CRUELDADES
Y PECADOS DE LA IGLESIA CATÓLICA
Insertamos aquí un texto escrito por nujestro querido compañero,
Tomás Virseda Sanz, en la que se pone de manifiesto la sevicia de algunos
clérigos que nos educaron. Nosotros no padecimos absusos sexuales, aunque el
padre Muñana se arrimaba mucho la carita cuando nos confesábamos. Tuvimos
que lidiar con algo peor: la soberbia y la crueldad inane e inmane, de
inmanitas falta de humanidad. V
irseda vibra en la misma cuerda que yo toco en miSeminario
Vacío Los pecados Mortales de la Iglesia.
Ésta nunca nos ha pedido perdón ni acedió a nuestra
demanda de ser ordenados a pesar de la carestía de sacerdotes. La
diócesis de Segovia se nutre de curas polacos, keniatas, colombianos,
algunos dicen que son curas pero no lo son. El papa Francisco mucho predicar
pero sin dar trigo. Un desastre. En el pecado llevan la penitencia.
En el fondo el seminario nos marcó de por vida y en el fondo
seguimos siendo curillas. Et qui potesta capere capiat que
dijo Nuestro Señor Jesús. Ningún rencor guardamos pero nos quedan en el alma
cicatrices
LA
CICATRIZ
....y la adolescencia trajo consigo el infortunio al corazón de
aquel muchacho. El despertar de sus sentidos imponía su ley acrecentando cada
día sus dudas y vacilaciones; el acoso
de la "carne" ejercía tal presión que comenzaba a ser insoportable;
el "demonio" siempre alerta urdia sus redes y propiciaba acciones
transgresoras como naturales o las dulcificaba con ardides aduciendo que en el
"mundo" esos "tres enemigos del alma" no eran tales sino
que formaban parte de su vida, de todas las vidas. Semejantes maquinaciones
reforzaban su atractivo ante la posibilidad de transitar aquellas "sendas
prohibidas" que
lo embelesaban ....... a la par que resolvían, bajo su particular modo de interpretarlas, la
necesaria liberación del superávit de testosterona que acumulaba; al fin, lo
doblegaron y claudicó.
Deambulaba ya por
una de aquellas "veredas" sin que la VERDAD la BELLEZA o la FELICIDAD
a las que su naturaleza propendía , le fueran reveladas. Pronto, sin embargo, los
vestigios de inocencia que aún retenía en su espíritu y su candidez despertaron
los recelos de aquellos centinelas de la pureza del sistema y de la castidad
obligatoria quienes, con argucias y subterfugios, detectaron indicios e identificaron a los "senderistas"
verificando en tiempo récord con su proverbial perspicacia aquellas excursiones
y la "carga pecadora" que transportaban en sus
mochilas.
Y el desenlace fue traumático.
Un día de primavera de aquel imborrable tercer curso académico, asistía
a clase cuando entró en el aula el jefe
de estudios quien en voz baja se dirigió al profesor; éste hizo un gesto de
asentimiento y pronunciando su nombre lo miró y dijo: "salga y
acompáñelo". Enfundada su ya espigada figura en un exiguo y raído
guardapolvos beis, caminaba en silencio tras el supervisor.
¿Adonde vamos? -Preguntó.
Pareció no haberlo oído pues continuó su marcha sin ni siquiera
mirarlo. Era un hombre de mediana edad, receloso, de actitud inquisitiva y
gesto severo, nunca se le vió reír; vestía una sotana impoluta con botonadura
forrada y alzacuellos muy blanco, las manos siempre ocultas en las bocamangas
que solo extraía para reprobar, advirtiendo con su amenazador dedo índice, las
impulsivas travesuras de los alumnos; impecablemente afeitado se peinaba con
raya a la derecha y andaba despacio, como si contara sus pasos, inaudibles
gracias a las suelas de goma de sus brillantes zapatos negros. Siempre aparecía
cuando menos se le esperaba.
Te llama el Rector-dijo al cabo secamente.
La respuesta lo dejó atónito y presintió que algo grave iba a
ocurrir. Avivó el paso para ponerse a su altura y acongojado y con voz trémula,
insistió:
¿ ...y para qué me llama?, suplicó.
Lo miró con displicencia y, sin detenerse, respondió:
Ahora lo vas a saber
La puerta estaba entreabierta, llamó tímidamente rozando apenas
con los nudillos Se
oyó decir "adelante", puso una mano en su hombro y con un leve
impulso dijo: "entra"; y se marchó.
La tensión e incertidumbre que soportaba trocó en angustia al ver a su padre,
de cuya presencia no había sido advertido. Estaba sentado frente al rector, se había descubierto y sujetaba
la boina que colgaba de sus manos encallecidas. Lo saludó con un beso pero en
aquel rostro curtido por mil inclemencias solo apareció una desgarradora mirada
de reproche.
Mecánicamente se acercó a la silla vacía de madera labrada y apoyó
una mano sobre el respaldo.
Permaneció inmóvil, expectante. Mientras el rector, obviando su presencia, rasgaba
con parsimonia un sobre con su abrecartas refulgente y mango marfileño. Le
atrajo su atención el portalápices de cuero repujado con el escudo
episcopal que tenía sobre la mesa de caoba junto a un breviario impecable,
primorosamente encuadernado en piel, con titulares y canto dorados.
De nuevo buscó refugio con su mirada en la de su padre y solo
halló enojo y amargura. Y se sintió confuso y desorientado. El rector,
impasible y ajeno al drama que se estaba viviendo al otro lado de la mesa,
depositó al fin la
plegadera sobre el tapete y con voz engolada y tono petulante que evidenciaban sin disimulo
su altivez, ordenó, sin ambages, con cruel condescendencia:
-"Se va Vd. a casa, recoja sus cosas y preséntese
en portería, donde le esperará su padre".
Lívido y asustado, sumido en un estado de terrible
confusión, miraba
alternativamente a
éste que, cabizbajo y abrumado, lo rehuía y al rector que lo observaba
hierático e imperturbable. Quiso decir algo y solo pudo balbucir "¿por
qué?" .....la respuesta fue el silencio, un silencio opresivo, asfixiante,
podía oír los latidos de su corazón.....él sabía que con su conducta había
quebrantado un precepto que proscribía una realidad a la que, en su criterio, muy pocos o ninguno, en aquella etapa de
sus vidas, podía
sustraerse, pero nunca fue consciente de las secuelas de la catarsis que
sobrevino.
Aturdido, reparó un instante en el magnífico crucifijo que,
enmarcado sobre terciopelo,
pendía de la pared,
tras el rector; impulsivamente
imploró su intercesión; estaba convencido de que Él lo hubiera escuchado con
indulgencia, benevolencia y tolerancia. Y sobre todo con amor.
"Puede retirarse", ordenó el rector autoritario
mirándolo con dureza; "pero es que..." logró articular con voz apenas
audible, "salga, por favor" , reiteró con acritud. En silencio, dio media vuelta, miró a su padre
que, confundido, callaba y salió.
Caminaba con pasos desmayados mientras se dirigía a la planta
superior, donde se ubicaba el dormitorio general, con las manos en los bolsillos
del guardapolvos, sin poder apartar de su mente la decepción y frustración que había visto
reflejadas en su padre. Un gran dolor y un atisbo de orfandad, que ya no
olvidaría, se adueñaron de su ánimo. Y se sintió solo.
El
claustro por el que discurría enlazaba con el corredor de las aulas;
maquinalmente, se desvió de su trayecto y se acercó a la suya; trataba de escuchar
desde fuera, junto a la
puerta de cristales translúcidos, a su profesor, que tanto le apreciaba,
impartir su lección de geografía e historia; oía con dificultad retazos de la misma, mientras con el dedo índice dibujaba
arabescos en el tabique; la lección versaba sobre el inicio de la Reconquista;
giró sobre sí mismo y con la espalda pegada a la pared cerró los párpados mientras
rememoraba entre murmullos: "Cangas
de Onís , Batalla de Covadonga, D. Pelayo, su hijo Favila, despedazado por un
oso en una cacería, Alfonso I......", abrió los ojos y reanudó su camino; recogió sus libros en la gran
sala de estudio y ya en su dormitorio extrajo la vieja maleta de madera de
debajo de su cama; con una leve presión lateral hizo saltar cada uno de sus dos
cierres metálicos, se despojó del guardapolvos, retiró las sabanas y la funda
de la almohada plegándolas sobre
la cama para no arrastrarlas, colocó todo sobre sus escasas prendas de quita y
pon y volvió a cerrarla; se
sentó sobre el colchón de borra mientras deslizaba una mirada errática por la gran
estancia-dormitorio que debía abandonar.....tres camas más allá vio, colgado de la barra del catre, un minúsculo y
desportillado muñeco de pelo rubio vestido de futbolista en cuya camiseta se leía
"kubala"....se sintió muy desdichado y le entraron ganas de llorar; al fin se
incorporó, cogió la
maleta y, entre sollozos, agobiado por su peso, tomó el camino de la
portería.....
Erró sin rumbo por muchos caminos durante el viaje de su vida y
estos fueron los primeros pasos que lo llevaron a la soledad pero también al
encuentro consigo mismo.
TOMAS VIRSEDA SANZ
Creo que este texto lo dice todo. Chapó, querido compañeros. No te
rindas





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