DOLOR DE
CONTRICIÓN
Yo volvía al
famoso establecimiento a sentarme en el banco de mi preferencia y que yo
consideraba casi de mi posesión junto al burladero, contrito y arrepentido.
─Déjame
pasar, Matías, un botellín nada más. Te prometo que no armaré ningún escándalo.
─¿Estás
arrepentido? Menudo sonoro que diste el otro día cuando te pusiste a cantar el
Cara al Sol cuando aquí todos son rojos.
─Si, Matías.
Te lo prometo
El maitre
había sido seminarista como yo. Él en Burgo de Osma y yo en Segovia, existía
entre nosotros una oscura ligazón, lo que llaman los militares fraternidad de
armas. Un clavo trabal sujeta las vigas del techo y por eso la casa no se
derrumba.
─El jefe don
Pepe contigo está que bufa.
─Le regalaré
una caja de puros y se el pasará.
─No creas
─Bueno pero
ya sabes un botellín y pa casa nada de cubalibres. Lo hago en honor a nuestra
amistad. Ambos somos seminaristas rebotados. Vosotros en Segovia os cruzabais la beca roja por sobre la sotana y nosotros nos poníamos un fajín a la cintura azul para
apretarnos los cojones
─Es que
vosotros erais más listos y la tenías más larga
─Bueno,
bueno, ya empezamos. Anda pasa. ¿Rezaste el acto de contrición antes de salir
de casa?
─Sí pero ya
no sé distinguir entre dolor de atrición y el de contrición
─Muy
sencillo, dijo Matías, el uno es para los pecados mortales y el otro para los
veniales
Al maitre del
café Gijón no se le habían olvidado los distingos y negó minorem subsustam
que nos explicaba en clase de moral el P. Regatillo
Pero yo al ganar mis aposentos en el Café Gijón se me alegraron las pajatillas y ya se me había olvidado mis promesas. Pedí un sanfrancisco… marchando y luego un par de gin and tonics para animarme. Acto seguido empezaba una peregrinación por las mesas de alrededor para saludar al personal. ¿Cómo estás? ¿Aun no te han llevado al Valle de los Caídos? Ni hablar.
Abusando de mi facundia peroraba loas a Franco que si los pantanos, que si la seguridad ciudadana, que ningún español sin lumbre y ningún hogar sin pan etc., y allí todos los tertulianos eran rojos. Me miraban compungidos, pero como era gente muy educada no me partieron la cara ni una sola vez porque no les daba la gana. Eso sí, reventaba el cenáculo y se iban todos para casa.
En otros mentideros pasaba lo mismo. Yo me daba una maña especial en ahuyentar comensales. Me llamaban el revienta-tertulias. Buen pájaro estaba yo hecho.
Al poco de llegar yo empezaban a verse claros por los veladores de mármol del famoso establecimiento. Los poetas tomaban el olivo y los pintores salían de naja. Manolo Vicent me miraba con indignación. Raúl del Pozo que se había levantado aquel día con la chaqueta de demócrata clamaba "esto no puede ser que venga la guardia mora". A don Pepe al que llamaban el “mono” le llevaban los demonios.
Matías se reía para sus adentros aunque por fuera fingiese
indignación, pero Fonso el cerillero Alfonso Pérez Pintor, Estilita sentado en
la columna desde donde veía pasar la vida y era en aquel lugar toda una institución, un sabio anarquista, aplaudía mis espiches y luego me contaba cómo
la otra noche había llegado el Rey en una moto y le dijo que se iba de putas.
Estos dulces recuerdos atemperaban los dolores de mi enfermedad cuando yacía en aquel lecho de Procusto delante del ventanal que daba a un patio donde crecía un ailanto y allí el cuervo Prosopopeyas, mientras acababa de construir su nido, me contaba historias.
Era un cuervo muy locuaz y yo tiraba de mi ordenador y navegaba por la red para olvidarme de la muerte. Me recriminaba mi actitud que en vez de
pensar en los Novísimos, pues estaba a punto de cascarla, me entretuviera
entrando en los chats porno, en los berreaderos chupapollas donde se homenajeaba a Príapo y a la masturbación digital, lo cual en mi caso era imposible por las razones antedichas. Mi PC era sin embargo un buen matarratos. En una de las salas transmitía una rusa que me volvía loco.
Se trataba de Olga la Larga, un bellezón siberiano que acababa de entrar en el oficio más antiguo del mundo cayendo entre las garras de un judío polaco que firmaba con el nick de Barjowy 1950.
Este fulano juraba y perjuraba: Olga serás mía. Te compraré.
¿Mercado de la carne en el siglo XXI, tráfico de seres humanos cuando tanto se
habla de derechos humanos? A fuerza de dineros y de falsas promesas se la
llevó.
Olga la Larga inocente no sabía lo que era el trato de blancas en cuyas redes fue a caer. A mí me producía cierta congoja aquella muchacha tan bella tan inocente, pero un tanto casquivana, que se había divorciado de un militar, debía de gustarla el sexo pero no era una puta.
El sino de esas pobres mujeres suele ser el mismo. Al cabo de un tiempo de ejercer la profesión de hetairas su belleza se marchita, empiezan las arrugas, las enfermedades. A la siberiana yo la veía caer por momentos. Un día apareció en el chat comiendo sandías. Uno de los voyeurs supuso lo que todos suponíamos. La modelo tenía antojos de embarazada con esa planta cucurbitácea. Estaba preñada del macarra polaco.
Pasaron unos meses, y apareció en escena. No parecía la misma. Demacrada, vestida casi en harapos, la cara pintarrajeada como una carátula. Había tenido una niña que envió a la inclusa. Al Cuento de Hadas (Bayjowy 1950) - que es lo que significaba Bayjowy en polaco-tuvo que dejarle. La pegaba, la insultaba y tuvo que regresar a Rusia desde Estambul donde se ocupaba con hombres libidinosos hijos de la gran puta del gran harén.
Me pareció con esta historia vivir una de esas desconsoladoras novelas rusas que llenaron de lágrimas mi juventud.
Olga pudiera haber sido la heroína de una novela de Tolstoi, de Gorki, o de Iván Bunín.
Me hubiera gustado poder salvarla pero yo no soy un
redentorista. Soy un pobre enfermo en la cama del hospital mayor de Madrid. A
fin y al cabo me doy cuenta de lo que significan dolor de atrición y contrición
dos sentimientos que marchan al trote sobre las páginas de este libro cuando de
pronto escucho al maldito cuervo partiéndose de risa y llamarme gilipollas:
─La cuestión
de la jodienda carece de enmienda. No te metas a mondonguero, Venivolans.
▬Callate,
cabrón. Demonio de pájaro. Nunca serás más negro que tus alas
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