MENENDEZ PIDAL
Mi vocación primordial era la de medievalista pero los hados me llevaron por otros caminos hasta derivar en periodista. Fui novelista serendo de vocación tardía y pegado a la pared de mi escritorio tengo un retrato de don Ramón Menéndez Pidal sentado en lo alto de una roca de las montañas asturianas, creo que era Arvás de donde radicó su familia aunque él nació en Coruña. Cuando camino del puerto Pajares me detengo al pasar, canto una salve en la colegiata de Arvás reconstruida por su hermano menor. Era un monasterio cisterciense. Arva plural de arvum o Arvás designaban los romanos a lugares de pación entre montañas. En la foto don Ramón mira pensativo hacia los valles y quizá esté pensando en que aquí sonó la primera gaita del romancero, la literatura coral, de los juglares que promulgaban las gestas de los caballeros, toda esa épica en que se fraguó nuestra nación en cuaderna vía los versos asonantes. Verdaderas obras de arte compuestas por poetas que no firmaron con su nombre pues eran cantares del pueblo. Esta anonimia, el realismo feroz, la sobriedad, el espíritu moralizante del Cantar del Mío Cid creo que forman parte del espíritu nacional. O mejor dicho formaban puesto que la España del Conde Olinos o de Altamara que canta Joaquín Díaz inspirándose en la obra de Menendez Pidal nada tiene que ver con esta España ramplona. Se ha instalado la cleptocracia. Esto es un sinvivir de políticos que roban, reyes putañeros, periodistas mendaces, y literatos que no valen un real. Los Koldo, los Avalos, los Sánchez, los Feijoo, Abascal y demás cuadrilla. Es una España que se encuentra a años luz tal vez desintegrándose de aquella que estudió profusamente el gran erudito a quien yo oí hablar poco antes de morir, ya centenario
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