ADIOS MR. FOOT
MICHAEL FOOT UN PRÓCER
PARLAMENTARIO DE LA INGLATERRA DE LOS SESENTA.
“De mayor a mí me hubiera gustado ser backbencher” o al menos es lo que pensaba
yo cuando era más inocente cuando asistía en la tribuna de los Comunes como corresponsal
diplomático de la Cadena del Movimiento. Tras de tiempos vienen tiempos y el
hombre propone y Dios dispone.
Eran los backbenchers los parlamentarios que se sentaban en los bancos de la
oposición, el gallinero y a veces la clá de Westminster. Eran unos tipos muy
elocuentes, traje impecables a rayas, color sonrosado después de haber
trasegado un buen porto en el almuerzo, la corbata del nudo Hudson muy fino
como era la moda de tales tiempos, que escuchaban las declaraciones más
solemnes como el que oye llover, ponían los pies en lo alto de los escaños, se
sonaban los mocos, abucheaban a los ministros. No dejaban títere con cabeza.
El Speaker siempre les estaba llamando al orden pero ellos díscolos e
impertinentes, ni caso.
- Here… Here… Ay… Ay.(En el antiguo inglés es como el bai de los vascos y
quiere decir yes).
Me habían hablado de la flema inglesa pero aquellos tíos se desgañitaban
hablando com italianos, arqueaban las cejas, golpeaban el balaustrado o
pateaban la tarima y a veces se venteaban en medio de un “procedure”. En
Inglaterra no es una falta de educación ni está mal visto el irse de bastos ni
aun en medio de uno de esos speeches solemnes.
Los backbenchers sólo guardaban una cierta compostura cuando la Reina
inauguraba las Cortes allá por el mes de octubre en una vistosa procesión en
las que abrían carrera los maceros y los hombres de armas con sus chambergos
del siglo XVI las calzas coloradas, la golilla y pica en ristre como si aquello
fuese un anuncio de la ginebra Beefeater, y detrás los lores y los pares del
reino, guardaban una cierta compostura.
Durante mis primeros meses de corresponsalía acostumbraba a asistir a las
sesiones. Para los de los bancos de atrás que es lo que significa backbenchers
nada sagrado había bajo el cielo.
A Wilson lo ponían de vuelta y media. Heath era un asno elevado a la categoría
de chico de la banda y director de orquesta.
Del papa escuché verdaderas burradas o así me parecieron entonces, que luego he
ido comprendiendo la razón por la cual consideran los ingleses que arrogarse el
título de representante de Cristo en la tierra, cuando no eres más que un
arzobispo, es una blasfemia, porque es usurpar por la carne humana las
potestades de la divinidad.
El presidente Nixon, Tricky Dicky para Tony Benn, por ejemplo, pudiera pasar
por el empleado de una gasolinera de Colorado. Era cuando lo de Watergate.
Yo en los Comunes aprendí lo que es la Democracia, un juego al parchís y que la
política no es más que teatro, sólo teatro (acting). Por eso los laboristas y
los conservadores interpretaban cada uno su papel, soltaban el rollo, se
mentaban a la madre pero luego se iban juntos a emborracharse en el pub de la
esquina o, apacibles, disertos y grandes diplomáticos –Inglaterra cuando quiere
desea guardar las formas y por eso se dice que es el país que produce los
mejores espías, they are masters in desguise, expertos en el arte del disimulo,
casi mejor que los jesuitas- se mostraban como buenos amigos.
No llegaba la sangre al río en Inglaterra entonces pues, cuando llega, un
británico es siempre de temer. Yo admiraba aquella facundia, aquel desparpajo y
relajo, aquella tolerancia, aquel cachondeo.
Muchos de los ponentes eran tremebundos y se expresaban con una sonrisa en los
labios. No se tomaban en serio a sí mismos a sabiendas de que en este mundo hay
pocas cosas que merezcan la pena, porque la vida no es más que apariencia,
teatro. El gran teatro del mundo.
Sentí una vierta envidia porque aquello que veía con mis ojos que se ha de
tragar la tierra no era posible exportarlos a mi patria. En España, país
católico a veces cruel, aquellos rifirrafes hubieran provocado una guerra
civil. Los españoles nos tomamos las cosas demasiado a pecho. Adolecemos de ese
integrismo y cerrazón de un cristianismo que degenera en superstición y
catolicismo, mal interpretado que nos deparara medio milenio de inquisición, y
gemimos bajo el yugo de ese oscurantismo tribunicio de los pulpitos y de los
confesonarios con que los curas torturaban nuestras almas, nos falta ese candor
de los ingleses que ven en muchos de nosotros “ suspicious minded bastards”.
Claro que para eso los ingleses han tenido tres revoluciones y a tres de sus
reyes les cortaron la cabeza, algo que sin ser loable del todo se echa en falta
por aquí. Un backbencher típico fue Michael Foot que acaba de fallecer a la
edad provecta de 96 años. Melena leonina, gafas de culo de vaso, una facilidad
de palabra que hacía sospechar que en sus inflamados speeches había resucitado
el mismísimo Cicerón.
También tenía, al igual que el tribuno romano, un grano en la nariz y era feo y
sentimental pero nada católico. Procedía de una familia de metodista, que
adoptó las ideas fabianas y curtió su pluma en la redacción del Daily Worker,
órgano de los comunistas.
Llegó a ser un clásico de Fleet Street. Hombre frágil, intelectual mal encarado
y con aquella melena blanca a lo Papini no resultaba muy simpático a los
ingleses convencionales. Pero, todo un carácter, su oratoria arrastraba a las
masas y brillaba alto en los mítines y las convenciones del partido.
Era sobrio y vivió y murió como un buen socialista. Aquellos socialistas que yo
conocí en mi juventud nada tienen que ver con los socialistas que se estilan
entre las huestes de ZP y compañía. No hay por acá ninguna Bárbara Castle con
su corazón bondadoso que escondía debajo de una máscara viperina ni un Hugh
Scanlon, ni un Jackson, ni un Jack Jones el ex militante de las Brigadas
Internacionales, ni un Vic Feather el líder de las Trade Unions que viajaba en
metro y sólo se permitió el lujo de tener una casa de campo, un molino en
Worcestershire con un pequeño jardín, y murió con su pensión de jubilata muy
modestamente. El sueño de su vida que le redimió de una infancia de penurias en
Bradford.
Si yo hubiera sido inglés hubiera sido un backbencher y hubiera votado
laborista. Pero el laborismo inglés como el smog, el puré de guisantes, el
Yorkshire pudding o el té de las cinco aquí quedarían ridículo. England made
me. Inglaterra me hizo y acaso me deshizo porque yo nunca quise renunciar a la
españolía. Los ingleses conciben la política como un arte menor y como un
servicio. Al revés que nosotros mismos.
En España siempre fue un trampolín al que se encaramaron siempre los mismos,
los que querían enriquecerse o satisfacer su ego. Falta ese espiritu de servicio
que los británicos aplican rigurosa y metódicamente a su idea de la
administración publica, la amistad o las relaciones humanas reguladas por una
virtud que abunda o abundaba entre los ingleses que yo conocí y que era la
“compasión” (en el sentido de sentir con, ponerse en el lugar del otro y su
circunstancia, o entender, ser tolerantes y no compadecerse en la acepción de
lástima que le damos aquí) y de la cual habla Alcalá Galiano en sus Memorias
que transcurrieron en el exilio londinense desde 1823 hasta 1830.
Acaso el hecho estribe en la diferente idiosincrasia de los pueblos. En España
siempre existió otro sentido de democracia inspirado en la insaculación,
sistema en virtud del cual –no era otra cosa que sacar la bola y al que le
tocaba, pues tocaba- que nos permitió elegir buenos jueces de paz, buenos
alcaldes, algún que otro semanero, los concejos en torno al roble o los muros
de la iglesia, los usos y costumbres, el fuero.
Pero hemos sido un desastre, a diferencia de ellos, para la vida parlamentaria.
Demosgtración: la historia española a lo largo del diecinueve y del veinte.
Aquí no hay backbenchers y a la política se va como a un acto de apropiación,
de toma de posesión, y no como una vía de servicio.
El patriotismo español es diferente a su patriotismo mucho más profundo e
irrevocable. La muerte de Foot evoca en mi memoria aquella Inglaterra que yo
viví cuando la libra buceaba en la bolsa de valores, las huelgas mineras, aquel
invierno de 1971 que llamaron el winter of discontent. Inglaterra se venía
abajo y todo se iba al carajo pero la sangre nunca llegaba al río a pesar de
que estuvimos dos meses sin luz en pleno enero y febrero, el IRA no paraba de
poner bombas y todo el mundo parlaba de crisis.
Aquel inglés rotundo y bien pronunciado, elegante y tribunicio, de Michael Foot
en sus peroraciones resuena aun en mis tímpanos junto con una cancionilla de
moda que alcanzó los primeros lugares en el hit parade por aquellas fechas. No
milk today. My love is far away (Hoy no viene el lechero, mi amor está lejos)
junto con las baladas de los Beatles, las películas en el Odeon y los bailongos
en el West End y las pintas de cerveza en los augustos bebederos y meódromos
londinenses.
Todo aquello que yo viví. Goodbye to all that. Recuerdo que una vez llegué a
entrevistar a Michael Foot en su casa de Hamstead. Llevaba una cachava desde un
accidente de auto en 1963, había perdido también la visión en un ojo a causa de
un sarampión en la infancia, lo que no le privó de ser un lector empedernido.
Fumaba en pipa porque pensaba que la nicotina es un excitante del cerebro y le
impulsaba a sus largas sentadas ante la máquina de escribir, pues aparte de
orador era un escritor compulsivo y ha llegado casi a los cien años,
valetudinario, con una salud frágil pero incombustible, sin hacer deporte.
Su aspecto adusto no era más que una máscara. En aquella interviú después de
enseñarse con Franco, el tirano del mediodía lo llamaba, al final me hizo una
confesión que desbarató un poco el sentido de la entrevista: Franco I think he
is good for Spain. He is paving the way for Democracy. Había nacido mister Foot
en el mismo año que mi padre 1913 y aunque radical no fue uno de los muchos
socialistas que se alistaron a luchar en la Guerra Civil en el bando de la
republica. Así que Franco fue bueno para España.
Was he?
Ha muerto uno de los grandes próceres del laborismo y del periodismo británico.
Un pensador íntegro, un hombre austero, un idealista. Descanse en paz. Yo creo
que fue al cielo este ateo convencido.
viernes, 05 de marzo de 2010
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