VALLE INCLÁN
Pontevedra es piedra hecha palabra y paisaje;
amena ciudad que dio al mundo uno de los mayores poetas de la españolía y la
galleguidad. Me retrato con el gran don Ramón en efigie anteojos de concha y
manga vacía, que se yergue ufano en una estatua de una de las rúas cerca de la
catedral.
Este don Manuel de las barbas de chivo que
pasó tanta hambre y fue tan genial. En mi hambre mando yo. Artista de la
palabra. El gran don Ramón Oérez de Ayalka nos lo describe de esta manera en
sus “Troteras y Danzaderas” gran prosista y poeta, había conseguido
maraviullosas sonoridades en párrafo y la estrofa, sensamblando vocablos según
su colior pues cía que la pjtura es `poesía muda y la poesía es pintura
elocuente. Quijote no sólo en la traza corpoiral, sino tambioen en el espiritu
de su arte, maniupuklaba el lenguaje, descubriendo haces de palabras como
ejércitos de señoresd magníficamente aseados allí donde los demás no eían más
que rebaños de borregos. Para él la palabra tenía corazón y abolenfo y en ese
arte de casar palabras se encuentra el hallazgo de la armonía que pocos
alcanzan” el gran pontevedrés se declara monárquico jaimista. Huyó
a Méjico para no ser fusilado por
Serrano el general bonito. Se le documentaba por su pavoroso acervo de palabras
acerbas, y dichos geniales. Había en mucho de poeta y algo de místico. El
misticismo de Valle Inclán era una especie de baile de san Vito de su espíritu
y en ese contexto hay que entender el mensaje de su obra máxima “Tirano
Banderas” una danza del alma y del cuerpo.
Murió, feo, católico y sentimental, poco
antes de estallar la guerra del 36 que predijo en un Madrid de odios y de
asonadas.
Sus barbas fundamentales y aunque no pasaron
de moda, son olvidadas por la inculta chusma del rojerío, que sólo adorna
flores sobre los monumentos a sus poetas oficiales. Un cero al cociente, se
trata de un gobierno de ineptas e
incultas que preside el señorito extremeño de cabeza grande que seguramente no
ha leído Tirano Banderas ni su homónimo profético de Pereda “Pedro
Sánchez”. Un gabinete que recuerda un banquete de catalanes,
vicepresidido por una trotera danzadera cordobesa que por el mundo va meneando
el nalgario feminista, un astronauta,
tres trinconas, la hermana de Diego Carcedo ese periodista asturiano de Falange
que cada vez que iba de enviado especial volvía con un descapotable, y un
mariposón. Y me digo yo qué gente lleva mi carro: tres putas y un boticario
Llego a Pontevedra, entre fusco y lusco
(entrelubricán hermosos atardeceres de las Rías Bajas), despues de haber rezado
a san Amaro, el gran santo de Galicia, para que nos libre de la santa compaña
que se retrepa en las sillas del poder de Moncloa. Preparase para los Santos el
gran magosto. Digo yo; Corazón Santo Tú Reinarás.
En fin es mejor mirar al paisaje que
contemplar el triste panorama político que nos rodea. Vuelan las arceas recién
llegadas de Finlandia. Pontevedra es hermosa y lustrosa como la vaca marela. El
mar rosma a lo lejos. Un guardiamarina de la Escuela naval de Marín iza sobre
el puente de una fragata la Roja y Gualda, he llegado al toque de oración.
Los rosjos (hojas del roble) de la carballeda
son meneados por el aire salobre y las niñeras sacan a pasear a sus rorros,
hogaño como antaño, al parque.
En el viejo recinto pétreo pontevedrés está
vedada la entrada al monóxido de carbono. No circulan automóviles. Debo de ser
por intercesión de ese santo laico el de las barbas apostólicas, tan gallego y
redicho él. Cuando regreso al hotel abro las paginas de “Jardín Umbrío” un libro
que selló mi adolescencia.
Percibo al volver a estos textos, que parecen
plegarias, el aroma olvidado de la gramática del P. Errandonea, aquel calepino
en el que aprendimos don Ramón y yo el latín eclesial. Tendré que terminar
soñando en aquel tiempo que se fue.
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