ARGAVIESO AGOSTERO
Estábamos en el puente de Segovia empezó
a llover.
-No es nada
sólo una nube-dijo El padre Ubaldo
-¿Una nube?
Sí, sí, una nube. Se abrieron las compuertas del lacrimatorio celeste-repliqué
-Tú no te
preocupes, que siempre que llueve abocanás
El padre Ubaldo el eremita era
asturiano. Yo, siendo de Ronda y habiendo pertenecido a la misma compañía de
soldados en la cual él estuvo bajo las
banderas del rey en Nápoles, Sevilla y Flandes, de vez en tarde caminaba a visitarle
en la cueva donde vivía al otro lado del río y, traspuesta
Nos metimos en el cobertizo cerca del Humilladero.
La lluvia solemne hisopaba las copas de los cipreses de la sacramental. Pronto,
la creciente del río ocluía los ojos de la puente de
-Centellas
tenemos.
El padre Ubaldo encendió el fuego y
puso a hervir un cuartillo de leche de su cabra en un puchero. Por la campana
del llar penetraba una luz color ceniza, el de aquella tarde macilenta,
travesada de relámpagos y truenos.
-¡Bueno va! Pease
san Pedro y se estremezcan los cielos
Una vieja devota que servía al
anacoreta empezó a cantar el responso
del Justo Juez y luego vino el trisagio… santo dios santo fuerte santo inmortal
líbranos de todo mal amen. Como colofón de las plegarias de la mujer que las
musitaba, nerviosa y mirando para el ventanillo por donde se colaba toda la
fuerza del argavieso, vino el santa Barbara bendita en el cielo estás escrita
con papel y agua bendita en el nombre de la cruz paternóster amen Jesús… San
Bartolomé se levantó cuando el gallo cantó con Jesucristo se encontró y le
dijo, etc.…
Al agrego de la lumbre nos calentábamos
y secamos nuestros mantos empapados del agua. Al ermitaño le manaban ríos por
la cogolla y mientras se secaba el jubón enunciaba oraciones por lo bajo
pasando las cuentas del enorme rosario que colgaba del cinto. Un cuenco de
leche nos entonó el cuerpo mientras afuera la furia del argavieso azotaba las
murallas de la villa y corte. La vieja puso una vela a santa Bárbara y tapó con
su sayal un gran espejo (la luz refleja atrae al rayo, parece ser) que había a
la puerta de la cueva… santo dios santo fuerte… santa bárbara bendita en el
cielo estas escrita con papel y agua bendita en el nombre de la cruz pater
noster amen Jesús. Era la oración de los relámpagos que todos los castellanos
aprendimos desde niños
El anacoreta sacó un crucifijo que
guardaba debajo de la esclavina y lo besé con la misma unción con que treinta
años atrás besé la bandera de nuestro regimiento prometiendo lealtad al rey
Felipe III nuestro señor.
Escampó. El argavieso iba de vencida.
Salió el sol. Los caracoles procesionaban a orillas del Manzanares portando en
el arca de su caparazón las memorias de un soldado de los tercios que,
licenciado de sus banderas, se metió a monje tratando de ganar su santa vida en
religión.
-¿Habremos
doblado ya el cabo de las tormentas?
-Ahora soy
alférez de Cristo y milito en otras banderas.
-¿No será la
misma? Piénselo bien su paternidad. No marremos el golpe pues importa mucho.
-De nada vale
ganar todo el mundo si pierdes tu alma y te condenas- dijo el freire.
Yo apenas reconocía en aquel bondadoso
donado, en aquel fray Ubaldo al bravo capitán de mi compañía. Antes de regresar,
metió en la escarcela vacía que yo llevaba, harto de correr caminos y de
mendigar puertas, un bodigo. Me bendijo
y yo de rodillas besé sus manos:
-Gracias,
mi capitán
-Soy ahora
Ubaldo, el anacoreta de allende el río. Nada queda de aquel pecador cruel que
mató a cien herejes y violó a treinta mozas en el Saco de Namur.
Subí Costanilla de los Desamparados
arriba, confundido entre los rebaños de la mesta que regresaban de
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