2025-10-13

 POR SEGOVIA EN BICICLETA SIN FRENOS


Aquellos veranos cuando yo era alumno de Retórica en el seminario conciliar serían un pronóstico de lo  que sería mi existencia. Iba por la ciudad en bicicleta sin frenos la Orbea que heredé del Poncioano. Bajaba por la `pista a toda velocidad emulo de Bahamontes el rey de la montaña y en el llano yo era Fausto Copi o Loroño lamiendo rueda. Un día casi mato a una vieja y otro día casi me mato yo y me despeño sobre los chimorretes del río Eresma a la entrada de la Fuencisla. La Virgen me echó una mano cuando sentí que iba al agua de cabeza desde una altura de diez metros. Iba a oficiar de acolito en su Novena. Ayudaba a misa los más de los días al cura Chiquito. Había que calzarle con un escriño pues no alcanzaba al altar de la iglesia de Santa Eulalia. Ocurría igual en los bautizos como monaguillo del capellán del cementerio ─llamabase don Valerio─ porque había estipendio y después convite al pie de aquellas enormes pilas de agua bendita circulares u octogonales que recordaban tiempos medievales cuando el sacramento del bautismo se administraba por inmersión como los orientales. Trento los suprimió y ordenor la ablución. Al deramar el agua bendita algún padrino gracioso algo piripi advertía:

─Padre, échele poco agua para que le guste el vino

Y a la hora del exorcismo cuando se colocaba un grano de sal en los labios del neófito:

─Póngale mucha sal para que no sea soso.

Luego a las puertas de la iglesias un tropel de chavales en  remolino junto al niño que ya no era morito se arremolinaba esperando que el padrino lanzase monedas al aire. Con una lluvia de perras chicas y de perras gordas y caramelos se cantaba el arrobo cagao:

─Arrobo cagao que a mí no me han dao. Si cojo al chiquillo lo tiro al tejao.

Sí yo iba pedaleando por las calles de Segovia con una bici sin freno, acólito de novenas, triduos y catorcenas y troduos también verbenas verbenas de ultimos de septiembre cuando empezaba a hacer frio junto al almez de la plazoleta de Santa Eulalia frente al palacio vacio del marqués de Buitrago y la casa de putas de la Farela un poco más adelante. Se nos agasajaba con vino de consumir y soplillos y a veces en ritos de solemnidad pudieran caer una peseta baticú o dos reales. Ay monaguillo pillo que guardabas las perras en el bosillo y ser algún dia, empapado de latines y de ciencias que no valían para la vida práctica, como Shakespeare. 

Vuelvo a insistir. No sé cómo estoy vivo. Creo que le debo a la Providencia muchos arrimos que me salvaron en el ultimo instante porque yo era tan temerario como necio y deconocía los peligros del vivir. Ahora los recuerdo con horror y pesadumbre por haberme metido en tantos charcos y organizado tantos líops. Aquellos veranos, ya digo, cuando yo era alumno de Retórica en el seminario conciliar serían un pronóstico de lo  que sería mi existencia. Iba por la ciudad en bicicleta sin frenos la Orbea que heredé del Poncioano. Bajaba por la `pista a toda velocidad emulo de Bahamontes el rey de la montaña y en el llano yo era Fausto Copi o Loroño lamiendo rueda. Un día casi mato a una vieja y otro día casi me mato yo y me despeño sobre los chimorretes del río Eresma a la entrada de la Fuencisla. La Virgen me echó una mano cuando sentí que iba al agua de cabeza desde una altura de diez metros. Iba a oficiar de acolito en su Novena. Ayudaba a misa los más de los días al cura Chiquito. Había que calzarle con un escriño pues no alcanzaba al altar de la iglesia de Santa Eulalia. Ocurría igual en los bautizos como monaguillo del capellán del cementerio ─llamabase don Valerio─ porque había estipendio y después convite al pie de aquellas enormes pilas de agua bendita circulares u octogonales que recordaban tiempos medievales cuando el sacramento del bautismo se administraba por inmersión como los orientales. Trento los suprimió y ordenor la ablución. Al deramar el agua bendita algún padrino gracioso algo piripi advertía:

─Padre, échele poco agua para que le guste el vino.

Y a la hora del exorcismo cuando se colocaba un grano de sal en los labios del neófito:

─Póngale mucha sal para que no sea soso.

Luego a las puertas de la iglesias un tropel de chavales en  remolino junto al niño que ya no era morito se arremolinaba esperando que el padrino lanzase monedas al aire. Con una lluvia de perras chicas y de perras gordas y caramelos se cantaba el arrobo cagao:

─Arrobo cagao que a mí no me han dao. Si cojo al chiquillo lo tiro al tejao.

Sí, yo iba pedaleando por las calles de Segovia con una bici sin freno, acólito de novenas, triduos y catorcenas y trite verbenas de ultimo de septiembre cuando empezaba a hacer frio junto al almez de la plazoleta de Santa Eulalia frente al palacio vacio del marqués de Buitrago y la casa de putas de la Farela un poco más adelante. Se nos agasajaba con vino de consumir y soplillos y a veces en ritos de solemnidad pudieran caer una peseta baticú o dos reales. Ay monaguillo pillo que guardabas las perras en el bolsillo y ser algún dia, empapado de latines y de ciencias que no valían para la vida práctica, como Shakespeare. Pedaleando subiendo y bajando las cuestas para las cuestas arriba quiero mi mulo para las cuestas abajos yo me las subo, supe muchas cosas sobre la vida. Me empapé de las auras de la historia que me enseñaron a conocer de qué lado sopla el viento. Yo era un niño muy observador. algo sentimental, que lloraba emocionado en las sabatinas del mes de mayo Venid y vamos todos con flores a María. Creía en la bondad del ser humano en la pureza, la castidad angélica, las eglogas de Virgilio y los dramas de Shakespeare. Pedaleaba mientras tanto. Fui un niño felicidad en aquellos años de la Dictadura que hoy describen como un tiempo de horrores. Yo pedaleaba y pedaleaba empapado de la belleza del latín, la polifonía de Palestrina me hicieron niño de coro y esa hermosura que tiene el cristianismo la albergué en mi corazón pero las hormonas estaban evolucionando y me empezaron a gustar las chicas. A una vecina hija de la señora Marce la llevé un ramo de guirnaldas que recogí en el cerro Matabueyes a varios km. de la ciudad pero la Mari mi primer amor no correspondió a mi solicitud y me tiró las flores a la cara:

-- Recaditos al oído es de niños sin sentido, recaditos a la oreja es de niños sinvergüenzas. No quiero tus flores huelen a muerto. Tu vas para cura. Eres el monago del P. Valerio y no paras de cantar gorigoris. Metete tus flores por donde te quepan.

Vaya por Dios, pero tiré pa lante. Monté en la Orbea y no cesé de pedalear hasta la Granja de San Ildefonso, pasé por Quitapesares donde estaba el manicomio hecho un loco. Eran mis primeras calabazas en el amor. Tiempo adelante, recibiría otras más graves. Doña Dulcinea del Sotrondio con la cual venía yo a casarme me dejó a las puertas de la iglesia y acabé detenido en la prevención merced a las influencias de uno de aquellos seminaristas compañeros de viaje en los grandes periplos en bicicleta y que era comisario de policía en la localidad. Allí sí que me salvé por los pelos. Ahora al cabo de tantos años sostengo que no eran los hados ni la fuerza del destino. Intervino la Virgen de la Fuencisla que estiró su manto para que yo no cayera al Eresma y habló directamente desde el cielo a Teodoro Llorente para que me soltaran de la mazmorra en la cual me llevaron preso. Pasé las horas más angustiosas de mi vida encerrado en aquel calabozo de la puerta verde porque Teodoro era también devoto de la Virgen. Los dos fuimos nombrados postulantes el último día del mes de mayo y en las vacaciones del 58 hicimos una carrera hasta Mozoncillo en nuestras biocicletas y allí nos agasajó su abuela con té con pastas y vimos pasearse por los campos la sombra de don Andrés Laguna el autor del Lazarillo de Tormes. Estaba recogiendo en una cerca hierbas oficinales y al pasar nosotros nos saludó y nos impartió su bendición pues era sacerdote aunque de origen converso como tantos y tantos en Segovia los cuales consideraban a nuestra ciudad una réplica de la Jerusalén celestial.

Así que el que me hiciese la cobra a mis requisitorias de amores la hija del maestro armero y la señora Marce me pareció algo muy natural y no había por qué alarmarse pues yo ya empezaba a darme cuenta de que era verdad la filosofía de Cela: a diez solicito, nueve me dicen que no y una que sí. Con una me quedo.  Mulierem fortem quis inveniet... cantábamos en la epistola de la misa de viudas. ¿Quien encontrará la mujer fuerte?  ¿La encontraste tú? Pues yo no                    



   

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