PERIODISMO DEL SILENCIO.
Antonio Parra
Me afianzo en lo superlativo huyendo de lo diminutivo de nuestra vida venial y gremial y comienzo deseándolo a Julito, al que todos queremos y conocemos de antiguo, y perdonamos sus pecados y sus pedos, sus pecadillos y pecadazos, quien no los tiene, y el que esté limpio de culpa que tire su primera piedra, pero los que sabemos qué es persecución y somos trigo limpio en medio de estos almiares putrefactos, y seguimos, impasible el ademán, (quién no ha tenido alguna bronca con Merino alguna vez, grescas de juzgado de guardia en las que sale a relucir de todo hasta las siete señas del hijoputa, mas luego no era nadie, es incapaz de guardar ningún rencor este egabrense un poco squarehead, un poco loco de Guttemberg, que yo creo que ha leído demasiados libros de Unamuno, es difícil que dé el brazo a torcer, y en él lo malo es ese puñetero pronto que tiene) muchos éxitos le auguramos en la aventura editorial que acaba de emprender. Julio es arisco y a la vez encantador como todos los cristianos viejos. No es un tornadizo ni golpista, ni nada de eso.
El rigor a sus principios merece todos los respetos. Salta, como todos nosotros, a las páginas de la actualidad desde el Periodismo del Silencio. Ha demostrado que tiene redaños puesto que a un periodista hecho y derecho como él lo metes en galeras, en el limbo del no ser, y eso supone una medio condena a muerte. Él lo ha aguantado con estoicismo. No en vano es paisano de Séneca.
“El otro Franco” es un buen texto aunque después de leerlo echo en falta el período ovetense del militar cuando fue destinado de comandante al Regimiento Milán. Fue en Asturias donde empezó a estudiar y a entusiasmarse con la idea de España y donde tuvo sus más y sus menos con las fuerzas vivas de la región, quienes le donaron con el apodo del “Comandantín”. Su noviazgo con una Polo también ofreció sus lados problemáticos. En dos ocasiones estuvo a punto de suspenderse el himeneo; una por la oposición de la familia y la otra a causa de la guerra de África. Fue convocado en vísperas de la boda. El lacónico Franquito dicen que dijo:
-Carmencita puede esperar. España, no.
Y así, otra vez a torear. Las balas como las cartas siempre llevan tu nombre y dirección. Cuando vienen no queda más remedio que “abrirlas” en la esperanza de que no sean letales, sólo tiros de suerte. Las relaciones con Mola también siguen un tanto difusas e inéditas y uno de los grandes misterios de la biografía. Claro que a lo mejor a Merino en vez de un libro de trescientas páginas le hubieran hecho falta mil quinientas.
En Asturias tuvo para sí el descanso del guerrero. Largos paseos por la finca de Llanera y ya de viejo lo que más le prestaba del mundo era marchar a pescar al río Narcea y meter al “Campano” en su retel.
Nos alegramos del triunfo de su libro sobre el General y se lo pasaríamos por el morro a más de uno, a ver si te enteras Contreras, aunque me temo que estos libros que postulan la verdad, son ponderados, ni hagiográficos, ni puras acrimonias como la de aquel mal estudiante del colegio de san Antón, flecha de todos los campamentos y becas facilitadas por la OJE, de padre rojo luego enchufado en Sindicatos, al que en el SP llamábamos el Narices y que cuando entró en la redacción con tantos granos y diviesos en la cara pensábamos que su acné era debido a su manía masturbadora, y otros que escupen contra su pasado y las leyes de la gravedad que no perdonan hacen posar el gapo sobre sus hombros, susciten las iras y bilis del personal. En aquel tiempo en este país de carnés y de fichas catalogadas a nadie se le hacía escrutinio de sus orígenes. Una pena que vuelva a haber bandos y se excaven de nuevo trincheras con dos zanjas: ellos y nosotros. Corderos bienaventurados a la derecha y condenados y precitos cabrones y cabritos a la izquierda. Unos al cielo y otros al fuego eterno.
Ya verás, Julito, que como volvamos a ganar, estos que ahora se desapuntan con tanto desparpajo volverán a hacer oposiciones para ingresar en el cuerpo de profesores supernumerarios con un aval del jefe de Centuria de Falange de su lejana provincia. Por cierto, el flecha del campamento, pajillero y meón, por otro nombre el Narizotas - cualquier día de estos le echan de Segovia que es mi pueblo o los cadetes le pegan una paliza que es lo que traen estas historias de remover el fango de la guerra civil que creíamos enterrada- el otro día desde una columna de la Prensa del Meneo él que formó parte de la prensa del movimiento, con pretensiones de furibundo Sansón quería derribar la cruz alzada de Cuelgamuros con los cuatro evangelistas de Avalos dentro, sus cuatro flancos y todo. Iskra de su furor. ¡Vaya un pión! Que le sirvan dinamita. ¿Volarán la montaña donde está la cripta catedral, sarcófago de tantos muertos? ¿Tendrán cojones?
El libro suscitará reacciones de todos los colores. Los enemigos de la verdad están que trinan pues es un nombre que aún levanta ampollas y a la culebra le gusta cambiarse de camisa - a sabiendas de que en los disfraces estriba su poder de humo y confusión- y procurarán por todos los medios impedir la difusión del escrito. En otra cosa que son expertos estos manipuladores de nuestra memoria es en colocar mordazas y en tachar nombres. No pueden vivir sin pisar cadáveres y son responsables de la muerte civil de muchos escritores. Cada mañana veo toda una peña de fusilados que hacen cola para tomar el autobús. Son los muertos vivientes de don Dámaso. Pertenecen a una España de medio pelo, la que ficha y está en nómina. Madrid, poblado por siete millones de cadáveres. Una gran mega necrópolis nos espera al bajar la Cuesta de las Perdices.
Pastueños, sometidos al régimen a éste y al que venga, con tal de conservar la sinecura. Si les tocasen la cartera, si les echasen del ministerio a lo mejor se tiraban al monte, pero sólo entonces. De momento, estos franquistas espectros de lo que se fue sólo piensan en sobrevivir en la paz de sus adosados. Que no les molesten. Que no les vengan con milongas. Lo único importante es su vida es la hipoteca y poder hacerla frente a fin de mes o, divorciados de tres matrimonios, pasarle a la ex los gastos de alimonia. Católicos, al único santo que ponen velas es a Santa Nómina.
Y los amigos y franquistas de toda la vida instalados en su comunidad y en sus raquíticas mentes de chorlitos y en su inteligencia minúscula de torzal, a los que la noción de un Franquito juerguista, algo librepensador y con instintos libreros, ellos que se asustan de la letra muerta y que no han leído en su vida, ni falta que les hace, se rasgarán las vestiduras. Dirán lo de te has pasado tres pueblos, majete pues tienen del Caudillo una imagen hierática, descarnada, casi inhumana de aquel gran español que se llamaba Francisco Franco Bahamonde. La utilizan como elemento de acreditación, como hicieron con José Antonio, para tener una ficha e ingresar en una plantilla. España tiene complejo de funcionario cesante. Que vendió su alma al diablo, que se afilió al Psoe en catarata.
El problema de Franco es que es un coloso, un héroe epónimo demasiado grande para un pueblo tan capidisminuido como el español, que vive huérfano de su antigua grandeza y al que le están engañando como a un chino desde las instancias del poder mediático e incluso desde algunos púlpitos. Como un Cid que cabalgará milenios por la historia de España Franco ahora inspira miedo. Y a sus enemigos es que les vuelve locos, vaya. Se ponen histéricos, con la sola mención de su apellido, echan espumadas por la boca, se hacen cámaras, o se mean por la pata abajo. Tiemblan a la mención mera de su nombre más que al pedrisco. Por eso despearon su estatua de noche pues descabalgarle de día no se atrevieran, no fuera que el jinete de hierro picara espuela y el general de la estatua desenvainara su espada .y el caballo saliendo de la horma de metal en la que le vació el artista se liase a pegar brincos delante de la guardia mora, como solía.
La simple memoria les encabrita a estos sepultureros de la historia - les recuerdo que mi gran maestro Rodrigo Royo, un falangista que colocaba a rojos en su periódico, al que tanto debemos los de nuestra generación escribió una novela bajo ese título - a estos prácticos del exterminio de la “recordatio nostra” en codicilos y libelos, tan en boga. Claro se forran. Parece que hasta que salieron a la palestra los Pío Moa, los Cesar Vidal no hubiera habido historiadores. Son coto cerrado, prestidigitadores del numerus clausus, familia endogámica que no permitirán el acceso a una tertulia, donde mandan las sociologías de don Híspido Estadístico. Con tal de subir y mantenerse en el machito estos fulanos que juegan a la derecha mandarían a galeras al mismo Larra. Ellos son el gobierno y la oposición. Son el santo y la limosna. La tesis y la antítesis. Si tú te llegas a ellos diciendo que eres un poco la síntesis, te tomarán por un fantasma que les bajó del cielo de sopetón, y que no esperaban porque aquí hay que planificar todo. Hasta las ideas. Por eso, si les hablas, se quedarán de piedra abriendo la boca tres palmos:
-¡Ah!
Nuestros anales estuvieron en manos de los que perdieron la guerra civil o en manos de los ingleses. A toda una generación de españoles, la que tiene menos de treinta años, se les ha vedado el acceso a nuestro pasado. Franco- eso fue lo malo- habiendo ganado la guerra real en el campo de batalla, resultó vencido en el campo por la gran parafernalia que le fue adversa del mundo de la información, en manos siempre de los sinabobos a los que tanto admiraba. Candaron con siete llaves el sepulcro del Cid y he aquí que llegan promociones que no saben nada o que les preguntas quién era Isabel la Católica y te contestan que una guarra, que estuvo siete meses sin cambiarse la camisa.
Otra cosa que les falla es su falta absoluta de sentido del humor. Como he estudiado durante estos años los usos, costumbres, atavismos y manías de la serpiente podría volverles locos, si tiro de archivo, sé mucho de sus manías y renuncios. Pero no me da la gana hacerles el caldo. Que se jodan. Un ángel habrá borrado sus nombres del libro de la vida con el mismo afán maligno con que ellos han intentado descabalgarme y suprimirme de la lista. Para mí no existen. Son entes de razón. Entelequias literarias y políticas.
-Rubicundus erat Judas.
- Y yo creo que también mallorquín, una mosca cojonera con pecas y con gafas.
-Habló el oráculo para decir inconveniencias.
-Y ¿qué dijo?
-Chorradas. No sé si salió el chueta que lleva dentro o el subnormal profundo que le habita en el desván de su desvencijada casa.
Sólo nos salvará la poesía y a mí es lo único que me interesa: el culto a la belleza a través de la palabra. Eso y la Venus de Milo que no era blanca ni indoeuropea sino etiope como la reina de Saba. La diosa la vi surgir entre la espuma, entre la marea humana del Intercambiador. Hermosos muslos de ébano, talle de avispa. Egregia entre todo el oleaje humano de Madrid, el malecón donde se estrellan las olas de las muchedumbres del mundo, los ilotas apátridas. La bomba de Mao nos acaba de estallar entre los dedos, pero no importa, les haremos sitio. Hablan acentos extraños, el color de su piel no es la misma, pero bufan, compiten y corren ya - Gallardón dixit- en nuestra manada. La carrera de ratas está servida. Birds of the same feather- dicen los ingleses- flock together. Pero aquí vuelan plumas muy diferentes en bandas globalizadas. Esta ciudad fue siempre hospitalaria, dura y castiza, muy milagrera, amante de verbenas y botijos y más papista que el papa, aunque ya están celebrando los funerales por España. Han labrado sobre la lápida la inscripción de “hic jacet”. No sirve darle vueltas. Adiós muy buenas y ahí te quedas.
Ha sido una maniobra perfecta y bien orquestada, de espaldas a la galería. Ya no controlamos las riendas. Los políticos siguen mamando de la teta y a Juan español le engañan contándole cuatro monsergas. ¿Y para qué queríamos tanta información que desinforma? Yo quisiera ser analfabeto, no saber nada de estos tejes manejes de trastienda. El conocimiento allega dolor. Por eso sufrimos tanto los que sabemos. La revolución silenciosa toca ya a su fin aunque parece que la gente está despertando, tarde y torpemente, y se da cuenta de que le han vendido la burra mal capada. Momento amargo
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