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2025-12-22

 GUARDEMOS SILENCIO EN EL TEMPLO DE VOLUTIA

 

Hay que guardar silencio en el templo de Anguerota, la vestal que me introdujo en el mundo del mutismo. Séneca me enseño a dominar mi concupiscencia desde el criterio de que el dominio de las pasiones sobre todo la gula es el pórtico de entrada a la felicidad.

 El silencio es inefable puesto que la palabra a veces ofusca el entendimiento y empecé a ver claro cerca del circo máximo. Los gladiadores hacían músculo en un campo de entrenamiento cubierto de grava. Olía a embrocado y a sudor. Los reciarios hacían movimientos de calentamiento con la red, los andábatas extendían el tridente y un esclavo subalterno les enseñaba cómo tenían que gritar ave cesar los que van a morir te saludan. Un calificador catalogaba las posibilidades que tenía el etíope Ursus de vencer a un tigre que le soltarían media hora después. Se escuchaba el bramar de la multitud ¡ah cuando ruge la marabunta y las pasiones se exaltan entre la plebe! Un sol de justicia caía a plomo sobre Roma. Los luchadores ensayaban llaves y estratagemas para derrotar en la lucha a su oponente. Un clavijero que debía de medir dos metros limpiaba el “anguis” o enseña militar con un dragón pintado que abriría carrera de la procesión de tres vueltas al ruedo y otras tantas prosternaciones ante la tribuna del emperador. Vi a Nerón. Era un tipo rechoncho de ojos grandes y nariz gruesa caído de hombros rostro lampiño y mirar distante, la vera efigie de la crueldad. Una diadema de oro orlaba su frente, llevaba tres anillos de zafiro en los dedos y su aspecto era el de un hombre vulgar de origen germánico. Estaba gordo y lanzaba constantemente risitas y carcajadas. Bebía vino de Salerno y, antes de empezar la función, ya estaba “trompa”. Un “signífer” o adelantado de centuria trepó a lo alto de la columna Trajana y soplando en un añafil de plata tocó el clarinazo que marcaba el inicio de las espectaculares “joci” circenses. La chusma enardecida vitoreaba al emperador y gritaba:

           Panem et circenses

Fuese menester tener contento al pueblo y propicios a los dioses o no, el hecho era que ésta era la política de los emperadores para atenerse en el trono. Vulgus vult decipi (al pueblo le gusta que lo tengan engañada, es veleidoso y masoquista). Arriba y abajo por delante, por detrás. En lo alto estaban los dioses y el senado romano,  abajo el ejercito y el populacho. Por las gradas se veían sombrillas y parasoles para guarecer del sol: Roma mostraba su mejor aspecto en las caras tostadas de los libertos y el bello cutis de las matronas. Vendedores ambulantes recorrían los vomitorios vendiendo agua de nieve y pepitas de calabaza. Se cruzaban apuestas sobre los contendientes. Unos apostaban por los que habían de perecer en la arena y otros por los gladiadores victoriosos. Cantaban sus nombres y se proclamaban “addicti” de su beligerante preferido. Unos apoyaban a Carneades un griego con cara de matón al que le faltaba un ojo que pegaba golpes certeros y ganaba todos los combates y otros a un tal Rufus venido de Hibérnica que era el terror del Coliseo. Alto, fornido, pecoso, el pelo azafranado.

El día de circenses las vestales tenían la tarde libre. Y algunas acudían a los juegos causando entre la hinchada admiración por su belleza serena y llena de quietud. La vestal maesa portaba una diadema sobre la frente y guardaba, altiva,  a sus pupilas con gestos hieráticos de abadesa; las joyas injertas en amatistas, diamantes y zafiros, que llevaban las vírgenes de la diosa que fecunda la tierra en la cabeza los pendientes y las pulseras hacían aguas sobre el horiuzonte deslumbrando a los espectadores. Uno de los gladiadores cayó derribado por su contrincante cuando se distrajo mirando para el tendido reservado a las vestales. Les daba escolta a las jóvenes una cohorte de los más hercúleos eunucos, algunos de ellos provenían del Alto Nilo, eran númidas. Antes de entrar al servicio del templo eran castrados sin más complicaciones. También custodiaban a las meretrices del harén del emperador. En el anfiteatro los númidas se destacaban por sus cuerpos atléticos, y el rigor con el que cumplían con su deber: mantener a buen recaudo a las vírgenes consagradas a Júpiter de la lascivia del populacho. Violar a una vestal constituía uno de los delitos más horrendos del derecho romano, castigado con la pena capital, previa emasculación del delincuente. Una vestal tampoco podía ser condenada a muerte. Permanecían encerradas entreaño. Al llegar las saturnales, sin embargo, era quebrantada su clausura y  sec les permitía salir a la calle. Se las veía pasear por la Vía Apia arrastrando sus peplos y ricos mantos de seda guarnecidos con ricas alhajas extraídas de las mejores minas del imperio. Roma no pagaba traidores. La gran solidez y consistencia de un sistema que duró más de diez siglos se apoyaba en la norma del derecho, el cual a su vez tomaba como columna basal dos conceptos: el “jus” (derecho) y la “virtus”.

Tuve yo allí un esclavo griego, Andronicus, que me enseñaría las pandectas y todas las intríngulis bizantinas de la casuística forense. Los hados y la superstición eran otra característica que servía de base a su concepto sincretista de la religión. Eran un pueblo práctico. ¿Por qué conformarse con un dios único — aducían los flamines que servían de sacerdotes a Júpiter— cuando la divinidad puede constar de tantas variantes en medio de una realidad tan complicada variopinta y diversa? No hay respuesta. Sólo sé que no sé nada. Lamentablemente, las religiones fueron la causa de muchas muertes y peleas entre los mortales. Allá cada cual con su creencia.

En un rincón del anfiteatro aparecían despavoridos y sollozantes como medio centenar de personas. Entre ellos había viejos mujeres y niños, unos se mostraban temerosos y gemebundos pero otros aparecían alegres y como deseosos de alcanzar la palma del martirio en la boca de los leones. Iban a ser sacrificados por haberse negado a quemar incienso en honor de los dioses.

El egregio luchador Silvinus Carassus parecía querer arroparlos, dispuesto a defender a aquellos postulantes de una religión nueva, predicada por un judío palestino llamado Saulo de Tarso. El cual aseguraba que Jesús, su maestro, había bajado del cielo para salvar a los hombres pero murió en una cruz (el tormento más ignominioso para un romano) condenado por el consejo de ancianos de Jerusalén para quienes era un blasfemo por haberse creído hijo de Dios.

Vistoso y abigarrado espectáculo el que ofrecía aquel recinto abarrotado ocupado por una chusma de desarrapados ávida de emociones fuertes. Cerca de sesenta mil almas contemplaban la arena desde los tendidos. Unos reían o cantaban, otros lloraban o gritaban lanzando invectivas contra el cielo; por culpa del vino las riñas frecuentes. La mayor parte jugaban a los dados o se dedicaba al merodeo amoroso. El Circo era un sitio muy a propósito para buscar novia, según Ovidio. La ludopatía  y la lujuria eran vicios mayores en Roma. Se jugaban a la mujer, a la madre, las fincas, la casa y perdían hasta la camisa. De pronto se notaba barullo en una grada. Dos espectadores se estaban pegando, y en ese momento escupía el vomitorio un pelotón de soldados que zanjaba la disputa a machetazos. Se escuchaba el letal sonido de los “gladia” (aceros) que llevaban al cinto los pretorianos. Los juegos duraban todo el día hasta la noche por lo que había que traer merienda. Se veía a algunas mujeres comer a dos carrillos bocatas de jabalí o una salazón de pescado que llamaban garium. Regaban la merienda con vino aguado. Sobre todo las mujeres libaban de lo lindo. Apuraban las “pocula” (jarros) Una matrona que le había dado al pimple más de la cuenta se puso a cantar canciones obscenas y recitar versos de Plauto se llevaba las manos a los genitales y exhibía los pechos al aire por culpa del vino. La plebe empezó a silbarla y jalearla y se preparó todo un espectáculo. Estaba beoda. Había consumido dos cráteras  — casi una cántara — de morapio de Lesbos que en las “cauponae” (tabernas) se consideraba el  más fuerte. El pueblo se divertía con la vieja. Quería pan y circo. Nerón dio la señal y un trompeta (el “tubicen”) soplando a `pleno pulmón por la tuba tocó una diana florida, saltaron a la arena, rugientes y en manada, los leones que habían de despedazar a los cristianos,

 

 

 

 

 

 

 

 

Posted: 01 Jun 2019 07:08 AM PDT















ANTONIO MACHADO ERA IMPOTENTE

 

 

Labios bembos marcados por la silicona melena al viento las incombustibles chicas Hermida se resisten a pasar la hoja, inasequibles al desaliento. No quiero entrar en comparaciones entre los dos escritores cuyos nombres remacharon las antologías durante la Dictadura. El mayor era la elegancia sevillana y el menor el desaliño mesetario.  Un poco como el Coletas ese Pablo Iglesias que se han sacado de la manga el marxismo norteamericano. El uno mujeriego y el otro ¿impotente?

La Nieves Herrerocursi entre las cursis risa de la COPE entrevistada esta mañana por la Schlichting (yo vengo a hablar de mi libro, Paco Umbral tú fuiste un profeta) escarba en las reminiscencias del corral machadiano sobre sus supuestos amores con una tal Guiomar.

Don Antonio los jueves por la tarde cuando cerraban el aula del Insti a la vera del acueducto donde yo me examiné de ingreso tomaba el tren tranvía y se iba a Madrid de putas pero dicen que tuvo un amor platónico con esa doña Guiomar, nombre supuesto, también poetisa mujer casada que no quería escándalos.

El vate que ya no guardaba luto por su mujer la soriana Leonor se resarcía de sus frustraciones con vino de Navalcarnero y visitas a los colmados de la calle Echegaray. Según me contó una vez otro de sus biógrafos José María Moreiro y que había estudiado el tema de estas relaciones fallidas entre las pilunguis del arrabal madrileño el literato no tenía buen cartel. Era lento tardón y un tanto casposo. Dicho de otra forma que no le iba el meneo vaya.

Sin embargo, ahora los cronistas cuentan al respecto lo que les viene en gana.

Por ser republicano Antonio ha sido canonizado por la chusma socialista que pervive entre nosotros al igual que García Lorca o Miguel Hernández pero ellos no constituyen más que una mínima parte de la gran literatura española. Son la mota de arena en la inmensa playa de nuestras letras. No hay pues rigor. Todo se ha politizado y ahora tenemos a esas chicas Hermida de los carnosos labios bezos y ellas tan de derechas (todas operadas) que aspiran a un cuadro de honor entre los inmortales, publican libros, escriben novelas malas, y andan de la ceca a la meca y en candelero. Son mogollón una buena tropa feminista moviendo el bullarengue y haciendo ojitos y galanteos por cámaras y micrófonos.

 

A mí estos enjuagues, trampantojos, minus valoraciones, olvidos, desconsideraciones y despropósitos me dan un poco de pena. Porque son maulas y añagazas del Contubernio. Seguramente que ninguna de estas divas ha leído “Campos de Castilla” van a lo fácil y encuentran campo abonado para su encumbramiento y pose en la letra muerta. Creo que el verdadero libro que habría que escribir sobre el mitificado Antonio Machado se refería a la desdicha de contar con una virilidad en merma que redunda en su carácter alcohólico y lo atrabiliario y ácido de su poesía pesimista. Ahí está la verdadera clave de un buen libro en vez de escudriñar las cartas platónicas del lírico a una ninfómana, la tal Valderrama que le ponía los cuernos a su marido un militar de alta graduación hasta con el lechero.

Descripción: https://1.bp.blogspot.com/-qfJRYZrLAdM/XPKG5NZNV1I/AAAAAAAAQk8/thLWcOlL8y8_5ctMBPWTQRUkIybmj8O5ACLcBGAs/s320/MOSAICO%2BROMANO%2BEROS.jpg

 

ESPAÑA MI NATURA

 


 

ESPAÑA Y RUMANIA DOS PAISES HERMANOS

 

Unas navidades en Bucarest hace muchos años escuché un villancico que me emocionó "Trian Culea" y era un canto de alabanza al emperador Trajano el que romanizó aquella lejana provincia del Helesponto.

Las campañas se hicieron con tropas traídas de España. El rumano y el castellano se parecen gracias a los legionarios de la Legio VII Victrix y a la Augusta Flavia, la una de Astorga y la otra emeritense, con campamentos en Gijón donde cargaba onerarias para las Galias. Otra agrupación militar operativa que instruyó al emperador Trajano en la conquista de la Dacia y en sus luchas contra Decibalofue la Legio XII Pía Fidelis. Todos los estudiantes de románicas sabemos que los rumanos son gente buena, humilde y muy trabajadora por sus raíces campesinas y un pueblo que ha sufrido mucho tanto como el español.

Una de las características de la romanización fue la ruralización y este signo agrícola influiría en que se aceptasen, dado la fuerte religiosidad de los latinos, se pasase del sincretismo pagano o los discurso a la religión del Crucificado sin solución de continuidad. El evangelio lo predicó en Iliria en Panonia y en Rumania san Nicetas hacia el siglo V, sus vecinos los búlgaros, ilirios no se bautizarían de la mano de las predicas de san Cirilo y Metodio hasta el siglo IX.

 En el Helesponto escribiría Ovidio sus mejores poemas cuando estuvo allí desterrado, cantando a la tristeza de las cosas y la vanidad de los afanes humanos. Se produjo un milagro la fusión mediante uniones matrimoniales de los pueblos escitas y eslavos con los antiguos colonos romanos llegados de Hispania. Curiosamente la Dacia se cristianizó en el siglo IV pero no adopta el rito romano sino el griego conservando sus fuertes conexiones con Bizancio.

Otro tanto ocurre al otro lado del Mediterráneo los visigodos van a alabar a Dios en el idioma griego, que era el que se hablaba en Jerusalén en tiempos de Cristo hasta Chindasvinto, cuando el Concilio de Toledo impone el latín. Adoptaron la religión ortodoxa como algo incoercible e inextricable del carácter nacional. El patriarca de Bucarest viste como el papa de roma también de blanco. Si vais a Roma seguramente quedareis extasiados ante los primores de los relieves de la famosa Columna Trajana donde se narra no solo la victoria del emperador español que acabó por someter al yugo romano a los transilvanos sino el arrastre de un Menoráh o candelabro de los siete brazos hasta Roma en son de triunfo desde Jerusalén los judíos fueron sometidos por Tito y Vespasiano el año 69  de nuestra era, así como una replica del "vallum" o muralla que construyó su sucesor Adriano (español de Coca) de casi mil kilómetros bordeando los Cárpatos y la Panonia como muro de contención o cordón sanitario frente a los bárbaros del norte.

Un esfuerzo titánico que nos hace sentirnos orgullosos tanto a rumanos como hispanos de nuestra romanización. Los rumanos en  sus misas ortodoxas de más de dos horas de duración compiten con los rusos en cantos a capella, músicas divinas que elevan el corazón. Ojalá que nunca se pierda o ese cambie ese ritual como fórmula de alabar a Dios.

 

ESPAÑA MI NATURA

 MEDARDO FRAILE

Suena  el latiguillo de los niños de san Ildefonso predicando el Gordo que anuncian la Navidad y mañana el Día de la Salud porque esto de la lotería es el bálsamo de Ruibrás. Que no toca a nadie pero las teles y las radios despliegan directos en busca de los afortunados.

 Por toda España se descorchan botellas de cava y habiendo champán y mujeres… y yo villano en mi rincón leo a Medardo Fraile (Madrid 1925- Glasgow 2013).

Sus cuentos memorables se publicaban en la Gaceta Literaria.

Era junto a Aldecoa el mejor cuentista del idioma y fue uno de los muchos entre los cuales me cuento que cruzaron el Canal  y se fueron a enseñar español a los ingleses, ardua labor, pero que sólo fue posible en aquellos tiempos de esperanza.

You never had it so good, dijo el premier MacMillan y era verdad porque sus palabras anunciaron la llegada de la sociedad permisiva, la píldora, Carnaby Street, los Beatles y los Rolling Stones.

 Inglaterra era la Arcadia Feliz que se despojaba del puritanismo y tenía una consigna haz el amor y no la guerra. Hoy la enseñanza del español no es preceptiva pero la lengua de Cervantes nos dio de comer y atesorar experiencias.

Aprendimos a entender a distancia  España en sus virtudes y en sus defectos plasmados en su rica literatura.

La crueldad del catolicismo se compendiaba con la ñoñería y la superstición pero también el valor y la hidalguía del españolito de a pie.

La anglofilia trajo en pos de sí una estela de ñoñería, atavismo tópico y  típico de prejuicios de muestras clases dirigentes que casi nunca estuvieron con el pueblo.

 En el fondo veníamos huyendo de la maldición de los borbones, de las levas de emigrados que trajeron nuestras guerras civiles las cuales por desgracia tuvieron un epicentro en Londres donde mandaban los Rochilds. España  hace los hombres y los deshace.

La Penúltima Inglaterra” explica este fenómeno de la desconsideración y el desprecio al escritor de valía en un párrafo: “Este libro es una pequeña antología de poemas en prosa escrita por un español que para nuestra vergüenza tiene que peregrinar por otros mundos, por otros cielos, ganando fama y honra que aquí le hemos negado”.

En alguna ocasión nos carteamos cuando yo era corresponsal en Londres.

Decía que le gustaban mis crónicas cuando mi pluma se columpiaba jocosamente en el columpio de la política inglesa a la izquierda Wilson a la derecha Heath.


Nadie ha celebrado el centenario de este escritor que cultiva la “short story” con el primor de un Clarín, de Guy Mauppasant, de un Chejov, de un Gorki. Pero yo sí

lunes, 22 de diciembre de 2025

2025-12-21

 VIENDO A LOS LEONES DEVORAR CRISTIANOS EN EL COLISEO

Posted: 05 Apr 2019 04:08 AM PDT

 

VELLUM TEMPLI SCISSUM EST ET OMNIS TERRA TREMUIT. SE RASGÓ EL VELO DL TEMPLO Y TEMBLÓ TODA LA TIERRA

 

Roma madre de pueblos ciudad del amor su nombre me retrotraía a aquellas tardes de invierno en mi pupitre del aula de estudio pasando paginas del Raimundo de Miguel el gran calepino mirando para la Mujer Muerta. El aire frío de la ventisca  se colaba bajo los ojos del acueducto. ¿Qué será mi vida Dios mío la estoy empezando? El busto de Tito Livio me sonreía desde la portada del libro de tío Livio que don Valeriano fue a comprar a la calle Barquillo y yo pasaría cinco años en la Plaza del Rey habitando con el duende de las Siete Chimeneas. Jacobo I de Inglaterra vino a casarse con una infanta la cual diole calabazas, aquel rey moriría en la horca y su fantasma merodearía por los pasillos. Allí estaba un banco y luego pusieron un ministerio.  No sé si habrá un registro de los hados que marca la ruta de nuestros designios. Vida errante. Soy judío. Flavio Josefo contó la destrucción de Jerusalén por las legiones de Vespasiano en castigo por haber dado muerte al Inocente. El templo fue arrasado y su velo se rasgó cuando el sermón de las siete Palabras. A lomos de prisioneros israelitas el Gran Candelabro de los Siete Brazos fue arrastrado durante cuatro mil kilómetros hasta la Ciudad Eterna. Jerusalén, Jerusalén, que matas a tus profetas quedó convertida en Aelia Capitolina. Fuiste señora y ahora esclava te condenaron a vagar por el mundo. Vida errante. Me lo contó Vilicus uno de los guardias que custodiaron la agonía del Inocente y al pie de la cruz se jugaron a la taba sus pobres despojos las sandalias, el lienzo de pudores, un peine con el que Jesús se acicalaba la barba, y no pudieron hacer partes de la túnica de Xto porque era de una sola pieza. Era el triste despojo de un profeta vagabundo que viajó por Palestina sin dinero y sin impedimenta. Un tullido que se puso sus sandalias se levantó de la silla de ruedas y empezó a caminar, Longinos el decurión enjugó su rostro enfermo por la sífilis en el paño de pudores que había llevado el Señor, aquellos santos calzoncillos, sanó. La gente cuando se produjo el desenclavo y bajaron el cuerpo de Cristo de la cruz quedó atónita ante las cosas extraordinarias sucedidas aquella tarde de Viernes Santo en el Gólgota: Las curaciones milagrosas y las resurrecciones intempestivas vieron salir de sus tumbas a los muertos de los cementerios y el propio centurión Cornelio cuando regresó a la ciudad despues de aquel servicio se encontró a su esposa Camelia dando gritos de júbilo: uno de los hijos del militar que estaba enfermo y casi en la agonía de súbito se puso bueno, se le quitó la fiebre y pidió punzón y tablillas para describir en el viaje que había realizado — el galeno Mincio que lo curaba y el flamine que le ayudaba a bien morir habían dado al joven por muerto el hígado se le salía a cachos por la boca— y así pasamos la tarde pensando en estas y otras cosas mientras contemplábamos la naumaquia y las peleas de gladiadores.

Hay que guardar silencio en el templo de Anguerota, la vestal que me introdujo en el mundo del silencio. Séneca me enseño a dominar mi concupiscencia desde el criterio de que el dominio de las pasiones sobre todo la gula es el pórtico de entrada a la felicidad.

 El silencio es inefable puesto que la palabra a veces ofusca el entendimiento y empecé a ver claro cerca del circo máximo. Los gladiadores hacían músculo en un campo de entrenamiento cubierto de grava. Olía a embrocado y a sudor. Los reciarios hacían movimientos con la red, los andábatas extendían el tridente y un esclavo subalterno les enseñaba cómo tenían que gritar ave cesar los que van a morir te saludan. Un calificador catalogaba las posibilidades que tenía el etíope Ursus de vencer a un tigre que le soltarían media después. Se escuchaba el rugir de la multitud. Un sol de justicia caía a plomo sobre Roma. Los luchadores ensayaban llaves y estratagemas para derrotar en la lucha a su oponente. Un clavijero que debía de medir dos metros limpiaba el “anguis” o enseña militar con un dragón pintado que abriría carrera de la procesión de tres vueltas al ruedo y otras tantas prosternaciones ante la tribuna del emperador. Vi a Nerón. Era un tipo rechoncho de ojos grandes y nariz gruesa. Una diadema de oro orlaba su frente, llevaba tres anillos de zafiro en los dedos y su aspecto era el de un hombre vulgar de origen germánico. Estaba gordo y lanzaba constantemente risitas y carcajadas. Bebía vino de Salerno y, antes de empezar la función, ya estaba “trompa”. Un “signífer” o adelantado de centuria trepó a lo alto de la columna trajana y soplando en un añafil de plata tocó el clarinazo que marcaba el inicio de las espectaculares “joci” circenses. La chusma enardecida vitoreaba al emperador y gritaba:

—           Panem et circenses

Fuese menester tener contento al pueblo y propicios a los dioses o no el hecho era que ésta era la política de los emperadores. Arriba y abajo. En lo alto estaban los dioses y el senado romano, abajo el ejército y el populacho. Por las gradas se veían sombrillas y parasoles para guarecer del sol aquellas caras tostadas de los libertos y el bello cutis de las matronas. Vendedores ambulantes recorrían los vomitorios vendiendo agua de nieve y pepitas de calabaza. Se cruzaban apuestas sobre los contendientes. Unos apostaban por los que habían de perecer en la arena y otros por los gladiadores victoriosos. Cantaban sus nombres y se proclamaban “addicti” de su combatiente preferido. Unos apoyaban a Carneades un griego con cara de matón al que le faltaba un ojo que pegaba golpes certeros y ganaba todos los combates y otros a un tal Rufus venido de Hibérnica que era el terror del Coliseo.

El día de circenses las vestales tenían la tarde libre. Y algunas acudían a los juegos causando entre la hinchada admiración por su belleza serena y llena de quietud. La vestal maesa portaba una diadema sobre la frente; la joya injerta en amatistas, diamantes y zafiros hacía aguas deslumbrando a los espectadores. Uno de los gladiadores cayó derribado por su contrincante cuando se distrajo mirando para el tendido reservado a las vestales. Les daba escolta a las jóvenes una cohorte de los más fornidos eunucos, algunos de ellos provenían del Alto Nilo, eran númidas. Antes de entrar al servicio del templo eran castrados previamente. También custodiaban a las meretrices del harén del emperador. En el anfiteatro los númidas se destacaban por sus cuerpos atléticos, y el rigor con el que cumplían con su deber: mantener a buen recaudo a las vírgenes consagradas a Júpiter de la lascivia del populacho. Violar a una vestal constituía uno de los delitos más horrendos del derecho romano, castigado con la pena capital previa emasculación del delincuente. Una vestal tampoco podía ser condenada a muerte. Permanecían encerradas entreaño. Al llegar las saturnales, sin embargo, era quebrantada su clausura y salir a la calle. Se las veía pasear por la Vía Apia arrastrando sus peplos y ricos mantos de seda guarnecidos con as más ricas alhajas extraídas de las mejores minas del imperio. Roma no pagaba traidores. La gran solidez y consistencia que duraron más de seis siglos se apoyaba en la norma del derecho el cual a su vez tomaba como columna basal dos conceptos: el “jus” (derecho) y la “virtus”. Tuve yo allí un esclavo griego, Andronicus, que me enseñaría las pandectas y todas las intríngulis bizantinas de la casuística. Los hados y la superstición eran otra característica que servía de base a su concepto sincretista de la religión. Eran un pueblo práctico. ¿Por qué conformarse con un dios único — aducían los flamines sacerdotes de Júpiter— cuando la divinidad puede constar de tantas variantes en medio de una realidad tan complicada variopinta y diversa? No hay respuesta. Sólo sé que no sé nada. Lamentablemente, las religiones fueron la causa de muchas muertes y peleas entre los mortales. Allá cada cual con su creencia.

En un rincón del anfiteatro aparecían despavoridos y sollozantes como medio centenar de personas. Entre ellos había viejos mujeres y niños, unos se mostraban temerosos y sollozantes pero otros aparecían alegres y como deseosos de alcanzar la palma del martirio en la boca de los leones. Iban a ser sacrificados por haberse negado a quemar incienso en honor de los dioses. El egregio luchador Silvinus Carassus parecía querer arroparlos, dispuesto a defender a aquellos postulantes de una religión nueva predicada por un judío llamado Saulo. El cual aseguraba que Jesús su maestro había bajado del cielo para salvar a los hombres pero murió en una cruz (el tormento más ignominioso para un romano) condenado por el consejo de ancianos de Jerusalén para quienes era un blasfemo por haberse creído hijo de Dios.

Vistoso y abigarrado espectáculo el que ofrecía aquel recinto abarrotado ocupado por una chusma ávida de emociones fuertes. Cerca de sesenta mil almas contemplaban la arena desde los tendidos. Unos reían, otros lloraban a causa de las riñas frecuentes y otros jugaban a los dados. La ludopatía era el vicio mayor en Roma. Se jugaban a la mujer, a la madre, las fincas, la casa y perdían hasta la camisa. De pronto se notaba barullo en una grada. Dos espectadores se estaban pegando en ese momento escupía el vomitorio un pelotón de soldados que zanjaba la disputa a machetazos. Los juegos duraban todo el día hasta la noche por lo que había que traer merienda. Se veía a algunas mujeres comer a dos carrillos bocatas de jabalí o una salazón de pescado que llamaban garium. Regaban la merienda con vino aguado. Sobre todo las mujeres libaban de lo lindo. Apuraban las “pocula” (jarros) Una matrona que le había dado al pimple más de la cuenta se puso a cantar canciones obscenas y recitar versos de Plauto se llevaba las manos a los genitales y exhibía los pechos al aire por culpa del vino. La plebe empezó a silbarla y jalearla y se preparó todo un espectáculo. Estaba beoda. Había consumido dos cráteras — casi una cántara — de morapio de Lesbos que en las “cauponae” (tabernas) se consideraba el más fuerte. El pueblo se divertía con la vieja. Quería pan y circo. Nerón dio la señal y un trompeta (el “tubicen”) soplando por la tuba tocó una diana florida, saltaron a la arena, rugientes y en manada, los leones que habían de despedazar a los cristianos,