2022-09-15

 

1986 diez años después realizó el ex corresponsal (un periodista sin periódico es un cristo atado a la columna flagelado por los remordimientos y los escupitajos del pretorio) volvió a tomar un vuelo a Gran Bretaña. Llevaba la dirección de los Yew que había conseguido escribiendo una carta al Telegraph a un miembro de la familia. Yew en inglés quiere decir tejo. Así que, fuera suposiciones y obsesiones sobre el mono tema. Míster Graham Yew era de origen galés. Todo un gentleman que trabajaba en la City en una compañía de importación de maderas finlandesas. El contacto con el polvillo de la madera de pino fue la causa de la enfermedad que contrajo por inhalación de humos y que lo llevaría a la tumba a causa de un cáncer de pulmón. Su esposa María José Heagerty era irlandesa, muy bella y muy católica. Se conocieron durante la guerra cuando Graham servía en el ejército del Aire como piloto formando parte de la batalla de Inglaterra. Rose era la mayor de los hijos habidos en el matrimonio. Vivían en Epping. Bermejo se sentía nervioso al pisar aquella tierra en la cual se habían desarrollado los acontecimientos más importantes de su juventud. Había marchado en noviembre de 1976 al ser destinado a la corresponsalía de Nueva York. Dos lustros en un tiempo de cambios tecnológicos habían renovado la faz de aquella tierra. Le pareció encontrarse en otro país. Llevaba únicamente cuarenta mil pesetas en el bolsillo en la creencia de que la suma bastaría para una estancia de una semana. A los pocos días se le había acabado el dinero. Mr. Yew se negó a recibirle. De regreso al hotel telefoneó otra vez exponiéndole el caso pero el caballero ▬sus razones tendría▬ se negó a facilitarle ninguna información sobre el paradero de Alquin y de su ex. Pagó el hotel y decidió hacer una guardia por los alrededores del domicilio durmiendo en aquel portal de la tienda de electrodomésticos. La temperatura descendió a cuatro bajo cero y Bermejo tenía por todo abrigo una cazadora de cuero que compró en el Corte Inglés. Pasó una de las noches más tristes de su vida al lado de aquel pobre derrelicto que le contaba sus aflicciones y le pegó sus pulgas. De amanecida, muy resignado, y entendiendo que aquel fracaso lo tuviera bien merecido por haber, inconscientemente, desbaratado su felicidad. Su madre había sido taxativa al respecto:

You have crucifixied her.  Has crucificado a Rose con tu conducta, tus celos, tu irresponsabilidad.

Las palabras de la señora Heagerty repicando en su memoria sumieron a aquel español de 42 años en el mar infinito de la culpa. Un infierno en el que resonaban las sentencias de Dante sobre los condenados: para siempre… para siempre.

▬ ¿No hay perdón?

▬ No

Con las mismas y sin dinero para tomar el “tubo” o el autobús optó por tomar el camino de Victoria Station. Aquel barrio le era muy grato y hacia él sentía querencia. La última vez que vio a Rose se metieron en un cine al lado de la Estación para ver una película en la que trabajaba Dick Emery y Thomas Cooper que se titulaba “The Plank” (la Plancha) que era una carcajada continua a pesar de ser cie mudo. En la famosa estación pisó por primera vez tierra londinense cuando fue Bermejo a trabajar a Evesham en un campo de trabajo. Aquel lugar, sin saber por qué, le recordaba a Rose.

El bosque de Epping es enorme. A su lado cruzaban automóviles de gran potencia que no eran los minis ni los Morris ni los Vauxhall de su juventud sino coches de alta gama. Paró en un pub a tomarse una caña pero el publicano, viendo su aspecto de vagabundo, se negó a servirle. Ya a la entrada de Golders Green el barrio judío junto al cementerio de High Gate donde está enterrado Carlos Marx, lugar que fuera una de sus primeros reportajes sobre sitios de Londres, compró un “Mirror” que no le sirvió para leer sino para guarecerse de la lluvia. Empezó a caer agua, dogs and cats, chuzos de punta, que dicen los ingleses. Ese día llovió más que cuando enterraron al Bigotes en Zafra. Estaba calado hasta los huesos. Le dolían los tobillos. Su chupa del Corte Inglés estaba empapada. Llegó a Picadilly Circus. Era una plaza desolada sin gente. Dos turcos vendían bocatas de kebab y perrito caliente. Contó sus monedas. Le daban para una hamburguesa y un café. Aquella inversión liquidó todos sus dineros. El turco  era un tipo con gruesos mostachos muy rubios y aspecto de jenízaro le miró con desprecio. Pasé una crujía y por poco muero a manos de un judío- El ex corresponsal, humillado, bajó la cabeza. Inglaterra ya no era el país de sus sueños. Estaba llena de árabes y de turcos. La iglesia de San Martin in the Fields estaba cerrada y sólo servía para dar conciertos. En Saint George donde él había asistido a una misa anglicana de Navidad el año 73 ▬por toda congregación el párroco y un par de viejecitas con gorrito entonando el Merry Christmas▬ había sido transformado en mezquita. “Sálvanos, Virgen María” murmuró entre dientes y apretó con fuerza los dieces de su rosario que siempre llevaba en el bolsillo. Aunque se sintió traicionado por una iglesia ególatra y megalómana mucho papa mucho cura y mucho obispo no había perdido la fe y seguía practicando los ritos de la religión que le inculcaron desde niño de manera privada con cantos en latín y el padrenuestro y los cantos de resurrección en ruso. La protección mariana era algo vivo que él sentía. Cuando la invocaba en cualquier peligro, Ella siempre estaba allí. “Respice stellam, voca Mariam” y ese día la Señora no cesó de derramar favores por lo que luego aconteció.

Remigio se sentó en un banco de la sala de espera. Algunos tramps se sentaban al calor de la estufa. Estaba empapado y para secar sus ropas se colocó de espaldas al radiador. De pronto entró por la puerta una mujer. Entonces le dio un vuelco al corazón. Era Linda Barns, la reconoció a la. Como venía acompañada de un caballero alto de recia barba evitó cualquier alusión al pasado. Linda optó por el disimulo. Su actual novio era un judío ruso recién llegado a Gran Bretaña. El pueblo elegido empezaba a abandonar los “shetles” y las juderías del Este se despoblaban. Estaba a punto de caer la URSS. Las ratas empezaban a abandonar el barco. Londres, gracias a la “glasnost” de Gorbachov, se estaba llenando de millonarios y de mafiosos rusos que colocaban sus dineros en los bancos de la city, sin embargo, el acompañante de mi ex novia, que se llamaba Manahén, no aparentaba ser uno de aquellos ricachones. Su apariencia era la de un judío pobre. Linda le guiñó a Bermejo un ojo como advirtiéndole que no dijese ni mu sobre el pasado. Que pasase desapercibido. No se conocían de nada. No le sorprendió. Linda la bella Linda Barns la que se parecía a Marilyn Monroe había envejecido. Su rostro estaba algo ajado por las arrugas pero sus ojos azules y su sonrisa eran los de siempre. Debería seguir volviendo locos a los hombres. Tenía un corazón grande. Explicaba su situación. Que había venido en busca de su hija pero que no fue bien recibido, estaba sin hogar y sin dinero y había venido andando desde los confines del condado de Essex. Ella le dijo que su marido era un rabino, que pensaba casarse y convertirse a la religión de Moisés. Bermejo pensó que siempre acababa entre judíos. Eran los que le buscaron alojamiento en Londres y en Nueva York. Debía de ser una querencia. Los del pueblo elegido estaban por todas partes. Él debía de tener la misma sangre pues descendía de un lugar de España como Calahorra y Hervás “judío los más” aunque lamentaba pertenecer a otra tribu diferente a la de Manahén o a la de Herr Weil el superviviente del holocausto que le hacía lavarse las manos y los pies muchas veces cuando subía a pagar la renta. Coligió el ex corresponsal que algo debería de haber. Los judíos son el bien y el mal, el exponente más vivo de la raza humana.

▬Tú te vienes a casa. Te lavas y mañana Dios dirá. Nosotros te llevamos a Heathrow.

−No quisiera molestar.

Manahén le recordaba en aquel instante la parábola del buen samaritano. Su ex novia que cubría su cabeza con una peluca y caminaba por deferencia siempre detrás en deferencia a su esposo, de acuerdo con las leyes bíblicas le hizo pensar “mucho ha cambiado Linda… no es aquella “entertainer” de mi juventud, pero todo ha cambiado, si”.

La casa estaba a una manzana. Era una casita con verja y de paredes blancas. Ellos residían en el sótano. En una bañera de egregias proporciones, similar a la de su antigua buhardilla de Roland Gardens, el Calceatense relajó su cuerpo con las aguas tibias y reconfortantes. Se limpió la mugre del camino, la liendre que le pegó el clochard de Epping los malos humores de su decepción. Lo que no pudo fregar fue la mugre que tenía en el alma. Recordaba las noches de vino y rosas cuando la Barns venía a su piso y hacían el amor en todos los departamentos del colmado y hasta en el cuarto de baño. Sus idas y venidas al piso que ella alquilaba al otro lado del río en el sector de Elephant and Castle, la noche que no le abrió y tuvo que esperar. Vio salir de la vivienda la sombra de otro hombre pero no tuvo celos. Al poco rato, su ex novia le comunicó la noticia. “Estoy encinta”. “Compóntelas como puedas. El chico no es mío” linda Barns tenía tres niños Brian, Rachel y Tom, cada uno de padre diferente.  Brian engendrado por un negro la guapa Rache hija de un rumano y Tom fue el producto de su relación con un jugador de rugby escocés. La muerte de aquel nonato que podía ser suyo pero que lo mejor pertenecía lleno su alma de arrepentimiento en medio de la duda. No se portó como un caballero. Ahora tenía que expiar aquella culpa. Se sentía bien y por lo menos limpio. Al colocarse la muda musitó la antigua oración que le enseñara su abuela al colocarse ropas limpias: “Bendita sea tu pureza que eternamente lo sea. A ti celestial princesa Virgen Sagrada María te ofrezco desde este día alma vida y compasión, mírame con compasión y no me dejes, madre mía. Amen”. Escuchó la voz de la mujer diciendo que el almuerzo estaba en la mesa:

▬Dinner is ready, Ton

La Barns lo llamaba por su nombre y semejante familiaridad metió al marido en sospechas pero nada dijo. Durante el almuerzo hablaron largamente de la situación del mundo y de Rusia. Hizo Bermejo ostentación de sus conocimientos de la lengua de los zares para disgusto que su anfitrión que le miraba receloso. Parecía haber entrado en sospechas. Un buen judío nunca se fía.

▬Yo soy de Kiev. El ucraniano es otra lengua.

Sin embargo, El rabino se pronunciaba en un inglés mezcla de ruso y alemán el yiddish.

▬Tú come. Tendrás hambre. Hay que comer.

▬Sí.

▬ ¿Juegas a los dados?

Sobre la pared del comedor encima de la chimenea había una tabla de corcho dividida en círculos que es el juego habitual en las tabernas inglesas. Sin embargo, la pregunta de “you play darts” tiene un doble sentido algo así como “me estás tomando el pelo”

▬No soy muy bueno pero entraré al albur.

Alzaron los manteles. Su antigua amiga miró para el extranjero con ojos de angustia. ¿Dónde estaban los niños? ¿Qué fue de Brian de Rachel y de Tom? Se hizo silencio. Por lo visto Manahén era un tipo violento que trataba a Linda a patadas. Los hijos fueron enviados a un orfanato. Claro. Juega.

El huésped sacó una navaja de grandes dimensiones y empezó a lanzarla contra el tablero en medio de grandes risotadas. Uno de los disparos le rozó al extranjero la punta de la cabeza. El rabino empezó a pegar voces y a gritar. Tú conocías a mi mujer, eh so marrano. Que calado te lo tenías y yo sin saberlo. Remigio Bermejo a pesar de todo conservó su sangre fría frente al energúmeno, recordando que hasta entonces nadie le había puesto la mano encima y que ganaba todas las peleas. Era tan bueno con la pluma como con la espada pero pensó en un consejo de su abuelo; no es bueno matar a un judío. Da mala suerte. Optó por la huida, salió de cuchitril pegando voces en busca de la policía. Afortunadamente, la comisaría estaba cerca y al poco regresó acompañado de los bobbies a los que explicó atropelladamente lo sucedido a recoger sus pertenencias. Efectivamente el sargento Herson comprobó que había varias señales de la faca que le lanzara el rabino. Le preguntó el policía:

▬ ¿Quiere usted presentar denuncia?

▬No. Lo que quiero es volverme a mi país.

Sin embargo Linda Barns y su acompañante quedaron detenidos.

Otra vez, caminando  hacia el Este, por Talgarth Road, hasta Hounslow, toda la noche. Cuando vio las luces del aeródromo respiró. Se sentía salvo y feliz. Otra vez la Auxiliadora le había echado una mano, ¡Pobre Linda Barns! A la mañana siguiente el ex corresponsal, pensando que Londres una mezcla del bien y del mal, donde le habían sucedido casos poco frecuentes… esta ciudad no es para mí”. Venida la mañana, tomó el primer avión de Iberia. Al regresar a su casa besó a su esposa con un amor como nunca había sentido nunca. “Mercedes no me abandonará nunca. Somos un matrimonio feliz”. Era confortante el aroma de aquellas sabanas limpias pero siguió soñando con poder encontrarse algún día con Alquín.

 

 

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