EL CELA QUE YO CONOCÍ
por
ANTONIO PARRA
Yo nací el año
del Pascual Duarte y me siento de Cela al igual que otra larga leva de
escritores, amanuenses, curas y predicadores y algún que otro catedrático de
nuestra generación incomprendida feudatario de sus trabajos. Fuimos deudores de
su oronda figura o catadura porque en el mismo hombre se acaparan muchos
símbolos para los que empezamos a escribir en España con más tesón que
bienandanza pues de lo mucho y lo poco hemos sido los vagabundos sin suerte que
a él le enternecen en su mejor época allá por los ilusionados sesenta. Unos
acabaron en galeras o se dieron a la botella y otro buen golpe en forajidos sin
una triste casilla donde caerse muertos, espectros de su propio afán, sin
fortuna ninguna. ¿Generación del noventa y ocho? Vayamos por partes. El iriense
si no padre espiritual fue por lo menos
padrino de nuestros sueños y de su mano empezamos a gatear por el
resbaladizo pino untado de cera de las fiestas mayas y otros juegos florales
con deseo de tomar la gala entre los dedos. Nos habían dicho que la fortuna
ayuda a los audaces, ¡pero qué va! Esto es un batiburrillo, como una lotería y
al que le toca pues le toca, y cuando da, da. Muy pocos treparon a lo alto de
la cucaña; los más quedaron en el camino. En España en lo que sea lo importante
es triunfar. Entonces los bachilleres queríamos emular a los monstruos de las
letras sin importarnos mucho lo de fuera, el “look” o el atractivo físico. Nuestro ideal eran actores como Anthony
Perkins o Mastroiani que tenían pinta los pobres de tuberculosos recién salidos
de una sala del Pabellón de Reposo o del Retablo de don Cristobita. Actualmente
quieren ser divos de las canción, la escena, futbolistas con la vida resuelta o
convertirse en carne de candelero protagonista de la prensa del corazón. Dinero
fácil. El éxito al alcance del mando a distancia porque todo en la vida ha
pasado a ser en la sociedad de la imagen un zapeo a todas las escalas. Todos
van al gimnasio anhelosos de fortalecer los bíceps pero entonces preferíamos
echar cachas intelectuales. Creo que eramos un poco más profundos. Entonces
éramos un poco crédulos y no habíamos empezado a estar de vuelta de todo. Por
ésas, gateaba yo con denuedo por el mayo de mi vida, ventura te dé Dios hijo,
que saber no te hace falta. Bueno. Hacía falta bravura y arrestos, no cortarse
un pelo pero quería ser escalador y no era muy suelto de canillas. Debe de ser
a causa de los pies planos, estas corvas tan redondas y morcillonas que heredé
de mis mayores, valen para criar panza y echar culo en la silla solitaria del
escritor, mientras asciende humilde y entusiasta el olíbano quemado de mis
sueños ennegreciendo de humo los techos y paredes de mi celda, guarida de las
ondas, crisol de mi alucinación, donde me doy unos tutes de aquí te espero con
la retentiva y la inventiva, espiral de palabras que libera mi calculadora sin
parar, pero no para romper marcas de escalador ni para triunfar en los salones.
Es que me gusta compungir mis pobres huesos en el recuerdo de mis pecados. Y
esto se debe a la parte que me toca de sangre hebrea. Lamentos de Jeremías. Los
españoles de mi empeine solemos tirar por la melancolía del profeta cuyos
trenos e improperios atruenan los muros de la patria mía hoy un tanto
desvencijada. Si bien se mira, a pesar dello, la verdad es que no me ha pintado
mal del todo, por lo que abajo aclararé. No embargante, tengo el cuerpo y el
alma poblado de costurones y de navajazos. Sangro por la herida. Me duelen las
afrentas. En la mili un sargento mamón me echó al pelotón de los torpes y
tamaña humillación se volvió a repetir en mi primer empleo en aquella redacción
con aquel cabo de vara gijonés, un tal Retógenes.
- Arije, no me
vas. Eres un manazas. Tú no vales para nada. Nunca llegarás a nada.
A menos llegó él.
Aunque lo llamaban Retógenes, ese no era el nombre con que lo cristianaron,
sino Glabro Parcias. Fumaba sólo “Bisontes” y no el rubio americano sino aquel
tabaco fuerte de tabacalera. Hoy veo a mi verdugo asomado a un mirador del
infierno, en la puerta que llaman de Oree envuelto en una cortina de humo. De
vez en cuando el diablo del tabaco baja a su zahúrda y le abatana los pocos
cueros que le quedan. Está ya muy calvo, como en su propio nombre se indica.
Era lo mismo que
decía mi madre cuando me zurraba. Clavadito. Confieso que fui un niño
maltratado y aborrecido pero a qué oficina de reclamaciones voy yo con mi
pasado sino es a las horcas caudinas de la literatura. Si cuentas todo lo que
te pasa no sólo te desahogas sino que también a lo mejor te curas. Cachis la
mar, me caguen la leche. Me tuvo castigado a galeras haciendo mesa y pegando
teletipo. No sé que hubiera sido de mí sin las tabernas que ya empecé a
frecuentar a la sazón y sin ese ángel bueno que incomprensiblemente se erige en
mi valedor que asesora, desvía los golpes del contrario y protege. Creo que
Cela en lo que a mí humildemente respecta hizo tal oficio al tener la
amabilidad de recibirme en su piso del rascacielos de la Avenida de América en
la primavera del 72. Aunque vivía por entonces en Palma de Mallorca sus visitas
a la capital eran frecuentes. Cierto, escribir en este país no es llorar como
decía Larra. Es mucho más que eso. Es sufrir. Es ir al frente y clavarte dentro
de una trinchera donde todo el mundo se siente con derecho a ametrallarte si
das la cara. Con todo, lo peor de esta guerra no es el fuego enemigo sino los
sargentos de tu propia banda, tus hermanos, que escupen fuego enemigo contra
tus nalgas. Quieren pillarte cuando estás cagando para meterte una bala en el
culo los muy maricones Dios me ampare y me perdone. Hay que arrastrar el cuerpo
por debajo de las alambradas de espino, tomar la posición enemiga con bombas de
mano, combatir el desaliento y las dudas que a uno se le forman dentro y luego
el más difícil todavía de templar gaitas, bailarles el agua, tocar el tambor a
don Nicanor y por si esto fuera poco escalar como un mono hasta la picota
escurridiza y embadurnada de brea. No sólo te tiznas y te resbalas, haces el
ridículo, sino que a lo peor, con un poco de mala suerte, te esguardamillas.
Más fuerte será la caída. Miras hacia atrás y siempre descubres el misterio de
una sombra callada que se proyecta benigna sobre tus talones. Habas contadas,
el bien con el mal, las churras con las merinas no habiendo concierto ni compás
en este cajón de sastre que es el baúl de la memoria. Los rayos de luz que
penetran por los vitrales del flanco de poniente de este interior de nave de
catedral gótica solitaria y donde resuenan pisadas de fantasmas que en mi alma
actúan como lineas de fuerza o convectores de haces luminosos, donde puede
darse de todo, desde el éxtasis hasta la misma borrachera. Estas trazas al
bisel de un esplendor de cuerpo glorioso en los que por un milagro de las conjunciones catóptricas las partículas de polvo bailan
una danza iluminada como si estuvieran en otra dimensión no se sujetan a las
leyes convencionales. Ponen en movimiento la letra y la música de una pavana
cuyos compases no entenderemos jamás. Detrás está la arpista mágica de los
cuentos rusos. La mano que guía a la batuta invisible. Mece la cuna, sonríe a
tus caricias y, por contera, al final de todo, deposita un crisantemo en tu
tumba. Llamése Dios. Destino. Azar o mera atracción gravitatoria. Sin embargo,
no hay en el mundo gusto mayor que sentirse inmerso en el interior de este
fanal donde los rayos del atardecer bailan con las ondinas y las hadas de las
vidrieras de las catedrales transformadas en pulverscencia que se hizo llama, cantan Vísperas cuando
pintan confesores en el santoral. No sé por qué, pero a uno le tiran estas
contradanzas de la liturgia cristiana, aunque al maestro le digan poca cosa
esto de las catedrales gótico-románicas. Para mí son algo más que estadística,
pero en fin.
Aquel Arije al cual el sañudo asturiano
Retógenes tanto maltrataba recabó los puestos más deseados de esta profesión. A
Cela las catedrales no le entusiasman. Le pasa como con el teatro de Calderón
que es difícil de entender, siendo éste maravilloso y rotundo, pero difícil
laberinto de entrar y saborear ese mundo de símbolos e imágenes que brinda en
paroxismo de retórica [ las ideas y conceptos envueltas en el rico manto de las
figuras literarias: epanadiplosis, anadiplosis, epímones de refuerzo,
epifrasis, etc].
No tuve otro
remedio que alcanzar esa corresponsalía para que se diera con un canto en los
dientes a ese Retógenes el gijonés. Estaba casado con una alemana. ¿Me
comprendes? En sus manos el que suscribe
retuvo y en las teclas del télex que como un tótem presidía su sala de estar el
mirlo blanco de las corresponsalías más deseadas Londres y NY. Entrevistó a
Cela. Conoció su obra. Supo interpretarla. Se casó con una mujer guapa que
pronto, como todas, se cansó, ya es difícil amar a un periodista, beberse su entusiasmo
y su desesperación. Es su santa que le aguanta. Es propietario de una casa
junto a la mar cántabra. Vive sin pegar golpe. No es rico pero no le falta un
duro. Tiene cuatro hijos como cuatro soles y dos de ellas son campeonas de yudo.
Todos pugnando por aprobar asignaturas y en casa. “Infirma mundi elegit
Deus”[i]. Pero, coño, a ver qué va a pasar aquí. Cómo
puede ser esto. Una al ajillo para los señores. España sin que yo se lo pidiera
me ha dado todo. Y puedo decir con el vagabundo que amo a España por encima de
todas las cosas. Su gran cultura. Su gran bagaje de libros porque los españoles
contamos con la suerte de una de las lenguas más prolijas y matizadas, el
castellano dicho sea sin barrer para casa y sin chovinismos. Sus formas de ver
e interpretar el mundo también me las donara gratis. Sus melodramas, el
extremismo, aquí nos desmelenamos pronto y por poca cosa, sus desencantos y
utopías. Sin embargo en nuestra veleidad, nos dejan fríos cuestiones que a
otros pueblos les quitan el sueño. Tengo
a gala el haber sido uno de los pocos a los que se les permitió la entrada al
laberinto de la Cava Florinda que tiene tantos penetrales y cámaras ocultas.
Ser español es una de las pocas cosas serias que se puede ser en este mundo, y
yo he llevado siempre esta máxima bien fija sobre mi mente. Si escarbas un poco en su prosa que tiene
algo de cante jondo, brota un geiser de ilusiones falangistas. Y esto lo digo y
afirmo sin menoscabo de otros intereses ni prejuicio de parte y sin ánimo de
impugnar vuestra molicie y la galbana moral que amodorra a la patria. Quizá
tanga algún día que zarandearos por la solapa y deciros que sois unos
privilegiados de la fortuna porque ese corazón que lleváis en el pecho late en
castellano. Este dédalo inmenso que es la historia de España asemeja un poco al
“aequor” o llanura de Mantua cantada por Virgilio que él consideraba como el
apéndice del paraíso terrenal al que bañaban cinco ríos. Bajo su bordón de guía
avistamos muchos los muros de Babilonia y tuvimos una visión de sus palacios.
La patria es ubérrima y feraz y a posteriori me ha dado estos años de regalo y
contemplación. Pocos pueblos gozaron de la suerte de contar a sus espaldas con
este gran contrafuerte de ingenios y ventajas en las cosas del espíritu y aun
en las mismas materiales, las que quedan de tejas abajo. Me estoy refiriendo a
la loa que de sus tierras hace El rey Sabio en su Crónica General. Himno
sublime que hoy muchos, ay, echaron al olvido de tal modo que en esta
charlatanería política y escatológica de los bien instalados se les permite
escarnecer y desollar al país. Afortunadamente no me encuentro en ese cupo
aunque a veces me haya subido por la escalera al retablo de don Cristobita. El
milagro es que a despecho de nuestra patológica clastomanía tanto se tenga en
pie. Al país lo tratamos a patadas, guardamos rencillas unos con otros, nos
llevamos sus gloriosas piedras nómadas y la benevolente Hispania nos perdona.
Sufre y calla. Considera lo mucho bueno y lindo que hay en esta nación de
naciones cuna de la libertad y de la palabra. He de advertir aquí que a CJC con
esa cara suya de esenio o más bien de abad del cister fue al que debo el haber
sido introducido en este laberinto de la floresta cultural española donde te
pierdes y del que nunca querrás salir.
Hay en su prosa algo de magia iniciática. En este jardín de las
Hespérides es más importante la fruición ambulatoria y embelesada del romero
que el mismo objetivo de llegar. No es una carrera de ratas sino una lección en
la cual sólo se permite la entrada a los peripatéticos de la belleza. Cela en
última instancia era un adalid generoso, tan accesible y cabal, que impartía
desinteresadamente consejos a los bisoños de la literatura. Desde que lo conocí
con mayor o menor fortuna no hice otra cosa que emborronar cuadernos y machacar
papel sobre el carro de mi máquina de escribir. Grafomanía, dirán. Deberían
hacerme un monumento como el que corona la girola de la catedral abulense en
piedra alabastro, la mitra puesta, el palio sobre mis hombros, enristrando
cálamo para verme con la parva cada día de mis infolios y folías, como a Alonso
de Madrigal El Tostado. Con un epígrafe que diga: “aquí vivió Arije que en los
días que vivió cinco pliegos por barba escribió y con su ciencia al mundo
iluminó”. El Tostado, caguen la leche, fue capaz de poner firmes a aquel papa,
creo que era Alejandro VI, el cual en una audiencia, viendole de tan baja
estatura le dijo que levate. El religioso, tozudo en sus trece, fue capaz de
decirle al pontífice que la altura no se mide de la cabeza a los pies sino por
los dedos de frente.
No es grafomanía sin ton ni son lo a lo que
tuve a bien dedicarme durante estos años, no. A través de una colección de
renglones casi infinita quise emprender el camino de la libertad. Escritura que
salva y proporciona el mayor de los goces para los naúfragos que navegan en
este piélago de exasperación. Una condena a galeras ciertamente pero una
condena sublime. Miel y acíbar. Embeleso agridulce. Sabor de camomila. Si no
hubiera que escalar por encima de tantas
cabezas yo diría que me haría ilusión esta ardid del trepa que se arriesga a la
cucaña. Don Camilo fue el deseado de una generación que salió rebelde y
contumaz. Acaso crédula. Es el símbolo de esos sueños dulces que encuentran el
colofón de un agrio despertar.
Además, por lo que a mí respecta con su cara
alargada la ancha frente y las glabrescentes[ii]
entradas por la bionomía de su aspecto que inspiraba tesón de vivir pues
siempre daba la sensación de estar de coña y de vuelta sin tomarse otra cosa en
serio de tejas abajo que su propio oficio de escritor, me parecía un ídolo.
Puedo afirmar poniendo la mano en el pecho que estuve a mis veces enamorado de
“su” Dolorines la portuguesa aquella merdellona, azafata de los mesones y musa
de los bailes de candil que te traía algún bocadillo o algún boniato extra a la
pensión, y de paso te permitía algún apretón furtivo y bajo cuerda. ¡Ah qué
pecadores fuimos! El día que murió mi padre biológico el primero de junio de
1992 fiesta del glorioso san Iñigo abad en una habitación del Hospital de Gómez
Ulla cogí una curda de agárrate y no te menees. Esto ocurre en las mejores
familias.
La víspera estuve
a verle pero mi madre que lo celaba me echó de la habitación poco menos que a
gorrazos. Sin embargo, recuerdo que era el Día de la Auxiliadora y yo le vi
incorporarse emocionado cuando arriaban bandera los del batallón de vigilancia
de sanidad que custodiaba el centro. Era una tarde plana y gris de esas en que
siente el calor de la estación y llegan a Carabanchel desde las aradas auras de
flor. En medio del silencio general
vimos descender aquel trapo rojo y gualda que tanto significaba para nosotros
por última vez. ¿Que pensaría mi pobre padre agonizante? ¿En sus días en la estepa
rusa cuando se le congelaron las rodillas en un puesto de mando cuando pudo
salvar la piel por chiripa al librarse de caer prisionero de los rusos de pura
casualidad? Sabía que esta vez la
arriada era definitiva y no daba muestras de ninguna inquietud al llegarle la
hora. En el fondo debía de sentirse satisfecho de los setenta y nueve años bien
vividos en el servicio de España al frente de una familia en la cría y guarda
de los hijos. Aquella tarde de mayo gris dejaba sobre los ventanales al
fenecer, estampandose contra la blancura tétrica de hospital, la luz. Que no
era la luz sino el ojo de buey que brilla al fondo del túnel, un hilo de
recuerdos blancos que hacían remontar su memoria al lago Ilmen porque mi padre
al entrar en agonía empezó a decir palabras en ruso como “davai y fjod ruki”(adelante,
manos arriba). Jaroshe (bonito). Jolodno (tengo frío). Etc. Qué cosas se dicen
cuando uno se va a morir.
Y no es desvarío sino calofrío, el pasmo de la
recta final cuando el ser se despide de los sentidos y la muerte llama a sus
batallones a formar. Poco antes cuando
escuchó el cornetín de llamada se había quedado emocionado mirando para la
ventana. Percibí un conato de cuadrarse como mandan las ordenanzas. Al menos
intentó incorporarse, pero le fallaron las fuerzas,
Una lágrima solitaria bajaba de sus ojos
emocionados. Se veía en la distancia el Cerro de los Angeles en cuya cúspide
como una mota blanca adherida a la angulosa formación grisácea de las nubes
remontaba la estatua del Corazón de Jesús. El viejo soldado tenía los ojos
vidriosos. Padecía enfisema pero el médico nos dijo que no había sido por fumar
sino como consecuencia de las secuelas de una antigua tuberculosis que asomaba
la oreja. A esto se añadían las pulmonías, catarros y heladuras de Teruel, el
tifus exantemático. Los treinta bajo
cero de Novgorod y la metralla que tenía desde entonces como masita que le
quedó para siempre del frente ruso o regalo de los organillos de Stalin en un
talón también pusieron su granito de arena. La llama se extinguía.
Era él un superviviente nato de aquellos
zafarranchos. Un hombre fuerte. Por eso
los últimos instantes de la ultima tarde de su vida cuando un cuartel español
tocan arriada no se me olvidará nunca. A mí se me llevaron, al bajar por el
mástil la enseña de los trigales y la rosas de junio, mis mejores estandartes y
sentí morirme en parte con la muerte de mi padre que había vuelto de Rusia con
la jineta de capitán en las hombreras. Aquel cornetín de ordenes lo había
escuchado tantas veces pero entonces no me hizo sensación; a mí me parecía que
era la primera. El gesto que puso cuando le dije que tenía que mejorarse no se
me olvidará nunca.
- Tienes que
ponerte bueno, Silvi.
Clavó entonces en mí sus ojos de perdiz,
sonrió un poco en medio de la fatiga y levantó un poco brazo señalando fuera de
la ventana. Más allá del mástil de la roja y gualda negreaban en guerrilla los
pinos enanos del Cerro de los Ángeles, comedio geográfico de España, su vértice
espiritual y otras cuantas cosas más.
Había estado
destinado en un regimiento de artillería de Getafe y aquel sector lo conocía
bien por haber estado de maniobras. Mi padre Silvino había sido sin ser beato o
del Opus un hombre muy creyente. Al
final le escuché decir con voz casi imperceptible:
- Hijo, lo que Él
quiera.
Y buscó con la
mirada más allá del ventanal. Se refería a la imagen del Salvador que había
sido fusilada 56 años atrás por
milicianas nihilistas. Pensé para mis cabales: coño ¡qué absurdo! ¡bien
poca cosa somos! La muerte arrasadora llega lo mismo para los buenos que para
los malos. Dios no baja a hacer un milagro. Siempre pobres los pobres, pero a
los ricos que más tiene, lo mismo. Hay que morir.
Mi madre me ordenó imperativa que saliera.
-Pero ¿cómo,
mamá? Quisiera quedarme.
Había adivinado
que sonaban clarines de despedidas.
-Aquí estás
demás.
Fu un castigo
durísimo, el más duro que recibí en toda mi vida: no poder recoger entre mis
brazos cansados el postrer aliento de mi pobre padre.
Me costó apartarme de la cabecera de la cama
donde expiraba el viejo militar, pero mi madre siempre me tuvo una ojeriza y
malquerencia inexplicable, como algo visceral, producto de un primer rechazo,
que me ha privado de gozar de los momentos verdaderamente importantes de mi
existir. no es que fuera una mujer mala, pero sí terca y fría, primaria en sus
reacciones de jefa de la tribu caristia, aunque otros dicen que seamos vacceos,
sin que no falte quien nos empadrone entre los várdulos. Corazón de acero y
matriarcal de Iberia.
Para ella siempre fui un hombre cero. Por
todos los medios intentó anularme pero esa es otra zarandaja que he tratado de
explicar en mis escritos sin acertar a poder comprender por qué. Cosas de mi
madre que hasta tuvo la ocurrencia de querer casar a una novia mía inglesa, el
amor de mi vida, que yo traje a casa, con mi hermano segundo pues yo le parecía
poco avisado e indigno de tanta belleza. No era un buen partido. Aquel suceso
fue el desastre mayor de mi existencia. No quiero ahora airear las mezquindades
de los míos pero hay rivalidades entre hermanos, aborrecimientos maternos,
envidias que evidencian nuestro carácter primitivo. Es que somos muy malos.
Madre, nunca me has querido. Cuando te necesitaba, estabas ausente. te llamé y
no acudiste en los momentos más importantes de la vida. Que son el del amor y
el de la muerte.
Aquello se lo perdoné pero el trato
despectivo y destructivo que mostró hacia mi persona en aquella hora crítica
creo que estará siempre retenido en esas arcas como un pantano profundo en que
guardamos los humanos todo el dolor que nos infieren y siempre los más duros
golpes vienen de aquellos que pasan por ser nuestros seres queridos, los que
alegan amarnos. La sombra de Judas se recorta contra nuestros pechos
berroqueños.
Cuando llamó mi hermana, que es enfermera y
algo borrica, más áspera que un cardo borriquero, lo heredó de mi madre, de
madrugada, y nos echó a todos, la muerte me pareció algo no solamente vulgar.
Hubiera deseado recoger su último suspiro, enjugar su última lágrima. También
vaya un absurdo. Sólo dijo un adverbio por el teléfono con voz sobrecargada de
fatalidad:
-Ya.
Me fui por los bares la tarde que le dimos
tierra y no regresé a casa en dos días. Fue uno de mis “drinking bouts”[iii]
más dolorosos de toda mi existencia. No me dolió tanto la muerte del que me
engendró como el desamor de la que me había traído a este mundo. Todo eso sigue
aquí dentro de forma irrevocable y sañuda. Fue una forma un poco cómica de
mostrar mi desacuerdo con aquel estado de cosas. Miro al fondo del arca de la
memoria y encuentro pasajes que pertenecen a la vieja picaresca española. Mi
tristeza nace de esta malquerencia fastidiosa. De la falta de amor y decoro que
nos envuelve como un sudario. El de la ignorancia, la incompetencia, los
prejuicios fanáticos.
Cela como vengo
diciendo se parecía un poco a mi
Silvino. Hablaba de la misma forma que él, cogía el cigarro con idéntica
elegancia. Siempre tenía para cada circunstancia de la vida un refrán. Una
frase ceñida y certera. El juicio justo. Hablaba de acomodo y con propiedad. Y
tengo que decir que mi padre y no Cela me había enseñado el que aguanta remata
puesto que la vida áspera no es más que un gana pierde. Quien aguanta vence o
el tiempo está conmigo, perla que encuentra y recoge de un mendigo en Arévalo
que mira para los blasones de la casa que fuera de su heredad, ya vendida.
Él lo había aprendido en los cuarteles del
general Franco desasnando reclutas, aguantando insolencias de sargentos poco
conllevantes y el desprecio con que los oficiales de leva trataban a los
suboficiales de cuchara. Otro debelador adagio de su más que nutrido morral de
sentencias era el que comparaba a un tonto de izquierdas con un tonto de
derechas. Desengáñese Vd señorita yo soy machista leninista. Y así
sucesivamente y otra de sus buenas costumbres es no citar nunca al cadáver de
sus enemigos.
El día de san
Antón pues del año 2002 capicúa que ha llevado por delante a Marsillac y a mi
querido amigo Pedro Pascual cuyo necrológico envié yo al periódico en que más
escribía y más hizo por salvar, sin obtener respuesta ni acuse de recibo o
sumarias notificaciones al e mail, correos del zar, hombre por favor, en qué
país vivimos, pues en España, donde la mala educación impera, tu vecino te
retira el saludo, eso sí cuando te mueres el personal se desborda en elogios y
cantos epinicios, mira que hay que joderse oye, pues los muy cerdos ni se
dieron por aludidos, creo que el jefe de esa cuadrilla de redactores al
servicio de (no pongamos sustantivo a este genitivo) redunda en furor
asturianista y no es un separatismo en toda la regla pero con todos los
parámetros de espíritu cainita que baña España y sus regiones, según mis
entendederas detrás de todo este empentón de agravios y de reclamos ab ovo
están los de siempre, pues heme aquí yo desvalido en el entierro de mi amigo
Perico al que llegué tarde por no decir al humo las velas. El fantasma de
Retógenes estaba apareciendo por la puerta. Don Sabino Arana diz que murió de
sífilis. Es un ángel exterminador que trisca por nuestros montes blandiendo la
bicrucífera, copia exacta de la union jack, que esto tampoco los Aizgorris, los
de la caza de brujas, resultan demasiado originales. Y esto no es un cuento
chino que yo me invento. Mirad todos para la cruda realidad.
Aquí estoy yo sin saber por qué ruta tirar, en
un empalme de dédalo sin salida y donde todos los viales me parecen iguales,
tan desvalido e inerme ante la Niveladora que nos mide a todos bajo el mismo
celemín, había acabado yo un texto, lo fotocopié, saqué también un duplicado de
la entrevista que le hice en su casa de la Avenida de América y me fui a comer
el plato del día al Café Gijón, con mi ampliación de la fotografía en que
estamos juntos y los dos lucimos una gravedad misteriosa muy cerca de la
melancolía de Cela y yo, él sañudo y yo mirando con enigma de Gioconda para Charo
su mujer que es la que tiró la instantánea, bajo el brazo, entré en el célebre
figón donde tantos ratos agradables, otros para olvidar, he pasado.
-¿Para comer?
- Sí.
-¿Cuántos?
-Dos.
-Falta otro
señor.
-Es convidado de
piedra.
Pero el camarero
no mostró la menor sorpresa porque tanta gente loca, aburrida o fracasada, pasa
por esas mesas desde que se agotó el cupo de genios en este país. El que
correspondía. Ya sólo quedan jubilados y algún que otro periodista del montón.
Mi idea debió de parecerla original por lo que no objetó demasiado a mi
propósito máxime siendo yo persona no bien quista a causa de mis excesos con el
alcohol. Pero debió de pensar hacia sus
adentros que estaba como una chota.
-Es que este es
mi convite Dapalis. Quiero despedir al Nobel como se merece y como él lo haría.
Haciendo un corte de manga a las parcas. Los irlandeses se emborrachan cada vez
que se muere un pariente.
-También es
verdad pero tampoco abuse usted, don Cneo, que si es de por esas tendríamos que
achisparnos todos los días. Toméselo con soda.
-No nos caía un
Nobel desde Juan Ramón y aquí la gente se pone de los nervios por menos de
nada. A mi un redactor jefe siempre me pedía la crónica de las reacciones. A
ver, Parrita, que es lo que ha dicho el Nueva York Times sobre el discurso del
12 de febrero.
Ser español en
este caso significa perder un poco el sentido de orientación y dejarse acuciar
por la desmedida.
-Pues ni media
linea. Ne que si Spiritus Sanctus esse audivimus. Lo que le dijo san Pablo a los colosenses.
-Pues, entonces,
infla el perro[iv]
.
-Aquí siempre es
20N. - contesto por hacer un chiste-Pero mi jefe carecía de sentido del humor
en asuntos tan coloquiales.
-¿Sabes quien era
mi jefe?
-No
-Pues nada menos
que Tomás Cerro Garrochano.
-¿Ese?
-Si ese es el que
se carteó con Pedro Rocamora a cuenta del Pascual Duarte que dijo que le dio el
viaje pues empezó a leerla en el avión de Barcelona y cuando llegó a Madrid
acabado el libro no paró de potar toda la noche. Más que por el mareo del avión
por las cochinadas que ponía el libro. Era una bellísima persona. Con su cara
de perro fiel, inseparable de su whisky y el paquete de Camel allí siempre
cerca de los teletipos porque él era muy americano ante los hechos de la
existencia y un liberal. Se parecía a Harry Truman un poco.
-Pues los
pimpollos del monstruo de Iría Flavia lo ponen verde a don Tomás.
-Cela siempre
exagera. Es cosa de buenos escritores exagerar mas a lo que mí respecta diré
que Cerro Garrochano fue el mejor jefe que me pudo tocar. ¿Vas a Londres? Sí.
Pues cuidado con el puré de guisantes.
-¿Qué era el puré
de guisantes?
-La niebla.
Ya veo que el
buen pincerna no estaba para muchos coloquios, chocarrerías y efemérides.
Acabábamos de entrar en el España del euro.
-Bueno acomodese
usted y que le aproveche el vino.
-Media badilada
nada más.
-Está usted de
muerte.
-Hombre es lo que
entra en el menú. Si por mí fuera me bebería toda la bodega que cuajo no me
falta. Ya sabes que me apellido Parra y soy hijo de Silvino y todos provenimos
de los majuelos de Valtiendas allá por donde el Duero pasa echando leches
navegando en ceñida y trazando un arco de ballesta desde Roa a Peñafiel en
cuyos médanos crecen nada menos que el tempranillo y el Vega Sicilia.
-Ya veo que te
gusta ya por la disertación erudita que me haces.
-Pero no soy
enólogo. Todos esos sumilleres y catadores de figones de cinco tenedores y
mucho lujo se están cargando nuestros caldos. Lo echan polvos, le ponen motes y
le dicen palabras raras. No me toquéis más los cojones. Dejadlo estar. El vino
ha de ser casto como la sangre de Cristo. Pero ellos lo han transformado en el
de Asunción que ni blanco ni tinto. Y sin color. Es como una reduplicación de
la vida nacional.
-Qué cosas dices,
chaval. Por lo que veo hoy estás de buen humor.
-El que aguanta
gana.
La idea me
pareció original cuando medio país se desmadejaba en cantos epinicios hacia su
persona o burdos insultos como el de la meiga gallega o xana astur que dijo en
su página del periódico de provincias donde escribe y cuyo nombre me resisto a
transcribir habida cuenta que a veces no parece un periódico sino un corral de
opinantes donde todo el mundo echa su cuarto a espadas, donde hay más jefes que
indios y más columnistas que noticias, y donde uno trae una colaboración casi a
diario en la que es su fruición hacer entrevistas a fantasmas y a personajes de
la historia de la región. Bueno pues la señora se despachó con eructos como el
que no quería comentar porque a lo mejor esa misma noche se le aparecía el alma
ensabanada del difunto algo hético y con hambre y temía por los huevos duros
que hubiera dejado la señora en la nevera. Que es una bonita forma de llamarlo
tragaldabas. Se notaba que escribía hecha una furia. ¿Era catador o glotón? Más
bien lo segundo. Un fartón. Un gallego aficionado a sus buenas trapalladas y
cuchipandas.
Pero en el fondo era Cela un anacoreta y sus
salidas del asceterio estaban marcadas por estas notas de color que alegran la
vida de un escritor confinado a su torre de marfil, galeote de sus propios
sueños, condenado al rebenque del cómitre, bogando entre la chusma de proa con
un remo de papel blanco entre las muñecas, entre argollas y grilletes, que de
pronto se convertía en corbacho de la inspiración. Nada podemos hacer sin su
jabalina. ¿Muerte dónde está tu aguijón?
Comimos bien el
del retrato y yo. Los clientes nos miraban de reojo. Mi ingestión alcohólica
fue más moderada de lo habitual. Una media botella. Pero la broma me salió por
cuarenta euros. Durante el ágape surrealista que fue la mejor manera que
encontré a mano para expresar mi más profundo pésame a la familia del difunto
sobre todo a su hijo Camilo y a la viuda Charo. Ya sé que el maestro casó en
segundas nupcias pero de “nimis non curat praetor”. Y el banquete de respeto
tuvo por marco aquel centro que sería cuartel general de sus arrancadas. El
famoso Café hizo inmortal al autor del Retablo de don Cristobita, que logró en
tal menester recabar las caricias de la fortuna muy al contrario de otros como
Cesar González Ruano, Bartolomé Soler, Pedro de Lorenzo y tantos y tantos otros
escritores olvidados cuyo óbito pasó desapercibido y sin tanto tumulto ni
predicamento.
Sin embargo,
Camilo era mucho Camilo. A él le alcanzó llevar a hombros a don Pío a la
Sacramental de san Isidro y a mí me tocó almorzar con su representación a palo
seco en una de las mesas bastante incómodas por cierto para mis kilos debajo de
las cornucopias del notorio teatro de las musas madrileñas con espalderas de
guadamecí, cantadero de todos los urogallos y poetas vagabundos de Madrid, refugio
de incomprendidos y aseladero de mastos acorralados de sus propios espolones,
de cesantes y de maridos incomprendidos o bataneados por la parienta, zánganos
de su colmena cuyo último delito es haber fracasado en el tálamo o en la
oficina, qué cosas tiene la historia, leche.
Me dicen que moriste, Camiliño, recitando cuitas de amor y que te
llevaste al hospital antesala de tu última morada recado de escribir; esto es
despalmar con las botas puestas como también quiero yo morir.
No me lo creo yo
eso mucho. Pero, de ser así, todo un ejemplo. ¡Campeón! Con ese gesto sacaba a
plaza no sólo mi disconformidad ante la inmoderación y el desenfreno que
suscitaron las exequias en todo el país sino que paseaba por el mundo la
soledad e inconsistencia que afligen al que intenta vivir de la pluma,
condenado a ser novel de por vida, que no Nobel, y eso si es que encuentra un
editor que traslade a letras de molde sus descompuestas composiciones. Que para
eso hay que tener fortuna y yo aquel día me sentía un poco quizás personaje
celiano a vueltas con mi fracaso llevando a cuestas la cruz de la incomprensión
viviendo entre ignorantes, asturianos rijosos, como aquel Retógenes con el que
salí a hostias[v],
periodistas y periodistos zotes acribillado por los recuerdos y manteado por la
tolva de mis propios remordimientos. ¿ Verdaderamente soy un escritor? ¿A qué
he llegado yo en la vía? No he sido más que un vagabundo que pasa de largo.
Se sentaba a mi
lado una anciana de esas de las que se pasan la tarde con un café y una
ensaimada por ahorrar calefacción y a mí me pareció que se me había aparecido
en cuerpo mortal alguno de los personajes de la Colmena redivivos que acudían
sus panzas vacías y el alma juguetona y expansiva pidiendoles mucho burla a
fumarse un tagarnina y beberse un mosto sobre los banquetes forrados de velludo
rojo con claveteos y mullidos de sinople. Era un conjuro de espectros. Los
muertos estaban muy presentes. En un momento de aquella comida surrealista me
pareció almorzar con el polstergeist de mi imaginación pues los monstruos
hacían corro tras la cena y estaban de tertulia. Una señora gorda me estaba
dando con el culo sin emoción, ya para lo que hay que ver. Padecía alzheimer,
su mente jugando a espejismo, recordaba a un hermano suyo que había sido húsar
y la pobre sólo acertaba a pronunciar frases inconexas:
-Yo fui profesora
de piano del zar donde me ve.
-Sí daba clases
de piano y de canto a sus hijas.
-¿Y eso? ¿Es
usted una aristócrata de San Petesburgo?
-¿Cómo lo ha
averiguado?
-A la legua se
ve. Usted es una señora muy distinguida.
Llevaba una
gargantilla y sus dedos eran largos y finos como la de persona avezada y
experimentada a la ejecución pianística. El aspecto pulido y atildado no dejaba
ver el alma incoherente y enferma. También se atrofian los recuerdos con el
endurecimiento de las venas.
-Pues sí. Soy
hija de casa bien. Vinimos a Madrid en el año 17. Me llamó Elizabeth Voronova.
-Mucho gusto.
El arroz con
pollo estaba exquisito.
-He conocido dos
revoluciones. La de Rusia y la de aquí la del 36. Hemos vivido siempre en la
calle del Almirante.
-Uf señora tápese
cuando suba esa cuesta y cierrese en casa con veinte candados. Mucho chapeo en
lontananza.
Los coroneles de
la reserva y los arciprestes de oficio y beneficio empezaban a salir del armario.
-Yo di clases
particulares a la hija del zar. Cuando lo del Movimiento nos llamaron por
teléfono preguntando por mi padre. Se puso mamá al aparato para decirles a los
comunicantes señores de la guerra nosotros somos gente de paz... La vida da más vueltas que una noria.
-Sí, mi lady, no
tiene rigor. Es plena incoherencia.
Yo pensaba en el
cipote de Archidona no sé por qué me viniera a las mentes el dios Príapo,
pariente pobre de Tanatos. El escándalo que se organizó a cuenta de aquel hecho
ocurrido en el patio de butacas de un cine de provincias alegró las pajarillas
de nuestra juventud. Entonces la gente parecía gozar mejor del sentido del
humor, sin haber tan buenos cuerpos. Hoy se hacen pesas.
-Lo buscaban. Lo
pasearon.
-¿Sí? Serían esos
rojos hijos de puta que convirtieron a Madrid en un gulag, una isla en el mar
tenebroso de las sacas, los golpes secos a la puerta, las timbradas del
teléfono. Vistáse. Venga con nosotros. Una ciudad que vivía con el alma en vilo
al escuchar pasos en la escalera. ¿Adónde nos lo llevan? Eso se lo pregunte al
comisario.
Las cárceles eran
un saco sin fondo, el aprisco de tantas almas inocentes donde recalaban antes
de ser los cuerpos alineados cara al paredón. Muertos míos, sangre de mi propio
torrente, a los que todos parecen haber querido olvidado. Ya nadie les
reivindica. Se han olvidado todos los nombres.
Decía la condesa
frases inconexas pero por el ardor y al mismo tiempo la serenidad con que
contaba aquel trance debió de ser protagonista de alguna de las escenas cuando
media población asustada en el Madrid de julio rojo las pasó pegada al
auricular. Un campanillazo a media noche podía significar el anticipo de la
muerte. Funcionaban por toda la capital
las patrullas del amanecer. La viejecita estaba a lo suyo, el alzheimer le
hacía perder el hilo de la coordinación mental pero gracias a su desmemoria se
me vinieron al presente escenas del ayer terrible.
-Señores de la
guerra nosotros somos gente paz.
Me imagino
entonces a un comisario bigotudo de nariz aguileña que hablaba con acento
extranjero en la comisura de sus labios un cigarrillo de marca turca. Vistase.
Venga con nosotros. Todos los del piquete traían pañuelo rojo al cuello y
lucían en la visera el emblema de la estrella de cinco puntas. En los rostros se
pintaban la ignorancia y el odio legítimo de las mentes maleables. Al fin y al
cabo, la chusma es ganga humana que sirve a los propósitos de la revolución.
Las manos de la anciana estaban limpias de
sangre y rectos los huesos sin la comba de la artritis. Evoqué al pelotón que vino a buscar al señor
en el rellano de aquella escalera de caracol cuyas vueltas se perdían en un
laberinto el del odio y el rencor la hiel en las pupilas algo agrandadas a
causa de la grifa. Causa general. Los burgueses a la camioneta que cruzaban por
la noche por Cibeles con los faros oscurecidos por una pantalla nictálope anti
misiles agitando sus motores fantasmales que nunca se apagaban para sofocar los
gritos y los llantos de los ajusticiados. Aquellos señores de la guerra nunca
podrán ser caudillos de la paz. Me imaginé las manos de aquella anciana cuando
era condesa rusa y hacía arpegios sobre el piano de cola en las salas del
Palacio de Invierno. Interpretaba sonatas de Chopín y de pronto se expandía por
las salas la magia de Tseretsade. Se abrían las tapas del baúl de la
imaginación. Los sueños corrían en trompa. La Dolorines de Cela, merdellona
amorosa y condescendiente, se juntaba con la cuadrilla de mis héroes y heroínas
todo lo leído y acopiado en las dispersas lecturas de los autores rusos. Los
estudiantes de Chejov, los viajantes de Gogol,
las barbas de los staretz. Todo absolutamente todo se juntaba en una
amalgama onírica. Porque el que acababa de morir no era más que la cúspide del
gran bloque de hielo oculto en la Antártida. Kolia se perderá. Ya no me quiere
usted, Anastasia Ivanovna. Me suicidaré.
Mi anciana abría
los ojos como platos pero no sería nunca capaz de entender. ¿Pero cómo es
posible? ¿Qué fue de nuestros sueños? La vida da más vueltas que una noria. Semeja
a la danza de la muerte.
-Hay que andarse
con tiento, Elizabeth Voronova, ya no hay gente de paz. Nada de acción popular.
Acciones bélicas. Los señores de la guerra extienden sus chorreantes dedos
rojos por la faz de la tierra. Son como una mano negra. Toda la esfera se rinde
ya a sus garras. A ver quien es el majo. Sí, señor. Eso a ver quien es el majo.
Puedo afirmar pero no porfiar que Cela fue mi padre literario, mas en esto de
las paternidades hay que andarse con cuidado. Todas son putativas.
-Por eso yo me
cierro por dentro. Ya me han dicho que Almirante es una calle peligrosa y de
mala reputación pero por las noches tranco la puerta y por el día pues aquí
estoy en este café viendo pasar la gente.
La vida da más tumbos que una noria y señores de la guerra, nosotros
somos gente de paz.
-De poco nos ha
servido, señora. Porque aquí han ganado los perdedores.
-Yo estoy aquí
tan ricamente tan calentita viendolas venir.
La vida da más vueltas que una noria ya lo creo.
-La vida está
como un cencerro, señora baronesa. Estamos sumidos en la incoherencia. Pero a
lo mejor con un poco de suerte, salvamos.
Algunos clientes
se nos quedaban mirando. A mí, a la vieja, que en algún momento de nuestra
conversación me pareció haber saltado hasta el burladero del Café Gijón desde
las páginas de Crimen y Castigo, me recordaba las obsesiones del difunto. A
muchos les faltó decir a causa de lo compungido de sus jemes lo del te acompaño
en el sentimiento pero nadie acertó con aquello de que lo veamos en el cielo
pues por las trazas este lugar esta vacío y ya nadie cree en la vida eterna. Un
convidado de piedra no obstante inspira bastante respeto y si ese don Juan de
Mejía resulta ser un laureado con el Nobel pues no es extraño que a muchos les
entrasen deseos de pegar brincos y soltar aquellos versos de yo a los palacios
subí y yo a las chozas bajé. El menú eran judías verdes con jamón, bistec con
patatas y media botella de la casa, café muy bueno, cuatro mil trescientas. La
vida pega más vueltas que una noria. Eso, señora. Por ahí van los tiros. A la
rueda de la fortuna no en vano la denominan voltaria tan pronto estás arriba
como boca abajo. Y poco contemporizadora con la razón. No hay congruencia en la
vida como tampoco lógica en los actos de los hombres. Erifos y Tanatos
prorrumpieron en los gemidos de una jarcha.
No eran cantos de plañideras sino bien acompasados suspiros por el que
dejó de ser. Por el tono grave y escéptico recordaban las coplas de Jorge
Manrique tan insertas en el meollo de la razón o sinrazón española. Verdura de
las eras. Polvo del ayer. Y en el motivo guía dando cuerpo a la sinfonía
orquestal estaba Dolorines la portuguesa la del bigote compensatorio que era
izada sobre el pavés de gloria. Mira que te entronizan, Dolorines. Has dejado
de ser maritornes para convertirse en musa y dulcinea de todos nosotros.
La duquesa rusa
no sabía quien era el comensal que me acompañaba en aquel ágape Dapalis y si lo
sabía no lo podría memorizar. Aquella mujer aquejada de la enfermedad de las
neuronas apropiadas y la mente oscurecida por Alzheimer me pareció en tales
instantes símbolo de una patria en inferioridad de condiciones que detractaba
de todo su glorioso pasado y entregaba sus recuerdos a la pira del holocausto.
España quién te engañó para que con tanta facilidad y sin ningún rubor así te
entregaras. Elizabeth Voronova no sabía quien era el hombre tan importante que
estaba de cuerpo presente ni el objetivo de mi homenaje culinario tan caro pero
tan entrañable. Allá en el rincón estaba Alfonso buey suelto bien se lame rey
en su trono ni envidioso ni envidiado sabiduría española chapada a la antigua
caballero de fina estampa. El cerillero era el personaje más importante de
aquella institución.
-No dejes ahí la
cartera, niña, que hay rateros descuideros - decía un cincuentón mirando de
reojo para Cuneo que iba ya por el postre.
Joder que mal
pensada es la gente. Piensa mal y
acertarás. Si me quitan la cartera me ha pasado varias veces una vez dos moros
me vaciaron los bolsillos por detrás y otra la cartera un zurrón inglés que había comprado en Londres y era de
cuero repujado y otra libros y la bicicleta no se la llevaron porque estaba
bien murada y amarrada al tronco de una acacia.
-¿Es usted autor?
-En esa demanda
estuve pero ya no sé ni lo que soy, señora más que un vagabundo sin suerte que
a pesar de todo no ha perdido la sonrisa y a todas las horas le quedan ganas de
empinar el codo. Los diablos me lleven en volandas pero ando un poco
descarrilado por esta vida. Ya sé que somos todos demócratas pero la democracia
ha dado buena cuenta de mí.
La rusa con su
mono tema estaba dandole vueltas a la misma frase como una parva que nunca
acaba de ser trillada en la tarde infinita.
-La vida da más
vueltas que una noria. ¿ Es usted escritor?
-En eso anduve
pero debo de ser muy malo. Nunca conseguí publicar nada más que algún reportaje
o algún artículo cosas de poca monta. La entrevista que le hice a este nombre
una mañana de primavera en que parecía que salí de casa a la misma hora en que
se había inventado el mundo fue mi tiempo mejor. El de los halagos y las
sonrisas. Tenía veintiocho años y una tremenda ilusión por alcanzar la picota
de la cucaña pero no he trepado mucho.
Se me agotó el fuelle, pues fumo mucho.
Los ha habido que llegan más lejos. Me derrumbé muy pronto no tuve una
novia portuguesa como Cela ni permití esos lujos a las mujeres que amaba a
todas las decepcioné me decanté por la bebida mientras a un lado y a otro se
cerraban los postigos del gran castillo. Bien ciertamente, he escrito alguna
cosa interesante pero por lo común, vaciedades. Uno tiene a los cincuenta años
la cara que se merece. Ya se escuchaba el tremendo estampido de los portazos y
batacazos de mi vida. Mala suerte.
Parece que tengo la negra. Los aojos del destino pudieron conmigo. Definitivamente
fui un golondrino perdido sin suerte y sin rumbo. Acuerdése del niño segoviano
que encuentra el escritor en “Judíos, Moros y Cristianos” allá por las navas de
Tejadilla a la salida de la ciudad llorando a moco tendido como un Boabdil a vistas
del Albaicín. ¿Qué te pasa, hijo? Mucho lloraba el chiquillo y sus motivos no
le faltaban. Madre se nos escapó con un cabo del Regular y padre está que bufa
y muy desconsolado. Tampoco tiene demasiada importancia, rapaz. No será ni la
primera ni la última. Otro lazarillo de Tormes. Temprano empezó la vida a darte
cabezonadas pero guiando al puto ciego tú pronto aprenderás. Estas cosas pasan. El vagabundo trató de
consolar al chico afligido en su orfandad, que mataba la tarde jugando al gua y
andaba a lagartijas por los canchales del Barrio de San Marcos, y se puso un
poco triste al darse cuenta de que sus consuelos no servirían para nada. La
mujer es un ser incomprensible y montaraz. Acaba siempre triscando por las
trochas más peligrosas. Se despidió del
niño y sentado sobre una piedra miliar del camino contempló por última vez la
visión de la ciudad que brindaba un magnifico espectáculo de transatlántico
almenado. El espolón del alcázar ponía proa al infinito y la aguja de la
catedral era el palo mayor con una popa bien nutrida de hermosos monumentos.
¿La quilla del galeón de la historia qué rumbo andará? El acueducto en los
comedios parecía el puente de mando. Se alejó vera del Eresma camino del
ventorro de san Pedro Abanto. A la entrada de esta tasca bien se fijó que hay
una letrero que dice más vale acá mojarse que enfrente ahogarse. El río pasa a
menos de treinta metros sus aguas cabrilleando detrás de los pobos de la ribera
y como consuelo a sus tristezas se echó al coleto un jarro de tres cuartillos
pero la ruta le esperaba y tuvo que hablar en gallego a los grillos mientras
arriba en lo alto de la olma estaban ya encaramadas en su cortijo negro todas
las estrellas. Al otro lado de la esfera la luna arremangaba su nariz. Era una
luna de enero imponente de vigilias frías y calmas, que parece que alumbra la
noche con mucha electricidad. La lechuza vigilante al acecho por ahí y don
Camilo con cuerpo y salud suficiente para pasarla al raso se perdió midiendo el
horizonte con sus pisadas. Eran tiempos en que se creía un poco en la bondad
del hombre y se cantaban canciones para terminar con la guerra. ¿Hace un trago?
Venga. Sus pasos sonaron cerca del convento de La Soterraña en Santa María de
Nieva cuando ya amanecía. Yo fui mientras mi mente disfrutaban de tales
entelequias al excusado del Gran Café a exonerar la vejiga. Es para la único
que vale la literatura. Para poder mear
en sitios importantes en urinarios de mármol adosados a la pared recién
perfumados y darse pisto de que uno escribe. La vida da más vueltas que una
noria y es que la han puesto en manos de un aceñero que está como una cabra.
Loco de remate.
-¿Has comido
bien?
-Cojonudamente.
El dueño un
detalle que no pasó desapercibido abandonó el mostrador para despedirme coño
ahora sí que soy un tipo importante. A
uno no viene un fondista a hacerle el paripé todos los días. Estaba tan
orgulloso que creo no me cogía un piñón por el culo que el difunto por una rara
condición de sus esfínteres era capaz de absorber media palangana de agua tibia
por el ano. A don Camilo le habían atraído las barracas de feria donde corría
el tren de la bruja que iba atizando a los menudos viajeros que iban montados
en él con una escoba y se mostraba a la mujer barbuda y al enano que
sexualmente enervado medía dos palmos, más a lo ancho que a lo largo. Su
prurito por las deficiencias de la antropología hacía que sus cuentos fuesen
tan tremendistas como interesantes. Todos en el fondo sentimos dentro de
nosotros saltar a un andarríos y correr a un saltimbanqui.
El nuevo dueño
del Café Gijón me cae muy bien. Es mucho más liberal y tolerante que don Pepito
el cual riñó con González Ruano el maestro y conmigo debía de ser por una vieja
cuenta atrasada yo es que me lié a pegar voces y a despotricar cuando estalló
la Guerra del Golfo que bien me acuerdo, menudo escándalo, once años justos que
a ti te llevasen en la carroza fúnebre y ahora que lo pienso ese aciago día de
san Antón fiesta mayor de los burros perdí yo a uno de mis mejores maestros de
literatura inglesa Jack Tressey White que en paz descanse. El amo del café
Gijón es trabado de hombros, algo chaparro y mira con ojos que inspiran
confianza y valentía. Debe de ser un gran español. Muy inteligente. Hay que valer. Para llegar a regentar un establecimiento
como éste se necesita mucho más mollera y mano izquierda que para un
ministerio.
Le di mis más rendidas gracias y todo mi
afecto y luego besé la mano al cerillero Alfonso que es todo un señor. Lo
reconozco: a veces resulto cargante y mi comportamiento es incorrecto cometí
muchos excesos en aquella arca de Noé que sería para el que suscribe muro de
lamentos y burladero donde esquivaba los testerazos del eral de mi existencia
que tampoco es manco en contrasentidos e intercadencias múltiples. Uno no es
una santo pero allí se me aparecieron Erifos y santa Teresita del Niño Jesús
todo de un mismo tiemblo y de una sola sentada. Hablé con los doctores de la
ley y fueron mis compinches de parrafada un Pedro de Lorenzo, el fiscal
Chamorro, Eugenia Serrano, Buero Vallejo, el poeta Rafael Morales el talaverano
ningún sonetero mejor en Castilla desde Garcilaso y otra gente importante y de
alcurnia cuyos rostros reconozco pero cuyos nombres no acertaré a decir. Gente de valía que me perdonó y me toleró.
De repente acudieron a mi mente el tropel de
caras unas acusadoras otras con sorna de burla otras interesadas en mi mensaje
tan poco característico y tan original. Aquí, Alfonsito, quiero que me quieras.
Acabo de celebrar un fuera borda a la gallega. He comido solo como un pontífice,
en la compañía de mis recuerdos, mas, yo me entiendo y dios me entiende.
-Vale.
Justo al pie en
la acera pasó un haiga mortuorio camino de La Almudena[vi].
Me quité la boina y saludé instintivamente.
Detrás del furgón de respeto bajaban coches ocupados y taxis por gente
de alcurnia pero aquel entierro era demasiado hortero para pertenecer a nuestro
héroe. Dentro, escoltando a la muerte en su carromato, llevaban un lindo
cargamento de vida. Los del duelo con caras de circunstancias muy premiosas me
parecieron lebreles que se resisten a la traílla de la jauría y marchan
obligados sin muchas ganas de ir al monte, que bien saben lo que en el monte
les aguarda. Me pareció que todo el trafico incumbente y ascendente no ponía el
morro en dirección de Atocha y de Cibeles sino que enfilaba el camino de la
eternidad.
-Aquí has dado
algunos sonoros. Escapas con facilidad al garrote vil. Tuviste siempre mucha
fortuna.
II
Yo quise
convertir al Gijón en templo de mis nueve musas providentes pero se transformó
en bebedero y duerno donde hice con frecuencia el canelo y el oso. Lo lamento y
pido perdón a mis colegas por las veces que me vieron beodo. Me han aguantado
mucho. Y al fin de cuentas todo se termina por pagar.
-Ahora te jodes
si no te hacen caso. Soplas y bailas.
-¿Qué fue de mis
amores?
-No te quejes.
Este era tu tentadero donde cantaba el urogallo cuando todo en tu vida como el
de un barco descajonado entró en zozobra. Navegabas con la nave en sumersión
cabeceando con virulencia a babor y estribor. Aquí expresaste tus opiniones. En
esas mesas fuiste víctima de tus propios golondros y antojos. Pujaste alto. Diste en nada y ahora un mutis
por el foro.
-Cierto que he
pegado muchos bandazos.
-Pues eso.
Tendrás que subir al carromato. Queronte aguarda.
-Me resisto.
-Tranquilizate. De momento no. Todavía te queda mucho Baco en
la barriga y nada de Venus entre las piernas. Pero no te apures. Son cosas del
humano vivir.
-De momento no.
De entrada sí. No me hables que me recuerdas al Gran Filipo. Haz lo que te
salga de los catalanes. Mira cómo tiemblo. Tú quizás no te acuerdes pero en la
cárcel de san Antón donde funcionaban las brigadas del amanecer había fusilados
de todos los colores pues somos hijos de muchas leches. Unos cuando oían su
nombre por el altavoz del paredón caían de rodillas entonando el Señor Mío Jesucristo. Otros se iban de vareta no
pudiendo controlar los esfínteres pero otros respondían provocadores con un que
me la chupen y otras procacidades por el estilo echandole mucho valor. En mi
modestia creo que estoy adscrito a este último sector de falangistas retadores
que le hacen higas a la muerte. Ser
fusilados era algo risible. Una última gallarda de aquellos putos rojos. El
dueño del Café Gijón me salió a despedir hasta la puerta como si fuese un
ministro. Nunca me he sentido más orgulloso. Su mirada limpia me recordó ese
brío y esa seguridad que infunde siempre la Guardia Civil. Nunca discutí con él
como tantas veces me ocurrió con don Pepito el anterior. Una mano misteriosa y
sublime me ha sacado de apuros muy gordos. Veces haciendo de rodela veces de
señuelo. Es una fuerza misteriosa que me exhuma de los trances peores;
reconozco que temerariamente abuso de ella en ocasiones pues tendrá que
agotarse alguna vez el filón de mi buena estrella.
-Larga memoria a
vosotros, espectros.
-Ya sé que don
Pepito al verte se ponía nervioso aunque te llamase buen hombre. La verdad que
tienes una lengua nada perezosa capaz de sacarle al más majo de sus casillas.
-Yo estoy muy solo.
Sin arrimos. Sin designios. Por eso bebo y cuando me entrego a la bebida no soy
responsable de mis actos, doy sonoros, hago el ridículo. Soy casto, nada
sicalíptico. Inspiro pena a mis amigos a los que me conocieron en mis buenos
tiempos cuando sacaba entrevistas de alcance y me llamaban para cenar a los
mejores restaurantes los jefes de gabinete de prensa y los escuadristas del FO.
-El vino me lleva
a mis espectros queridos pero con frecuencia se producen desvíos peligrosos y
malentendidos que desencadenan fuerzas de aojo, menos siniestras que aburridas.
-Tú no les puedes
vencer. ¿Por qué te empecinas en monsergas pasadas de moda o en estrategias
bizantinas? A veces me pareces un tipo interesante. otras, decaes a lo
bochornoso.
-¿No dicen que
estoy loco? Los duelos con vino son menos.
-Así es.
Los oráculos
interiores habían soltado el trapo. A un lado los del banco turquí y en el
otro, el carmesí y yo entre medias, espíritu de Hamlet atormentado por mis
sacerdocios druidas y mis múltiples remordimientos; entonces me convierto yo en
una caña azotada por el viento. En tajuelas de velludo yo me solía sentar. Al
trasponer la tapia del Cuartel de Buenavista me sentí desolado en el marasmo de
una náusea interior sin contemplaciones. Cáspita me parecía ser un gusano que
escarbaba debajo de la panza de aquel ciempiés que me acogió pero que nunca
llegó a darme los buenos días. En Madrid siempre serás un pasante. Advenedizo.
Notas que la ciudad te sonríe sin pertenecerme y se cierra hermética en una
amabilidad áspera.
Larga memoria a
vosotros héroes del aguanta gana. Hacía guardia en una de las garitas en los
cimientos del gran frontispicio del edificio del Banco Central estilóbato de
columnas dóricas enormes ventanarios un recluta con su ros recién estrenado muy
nuevo y como de coloretes. Marcial el
ademán y la apostura viril como la de un lansquenete pero me fijé un poquito en las sinuosidades
de su pecho esclarecido y esforzado que hacía una inclinación por los bolsillos
de la guerrera y no pude menos en reparar que el sorche que estaba de puesto
tan tieso él era una mujer. Ellas ahora nos defienden. Todos las marías han
cogido su fusil igualdad de derechos al hombro, machete al cinto, y ¡a mí la
guardia!
Un poco más allá donde empieza un pequeño
repecho una teniente ponía al hilo a un cabo. A voces cuarteleras. A mí la
guardia. A formar.
-Ese mosquetón,
soldado.
- A la orden de
usía.
Pensé que el
espíritu de la colmena o el lenguaje de las maripositas o lo que sea ha acabado
con todos nosotros volviendonos zánganos tristes que merodean y bordonean o se
sientan melancólicos en los parques. En una cosa acertó el Guerra, a pesar de
sus muchísimos dislates y estropicios, en lo de que no nos iba a conocer ni la
madre que nos parió. La culpa la tienes tú, melón por contemporizar oye
recuerdas el chiste del cheposo y del calvo. ¿Qué llevas en la mochila,
jorobado? Tu peine, hijo puta. Ellas con el mosquetón y empuñando las
metralletas. Manos arriba. Por el sur nos merendarán los ingleses que están
apercibiendo una movida en el Estrecho secundado por los moros y la reconquista
de España será para nuestros enemigos un paseo militar. Y luego no nos
quejemos, don Federico, que mire este chico. La vida da más vueltas que una
noria, galán. Mi vieja llevaba toda la razón. Madrid era un aquelarre de
fantasmas, una ciudad vencida y entregada al enemigo. Aquí el que resiste gana
pero en qué condiciones mire usted que vamos a perderlo todo. O sea, que de
pasantes hemos ascendido todos a resistentes. Madrid me pareció una ciudad habitada
por vesivilos, camuñas, quimeras, trasgos, espíritus que se habían desmarcado
de las sombras no para meternos el pasmo en las tripas sino para llevarnos la
contraria. El hierro quebrantado en la bigornia bajo el peso de los golpes del
martillo ya no aguantaba. Era así cuando dieron tierra al pobre don Pío el día
de Inocentes del 56 y seguía siendo lo mismo el día de san Antón del 2002. A
Cela le tocó llevar a cuestas el féretro de don Pío que pesaba el pobre menos
que un pajarito y a mí me tocó honrar su figura en una banquete mortuorio en el
café que más amaba, tarea más liviana si se quiere. La comitiva funeraria y los
coches de respeto en que iban los del duelo, presencia de un sepelio a la que
urbe cosmopolita inmersa en su inercia vital veía pasar con indiferente gesto,
dobló Glorieta de Cibeles a la izquierda y trascendida la Puerta de Alcalá
enfiló las calles altas que derivan hacia las Ventas del Espíritu Santo, hartas
de sol y cansadas de tardes triunfales, acostumbradas al ir y venir de los traperos
con sus carromatos y a los maletillas modernos gladiadores del arenarius y de
la catasta de la fama, el dinero y el poder, en busca de una oportunidad, para
a través del gran puente elevado sobre la M30 desaparecer por las calles de la
metrópoli fin de ruta. Dan ganas de emborracharse. Coger una de tantas curdas
para hacer higas a la noria desmangallada del destino.
Es absurdo pero
será cuestión en estos instantes de no buscar consolación sino en las palabras
del apóstol increpando a la niveladora con los evangelios en la mano y el
testimonio de los que creen en la resurrección de la carne acerca de su
victoria y de su aguijón. La escena la habían presenciado mis ojos muchas
veces. La última cuando incineramos al pobre Faustino G. Aller aunque no voy
mucho a los entierros la verdad sea dicha porque al igual que Emilio Romero
pienso que las defunciones traen cola que la muerte llama a la muerte y cuanto
menos mejor. Pero Cela no descansará en la enorme Almudena sino al pie de un
crecal en el coquetón y vistoso cementerio de su localidad natal que recuerda a
los ingleses donde las tumbas se alzan a la vista del paseante y no se ocultan
como en España detrás de enormes tapiales escoltados de cipreses. Desde su último albergue hasta puede que
escuche el chapoteo de los remos de la barca de piedra que aguas arriba del Sar
rompen las olas proa a Compostela con los restos a cuestas del cuerpo del
apóstol, Herru Sant Yagu, señor Santiago, hijo del trueno valedor de las
Españas todo el trayecto desde Jerusalén sin irse a pique milagrosa cosa es que
la muerte no es el final. Y desde tu tumba también escucharás el largo pitido
cascabelero de los trenes de cercanía que pasan y que te entretenías en contar
cuando eras niño. De ahí te quedó tu primera vocación de maquinista de la
general como Buster Keaton. Algún
revisor que pase por ahí echará un vistazo para el tejo que hay a la entrada
del lugar aparatoso y solemne sin reparar que bajo su sombra tutelar reposan
tus huesos. Tuviste una inclinación morbosa hacia los perros abandonados, por
los vagabundos sin suerte, y por los esforzados factores de Renfe con su gorra
de plato. Como la de estos abnegados servidores del bien público tenías un alma
viadora, solitaria y funcional que es como llevar para siempre un marcapasos
del camino, una brújula y un compás. Naciste orilla de la estación de Iría
Flavia escuchando pasar trenes que lanzan penachos de humo y prorrumpen en un
largo pitido lastimero y lúgubre, que recordaba el lenguaje cadencioso de las
meigas, antes de penetrar en el túnel de abantos. Dentro iban sentadas
“muyeres” con una cesta y paganos fumandose un puro en sus mejores galas. Como
para ira a la función de A rapa das Bestas o a Romería de san Benitiño. Esta
pasión por los soldaditos de plomo y por los mercancías es de las que dejan
huella. Marcan toda una vida. E influirían lo más seguro en el pergeño de sus
mejores cuentos de posguerra cuando media España se la pasó a bordo de un tren
de tercera con las maleta al hombro bien cerradas con atillos. El Mixto de
Algeciras, el Correo de Andalucía o el de Santander formaron parte de nuestras
vidas. Todos los que iban para el norte hacían escala en Venta de Baños. En
Reinosa cambiar máquina. Detrás de los cristales amanecía y hacía fresquete y
ya casi nos olvidábamos de Madrid que habíamos dejado al caer la tarde. Estamos
en la Montaña. En la tierra de Pereda, de don Fermín de Pas o de Rosalía de
Castro y los que pasábamos la raya de Francia siempre quedábamos sorprendido
por la limpieza y ganas de vivir que te metía entre pecho y espalda San
Sebastián pongamos por caso. En Aguilar de Campó siempre subía alguna
campurriana o algún militar que hacía el servicio en África. Pasa un vendedor
pregonando a las ricas mantecadas y de repente suena un bofetón dentro de uno
de los compartimentos.
-Oiga tío guarro
no se propase. Aunque pobre una es decente.
-Señora buscaba
el mechero.
-Ya. Pues lo debe
de tener muy hondo en los forros del bolsillo de la chaqueta. La próxima vez le
vaya a hurgar en el culo a su puta madre.
-Yo me bajo ¿Qué
gritos estentóreos son eso?
-Es que hay cada
uno.
-Como no hay
respeto pues eso.
-No sé adónde
vamos a parar.
-Yo sí que lo sé.
Al catre. Ese quería meterle los pollos en el corral a doña Marcelina y ella
sin enterarse. Vamos que se la llevaba al huerto.
-O al cuartelillo
de la Guardia Civil que es donde verdaderamente tenían que estar los
sinvergüenzas que viajan en los trenes sólo para darse el lote.
En aquellos
viajes en ferrocarril los trancos no eran cómodos pero sí entrañables. Antes de estallar lo que llaman ahora el
movimiento globalizado (puro meneo) en un convoy de aquellos con plataforma
podía pasar de todo. Se sellaban amistades cuyos entrañables lazos duraban toda
la vida. Nacían niños. Se compartían bocadillos de tortilla, tarterillas con
tajadas del marranillo de la matanza, la bota de vino que no faltara. Iba la
guardia civil y algunas veces hasta los
de la Secreta. También se cantaban aires regionales y algunos contaban como
siempre historias de la guerra. No faltaban los recién casados en viaje de
novios a ver en mar. Aquellos barcos de madera cuando aun no se había aprobado
por el congreso la ley de divorcio escucharon promesas de amor eterno.
-¿Me quieres,
Emerenciana?
-Pues claro que
te quiero, tonto
-¿Toda la vida,
Meren?
-Toda, toíta,
Sinforoso.
-Pues vale.
-Sí , vale.
-Venga.
-Venga,
Aunque en todo
caso los vagones de un mixto siempre incitaban al amor aunque fuese sin pasar
por la vicaría e incluso al nefando, bardajes y buharros se buscaban con la
mirada y luego hacían cochinadas en los wc que el país no por menos de
reprimido dejaba de dar gusto a los cuerpos cuando se podía y los sacomanos
llegaban sin contemplaciones.
-Oiga aparte sus
dedazos de donde los tiene metidos o llamo a revisión que no soy una monja de
clausura sino un agente del servicio del contraespionaje en desguisa.
-Coñón y yo que
pensaba que era sor Conce.
-Ataquines quince
minutos de parada.
Los gritos, el
paisaje, las consignas, las mujeres gordas y los curas que viajaban acompañados
de su ama, el breviario y una cesta de huevos, el olor y el pelaje habían
cambiado con respecto a los tiempos de las Doloras de Campoamor o cuando los
viajes Campomanes-la Corte se hacían en 48 horas con paradas fijas en el pueblo
antes mencionado, Mansilla de las Mulas y en el Puerto Pajares. Por ejemplo, en
Medina del Campo siempre me bajaba a comprar tabaco y poco antes de esa
estación me entusiasmaba la visión de Arévalo con las torres de sus siete
iglesias mozárabes, una por cada uno de sus linajes(Verdugos, Tapias, Briceños,
Montalvos, Velascos, Serranos, Barahonas), contempladas desde el compartimento
de mi tren descendente sobre un alcor.
Una villa de atalayas entusiasmadas y adarves con alma que parecía que
rezaba vigilante entre los chopos que montan guardia en la vaguada del Adaja.
Soñaba con una vida en calma. Un oficio seguro como profesor de instituto.
Las tardes podía
dedicarlas a escribir. sin contratiempos y en paz pero iban a suceder cosas que
nunca hubiera yo sido capaz de prever y en lugar de profesor de lenguas vivas y
muertas acabaría de colporteur o vendedor de libros de lance teniendo que
vender mis obras los días martes a precio de papel viejo en el mercadillo
chico. Son cosas del destino que desafina la partitura. Nos sorprende con sus
badajos y toques de atención. Sus movidas incomprensibles. Así y todo, la vieja
ciudad en éxtasis sobre un cotarro la
sierra de Gredos y la de Guadarrama a sus espaldas el aire puro y los espacios
infinitos de la Ucrania española, las Morañas, la del trigo sin argaña, las
mejores segadas de España, siempre que pasaba por ella me parecía abrir nuevos
horizontes. Era un símbolo inspirado de Castilla la gentil rebosante de armonía
en su silencio. Amo a España yo también por encima de todas las cosas.
La vocación por las letras es algo que resulta
incomprensible para aquellos que alguna vez no hayan sentido su aguijón. Semeja
a un kilométrico de largo recorrido que te entrega cualquier día el buen Dios
disfrazado de peajero de Renfe tras la ventanilla de una lejana estación
comarcana perdida en el mapa de carreteras: Iría Flavia, Mondoñedo, Peñaranda
de Bracamonte. Hay que hacer muchos
transbordos. Luego vas poniendo nombres y estampillas en el billete con el
matasellos que se te antoje. Un buen literato tiene que parecerse a un revisor
de ferrocarriles. Andar con soltura sin caerse en los vaivenes del carruaje con
un ojo siempre alerta a los que van en la batea. Ahuyentar polizontes y
desarmar embelecos.
En ocasiones conviene vista gorda. Se puede
viajar en el expreso o en el tren botijo y la mano cerca de la palanca de
seguridad para detener la máquina a tiempo.
Y aun así no se pueden evitar descarrilamientos. Te pusieron en la mano
un billete en blanco para dirigirte adonde quisieses y así te pateaste el
mundo. La vida es una continua periégesis a través de los cuatro elementos
(tierra, fuego, agua, aire) y tus tres funciones fisiológicas de las que no se
escapan ni los santos: comer, caminar y cagarlo. A veces la inspiración no es
cuestión de las nueve musas sino el trabajo de una buena digestión que muta en
sangre o en tinta mejor dicho nuestros enjundias perceptivas. He llegado a la
conclusión de que los grandes escritores transforman en sueños todo cuanto
tocan.
Lo que estampan en sus cartillas nunca mueren.
Mientras ellos se desciñen, se desentienden, renuncian, desaparecen y se
despiden para siempre con un ahí queda eso. Sus creaciones gozan así de vida
propia. Hasta son capaces de mirarnos de soslayo. Verdaderos prometeos
encadenados a la letra muerta que hablan un idioma eterno desde las páginas de
sus libros que son el lado inmortal y sublime del ser humano. Son los héroes
siempre de la palabra. Aquella tarde llegué a casa triste pero sereno. En paz
conmigo mismo. Coloqué el retrato del autor en la pared de la cripta donde
produzco que es lugar de trabajo, fumadero, reclinatorio de mis sueños, punto
de fuga para mis ardimientos ascéticos. Es una cárcel dulce en la que yago
prisionero de mis afanes literarios rodeado de fotografías y semblantes de
Cristo. En uno de los contadores luce siempre la luz de un pebetero y como soy
acreedor de familia numerosa aquí escondo mis alcancías, me lamo las heridas y
hay un ángel de la guarda que me mima y consigue que todas las noches llegue a
casa, que no es poco.
Los hijos bajan a pedirme euros pero mi mujer
no viene nunca al cuchitril. Dice que es una leonera pero este lugar tiene un
nombre romano: latíbulum y es baluarte contra todos los desconsuelos. Los que
sepan algo de estaurología[vii]
entenderán la razón por la cual el hombre, artesano de su propio cieno y fruto
de la codicia que rezuman todas las salsas de los vicios, al dar el salto de la
conversión a Jesús, no obtiene de su predicado sino oprobios,
desconsideraciones, padecimientos. Uno no se ha bautizado para triunfar en la
vida o para dominar a los demás ni para que lo respeten y lo adoren sino para
ser escupido, incomprendido, apaleado, derrotado.
Al contario de los judíos, a nosotros no es que nos desplazca el éxito
sino que lo consideramos meramente sospechoso. En parte no somos equilibrados
ni razonables. Nos tachan la túnica púrpura pero eso ya lo hicieron con el Hijo
del Hombre. El Islam, más contemporizador con las humanas pretensiones, surgió
precisamente del escándalo de la cruz que es una religión de hechura divina y
que a veces está reñida con la inteligencia de las cosas y con los pensamientos
y miras humanoides. En parte tengo sumido que Cristo existió y es el Mesías no
sólo por la fe sino por mi experiencia personal. Yo lo encontrado entre los
libros. Su mirada indulgente y misericordiosa me ha sorprendido a la luz de las
velas de los iconos o enredadas entre las notas sencillas pero sublimes de una
antífona. Las canciones en inglés van por otro lado y también me parecen
sospechosas. Mi maestro entabló una pelea rotunda contra el demonio que no está
loco, que disimula su vesania bajo una capa de tolerancia a las buenas formas y
que sabe estar en el mundo pues es el rey de él.
O si no, aquí está mi testimonio escondido en
lo más profundo de mi hura literaria, bodega excelsa donde guardo un vino que
no emborracha pues lo cataron los ángeles y gracias al mismo, que es a su vez
sangre de Cristo he conseguido percepciones del infinito tras mis esfuerzas por
alcanzar lo absoluto a través de los sentidos.
-Papá ese eres tú
y Cela.
-Sí, hija.
-¡Qué joven se te
ve! ¡ Cómo mola no!
El mundo sigue
girando sobre sus goznes.
-Era un amigo,
Cristi.
-Pues yo llevé
esa foto con el libro que tienes dedicado al instituto y la profesora no se lo
podía creer. Decía que era un truco.
-Es claro y
evidente lo que pone el epígrafe si la caligrafía no engaña porque él no
escribía alemán ni en escritura masorética. Dos de abril de 1972. Y abajo una
firma que Cela no tenía letranganos ni hacía deles mortíferos sino que escribía
con transparente ortografía. Han pasado treinta años y parece que fue
ayer.
No es que fuese
un santo ni que hubiese hablado en el vientre de su madre como el Bautista o el
propio Mahoma pero se nos ha ido en olor de multitudes. Su entierro ha
constituido todo un acontecimiento nacional. En aquel campo santo de las Rías
Bajas donde se alza un airoso cruceiro descansa ya el sueño eterno en medio del
respeto, la aclamación popular y el sentimiento de los que verdaderamente lo
querían sobre todo su hijo Camilo, extrañado de su presencia por una de esos
encartes de la suerte, algún malentendido. Su viuda no derramó una sola
lágrima.
Este duelo dividido anticipaba ya la guerra
por la herencia que se acaba de declarar. Cela sigue ganando batallas después
de muerto y dividiendo a las dos Españas. Hasta en sus exequias ha armado el
taco. El antiguo maletilla ha puesto la plaza boca abajo. No pudo ser más
cristiano su entierro oficiado por un fraile menor que debía de ser medio
pariente. Portaba consigo un escapulario
de la Virgen del Carmen, aunque no faltarán los que lo descalifiquen por
hereje. Al pasar por Arenas de San Pedro
le puso una vela a la Virgen de la Chilla, patrona de malmaridadas. El abrazo que el franciscano deparó al hijo
ante la aparente frialdad de Marina Castaño que miraba hacia otra parte para mí
fue un signo de que se abrían hostilidades entre los albaceas. Cela nunca
supuso que a su muerte (“me ponen entre cuatro cirios cualquier día de estos y
me cantan el gorigori”) pudiera haber tanto desmelenamiento. Años atrás le
habían llamado de todo. Desde hereje hasta más feo que un murciélago con dolor
de muelas. Y no es que se dedicase a patear sacristías ni a hacer
peregrinaciones con dolor de agnición y atrición por sus pecados, salvo la
escapada que hizo a Jerusalén al muro de los lamentos. Sólo asistía a los
besamanos regios pero en el fondo seguía siendo una especie de marqués de
Bradomín, feo, católico, sentimental, que nunca renunció a la fe de su estirpe
a despecho de sus alardes volterianos. Se bautizó, tomó la primera comunión y
fue confirmado, se casó y descasó dos veces como Dios manda por la Iglesia. Un
antepasado suyo, guardián del convento del Sacromonte de Sión en Tierra Santa
murió mártir de la fe aunque explicara con cierto humor que más que mártir fue
confesor. Cuando un turco le pidió que abjurara del crucifijo él contestó de
mala manera y en gallego que no le daba la gana. Lo tiraron desde lo alto de la
Torre Antonia camino de Damasco y, como los infieles insistiesen en su renuncia,
el moribundo dijo en castellano que no le salía de los cojones. A cuenta del
escandalo que se preparó con motivo de la imagen de la Santina que puso en pie
de guerra a los asturianos en parte tuvieron la culpa de tales desaguisados
ciertos mentecatos que no supieron entender su guasa. El sentido del humor de
los gallegos no se parece en nada al de los ovetenses. El arzobispo de Oviedo
blandió el báculo amenazante contra el lenguaraz fraseólogo que había dicho de
la Virgen de Covadonga que si es pequeñina y galana pues que se joda. Allá
fueron ellas. Correlativamente, a Díaz Merchán, Cela no le caía del todo bien
por haber puesto a monseñor Tarancón de vuelta y media llamandole obispillo y
no sé cuantas cosas. Esto no le sentó muy bien, lo del “taranconazo”, puesto
que Cela, que nunca ha sido muy clerical que digamos y en toda su obra arguye
de pecado de hipocresía a los sacristanes y a ciertos curas, por aquellas
calendas no sabía hacia qué lado de la balanza inclinarse, y también fueron
notorios sus chicoleos con un ex mosén por nombre Xirininac[viii]
que en el senado defendía el matrimonio de homosexuales, le valieron ciertos
sambenitos de la curia. En Oviedo siempre oí decir que era un grosero. Fue
declarado persona non grata en el Principado y el arzobispo poco menos que lo
descomulgó. Sin embargo, Cela tenía una madre y una tía que eran de comunión
diaria. Hizo que su hijo fuera a un colegio de franciscanos de Palma de
Mallorca. En esta controversia de la patrona de Asturias hubo malentendidos y
notables prejuicios a cargo de los intolerantes de siempre aunque la sangre no
llegó al río. Por cosa más leve, unos versos en una servilleta, metieron preso
en San Marcos de León a Francisco de Quevedo. Y en aquella hora el espectro de
Retógenes emergió a la superficie. A todos se nos apareció aquel terrible
redactor jefe. En resolución, Cela que había nacido en los campos de la
estrella y era medio pariente lejano de san Pedro Mezoncio el compositor de la
Salve Regina no podía ser otra cosa que jacobeo, de raíces marianas y
compostelano, aunque de últimas fuese poco a misa y sus antiguas devociones
piadosas las tuviese arrinconadas. Era un hombre en ruta que escribió sus
mejores textos a la vera del camino. Se pateó media península - ya anotamos
arriba lo del Kilométrico y su espíritu corporativo de hijo de ferroviario
siempre listo para echarse la mochila o la maleta sobre los lomos- armado de su
bordón de romero alborozado ante el espectáculo de la vida y de una naturaleza
que describe con acierto y precisión poética, como nadie, en su cuaderno de
campo. Entonces llevaba una barba vellida y poblada, la primera barba
consectaria del país. Después cuando todos comenzaron a dejarsela él se la
afeitó. Era bastante suelto de lengua y colocaba la suerte de banderillas con precisión.
Sus rehiletes contra esto y aquello eran mortíferos. Algunos a los que se los
clavó se resienten todavía del escozor. De esa manera contestaba a las
envidias. Los otros lo condenaron a banderillas negras. Sus detractores primero
se rasgaban las vestiduras y luego prestos a embestir lo amurcaban pero él no
se lo tomaba por la tremenda. Contestaba con un habitual: Pchs. Ya se les
pasará.
-La Virgen de
Covadonga yé de Cangas de Onís. Piquiñina y galana.
-Pues que se
joda.
-¡Qué blasfemias
son esas, don Camilo!
-Hombre tampoco
es para ponerse así. No es más que un decir.
Un cantar. Como me voy a meter yo con Dios y con la Virgen.
Las comuniones
apostólicas brotaron por las Cinco Villas y en algunos burgos se escuchó el
canto del ijujú. Por los valles sonó el tambor del Bruch que emite llamadas
lúgubres como el tantán.
-Eso no me lo
dirá usted a la cara, tío ceborro.
-Pero, señora,
que me esta vd.tomando ad pedem literae. No saquemos las cosas de quicio.
-Sus propios
pedos se los huela a sí mismo y áteme esa mosca por el rabo.
-No es más que un
tropo, un retruécano literario. ¿Me entiende?
No lo entendían
ni lo querían entender. Seguían murmurando:
-Ya está ese
malhablado haciendo el burro.
Él se encogía del
hombre, decía pst y acabó por meterse a España en el bolsillo. Era un
comunicador nato. Llegaba a la gente. sobre todo, Castilla, la que él tanto
amaba y que a pesar de todos sus pesares lo supo entender. Su Galicia natal le
fue indiferente. Asturias envidiosa y rijosa le volvió la espalda. Andalucía,
con esto de que allí son todos moros, no entendía tampoco su humor. Únicamente,
en este desconcierto de las autonomías Castilla la Vieja, la Alcarria, la de
judíos, moros y cristianos, le fue leal.
Lo llamaron de
todo. Cela, que pensaba que el mayor invento de la humanidad no es la rueda
sino el péndulo, con buen criterio, se abstuvo de trasmontar la linde de
Pajares durante algún tiempo. Gato escaldado cuando pasaba por Zaragoza y como
acto de reparación se detenía unos minutos a besar el Pilar. Eran cosas de Cela
mas a costa de ello a bastante gente, incluso ilustre, se les vio debajo de la
chistera asomar la montera picona y el garrote montaraz que enfundaban en su
traje de ejecutivo. Era un gallego fino capaz de tractar la musicalidad del
castellano. Además, tenía muy buena o memoria o era muy trabajador puesto que
laboraba bastante los textos.
-Cuando yo era
mozo - le oí responder en aquella entrevista del 72 - no se me olvida en mi
viaje a la Alcarria en una posada cerca de las Tetas de Viana tuve una novia
portuguesa por mal nombre Dolorines. Poseía algo de bigote pero compensaba.
- ¿Se daba bien
eh?
- Hombre, se
hacía lo que se podía. Yo nunca tuve fama de atleta sexual pero más importantes
que sus besos eran los bocadillos que me alargaba de extranjis de chorizo en
aceite, las judías estofadas que me zampé bajo cuerda.
-Sí, sí, don
Camilo, que más cornada da el hambre.
-¡A mí me lo iba
a decir usted!
Hablamos de
amores pero pronto me hice cargo que pese a la fama que se le atribuí de putero
y de sátiro (era el comodín de todos los de su generación) en el fondo tenía
alma de poeta putañero. Las mujeres le interesaban poco y todos sus personajes
femeninos no son sino episódicos. Era tierno y sentimental con su cara alargada
de interventor de hacienda, profesor de la Facultad de Veterinaria o de prior
de teatinos y en verdad su paciencia era de benedictino. Nunca se engreía y
expresión viva de la llaneza coruñesa, que llaman ferrete, humor de las Rías
Bajas, sabía conectar con el pueblo e interesar a la gente. De ahí su enorme popularidad. Muy pocos
autores en lengua castellana la han gozado. Llegó a convertirse en un verdadero
fenómeno sociológico. Un acontecimiento de masas. Se necesita mucho ángel para
conseguir lo que él hizo. No solamente llegó a ser célebre. También estuvo
metido en el mundillo de los famosos. Salió bien aquella entrevista.
No me dieron el Nobel pero gané una
corresponsalía en Londres como ya he dicho o trataré de explicar más abajo. Mi
bagaje era bueno. Yo acudía al encuentro hechos bien mis deberes. Si él se
había pateado media Castilla la Vieja yo había transitado con fruición por la
mayor parte de sus libros de viaje y por las páginas de sus novelas mayores. La
literatura no solo libera sino que es un billete de avión o un kilométrico
volviendo acaso de aquella aventura que se empezara escuchando pasar trenes en
la casa de un guardagujas de Padrón. Mediante la imaginación se recorre el
mundo con mejor pertinacia que con las agencias de viaje. Las mejores vueltas
al mundo son las que se realizan a través de las islas, penínsulas, mares,
océanos y continentes de una gran biblioteca y Cela en mi vida ha hecho a mis
ocasiones de hilo conductor de muchas cosas. De espolique, ojeador, telonero,
apuntador y cicerone. Sus páginas siempre acababan por levantarme el ánimo
cuando estaba triste o han mitigado mis desesperaciones. Cela es uno de esos
maestros que te ayudan a reírte y en algunos casos a ser mejor. A mirar la vida
con una sonrisa de inteligencia y
desasimiento de la visceralidad ambiente.
No es un alma mórbida y tenebrosa. El agua y la letra, clara, aunque sus
sudores le costara esa rara facilidad que despalma en todos sus libros. Es un
sello privativo tan solo de los grandes genios de las bellas letras. Conocía
toda su obra. Empecé a leerla en el seminario de Comillas cuando me destinaron
al pelotón de los torpes. Allí empezó la corona de espinas de mis rebeldías y
tuve la suerte de pasarme dos tardes deliciosas en los acantilados detrás del
Campo del Stella Maris escuchando el batir de la marea contra el rompiente de
las rocas, mientras mi imaginación
volaba hacia tierras interiores donde se desarrolla la acción del Pascual
Duarte. Aquella historia que tanto
impresionara mi sensibilidad aun terne -
es un libro profundo escrito también por un adolescente- fue el toque de varas
de mi vocación por la letra impresa. Los jesuitas la tenían puesta en el
“infierno[ix]”
pero otro que se llamaba Bedoya que era de Potes y yo nos hicimos con un
ejemplar. El maestrillo que nos vigilaba decía que nos escondíamos entre las
peñas para leer cosas sucias y luego hacer porquerías mirando al mar. El
tremendismo de aquella historia me ayudó a descubrir un mundo nuevo. Como era
en realidad no el ideal que intentaban meternos por los ojos en el tirocinio.
Disgresiones a un lado, no sé pero congeniamos. El encuentro se produjo una
mañana alegre y luminosa de abril, de esas que sólo puede conceder Madrid
cuando no le da por zamarrear aguarraditas[x].
Abajo se veían los desmontes de Clara del Rey. Algunas acacias de las aceras
lucían las galas de su verde polisón. Conectamos desde el principio. Cuestión
de ósmosis o por una de esas transmutaciones querenciosas hacia la palabra. El
anfitrión me empezó diciendo[xi]
que prefería el idioma de Quevedo al del BOE y que él consideraba al castellano su herramienta
de trabajo. ¿Cómo adquirió esa fuerza verbal de sus expresiones mariposeando
por los diccionarios o empapándose de la vida? Las dos cosas. ¿Conoció la briba
y el vagabundaje? Hombre un poco. ¿Y las pasó canutas? No las pasé canutas sino
putas, hijo. Dolorines tal vez no fuese tan sólo más que un comodín y el sexo
algo episodio, como un sarampión virulento que siempre hay que pasar, alcabala
de viento de la naturaleza, y que conviene contar como pasando de largo. Con
contento pero sin mucho entretenimiento ni excesivos regodeos. “Que a mí me
gusta lo pecaminoso, nunca lo morboso. ¿Estamos?”. Sí, don Camilo. Estaba delante de mí un Cela de 56 años algo
metido en carnes. Salió a recibirme en traje con una camisa blanca y una
corbata de torero. Su elegancia, su puntualidad y su cortesía siempre seguía
siendo británica aunque un poco pasada por la plaza de Cascorro. Se tomaba las
cosas muy en serio. Los escritores- forma parte de los gajes y manías del oficio-
gozamos de un cierto grado de penetración que nos hace ver con un simple golpe
de vista la realidad por de dentro. Dios me libre pobre de mí de colocarme a la
altura del gigante pero escritor aprendiz me considero. Es lo único que sé
hacer y juntar palabras fue mi oficio aunque tanta solercia y contundencia de sus renglones seguidos como
despliega él no me fue dado por los dioses. Para tal encomienda lo único que ha
falta es grandes caderas y mucho culo. Hay que sentarse y no moverse del siento
las cinco o las seis horas de oficina. ¿Y si no sale nada, don Camilo? Hombre,
algo saldrá. ¿Codos o inspiración? Codos y agallas es lo que nunca le sobra a
un escritor. En esa demanda brego desde la mayor parte de los once lustros y
medio que tengo. Además, a ambos nos gustó la juerga de pequeños. Eso sí.
Cruzamos la ciénaga de refilón y sin empaparnos mucho que en esto de la
golfería también hay su parte alícuota de toreo de salón. Usted y yo, Arije,[xii]
me parece que somos de buena casta. ¿No lo dirá por los cuernos, don Camilo?
Eso nunca depende de nosotros. Más bien de algún cabrón que nos ponga los
medrones cuando menos haga falta. Pero sabe usted los hombres no llevamos la
honra en los cataplines, sino en la cabeza mayormente. Pongalo. Pongalo eso,
Arije. Esto no puede quedar del todo mal. No me atreví a transcribir sus frases
en aquellos tiempos. Camilo era el único que tenía bula para soltar tacos en
los reportajes o cuando salía por televisión. Hablaba de la misma manera que
escribía y daba la hora el escucharle aunque sus detractores alegan que era un
acodo. Que se repetía a sí mismo. No,
señores, el ingenio nunca duplica ni regüelda como la cebolla. Eso sí era algo
manierista. Había acogido al idioma el tranquillo que es lo más difícil de
coger cuando se acomete la escritura de una novela.
-El que escribe
siempre tiene una forma particular de ser golfo o de entregarse a la bebida. Es
como si estuviésemos vacunados contra el sarnazo o la cigorris.
-Habrá casos, don
Camilo. Edgar Alan Poe murió de delírium tremens.
-Era porque fue
algo maricón.
En aquel tiempo
decía pestes de los americanos. Por ser la moda y a algunos rusos como
Dostoievski, su maestro, por las nubes pero siempre afirmó, y tenía buen ojo,
que Solzhenitsyn era un trágala y no anduvo muy equivocado.
-¿La literatura
salva?
-Sólo a los
diletantes. Yo no la veo como un compromiso sino como una afición que yo he
transformado en profesión.
-¿Por qué se fue
a vivir a Palma de Mallorca?[xiii]
-Porque quería
ser escritor. Y porque me dio la gana,
jo.
Su piso de Madrid
me pareció de una austeridad glacial que sólo he encontrado en la casa de algún
judío que fui a visitar a lo largo de mi vida. Ellos tienen escasa inclinación
a la ostentación y viven pobremente.
Debe de ser por esa tendencia del pueblo elegido a la iluminación y al
desasimiento interior de su condición mística que les hace vivir con la maleta
en la mano. También rompía los esquemas de la tacañería proverbial de alguno de
sus colegas, por ejemplo, Dámaso Alonso. Evitaba la familiaridad y en todo momento
guardaba una urbanidad natural que revelaba su condición británica. Casi no
parecía español. El que no hubiera
libros a la vista me pareció extraño detalle poco habitual en él que al igual
que todos esos “pobres iluminados”- allí donde está tu corazón se encuentra tu
boca- adolecen de esa extraña volubilidad de acaparar papel y aquejados de ese
morbo de la grafomanía del que se quejaba Ivan Bunin se sienten ávidos de
conocimiento y todo lo guardan. CJC amaba los libros que fueron un problema de
espacio en todas sus moradas que tuvo en esta tierra. Hombre disciplinado y
cabal no tiraba ni una reseña. Generoso para el dinero y la amistad -Américo
Castro, Ramón J. Sender y Pepe García Nieto fueron huéspedes habituales de su
residencia en Palma- era avariento y tacaño de sus libros. Sólo gracias a ese
espíritu ahorrador se ha podido establecer la Fundación de Iría Flavia que
cuenta con más e cuarenta mil cuerpos. También pudo ser que Cela considerara
este domicilio de Madrid un lugar de paso o que el apartamento estuviese recién
comprado. Tenía por costumbre primero colocar la biblioteca y después amueblar
el sitio. Al término de la entrevista Charo que zarceaba por allí y de vez en
cuando abría la puerta del comedor con su rostro afilado de dama de gran belleza
y muy señora, creo que se parecía algo a Imperio Argentina, un combinado de
ginebra y anís del mono con agua de sel y aloje.
-Beba usted,
Arije, le va a hacer falta. El vino ayuda a sobrellevar las cargas de la vida.
Hasta puede que sea un elixir y un bálsamo con el que se lamen las heridas los
que escriben. Oficio arduo y ventura te dé Dios, hijo, que el saber no te hace
falta.
-Eso es de la
Celestina, don Camilo.
El brebaje estaba
rico y entonó mis agarrotados nervios porque para mí estar ante Cela
significaba tanto como hallarme ante la presencia del dios Zeus y Olímpico y
generoso era en sus modales. Él percibía esta turbación mía ante su augusta
presencia y hasta se dignó darme algunos consejos:
-Para escribir
hace falta mucha paciencia y bastante culo. A mí de estar sentado me salen
granos en la rabadilla y tengo que ponerme debajo de las posaderas la cámara de
la rueda de mi seiscientos.
Tenía uno de
estos utilitarios, símbolo de la España del Desarrollo, verde botella al que le gustaba meter caña
habiéndose convertido en el terror de los guardias urbanos de Palma. Decían que era un peligro
público y lo vendió. Tiempo adelante prefería no ponerse al volante y ser
conducido por una rutilante choferesa.
-Brindo por usted
y a su salud y a la de los suyos. Que algún día le den el premio Nobel.
-Yo no creo en
los premios literarios.
Y era cierto pero
aquel brindis fue una especie de corazonada que tuve. Con todo en aquella
ocasión me dio la impresión de estar delante de un ser desvalido, humilde y genial
al mismo tiempo que necesitaba la presencia de una mujer fuerte. Charo cumplía
esa función desempeñando el cargo de su ama de llaves, su consultora y su
secretaria. Detrás de un hombre grande siempre hay una mujer y Rosario Conde,
compañera de fatigas, peregrinaciones y persecuciones, jugaba ese papel. Por eso nunca comprendía al segundo Cela pero
la vida tiene estos equívocos y paradojas. Secretos que nunca serán desvelados
y uno en cualquier caso se funda tan sólo en las apariencias. Sí. Camiliño era
un ser desvalido, un niño grande que tenía que esconder sus sentimientos detrás
de una faz adusta de notario de número, adarve dorado, que cuadraba poco con su
interioridad problemática e indefensa de escritor que se disciplinaba cada
mañana ante el flagelo de la página en blanco y escribía tres horas seguidas
sin levantarse aunque no acudiese una sola idea a los puntos de su cálamo. Se
le quedaron gafos los dedos de empuñar la pluma. Los libros lo eran todo. Por
eso los echaba yo en falta aquella mañana. Para Cela había libros herramientas
de trabajo. Libros de consulta. Y de solaz. Por insignificantes que fueran no
se deshacía de ninguno. Y quizás por eso sin estos fornidos guardaespaldas
intelectuales por los armarios me dio la impresión de desvalimiento. Casi como
un niño al que mimaron sus tías con mucho afecto. Y tenía que cobijar su alma
poética y estremecida bajo la apariencia de aquel coselete adusto que le ponía
a cobro de sus dudas, sus morriñas, sus inseguridades, como cada cual.
-Conviene de vez
en cuando poner cara de poker.
-Ya.
No le vi tutear a
nadie más que a Pepín García Nieto. A todo el mundo trataba de usted. A mí me
dijo.
-¿Y usted cómo
anda de novia?
-Estoy casado,
don Camilo y en vías de separación con una inglesa. Tengo una niña. Me acuerdo
mucho della.
-¿Hombre y eso es
irreversible?
Hice cuanto
estuvo de mi mano para que aquella separación no fuera eterna. Los dioses
pensaban otra cosa. El escritor (los
novelistas de tanto vagar por los adentros del espíritu consiguen leer los pensamientos, poseen el don de
introspección de las conciencias) buen samaritano trató de quitar hierro a mi
inquietud puesto que intuía que no hay cosa mayor en la tierra que amor de un
hombre hacia la mujer. ¿Fue esto por lo que abandonando a su legítima se marchó
a vivir con Dolorines la portuguesa reencarnada en esa gallega con pinta de empollona de Filosofía y
Letras o ser la chica que lee el parte meteorológico al final de los
telediarios? Cuando menos aquel artículo que escribí alborozado y entusiasta en
la casa de mis padres en Clara del Rey sirvió para que yo regresa a Londres y
pudiera intentar la reconstrucción familiar. Ya era demasiado tarde. La vida da
más vueltas que una noria como diría la vieja condesa rusa con Alzheimer que me
habló misteriosamente como si fuera un espíritu del bosque de la literatura o
una de las parcas en el café Gijón el día precisamente de su funeral. Sin
embargo, al que te echa una mano al que te consuela y te reconforta nunca lo
olvidas. Y tengo que decirlo a mí, salvadas las distancias, a mí aquella mañana
que me recibió en su piso de la Avenida de América me recordaba un poco a
Jesucristo sin barba. Que es la noción más precisa que tengo yo del bien y de
la amistad en esta vida. Aunque no fuese a misa ni se diera muchos golpes de
pecho. Bajé las escaleras de aquella torre feliz. El coctel con que nos había agasajado Charo[xiv]
me infundía un valor y una seguridad que me sentía en medio de un mundo recién
inaugurado. Volvimos a vernos, precisamente, en el 74 cuando vino a dar una
conferencia en el Instituto de España en Londres en la regencia de José María
Alonso Gamo el gran poeta alcarreño que me parece que era gobernador civil de
Guadalajara cuando Cela inició la andadura de su primer Viaje a la Alcarria.
Algo más gordo y cansado pero lucido y con ese golpe de vista para las personas
y fino oído para las palabras me contó[xv]
cómo había dejado de pasar tabaco cuyas las hojas son más de vicio que de
provecho[xvi]
el día de san Antón. Sin embargo, también “sabe bien el tabaco en el monte
cuando las carnes están descansadas, tranquilo el ánimo”.
-Primero tomé la
resolución de quitarme del vicio. Luego miré para el calendario.
Cela era muy
disciplinado y serio para todo cuanto emprendía. La gravedad casi pirrónica de
su rostro que recordaba algo a la de Sócrates o a algún sabio griego no casaba
con su sentido del humor. Jamás se reía. Sólo sonreía con desfachatez apuntando la comisura del labio
derecho hacia arriba como si le hubiese deformado la boca el paralís. A esta
“gravitas” propia de Catón sólo le faltaba la túnica pretexta de los triunviros
de la literatura. Y esta compostura más propia de nequísimo vate que de
académico la sacaba a lucir a conveniencia. Podía resultar sesudo y tierno,
lírico y salaz por ambos cabos, el puñetero. Nunca sonreía porque la vida es un
toro muy serio y sólo los locos y los pobres de espíritu tengan bula para
hacerlo. A esta fiera no hay nunca que perderla la cara. Cogerla por los
cuernos. Flemático hasta en sus andares miraba para lo que veía guiñándole a la
cosas un ojo risueño. Su tono discurría al carril y por el trote cochinero ni
con el equilibrio de un Cervantes ni con la amarga sátira de un Quevedo. Más
bien un término medio. Cela era un ingenio de bastante aplicación que sólo con
los libros es el que ha ganado más dinero entre cuantos escritores registra el
idioma.
-Es que soy medio
inglés, coño y eso no lo deje de poner tampoco.
Su fuerza de
voluntad era acérrima. Lo dicen cuantos lo trataron. En su portentoso diccionario acumulado y recogido
siguiendole la pista al romancero fronterizo por tierras de Alvar González,
pues conocía la lexicografía castellana y manejaba como pocos, no venía, valga
el tópico, la palabra imposible. Fue éste de Londres un encuentro más relajado
que el de Madrid. Allí estaba también Rosario Conde. Su mutismo o su timidez
albergaba bastantes misterios como si pensara para su coleto al verle lidiar a
su marido con los periodistas entrando al trapo a todas las preguntas: ay qué
locos están todos estos. Estaba como ausente y me pareció menos feliz que
antaño. No hubo esta vez aloja con anises pero don Camilo y yo nos bebimos una
ale brown etiqueta negra de las cerveceras de Newcastle. Más que una entrevista
fue una confesión por mi parte. Había
tenido yo la desfachatez de dejarlo plantado pues había ido a rescatar de las
garras de un moro a una chica au par de mi pueblo que me había llamado mi
familia que la cuidase ante lo que pudiera ser un caso de trata de blancas y no
me acordé del reloj. Fue un lance grotesco que me resulta embarazoso poner de
relieve en esta semblanza pero recuerdo que me dijo el escritor:
-Son más
interesantes las segovianas que yo. Le advierto que en su caso yo haría lo mismo.
Quise mostrarle
mi gratulación así como mi preocupación por mis circunstancias personales que
no habían mejorado mucho desde la última vez. Gracias a aquel articulo del que
había dicho esto no puede quedar mal había conseguido el sueño de mi vida, y
una de las razones que yo utilizo para demostrar que existe Dios: la corresponsalía
de Pyresa en la corte de san Jaime.
-Hombre me alegro
por ello pero algo de cosecha pudo poner usted que era el que hacía las
preguntas. Yo ponía las respuestas con mayor o menor ingenio y no cuento
alacridades más que a los sietemesinos. Esto de las interviús es un reuleule
como dicen por vuestra tierra.
-Y un cangilón de
un mallo siempre subiendo y bajando. Los azudes no dejan de disparar sorpresas.
Duro siempre y a la cabeza- alegué sin acritud.
III
La benignidad era
una de las notas salientes de su carácter a pesar de que los tiempos estaban
cambiando lo suyo. Era una época que llamaron como la del espíritu del doce de
febrero y las espadas estaban en alto entre inmovilistas y progresistas. Fraga
a la sazón embajador en Londres y Antonio Izquierdo mi director vivían una
especie de polémica y se acababan de abrir las hostilidades y a mí, conejo de
indias, me cupo el baldón de protagonizar el incidente de la queimada de
Belgravia, Gibraltar y el vino de Cariñena, que por poco me cuesta las maletas
aunque don Manuel que es de suyo magnánimo como Cela no permitió el agua
llegase al río o le presionaron para que no tomase una determinación drástica
sobre mí, que lo estaba pasando francamente mal, pero esto ya es historia. La política es un
flagelo. Una feria de vanidades. Ir y venir que llaman acarrear. Aquí han
estado siempre saliendo los de Arrese para que entraran los de Solís. Como en
su propia salsa se encontraba don Camilo
en el puré de guisantes. Así llamaba a la ciudad del Támesis su antiguo
contrincante Tomás Cerro Garrochano, no es tan fiero el león como lo pitan, ni
tampoco él tan mala persona, pero en este mundo traidor unos han de hacer
protagonistas y otros de antagonistas y todos somos agonistas, la vida una
batalla al fin y al cabo, perenne justa. Pues bien, Tomás carigordo hablando un
poco como los palurdos de Delibes pero funcionario atareado y pluriempleado, la
vida da más vueltas que una noria, ocupaba la plaza de jefe de la sección de
teletipos. Era mi jefe. Cela ya había olvidado los sofocos y batiboleos de
antaño. Se encontraba en Londres cual pájaro en su nido. Hasta creo que fue a
hacerse una foto al pie del letrero de una calle que lleva su segundo apellido
en un barrio al nordeste de Londres, Tottenham: Trulock road. Para dejar
constancia así de que él era medio inglés.
-Es lo que dice
mi jefe que es usted medio inglés.
-¿Quién es ése?
-Tomás Cerro
Garrochano.
-Ah ya caigo.
Pues déle recuerdos de mi parte y un saludo a la afición.
Podría tener
todos los defectos del mundo menos el del orgullo y el rencor. Su alma
franciscana no albergaba la más mínima ojeriza hacia el antiguo censor. Tomás,
hermano de un antiguo miembro de la vieja guardia, era un vallisoletano de pro,
un periodista ágil a la americana y el cuerpo frágil, el estomago delicado que
comía menos que un pajarito. Buen compañero aunque con escaso sentido del
humor. Estaba siempre al pie del cañón. Un perro fiel, cariharto y aplicado.
Nunca hubiera podido imaginar que su correspondencia con Pedro Rocamora al hilo
del veto que éste puso al Pascual Duarte diera la vuelta al mundo.
Inconscientemente y sin dar cuartos al pregonero el estimado compañero había
metido el dedo en la llaga. Tuvo que ver para creer haciendo honor al santo de
su guarda por otro nombre llamado Dídimo.
Él era un alma melliza y encantadora de todos aquellos esforzados poetas
falangistas pero tuvo el fallo de marearse en el puente aéreo no por las
turbulencias del avión sino por las truculencias y asquerosidades que halló en
el libro. Y la verdad que para aquellos tiempos de nacional catolicismo la
violación de la cuñada poco después de dar tierra al marido y en el mismo
cementerio era un poco fuerte. Estos lances carpetovetónicos no aptos para
paladares delicados no eran cosa de darlos a la estampa y así se lo comunicó de
oficio a Pedro Rocamora, otro buen periodista y ensayista cuyos artículos
gozaron de alguna preeminencia durante más de un cuarto de siglo en la Tercera
del Abc de Torcuato Luca de Tena. El gallinero se alborotó. Corrían ya digo los
arroyos revueltos pero en aquella ocasión Cela me dijo que él se sentía
falangista por los cuatro costados y que le debía al Arriba donde inició sus
primeras colaboraciones su vocación de escritor. A dicho periódico lo llevaron
Gómez de la Serna y Cesar González Ruano. Gracias a los pequeños emolumentos
que dejaban sus artículos pudo casarse y alquilar un piso en Ríos Rosas con
ocho habitaciones en una época en que la vivienda española era carencial.
Realquilados y familias con derecho a cocina. Ahormé lo mejor que supe mi tete
a tete con Cela y lo cablegrafié a Madrid donde fue vetado no por Cerro, que
era un bendito de Dios, sino por las altas instancias. Me consta que Antonio
Izquierdo[xvii]
tuvo que sofocar el motín de los llamados gallegos, facción afecta a Pío
Cabanillas, el padre del actual portavoz del gobierno. En el grupo de alzados
figuraban Onega, Rosa Montero, que aunque no es gallega lo parece, Pedro
Rodríguez y Fernando Testa junto a algún otro que no me acuerdo. Por lo visto
Cela, que se había hecho amicísimo con Manuel Fraga, ya no contaba con
adhesiones inquebrantables en Castellana 142 donde se palpaba un ambiente
enrarecido. En cada uno de mis viajes a España comprobé que había vuelto el
miedo. ¿Acaso cabalgaban de nuevo los espectros de la oscuridad? ¿Qué ocurrió
para que la situación llegase a ser neutralizada sin efusión de sangre? No lo
sabremos nunca. Cela ha sido tan odiado como amado, siempre en el ojo del
huracán de las discordias de teucros y troyanos. Tan ninguneado como discutido
y aclamado pues siempre encontró muchos que lo detestan y quienes siempre
supieron reírle las gracias. Ha cabalgado por la vereda del submundo literario
con sus ángeles y demonios, a ratos cielo, a ratos verdadero saladero de
llamas, como un buey suelto y a su aire. Mejor dicho como un príncipe. Porque a
lo que más se asemejaba era a un condotiero genovés. Todos sabemos que le
gustaba el dinero. Barruntando que los corderos iban camino del macelo supo
moverse bien en los ambientes mallorquines, que, desde Las Baleares como
cuartel general, sede de la banca March, una de las grandes entre las cien
familias, la que apoyó a Franco en la guerra civil y labró la reconstrucción
monárquica, movían ficha de cara a la implantación de un rey constitucional en
la persona de Juan Carlos. Fue lo mejor que pudo hacer a últimos de los
cincuenta marcharse a vivir a un archipiélago. El alejamiento físico es un
grado en este país. Evita circunstancias desagradables. No nos engañemos. En
esta plaza han sucedido muchas judiadas que quedarán ocultas para siempre.
Fusilamientos en efigie a carga de esas brigadas del amanecer que hacen acto de
presencia cuando uno menos se lo espera. Algo vale que estos consejos de guerra
fueron sobre el papel pero han
ocasionado mucho llanto y crujir de dientes - por ahora sólo cibernético- en
medio de un ambiente recargado del deseo de desquite. Los lictores del gran
Filipo y los jiferos de Polanco quisieron pasearlo pero Cela tiene una
habilidad fuera de lo común por hacerse invisible y como Cristo cuando trataban
prenderlo los del sanedrín o cuando quisieron despeñarles los de su pueblo por
un sermón que pronunciara en la sinagoga de Nazaret del que no quedaron
conformes “ibat in medio eorum”[xviii]
o lo que es lo mismo consiguió disfrazarse de multitud para no alzar sospechas
sin que nadie le tocase un pelo de la ropa. “Nadie me ha puesto la mano en la
cara”, declararía alguna vez. Incluso cuando la famosa trifulca en un sitio de
alterne el “Casablanca” cuando lo pincharon en salva sea la parte no fue
siquiera detenido. Como era ex combatiente y legionario, obtuvo un certificado
de buena conducta de su antiguo regimiento con un aval facultativo que ponía: “Lleva metralla en la cabeza, no
responde de sus actos” que disuadió a los guardias en el atestado. Se corrió un tupido velo y sólo
estuvo “a la sombra” una ocasión cuando andando por las laderas de Torija fue
llevado a la prevención. La causa: lo más probable es que Cela que solía empujar
la cena con medio litro de vino se hubiera extralimitado en la poción. ¿Quién
no ha cogido alguna curda de tarde en tarde? Esto que ahora vemos con claridad
al cabo de un cuarto de siglo en el otoño del 74 no se perfilaba con tanta
nitidez. Las espadas estaban en alto. La embajada española en Londres se había
convertido en una plataforma de conspiración, el Venta de Baños de todo el
tráfico ascendente y descendente para todos los conchabados de uno y otro
emblema del espectro político en el país. Un marasmo de rumores. Corrió peligro
incluso de ser reducida a cenizas como pasó con la de Lisboa. Qué va a pasar en
España cuando muera el general, me preguntaban mis amigos ingleses. Nada, les
respondía yo a los casandras aun a sabiendas de que nadie ni nada volvería a
ser igual tras el cambiazo de las idus de noviembre, aunque presentía que
gentes como Camilo pertenecían a un mundo con la partida de defunción ya
firmada. Estaba en un error. Cela no sólo no estaba acabado sino que
resucitaría en las constituyentes del 76 y con él toda una pléyade de
personajes de la vieja horma[xix].
Sería una voladura controlada. Al franquismo lo dinamitaron los propios
franquistas con el soporte de los tres poderes fácticos: judicatura, ejercito,
iglesia. El mundo había mudado de faz. Oportunista o sencillamente bien
asesorado, el autor de “La Colmena” peregrinó a Jerusalén, se retrató ante el
Muro de los Lamentos. Ese día su carrera literaria ganaría enteros aunque los
incondicionales de toda la vida, entre los que me cuento, perdiéramos hacia su
persona una miaja de entusiasmo. ¿Se había convertido al judaísmo? Hombre eso
era lo que menos nos esperábamos pero para mí que fue una circuncisión
simbólica. Había leído demasiado a Américo Castro. Mucho de lo que escribiría a
partir de entonces nos parecería una pesadez. No lo entendíamos. Este no es mi
Cela. Para colmo escribía novelas sin un punto y seguido, a la Joyce. Quería
ser Quevedo y al propio tiempo firmar una obra tan obtusa y supervalorada como
el “Ulises”. Nos dio la impresión de que estaba de coña. En el ínterin se
estaba produciendo por ósmosis, por acidosis o váyase a saber la causa, una
avalancha de reniegos, que donde dije digo, digo Diego. Era la única forma de
tener a recaudo el puchero con los gabrieles asegurados. Por todas partes
surgieron garbanzos negros y gente que empezó a salir del armario. Antes se
definía esta operación sacar los pies del tiesto. Fue cuando la mayor parte de
los españoles mudaron su ropero y cambiaron de chaqueta, vendimos el país y
empezamos a vivir de las rentas con ínfulas de nuevos ricos. Habíamos puesto
los devengos de la hijuela en el banco a plazo fijo. Con todo y eso, este tipo
de pignoraciones a la larga terminan por pasar factura. El que quita y nada pon pronto llega al hondón. Vendrán
tiempos difíciles tras estos años de vino y rosas, pero aquí hemos preferido
fundirnos la herencia del abuelo en putas a vivir de nuestro propio esfuerzo.
Que inventen ellos. Nos va la marcha. Somos un poco masoquistas y para colmo
siempre estamos dispuestos a creer en el maná del cielo. La guerra entre
Capuletos y Montescos alcanzaba su acmé. Mi entrevistado no contaba con amplias
simpatías en el edificio de Castellana 142 al que denominaba la caja de
cerillas. Pero tengo la impresión de que aquel incidente con la censura había
sido sacado de quicio. La mejor propaganda de un libro es hacer que lo
prohíban. Además ¿cuántos libros en
aquellos tiempos cuando se escribía mejor y más que ahora pasaron el rubicón
del nihil obstat? ¿Cuántos autores no quedaron para vestir santos con sus
manuscritos durmiendo el sueño eterno en la gaveta o en un altillo criando
polvo para que a la muerte del poeta se lo regalasen al trapero o lo llevasen a
los encantes donde se expone cada sábado esa mercancía triste del defroque?
Pecios, efectos, libros y papeles de los
que definitivamente dejaron de fumar. ¿Y la censura del 2002 no es más severa,
impenetrable y sibilina que la de hace sesenta años? En la actualidad se
utilizan otros procedimientos más sumarios de criba al estar el negocio
editorial totalizado por gentes ajenas a la literatura que sólo se interesan
por el mercado. Ellos vigilan la parva de nostramo. Son comisarios de lo
políticamente correcto. A los “refuseñiks” actuales no se les manda a Siberia
se les entrega al brazo secular del olvido.
Parece que han venido con la lección bien aprendida de los aquelarres
nazis. Los alemanes tenían por costumbre quemar en la plaza pública aquellos
textos con doctrinas disolventes. Ardían los libros escritos por judíos, hoy se
lanza a la pira antes de ver la luz porque raro es el que publica los escritos
por cristianos. Más noches de cristales rotos y de cuchillos largos quedan en
perspectiva. Hay que borrar la memoria. No sabemos si el pensamiento delinque
pero por lo menos estorba a los globales. De modo que al fuego con ellos. Por
entrometidos. Por criticones. No nos vayan a aguar la fiesta del anticristo.
Sean ellos ludibrio de las gentes. Quórum memor non est amplius[xx]. Se les condena a la gehena del olvido. Ni fu
ni fa que es lo peor que les puede suceder a los que aspiran a ver sus
pensamientos en letras de molde y, sin embargo, no logran trasponer la barrera
de la aduana de control, el fielato del Nuevo Orden en cuya garita se sientan
unos gorras de plato y unos chaquetas rojas que miran igual que marines feroces
de la Aerotransportada de Fort Braga, insobornables. Dejadlos con la frente
cosida al suelo y que recen el
señormiojesucristo, lloren sus culpas y pidan perdón. Digan con el salmista
“repleta est malis anima mea; vita mea inferno apropinquavit”[xxi].
Jolín ¡qué fuerte! pero es así. Aquí no nos chupamos el dedo. Se ensañan con
aquellos que no les interesan o representan un peligro para el sistema. En ello
parece irles la vida y hacen despliegue de ese celo eterno que han demostrado
para la engañifa, la destrucción del contrario y la paciencia para aguardar el
instante de la revancha. Este mundo no tiene arreglo. Da más vueltas que una
noria. ¿Se habrá vuelto loca la rueda de la fortuna? Trasanteayer, lo llamábamos Camilo José a secas. Luego pasó
a ser don Camilo el del Nobel. Sin embargo, aquella tarde de noviembre cuando
atardecía con suavidad sobre los plintos blancos de la plaza de Belgravia me
había confesado que no le guardaba ningún rencor al bueno de Tomás Cerro. Antes bien le había hecho el favor de una
publicidad sin costes. Su corazón falangista - y habría que hacer literatura
comparada de los que escribían por tales calendas un Gonzalo Torrente, un
Victor Gómez de la Serna, un García Serrano, un Capmany - se entusiasma con el
azor que vuela entre la nubes, la paloma que zurea, la punta de churras que
regresa a la tenada, el lirio que florece en cualquier parte, el narciso
carmesí que se hace los rulos mirándose en el espejo de las aguas de la ribera.
Echa mano de los poetas olvidados como García de Badajoz y canta a las niñas
que se bañaban desnudas con las tetinas al aire: “No me las enseñes más que me
matarás”. A la legua se ve que su prosa poética retoma y glosa el “Romancero”
en línea con los vates del primer gran movimiento que se inicia en los cuarenta
a remolque del Grupo Escorial. No me las enseñes más que me matarás. Hay en sus
primeras colaboraciones publicadas en Arriba ese enamoramiento con la España
real, cotidiana, anhelosa del pan y la justicia por la que derramó su sangre
José Antonio. No sirve darle vueltas y no me las muestres más que me matarás
pero aquí muchos tienen por costumbre buscarle siempre los pies al gato. El
primer Cela, el más genial, irradia falangismo.
Poco a poco evoluciona. Ha sido odiado y amado como ninguna y supo
caminar por el filo de la navaja como un buey suelto y a su aire. Aquella
desbandada en torno a la cabecera de la cama
de un moribundo que expiraba enchufado a una máquina de un hospital de
la Seguridad Social (no quiso morir en la Rúber como los grandes prebostes) me
dio asco y miedo. Todos le dejaron solo. Algunos quedamos aturdidos por la
desmemoria, ingratitud y versatilidad del paisanaje. Yo recuerdo a Raúl del
Pozo que dijo que no había que escribir ni una línea de Cela al que tachaba de
fascista cuando lo de la conferencia en Londres. Recuerdo su frase. Yo de Cela
ni una línea[xxii].
Luego cambiaría radical. Hay que ver lo bien que escribe este chico. Sería uno
de los cortesanos de su círculo. Vivir para ver. La vida da más vuelta que una
noria. La anciana que me dijo aquella parrafada cuando Cela estaba de cuerpo
presente no era una aristócrata rusa sino un ganguino[xxiii].
La vera efigie de la esfinge recién bajada a tomar café con motivo de los
funerales del poeta y pasar la tarde de las calmas de enero. ¿ Era una de las
parcas la señora que se sentó a mi lado y decía vivir en un cuarto de la calle
del Almirante? Tengo su respuesta
clavada en los entresijos. El péndulo es un gran invento, nuestro rasero fijo,
el nivel que al aplanar el celemín deja cada cosa en su sitio. Yo quería entrar
en el templo de las musas y sólo encontré Euménides gritandome al oído su tristura y desolación por lo que pudimos
ser y no fuimos. Sus intimaciones me recordaron el pensamiento de Job: mi madre
me concibió en el pecado. No se puede pedir peras al olmo. La vida da más
vueltas que una noria. Del Cela pobre y vagabundo que hacía amistad con el
arriero de Quitanamanvirgo o platicaba en deleitosa conversación a la vera de
los soportales del Arrabal de Arévalo con Senén de Guzmán hidalgo venido a
menos que miraba para la geometría hidalga de su escudo, “dura carne de cecina
histórica” con una leyenda que escribía: “el tiempo conmigo” al Cela que salió por peteneras al casarse con
la chica del tiempo, una Hermida girl, que opina en las mesas redondas de las
terelus sobre famosos y otras hierbas, al Cela que desheredó a su hijo testando
a su favor un cuadro rasgado de Miró,
que menuda cabronada, existe una distancia infinita. En la hora de la muerte no
se dejó llevar por el ángel que había en él sino por los mismísimos demonios.
Pero parece ser que sólo los genios tienen derecho a ser excéntricos. Mira
Tolstoi que falleció en la sala de espera incómoda de estación de una ciudad de
provincias rusa, al cabo de un ataque de celos y de sus muchas desavenencias
conyugales. La vida da más vueltas que una noria. Parece que no se mueve el
mallo en sus giros monótonas tras la collera del burrillo blas pero mete unos
cambios que tiembla el misterio. ¡Hay que ver lo que puede dar de sí el
transfuguismo en este país! Fue un otoño caliente que vivimos. Ya se sentían
los estremecimientos del hacha del leñador el que nos iba a cortar los frutales
de nuestro jardín de los cerezos pero en South Kensington donde yo vivía en la
esquina de una plazoleta mística frente a la catedral de los armenios en que
crecía un tejo tatarabuelo de copa ensimismada olía a mosto y a manzanas recién
traídas de los pomares de Kent. El aire
era fino y se llevaba algunas hojas de los castaños de Indias, que el autor del
Viaje a la Alcarria llamaría regoldos,
para su colección particular, o, travieso y juguetón, tenía a bien
alzarles la falda al atravesar los pasos de cebra a las quinceañeras de Kings
Road en mini skirts con estampados de colorines. Mucha bandera inglesa. Dios
salve a la reina. Ibamos a ser salados a fuego lento muchos de nosotros. Los
golondros del destino con sus piruetas inexplicables se entretendrían en hacer
de nuestras carnes curadillo[xxiv],
mera corambre, pero casi nosotros no nos daríamos cuenta por ser muy largo y
lento el proceso revolucionario. Así que no pudimos gritar lo de san Lorenzo
cuando estaba en la parrilla. Nuestros enemigos fueran mucho mas discretos,
disciplinados y sublimes. Habían aprendido mucho con el tiempo. Cuando se
presentan de tal suerte las cosas, caben cuatro soluciones: la huida hacia
adelante o bien esconderse buscando un escondrijo como Latibulino el guerrero,
aparentar locura bajándose al moro, o bien emborracharse un día sí y otro no por
las tabernas del barrio. A Noé al verlo sus hijas en manos de Baco y en estado
tan lamentable quisieron meterle mano. Al final lo taparon con su peplo pero a
los que abrevábamos a pecho descubierto y cogíamos curdas monumentales por el
Madrid de los austrias en plena transición y pagábamos nuestras propias
consumiciones de vino áspero sólo nos servía de paño de pudores el relente de
la madrugada. Si te caes no te levantas. Estábamos con el culo al aire.
Primero, la democracia; luego, la globalización y acto seguido, todo se andará,
el oficio de difuntos. Los preliminares
del maestro son un responsorio de despedida a ese mundo que se va, a la
España que se desangra, a los burgos que dan en ruina, a las iglesias que se
desploman y a las palabricas que fenecen por el desuso, la ignorancia o la
pérdida de su utilidad práctica porque aquello para lo que servían y designaba
fue a parar al desván del olvido. Algunos han vendido muy bien esta decadencia
por lo que se ve. Delibes, Cela que siguen la brecha abierta e inaugurada por
los del 98. No digo que le falte su punto de razón al trazar un panorama tan
negro pero todos hemos preferido ser pobres en Arévalo a bomberos con buen
sueldo en Manhattan. Y, a lo peor, el péndulo vuelve la dirección cualquier año
de estos. Esa obsesión de nuestros escritores con denostar lo propio me causa
desazón. Se ve que han viajado poco. En todas partes cuecen habas. Aquí al
forastero se le concede el culo y al vecino por el culo y no se aplica a los
indiferentes la legislación vigente sino que se hacen palinodias que evidencian
la impotencia y la degeneración de algunos próceres. Al enemigo se le saca el
incensario y el bodigo mientras se da con un portazo en los dientes al pobre
que llega a pedirnos y es de nuestro propio clan. España no puede ser un país
tan terrible y donde se viviera tan mal como nos dijeron porque acá quieren
venir todos a posar. De China, de Perú, de Argelia, Inglaterra. Medio Ecuador
se pasea por la Gran Vía o por las Ramblas.
El regeneracionismo noventayochista abocó a la degeneración milenarista
que ahora nos sorprende y apabulla. Ha sonado la hora de rendir cuentas al amo.
Europa se sienta en el banquillo mientras algunos sin admitirlo o reconocerlo
más que para su capote saben que el principal reo es el cristianismo. Ese va a
ser el drama de los lustros primeros del siglo veintiuno, en mantillas como
aquel que dice. Cincuenta años antes Cela cuando un martes de mercado escuchaba
el mayor eructo que escucharon los siglos en Piedrahita del Cebrero de la boca del
“Treintarrobas” que se estaba merendando un cabrito del tamaño de un niño de
primera comunión da la voz de alerta de este verrojazo que estaba por
llegar. Consecutivo, una de dos: o nos
engañaron nuestros propios próceres, o esta crítica debeladora poblada de
esperpentos y de sinrazón pueda que responda a unas intenciones tan inicuas e
inconfesables de vindicta apocalíptica. ¿Os acordáis de cuando entonces? ¿Sí?
Pues ahora las vais a pagar todas juntas. Esta es la lectura que algunos
observadores avisados, pero que no publican porque les han quitado el tornavoz
y el púlpito, hacen del entramado que surgió de la involución ocurrida en 1989.
Lo del ataque a las Torres Gemelas no es más que un corolario del planteo de
esa filosofía global que aspira al fin de la historia según la hemos venido
entendiendo. Kundera lo había también adelantado pero Cela por los andurriales
de Castilla fue mucho más explícito y brillante en su análisis. Casi habría que
llegar a la conclusión de que esto se acaba. De ahí nuestro desosiego interior
y nuestra nostalgia por aquella España tan zurrada y vapuleada de la posguerra.
El pueblo no es tonto. Nunca lo engañan. ¿Falta de libertad? ¿Qué otro pueblo
de la tierra como la nación española ha conseguido construir una literatura tan
rica y tan variada en la que cuestiona sus propios valores? Entre los
anglosajones medran poco los escritores que cuestionan el sistema. Fijénse en
Ezra Pound que acabó metido en una jaula en Roma o en TS Eliot al que los
deicidas han quemado en efigie. No. Nosotros hemos puesto al retortero y sin
ningún pudor nuestras miserias en la plaza. En Francia esta postura iría contra
el chovinismo galo y sería impotable y en Alemania se celebraría con una noche
de la Walhalla. La censura que actúa a la sazón con el tercer milenio aun niño
utiliza otros planteamientos y procedimientos más sibilinos. Se asoma a la red
y domina con guante de hierro las editoriales y las redacciones periodísticas.
El gran cofrade desparrama sus cazatalentos por el mercado o envía a sus lictores
al servicio del pretor de turno para hacer cumplir la ley. Aquí sólo pita el
blasfemo y todo aquel que peque contra el Espíritu. La manipulación y trucaje
llega a las últimas consecuencias de la jugarreta, la protervia, y el menoscabo
de la verdad y la vida. Mucha pasamanería y de trujamanía, bastante más. La
movida cultural es una epanalepsis[xxv]
o epanadiplosis perpetua. Dares y
tomares y volver a tomar. Resultado: la gran mentira. Y una vividura artificial
por encima de nuestras propias posibilidades. Servidumbre de las masas
desamoradas y analfabetos cibernéticos. El distingo diferencial es que nuestra
juventud está enferma de la voluntad mientras que aquella a la que canta y
trova el vagabundo por los vericuetos de Gredos, el Eresma, el Duratón, el
Tormes o el Adaja la cordura y la sana sabiduría le salía por las costuras del
alma. Era dueña de su futuro. Ahora no. Vive de entelequias y ha de comulgar
con ruedas de molino. Les han hecho creer que la vida es un carnaval. Corren
por sus venas mil yerbas de tradición hidalga que predispone contra el trabajo
manual. Los chicos quieren tener carrera, padecen titulitis, para acceder a una
colocación segura y ser más que los demás.
Les han dicho que odien a sus padres pero no se emancipan ni
independizan del hogar familiar. Se funciona todavía por castas y por linajes.
La concepción de la pirámide social sigue siendo un trípode. En el hiato que se
tiende entre falsas expectativas y cruda realidad viene el choque y con las
consecuencias que acarrea: falta de adaptación, la litrona del “finde”[xxvi].
De aquellos polvos, los bandos de la movida y el estar al loro de aquel edil
socialista garrulo y cachondo a estos lodos. Ha de venir Rojas de Marcos desde
Nueva York para hacernos un diagnóstico promocionando de paso una serie de
programas de máxima audiencia televisiva que son una copia mediocre de aquel
“Ruede la Bola” por la Inter en los lejanos sesenta o “Salto a la Fama”. Mamá,
quiero ser artista. Hedonismos furibundos, limosis y bulimias. La adelgazadera.
El culto al cuerpo. Hay que parecerse a las modelos de talla diez que se
contonean en la catasta. Feria de vanidades. La cara oculta de todo esto son
los innumerables mozos y mozas de este reemplazo que quedan en la cuneta. Todos
quieren triunfar pero hay númerus
clausus. El sistema es cruel y no
permite subterfugios. O lo tomas o lo dejas. Tampoco se permite a nuestros
chavalas y chavales la capacidad de crítica y de rebelión que exhibían nuestras
promociones cuando leíamos a Cela a hurtadillas en las tardes de paseos en
aquellos seminarios abarrotados frente a los acantilados cántabros debajo de la
imagen del Stella Maris. Han sonado todos los timbres de alarma. Hay que
competir, pisar cabeza. Hoy la cucaña celiana es más pina y resbaladiza que
antaño. Muchos llorarán lágrimas de cocodrilo mientras los verdugos afilan el
hacha. España va bien. ¡Hay que ver que gente tan guapa luce el jeme por las
revistas ilustradas! Da gusto oírles cantar en inglés casi sin acento
convenientemente instruidos por profesoras de baile catalanas que aprendieron a
moverse en los gimnasios del Bajo Manhattan. Luego son incapaces de redactar
diez lineas en castellano sin veinte faltas de ortografía. Somos los mejores.
Tenemos un rey que no nos le merecemos y un heredero de la corona ¡que está tan
bueno! Uno en su modestia hace suyas las palabras del vagabundo que “ama a
España sobre todas las cosas” y le duele ver cómo, desde hace trescientos o
cuatrocientos años, se la vienen merendando sin tregua ni piedad, la
estulticia, la soberbia, la socarronería: ese gorgojo de tres patas que pudre
las almas en las que hace su nido”[xxvii].
En 1953 della quedaba algo. Hoy puede que nada. La estulticia, la socarronería,
la soberbia han ido en auge aunque quizás se las perdone por llevar un arcén en
la divisa que muestra que estos tres vicios cuentan con bula. Son democráticas,
ojo. El dictamen que hace entonces de la sociedad española no puede ser más
clástico. Sin embargo, si en lugar de los puñeteros cuarenta hubiera tenido que
darse a conocer el autor en los años globales del siglo veintiuno recién parido
para publicar lo hubiera tenido más peliagudo, hubiera encontrado mayores
dificultades para salir, o sobrenadaría perdido en la bazofia de la literatura
atragantada que nos sofoca. Aparte de eso, el personal no lee, se ha vuelto
analfabeto y ágrafo. Está enchufado a Internet o a la gehena de la tele.
California equivale a Hermida con sus chicas y terelus, sus marinas y sus
castaños. La gente piensa poco por sí misma. Deja que se lo den bien mascadijo los
informativos. El sistema funciona con los reclamos del miedo, el terrorismo en
el cuerpo, la bazofia intelectual, la contaminación moral. Ahí estamos.
Manejando pleonasmo. Viviendo en los gerundios, gerundiadas y presentes
continuos. El español ya piensa en inglés macarrónico. Nos hemos vuelto para
algunas cosas de un rigor expletivo. No pintan mártires ni confesores en el
santoral laico sino fiestas concretas. La del árbol. La de la mujer trabajadora, el día del sida y
del orgullo mariquita, los 23 efe, los veinte ene, los once setiembre, etc. En
sus mejores momentos, los libros giróvagos, ahora tan en boga y tan redituables
- le han salido a Cela con el tirón de la televisión no pocos epígonos
contrahaciendo sus buenas formas y siguiendo la ruta de sus muchas pisadas por
la Piel de Toro- consiguen convertir la prosa en poesía. Cimeliarca o tesorero
de los clásicos, da pábulo a un concepto de la literatura entendida como ruta y
también como liturgia solemne. Sus libros eran acogidos por la crítica como una
misa mayor con oficio de tres prestes. Bajo el mazo de las almonedas los libros de Cela siempre cotizan por lo
alto y a todo trance. En los últimos años había dejado de ser un acontecimiento
literario para alcanzar el rango de fenómeno sociológico. Un rey midas que
transformaba en dinero todo lo que toca. “Virtus in medio est”, y “medius in
rebus” que decía los latinos. Con él no valía este adagio. Todo se lo debe a
Américo Castro el cual al correr de las décadas le ganó el pulso sobre la
interpretación de la historia de España a Álvaro Sánchez Albornoz. En el suum
cuique[xxviii]
de esta controversia el polígrafo avilés defiende a los cristianos mientras don
Américo se decanta por los judíos. Y Enrique Larreta (1875-1961, Buenos Aires)
con su mejor novela histórica de este
siglo, “La gloria de don Ramiro”, celebra el elemento morisco de nuestra historia.
Alberto Insúa, otro de los grandes del 98, encuentra en la “Ciudad de los santos”
un Ávila claustrofóbica, un poco ciudad cárcel donde sus habitantes viven sometidos
a un perpetuo espionaje de comidillas y abandera la facción del progreso; el
hispano cubano proponía imitar en todo a los norteamericanos que nos acababan
de hundir todos los barcos en la Bahía de Santiago y en Cavite. Detrás de cada
cortina hay unos ojos que espían y de cada pared una oreja apostada. Es un poco también la obsesión de Clarín en la
“Regenta”y sus reconcomios contra los carbayones levíticos, el clero que abusa
de su poder. Todas esas fuerzas encontradas laten en la obra mayor del padronés,
“Judíos, moros y cristianos”, una periégesis con todos los honores al laberinto
celtíbero. Cela bebe en estas fuentes regeneracionales del 98. No dice nada
nuevo pero el estilo en el que expresa sus opiniones sobre la Castilla
depauperada supera a todos. A Baroja, a Azorín, a Ortega. Revierte al concepto
mesiánico y, por tanto, judío del mundo. Por el contrario Sánchez Albornoz se
queda solo en su defensa del cristianismo a palo seco contra las dos otros
concepciones restantes de la España de las llamadas tres culturas. Él es el más
serio, el más científico. El más realista. Pero perdió. En Roma y en Madrid no
lo quisieron hacer caso. Padeció exilios y persecuciones. Sus consejos quedaron
arrinconados y sus libros peligrosamente olvidados. Creo que el noble hidalgo,
que nació en la casa fortaleza de los Aboín cerca de la Puerta de Santiago, es
el único que dice la verdad. Al contrario, Cela que logró ser catapultado a la
fama no por el Pascual Duarte ni la Colmena sino por el “Judíos, Moros y Cristianos”,
un gran reportaje que le consiguió el palenque del nombradío, baraja también
las dos primera posibilidades semitas, confiesa aburrirse como una ostra en las
catedrales, aunque siguiendo una línea respetuosa y ecléctica para las
creencias de los demás, pues nunca podrá de apostatar de su vieja fe. Esto
supuesto, merced a apoyos ocultos y la inercia subterránea de la historia que
condujo al triunfo total de sus nuevos mentores donde siempre gozó de amplio
prestigio y vara alta. Además, siempre fue un coruñés que contó con buenas
aldabas y mejores zancos. En los encantes, defroques, azoguejos, mercadillos,
almudíes, zacates, alhóndigas y puestos de venta ambulante los tomos de Cela te
los quitan de las manos, que el cronista, cuando le dio un arrebato, al verse
defraudado en sus expectativas por el autor de sus sueños, puso al tablero por unos pocos céntimos. La “Gavilla de
fábulas sin amor” la regalé en cincuenta duros a un marchante de Villalba. La
empecé a leer y me pareció una cochinada pese a las ilustraciones de Picasso
que jalonan la edición. Hoy ese texto en los anticuarios no se remataría por
menos de treinta mil duros. Es igual. Date obulum Belisario. Este es uno de los
pocos libros que he sido incapaz de terminar. También me ocurrió con La Catira
novela escrita por mandato de un presidente venezolano caudillista y corrupto,
y que maneja una guasería caribeña poco accesible. Aquí las cotizaciones
librescas se marcan ad líbitum. me mantengo en el criterio de que el autor sólo
pasará a los manuales de literatura por un par de buenas novelas que, en
cambio, pierden bastante al ser vertidas al idioma extranjero. Cela es un
castizo. Los veredictos del mercado circulan a redropelo de los criterios
estéticos. Con que el fenómeno Cela, niño mimado de los nuevos ricos españoles
es todo un acontecimiento extra literario a estudiar por los estadísticos, los
que sondean el pulso y la opinión de los pueblos. No existe otro parecido
paralelo al suyo sacando a Vicente Blanco Ibañez que también se hizo millonario
en vida a fuer de novelas bastante mediocres. El río por lo visto se salió de
madre y toda la pesca pesquisada que él que oyó cantar las truchas, en un
alarde de conocimiento ictiológico y haliéutico[xxix]
a la vera del Tiétar así nos lo cuenta de antemano. Creo que los que heredamos
ese compromiso con España, ese amor a España visceral y casi falangista hemos
sentido esa emoción especial que empeña sobre todo en la hipotiposis de todo
aquello que ofrece su semblante al trotamundos. Amor y dolor de España que escuece
y sorprende en cada teso y en cada cárcava o cuando se detiene a enumerar lo
que crece y se mueve, bípedo, cuadrúpedo o con alas (peces, pájaros, hombres,
alimañas) por una región:
El ruiseñor aquella noche había
cantado sus romanticismos en el copudo y casi maternal regoldo[xxx],
en el agraz membrillo, en la guindalera de fruto color de sangre, en el manso
peral de la pera ahogadiza, de la redondita y montuna pera mosqueruela, de la
guitarril pera calabacil del valle. (Judíos, Moros y Cristianos pag. 285).
Cuando iba por
los caminos y hablaba con los meleros de Atienza, los hidalgos que se fumaban
la toba y la colilla recogidas por los ceniceros o en las cunetas cabe una de
las siete puertas de Roa, de Arévalo, Aranda o Madrigal de las Altas Torres
(“mucho nombre para tan poco pueblo”) y los presenta tipificados en este su
gran reportaje nunca hubiera podido pensar que los piojos, la vida airada y los
predicamentos a lo zaino hubiera podido aportar tanto de sí. La literatura
entre nosotros raras veces dio para echarse coche. Sin embargo, hay algunos que
lo consiguen. A Clarín sólo administrativamente le servía para merendar. La
comida y la cena tendría que buscárselas por otro sitio. Y esto será siempre
así aquí en esto hoy, mañana, ayer y trasanteayer. Los personajes de Cela
siguen los pasos barojianos de las grandes pícaros. Con ellos departió a la
vera, fuma tabaco que sabe bien, echa un trago, come un mordisco. Pocos
hubieran podido prever que tan humilde dedicación como es la de casar sílabas
inspirada, exasperada, a veces inútilmente fuera el fundamento de negocios de
exportación, industrial conserveras, inmuebles, acciones en bolsa. Ahí lo tuvo
todo que dejar. Pero, como una comadre de las que escriben hoy día en los
papeles, dijo cuando su cuerpo estaba todavía caliente en el tanatorio, Cela
ocupaba mucho sitio y muchos se habrán alegrado de su muerte. Eclipsó pléyade de talentos intermedios. A
opima y óptima cosecha de catacaldos,
condóminos y talentos intermedios, de novelistas a los que nunca se hará
justicia (estoy pensando en el gran Alfonso Grosso[xxxi])
y otros muchos cuyos apellidos cuyo eco se ha perdido por las gargantas y
desgalgaderos del yermo del olvido. Aquí la gente sólo tiene memoria para lo
que le parece. Halagar al poderoso y no salirse nunca del arcén de lo
políticamente correcto es la última Tule con la que se opera en la radio, la
prensa, la escuela, el aula, el foro. Largo es el camino regio que separa en
una azeuxis vivencial sin precedente al Cela que se paseaba por la Alcarria en un
Rolls conducido por la choferesa nubia y el que tenía que liar su almadraque en
los pajares y parideras de la Alcarria a merced de la caridad de las gentes, o
el amor incoercible de alguna sirvienta bigotuda o de alguna viuda con ganas de
hombre como la que se le viene al vagamundo encima cerca de Candelada. Si
Clarín nos enseñó a amar platónicamente y uno por dos, como él llamaba a su
onanismo, Cela nos induce al trato torpe con meretrices y a echar de vez en
cuanto una canita al aire. A empujar la cena con dos cuartillos de vino. Pero
él tuvo más suerte que nosotros sus discípulos. Se lo dije a Alfonso el
cerillas del Gijón que tiene muchos amigos y hasta es un informante de Su
Majestad. Un tío listo este CJC. Cambió la chalina y el tapabocas de tres vueltas
por el fular de Armani, la pelliza por el terno de alpaca. Como nos encontráramos por última vez en los
tránsitos del aeropuerto de Barajas en el 82, le dije:
-¿Qué se acuerda
usted de mí?
-Sí, pero hace
muchísimos tiempos.
Era la
definitiva.
Y se fue receloso
camino de la puerta de embarque. No daba la impresión de haber sido en su vida
afectiva feliz. Caminaba delante siempre de su mujer o un poco alejado de su
consorte como los rabinos betlemitas. Detrás de aquella apariencia cansada por
el halago y la consecución de todo en la vida debían de latir no pocas
desdichas. El hexagrama del destino retomaba la linea recta tras muchos ringorrangos, crecientes y
menguantes, de circunferencias y circunvoluciones afectivas. Había dado la
vuelta la tortilla. Puede que hasta no fuese él mismo sino un ensabanado, un
aparecido. Perdía con frecuencia los papeles. Aparecía cabreado con más frecuencia de lo que en él
era costumbre. Conque, como dijo el otro, “credat Judeus Apella”[xxxii].
Eso se los dirá usted a todas, don Camilo. La vida da más vueltas que una
noria. Cela fue un andarríos toda su vida. Conservó ese aire entre desconfiado
y tierno de los tratantes de Cantalejo y de los afiladores de Orense que van
por el mundo recelando hasta de su sombra y mandan a la mierda al que les hable en su propia
jerga. Aquí todo vale. Esa es la gracia del Camilo. Que acierta a poner en
labios de perailes, patanes, jiferos y capadores y otros pecheros que va
encontrando por la ruta palabras moribundas que mucho dicen y bien saben y
salen por orden certeras, felices, del morral o de su alforja, en un párrafo
aparentemente sin alardes y lleno de musicalidad aunque para disponerlas con
buen encaje el autor sudara lo suyo. Las frases celianas que enamoran al
principio por su candor esconden menor espontaneidad, más intención y opificio,
de lo que a simple vista cupiera suponer. Ese amagar y no dar, ese sacar las
conversaciones del trillado convencionalismo otorgando respuestas sabias y
tajantes delatan una burla oculta de los desengaños humanos. Una ironía
cruel. Pesimismo hegeliano. Él contempla
a los tipos que encuentra en el camino real los cuales aunque parezcan de carne
y hueso son los ensabanados de su poderosa imaginación. Proyectan un poco sus
obsesiones. Virtudes y carencias de un novelista que ama y teme al ser humano.
Estos tipos que le salen al encuentro a veces embisten. Se tiran. Son utreros
que corretean por la dehesa. Cela, que fue aprendiz de banderillero, les hace
un quiebro, los clasifica, los pone en suerte y los define con una frase
cincelaria. Para él el alma humana es sólo apariencia. Sus libros son plásticos
y llenos de colorido y de sensaciones. Tiene una forma de contar como al
desgaire y a la birlonga. El desaliño es
intencionado en acomodo del veredicto retórico “summa ars, celare artem”[xxxiii].
Allá que te va sin un plan preconcebido. Eso lo aprendió en Baroja. De buenas
a primeras el lector queda deslumbrado
por los parlamentos de los figurantes que se parecen unos a otros y para ellos
la última Thule[xxxiv]
es satisfacer el hambre. Sueltan las mismas parrafadas entre guiños
desconfiados y escépticos. Cela encontró por esos andurriales de dios a la
postrer generación de los trajinantes, una raza a extinguir, hoy desaparecida
en Castilla la Vieja. Sentenciosos, resignados, longánimos, presentan batalla a
la adversidad. Cubiertos de harapos sus coloquios recuerdan por la gravedad y
circunspección la forma como deberían de expresarse los personajes de los
cuadros del Greco si les fuese permitido abandonar su actitud extática dentro
de la pintura durante unos instantes.
Utilizan anástrofes, prolepsis y hay una hipotaxis variada en su dicción
manifestándose con una propiedad e intención que ya quisieran para sí muchos
académicos y profesores del aula. Las piedras no le entusiasman pues no se
declara lamerruinas y pone en tela de juicio la versión que han dado los
cronistas de la obra y la personalidad de ciertos personajes como Enrique IV el
cual según Cela, todo lo contrario que Marañón, no era tan impotente, pues
tenía a su disposición todo un harén de mancebas jarifas. Los únicos que han
trabajado en este país - otro prejuicio histórico- son los judíos y los
moriscos, que a los cristianos les va la marcha. Lo que más les gustaban eran los pleitos y
melindres, los puntos de honra. Sobre
todo, vivir sin pegar golpe. En sus libros de viajes mete el coruñés de la
pluma florida, caballero andante de los despechos, la adarga a todos estos
convencionalismos y disquisiciones a priori. A beneficio de inventario y aunque
no le interesan demasiado los monumentos cuenta con garboso poderío la historia
de los mismos, desde que fueron fraguados hasta que dieron en tierra sus torres
o se vinieron abajo los arcos. De los seres humanos desconfía pero le enternece
el paisaje. Da ración doblada de ingenio - sus relatos son un verdadero tour de
force estilístico- a la hora de cantar los méritos de la naturaleza, nombra las
hierbas, conoce el nombre de todo lo que vuela y sus propiedades. La cigüeña,
por ejemplo, le enseñó al vagabundo“la conveniencia de no dejarse ver sino por
temporadas; el búho le adiestró a no
pestañear y le hizo maestro a fuerza de golpes en los arcanos de la paciencia y
el golorito[xxxv]
instruyó al vagabundo en las sanas tendencias de cantar, pase lo que pasare,
como un loco y sin pedir permiso”. Al pasar por Arévalo dice: “La Moraña cría
el cereal, tolera la vid, maldice el árbol”.
No se puede evaluar a un sexmo, a una mancomunidad o a una universidad
que es como se llamaban a las regiones antes de que apareciera la retama tiesa
de las autonomías de una forma tan sonora y tan sabia. Se consigue on esta
taxonomía del lenguaje la emoción del idioma que ha de palpitar en toda obra de
arte. Es el no va más. Al hacer balance
de todas estas filiaciones psicológicas y semblanzas topográficas el lector se
descubre. Chapó:
-Oño, es verdad.
Qué bien dicho esta esto. A mí no se me había ocurrido cuando pasaba por allí.
Hay que ver lo bien que escribe este chico. ¿Decís que se llama Federico?
-No, señor. Se
llama Camilo José. Es un gallego que ha logrado hacer volar al castellano por
las cumbres del aguila por donde solía.
Los censores
quedaban patituertos ante sus desplantes. Ese derroche de ingenio que haría
quitar el gorro incluso a sus detractores más radicales. El franquismo siempre
respetó las genialidades del autor del Viaje a la Alcarria. Las tres veces que
tuve ocasión de hablar con él a lo largo de mis días siempre me dijo lo mismo.
Que la censura no le estorbó para nada. Que el incidente protagonizado por
Cerro y Rocamora no fue más que una tormenta en una taza de té. Tuvo de siempre
mucha gente que andaba al copo pero él con su paciencia y sabiduría de mochuelo
los toreaba. Siempre estaba viendolas venir.
De pronto la gente desaparece. La muerte no es
ni siquiera un acto de servicio sino un episodio vulgar corriente y moliente en
el libro del habe y del debe como cada una de las tres ces con que firmaba el
escritor. Comer, cagar y coger. El gran Cela definía la existencia humana en
esos tres verbos pero él dicen que murió recitando versos de amor in articulo
mortis y diciendole a Marina que la quería mucho. No es que pegasen mucho con
su carácter tales ternezas, pero Cela, un poeta de cuerpo entero, siempre tenía
una rara capacidad para sorprender y mostrar la cara oculta y hay un último tranco de su
personalidad con la que no me identifico ni reconozco lo mismo que con el país
al que le tocó asistir a sus pompas fúnebres pues esta tampoco es mi España. Me
la han cambiado. No es que se fugase con una corista o con un cabo de regulares
como la madre del niño que encontró cabizbajo pasado el puente de la Fuencisla
en “Judíos, Moros y Cristianos” (el acto de escribir con frecuencia deviene
premonitorio) sino que se casó con una coruñesa cuarenta años más joven que él
y con pinta de ser la modosita chica de la tele que recuadra después de cada
telediario puntero en manos los pronósticos meteorológicos. Lo puso a
dieta. En su primer matrimonio no parece
que hubiera sido muy feliz. Convivir con un genio, difícil tarea y Charo Conde
llegó a decir, quien sabe si para herirle que en realidad de quien había estado
enamorada era de su secretario el escritor Caballero Bonald, un segunda fila,
menos genio pero puede que amador mejor, hay que joderse los bandazos que da el
destino con sus vueltas y crecientes, más que una noria, sí. Pero en su vida y
en su obra el papel de la mujer resulta siempre ancilar y periférico. ¿En su
caso segundas partes fueron buenas? Pues parece ser que sí. Por fuera se le
veía contento embutido en un nuevo perfil. Si a una la puso a pasar a máquina
su extensa obre escrita en letra pequeña endiabladamente minuciosa la otra
quedó encargada de que llevase siempre la corbata a juego y apuntalar su figura
pública con todos los vales del mercadeo y de lo políticamente correcto. Quedó
un Cela descafeinado que hasta dicen que cobraba las entrevistas, lo que nunca
hizo pues era generoso y simpático en hospitalidad, tiempo y espacio. Y de
contado en aras de un nuevo “look”: millonario de las letras, senador a dedo
regio, cartero mayor del reino, mantenedor de las fiestas de Zamarramala, actor
de cine, guionista y productor, anunciante por televisión de la nueva guía de
carreteras, cachondo[xxxvi]
mental, pero apto para todos los públicos con una mezcla de retranca y de
ternura. ¡Ah su ferrete coruñés! Los del “Diez Minutos” lo retrataron en
pantalón de deporte marcando paquete y reventando las costuras por la pernera
del bañador. Marina lo puso a régimen y
fue centro de interés y de atención para la prensa de casquería antaño por él
tan denostada. Pero estas son lentejas. El Nobel supo darse cuenta a tiempo. La
sociedad española al volverse permisiva se hizo menos intelectiva y
trascendente y él que había sido un peso pesado del casticismo celtíbero supo
adaptarse, siempre dentro de lo que cumple, a la cultura de lo light. El
majadal de la Colmena se convirtió en corrala a medias. Las vecindonas de
antaño habían cambiado la toquilla y las sayas por prendas de alta confección
pero el remango y las lenguas viperinas seguían siendo como siempre. Cuando se produjo la revolución de los nuevos
gustos de los que son epítomes dos periodistas (jesús Hermida y José María
García) él busco sitio en el ruedo mientras otros toreros se cortaban la
coleta, otros eran condenados al silencio y los más se morían de asco o de
aburrimiento. Señores hagan juego.
IV
Cela supo
sucederse a sí mismo. Sus libros y manuscritos cotizaban alto en las almonedas,
como ya explicaré abajo en esta crónica y sus textos copaban los primeros
lugares de más vendidos aunque sus lectores más fieles, los que lo seguimos
desde el principio, quedáramos desconcertados y hasta aburridos. Al principio
pensamos que serían cosas de Cela pero luego notamos un cierto empecinamiento y
señales alarmantes de decadencia aunque él supo llevar como corresponde a los
cánones eso de la esclerosis. Cuando las venas se endurecen, la capacidad de
fabulación se agarrota y hay signo de chochez. El maestro siempre decía lo
mismo. Como todos los días amanece Dios,
los jueves ya están en los kioscos las revistas. Renovarse o morir. Para que todo siga igual y aquí sigan
mandando los mismos. Gautier Casaseca fue reemplazado por Pérez Reverte quien
debe de haber leído mucho tebeos del Guerrero del Antifaz y de Roberto Alcázar
y Pedrín de guaje. A Corín Tellado le salieron no pocas emuladoras aunque esta
vez con coroza de feministas que proclamaban lo de siempre:
-Hay que contar
una historia.
Hay que saber ser y saber estar para poder
colocar el producto. Y en eso él se dio buena maña pues fue y estuvo siempre.
Cela, esa fue clave de su apoteosis, era un ser humano tan vitalista que se las
arregló para poder ser y estar en un país donde la gloria literaria a cualquier
hora sujeta a pedimentos dura lo que un caramelo a la puerta de un colegio,
practicando equilibrismos, eso sí, al pie de medio siglo de vida española y
pisando la cabeza de sus detractores sin cuento. Hay que echarle redaños. Hay
que ser muy listo para esto. Hacer algún que otro calvo. Esquivar más de una
bofetada. Él encajaba siempre los golpes
con flema británica pero sin llamar a sus enemigos por su nombre. Era un
consumado titiritero en las ardides de la cuerda floja. Abajo estaba el pozo de
los leones cuyos rugidos desmelenados aguantó toda su existencia y de él se
elevaban las lenguas serpenteantes del áspid manando azufre por la boca. Había
que aguantar el tipo porque un resbalón en este país, donde hay un ojo que
espía detrás de cada estor, los muros tienen orejas y media nación se dedica a
espiar lo que hace la otra media a fin de recabar información para cuando
empiece una de las habituales caza de brujas a la que estamos acostumbrados puede significar la muerte civil del
interesado. Tipo listo, Cela no sólo se mantuvo en vilo y en la cresta de la
ola sino también a medio sector animando el enrarecido ambiente literario
cuando llegaron los comisarios felipistas pistolón al cinto y empezaron las
sacas de los pintacilgos de la literatura. Cantaban demasiado bien y había que
fusilarlos siquiera fuese sobre el papel que ignora sus nombres. Eso de cegar
jilgueros y echar ruiseñores a la olla se les da de perlas a los mediocres pero
había que eliminar el pasado. Hacer tabla rasa. Borrar la memoria. Dios los
ampare y perdone. Con él no pudieron aunque ya digo que estos vengadores en su sed de revancha fue mucho el ingenio y
obras de autores que se llevaron por delante.
Negandolos el pan y la sal. Condenando a tantos y tantos al ostracismo
de las hemerotecas. Aunque la letra muerta siga ahí. Como testimonio. Algún día
vendrá en que se vuelva contra ellos. Él hizo lo imposible para evitar la caída
y burló las celadas que le tendieron los podencos de Polanco. Se colocó sobre
su oronda testa una jipa, señores míos y se retrató con un humeral judío en el
muro de los lamentos de Jerusalén. La cosa tiene tres pares de perendengues.
Con todo, quizás llevara razón Antonio Magariños, mi profesor de Latín, cuando
decía que no era novelista. Los hay más meritorios. Tomás Salvador, Bartolomé
Soler, Dolores Medio, Pombo Angulo, Emilio Romero e incluso Castillo Puche
entendieron este género literario y lo practicaron con más recursos que él,
pero amigo el Duarte en su tiempo causó sensación sin merma de sus méritos
literarios por todo el aparejo político que circunvaló a la publicación del
libro en el extranjero. Quizás el iriense fuese hombre menos de estructuras que
de coyunturas. Hace una literatura de paso. Recopiladora. La opción de superar
la marca queda abierta a los que vengan arreando. No aspiraba a una hornacina después de la
muerte sino a ser canonizado en vida a sabiendas de que las honras póstumas en
la tarea de un escritor no son más que sobras y miganduras de un oficio duro
que reclama áspero esfuerzo y proporciona escasas consolaciones. Su obra es la
de un clásico porque era hombre poco inclinado al desmelenamiento. Por eso no
tienen razón de ser los gritos contra él de algunas Euménides que no lo han
perdonado ni a la hora de la muerte disparandole dardos envenenadores, cantigas
de mal agüero, nenias. A moro muerto gran lanzada diría don Camilo. Hizo sombra a muchos y con su oronda
humanidad taponó el camino. No se lo perdonaron nunca pero él era un monstruo.
Todo un acontecimiento literario. La critica lo ponía verde y trataron los más
gazmoños de cerrarle el paso cuando lo de la censura a su primera gran novela
escrita a los veinticinco años y lo maltrataba por deslenguado. El pueblo, sabio
y ocurrente, reía sus donaires. Al fin todos se rindieron aunque a la vista de
lo que escribieron algunos en su obituario el reconcomio como un palmito
maldito o una caña del diablo sigue brotando. Pero la literatura se llamó
durante casi cinco largas décadas en este país CJC ocupando un trono
indiscutible e insustituible por encima de las desavenencias y murmullos de
tirios y troyanos. Del país del pan de
higo y los realquilados en la miseria de aquel país de la busca barojiana a la
del euro ya ha llovido pero él supo capear dimes y diretes siendo, además, él
mismo y nunca fueron capaces de destronarlo ni de derribarlo. “Yo tenía una
novia portuguesa que se llamaba Dolorines. Tenía algo de bigote pero
compensaba”. Eso se lo dirá usted a todas, le dije. Psht. ¿Y cuándo iba por
esos andurriales mochila al lomo las pasaría canutas, no? No sólo canutas sino
putas, hijo. Flautista de Hamelín del
castellano, era capaz de poner música a los conceptos que ya las palabras le
subían al aire como sinfonías perfumadas de incienso. Tenía buen oído y era un
poeta de los sentidos. Ante la lujuria pasaba de la largo. Camilo José Cela,
que a mí en la manera de fumar, en los andares y en la forma de ser y de
expresarse con mucha parsimonia y las frases saliendo solemnes y armoniosas de
su boca, me recordaba a mí padre, así tan serio con ceñudo y apretando el
entrecejo ceñido de gafas de montura oscura que le apuntaba un aspecto de
renitente escolar que escribe con aplicación y empecinamiento la tarea diaria,
o de alguacil alguacilado, logrando, mediante el arqueo de la ceja superior en
forma de acento circunflejo, disposición propia de los que leyeron mucho (a
todos se les pone cara búhos), van para viejos y empiezan a estar de vuelta de
tantas cosas, una gravitas censoria de imitación a Catón era mucho más gallego
de lo que parece. Pocos conocían que era un enfermo crónico[xxxvii]
Tierno, cuando le da la gana, arisco y lenguaraz, cejijunto o distinguido,
cuando se tercia, lozano y directo en le lenguaje de la “Colmena”, conceptista
y culterano en sus últimas entregas como “Madera de boj” o “Mazurca”, él era un
gran actor que se interpretaba a sí mismo. Para colmo, acabó en casi una
estrella de Hollywood y murió en olor de multitudes. Se le enterró como dicen
que se daba sepultura a los héroes, a los santos y a algunos alcaldes
privilegiados; supo vender la mercancía en un oficio donde sólo se cría caspa,
estreñimiento, cárceles y destierros, rencores y recontras para que luego venga
acto seguido a mearnos la parva una gumia de esas resentidas que quisieron ser
novelistas y no pasaron nunca de la esfera de cuenta cuentos o de tarascas con
las tres efes por feas flojas y frías como la muerte y venga ya digo y estando de cuerpo presente y con su humanidad
de quince arrobas aun caliente dentro de
la caja de ébano vaya y le insulte y lo llame “fascista” a él que era
presidente de la Amistad Española con Israel y que sus libros barrían en las
subastas que a ver quién dirige este cotarro tan enrevesado de las almonedas
pues allí, domina mea, los libros de don
Camilo que acaba de dejarnos vaya faena por San Antón del 2002 capicúa, copaban. No vengas, tú, pues,
insidiosa, a querer caparlos. Él era el
rey de las liquidaciones y encantes variopintos, pues le hacía gracia a
nuestros jefes del pueblo elegido. Inclusive, logró colocar una edición del
Quijote relativamente tardía por más de veinte millones, que a ver quien es el
que está dirigiendo este lucrativo cotarro de las almonedas y a mí no me vengas
tú con historias escritas desde el furor del
uterino resabio (el clítoris vale para otras cosas muy ricas pero no es
buen consejero de la escritura, tía basta, quedate con tus retahílas, tus
agüeros y tus palabros pues me han dicho
que viajas por las noches en escoba y te diriges cruzando las montañas a
Fuensaldaña donde tienen tenida las comadres) que don Camilo bien supo ponerse
la yamulka a tiempo y acudir al muro de los lamentos jerosolomita cuando
cumple. Sin renunciar a sus convicciones supo arrimarse al sol que más calienta
y era varón discreto que hacía las cosas todas muy medidas porque el que vale,
vale y no me digas que lo que quisieras tú es ser ministra pues apañados
estaríamos. Camiliño el de la novia Dolorines la portuguesa y que se paseaba en
Rolls con la choferesea sabía comprar y vender, dicen que también era generoso
y magnánimo con los desvalidos, aunque yo personalmente pues hay muchos camilos
prefería el anterior, el del vagabundaje, las casas con derecho a cocina, las
novias portuguesas que en las fondas le daban de comer y luego le hacían un
favor, al de la choferesa que es más alambicado y ambiguo que el precedente.
Ese ya estaba un poco sofisticado, como forzando la máquina, y se salía del
cliché. Camiliño el de la novia portuguesa me resultaba familiar y afecto. A don
Camilo el del premio ya no lo conocí. ¡Cómo se vendan tan poco como tus
indigestas novelas con condecoración y todo pero a las que no hay quien les
hinque el diente dejarías vacante el ministerio y a todas las funcionarias como
tú mano sobre mano, so bruja, montate en la escoba que a xana no llegas porque
las xanas como el nuberu y los espíritus del bosque penates, manes y lémures
son benéficos no traen el odio ni la venganza! Deja que allí se te aparezca no
santa Teresa sino el diablo incubo ese que no desprecia tus carnes fofas y
estragadas por el vino, borracha. Y tengo vértigo porque cuando yo me pongo me
dan writing cramps, palabra. Que con tu
obituario me has puesto de los nervios al igual que el de otros mendas. ¿Eres
epiléptica de eclampsia y gota coral, niña?
Tú a lo tuyo que no es analizar visiones sino a hacer entrevistas a los
fantasmas a los que llevas al pilón del río de tu pueblo a dar agua del ramal.
¿Son asturianos esos huéspedes? Pues entonces daca. Que siempre lo que tú
fuiste fue celestina sin jarro en la alacena y lo tuyo era el mono de miliciana
pero no estabas cuadrada porque no diste la talla para el ejercito. Eras tísica
y no te digo más porque el diccionario se me quedaría vacío de dicterios. Todos
acabaremos en el valle de Josafat unos antes otros después. A los buenos les
quitará la sed con un jarro al pasar por el pozo de Samaria santa Forcina pero
a ti te pondrá vinagre en el vaso que es la que te mana por las garras pues no
tienes uñas, tú útero lo tienes pintado o sólo podrá parir piedras, no eres
humana, que recuerdas a los monstruos que asoman la oreja en los capiteles
prismáticos de los arcos circunvolados para representar en forma anicónica el
jardín de la maldición, esto es, la gehena. Luego no me lo comparen con Quevedo
por favor, dejénse de hipérboles y de lecherinas por parte de viudas alegres y
no me lo metan en la prensa del corazón ni en los corrillos ni en las corralas
mediáticas que tal vez hayan contribuido a afianzar su imagen en los últimos
años maquillando y adelgazando a Cela para que compartiera tema de reportajes
con Rocíito y con el conde ése que nada esconde pues todo lo enseña y que parla
italiano. Y hasta lo hicieron marqués a él que tenía querencia de vagabundo
hasta que por un golpe de fortuna de Venezuela gracias a una novela escrita por
encargo regresó millonario. Ni con esta chusma de entretenidas de la prensa de
la ingles, sus veleidades celiacas o coprológicas. Que cobran por salir en la
tele o por enseñar sus sábanas mancillas y las bragas llenas de cazcarrias. Me
lo quisieron echar al estercolero pero él se defendía pues era listo, sabía
judo y con la lengua acerada y pugnaz como la partesana de un alabardero de
Flandes hacía llaves capaces de dejar fuera del cuadrilátero a los pesos
pasados del mundo de la comunicación. También se marcaba pasacalles y sabía
bailarle el agua al poderoso con donaires dicharacheros del buen decir. No me
le imagino poniendo epigramas debajo del tenedor y la servilleta de un monarca
y a la sombra no estuvo jamás salvo alguna
noche que pasó por un pormenor en el cuartelillo. Yo prefiero a aquel Camilo de
antaño tan gallego que sabía nadar y guardar la ropa mucho más que el del
chiste al que te encuentras en una escalera y no sabes en qué dirección se
dirige. Pero conociendole pues tenía
madera de triunfador tenía que ir siempre arriba. Pensandolo bien no lo era lo
que se dice filósofo. Ufano sí pero densidad conceptual poca. Había bebido en
las fuentes del 98. Don Américo Castro con sus controvertidos planteamientos
acerca de la historia de España se irguió en fautor espiritual. Era un vitalista. Pícaro (los que no lo han
leído le cuelgan ese sambenito) tampoco. Supo entender la vida. La cogió el
tranquillo. ¿Qué mal hay en ello? A muchos le parecía un atropello aquel desparpajo.
Por eso no me cuadra que lo encastillen en el mismo rango del gran genio de las
letras hispanas por encima de él nadie ni el mismo Cervantes. Quevedo es
Quevedo y Cela es Cela. A ver si nos enteramos. No le faltaba talento ni pluma con ser la suya de
tantos quilates, pero sencillamente no le daba la gana ser Quevedo aunque en
aquel mundo sus alabanzas al autor de los “Sueños” eran una velada crítica a
los que en este país se conforman sólo con el Quijote que, además, no han leído
nunca. Escribía siempre mucho, demasiado quizás, y atinado con aquella letra
pequeña enmarañada que desglosaba y pasaba a maquina Charo, su musa callada, la
santa que le aguantó tanto hasta que Camiliño dio la espantada. Pocos nos lo
esperábamos. Y su prosa musical y bien cuadrada parece que le salía del alma
con tacataca pues hubo un tiempo que sólo quiso ser Pata de Palo. Bartolomé
Soler, eso pocos lo saben, hizo un libro de viajes por la Castilla abulense
mucho mejor que el suyo pero sin tanta fortuna. Cela sabía vender bien y
colocar su producto en el mercado. Por eso digo que tenía algo de retranca al
escribir y se apoyaba en el carretón y las andaderas de pie forzado a lo
manierista y a lo tremendista conociendo los sabios y poderosos registros del
castellano en un tiempo en el cual empezaba a dar vuelta el aire. Al autor de “Marcos Villarí” ya casi nadie lo
recuerda ni le agradece su excelso trabajo. Ni tampoco a Tomás Salvador que
fabulaba con mucha más fuerza que el iriense. Cosas de la vida. Cela gracias a
su simpatía y originalidad de un buen relaciones públicas de indiano millonario
destacaba en medio de una pléyade egregia de eximios literatos. Él no fue más que la aguja en un pajar. Nunca
en la historia de España hubo tan buenas camadas de prosistas y poetas a los
que la critica de después del derrubio y del diluvio del 75 niega el pan y la
sal pero todos esos proscritos ahí están tentando con su grandeza desconocida a
las generaciones de los estudiosos de nuestra lengua que hayan de venir
subsiguientes. Cela supo adaptarse a los cambios. Por eso afirmo que desde el
punto de vista ideológico sus entregas me parecen poco consistentes y
congruentes. Tenía más de periodista de buen estilo, el cual al escribir parece
tomar carrerilla y coger el tranquillo, que de creador lo que no fue obstáculo
para que lo encaramaran como consecuencia de dos libros afortunados, el
“Pascual” y la “Colmena” que no son desde luego sus textos más acabados. La
“Cruz de San Andrés” es la que pusieron al revés y “Christus versus Arizona”, para
mí su mejor libro, por densidad constructiva, nos dan la versión de Cela
profundo y casi aterrado al borde del pasmo siguiendo los pasos de Bulgakov en
La Guardia Blanca y cuyo mensaje era que aquí han ganado los americanos. Su
humanidad desbordaba. No siempre fue riguroso consigo mismo pues sabía que al
camaleón que duerme se lo lleva el río y
que aparte de embadurnar sus ideas bajo una capa de ecdisis (lo que le permite
mudar de camisa a las culebras) resultando del todo áulico. Tuvo una habilidad
narcisista para no desafiar al viento de cara. Supo ponerse sin hacer demasiado
remilgos otra chaqueta y ahora a ver quién es el mago que le tose al autor del
diccionario Secreto convertido en presidente de la Sociedad de Amigos Españoles
de Israel. Eh. Ofreciendo su bien
nutrida popa, aquel culo lleno de diviesos que tenía que sajarselos cada equis
tiempo, a los alisios que hacían navegar con fortuna, sabía utilizar el
paracaídas para caer de pie puesto que no en vano en su juventud hasta que dejó
de fumar un buen día de san Antón de 1974, lo que son las cosas y el que avisa
no es traidor, reforzar el Farias de sobremesa con camiseta, verbigracia: un de
papel de fumar de librillo. Eso era lo
que hubiera querido ser. Un paraca de la literatura él que militó durante la
guerra en un batallón de asalto en la columna del coronel Castejón, esta parte
de la vida del iriense fue vetada y no convenía hablar de ella tras la
ceremonia del legrado de memoria al que fue sometida su biografía. Aguantaba
poco a los pelmas pues era muy inteligente y cuando le cogías el punto, esa
clave musical que es como un sol que esplende toda su obra, fino oído de
violinista que hace arpegios sin ton ni son alguna vez que otra es muy
ocurrente, meu Orense, a ratos dulce a ratos picante como los pimientos de su
pueblo, había que cogerle hilo. Para entrevistar a Cela era menester conocerle
un poco habiendo captado su estética e ingresado en todo el ritmo de su prosa
que es cantiga juglaresca como la Galicia inmensa. Aunque, ojo, había que vibrar
con el personaje no te soltase una coz. Tenía instinto para las palabras. En él
cabía toda la galleguidad. Era más simpático que Valle Inclán, no tan buen
arquitecto desde el punto de vista novelístico como José Costa Figueiras y no
narraba con la contundencia de malabarista de un Fernández Florez pero
estilísticamente grandísono, solerte, magnífico. A su socaire crecimos y nos
amábamos todos. Yo también, como tantos y tantos niños de postguerra, quería
ser CJC de mayor. Epígonos tuvo a patadas. Le imitábamos porque puso música al
castellano y sus frases, refranes y dichos se nos quedaban entre las manos
aunque no abusara de la paremiología ni de la batología que echó a perder a los
que quisieron contrahacer sus libros. La
verdad es que el patrón era peculiar y muy suyo, sólo capaz de hacer un refrito
con sus propias composiciones ¡que carajo! Había que ser algo escritor para
darse cuenta del calibre del calibre del volcán. Su prosa encuentra
reminiscencias en Swift. De Quevedo al que admira aunque sin parecerse adopta
el desenfado superficial. En su casa de Torres Bermejas allá por la primavera
de 1972 me cupo la suerte de un mano a mano.
Fue uno de esos instantes de la vida en que se siente que va a pasar
algo y me parece que profesionalmente mutatis mutandis aquello fue semejante a
la que él hizo a Azorín. Una de esas cumbres estelares que se alcanzan en
cualquier vida. Después, uno empieza a rodar por la ladera de la decadencia mas
ello no importa demasiado por que se percibe haber conquistado la cúspide. Esto
no puede quedar del todo mal. ¿Cómo
dice? Que se ve que entiende. A Cela, riguroso, ordenancista que había sido
novillero, le quedaba de aquella experiencia torera el resabio de entender la
literatura como una faena en la cual se ponen banderillas al quiebro y se
despacha al bicho con una estocada en el hoyo de las agujas. Enfrentarse al
toro de la vida era algo que requiere caireles y corondeles pues el cornúpeta
tiene unos embolados muy respetables ponerse delante de este toro de la vida
que tanto cuesta y tiene las astas tan afiladas es una cosa muy seria. Hay que
echarle mucho valor. Por entonces Camiliño que ha tenido una frágil salud de
hierro y que siempre se ha estado muriendo aunque disimulara su miedo a
torearla con una sonrisa de medio lado en esa indiferencia por lo que es
incierto y cae fuera de las competencias, morirse es un acto muy vulgar, tan
cotidiano como las otras tres ces que paseó por la Alcarria con su macuto a
cuestas, caminar, cagar, comer y joder de vez en cuando esta última j (CJC), ya
nos hablaba de “Madera de boj” con ese rictus desdeñoso. Tardó de escribirla
treinta años, fue el trabajo que más le costó llevar a buen puerto, y no tenía
mucha prisa la verdad. Por ponerse el pijama de madera. Él era la vida misma y
el emblema della hecha escritura escribiendo sin prisas y sin pausas cada
mañana ante el terror de la página en blanco. Un mazo de cuartillas en su
contador. Y hala. Hacerlo todo a pelos ¿Y si no sale nada, don Camilo? Hombre,
algo saldrá. Se abrazaba a la columna de su pluma con aplicación juntando
palabras bien a sabiendas que le saltaban certeras y bien sonantes entre sus
dedos curvos, gafos, como agarrotados, de tanto blandir el cálamo. En dos horas
no me levanto de la silla. Estaríamos apañados si abandono porque no acude la
inspiración. En este oficio, si quieres, puedes. El que aguanta gana. Era muy
voluntarioso y sañudo. Hay que tener un buen culo y buenas tragaderas y la
próstata igual que un melón. Luego le copiaron la frase. Pero qué más da.
¿Talentoso? Qué va. Mucho tesón. Se copiaba a sí mismo. Tallaba las frases que
luego le quedaban rotundas. Tenía un alma juglaresca de trovador de Puente
Deume que sabía combinar en apropiadas dosis con la del afilador de Lugo. Sólo
de tarde en tarde mete a hablar gallego a sus personajes como en algún pasaje
de su libro mayor “Judíos Moros y Cristianos” y por lo bajo, no les echara mano
la pareja de la Guardia Civil. A su
regreso de Venezuela con la Catira en el telar dijo que se le había olvidado el
hablar de Rosalía tras su gira por las
Américas todo esto convivía con su vocación secreta que era la de canónigo en
Mondoñedo. Galleguidad variopinta y tierna de “mía nay” combinándola con el
exabrupto de cabruñador de Betanzos. Lo que tenía es que se parecía un poco a
mi progenitor. Un aire tan solo. Puesto que todos aquellos que hicieron la
guerra y la ganaron se parecían un poco. Había una mirada de inteligencia. Una
forma de ser y de estar en todos ellos. Mantenían unos rasgos de hombría y de
humanidad con los que nos arroparon a los que vinimos después. Fue una
generación abnegada que se curtió en la lucha y por su culpa a los que nacimos
en la posguerra nos tocó pasarlas estrechas. Heroica aunque algo putera. No
todo iban a ser perfectos, leche. Por eso
despedían in calor y una seguridad en la que nos arropamos los que
vinimos a continuación. Nuestra rebeldía fue una rebelión cariñosa contra aquel
mundo dado. Quisimos matar al padre y en ese pecado llevamos la penitencia
algunos de nosotros. El mío y el de Torbado estuvieron en el Alto del León, me
parece que Cela militó en regulares o fue legionario. Desde luego tuvieron
otras agallas diferentes a nosotros y gozaron de oportunidades que a nosotros
no se nos dio pero encaraban la existencia con mayor entusiasmo y hasta con más
optimismo en medio de la circunstancia terrible del enfrentamiento de los dos
bandos. No fue una guerra civil, fue la
lucha entre dos mundos, dos conceptos diferentes de la existencia. Era gente
que hablaba bien. Con más propiedad de lenguajes, hacía cosas, se sentía
comprometida y emprendedora. Estaban muy lejos del resentimiento de los rojos.
Lo pasado, pasado, y a lo hecho pecho, que España es una y grande y libre. Los
otros incubaban el rencor en la hura extranjera. Los rojos afilaban las armas
en las radios ultrapirinaicas. Así y todo ellos ganaron. ¡Qué me vas a decir tú
a mí! Se sentían dueños de su propio
destino y estaban orgullosos de sí mismos tanto como para ir con la calle con
paso firme. Ganaron la guerra y luego perdieron la paz. Pero eran los mayores.
Cuando cambiaron las tornas los nuevos demiurgos tuvieron que sacarse ideólogos
de debajo de la manta y les salieron mendas a los que colocaron en los puestos
clave tras ponerlos recado de escribir. Novelistas de aluvión. Salieron periostios como churros. Con masteres y todos
de la misma acelerada forma y por la vía rápida que Franco dio la estrella a
multitud de alféreces provisionales. La mejor novela de la posguerra yo creo
que fue la “Paz empieza nunca”. La de la guerra, “Un isla en el mar rojo” de
otro gallego, Wenceslao Fdez. Florez por lo que tiene de profético y de
denuncia de los gulags de los paraísos democráticos. Si no aceptas mi condición
mátote. Así pasearon a tantos y luego les dieron el tiro en la nuca. Hoy por desgracia
esos muertos no se cuentan. Sólo valen los del otro lado. Esto es insoslayable
pero no quiere ser entendido o recordado por aquellos que a marchas forzadas se
afanan por borrar la memoria. De esa
manera hay ahora por aquí tanto valor arrinconado y tantos nombres proscritos.
El bando que se alzó victorioso sobre el palenque al cual pertenecía Camilo
perdió la batalla de la propaganda. A nosotros en cambio no se nos dio la
oportunidad de batirnos y acabamos en beatniks. Los mejores novelistas de mi generación
me parecen que son Torbado, José María Amilibia y Marisa Medina. Dos o
tres nombres escasos. Sin embargo, en la
que escribe Cela constituyeron una verdadera floración. He aquí que el carvajal
gallego no ha permitido ver el bosque denso y poblado que hay detrás con tantas
setas como medraron a los pies de los grandes ejemplares de la flora. Tengo que
hacerle un reproche en esta necrología en medio de las nenias que le dirigen
sus afectos del partido gobernante y del monarquista que no monárquico Diario
La Razón, mientras los socialistas hacen mutis por el foro niegan una de las
esencias más características de su obra la galleguidad aunque no le hubo más
gallego por más que escribiera en castellano o le insultan como ya he dicho de
esa esfinge maragata que asoma el hocico por uno de los cabos de la cornisa
cantábrica. Esa es una veora que no hace literatura. De su boca sólo parten
amenazas, ajores e insultos. No lo perdonan. No le consienten el haber
triunfado. Era un gigante en medio de la tribu de pigmeos pero todos se afanan
por trepar por la cucaña y llegar a lo más alto. Él en el título de uno de sus
cuentos hoy olvidados, “La Cucaña”, describe perfectamente el ambiente
literario de nuestros días. Los bogavantes quieren ser capitanes y al capitán que
lo hagan cabo y los enanos quieren cobrar altura encaramándose al palo mayor.
Hay que subir, copar las primeras planas, aunque sea a codazos. Es la pura
verdad. Aquí los entierros siempre han ido con plumero negro con coche
caballos. Son resabios que nos quedan de la guerra civil. Habida cuenta de la
catarsis de 1975 a los que deseaban seguir respirando y publicando no les
quedaba otro remedio que la ecdisis con todo lo que eso implica de traumáticos
cambios de camisa. Lo contrario hubiera significado encuerarse y descorazonarse
muriendose de asco. Cela tipo ecléctico y simpaticón conseguiría aguantar en el
machito. Eso se lo dirá usted a todas. A ver. Claro. Como dios manda. Estaba
viendolas venir. Ahí está la clave: no
se le vio hacer la pirueta con tanto vértigo como a otros. Otras mudanzas
fueron más escandalosas. Él aguantó el tipo. Era un animal literario. En este
rais la briba y la compasión suelen brindar buen refugio a esta situaciones
revolucionarias. Si sobrevives la primera cornada luego capeas el temporal de
arremetidas como puedes y a lo mejor resistes y hasta te sientes capaz de
cuajar tu mejor faena, pero hay que echarse a temblar cuando cobra carta de
realidad el axioma de lo imponderable y se vuelve realidad el deseo de cuando
vengan los míos. Tranquilos. No es que entrasen los de Arrese y vinieran los de Solís sino que regresaron
el mismo Carrillo y la Pasionaria. Con ello todo lo que teníamos nos fue
decomisado. Resultó que los verdaderos vítores eran los suyos. Quedamos de
caballeros mutilados por la patria, ya no se llama así sino democracia,
reducidos al estado de jodíos cojos. El
autor del “Viaje a la Alcarria” olió el poste y lo que hizo fue sacar la naveta
donde se guardaba el combustible odorífero, el estoraque y el olíbano y se puso
a incensar al poder de forma descarada. A rey muerto rey puesto. Es el único
que está en su sitio. Tenemos uno que no nos merecemos. Etc. Nos dio desazón y hasta vértigo a los que
habíamos encontrado congruencia en la política de este país, antes una patria o
un rais, aquella involución. Por primera vez soldada la unidad de la patria y
conjurado el fantasma de los separatismos que él tanto despreciaba y que a su
muerte asoman su virulenta faz y esperemos que lo ocurrido en el campo santo de
Iría Flavia donde el Bloque Gallego se abstuvo de enviar representantes al
duelo no sea una premonición de lo que acontecerá. De gallegos y talegos y de
periodistas y parasitos es en parte de lo que se trataba. Todos querían
escribir. Todos querían firmar en los papeles poner su voz en Radio Nacional y
como consecuencia existe superfetación de ingenios y un mundo loco, poblado
gallinero denso de los que aspiran a gallos de la quintana, a mandar en el
corral, una secuela de las ollas podridas de nuestros monstruos coronados del
noventa y ocho. No pienso que Cela en contra de lo que ha sido dicho fuese el
ultimo reducto de la generación del noventa y ocho que se nos ha ido aunque
estuviese en el entierro de don Pío y portase a hombros su cadáver un Día de
Inocentes - a su hijo Camilo José C. Conde que es otro grandísimo escritor pues
honra merece le cumpliría el mismo triste cometido con su padre el día de San
Antón- porque aquella fue una generación de perdedores y la nómina en la cual
él estaba empadronado era la de la victoria. A esta competición por llegar
arriba lo llamaba él la cucaña enjabonada y cucaña donde gatean siempre los más
ágiles y ardidos, no el que más vale ni el más arrojado, sigue siendo España. Maricón el último. Esto es un quitate
que me pongo yo. Es peligroso parear banderillas descalzo por las riveras del
río de Parnaso como si fuere un coso taurino. En cualquier momento un caimán a
la agachadiza puede abrir fauces y
zamparte. Zarcean los enanos. Nos crecen ellos por todas partes. Hasta por
las orejas. Las ranas no dejan de meterse con Jupiter y en medio de este
guirigay el que chifla capador, el que aguanta gana. El que aguanta gana. “Honni soit qui mal y
pense”. Era la divisa que desde Eduardo
III en 1348 se ponían en la hebilla que les colgaba del calzón o las polainas
para acreditar el honor y la estirpe de los encomendados a la Orden de san
Jorge. Su código literario era una especie de Ley de la Jarretera. Su rostro
recordaba al de un abad de Samos o al de un contramaestre templario. La máxima
que eligió por emblema y que campea en el frontis de su fundación, la casa de
canónigos de Padrón se trae un aire al acróstico que durante mucho tiempo
sirvió de lema a esta orden militar. Con la diferencia de que Cela que era un
monstruo para la contestación pugnaz y lenguaraz sabía moverse como Pedro por
su casa en esta charca fuliginosa de las letras patrias. Tenía habilidad para
el regate y para hacer caños con que enviar a paseo a los mandarines y cancerberos que guardan las
puertas de la Laguna Estigia. Se hizo monárquico con la misma facilidad de
alterne como antes había jurado los Principios fundamentales del Movimiento o
puesto su vida al tablero para ir a cazar rojos en calidad de espía. No creía
nada y esa fórmula del descreimiento aquí es premiada con lauros. Porque no nos
engañemos aquí los redentores terminaron siendo crucificados y en todo español
existe un diccionario secreto e inclinaciones a convertirse en un don Juan de
Mañara. Para triunfar hay que ser un poco superficial y listillo ya que los
sabihondos siempre acaban por parecer antipáticos. En este giro tan amplio y
cambio de postura iban en juego el pellejo y los garbanzos. A los que no
quisieron renunciar a un cupo de buenos pensamientos e ilusiones que alentaron
y tuvieron no se les “paseó” físicamente, no se atrevieron, pero el suplicio
sería mucho más contundente. Las brigadas del amanecer se pusieron en
movimiento y los tiros en la nuca fueron de otra índole cuando llegaron los de
González. Se los asesinó por la espalda moralmente y las torturas y el tercer
grado psicológico encontraron otro acomodo de cerco y exilio interior al cabo
de la voladura controlada del sistema
mucho más deletérea y pertinaz que el contencioso que desembocó en la
guerra civil. Cela se adelantó a la jugada de aquel ministro de Cultura de
infausta memoria que salió del frío de Auschwitz acudiendo a Jerusalén con el
humeral de oración sobre los
hombros a rezar ante el Muro de Lamento,
lo que a la vuelta le permitió capitalizar el gesto. Y decir a los socialistas que el premio
Cervantes se lo metieran por donde les cupiera. Que estaba cubierto de mierda.
Nunca se quitó de los hombros las filacterias en las que vino arropado como un
coselete o una rodela que le preservaba de las saetas que le arrojaban los
ballesteros del otro lado de la zanja. Así a secas. Fue su gran hora. Su jugada maestra de
gallego listo. Le salió toda la finura de la Rías Bajas que llevaba dentro. No
aguantaba a los afiladores ni a los gallegos ni a los asturianos cerrados.
Estos, que carecen del sentido del humor y van por la vida de resentidos y de
grandiosistas de aldea y de montera picona cagüen mi manto no le perdonan lo de
la Santina. No supieron aguantar la famosa broma del que se joda dicho en
lenguaje tan contundente y tan poco piropeado. La cosa pudo pasar a mayores y
en algunos concejos se le declaró persona non grata. A este padronés se le
daban bien las fintas. Se conoce que no estaba hecho de retales ni compraba en
las rebajas sino en los almacenes de rumbo. Les largaba un gancho y los púgiles
no supieron encajarlo conque los humos aldeanos de esta España de cantones y
bandos quedaban por los suelos merced a sus donaires. “Ye piquiñina y galana.
Pues que se joda y crezca un poco más”. Mi novia Dolorines la portugueña tenía
un poco de bigote pero compensaba. Me picaba con las cerdas de su bigote pero en ella encontraba acomodo por otro
cabo. Vaya lo uno por lo otro. Mira éste. Cela se pasó media postguerra
avalando rojos hasta el punto que en una ocasión lo llamaron de la Dirección
General de Seguridad y un comisario le dijo que se anduviera con tiento. Tenía
buen ojo y un oído fino para retratar al paisaje y al paisanaje. Era un
acérrimo y sagaz observador. Embaulaba dentro las sensaciones vividas, copiaba
las frases y giros escuchados en la calle y luego las pasaba por el taller de
su disección cientos y cientos de horas de trabajo criando culo y escribiendo
con letra menudísima y a mano. ¿Y si no se le ocurre nada? ¡Pst! Hombre,
siempre algo saldrá. Claro que saldría de aquel esfuerzo el mejor retrato del
Madrid de los barrios bajos. Hombre que cargó la tintas no hay duda y se le fue
la mano hasta el punto de que sus retratos no le salieron al natural sino con
esa deformación picassiana de la realidad que daría tan buenos resultados
estéticos porque el arte moderno viene a dislocar y a reconvertir los cánones
que otros crearon en un escorzo de brocha gorda más que de sutil pincel.
Erostratismo. Sonrisa vertical. Los españoles con el estomago vacío se pasaban
todo el día pensando en lo mismo consiguiendo que se elevara sensiblemente la
tasa de natalidad y ahora que están ahítos pues lo mismo pero o toman ellas
precauciones o malparen o el macho ibérico se ha vuelto impotente el hecho es
que no se cubre ni el expediente, ni los maridos cumplen y nos tiene que importar mano de obra exterior y han de
llegar de las colonias a repoblar el país. Cela conocía bien ese ambiente de
chulos y de proxenetas. Cruzó la charca sin mancharse las botas de barro. Nunca
se le puede considerar un crápula ni mucho menos es un representante del género
picaresco. Todas sus creaciones incluso las más ásperas guardan algo de poema. Cela creo que era creyente a su manera
aunque llame idiota a François Mauriac y a despecho de la gran polémica
suscitada por sus ridiculeces contra la Santina. Cela no se metió nunca con la
Virgen Santísima sino que le daba cien vueltas la cursilería ñoña y ese
regionalismo montaraz que hizo de dios un arma arrojadiza con sus mostrencas
guerras de campanario. Quería dejar en ridículo y destocar a los que aun gastan
montera picona porque él se ha sentido siempre español universal y conocía el
idioma su instrumento de trabajo como el que más. Eso en vez de ser un grado se
constituyó para sí en un obstáculo pues llegó a perderle su facilidad para
jugar con los registros del retruécano. Al hacer chiste, acaso desafortunado,
se enfrentó a la jerarquía y buena parte del clero y de una feligresía que en
Asturias como en Aragón no admite bromas
con la Virgen María. Estuvieron a pique de excomulgarlo. Nunca fue santo de
devoción del arzobispo Díaz Merchán don Camilo el ex legionario que entró en Toledo con las columnas de
Varela que liberaron el Alcázar. Hay circunstancias que los que predican tolerancia
avientan resentimientos. Se hartaron de llamarlo fascista y malhablado. Mejor
hubiera sido no sacar las cosas de quicio pero el río se salió de madre y Cela
a partir de entonces viajó poco al principado. Pero como ya digo era hombre de
mandobles y ganchos a la barbilla que tumbaban a un turco o un cristiano. Nunca
de navajazos ni de puñaladas traperas. Como la que le propinaron en las
posaderas en una juerga en Casablanca, según refiere su hijo Cela Conde en su
libro y que tendría consecuencias dolorosas durante toda su vida que el paciente
escritor soportó con longanimidad y estoicismo. Nada de violento. Sólo un toro
bravo. Nunca se achicaba ante la provocación pero prefería derribar sin herir
cuando tenía que sacar la garra y el mazo. Pronto se dio cuenta de que en este
país o delante de los curas enarbolando la cruz procesional y los ciriales o
detrás de ellos y él prefirió echarse a un lado dejando que pasasen los del
rosario de la aurora con sus incensarios, sus ecumenismos sus post concilios,
aggiornamiento y cambios manteniendose en la distancia respetuosa de católico
hasta las cachas pero con una fe del carbonero que conoce la cruz de Cristo por
el sufrimiento y él padeció bastante.
Todo lo de la clerigalla le venía grande. Le causaban tanta risa los
sorches que se resistían a entregar la cuchara como los obispillos renuentes a
abdicar de la cátedra y el báculo lo que fue premisa de sinsabores, porque tenía por costumbre hablar alto y recio. Siempre limpio y claro hasta el punto de que
cobró fama de lenguaraz y malhablado. Muchos quisieron cogerle en renuncios
tomando el rábano por las hojas. No había nacido para gobernador civil ni para
redactor del Boletín Oficial del Estado. Lo suyo era la prosa limpia y dura
como el hielo que mana del hontanar de la vida. No los ringorrangos. La
literatura fue su única religión y, como pocos, supo encontrar a Cristo en las
contradicciones de los libros y hasta puede que Dios le echase siempre una
mano. ¿Va usted a misa don Camilo? Yo qué coños voy a ir. Ya tengo todas las indulgencias ganadas. Me
miró con cara de pasmo aquella mañana en que me concedió una entrevista en su
ático del edificio Torres Blancas. Me repuse del susto cuando a renglón seguido
me dijo esto no puede quedar del todo mal. ¡Animo, me dijo, que Dios aprieta
pero no ahoga! Insisto en que un poco padre mío literario sí lo fue, puesto que
aquella interviú difundida por la cadena de periódicos me trajo suerte. No me dieron el Nobel pero gané una
corresponsalía en Londres, justo lo que más yo quería. San Camilo hizo el
milagro. Queda constancia de aquel encuentro una fotografía en la cual estamos
los dos cada uno mirando para distinto lado. Charo había apretado bien el
gatillo e inmortalizó el instante para mí glorioso pues había tenido la suerte
de conocer al autor admirado. Recuerdo que el primer cuento de Cela lo leí en
el tren correo de Santander camino de Comillas y en el seminario nos juntábamos
unos cuantos durante los recreos para leer a escondidas en alta voz la Colmena.
Luego volví a entrevistarme con él en Londres. Había acudido allí a dar una
conferencia incitado por el director del Instituto de España que presidía
Alonso Gamo un amigo suyo. Cela estuvo tan ocurrente, bondadoso y paternal como
siempre. Al fondo Charo con sus ojos grandes que no abrió la boca ni un momento
durante el encuentro. La ultima vez lo retraté en Barajas camino de Compostela
con un pie en el estribo de su vuelo. Iba a dar otra conferencia. ¿Recuerda
aquella que nos vimos? Sí, hijo, pero de eso ya han pasado muchos años. Y lo
encontré huidizo y distante pero siempre correcto, puntual y muy británico.
Quise repetir la suerte en el año 82 y le escribí a Guadalajara. Quería hacerle
una entrevista vestido de torero pero me disuadió con una carta que aun
conservo en la que me decía que ya no quedaban pájaros de antaño en los nidos
de hogaño. Más estilizado pero más huraño con su abrigo de alpaca me pareció un
hombre más triste. No lo volví a ver salvo a través de sus comparecencias
televisadas y sus entrevistas en los nuevos medios que eran un calco de lo que
nosotros hacíamos allá por los sesenta. Cela también había perdido su indómita
espontaneidad aunque ya se sabe que el que tuvo retuvo. El astro seguí
brillando y deslumbrando a los del cotarro. He comprado y tengo todos sus
libros algunos subrayados en particular aquella “Colmena” que él me dedicó ya
algo desconchada y que me diera suerte porque el Cela literario monstruo de la
comunicación podía ser considerado como un dios o un santo intercesor al que
nos encomendábamos cuando empezamos a hacer nuestro pinitos. Era un talismán de
suerte. La entrevista que le hice gustó
tanto que el director de Pyresa no dudó a mí enviarme de corresponsal a
Londres. Gracias, Vicente Cebrián. Gracias, Camilo. Llueve sobre mojado y por
mucha vueltas que demos al asunto nunca seremos capaces de desentrañar ni de
recorrer este laberinto de Padrón, un mito, un misterio tanto como el jacobeo,
la barca de piedra que subleve a la meninges. Una milagrosa nave que nunca fue
a pique. Se le puso cara de santo a la vejez. En parte su éxito se debiera,
quizá, a que vino a este mundo con buena estrella, niño mimado de los dioses.
No parecía gallego, tampoco español. A veces medio inglés por lo flemático y
reposado, por la disciplina y paciencia con la que cumplía recado de escribir. Era cómitre de la galera de la literatura.
Contestaba a los golpes del rebenque con un par de sopapos o hacía trizas con
sus poderosos dedos de galeote de la escritura la fusta del corbacho. Fue
canonizado en vida y hasta tuvo hornacina contra la cual estrellaban sus
piedras los fracasados y malhumorados que hay tantos en este oficio pero él
como si nada. En su entierro vimos llorar y abrazar a su hijo Camilín
emocionado a un fraile franciscano. ¿No decían que era ateo? Pues no, señor, a
mí que me entierren como Dios manda con un funeral de tres capas pluviales y
que no desafinen los chantres en el gorigori. Exequias por todo lo alto. Y nada
de crematorios y de incinerar, menos.
Toda España fue testigo del abrazo de
aquel fraile menor al hijo amado. Nunca podremos hacer gavilla de él. Pero
salió listo el rapaz. Con tres carreras y una brillante manera de escribir. De
raza le viene al galgo. Para conocer a Cela hay que adentrarse en los
penetrales del mejor exegeta que es su hijo, su único hijo, aquel al que subió
a besar en la frente cuando reposaba dormido en la cuna antes de iniciar la
andadura del Viaje a la Alcarria, y leer la biografía que éste hizo de su
progenitor. En sus páginas se nos revela el hombre, el escritor y el genio
compasivo, paciente y tolerante que me cupo en suerte atisbar en aquella entrevista en Madrid una tarde de primavera.
Esto no puede quedar mal si le das la vuelta a algunas cosas como lo de la misa
de doce. ¿Sí, don Camilo José? Desde luego. ¿Hace un pitillo? Venga. Cela no
solía repartir la petaca en aquellos tiempos. Se sacaba siempre un pitillo
negro, creo que eran de la marca “Rumbo” o “Ducados”, de la sisa del chaleco y
fumaba con mucha elegancia y dignidad. Luego tuvo que dejarlo. Primero lo dejó
y luego miró para el calendario. Era el día de San Antón mira por dónde, fecha
fatídica y de colofón. Aceptó el
cigarrillo que le ofrecí con la misma postura y circunspección con que fuman
los personajes de sus libros. Hace fumadores a todos los cabos de la Guardia
Civil. Tenía maneras de lord inglés. Siempre me lo imaginé hablando en el alta
camara o arrellanado en algún butacón de los master clubes del Mall londinense.
Al fin y al cabo había mucho en su persona de caballero andante. Don Camilo,
personaje quijotesco, repartía mandobles. Algún que otro sartenazo. Nunca un
golpe bajo a los que trataban de herirlo por la espalda. No era un consumado
experto en las artes marciales ni como Quevedo[xxxviii]
experto espadachín ni controlaba sus arranques como Cervantes. Nadie me ha
puesto la mano en la cara, llegó a jactarse el viejo legionario. El afán de
defender a los menesterosos y ponerse de parte de la condición de los
desvalidos presenta sus riesgos. No hizo falta que sacase a plaza las fuerzas
de sus puños. Todo quedó en amenazas. Si te pego una hostia te vuelvo
ferroviario. No hizo falta. La fuerza no la tenía Cela en sus puños sino en la
punta de la lengua. En el floreo verbal era imbatible.
FIN
13 de febrero de
2002
Miércoles de
Ceniza miércoles corvillo al día siguiente de martes lardero acabadas las
carnestolendas infinitas.
LOS ESFILADORES
DE LAS BOTAS DE UN ANDARRÍOS.
El vagabundo en
un recodo de la bajada de las Siete Revueltas se agachó junto a la cuneta para
acordonarse los esfiladores de sus botas, a las que dará correo sin parar hasta
llegar al valles de Amblés. Posee buen
oído para el idioma y su prosa es un buen esfigmógrafo para detectar el pulso
nacional. Sus viajes son una batida al alma de Castilla profunda pero los
personajes que encuentra en el camino largan parlamentos que son como oráculos
del alma entera del país. Hay artificio en esta composición como podrá colegir
el lector, recién iniciada la lectura de este poema en prosa. Se dicen cosas
demasiado hermosas y profundas para pertenecer al vocabulario y al acervo
conceptual de un andarríos vulgar. Por ejemplo, “Isabel la Católica a políticas
patadas a los hijos naturales de Fernando el Católico”. Es una salida de pata
de banco muy al estilo celiano. En el fondo él sabía que no era verdad pero
calumnia que algo queda y piensa mal que acertarás. Alguno historiadores los
bellos pecados del rey y los no menos hermosos pimpollos del cardenal[xxxix].
Era la costumbre en aquella época de gran ímpetu genésico esparcir la simiente
por esos ámbitos y medir el calibre de una persona por la cantidad de sus
rebaños o el número de barraganas al estilo morisco en los que el poderoso
perpetuaba la simiente. Todos los varones de algún relieve se mostraban
orgullosos de sus hijos fornecinos. La continencia -ya lo hemos dicho- no era
practicaba ni por el alto ni el bajo clero. El tan traído y llevado celibato no
viene a ser norma generalizada hasta bien entrado el siglo XVII en España.
Un pie tras otro
va por los rincones de la provincia de Segovia. El trayecto que realiza desde
Navacerrada hasta Sacramenia nos parece el mejor logrado por la información que
recabe. Por los chascarrillos e historias que trae a colación, como el de
sacamuelas que encuentra el peregrino a la salida de la Villa de Fuentidueña,
que no desmerece ante los mejores lances de la novela picaresca. Duerme en las
barbecheras. Observa a la moza que desrabera una parva o al viejo que se sienta
al sol en un poyo de piedra. Las moscas hacen enjambre cerca de la bragueta.
Diabetes al canto
nos hace saber con sus conocimientos incipientes de medicina prática. Parece
ser que el maestro estuvo matriculado en la Facultad de Medicina de Santiago de
Compostela, carrera que abandona al poco tiempo al igual que la de Filosofía y
Letras y de Derecho iniciadas por él, nunca concluidas, en la denominada
entonces Central, actualmente Complutense. O se mete por todo lo alto del
entrecuesto del acueducto de Segovia. Por donde iba la traída del agua de los
romanos. Todo lo anota. Todo lo recoge. Leyendas y tradiciones.
Sabemos que eran
los primeros años de la década de los cincuenta porque en las fiestas
patronales se bailaba la raspa “que inventó un tío con bigote” y que fue prohibida
a lo largo y a lo ancho de la piel de toro mediante circulares episcopales.
Breves y rescriptos pontificios sirvieron de poco. El público seguía bailando
está danza o acudiendo a ver “Arroz amargo” de Silvana Mangano, o “Lo que el
viento se llevó”. Esta última cinta
estuvo en el índice de la diocesis de Segovia. El obispo de entonces,
que bien yo me acuerdo, don Daniel Llorente de Federico la condenó expresamente
en un boletín. Dijo que todos los que fueran a verla[xl]quedaban
en pecado mortal. Si levara[xli]
la cabeza aquel buen eclesiástico, cuya imagen ya casi borrosa en el
calidoscopio del ayer conmemorado, entrando en la catedral por la puerta norte,
la de San Frutos, al son de clarines y timbales, la capa magna de púrpura que
llevaba recogida entre las manos un paje caudatario, con don Fernando Resines,
su paisano y principal fámulo abriendo cortejo, viniendole a recibir el cabildo
en pleno, una escolta de maceros en el umbral y un oficial del Ayuntamiento
segoviano elegantemente vestido de chaqué y tocado de bicornio, seguro que la
volvería a reclinar a presencia de lo que miran los ojos cristianos en las
carteleras de la actualidad[xlii].
Aquella imagen del santo obispo entrando en la catedral las fiestas fastas con
gran boato, rodeado de su escolta de pajes, entre medias de los gonfaloneros de
pelucas empolvadas a la manera de los magistradpos de Old Baily, del caudatario
de sobrepelliz y los portaestandartes de palacio con roquete casto sobre los
lomos y por encima de la sotana quedó impresa en mi memoria. Me imagino que el
ingreso de los justos en el cielo por la puerta grande será una cosa así.
Los tiempos arrasadores se han llevado todas
aquellas dulces creencias, impuesto otros modales.
Así que Isabel la
Católica metió en vereda a los vástagos espurios de su esposo a católicas
patadas. Bueno, don Camilo, tampoco nos vamos a pegar por eso, aunque ya sé que
le gusta exagerar. Ahora la van a canonizar en medio de una gresca. Los judíos
y los moros protestan, que menudo guirigay se ha organizado por estos tesos nacionales, pero ya digo que
el bueno de Camiliño se deja impresionar por el cortejo de ideas irreverentes
hacia la fautora de la unidad nacional. Está visto que nos quieren taifas,
aldeanos, hablando cada uno en su jerga, y unos contra otros. Montera picona y
zorzicos, alpargatas nuevas con los peales de la muda de sábado dispuestos para
ir a misa, a la mezquita o a la sinagoga. Un bable en cada valle y un lendakari
en cada esquina, aunque dicho sea de paso el gallego que hablan los locutores
de la Radio de Fraga tenga bastante poco que ver con el que hablaban los
buhoneros y afiladores de Cela en sus andanzas por Castilla la Vieja.
Los españoles
está visto que hemos nacido para sufrir. El papa polaco es el gonfaloniero, el
que lleva el confalón del nuevo orden sinagoga nacido del derrumbe de l989, el
portaestandarte de todo esto y diz que ahora quiere entrar en Moscú pero todos
sabemos que no es un nuevo mesías. Más bien el antecristo. Que todo el mundo
hinque su sonrisa. ¿No es su lábaro el totus tuus que indicaría una vocación de
servicio? ¡Qué va! ¡Ni por pienso. Su lema recita el “totus meus” y al revés te
lo digo para que me entiendas y ojo al espionaje vaticano.
Y moscas en la bragueta, como el que exhibía
aquel viejo sentado a la sombra de una tapias en Madrigal de las Altas Torres.
Diabetes al canto y luego dice que Viana y Madrigal son los pueblos más
sepulcrales de España. Cuando él lo aseguraba, sus razones tendría. Pero yo
pienso que esta obra de Cela tiene una gradación. El orden de los nombres da la
importancia de las diferentes etnias españoles. Primero, los judíos, seguidos
de los moros y en ultimo término los cristianos. Adelanta la judaización de
nuestros pueblos que hoy es un hecho manifiesto. No hay más que asomarse a las
páginas de nuestra prensa. Con sus entelequias. Sus titulares rimbombantes.
Parece que los redacta un moro. De esta manera los que aun profesamos la fe de
Cristo por estos pagos carpetovetónicos hemos de desayunarnos un sapo todos los
días.
Ser español es
sufrir, ya lo vengo diciendo. Tragarse los salivajos que llueven sobre nuestra
reina católica. Los excesos y tropelías de los opinantes mayores en las
tertulias. Esa dominas aparentemente cultas y latiniparlas que a lo mejor no
saben hacer la o con un canuto pese a sus nombres vulgares: Pili Castaña,
Aldonza Ceñuda, Sancha
Simpelosenlalengua, Aurorita Pulpejos.
Son personajes de
Cela con nombres estupendos, lo que pasa es que al autor se le olvidó meter sus
nombres en la carpeta pero ya entonces cuando hizo su gira Castilla adentro un
paso detrás del siguiente y arriba siempre las estrellas o el clemente azul
acero de nuestros paramos puede que se le pasasen por el magín, lo que ocurre
es que no cayó en la cuenta. Hizo dellas el primer bosquejo y luego lo embauló. Parece imposible que las tales mentadas
fuesen nietas de aquellas mocitas en flor que se le aparecían al vagabundo al
llegar a los pueblos paseando calle arriba calle abajo por el Espolón. Con
flores en el pelo.
Muy lejos estamos
de Judea. Ya no se escucha las noches de verano la estridulación de los grillos
en la cerca pero las montañas - y el viajero entra en Castilla por donde hay que entrar por la vieja
carretera
Notas al margen
[i].Dios hace planes con lo más
enfermo del mundo despreciado para sacar
adelante su obra.
[ii].De grabesco, que en lat.
Significa quedarse calvo.
[iii].Asalto alcohólico.
[iv].En jerga periodista se denomina
inflar el perro a cuando no hay noticia ni tema escribir sobre el mismo aunque
fuerce divagar.
[v].Salir a hostias. ¿Podrá haber
expresión más española?
[vi]. La gran necrópolis al este de
la capital.
[vii].Ciencia de la cruz, demencia de
los crucificados. Locura evangélica.
[viii].El ex escolapio fue el primero
en salir del armario.
[ix].Indice de libros prohibidos
existente en la Universidad Pontificia de Comillas.
[x].Chubascos. Localismo de la
provincia de Segovia que apunta Cela pg. 35 de “Judíos, Moros y Cristianos”
[xi]. Consultar el índice en que se
aduce esta entrevista publicada en HIERRO, periódico de Bilbao, uno de los
cuarenta diarios de la desaparecida prensa del Movimiento.
[xiii]. Fue una pregunta
impertinente. Le faltó un tris para decirme
que no porque no le salía de los cojones pero se reprimió.
[xiv].Rosario Conde Picabea su mujer
natural.
[xv].Tenía el don de la
accesibilidad. Por aquellos días Cela no negaba ni una sola entrevista ni hurtó
jamás a las preguntas más controvertidas su oronda por entonces. Cuando Marina
lo puso a dieta, ésta pedía un tanto por cada tiempo dedicado a los medios de
colaboración según es norma actual en los medios de comunicación donde los
famosos han encontrado una mina para ir a airear trapos sucios. Pero entonces
no había que pagar ningún peaje.
[xvi]. Según don Francisco de
Quevedo.
[xvii].Director de ARRIBA en la época
Carlos Arias.
[xviii]. Caminaba por entre la multitud
sin hacerse conspicuo.
[xix]. Mejor no citar nombres.
[xx]. No encontrarán quién les
recuerde.
[xxi]. Mi alma está repleta de males,
mi vida se acerca al infierno.
[xxii].Era corresponsal de PUEBLO
[xxiii].Animal mítico, extraña mezcla
de lobo, de barbo de río, de gallina y de cebra, según unos, o de cabra, según
otros, que vive más de trescientos años y que desgracia a los niños que mira .
( “Judíos, Moros y cristianos” pág.. 37).
[xxiv].el rape que es bataneado y
puesto a secar en las casas portaladas y galerías de Cudillero. Quizá tenga que
ver a su manera con la peladilla o cochinillo asado segoviano.
[xxv].Epanalepsis o enálage figura que consiste en cambiar las
partes de la oración y sus accidentes
[xxvi].abreviatura coloquial por fin
de semana.
[xxvii].”Judíos, moros y cristianos”
pag. 236. Destino, 1957.
[xxviii].A cada uno lo suyo, o poniendo
las cosas en claro.
[xxix]. Todo lo relacionado con las
artes de pesca.
[xxx]. Regoldo, castaño silvestre.
[xxxi]. Publicó “Guarnición de silla”,
y “Con flores a María” inter alia.
[xxxii].Expresión latina que viene a
equivaler al castellano creer que uno se chupa el dedo.
[xxxiv]. Los escritores griegos creían
que Thule era el punto extremo del septentrión. Allí acababa el mundo.
[xxxv]. Golorito o jilguero y por otro
nombre pintacilgo. La lexicografía celiana es hermosa y señorial como un
blasón.
[xxxvi].Cachondo mental viene de
catulens que quiere decir estar en celo los animales.
[xxxvii].Padecía divertículos y prurito
anal. Sus visitas al quirófano eran frecuentes. En la mesa de operaciones
entraba con gesto divertido y en una ocasión puso como condición para ser
operado que todos los médicos y enfermos de la planta salieran a aplaudirle, a
la que lo bajaban a la sección de curas. Ver “Cela mi padre” por CJC Conde,
Madrid, 1989, Temas de Hoy.
[xxxviii].Francisco de Quevedo en la
iglesia de San Martín un Jueves Santo dio muerte a espada a un caballero que
maltrataba a una dama y Cervantes también huyó a Italia después del asesinato
de un hombre. Valle Inclán perdió un brazo tras un cachetazo que le propinara
en un duelo el escritor granadino Manuel Bueno. A Clarín también lo desafió un
militar jefe de la escuadra. Afortunadamente no llegaron a batirse. De todo
esto puede llegarse a la conclusión de que en la tarea de la literatura hay un
espacio reservado a los ángeles pero los demonios también ocupan un destacado
sitial no menos importante.
[xxxix].En cierta ocasión compareció a
su presencia el cardenal Mendoza escoltado por siete mancebos de buen porte. A
Isabel de Castilla no se le ocurrió otra cosa por comentario que la frase
siguiente:
-Ya
veo, ya, Eminencia, los bellos pecados de Su Ilustrísima.
[xl]. Se proyectó en el Cine Cervantes
de aquella capital.
[xli]. En el sentido de levantar. Del
lat. levo, levas, levare.
[xlii]. Don Daniel era alto, delgado,
muy calvo. Traía lentes redondo de concha y la nariz en forma de silla de
montar. Su aspecto recordaba un poco a la del papa Pío XII. Publicó libros sobre pedagogía, era un
especialista en catequesis. Gozó de fama de santo.
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