RECUERDOS DE UN ACÓLITO DE LA CATEDRAL DE SEGOVIA PENSÓ QUE A LO MEJOR OS PODRÍA INTERESAR. SOY ANTONIO PARRA PERIODISTA DE 79 AÑOS
CANTO GREGORIANO
EL cancel de la catedral de Segovia (aquel armatoste de madera de pino de casi veinte metros de altura y tres de ancho) lo transpuse infinitas veces cuando era monaguillo. Me sabía el confiteor y el suscipiat y el canon del viejo rito.
Las palabras en latín suenan dulces y terapéuticas en mi memoria.
Era la magia del Siete, las octavas y neumas del canto gregoriano. Percibo ahora ya viejo en mi memoria los kiries y los gloriapatris conjugadas con el vozarrón del deán Revuelta que nos convocaba:
─Niños, a coro
Y un revuelo de sotanillas rojas y roquetes blancos se abría paso por la vía sacra desde el altar mayor a toda prisa. Venían los turiferarios perfumando la nave de la catedral gótica, detrás los pertigueros seguidos del magistral, el lectoral, el racionero y el fabriquero.
Sonaba la voz profunda de don Quirino el beneficiado que cantaba la Passio los viernes santos interpretando a Cristo, Matesanz el tenor lo bordaba como cronista. Don Macario hacía de pueblo dando voz a las turbas en el gazofilacio.
Recuerdo aquellos veranos de mi infancia en que me nombraron seise y tiple de la escolanía.
Bajaba pedaleando en mi bicicleta desde Valdevilla hasta la Plaza Mayor y me introducía por el cancel, casi no tenía fuerza para empujar el portón y salir indemne del capotazo del grueso telón de cuero que ponía al templo mayor a recaudo de los fieros fríos invernales de Segovia.
Allí estaba ya doña Bibi la pobre vergonzante envuelta en un ropón de piel de carnero pidiendo limosna murmurando a través de su boca desdentada la oración del Justo Juez. Una limosnita por el amor de Dios.
Yo siempre daba a la pobre vagabunda una perra gorda aunque sabía que luego se lo gastaba en vino. A su marido y a un hijo suyo los habían matado los rojos en la batalla de Brunete y se dio a la bebida.
Ya estaba todo el cabido sentados en sus sillares o apoyando el trasero en las misericordia dispuestos a entonar el Domine Labia mea Aperies.
Las palabras eran en latín pero en todas ellas palpitaba el espíritu de Israel.
Las laudes eran a las diez más cortas que Prima. Acababan con un una bella suplica intercesora a la Virgen María.
Toda la clerecía entonces salía a desayunar. Muchos eran profesores del seminario o párrocos.
Escapaban a decir misa. Nona era al mediodía y Tercia a las tres de la tarde. El oficio de Tercia se desarrollaba a la misma hora en que Jesús expiró en el Monte Clavario.
Más o menos la hora de comer y a la tarde cuando el sol se hundía tras el horizonte, Vísperas.
Y así día tras día durante casi nueve siglos.
Una melodía que no cesa y atraviesa el tiempo dejando aparte las guerras, la peste, el hambre, las secas, los terremotos. Esta continuidad de la iglesia de Segovia es una de las grandes tradiciones del depósito de la fe cristiana El canto gregoriano es todo él un fulgor de belleza contemplativa.
El hombre se abstrae de sus miserias y se eleva. A Dios deben de complacerle las alabanzas y derrama sus gracias sobre la tierra. Es otra de las grandes virtudes del catolicismo.
No lo toquéis más que así es la rosa. Cuando empezamos a razonar y cuestionar con innuendos, minuendos y sustraendos y pegas, la flor se marchita.
Cristo es el Amor y la Belleza. Permite salir la voz del amor desde sus cuerdas vocales. Gallo que no canta algo tiene en la garganta. Las secuencias y antífonas gregorianas son gritos del alma remedio de la tristeza, acicate de la alegría.
En e seminario aprendí yo a amar el canto coral y lamento que Novo Ordo haya obviado al canto gregoriano dando paso a instrumentos musicales como la guitarra o la trompeta que fueron prohibidos en las misas por Pío X. el diablo debe de estar contento por este cambio.
Dicen que el mejor instrumento musical es la voz humana. Únicamente los rusos han conservado tan gran acerbo que data de los primeros siglos de la cristiandad. Los troparios bizantinos abren la puerta de los misterios.
El ser humano ha cantado siempre en las bodas, en los entierros, en las faenas del campo, en las del hogar, en las tabernas, en el amor. Los guerreros iban a la batalla cantando. ¿Dónde ha quedado el arte del contrapunto? ¿Qué se hizo de las antiguas melodías? Comprenda el lector el desencanto de este viejo que aprendió a rezar y a cantar el oficio divino en la catedral de Segovia
antonio parra galindo
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