la revancha. Este mundo no tiene arreglo. Da más vueltas que una noria. ¿Se habrá vuelto loca la rueda de la fortuna? Trasanteayer,  lo llamábamos Camilo José a secas. Luego pasó a ser don Camilo el del Nobel. Sin embargo, aquella tarde de noviembre cuando atardecía con suavidad sobre los plintos blancos de la plaza de Belgravia me había confesado que no le guardaba ningún rencor al bueno de Tomás Cerro.  Antes bien le había hecho el favor de una publicidad sin costes. Su corazón falangista - y habría que hacer literatura comparada de los que escribían por tales calendas un Gonzalo Torrente, un Victor Gómez de la Serna, un García Serrano, un Capmany - se entusiasma con el azor que vuela entre la nubes, la paloma que zurea, la punta de churras que regresa a la tenada, el lirio que florece en cualquier parte, el narciso carmesí que se hace los rulos mirándose en el espejo de las aguas de la ribera. Echa mano de los poetas olvidados como García de Badajoz y canta a las niñas que se bañaban desnudas con las tetinas al aire: “No me las enseñes más que me matarás”. A la legua se ve que su prosa poética retoma y glosa el “Romancero” en línea con los vates del primer gran movimiento que se inicia en los cuarenta a remolque del Grupo Escorial. No me las enseñes más que me matarás. Hay en sus primeras colaboraciones publicadas en Arriba ese enamoramiento con la España real, cotidiana, anhelosa del pan y la justicia por la que derramó su sangre José Antonio. No sirve darle vueltas y no me las muestres más que me matarás pero aquí muchos tienen por costumbre buscarle siempre los pies al gato. El primer Cela, el más genial, irradia falangismo.  Poco a poco evoluciona. Ha sido odiado y amado como ninguna y supo caminar por el filo de la navaja como un buey suelto y a su aire. Aquella desbandada en torno a la cabecera de la cama  de un moribundo que expiraba enchufado a una máquina de un hospital de la Seguridad Social (no quiso morir en la Rúber como los grandes prebostes) me dio asco y miedo. Todos le dejaron solo. Algunos quedamos aturdidos por la desmemoria, ingratitud y versatilidad del paisanaje. Yo recuerdo a Raúl del Pozo que dijo que no había que escribir ni una línea de Cela al que tachaba de fascista cuando lo de la conferencia en Londres. Recuerdo su frase. Yo de Cela ni una línea[xxii]. Luego cambiaría radical. Hay que ver lo bien que escribe este chico. Sería uno de los cortesanos de su círculo. Vivir para ver. La vida da más vuelta que una noria. La anciana que me dijo aquella parrafada cuando Cela estaba de cuerpo presente no era una aristócrata rusa sino un ganguino[xxiii]. La vera efigie de la esfinge recién bajada a tomar café con motivo de los funerales del poeta y pasar la tarde de las calmas de enero. ¿ Era una de las parcas la señora que se sentó a mi lado y decía vivir en un cuarto de la calle del Almirante?  Tengo su respuesta clavada en los entresijos. El péndulo es un gran invento, nuestro rasero fijo, el nivel que al aplanar el celemín deja cada cosa en su sitio. Yo quería entrar en el templo de las musas y sólo encontré Euménides gritandome al oído  su tristura y desolación por lo que pudimos ser y no fuimos. Sus intimaciones me recordaron el pensamiento de Job: mi madre me concibió en el pecado. No se puede pedir peras al olmo. La vida da más vueltas que una noria. Del Cela pobre y vagabundo que hacía amistad con el arriero de Quitanamanvirgo o platicaba en deleitosa conversación a la vera de los soportales del Arrabal de Arévalo con Senén de Guzmán hidalgo venido a menos que miraba para la geometría hidalga de su escudo, “dura carne de cecina histórica” con una leyenda que escribía: “el tiempo conmigo” al  Cela que salió por peteneras al casarse con la chica del tiempo, una Hermida girl, que opina en las mesas redondas de las terelus sobre famosos y otras hierbas, al Cela que desheredó a su hijo testando a su favor un cuadro  rasgado de Miró, que menuda cabronada, existe una distancia infinita. En la hora de la muerte no se dejó llevar por el ángel que había en él sino por los mismísimos demonios. Pero parece ser que sólo los genios tienen derecho a ser excéntricos. Mira Tolstoi que falleció en la sala de espera incómoda de estación de una ciudad de provincias rusa, al cabo de un ataque de celos y de sus muchas desavenencias conyugales. La vida da más vueltas que una noria. Parece que no se mueve el mallo en sus giros monótonas tras la collera del burrillo blas pero mete unos cambios que tiembla el misterio. ¡Hay que ver lo que puede dar de sí el transfuguismo en este país! Fue un otoño caliente que vivimos. Ya se sentían los estremecimientos del hacha del leñador el que nos iba a cortar los frutales de nuestro jardín de los cerezos pero en South Kensington donde yo vivía en la esquina de una plazoleta mística frente a la catedral de los armenios en que crecía un tejo tatarabuelo de copa ensimismada olía a mosto y a manzanas recién traídas de los pomares de Kent.  El aire era fino y se llevaba algunas hojas de los castaños de Indias, que el autor del Viaje a la Alcarria llamaría regoldos,  para su colección particular, o, travieso y juguetón, tenía a bien alzarles la falda al atravesar los pasos de cebra a las quinceañeras de Kings Road en mini skirts con estampados de colorines. Mucha bandera inglesa. Dios salve a la reina. Ibamos a ser salados a fuego lento muchos de nosotros. Los golondros del destino con sus piruetas inexplicables se entretendrían en hacer de nuestras carnes curadillo[xxiv], mera corambre, pero casi nosotros no nos daríamos cuenta por ser muy largo y lento el proceso revolucionario. Así que no pudimos gritar lo de san Lorenzo cuando estaba en la parrilla. Nuestros enemigos fueran mucho mas discretos, disciplinados y sublimes. Habían aprendido mucho con el tiempo. Cuando se presentan de tal suerte las cosas, caben cuatro soluciones: la huida hacia adelante o bien esconderse buscando un escondrijo como Latibulino el guerrero, aparentar locura bajándose al moro, o bien emborracharse un día sí y otro no por las tabernas del barrio. A Noé al verlo sus hijas en manos de Baco y en estado tan lamentable quisieron meterle mano. Al final lo taparon con su peplo pero a los que abrevábamos a pecho descubierto y cogíamos curdas monumentales por el Madrid de los austrias en plena transición y pagábamos nuestras propias consumiciones de vino áspero sólo nos servía de paño de pudores el relente de la madrugada. Si te caes no te levantas. Estábamos con el culo al aire. Primero, la democracia; luego, la globalización y acto seguido, todo se andará, el oficio de difuntos. Los preliminares  del maestro son un responsorio de despedida a ese mundo que se va, a la España que se desangra, a los burgos que dan en ruina, a las iglesias que se desploman y a las palabricas que fenecen por el desuso, la ignorancia o la pérdida de su utilidad práctica porque aquello para lo que servían y designaba fue a parar al desván del olvido. Algunos han vendido muy bien esta decadencia por lo que se ve. Delibes, Cela que siguen la brecha abierta e inaugurada por los del 98. No digo que le falte su punto de razón al trazar un panorama tan negro pero todos hemos preferido ser pobres en Arévalo a bomberos con buen sueldo en Manhattan. Y, a lo peor, el péndulo vuelve la dirección cualquier año de estos. Esa obsesión de nuestros escritores con denostar lo propio me causa desazón. Se ve que han viajado poco. En todas partes cuecen habas. Aquí al forastero se le concede el culo y al vecino por el culo y no se aplica a los indiferentes la legislación vigente sino que se hacen palinodias que evidencian la impotencia y la degeneración de algunos próceres. Al enemigo se le saca el incensario y el bodigo mientras se da con un portazo en los dientes al pobre que llega a pedirnos y es de nuestro propio clan. España no puede ser un país tan terrible y donde se viviera tan mal como nos dijeron porque acá quieren venir todos a posar. De China, de Perú, de Argelia, Inglaterra. Medio Ecuador se pasea por la Gran Vía o por las Ramblas.  El regeneracionismo noventayochista abocó a la degeneración milenarista que ahora nos sorprende y apabulla. Ha sonado la hora de rendir cuentas al amo. Europa se sienta en el banquillo mientras algunos sin admitirlo o reconocerlo más que para su capote saben que el principal reo es el cristianismo. Ese va a ser el drama de los lustros primeros del siglo veintiuno, en mantillas como aquel que dice. Cincuenta años antes Cela cuando un martes de mercado escuchaba el mayor eructo que escucharon los siglos en Piedrahita del Cebrero de la boca del “Treintarrobas” que se estaba merendando un cabrito del tamaño de un niño de primera comunión da la voz de alerta de este verrojazo que estaba por llegar.  Consecutivo, una de dos: o nos engañaron nuestros propios próceres, o esta crítica debeladora poblada de esperpentos y de sinrazón pueda que responda a unas intenciones tan inicuas e inconfesables de vindicta apocalíptica. ¿Os acordáis de cuando entonces? ¿Sí? Pues ahora las vais a pagar todas juntas. Esta es la lectura que algunos observadores avisados, pero que no publican porque les han quitado el tornavoz y el púlpito, hacen del entramado que surgió de la involución ocurrida en 1989. Lo del ataque a las Torres Gemelas no es más que un corolario del planteo de esa filosofía global que aspira al fin de la historia según la hemos venido entendiendo. Kundera lo había también adelantado pero Cela por los andurriales de Castilla fue mucho más explícito y brillante en su análisis. Casi habría que llegar a la conclusión de que esto se acaba. De ahí nuestro desosiego interior y nuestra nostalgia por aquella España tan zurrada y vapuleada de la posguerra. El pueblo no es tonto. Nunca lo engañan. ¿Falta de libertad? ¿Qué otro pueblo de la tierra como la nación española ha conseguido construir una literatura tan rica y tan variada en la que cuestiona sus propios valores? Entre los anglosajones medran poco los escritores que cuestionan el sistema. Fijénse en Ezra Pound que acabó metido en una jaula en Roma o en TS Eliot al que los deicidas han quemado en efigie. No. Nosotros hemos puesto al retortero y sin ningún pudor nuestras miserias en la plaza. En Francia esta postura iría contra el chovinismo galo y sería impotable y en Alemania se celebraría con una noche de la Walhalla. La censura que actúa a la sazón con el tercer milenio aun niño utiliza otros planteamientos y procedimientos más sibilinos. Se asoma a la red y domina con guante de hierro las editoriales y las redacciones periodísticas. El gran cofrade desparrama sus cazatalentos por el mercado o envía a sus lictores al servicio del pretor de turno para hacer cumplir la ley. Aquí sólo pita el blasfemo y todo aquel que peque contra el Espíritu. La manipulación y trucaje llega a las últimas consecuencias de la jugarreta, la protervia, y el menoscabo de la verdad y la vida. Mucha pasamanería y de trujamanía, bastante más. La movida cultural es una epanalepsis[xxv] o epanadiplosis  perpetua. Dares y tomares y volver a tomar. Resultado: la gran mentira. Y una vividura artificial por encima de nuestras propias posibilidades. Servidumbre de las masas desamoradas y analfabetos cibernéticos. El distingo diferencial es que nuestra juventud está enferma de la voluntad mientras que aquella a la que canta y trova el vagabundo por los vericuetos de Gredos, el Eresma, el Duratón, el Tormes o el Adaja la cordura y la sana sabiduría le salía por las costuras del alma. Era dueña de su futuro. Ahora no. Vive de entelequias y ha de comulgar con ruedas de molino. Les han hecho creer que la vida es un carnaval. Corren por sus venas mil yerbas de tradición hidalga que predispone contra el trabajo manual. Los chicos quieren tener carrera, padecen titulitis, para acceder a una colocación segura y ser más que los demás.  Les han dicho que odien a sus padres pero no se emancipan ni independizan del hogar familiar. Se funciona todavía por castas y por linajes. La concepción de la pirámide social sigue siendo un trípode. En el hiato que se tiende entre falsas expectativas y cruda realidad viene el choque y con las consecuencias que acarrea: falta de adaptación, la litrona del “finde”[xxvi]. De aquellos polvos, los bandos de la movida y el estar al loro de aquel edil socialista garrulo y cachondo a estos lodos. Ha de venir Rojas de Marcos desde Nueva York para hacernos un diagnóstico promocionando de paso una serie de programas de máxima audiencia televisiva que son una copia mediocre de aquel “Ruede la Bola” por la Inter en los lejanos sesenta o “Salto a la Fama”. Mamá, quiero ser artista. Hedonismos furibundos, limosis y bulimias. La adelgazadera. El culto al cuerpo. Hay que parecerse a las modelos de talla diez que se contonean en la catasta. Feria de vanidades. La cara oculta de todo esto son los innumerables mozos y mozas de este reemplazo que quedan en la cuneta. Todos quieren triunfar pero hay  númerus clausus.  El sistema es cruel y no permite subterfugios. O lo tomas o lo dejas. Tampoco se permite a nuestros chavalas y chavales la capacidad de crítica y de rebelión que exhibían nuestras promociones cuando leíamos a Cela a hurtadillas en las tardes de paseos en aquellos seminarios abarrotados frente a los acantilados cántabros debajo de la imagen del Stella Maris. Han sonado todos los timbres de alarma. Hay que competir, pisar cabeza. Hoy la cucaña celiana es más pina y resbaladiza que antaño. Muchos llorarán lágrimas de cocodrilo mientras los verdugos afilan el hacha. España va bien. ¡Hay que ver que gente tan guapa luce el jeme por las revistas ilustradas! Da gusto oírles cantar en inglés casi sin acento convenientemente instruidos por profesoras de baile catalanas que aprendieron a moverse en los gimnasios del Bajo Manhattan. Luego son incapaces de redactar diez lineas en castellano sin veinte faltas de ortografía. Somos los mejores. Tenemos un rey que no nos le merecemos y un heredero de la corona ¡que está tan bueno! Uno en su modestia hace suyas las palabras del vagabundo que “ama a España sobre todas las cosas” y le duele ver cómo, desde hace trescientos o cuatrocientos años, se la vienen merendando sin tregua ni piedad, la estulticia, la soberbia, la socarronería: ese gorgojo de tres patas que pudre las almas en las que hace su nido”[xxvii]. En 1953 della quedaba algo. Hoy puede que nada. La estulticia, la socarronería, la soberbia han ido en auge aunque quizás se las perdone por llevar un arcén en la divisa que muestra que estos tres vicios cuentan con bula. Son democráticas, ojo. El dictamen que hace entonces de la sociedad española no puede ser más clástico. Sin embargo, si en lugar de los puñeteros cuarenta hubiera tenido que darse a conocer el autor en los años globales del siglo veintiuno recién parido para publicar lo hubiera tenido más peliagudo, hubiera encontrado mayores dificultades para salir, o sobrenadaría perdido en la bazofia de la literatura atragantada que nos sofoca. Aparte de eso, el personal no lee, se ha vuelto analfabeto y ágrafo. Está enchufado a Internet o a la gehena de la tele. California equivale a Hermida con sus chicas y terelus, sus marinas y sus castaños. La gente piensa poco por sí misma. Deja que se lo den bien mascadijo los informativos. El sistema funciona con los reclamos del miedo, el terrorismo en el cuerpo, la bazofia intelectual, la contaminación moral. Ahí estamos. Manejando pleonasmo. Viviendo en los gerundios, gerundiadas y presentes continuos. El español ya piensa en inglés macarrónico. Nos hemos vuelto para algunas cosas de un rigor expletivo. No pintan mártires ni confesores en el santoral laico sino fiestas concretas. La del árbol.  La de la mujer trabajadora, el día del sida y del orgullo mariquita, los 23 efe, los veinte ene, los once setiembre, etc. En sus mejores momentos, los libros giróvagos, ahora tan en boga y tan redituables - le han salido a Cela con el tirón de la televisión no pocos epígonos contrahaciendo sus buenas formas y siguiendo la ruta de sus muchas pisadas por la Piel de Toro- consiguen convertir la prosa en poesía. Cimeliarca o tesorero de los clásicos, da pábulo a un concepto de la literatura entendida como ruta y también como liturgia solemne. Sus libros eran acogidos por la crítica como una misa mayor con oficio de tres prestes. Bajo el mazo de las almonedas  los libros de Cela siempre cotizan por lo alto y a todo trance. En los últimos años había dejado de ser un acontecimiento literario para alcanzar el rango de fenómeno sociológico. Un rey midas que transformaba en dinero todo lo que toca. “Virtus in medio est”, y “medius in rebus” que decía los latinos. Con él no valía este adagio. Todo se lo debe a Américo Castro el cual al correr de las décadas le ganó el pulso sobre la interpretación de la historia de España a Álvaro Sánchez Albornoz. En el suum cuique[xxviii] de esta controversia el polígrafo avilés defiende a los cristianos mientras don Américo se decanta por los judíos. Y Enrique Larreta (1875-1961, Buenos Aires) con su mejor novela histórica de este  siglo, “La gloria de don Ramiro”, celebra  el elemento morisco de nuestra historia. Alberto Insúa, otro de los grandes del 98, encuentra en la “Ciudad de los santos” un Ávila claustrofóbica, un poco ciudad cárcel donde sus habitantes viven sometidos a un perpetuo espionaje de comidillas y abandera la facción del progreso; el hispano cubano proponía imitar en todo a los norteamericanos que nos acababan de hundir todos los barcos en la Bahía de Santiago y en Cavite. Detrás de cada cortina hay unos ojos que espían y de cada pared una oreja apostada. Es  un poco también la obsesión de Clarín en la “Regenta”y sus reconcomios contra los carbayones levíticos, el clero que abusa de su poder. Todas esas fuerzas encontradas laten en la obra mayor del padronés, “Judíos, moros y cristianos”, una periégesis con todos los honores al laberinto celtíbero. Cela bebe en estas fuentes regeneracionales del 98. No dice nada nuevo pero el estilo en el que expresa sus opiniones sobre la Castilla depauperada supera a todos. A Baroja, a Azorín, a Ortega. Revierte al concepto mesiánico y, por tanto, judío del mundo. Por el contrario Sánchez Albornoz se queda solo en su defensa del cristianismo a palo seco contra las dos otros concepciones restantes de la España de las llamadas tres culturas. Él es el más serio, el más científico. El más realista. Pero perdió. En Roma y en Madrid no lo quisieron hacer caso. Padeció exilios y persecuciones. Sus consejos quedaron arrinconados y sus libros peligrosamente olvidados. Creo que el noble hidalgo, que nació en la casa fortaleza de los Aboín cerca de la Puerta de Santiago, es el único que dice la verdad. Al contrario, Cela que logró ser catapultado a la fama no por el Pascual Duarte ni la Colmena sino por el “Judíos, Moros y Cristianos”, un gran reportaje que le consiguió el palenque del nombradío, baraja también las dos primera posibilidades semitas, confiesa aburrirse como una ostra en las catedrales, aunque siguiendo una línea respetuosa y ecléctica para las creencias de los demás, pues nunca podrá de apostatar de su vieja fe. Esto supuesto, merced a apoyos ocultos y la inercia subterránea de la historia que condujo al triunfo total de sus nuevos mentores donde siempre gozó de amplio prestigio y vara alta. Además, siempre fue un coruñés que contó con buenas aldabas y mejores zancos. En los encantes, defroques, azoguejos, mercadillos, almudíes, zacates, alhóndigas y puestos de venta ambulante los tomos de Cela te los quitan de las manos, que el cronista, cuando le dio un arrebato, al verse defraudado en sus expectativas por el autor de sus sueños, puso al tablero  por unos pocos céntimos. La “Gavilla de fábulas sin amor” la regalé en cincuenta duros a un marchante de Villalba. La empecé a leer y me pareció una cochinada pese a las ilustraciones de Picasso que jalonan la edición. Hoy ese texto en los anticuarios no se remataría por menos de treinta mil duros. Es igual. Date obulum Belisario. Este es uno de los pocos libros que he sido incapaz de terminar. También me ocurrió con La Catira novela escrita por mandato de un presidente venezolano caudillista y corrupto, y que maneja una guasería caribeña poco accesible. Aquí las cotizaciones librescas se marcan ad líbitum. me mantengo en el criterio de que el autor sólo pasará a los manuales de literatura por un par de buenas novelas que, en cambio, pierden bastante al ser vertidas al idioma extranjero. Cela es un castizo. Los veredictos del mercado circulan a redropelo de los criterios estéticos. Con que el fenómeno Cela, niño mimado de los nuevos ricos españoles es todo un acontecimiento extra literario a estudiar por los estadísticos, los que sondean el pulso y la opinión de los pueblos. No existe otro parecido paralelo al suyo sacando a Vicente Blanco Ibañez que también se hizo millonario en vida a fuer de novelas bastante mediocres. El río por lo visto se salió de madre y toda la pesca pesquisada que él que oyó cantar las truchas, en un alarde de conocimiento ictiológico y haliéutico[xxix] a la vera del Tiétar así nos lo cuenta de antemano. Creo que los que heredamos ese compromiso con España, ese amor a España visceral y casi falangista hemos sentido esa emoción especial que empeña sobre todo en la hipotiposis de todo aquello que ofrece su semblante al trotamundos. Amor y dolor de España que escuece y sorprende en cada teso y en cada cárcava o cuando se detiene a enumerar lo que crece y se mueve, bípedo, cuadrúpedo o con alas (peces, pájaros, hombres, alimañas)  por una región:

El ruiseñor aquella noche había cantado sus romanticismos en el copudo y casi maternal regoldo[xxx], en el agraz membrillo, en la guindalera de fruto color de sangre, en el manso peral de la pera ahogadiza, de la redondita y montuna pera mosqueruela, de la guitarril pera calabacil del valle. (Judíos, Moros y Cristianos pag. 285).



Cuando iba por los caminos y hablaba con los meleros de Atienza, los hidalgos que se fumaban la toba y la colilla recogidas por los ceniceros o en las cunetas cabe una de las siete puertas de Roa, de Arévalo, Aranda o Madrigal de las Altas Torres (“mucho nombre para tan poco pueblo”) y los presenta tipificados en este su gran reportaje nunca hubiera podido pensar que los piojos, la vida airada y los predicamentos a lo zaino hubiera podido aportar tanto de sí. La literatura entre nosotros raras veces dio para echarse coche. Sin embargo, hay algunos que lo consiguen. A Clarín sólo administrativamente le servía para merendar. La comida y la cena tendría que buscárselas por otro sitio. Y esto será siempre así aquí en esto hoy, mañana, ayer y trasanteayer. Los personajes de Cela siguen los pasos barojianos de las grandes pícaros. Con ellos departió a la vera, fuma tabaco que sabe bien, echa un trago, come un mordisco. Pocos hubieran podido prever que tan humilde dedicación como es la de casar sílabas inspirada, exasperada, a veces inútilmente fuera el fundamento de negocios de exportación, industrial conserveras, inmuebles, acciones en bolsa. Ahí lo tuvo todo que dejar. Pero, como una comadre de las que escriben hoy día en los papeles, dijo cuando su cuerpo estaba todavía caliente en el tanatorio, Cela ocupaba mucho sitio y muchos se habrán alegrado de su muerte.  Eclipsó pléyade de talentos intermedios. A opima  y óptima cosecha de catacaldos, condóminos y talentos intermedios, de novelistas a los que nunca se hará justicia (estoy pensando en el gran Alfonso Grosso[xxxi]) y otros muchos cuyos apellidos cuyo eco se ha perdido por las gargantas y desgalgaderos del yermo del olvido. Aquí la gente sólo tiene memoria para lo que le parece. Halagar al poderoso y no salirse nunca del arcén de lo políticamente correcto es la última Tule con la que se opera en la radio, la prensa, la escuela, el aula, el foro. Largo es el camino regio que separa en una azeuxis vivencial sin precedente al Cela que se paseaba por la Alcarria en un Rolls conducido por la choferesa nubia y el que tenía que liar su almadraque en los pajares y parideras de la Alcarria a merced de la caridad de las gentes, o el amor incoercible de alguna sirvienta bigotuda o de alguna viuda con ganas de hombre como la que se le viene al vagamundo encima cerca de Candelada. Si Clarín nos enseñó a amar platónicamente y uno por dos, como él llamaba a su onanismo, Cela nos induce al trato torpe con meretrices y a echar de vez en cuanto una canita al aire. A empujar la cena con dos cuartillos de vino. Pero él tuvo más suerte que nosotros sus discípulos. Se lo dije a Alfonso el cerillas del Gijón que tiene muchos amigos y hasta es un informante de Su Majestad. Un tío listo este CJC. Cambió la chalina y el tapabocas de tres vueltas por el fular de Armani, la pelliza por el terno de alpaca.  Como nos encontráramos por última vez en los tránsitos del aeropuerto de Barajas en el 82, le dije:

-¿Qué se acuerda usted de mí?

-Sí, pero hace muchísimos tiempos.

Era la definitiva.




Y se fue receloso camino de la puerta de embarque. No daba la impresión de haber sido en su vida afectiva feliz. Caminaba delante siempre de su mujer o un poco alejado de su consorte como los rabinos betlemitas. Detrás de aquella apariencia cansada por el halago y la consecución de todo en la vida debían de latir no pocas desdichas. El hexagrama del destino retomaba la linea  recta tras muchos ringorrangos, crecientes y menguantes, de circunferencias y circunvoluciones afectivas. Había dado la vuelta la tortilla. Puede que hasta no fuese él mismo sino un ensabanado, un aparecido. Perdía con frecuencia los papeles. Aparecía  cabreado con más frecuencia de lo que en él era costumbre. Conque, como dijo el otro, “credat Judeus Apella”[xxxii]. Eso se los dirá usted a todas, don Camilo. La vida da más vueltas que una noria. Cela fue un andarríos toda su vida. Conservó ese aire entre desconfiado y tierno de los tratantes de Cantalejo y de los afiladores de Orense que van por el mundo recelando hasta de su sombra y mandan  a la mierda al que les hable en su propia jerga. Aquí todo vale. Esa es la gracia del Camilo. Que acierta a poner en labios de perailes, patanes, jiferos y capadores y otros pecheros que va encontrando por la ruta palabras moribundas que mucho dicen y bien saben y salen por orden certeras, felices, del morral o de su alforja, en un párrafo aparentemente sin alardes y lleno de musicalidad aunque para disponerlas con buen encaje el autor sudara lo suyo. Las frases celianas que enamoran al principio por su candor esconden menor espontaneidad, más intención y opificio, de lo que a simple vista cupiera suponer. Ese amagar y no dar, ese sacar las conversaciones del trillado convencionalismo otorgando respuestas sabias y tajantes delatan una burla oculta de los desengaños humanos. Una ironía cruel.  Pesimismo hegeliano. Él contempla a los tipos que encuentra en el camino real los cuales aunque parezcan de carne y hueso son los ensabanados de su poderosa imaginación. Proyectan un poco sus obsesiones. Virtudes y carencias de un novelista que ama y teme al ser humano. Estos tipos que le salen al encuentro a veces embisten. Se tiran. Son utreros que corretean por la dehesa. Cela, que fue aprendiz de banderillero, les hace un quiebro, los clasifica, los pone en suerte y los define con una frase cincelaria. Para él el alma humana es sólo apariencia. Sus libros son plásticos y llenos de colorido y de sensaciones. Tiene una forma de contar como al desgaire y a la birlonga.  El desaliño es intencionado en acomodo del veredicto retórico “summa ars, celare artem”[xxxiii]. Allá que te va sin un plan preconcebido. Eso lo aprendió en Baroja. De buenas a  primeras el lector queda deslumbrado por los parlamentos de los figurantes que se parecen unos a otros y para ellos la última Thule[xxxiv] es satisfacer el hambre. Sueltan las mismas parrafadas entre guiños desconfiados y escépticos. Cela encontró por esos andurriales de dios a la postrer generación de los trajinantes, una raza a extinguir, hoy desaparecida en Castilla la Vieja. Sentenciosos, resignados, longánimos, presentan batalla a la adversidad. Cubiertos de harapos sus coloquios recuerdan por la gravedad y circunspección la forma como deberían de expresarse los personajes de los cuadros del Greco si les fuese permitido abandonar su actitud extática dentro de la pintura durante unos instantes.  Utilizan anástrofes, prolepsis y hay una hipotaxis variada en su dicción manifestándose con una propiedad e intención que ya quisieran para sí muchos académicos y profesores del aula. Las piedras no le entusiasman pues no se declara lamerruinas y pone en tela de juicio la versión que han dado los cronistas de la obra y la personalidad de ciertos personajes como Enrique IV el cual según Cela, todo lo contrario que Marañón, no era tan impotente, pues tenía a su disposición todo un harén de mancebas jarifas. Los únicos que han trabajado en este país - otro prejuicio histórico- son los judíos y los moriscos, que a los cristianos les va la marcha.  Lo que más les gustaban eran los pleitos y melindres, los puntos de honra.  Sobre todo, vivir sin pegar golpe. En sus libros de viajes mete el coruñés de la pluma florida, caballero andante de los despechos, la adarga a todos estos convencionalismos y disquisiciones a priori. A beneficio de inventario y aunque no le interesan demasiado los monumentos cuenta con garboso poderío la historia de los mismos, desde que fueron fraguados hasta que dieron en tierra sus torres o se vinieron abajo los arcos. De los seres humanos desconfía pero le enternece el paisaje. Da ración doblada de ingenio - sus relatos son un verdadero tour de force estilístico- a la hora de cantar los méritos de la naturaleza, nombra las hierbas, conoce el nombre de todo lo que vuela y sus propiedades. La cigüeña, por ejemplo, le enseñó al vagabundo“la conveniencia de no dejarse ver sino por temporadas; el búho le adiestró  a no pestañear y le hizo maestro a fuerza de golpes en los arcanos de la paciencia y el golorito[xxxv] instruyó al vagabundo en las sanas tendencias de cantar, pase lo que pasare, como un loco y sin pedir permiso”. Al pasar por Arévalo dice: “La Moraña cría el cereal, tolera la vid, maldice el árbol”.  No se puede evaluar a un sexmo, a una mancomunidad o a una universidad que es como se llamaban a las regiones antes de que apareciera la retama tiesa de las autonomías de una forma tan sonora y tan sabia. Se consigue on esta taxonomía del lenguaje la emoción del idioma que ha de palpitar en toda obra de arte.  Es el no va más. Al hacer balance de todas estas filiaciones psicológicas y semblanzas topográficas el lector se descubre. Chapó:

-Oño, es verdad. Qué bien dicho esta esto. A mí no se me había ocurrido cuando pasaba por allí. Hay que ver lo bien que escribe este chico. ¿Decís que se llama Federico?

-No, señor. Se llama Camilo José. Es un gallego que ha logrado hacer volar al castellano por las cumbres del aguila  por donde solía.


Los censores quedaban patituertos ante sus desplantes. Ese derroche de ingenio que haría quitar el gorro incluso a sus detractores más radicales. El franquismo siempre respetó las genialidades del autor del Viaje a la Alcarria. Las tres veces que tuve ocasión de hablar con él a lo largo de mis días siempre me dijo lo mismo. Que la censura no le estorbó para nada. Que el incidente protagonizado por Cerro y Rocamora no fue más que una tormenta en una taza de té. Tuvo de siempre mucha gente que andaba al copo pero él con su paciencia y sabiduría de mochuelo los toreaba. Siempre estaba viendolas venir.

 



 De pronto la gente desaparece. La muerte no es ni siquiera un acto de servicio sino un episodio vulgar corriente y moliente en el libro del habe y del debe como cada una de las tres ces con que firmaba el escritor. Comer, cagar y coger. El gran Cela definía la existencia humana en esos tres verbos pero él dicen que murió recitando versos de amor in articulo mortis y diciendole a Marina que la quería mucho. No es que pegasen mucho con su carácter tales ternezas, pero Cela, un poeta de cuerpo entero, siempre tenía una rara capacidad para sorprender y mostrar la cara  oculta y hay un último tranco de su personalidad con la que no me identifico ni reconozco lo mismo que con el país al que le tocó asistir a sus pompas fúnebres pues esta tampoco es mi España. Me la han cambiado. No es que se fugase con una corista o con un cabo de regulares como la madre del niño que encontró cabizbajo pasado el puente de la Fuencisla en “Judíos, Moros y Cristianos” (el acto de escribir con frecuencia deviene premonitorio) sino que se casó con una coruñesa cuarenta años más joven que él y con pinta de ser la modosita chica de la tele que recuadra después de cada telediario puntero en manos los pronósticos meteorológicos. Lo puso a dieta.  En su primer matrimonio no parece que hubiera sido muy feliz. Convivir con un genio, difícil tarea y Charo Conde llegó a decir, quien sabe si para herirle que en realidad de quien había estado enamorada era de su secretario el escritor Caballero Bonald, un segunda fila, menos genio pero puede que amador mejor, hay que joderse los bandazos que da el destino con sus vueltas y crecientes, más que una noria, sí. Pero en su vida y en su obra el papel de la mujer resulta siempre ancilar y periférico. ¿En su caso segundas partes fueron buenas? Pues parece ser que sí. Por fuera se le veía contento embutido en un nuevo perfil. Si a una la puso a pasar a máquina su extensa obre escrita en letra pequeña endiabladamente minuciosa la otra quedó encargada de que llevase siempre la corbata a juego y apuntalar su figura pública con todos los vales del mercadeo y de lo políticamente correcto. Quedó un Cela descafeinado que hasta dicen que cobraba las entrevistas, lo que nunca hizo pues era generoso y simpático en hospitalidad, tiempo y espacio. Y de contado en aras de un nuevo “look”: millonario de las letras, senador a dedo regio, cartero mayor del reino, mantenedor de las fiestas de Zamarramala, actor de cine, guionista y productor, anunciante por televisión de la nueva guía de carreteras, cachondo[xxxvi] mental, pero apto para todos los públicos con una mezcla de retranca y de ternura. ¡Ah su ferrete coruñés! Los del “Diez Minutos” lo retrataron en pantalón de deporte marcando paquete y reventando las costuras por la pernera del bañador. Marina lo puso a régimen  y fue centro de interés y de atención para la prensa de casquería antaño por él tan denostada. Pero estas son lentejas. El Nobel supo darse cuenta a tiempo. La sociedad española al volverse permisiva se hizo menos intelectiva y trascendente y él que había sido un peso pesado del casticismo celtíbero supo adaptarse, siempre dentro de lo que cumple, a la cultura de lo light. El majadal de la Colmena se convirtió en corrala a medias. Las vecindonas de antaño habían cambiado la toquilla y las sayas por prendas de alta confección pero el remango y las lenguas viperinas seguían siendo como siempre.  Cuando se produjo la revolución de los nuevos gustos de los que son epítomes dos periodistas (jesús Hermida y José María García) él busco sitio en el ruedo mientras otros toreros se cortaban la coleta, otros eran condenados al silencio y los más se morían de asco o de aburrimiento. Señores hagan juego.

 

                                                                    

 

                                 

                       IV


Cela supo sucederse a sí mismo. Sus libros y manuscritos cotizaban alto en las almonedas, como ya explicaré abajo en esta crónica y sus textos copaban los primeros lugares de más vendidos aunque sus lectores más fieles, los que lo seguimos desde el principio, quedáramos desconcertados y hasta aburridos. Al principio pensamos que serían cosas de Cela pero luego notamos un cierto empecinamiento y señales alarmantes de decadencia aunque él supo llevar como corresponde a los cánones eso de la esclerosis. Cuando las venas se endurecen, la capacidad de fabulación se agarrota y hay signo de chochez. El maestro siempre decía lo mismo.  Como todos los días amanece Dios, los jueves ya están en los kioscos las revistas. Renovarse o morir.  Para que todo siga igual y aquí sigan mandando los mismos. Gautier Casaseca fue reemplazado por Pérez Reverte quien debe de haber leído mucho tebeos del Guerrero del Antifaz y de Roberto Alcázar y Pedrín de guaje. A Corín Tellado le salieron no pocas emuladoras aunque esta vez con coroza de feministas que proclamaban lo de siempre:

-Hay que contar una historia.



























 Hay que saber ser y saber estar para poder colocar el producto. Y en eso él se dio buena maña pues fue y estuvo siempre. Cela, esa fue clave de su apoteosis, era un ser humano tan vitalista que se las arregló para poder ser y estar en un país donde la gloria literaria a cualquier hora sujeta a pedimentos dura lo que un caramelo a la puerta de un colegio, practicando equilibrismos, eso sí, al pie de medio siglo de vida española y pisando la cabeza de sus detractores sin cuento. Hay que echarle redaños. Hay que ser muy listo para esto. Hacer algún que otro calvo. Esquivar más de una bofetada.  Él encajaba siempre los golpes con flema británica pero sin llamar a sus enemigos por su nombre. Era un consumado titiritero en las ardides de la cuerda floja. Abajo estaba el pozo de los leones cuyos rugidos desmelenados aguantó toda su existencia y de él se elevaban las lenguas serpenteantes del áspid manando azufre por la boca. Había que aguantar el tipo porque un resbalón en este país, donde hay un ojo que espía detrás de cada estor, los muros tienen orejas y media nación se dedica a espiar lo que hace la otra media a fin de recabar información para cuando empiece una de las habituales caza de brujas a la que estamos acostumbrados  puede significar la muerte civil del interesado. Tipo listo, Cela no sólo se mantuvo en vilo y en la cresta de la ola sino también a medio sector animando el enrarecido ambiente literario cuando llegaron los comisarios felipistas pistolón al cinto y empezaron las sacas de los pintacilgos de la literatura. Cantaban demasiado bien y había que fusilarlos siquiera fuese sobre el papel que ignora sus nombres. Eso de cegar jilgueros y echar ruiseñores a la olla se les da de perlas a los mediocres pero había que eliminar el pasado. Hacer tabla rasa. Borrar la memoria. Dios los ampare y perdone. Con él no pudieron aunque ya digo que estos vengadores  en su sed de revancha fue mucho el ingenio y obras de autores que se llevaron por delante.  Negandolos el pan y la sal. Condenando a tantos y tantos al ostracismo de las hemerotecas. Aunque la letra muerta siga ahí. Como testimonio. Algún día vendrá en que se vuelva contra ellos. Él hizo lo imposible para evitar la caída y burló las celadas que le tendieron los podencos de Polanco. Se colocó sobre su oronda testa una jipa, señores míos y se retrató con un humeral judío en el muro de los lamentos de Jerusalén. La cosa tiene tres pares de perendengues. Con todo, quizás llevara razón Antonio Magariños, mi profesor de Latín, cuando decía que no era novelista. Los hay más meritorios. Tomás Salvador, Bartolomé Soler, Dolores Medio, Pombo Angulo, Emilio Romero e incluso Castillo Puche entendieron este género literario y lo practicaron con más recursos que él, pero amigo el Duarte en su tiempo causó sensación sin merma de sus méritos literarios por todo el aparejo político que circunvaló a la publicación del libro en el extranjero. Quizás el iriense fuese hombre menos de estructuras que de coyunturas. Hace una literatura de paso. Recopiladora. La opción de superar la marca queda abierta a los que vengan arreando.  No aspiraba a una hornacina después de la muerte sino a ser canonizado en vida a sabiendas de que las honras póstumas en la tarea de un escritor no son más que sobras y miganduras de un oficio duro que reclama áspero esfuerzo y proporciona escasas consolaciones. Su obra es la de un clásico porque era hombre poco inclinado al desmelenamiento. Por eso no tienen razón de ser los gritos contra él de algunas Euménides que no lo han perdonado ni a la hora de la muerte disparandole dardos envenenadores, cantigas de mal agüero, nenias. A moro muerto gran lanzada diría don Camilo.  Hizo sombra a muchos y con su oronda humanidad taponó el camino. No se lo perdonaron nunca pero él era un monstruo. Todo un acontecimiento literario. La critica lo ponía verde y trataron los más gazmoños de cerrarle el paso cuando lo de la censura a su primera gran novela escrita a los veinticinco años y lo maltrataba por deslenguado. El pueblo, sabio y ocurrente, reía sus donaires. Al fin todos se rindieron aunque a la vista de lo que escribieron algunos en su obituario el reconcomio como un palmito maldito o una caña del diablo sigue brotando. Pero la literatura se llamó durante casi cinco largas décadas en este país CJC ocupando un trono indiscutible e insustituible por encima de las desavenencias y murmullos de tirios y troyanos.  Del país del pan de higo y los realquilados en la miseria de aquel país de la busca barojiana a la del euro ya ha llovido pero él supo capear dimes y diretes siendo, además, él mismo y nunca fueron capaces de destronarlo ni de derribarlo. “Yo tenía una novia portuguesa que se llamaba Dolorines. Tenía algo de bigote pero compensaba”. Eso se lo dirá usted a todas, le dije. Psht. ¿Y cuándo iba por esos andurriales mochila al lomo las pasaría canutas, no? No sólo canutas sino putas, hijo.  Flautista de Hamelín del castellano, era capaz de poner música a los conceptos que ya las palabras le subían al aire como sinfonías perfumadas de incienso. Tenía buen oído y era un poeta de los sentidos. Ante la lujuria pasaba de la largo. Camilo José Cela, que a mí en la manera de fumar, en los andares y en la forma de ser y de expresarse con mucha parsimonia y las frases saliendo solemnes y armoniosas de su boca, me recordaba a mí padre, así tan serio con ceñudo y apretando el entrecejo ceñido de gafas de montura oscura que le apuntaba un aspecto de renitente escolar que escribe con aplicación y empecinamiento la tarea diaria, o de alguacil alguacilado, logrando, mediante el arqueo de la ceja superior en forma de acento circunflejo, disposición propia de los que leyeron mucho (a todos se les pone cara búhos), van para viejos y empiezan a estar de vuelta de tantas cosas, una gravitas censoria de imitación a Catón era mucho más gallego de lo que parece. Pocos conocían que era un enfermo crónico[xxxvii] Tierno, cuando le da la gana, arisco y lenguaraz, cejijunto o distinguido, cuando se tercia, lozano y directo en le lenguaje de la “Colmena”, conceptista y culterano en sus últimas entregas como “Madera de boj” o “Mazurca”, él era un gran actor que se interpretaba a sí mismo. Para colmo, acabó en casi una estrella de Hollywood y murió en olor de multitudes. Se le enterró como dicen que se daba sepultura a los héroes, a los santos y a algunos alcaldes privilegiados; supo vender la mercancía en un oficio donde sólo se cría caspa, estreñimiento, cárceles y destierros, rencores y recontras para que luego venga acto seguido a mearnos la parva una gumia de esas resentidas que quisieron ser novelistas y no pasaron nunca de la esfera de cuenta cuentos o de tarascas con las tres efes por feas flojas y frías como la muerte y venga ya digo y  estando de cuerpo presente y con su humanidad de  quince arrobas aun caliente dentro de la caja de ébano vaya y le insulte y lo llame “fascista” a él que era presidente de la Amistad Española con Israel y que sus libros barrían en las subastas que a ver quién dirige este cotarro tan enrevesado de las almonedas pues allí,  domina mea, los libros de don Camilo que acaba de dejarnos vaya faena por San Antón del 2002  capicúa, copaban. No vengas, tú, pues, insidiosa, a querer caparlos.  Él era el rey de las liquidaciones y encantes variopintos, pues le hacía gracia a nuestros jefes del pueblo elegido. Inclusive, logró colocar una edición del Quijote relativamente tardía por más de veinte millones, que a ver quien es el que está dirigiendo este lucrativo cotarro de las almonedas y a mí no me vengas tú con historias escritas desde el furor del  uterino resabio (el clítoris vale para otras cosas muy ricas pero no es buen consejero de la escritura, tía basta, quedate con tus retahílas, tus agüeros y tus  palabros pues me han dicho que viajas por las noches en escoba y te diriges cruzando las montañas a Fuensaldaña donde tienen tenida las comadres) que don Camilo bien supo ponerse la yamulka a tiempo y acudir al muro de los lamentos jerosolomita cuando cumple. Sin renunciar a sus convicciones supo arrimarse al sol que más calienta y era varón discreto que hacía las cosas todas muy medidas porque el que vale, vale y no me digas que lo que quisieras tú es ser ministra pues apañados estaríamos. Camiliño el de la novia Dolorines la portuguesa y que se paseaba en Rolls con la choferesea sabía comprar y vender, dicen que también era generoso y magnánimo con los desvalidos, aunque yo personalmente pues hay muchos camilos prefería el anterior, el del vagabundaje, las casas con derecho a cocina, las novias portuguesas que en las fondas le daban de comer y luego le hacían un favor, al de la choferesa que es más alambicado y ambiguo que el precedente. Ese ya estaba un poco sofisticado, como forzando la máquina, y se salía del cliché. Camiliño el de la novia portuguesa me resultaba familiar y afecto. A don Camilo el del premio ya no lo conocí. ¡Cómo se vendan tan poco como tus indigestas novelas con condecoración y todo pero a las que no hay quien les hinque el diente dejarías vacante el ministerio y a todas las funcionarias como tú mano sobre mano, so bruja, montate en la escoba que a xana no llegas porque las xanas como el nuberu y los espíritus del bosque penates, manes y lémures son benéficos no traen el odio ni la venganza! Deja que allí se te aparezca no santa Teresa sino el diablo incubo ese que no desprecia tus carnes fofas y estragadas por el vino, borracha. Y tengo vértigo porque cuando yo me pongo me dan writing cramps, palabra.  Que con tu obituario me has puesto de los nervios al igual que el de otros mendas. ¿Eres epiléptica de eclampsia y gota coral, niña?  Tú a lo tuyo que no es analizar visiones sino a hacer entrevistas a los fantasmas a los que llevas al pilón del río de tu pueblo a dar agua del ramal. ¿Son asturianos esos huéspedes? Pues entonces daca. Que siempre lo que tú fuiste fue celestina sin jarro en la alacena y lo tuyo era el mono de miliciana pero no estabas cuadrada porque no diste la talla para el ejercito. Eras tísica y no te digo más porque el diccionario se me quedaría vacío de dicterios. Todos acabaremos en el valle de Josafat unos antes otros después. A los buenos les quitará la sed con un jarro al pasar por el pozo de Samaria santa Forcina pero a ti te pondrá vinagre en el vaso que es la que te mana por las garras pues no tienes uñas, tú útero lo tienes pintado o sólo podrá parir piedras, no eres humana, que recuerdas a los monstruos que asoman la oreja en los capiteles prismáticos de los arcos circunvolados para representar en forma anicónica el jardín de la maldición, esto es, la gehena. Luego no me lo comparen con Quevedo por favor, dejénse de hipérboles y de lecherinas por parte de viudas alegres y no me lo metan en la prensa del corazón ni en los corrillos ni en las corralas mediáticas que tal vez hayan contribuido a afianzar su imagen en los últimos años maquillando y adelgazando a Cela para que compartiera tema de reportajes con Rocíito y con el conde ése que nada esconde pues todo lo enseña y que parla italiano. Y hasta lo hicieron marqués a él que tenía querencia de vagabundo hasta que por un golpe de fortuna de Venezuela gracias a una novela escrita por encargo regresó millonario. Ni con esta chusma de entretenidas de la prensa de la ingles, sus veleidades celiacas o coprológicas. Que cobran por salir en la tele o por enseñar sus sábanas mancillas y las bragas llenas de cazcarrias. Me lo quisieron echar al estercolero pero él se defendía pues era listo, sabía judo y con la lengua acerada y pugnaz como la partesana de un alabardero de Flandes hacía llaves capaces de dejar fuera del cuadrilátero a los pesos pasados del mundo de la comunicación. También se marcaba pasacalles y sabía bailarle el agua al poderoso con donaires dicharacheros del buen decir. No me le imagino poniendo epigramas debajo del tenedor y la servilleta de un monarca y  a la sombra no estuvo jamás salvo alguna noche que pasó por un pormenor en el cuartelillo. Yo prefiero a aquel Camilo de antaño tan gallego que sabía nadar y guardar la ropa mucho más que el del chiste al que te encuentras en una escalera y no sabes en qué dirección se dirige. Pero conociendole  pues tenía madera de triunfador tenía que ir siempre arriba. Pensandolo bien no lo era lo que se dice filósofo. Ufano sí pero densidad conceptual poca. Había bebido en las fuentes del 98. Don Américo Castro con sus controvertidos planteamientos acerca de la historia de España se irguió en fautor espiritual.  Era un vitalista. Pícaro (los que no lo han leído le cuelgan ese sambenito) tampoco. Supo entender la vida. La cogió el tranquillo. ¿Qué mal hay en ello? A muchos le parecía un atropello aquel desparpajo. Por eso no me cuadra que lo encastillen en el mismo rango del gran genio de las letras hispanas por encima de él nadie ni el mismo Cervantes. Quevedo es Quevedo y Cela es Cela. A ver si nos enteramos. No le  faltaba talento ni pluma con ser la suya de tantos quilates, pero sencillamente no le daba la gana ser Quevedo aunque en aquel mundo sus alabanzas al autor de los “Sueños” eran una velada crítica a los que en este país se conforman sólo con el Quijote que, además, no han leído nunca. Escribía siempre mucho, demasiado quizás, y atinado con aquella letra pequeña enmarañada que desglosaba y pasaba a maquina Charo, su musa callada, la santa que le aguantó tanto hasta que Camiliño dio la espantada. Pocos nos lo esperábamos. Y su prosa musical y bien cuadrada parece que le salía del alma con tacataca pues hubo un tiempo que sólo quiso ser Pata de Palo. Bartolomé Soler, eso pocos lo saben, hizo un libro de viajes por la Castilla abulense mucho mejor que el suyo pero sin tanta fortuna. Cela sabía vender bien y colocar su producto en el mercado. Por eso digo que tenía algo de retranca al escribir y se apoyaba en el carretón y las andaderas de pie forzado a lo manierista y a lo tremendista conociendo los sabios y poderosos registros del castellano en un tiempo en el cual empezaba a dar vuelta el aire.  Al autor de “Marcos Villarí” ya casi nadie lo recuerda ni le agradece su excelso trabajo. Ni tampoco a Tomás Salvador que fabulaba con mucha más fuerza que el iriense. Cosas de la vida. Cela gracias a su simpatía y originalidad de un buen relaciones públicas de indiano millonario destacaba en medio de una pléyade egregia de eximios literatos.  Él no fue más que la aguja en un pajar. Nunca en la historia de España hubo tan buenas camadas de prosistas y poetas a los que la critica de después del derrubio y del diluvio del 75 niega el pan y la sal pero todos esos proscritos ahí están tentando con su grandeza desconocida a las generaciones de los estudiosos de nuestra lengua que hayan de venir subsiguientes. Cela supo adaptarse a los cambios. Por eso afirmo que desde el punto de vista ideológico sus entregas me parecen poco consistentes y congruentes. Tenía más de periodista de buen estilo, el cual al escribir parece tomar carrerilla y coger el tranquillo, que de creador lo que no fue obstáculo para que lo encaramaran como consecuencia de dos libros afortunados, el “Pascual” y la “Colmena” que no son desde luego sus textos más acabados. La “Cruz de San Andrés” es la que pusieron al revés y “Christus versus Arizona”, para mí su mejor libro, por densidad constructiva, nos dan la versión de Cela profundo y casi aterrado al borde del pasmo siguiendo los pasos de Bulgakov en La Guardia Blanca y cuyo mensaje era que aquí han ganado los americanos. Su humanidad desbordaba. No siempre fue riguroso consigo mismo pues sabía que al camaleón que  duerme se lo lleva el río y que aparte de embadurnar sus ideas bajo una capa de ecdisis (lo que le permite mudar de camisa a las culebras) resultando del todo áulico. Tuvo una habilidad narcisista para no desafiar al viento de cara. Supo ponerse sin hacer demasiado remilgos otra chaqueta y ahora a ver quién es el mago que le tose al autor del diccionario Secreto convertido en presidente de la Sociedad de Amigos Españoles de Israel. Eh.  Ofreciendo su bien nutrida popa, aquel culo lleno de diviesos que tenía que sajarselos cada equis tiempo, a los alisios que hacían navegar con fortuna, sabía utilizar el paracaídas para caer de pie puesto que no en vano en su juventud hasta que dejó de fumar un buen día de san Antón de 1974, lo que son las cosas y el que avisa no es traidor, reforzar el Farias de sobremesa con camiseta, verbigracia: un de papel de fumar de librillo.  Eso era lo que hubiera querido ser. Un paraca de la literatura él que militó durante la guerra en un batallón de asalto en la columna del coronel Castejón, esta parte de la vida del iriense fue vetada y no convenía hablar de ella tras la ceremonia del legrado de memoria al que fue sometida su biografía. Aguantaba poco a los pelmas pues era muy inteligente y cuando le cogías el punto, esa clave musical que es como un sol que esplende toda su obra, fino oído de violinista que hace arpegios sin ton ni son alguna vez que otra es muy ocurrente, meu Orense, a ratos dulce a ratos picante como los pimientos de su pueblo, había que cogerle hilo. Para entrevistar a Cela era menester conocerle un poco habiendo captado su estética e ingresado en todo el ritmo de su prosa que es cantiga juglaresca como la Galicia inmensa. Aunque, ojo, había que vibrar con el personaje no te soltase una coz. Tenía instinto para las palabras. En él cabía toda la galleguidad. Era más simpático que Valle Inclán, no tan buen arquitecto desde el punto de vista novelístico como José Costa Figueiras y no narraba con la contundencia de malabarista de un Fernández Florez pero estilísticamente grandísono, solerte, magnífico. A su socaire crecimos y nos amábamos todos. Yo también, como tantos y tantos niños de postguerra, quería ser CJC de mayor. Epígonos tuvo a patadas. Le imitábamos porque puso música al castellano y sus frases, refranes y dichos se nos quedaban entre las manos aunque no abusara de la paremiología ni de la batología que echó a perder a los que quisieron contrahacer sus libros.  La verdad es que el patrón era peculiar y muy suyo, sólo capaz de hacer un refrito con sus propias composiciones ¡que carajo! Había que ser algo escritor para darse cuenta del calibre del calibre del volcán. Su prosa encuentra reminiscencias en Swift. De Quevedo al que admira aunque sin parecerse adopta el desenfado superficial. En su casa de Torres Bermejas allá por la primavera de 1972 me cupo la suerte de un mano a mano.  Fue uno de esos instantes de la vida en que se siente que va a pasar algo y me parece que profesionalmente mutatis mutandis aquello fue semejante a la que él hizo a Azorín. Una de esas cumbres estelares que se alcanzan en cualquier vida. Después, uno empieza a rodar por la ladera de la decadencia mas ello no importa demasiado por que se percibe haber conquistado la cúspide. Esto no  puede quedar del todo mal. ¿Cómo dice? Que se ve que entiende. A Cela, riguroso, ordenancista que había sido novillero, le quedaba de aquella experiencia torera el resabio de entender la literatura como una faena en la cual se ponen banderillas al quiebro y se despacha al bicho con una estocada en el hoyo de las agujas. Enfrentarse al toro de la vida era algo que requiere caireles y corondeles pues el cornúpeta tiene unos embolados muy respetables ponerse delante de este toro de la vida que tanto cuesta y tiene las astas tan afiladas es una cosa muy seria. Hay que echarle mucho valor. Por entonces Camiliño que ha tenido una frágil salud de hierro y que siempre se ha estado muriendo aunque disimulara su miedo a torearla con una sonrisa de medio lado en esa indiferencia por lo que es incierto y cae fuera de las competencias, morirse es un acto muy vulgar, tan cotidiano como las otras tres ces que paseó por la Alcarria con su macuto a cuestas, caminar, cagar, comer y joder de vez en cuando esta última j (CJC), ya nos hablaba de “Madera de boj” con ese rictus desdeñoso. Tardó de escribirla treinta años, fue el trabajo que más le costó llevar a buen puerto, y no tenía mucha prisa la verdad. Por ponerse el pijama de madera. Él era la vida misma y el emblema della hecha escritura escribiendo sin prisas y sin pausas cada mañana ante el terror de la página en blanco. Un mazo de cuartillas en su contador. Y hala. Hacerlo todo a pelos ¿Y si no sale nada, don Camilo? Hombre, algo saldrá. Se abrazaba a la columna de su pluma con aplicación juntando palabras bien a sabiendas que le saltaban certeras y bien sonantes entre sus dedos curvos, gafos, como agarrotados, de tanto blandir el cálamo. En dos horas no me levanto de la silla. Estaríamos apañados si abandono porque no acude la inspiración. En este oficio, si quieres, puedes. El que aguanta gana. Era muy voluntarioso y sañudo. Hay que tener un buen culo y buenas tragaderas y la próstata igual que un melón. Luego le copiaron la frase. Pero qué más da. ¿Talentoso? Qué va. Mucho tesón. Se copiaba a sí mismo. Tallaba las frases que luego le quedaban rotundas. Tenía un alma juglaresca de trovador de Puente Deume que sabía combinar en apropiadas dosis con la del afilador de Lugo. Sólo de tarde en tarde mete a hablar gallego a sus personajes como en algún pasaje de su libro mayor “Judíos Moros y Cristianos” y por lo bajo, no les echara mano la pareja de la Guardia Civil.  A su regreso de Venezuela con la Catira en el telar dijo que se le había olvidado el hablar de Rosalía  tras su gira por las Américas todo esto convivía con su vocación secreta que era la de canónigo en Mondoñedo. Galleguidad variopinta y tierna de “mía nay” combinándola con el exabrupto de cabruñador de Betanzos. Lo que tenía es que se parecía un poco a mi progenitor. Un aire tan solo. Puesto que todos aquellos que hicieron la guerra y la ganaron se parecían un poco. Había una mirada de inteligencia. Una forma de ser y de estar en todos ellos. Mantenían unos rasgos de hombría y de humanidad con los que nos arroparon a los que vinimos después. Fue una generación abnegada que se curtió en la lucha y por su culpa a los que nacimos en la posguerra nos tocó pasarlas estrechas. Heroica aunque algo putera. No todo iban a ser perfectos, leche. Por eso  despedían in calor y una seguridad en la que nos arropamos los que vinimos a continuación. Nuestra rebeldía fue una rebelión cariñosa contra aquel mundo dado. Quisimos matar al padre y en ese pecado llevamos la penitencia algunos de nosotros. El mío y el de Torbado estuvieron en el Alto del León, me parece que Cela militó en regulares o fue legionario. Desde luego tuvieron otras agallas diferentes a nosotros y gozaron de oportunidades que a nosotros no se nos dio pero encaraban la existencia con mayor entusiasmo y hasta con más optimismo en medio de la circunstancia terrible del enfrentamiento de los dos bandos. No fue una guerra civil,  fue la lucha entre dos mundos, dos conceptos diferentes de la existencia. Era gente que hablaba bien. Con más propiedad de lenguajes, hacía cosas, se sentía comprometida y emprendedora. Estaban muy lejos del resentimiento de los rojos. Lo pasado, pasado, y a lo hecho pecho, que España es una y grande y libre. Los otros incubaban el rencor en la hura extranjera. Los rojos afilaban las armas en las radios ultrapirinaicas. Así y todo ellos ganaron. ¡Qué me vas a decir tú a mí!  Se sentían dueños de su propio destino y estaban orgullosos de sí mismos tanto como para ir con la calle con paso firme. Ganaron la guerra y luego perdieron la paz. Pero eran los mayores. Cuando cambiaron las tornas los nuevos demiurgos tuvieron que sacarse ideólogos de debajo de la manta y les salieron mendas a los que colocaron en los puestos clave tras ponerlos recado de escribir. Novelistas de aluvión. Salieron  periostios como churros. Con masteres y todos de la misma acelerada forma y por la vía rápida que Franco dio la estrella a multitud de alféreces provisionales. La mejor novela de la posguerra yo creo que fue la “Paz empieza nunca”. La de la guerra, “Un isla en el mar rojo” de otro gallego, Wenceslao Fdez. Florez por lo que tiene de profético y de denuncia de los gulags de los paraísos democráticos. Si no aceptas mi condición mátote. Así pasearon a tantos y luego les dieron el tiro en la nuca. Hoy por desgracia esos muertos no se cuentan. Sólo valen los del otro lado. Esto es insoslayable pero no quiere ser entendido o recordado por aquellos que a marchas forzadas se afanan por borrar la memoria.  De esa manera hay ahora por aquí tanto valor arrinconado y tantos nombres proscritos. El bando que se alzó victorioso sobre el palenque al cual pertenecía Camilo perdió la batalla de la propaganda. A nosotros en cambio no se nos dio la oportunidad de batirnos y acabamos en beatniks. Los mejores novelistas de mi generación me parecen que son Torbado, José María Amilibia y Marisa Medina. Dos o tres  nombres escasos. Sin embargo, en la que escribe Cela constituyeron una verdadera floración. He aquí que el carvajal gallego no ha permitido ver el bosque denso y poblado que hay detrás con tantas setas como medraron a los pies de los grandes ejemplares de la flora. Tengo que hacerle un reproche en esta necrología en medio de las nenias que le dirigen sus afectos del partido gobernante y del monarquista que no monárquico Diario La Razón, mientras los socialistas hacen mutis por el foro niegan una de las esencias más características de su obra la galleguidad aunque no le hubo más gallego por más que escribiera en castellano o le insultan como ya he dicho de esa esfinge maragata que asoma el hocico por uno de los cabos de la cornisa cantábrica. Esa es una veora que no hace literatura. De su boca sólo parten amenazas, ajores e insultos. No lo perdonan. No le consienten el haber triunfado. Era un gigante en medio de la tribu de pigmeos pero todos se afanan por trepar por la cucaña y llegar a lo más alto. Él en el título de uno de sus cuentos hoy olvidados, “La Cucaña”, describe perfectamente el ambiente literario de nuestros días. Los bogavantes quieren ser capitanes y al capitán que lo hagan cabo y los enanos quieren cobrar altura encaramándose al palo mayor. Hay que subir, copar las primeras planas, aunque sea a codazos. Es la pura verdad. Aquí los entierros siempre han ido con plumero negro con coche caballos. Son resabios que nos quedan de la guerra civil. Habida cuenta de la catarsis de 1975 a los que deseaban seguir respirando y publicando no les quedaba otro remedio que la ecdisis con todo lo que eso implica de traumáticos cambios de camisa. Lo contrario hubiera significado encuerarse y descorazonarse muriendose de asco. Cela tipo ecléctico y simpaticón conseguiría aguantar en el machito. Eso se lo dirá usted a todas. A ver. Claro. Como dios manda. Estaba viendolas venir.  Ahí está la clave: no se le vio hacer la pirueta con tanto vértigo como a otros. Otras mudanzas fueron más escandalosas. Él aguantó el tipo. Era un animal literario. En este rais la briba y la compasión suelen brindar buen refugio a esta situaciones revolucionarias. Si sobrevives la primera cornada luego capeas el temporal de arremetidas como puedes y a lo mejor resistes y hasta te sientes capaz de cuajar tu mejor faena, pero hay que echarse a temblar cuando cobra carta de realidad el axioma de lo imponderable y se vuelve realidad el deseo de cuando vengan los míos. Tranquilos. No es que entrasen los de Arrese  y vinieran los de Solís sino que regresaron el mismo Carrillo y la Pasionaria. Con ello todo lo que teníamos nos fue decomisado. Resultó que los verdaderos vítores eran los suyos. Quedamos de caballeros mutilados por la patria, ya no se llama así sino democracia, reducidos al estado de jodíos cojos.  El autor del “Viaje a la Alcarria” olió el poste y lo que hizo fue sacar la naveta donde se guardaba el combustible odorífero, el estoraque y el olíbano y se puso a incensar al poder de forma descarada. A rey muerto rey puesto. Es el único que está en su sitio. Tenemos uno que no nos merecemos. Etc.  Nos dio desazón y hasta vértigo a los que habíamos encontrado congruencia en la política de este país, antes una patria o un rais, aquella involución. Por primera vez soldada la unidad de la patria y conjurado el fantasma de los separatismos que él tanto despreciaba y que a su muerte asoman su virulenta faz y esperemos que lo ocurrido en el campo santo de Iría Flavia donde el Bloque Gallego se abstuvo de enviar representantes al duelo no sea una premonición de lo que acontecerá. De gallegos y talegos y de periodistas y parasitos es en parte de lo que se trataba. Todos querían escribir. Todos querían firmar en los papeles poner su voz en Radio Nacional y como consecuencia existe superfetación de ingenios y un mundo loco, poblado gallinero denso de los que aspiran a gallos de la quintana, a mandar en el corral, una secuela de las ollas podridas de nuestros monstruos coronados del noventa y ocho. No pienso que Cela en contra de lo que ha sido dicho fuese el ultimo reducto de la generación del noventa y ocho que se nos ha ido aunque estuviese en el entierro de don Pío y portase a hombros su cadáver un Día de Inocentes - a su hijo Camilo José C. Conde que es otro grandísimo escritor pues honra merece le cumpliría el mismo triste cometido con su padre el día de San Antón- porque aquella fue una generación de perdedores y la nómina en la cual él estaba empadronado era la de la victoria. A esta competición por llegar arriba lo llamaba él la cucaña enjabonada y cucaña donde gatean siempre los más ágiles y ardidos, no el que más vale ni el más arrojado, sigue siendo  España. Maricón el último. Esto es un quitate que me pongo yo. Es peligroso parear banderillas descalzo por las riveras del río de Parnaso como si fuere un coso taurino. En cualquier momento un caimán a la agachadiza puede abrir  fauces y zamparte.  Zarcean los enanos.  Nos crecen ellos por todas partes. Hasta por las orejas. Las ranas no dejan de meterse con Jupiter y en medio de este guirigay el que chifla capador, el que aguanta gana.  El que aguanta gana. “Honni soit qui mal y pense”.  Era la divisa que desde Eduardo III en 1348 se ponían en la hebilla que les colgaba del calzón o las polainas para acreditar el honor y la estirpe de los encomendados a la Orden de san Jorge. Su código literario era una especie de Ley de la Jarretera. Su rostro recordaba al de un abad de Samos o al de un contramaestre templario. La máxima que eligió por emblema y que campea en el frontis de su fundación, la casa de canónigos de Padrón se trae un aire al acróstico que durante mucho tiempo sirvió de lema a esta orden militar. Con la diferencia de que Cela que era un monstruo para la contestación pugnaz y lenguaraz sabía moverse como Pedro por su casa en esta charca fuliginosa de las letras patrias. Tenía habilidad para el regate y para hacer caños con que enviar a paseo a  los mandarines y cancerberos que guardan las puertas de la Laguna Estigia. Se hizo monárquico con la misma facilidad de alterne como antes había jurado los Principios fundamentales del Movimiento o puesto su vida al tablero para ir a cazar rojos en calidad de espía. No creía nada y esa fórmula del descreimiento aquí es premiada con lauros. Porque no nos engañemos aquí los redentores terminaron siendo crucificados y en todo español existe un diccionario secreto e inclinaciones a convertirse en un don Juan de Mañara. Para triunfar hay que ser un poco superficial y listillo ya que los sabihondos siempre acaban por parecer antipáticos. En este giro tan amplio y cambio de postura iban en juego el pellejo y los garbanzos. A los que no quisieron renunciar a un cupo de buenos pensamientos e ilusiones que alentaron y tuvieron no se les “paseó” físicamente, no se atrevieron, pero el suplicio sería mucho más contundente. Las brigadas del amanecer se pusieron en movimiento y los tiros en la nuca fueron de otra índole cuando llegaron los de González. Se los asesinó por la espalda moralmente y las torturas y el tercer grado psicológico encontraron otro acomodo de cerco y exilio interior al cabo de la voladura controlada del sistema  mucho más deletérea y pertinaz que el contencioso que desembocó en la guerra civil. Cela se adelantó a la jugada de aquel ministro de Cultura de infausta memoria que salió del frío de Auschwitz acudiendo a Jerusalén con el humeral  de oración sobre los hombros  a rezar ante el Muro de Lamento, lo que a la vuelta le permitió capitalizar el gesto. Y  decir a los socialistas que el premio Cervantes se lo metieran por donde les cupiera. Que estaba cubierto de mierda. Nunca se quitó de los hombros las filacterias en las que vino arropado como un coselete o una rodela que le preservaba de las saetas que le arrojaban los ballesteros del otro lado de la zanja. Así a secas.  Fue su gran hora. Su jugada maestra de gallego listo. Le salió toda la finura de la Rías Bajas que llevaba dentro. No aguantaba a los afiladores ni a los gallegos ni a los asturianos cerrados. Estos, que carecen del sentido del humor y van por la vida de resentidos y de grandiosistas de aldea y de montera picona cagüen mi manto no le perdonan lo de la Santina. No supieron aguantar la famosa broma del que se joda dicho en lenguaje tan contundente y tan poco piropeado. La cosa pudo pasar a mayores y en algunos concejos se le declaró persona non grata. A este padronés se le daban bien las fintas. Se conoce que no estaba hecho de retales ni compraba en las rebajas sino en los almacenes de rumbo. Les largaba un gancho y los púgiles no supieron encajarlo conque los humos aldeanos de esta España de cantones y bandos quedaban por los suelos merced a sus donaires. “Ye piquiñina y galana. Pues que se joda y crezca un poco más”. Mi novia Dolorines la portugueña tenía un poco de bigote pero compensaba. Me picaba con las cerdas de su bigote  pero en ella encontraba acomodo por otro cabo. Vaya lo uno por lo otro. Mira éste. Cela se pasó media postguerra avalando rojos hasta el punto que en una ocasión lo llamaron de la Dirección General de Seguridad y un comisario le dijo que se anduviera con tiento. Tenía buen ojo y un oído fino para retratar al paisaje y al paisanaje. Era un acérrimo y sagaz observador. Embaulaba dentro las sensaciones vividas, copiaba las frases y giros escuchados en la calle y luego las pasaba por el taller de su disección cientos y cientos de horas de trabajo criando culo y escribiendo con letra menudísima y a mano. ¿Y si no se le ocurre nada? ¡Pst! Hombre, siempre algo saldrá. Claro que saldría de aquel esfuerzo el mejor retrato del Madrid de los barrios bajos. Hombre que cargó la tintas no hay duda y se le fue la mano hasta el punto de que sus retratos no le salieron al natural sino con esa deformación picassiana de la realidad que daría tan buenos resultados estéticos porque el arte moderno viene a dislocar y a reconvertir los cánones que otros crearon en un escorzo de brocha gorda más que de sutil pincel. Erostratismo. Sonrisa vertical. Los españoles con el estomago vacío se pasaban todo el día pensando en lo mismo consiguiendo que se elevara sensiblemente la tasa de natalidad y ahora que están ahítos pues lo mismo pero o toman ellas precauciones o malparen o el macho ibérico se ha vuelto impotente el hecho es que no se cubre ni el expediente, ni los maridos cumplen y nos tiene que  importar mano de obra exterior y han de llegar de las colonias a repoblar el país. Cela conocía bien ese ambiente de chulos y de proxenetas. Cruzó la charca sin mancharse las botas de barro. Nunca se le puede considerar un crápula ni mucho menos es un representante del género picaresco. Todas sus creaciones incluso las más ásperas guardan algo de  poema. Cela creo que era creyente a su manera aunque llame idiota a François Mauriac y a despecho de la gran polémica suscitada por sus ridiculeces contra la Santina. Cela no se metió nunca con la Virgen Santísima sino que le daba cien vueltas la cursilería ñoña y ese regionalismo montaraz que hizo de dios un arma arrojadiza con sus mostrencas guerras de campanario. Quería dejar en ridículo y destocar a los que aun gastan montera picona porque él se ha sentido siempre español universal y conocía el idioma su instrumento de trabajo como el que más. Eso en vez de ser un grado se constituyó para sí en un obstáculo pues llegó a perderle su facilidad para jugar con los registros del retruécano. Al hacer chiste, acaso desafortunado, se enfrentó a la jerarquía y buena parte del clero y de una feligresía que en Asturias como en Aragón  no admite bromas con la Virgen María. Estuvieron a pique de excomulgarlo. Nunca fue santo de devoción del arzobispo Díaz Merchán don Camilo el ex legionario  que entró en Toledo con las columnas de Varela que liberaron el Alcázar. Hay circunstancias que los que predican tolerancia avientan resentimientos. Se hartaron de llamarlo fascista y malhablado. Mejor hubiera sido no sacar las cosas de quicio pero el río se salió de madre y Cela a partir de entonces viajó poco al principado. Pero como ya digo era hombre de mandobles y ganchos a la barbilla que tumbaban a un turco o un cristiano. Nunca de navajazos ni de puñaladas traperas. Como la que le propinaron en las posaderas en una juerga en Casablanca, según refiere su hijo Cela Conde en su libro y que tendría consecuencias dolorosas durante toda su vida que el paciente escritor soportó con longanimidad y estoicismo. Nada de violento. Sólo un toro bravo. Nunca se achicaba ante la provocación pero prefería derribar sin herir cuando tenía que sacar la garra y el mazo. Pronto se dio cuenta de que en este país o delante de los curas enarbolando la cruz procesional y los ciriales o detrás de ellos y él prefirió echarse a un lado dejando que pasasen los del rosario de la aurora con sus incensarios, sus ecumenismos sus post concilios, aggiornamiento y cambios manteniendose en la distancia respetuosa de católico hasta las cachas pero con una fe del carbonero que conoce la cruz de Cristo por el sufrimiento y él padeció bastante.  Todo lo de la clerigalla le venía grande. Le causaban tanta risa los sorches que se resistían a entregar la cuchara como los obispillos renuentes a abdicar de la cátedra y el báculo lo que fue premisa de sinsabores, porque  tenía por costumbre hablar alto y recio.  Siempre limpio y claro hasta el punto de que cobró fama de lenguaraz y malhablado. Muchos quisieron cogerle en renuncios tomando el rábano por las hojas. No había nacido para gobernador civil ni para redactor del Boletín Oficial del Estado. Lo suyo era la prosa limpia y dura como el hielo que mana del hontanar de la vida. No los ringorrangos. La literatura fue su única religión y, como pocos, supo encontrar a Cristo en las contradicciones de los libros y hasta puede que Dios le echase siempre una mano. ¿Va usted a misa don Camilo? Yo qué coños voy a ir.  Ya tengo todas las indulgencias ganadas. Me miró con cara de pasmo aquella mañana en que me concedió una entrevista en su ático del edificio Torres Blancas. Me repuse del susto cuando a renglón seguido me dijo esto no puede quedar del todo mal. ¡Animo, me dijo, que Dios aprieta pero no ahoga! Insisto en que un poco padre mío literario sí lo fue, puesto que aquella interviú difundida por la cadena de periódicos me trajo suerte.  No me dieron el Nobel pero gané una corresponsalía en Londres, justo lo que más yo quería. San Camilo hizo el milagro. Queda constancia de aquel encuentro una fotografía en la cual estamos los dos cada uno mirando para distinto lado. Charo había apretado bien el gatillo e inmortalizó el instante para mí glorioso pues había tenido la suerte de conocer al autor admirado. Recuerdo que el primer cuento de Cela lo leí en el tren correo de Santander camino de Comillas y en el seminario nos juntábamos unos cuantos durante los recreos para leer a escondidas en alta voz la Colmena. Luego volví a entrevistarme con él en Londres. Había acudido allí a dar una conferencia incitado por el director del Instituto de España que presidía Alonso Gamo un amigo suyo. Cela estuvo tan ocurrente, bondadoso y paternal como siempre. Al fondo Charo con sus ojos grandes que no abrió la boca ni un momento durante el encuentro. La ultima vez lo retraté en Barajas camino de Compostela con un pie en el estribo de su vuelo. Iba a dar otra conferencia. ¿Recuerda aquella que nos vimos? Sí, hijo, pero de eso ya han pasado muchos años. Y lo encontré huidizo y distante pero siempre correcto, puntual y muy británico. Quise repetir la suerte en el año 82 y le escribí a Guadalajara. Quería hacerle una entrevista vestido de torero pero me disuadió con una carta que aun conservo en la que me decía que ya no quedaban pájaros de antaño en los nidos de hogaño. Más estilizado pero más huraño con su abrigo de alpaca me pareció un hombre más triste. No lo volví a ver salvo a través de sus comparecencias televisadas y sus entrevistas en los nuevos medios que eran un calco de lo que nosotros hacíamos allá por los sesenta. Cela también había perdido su indómita espontaneidad aunque ya se sabe que el que tuvo retuvo. El astro seguí brillando y deslumbrando a los del cotarro. He comprado y tengo todos sus libros algunos subrayados en particular aquella “Colmena” que él me dedicó ya algo desconchada y que me diera suerte porque el Cela literario monstruo de la comunicación podía ser considerado como un dios o un santo intercesor al que nos encomendábamos cuando empezamos a hacer nuestro pinitos. Era un talismán de suerte.  La entrevista que le hice gustó tanto que el director de Pyresa no dudó a mí enviarme de corresponsal a Londres. Gracias, Vicente Cebrián. Gracias, Camilo. Llueve sobre mojado y por mucha vueltas que demos al asunto nunca seremos capaces de desentrañar ni de recorrer este laberinto de Padrón, un mito, un misterio tanto como el jacobeo, la barca de piedra que subleve a la meninges. Una milagrosa nave que nunca fue a pique. Se le puso cara de santo a la vejez. En parte su éxito se debiera, quizá, a que vino a este mundo con buena estrella, niño mimado de los dioses. No parecía gallego, tampoco español. A veces medio inglés por lo flemático y reposado, por la disciplina y paciencia con la que cumplía recado de escribir.  Era cómitre de la galera de la literatura. Contestaba a los golpes del rebenque con un par de sopapos o hacía trizas con sus poderosos dedos de galeote de la escritura la fusta del corbacho. Fue canonizado en vida y hasta tuvo hornacina contra la cual estrellaban sus piedras los fracasados y malhumorados que hay tantos en este oficio pero él como si nada. En su entierro vimos llorar y abrazar a su hijo Camilín emocionado a un fraile franciscano. ¿No decían que era ateo? Pues no, señor, a mí que me entierren como Dios manda con un funeral de tres capas pluviales y que no desafinen los chantres en el gorigori. Exequias por todo lo alto. Y nada de crematorios  y de incinerar, menos. Toda España  fue testigo del abrazo de aquel fraile menor al hijo amado. Nunca podremos hacer gavilla de él. Pero salió listo el rapaz. Con tres carreras y una brillante manera de escribir. De raza le viene al galgo. Para conocer a Cela hay que adentrarse en los penetrales del mejor exegeta que es su hijo, su único hijo, aquel al que subió a besar en la frente cuando reposaba dormido en la cuna antes de iniciar la andadura del Viaje a la Alcarria, y leer la biografía que éste hizo de su progenitor. En sus páginas se nos revela el hombre, el escritor y el genio compasivo, paciente y tolerante que me cupo en suerte atisbar en aquella  entrevista en Madrid una tarde de primavera. Esto no puede quedar mal si le das la vuelta a algunas cosas como lo de la misa de doce. ¿Sí, don Camilo José? Desde luego. ¿Hace un pitillo? Venga. Cela no solía repartir la petaca en aquellos tiempos. Se sacaba siempre un pitillo negro, creo que eran de la marca “Rumbo” o “Ducados”, de la sisa del chaleco y fumaba con mucha elegancia y dignidad. Luego tuvo que dejarlo. Primero lo dejó y luego miró para el calendario. Era el día de San Antón mira por dónde, fecha fatídica y de colofón.   Aceptó el cigarrillo que le ofrecí con la misma postura y circunspección con que fuman los personajes de sus libros. Hace fumadores a todos los cabos de la Guardia Civil. Tenía maneras de lord inglés. Siempre me lo imaginé hablando en el alta camara o arrellanado en algún butacón de los master clubes del Mall londinense. Al fin y al cabo había mucho en su persona de caballero andante. Don Camilo, personaje quijotesco, repartía mandobles. Algún que otro sartenazo. Nunca un golpe bajo a los que trataban de herirlo por la espalda. No era un consumado experto en las artes marciales ni como Quevedo[xxxviii] experto espadachín ni controlaba sus arranques como Cervantes. Nadie me ha puesto la mano en la cara, llegó a jactarse el viejo legionario. El afán de defender a los menesterosos y ponerse de parte de la condición de los desvalidos presenta sus riesgos. No hizo falta que sacase a plaza las fuerzas de sus puños. Todo quedó en amenazas. Si te pego una hostia te vuelvo ferroviario. No hizo falta. La fuerza no la tenía Cela en sus puños sino en la punta de la lengua. En el floreo verbal era imbatible.

                                                             FIN

 

13 de febrero de 2002

Miércoles de Ceniza miércoles corvillo al día siguiente de martes lardero acabadas las carnestolendas infinitas.

                                           


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

LOS ESFILADORES DE LAS BOTAS DE UN ANDARRÍOS.


El vagabundo en un recodo de la bajada de las Siete Revueltas se agachó junto a la cuneta para acordonarse los esfiladores de sus botas, a las que dará correo sin parar hasta llegar al valles de Amblés.  Posee buen oído para el idioma y su prosa es un buen esfigmógrafo para detectar el pulso nacional. Sus viajes son una batida al alma de Castilla profunda pero los personajes que encuentra en el camino largan parlamentos que son como oráculos del alma entera del país. Hay artificio en esta composición como podrá colegir el lector, recién iniciada la lectura de este poema en prosa. Se dicen cosas demasiado hermosas y profundas para pertenecer al vocabulario y al acervo conceptual de un andarríos vulgar. Por ejemplo, “Isabel la Católica a políticas patadas a los hijos naturales de Fernando el Católico”. Es una salida de pata de banco muy al estilo celiano. En el fondo él sabía que no era verdad pero calumnia que algo queda y piensa mal que acertarás. Alguno historiadores los bellos pecados del rey y los no menos hermosos pimpollos del cardenal[xxxix]. Era la costumbre en aquella época de gran ímpetu genésico esparcir la simiente por esos ámbitos y medir el calibre de una persona por la cantidad de sus rebaños o el número de barraganas al estilo morisco en los que el poderoso perpetuaba la simiente. Todos los varones de algún relieve se mostraban orgullosos de sus hijos fornecinos. La continencia -ya lo hemos dicho- no era practicaba ni por el alto ni el bajo clero. El tan traído y llevado celibato no viene a ser norma generalizada hasta bien entrado el siglo XVII en España.

Un pie tras otro va por los rincones de la provincia de Segovia. El trayecto que realiza desde Navacerrada hasta Sacramenia nos parece el mejor logrado por la información que recabe. Por los chascarrillos e historias que trae a colación, como el de sacamuelas que encuentra el peregrino a la salida de la Villa de Fuentidueña, que no desmerece ante los mejores lances de la novela picaresca. Duerme en las barbecheras. Observa a la moza que desrabera una parva o al viejo que se sienta al sol en un poyo de piedra. Las moscas hacen enjambre cerca de la bragueta.


Diabetes al canto nos hace saber con sus conocimientos incipientes de medicina prática. Parece ser que el maestro estuvo matriculado en la Facultad de Medicina de Santiago de Compostela, carrera que abandona al poco tiempo al igual que la de Filosofía y Letras y de Derecho iniciadas por él, nunca concluidas, en la denominada entonces Central, actualmente Complutense. O se mete por todo lo alto del entrecuesto del acueducto de Segovia. Por donde iba la traída del agua de los romanos. Todo lo anota. Todo lo recoge. Leyendas y tradiciones.


Sabemos que eran los primeros años de la década de los cincuenta porque en las fiestas patronales se bailaba la raspa “que inventó un tío con bigote” y que fue prohibida a lo largo y a lo ancho de la piel de toro mediante circulares episcopales. Breves y rescriptos pontificios sirvieron de poco. El público seguía bailando está danza o acudiendo a ver “Arroz amargo” de Silvana Mangano, o “Lo que el viento se llevó”. Esta última cinta  estuvo en el índice de la diocesis de Segovia. El obispo de entonces, que bien yo me acuerdo, don Daniel Llorente de Federico la condenó expresamente en un boletín. Dijo que todos los que fueran a verla[xl]quedaban en pecado mortal. Si levara[xli] la cabeza aquel buen eclesiástico, cuya imagen ya casi borrosa en el calidoscopio del ayer conmemorado, entrando en la catedral por la puerta norte, la de San Frutos, al son de clarines y timbales, la capa magna de púrpura que llevaba recogida entre las manos un paje caudatario, con don Fernando Resines, su paisano y principal fámulo abriendo cortejo, viniendole a recibir el cabildo en pleno, una escolta de maceros en el umbral y un oficial del Ayuntamiento segoviano elegantemente vestido de chaqué y tocado de bicornio, seguro que la volvería a reclinar a presencia de lo que miran los ojos cristianos en las carteleras de la actualidad[xlii]. Aquella imagen del santo obispo entrando en la catedral las fiestas fastas con gran boato, rodeado de su escolta de pajes, entre medias de los gonfaloneros de pelucas empolvadas a la manera de los magistradpos de Old Baily, del caudatario de sobrepelliz y los portaestandartes de palacio con roquete casto sobre los lomos y por encima de la sotana quedó impresa en mi memoria. Me imagino que el ingreso de los justos en el cielo por la puerta grande será una cosa así.

 Los tiempos arrasadores se han llevado todas aquellas dulces creencias, impuesto otros modales.

Así que Isabel la Católica metió en vereda a los vástagos espurios de su esposo a católicas patadas. Bueno, don Camilo, tampoco nos vamos a pegar por eso, aunque ya sé que le gusta exagerar. Ahora la van a canonizar en medio de una gresca. Los judíos y los moros protestan, que menudo guirigay se ha organizado  por estos tesos nacionales, pero ya digo que el bueno de Camiliño se deja impresionar por el cortejo de ideas irreverentes hacia la fautora de la unidad nacional. Está visto que nos quieren taifas, aldeanos, hablando cada uno en su jerga, y unos contra otros. Montera picona y zorzicos, alpargatas nuevas con los peales de la muda de sábado dispuestos para ir a misa, a la mezquita o a la sinagoga. Un bable en cada valle y un lendakari en cada esquina, aunque dicho sea de paso el gallego que hablan los locutores de la Radio de Fraga tenga bastante poco que ver con el que hablaban los buhoneros y afiladores de Cela en sus andanzas por Castilla la Vieja.


Los españoles está visto que hemos nacido para sufrir. El papa polaco es el gonfaloniero, el que lleva el confalón del nuevo orden sinagoga nacido del derrumbe de l989, el portaestandarte de todo esto y diz que ahora quiere entrar en Moscú pero todos sabemos que no es un nuevo mesías. Más bien el antecristo. Que todo el mundo hinque su sonrisa. ¿No es su lábaro el totus tuus que indicaría una vocación de servicio? ¡Qué va! ¡Ni por pienso. Su lema recita el “totus meus” y al revés te lo digo para que me entiendas y ojo al espionaje vaticano.

 Y moscas en la bragueta, como el que exhibía aquel viejo sentado a la sombra de una tapias en Madrigal de las Altas Torres. Diabetes al canto y luego dice que Viana y Madrigal son los pueblos más sepulcrales de España. Cuando él lo aseguraba, sus razones tendría. Pero yo pienso que esta obra de Cela tiene una gradación. El orden de los nombres da la importancia de las diferentes etnias españoles. Primero, los judíos, seguidos de los moros y en ultimo término los cristianos. Adelanta la judaización de nuestros pueblos que hoy es un hecho manifiesto. No hay más que asomarse a las páginas de nuestra prensa. Con sus entelequias. Sus titulares rimbombantes. Parece que los redacta un moro. De esta manera los que aun profesamos la fe de Cristo por estos pagos carpetovetónicos hemos de desayunarnos un sapo todos los días.

Ser español es sufrir, ya lo vengo diciendo. Tragarse los salivajos que llueven sobre nuestra reina católica. Los excesos y tropelías de los opinantes mayores en las tertulias. Esa dominas aparentemente cultas y latiniparlas que a lo mejor no saben hacer la o con un canuto pese a sus nombres vulgares: Pili Castaña, Aldonza  Ceñuda, Sancha Simpelosenlalengua, Aurorita Pulpejos.


Son personajes de Cela con nombres estupendos, lo que pasa es que al autor se le olvidó meter sus nombres en la carpeta pero ya entonces cuando hizo su gira Castilla adentro un paso detrás del siguiente y arriba siempre las estrellas o el clemente azul acero de nuestros paramos puede que se le pasasen por el magín, lo que ocurre es que no cayó en la cuenta. Hizo dellas el primer bosquejo y luego lo embauló.  Parece imposible que las tales mentadas fuesen nietas de aquellas mocitas en flor que se le aparecían al vagabundo al llegar a los pueblos paseando calle arriba calle abajo por el Espolón. Con flores en el pelo.

Muy lejos estamos de Judea. Ya no se escucha las noches de verano la estridulación de los grillos en la cerca pero las montañas - y el viajero entra en Castilla  por donde hay que entrar por la vieja carretera  

 

                                                         Notas al margen   

 



[i].Dios hace planes con lo más enfermo del mundo  despreciado para sacar adelante su obra.

[ii].De grabesco, que en lat. Significa quedarse calvo.

[iii].Asalto alcohólico.

[iv].En jerga periodista se denomina inflar el perro a cuando no hay noticia ni tema escribir sobre el mismo aunque fuerce divagar.

[v].Salir a hostias. ¿Podrá haber expresión más española?

[vi]. La gran necrópolis al este de la capital.

[vii].Ciencia de la cruz, demencia de los crucificados. Locura evangélica.

[viii].El ex escolapio fue el primero en salir del armario.

[ix].Indice de libros prohibidos existente en la Universidad Pontificia de Comillas.

[x].Chubascos. Localismo de la provincia de Segovia que apunta Cela pg. 35 de “Judíos, Moros y Cristianos”

[xi]. Consultar el índice en que se aduce esta entrevista publicada en HIERRO, periódico de Bilbao, uno de los cuarenta diarios de la desaparecida prensa del Movimiento.

 

[xii]. Arije, voz de procedencia árabe, es sinónimo del apellido que esto escribe.

[xiii]. Fue una pregunta impertinente.  Le faltó un tris para decirme que no porque no le salía de los cojones pero se reprimió.

[xiv].Rosario Conde Picabea su mujer natural.

[xv].Tenía el don de la accesibilidad. Por aquellos días Cela no negaba ni una sola entrevista ni hurtó jamás a las preguntas más controvertidas su oronda por entonces. Cuando Marina lo puso a dieta, ésta pedía un tanto por cada tiempo dedicado a los medios de colaboración según es norma actual en los medios de comunicación donde los famosos han encontrado una mina para ir a airear trapos sucios. Pero entonces no había que pagar ningún peaje.

[xvi]. Según don Francisco de Quevedo.

[xvii].Director de ARRIBA en la época Carlos Arias.

[xviii]. Caminaba por entre la multitud sin hacerse conspicuo.

[xix]. Mejor no citar nombres.

[xx]. No encontrarán quién les recuerde.

[xxi]. Mi alma está repleta de males, mi vida se acerca al infierno.

[xxii].Era corresponsal de PUEBLO

[xxiii].Animal mítico, extraña mezcla de lobo, de barbo de río, de gallina y de cebra, según unos, o de cabra, según otros, que vive más de trescientos años y que desgracia a los niños que mira . ( “Judíos, Moros y cristianos” pág.. 37).

[xxiv].el rape que es bataneado y puesto a secar en las casas portaladas y galerías de Cudillero. Quizá tenga que ver a su manera con la peladilla o cochinillo asado segoviano.

[xxv].Epanalepsis  o enálage figura que consiste en cambiar las partes de la oración y sus accidentes

[xxvi].abreviatura coloquial por fin de semana.

[xxvii].”Judíos, moros y cristianos” pag. 236. Destino, 1957.

[xxviii].A cada uno lo suyo, o poniendo las cosas en claro.

[xxix]. Todo lo relacionado con las artes de pesca.

[xxx]. Regoldo, castaño silvestre.

[xxxi]. Publicó “Guarnición de silla”, y “Con flores a María” inter alia.

[xxxii].Expresión latina que viene a equivaler al castellano creer que uno se chupa el dedo.

 

[xxxiii]. El arte mayor es ocultar el arte.

[xxxiv]. Los escritores griegos creían que Thule era el punto extremo del septentrión. Allí acababa el mundo.

[xxxv]. Golorito o jilguero y por otro nombre pintacilgo. La lexicografía celiana es hermosa y señorial como un blasón.

[xxxvi].Cachondo mental viene de catulens que quiere decir estar en celo los animales.

[xxxvii].Padecía divertículos y prurito anal. Sus visitas al quirófano eran frecuentes. En la mesa de operaciones entraba con gesto divertido y en una ocasión puso como condición para ser operado que todos los médicos y enfermos de la planta salieran a aplaudirle, a la que lo bajaban a la sección de curas. Ver “Cela mi padre” por CJC Conde, Madrid, 1989, Temas de Hoy.

[xxxviii].Francisco de Quevedo en la iglesia de San Martín un Jueves Santo dio muerte a espada a un caballero que maltrataba a una dama y Cervantes también huyó a Italia después del asesinato de un hombre. Valle Inclán perdió un brazo tras un cachetazo que le propinara en un duelo el escritor granadino Manuel Bueno. A Clarín también lo desafió un militar jefe de la escuadra. Afortunadamente no llegaron a batirse. De todo esto puede llegarse a la conclusión de que en la tarea de la literatura hay un espacio reservado a los ángeles pero los demonios también ocupan un destacado sitial no menos importante.

[xxxix].En cierta ocasión compareció a su presencia el cardenal Mendoza escoltado por siete mancebos de buen porte. A Isabel de Castilla no se le ocurrió otra cosa por comentario que la frase siguiente:

-Ya veo, ya, Eminencia, los bellos pecados de Su Ilustrísima.

[xl]. Se proyectó en el Cine Cervantes de aquella capital.

[xli]. En el sentido de levantar. Del lat. levo, levas, levare.

[xlii]. Don Daniel era alto, delgado, muy calvo. Traía lentes redondo de concha y la nariz en forma de silla de montar. Su aspecto recordaba un poco a la del papa Pío XII.  Publicó libros sobre pedagogía, era un especialista en catequesis. Gozó de fama de santo.

No hay comentarios: