2022-01-13

 ISABEL DE CASTILLA, LA REINA SANTA, NUNCA FUE ANTISEMITA: QUINTO CENTENARIO DE ISABEL DE CASTILLA (recapitulación)

 

Antonio Parra

El veintisiete de Noviembre de 1504 fallecía en Medina del Campo

de dolor de ahijada- seguramente tras un proceso de larga depresión- Isabel de Castilla. En verdad era la melancolía por su hija ausente Catalina de Aragón reclusa y repudiada por su marido Enrique VIII quien  la mataba de hambre en el castillo de Lancashire donde le negaba a la desafortunada Reina de los ingleses y que era su mujer natural hasta lo más necesario la causa de su fallecimientos. El Defensor de la Fe- titulo que le fue asignado por el papa Alejandro el mismo año que fue preconizado papa: 1492- no solamente resultó un lujurioso (los ingleses siempre hicieron chistes con the seven wives of Henry the Eight) sino también un tacaño. Más que inglés parecía un escocés. Esta racanería de los Plantagenets y posteriormente de los Tudor siempre fue una detonante en las relaciones con los Trastamaras y las otras monarquía hispánicas. Entonces, los ricos eramos nosotros. Y los británicos, los parientes pobres de la cristiandad. Felipe II lo mismo que Isabela siempre ejercieron una cierta fascinación en las Islas. Eran la viva expresión de la Majestad. Sosegaos.

Juraría que desde el fallecimiento prematuro de su hijo el infante don Juan en la adolescencia el año 97 no levantó cabeza. Una reina como ella no podía morir de otra cosa que de pena. Fue la tristeza del luto por el primogénito y la ausencia de la más pequeña malmaridada en Inglaterra lo que la hizo descender al sepulcro.


Dejaba una España eufórica, una nación unida y triunfante hablando un único idioma. La lengua es el escudero del Imperio. ¡Viva Nebrija! Del día de Santa Lucía del 74 al de San Facundo de Cea en 1504 fechas en las que fue proclamada reina de Castilla en el atrio de segoviana iglesia de San Miguel al pie de la olma donde juró guardar los fueros y en la que exhala su último suspiro en el castillo de la Mota medinense median tan sólo treinta años. Fue un tiempo mágico. Alboreaba un siglo de oro y de amor. Transformación histórica impresionante.  Concluye la edad media. Se abre un tiempo nuevo. Detrás debió de estar la mano del Señor porque de otra forma esta metamorfosis que deja hoy perplejos a toda la heurística nacional y forastera. Hoy estaríamos al cabo de la calle y en el reverso de esa moneda imperial. Nos hemos desviado de la ruta. España por desgracia ha dejado de ser católica y no quiere a una reina que lleve ese mismo apodo No parece existir una relación de causa efecto. España surge de la nada por la voluntad divina. En dos siglos hay que enmarcar este esplendor. Desde el día de Santo Matía de 1500 cuando nace el emperador Carlos hasta el Día de Difuntos de 1700 cuando el último de los Austrias, Carlos II, entrega el ánima a su creador.

Un sueño de grandeza había sido consumado. Verdaderamente se trataba de un milagro porque aquella Leona de Castilla había heredado de su hermano Enrique un reino exhausto lleno de banderías, libertinajes, usura, irreligiosidad y profanaciones - en Sevilla en una procesión una moza en desacuerdo con el cristianismo volcó un orinal al paso de la Macarena y se armó un alboroto; los desmanes con asalto a la aljama incluido duraron varios días- desprecio a la monarquía y a un rey que pasaba los días folgando entre los setos, mohatras y gabelas, bandolerismo, atropellos de todo tipo a causa del problema converso, del problema muslímico y el problema hispano-hebreo cuando las ciudades vivían en un estado de rebelión y de perenne trifulca.

La iglesia estaba dominada por la simonía, la corrupción y los abusos de obispos batalladores, clérigos libertinos y monjes borrachos. Savonarola tiró de la manta. Lo ajusticiaron en Florencia por haber puesto el dedo en la llaga y por haber tachado al pontífice imperante Alejandro VI de lobo disfrazado de piel de cordero amen de su vida poco ejemplar, el apego a la riqueza y su origen marrano. En su deseo de reforma Doña Isabel impregnada de un catarismo místico quiere la unión de los altares y de los tronos pero siempre bajo la egida de buenos pastores llevados de celo misionero y anhelos de perfección. Se deja aconsejar por buenos confesores. Primero Hernando de Talavera. Después, Cisneros. Ambos franciscanos y de extracción conversa.


Hembra letrada como lo fueron las damas de su corte Lucía de Medrano, Beatriz de Bobadilla, Beatriz Galindo La latina y muy piadosa -todos los días recitaba el Oficio Divino con los capellanes de palacio, el que la acuse de antisemita miente o cuando menos está haciendo una exegesis de la historia bastante poco científica. Esta nueva Esther a la española conocía además las Escrituras. Isaías que también inspiró a Colón sería su profeta de cabecera. La saqué del bastidor de la costura y la senté en un trono, se jactaba el arzobispo de Toledo Carrillo al referirse a ella sin demasiado respeto. El eclesiástico mangoneaba a Enrique IV pero a ella no. Aquel belicoso prelado no sabía de la pasta de la que estaba hecha. Un profeta del Antiguo Testamento inspiró toda su política. El tallo de Jesé brotará para dominar todos los pueblos. Este pensamiento mesiánico es el signo de aquella monarquía. Isabela no solamente se convirtió a los acordes del lema Tanto monta monta tanto en la primera feminista - luego llegarían los Borbones con su ley sálica a trastocarlo todo- igualitaria, sino también en la primera sionista. El tallo de Jesé se levantará a reinar entre los pueblos. Quiso poner al mundo a los pies de Cristo. Castilla la concebía como heredera del pacto de Yahvé con Israel. En su corte hubo muchas mujeres inteligentes y poderosas.

 Bajo el cetro de Isabel Castilla se transforma en una potencia económica, política y cultural de primer orden con una razón de ser y una meta de futuro. Protectora de las ciencias y de las artes encargó la gramática de Antonio de Nebrija. Ciertamente la lengua es la compañera del imperio. La alegría de vivir, la ilusión por las cosas desde la óptica de los nuevos descubrimientos, la alegre creencia en el Evangelio y un cierto carisma caracterizan estos cinco lustros prodigiosos. Se roturaron barbechos y se plantaron bosques. Quiso hacer de esto un vergel. Verdaderamente España fue el paraíso.

Aconteció un verdadero milagro. Una metamorfosis. La lengua es la compañera del imperio y el ejercicio de las letras se combina con el de la espada. Pluma y espada han de ir juntas. De lo contrario no hay brío ni poderío. Puso a estos reinos, derrotado el peligro sarraceno, en un solo puño bajo el lema del yugo y las flechas símbolos de la labor y del poderío.

España era fraterna. Las crónicas hablan de la hermandad, un término que no habrá que perder de vista en estos tiempos de tan poco amor, aunque se hable tanto de que somos solidarios, que existía entre los españoles pese a sus diferentes usos y costumbres procedencias lingüísticas y regionales. Y de armonía. De belleza. De bondad. Todo lo contrario que acontecen en la  España de medio milenio más tarde. Que renuncia al esquema de unión proyectado por los Reyes Católicos. A punto de separarse. Todo se va a hacer astillas.


Hay fuerzas muy poderosas e inquietantes que trabajan concejeramente y de ocultis contra el emblema isabelino. Hoy ha desaparecido la armonía dando paso a las mil y una discordias entre españoles dando paso al recelo, la suspicacia, el odio, la agresión, la injuria contumeliosa, la ignavia, la guerra de sexos, los esposos cada un por su lado, la falta del sentido del humor, la intolerancia y el fanatismo de los herederos de Boabdil el Chico que han regresado a vengar su derrota. En vez de estética se cultiva el feísmo. Ya no se cantan madrigales con gran pericia y concento como se hacía en la corte isabelina. Nuestros soldados no quieren parecerse al Gran Capitán mientras la Guardia Civil heredera de aquellos “mangas verdes” que ella fundó para combatir a los salteadores de caminos está siendo cuestionada y sujeta a una atroz campaña de desprestigio.

El castellano se habla cada vez peor y los libros que se publican son malísimos. O libelos contra todo lo anterior. O palinodias de un sistema que fomenta el compadreo y el enchufismo de literatos nombrados a dedo. En una palabra, Isabela se ha convertido en una reliquia del pasado políticamente incorrecta pero no me la insulten llamándola nazi y fascista precisamente ella que tanto amaba y tanta consideración mostró tanto por la justicia y el apoyo a los pobres como los derechos humanos.

Extraños intereses de la hispanofobia imperante quieren demostrarnos que el milagro de aquellos seis lustros sagrados en los que se consumó el sueño de unidad y del triunfo del catolicismo no fue más que un espejismo histórico. Un manto de silencio ha caído sobre el dulce nombre de Isabel y si pudieran la quemarían en efigie. Tanto es el odio que su nombre suscita.  La montarían su cadaver con los arreos de reina el cetro y la corona y subido a un pollino lo pasearían cara atrás por las ciudades camino del cadalso.


Temen, sin embargo, que pueda resucitar. Eso les retrae de explayarse ni en vituperios o elogios. A la bicha es mejor no nombrar. Pero el milagro se produjo y esa es el gran misterio de la religión del Crucificado que en ella se declaran de pronto grandes imprevistos. No hay ningún síntoma de tal sobre el horizonte.  Pero se registran inquietantes signos como es el mesianismos, las guerras, las predicas de algunos iluminados de que se acerca el Anticristo. Porque no vendrá sin que le preceda la apostasía y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición oponiendose y levantandose contra todo lo que se llama Dios o que se adora; hasta asentarse en el templo de Dios haciendose pasar por Dios. Encuentro esta cita de la Carta a los Tesalonicenses II,1-8 muy exegéticas de lo que está pasando. Hoy como entonces. Se vivía un tiempo nuevo de muchos cambios a la sazón casi como se palpa ahorita mismo. La imputación, pues, de antisemitismo a Isabel la Católica que maneja la historiografía actual no cuadra con los postulados científicos. Ni se atiene a datos objetivos y rigurosos. Otra cosa es que se quiera hacer de la historia de España una fabula.

Existen similitudes de paralelismo de aquella época y la actual. Por ejemplo, la poca popularidad de la monarquía. El pueblo dedicaba a Su Majestad Enrique IV retahílas de befa como las Coplas de Mingo Revulgo o le emplumaba en efigie con burlas como la celebrada en Arévalo. Aquí el pueblo sabe. Ese sí que es listo. Adula con la boca pequeña y con la grande hace reserva de meterse en camisas de once varas. Puede ser peligroso pues aquí el talante y el talento son de suyo tornadizos y nos acostamos monárquicos y nos levantamos republicanos. No problem. Tengo el riñón cubierto y mis cuentas blindadas en los bancos suizos.

Ella, a mano contraria, fue tan esplendida como pobre. Empeñó sus joyas para financiar a Colón. Era la reina del amor. Una mujer que amó siempre a sus hijos. La tercera de sus vástagos no dejaba de parir pero se le morían todos en la lactancia. Al fin trajo un carón. La quinta, Catalina, era la más infeliz, objeto de su preocupación.     

Catalina en su alarmante misiva pedía poco menos a su madre que la sacase de aquel país. No le probaba el clima y estaba harta de los ingleses rudos, petulantes y llenos de prejuicios hacia el extranjero. Cuando les peta pueden resultar alguna vez racistas. Con una clarividencia profética que hoy causa asombro manda que se amarre siempre la plaza de Gibraltar bajo soberanía española al tiempo que pide en manifestación postrera de amor ser enterrada a la vera de su esposo.  La alusión a la roca Calpense tiene busilis. Tras unos alborotos populares y matanzas ocurridas en Sevilla los judíos de aquella ciudad entraron en tratos con el rey moro para que les vendiese aplazada. Creían y seguramente estaban en lo cierto que teniendo Gibraltar en su poder tendrían acceso al dominio de la Península.

Fue en Gibraltar donde acordaron agarenos y los de la tribu de Leví la entrada de los musulmanes para invadir toda España. La Jewish Encyclopaedia dice que fueron los judíos los que cursaron a los sarracenos esa invitación a la conquista del reino de Witiza. Los reyes Católicos trataron por todos los medios de desañudar aquel contubernio semita 777 años después erigiendo la cruz alzada que desbarata a la media luna y al candelabro en Granada. No porque se odiase a los árabes o a los israelitas como individuos de una raza diferente sino porque con toda la mejor buena fe del mundo consideraban sus creencias desabridas con la verdad. Fue la religión y no la raza el desencadenante de las guerras de Granada.


 Hispanófobos los ingleses - nuestro clima, nuestra posición geografía en las Islas siempre suscitaron envidias- casi siempre nos tuvieron acostumbrados a su perfidia. Tiran dos tetas más que dos carretas, dice el refrán y la lujuria y la codicia  de aquel barba azul iban a sumir a la catolicidad en el despeñadero de las herejías. El honor de una hija de los Reyes Católicos anduvo en liza. Esto aceleró el descenso a la tumba de Isabel la cual pasó el medio siglo cumplido de vida abrazada a su cruz. Sufrir y padecer es lo que cumple a una dócil y verdadera hija de la Iglesia. Ella murió santamente. El cardenal Cisneros le había dado a besar una piedra del Río Jordán como remedio taumatúrgico en el postrer trance.

No surtió remedio alguno. El sueño de su vida había sido reconquistar los Santos Lugares y arrebatar el Santo Sepulcro de las manos de la morisma con el mismo denuedo y tesón con que había entrado en Granada doce años atrás. Ella era una verdadera cruzada en el sentido mesiánico de Isaías que había anunciado la erección del cetro del Redentor como verdadero baluarte de la salvación de los pueblos a la luz de las Escrituras. Vendría a reinar desde la Ciudad Santa el Maestro de Justicia. Era también el sueño acariciado por Paulo de Tarso.

Marran aquellos que motejan a la gran soberna de Castilla de deliquios antisemitas. Vivió rodeada de judíos. Su banquero y su médicos eran judíos. Sus directores espirituales conversos. Y estaba casada con Fernando de Aragón cuyos antepasados los Henríquez pertenecían a la estirpe de David por vía materna.

Fuera de eso la coronación de su empresa fue un verdadero milagro. El prodigio - una fuerza sobrenatural, un estro profético, y su femineidad a carta cabal, una sabiduría política sin parangón, toda una estética, un gusto por la belleza, una perenne aspiración al bien, una alegría de vivir y una fe profunda de dócil hija de la iglesia, un amor a los pobres. Constituyen su signo- sigue impresionando hoy a los historiadores incluso a los que denigran y execran su figura. Isabel fascina también a sus detractores. Un riguroso análisis de su biografía nos llevaría a conclusiones lejanas: que el catolicismo es superior, que es la religión verdadera porque conserva siempre muchas cabezas ventajas sobre sus dos otras hermanas monoteistas. En ella se dio el triunfo increíble de la cruz sobre el candelabro y la media luna. Y este milagro se produjo sólo en España bastión de la catolicidad y de la cultura perfecta.


Nunca se lo perdonarán. Por eso escupen llenos de odio sobre su tumba y babosean su santa memoria con viscosidades inconfesables. Es el gargajo contra la columna. Su quinto centenario transcurre a cencerros tapados. Por lo visto no les interesa a los grandes corifeos al servicio del poder de las tinieblas. Fue un píxide viviente la dulce Isabel, una verdadera Ester de Madrigal de las Altas Torres. Y una Judith a caballo entre Arévalo y Medina del Campo capaz de segarle la cabeza al Holofernes enfurecido de la morería. ¡Qué bien supo cabalgar pues era una experta en el arte de la jineta esta amazona del Reino de Dios! Puso a Europa boca arriba.

 El islam no suele ceder terreno por allí por donde pasa. Gracias a esta mujer, predestinada y carismática, en España salió derrotado. Puso al creciente muslímico bajo sus plantas. Había recibido parece ser una misión ab alto y la llevó a cabo en medio de proezas militares y de funambulismo diplomático verdaderamente increíbles. Eso parece que tampoco se lo perdonarán jamás.

 Llevaba a Cristo en el semblante y esa aspiración mesiánica selló todos sus actos que topan con la incomprensión y la calumnia y pienso pues conozco un poco su vida y lo que de su persona se ha escrito a lo largo de los siglos que ejerció la virtud en grado heroico. Su tumba cada vez que me arrodillo ante el jaspe es para mí como un imán en Granada. Es más: estoy seguro de que ese ángel de la guarda isabelino que preserva a los buenos españoles de los embates en su diario afán, ahora en hibernación, un día resucitará y volveremos a ser grandes y fuertes, admirados y temidos del mundo los españoles. Esta es una nación de contrastes capaz de las mayores proezas y de las torpezas más inexplicables. Debe de ser nuestro sino. Isabela volverá a cabalgar en aquel caballo tordo a cuya grupa hizo cerca de mil leguas en un solo verano durante en los meses previos a la toma de Granada.

Estos años de atrás iba al mercado de Arévalo todos los martes. En esa grata y noble villa abulense me empapaba de la luz que iluminaba la mirada de doña Isabel.  Sentía su magia. Luego entraba en Santo Domingo y rezaba una salve ante la milagrosa imagen de Las Angustias que curiosamente Su Majestad mandó llevar a Granada en medio de un mar de banderas y oriflamas. Una virgen castellana hizo las delicias del fervor popular en Andalucía puesto que las Angustias son también la Macarena.

Al grito de “Santiago cierra España” y con la presencia de esta estatua sagrada se ganó para las armas castellanas la puerta de Bibarrambla casi inexpugnable un dos de enero de 1492.


Por la Virgen de Arévalo sienten los granadinos gran devoción. Allá a Nuestra Señora de las Angustias la “abuela” la llaman. Porque tiene el semblante envejecido y demacrado por el dolor y el pecho traspasado por siete cuchillos igual que la Reina Santa. Era imagen de su devoción. Esa talla aun se venera ex aequo en la villa castellana y en la Ciudad de los Cármenes.

Ser cristiano equivale a tener la conciencia de perdedor pero muerte ¿dónde está tu victoria? Nuestra derrota es nuestra exaltación. Tomamos la cruz y nos desposamos con el dolor, la afrenta, la incomprensión. Isabel la Católica sufrió mucho en sus días. Su vida no fue un lecho de flores. La envenenaron al hijo, el infante don Juan que era lo que más quería a los dieciocho años. “Mi angelito” le llamaba.

A su marido, Fernando de Aragón le tuvo que atar corto por su afición desmedida a las faldas. Llenó medio reino de bastardos. Uno de ellos llegó a ser arzobispo de Zaragoza. De los cinco hijos que trajo al mundo doña Isabel se le fueron muriendo poco a poco. Una malparió y las dos últimas, Catalina y Juana, fueron malcasadas.

Sus relaciones con la Iglesia pese a su celo y a su catarismo de buena cristiana toparon con la oposición de San Juan de Letrán. Sixto IV estuvo a punto de excomulgarla. Su sucesor, Alejandro VI, que odiaba a los españoles a pesar de ser de origen valenciano dijo algo que a la reina le llegó al alma: que la muerte del infante don Juan, el heredero, era un castigo del cielo. Y con la sede de Toledo después de ser preconizado el arzobispo Carrillo tuvo sus rifirrafes.

Afortunadamente sus sucesores en la mitra tanto Mendoza - el cardenal de España y que curiosamente era de origen converso- como Cisneros entendieron su afán de extender la catolicidad por toda la faz de la tierra.

Su corte estaba dominada por los judíos. Su confesor era Hernando de Talavera hijo de un penitenciado por la Inquisición. Lo mismo que su banquero, Santángel, su médico, su astrólogo. Beatriz de Bobadilla era esposa de un rabino. Nadie podrá acusarla a bote pronto de antisemitismo aunque su nombre registra un efervescente rencor que arrastra su cola de odio a lo largo de los siglos.


Por desgracia, su figura se ha convertido en portaestandarte del antihispanismo montara. Del triunfo de aquellas jornadas hemos pasado al sentimiento de venganza por estas fechas. Nunca la entenderán. No odiaba el mosaísmo pero creía que el islam y el judaísmo debían de ser preteridos el primero como una aberración de los fanáticos de la Kaaba y el segundo por haber cristalizado en Jesucristo las promesas de la Redención anunciadas en la antigua ley que quedó sobreseída. Era su lema una sola fe, una única bandera, un único amor. Ofreció a los hebreos el perdón si se bautizaban y estos acudieron a recibir en masa las aguas lustrales. Se cree que sólo una minoría que no llegó siquiera ni a veinte mil sujetos prefirió el exilio a renegar de la antigua ley determinado por el edicto del 30 de marzo de 1492. Tampoco ha sido perdonada ni la han entendido.

Cogió una monarquía que era el risum teneatis de los poetas en ebullición de guerra civil y lo elevó a una categoría y un prestigio como no había gozado en ningún otro país del mundo el torno español. La vida en España a mitades del siglo XV no valía un maravedí. La inseguridad diezmaba los pueblos y las villas expuestas a las tropelías de los nobles bandoleros. Las arcas estaban en bancarrota. En la iglesia los malos pastores y verdaderos lobos apacentaban el aprisco. El pillaje y el asesinato estaban a la orden del día. Jueces corruptos. El último de los Trastamaras era un pelele. La peste y el hambre se cernían sobre urbes, villas, aldeas y alquerías.

Imbuida de un fuerte vínculo con la religión católica - rezaba todos los días el oficio divino en su breviario y oía misa cantada y el coro entonaba Vísperas en su palacio-, con un enorme tesón y una visión de futuro en los años de su reinado se produjo el milagro de la unificación, la victoria frente a las huestes enemigas y un entusiasmo y una alegría de vivir y de ser bajo su mandato entre sus súbditos castellanos como el pueblo español no ha tenido nunca. Heredó un reino dividido y convaleciente en el marasmo de las discordias civiles y las revueltas y algaradas por cuestiones de religión y lo convirtió en la primera potencia del mundo. El soplo divino secundó su inspiración para dar el visto bueno a la idea de aquel loco que se creía un profeta de Israel y al que financiaron y apoyaron los hebreos de la corte, por nombre Cristóbal Colón en sus aspiraciones a llegar a las Indias por el paso equivocado.

Este numen o hálito recibido directamente del Paráclito nunca le faltaron pero Dios no ahorró para ella sufrimientos. Verdaderamente probó a su sierva. Quería hacer de su persona augusta un vaso de elección. Era el verdadero molde de reina vaciado en la sencillez y el amor. Este modelo en España y en el mundo nadie lo superó. Ojalá nos proteja desde el cielo a todos los que en este tiempo de apostasía nos sentimos católicos y rezamos en español.

 

Antonio Parra

24 de noviembre de 2004

 


DESAGRAVIANDO A LA REINA SANTA: QUINTO CENTENARIO DE ISABEL DE CASTILLA

 

Antonio Parra

El veintisiete de Noviembre de 1504 fallecía en Medina del Campo

de dolor de ahijada- seguramente un cáncer- Isabel de Castilla. En verdad era la melancolía por su hija ausente Catalina de Aragón recluida en un castillo y repudiada por su marido Enrique VIII quien  la mataba de hambre en el castillo de Lancashire donde le negaba a la desafortunada Reina de los ingleses y que era su mujer natural hasta lo más necesario la causa de su fallecimientos. El Defensor de la Fe- titulo que le fue asignado por el papa Alejandro el mismo año que fue preconizado papa: 1492- no solamente resultó un lujurioso (los ingleses siempre hicieron chistes con the seven wives of Henry the Eight) sino también un tacaño. Más que inglés parecía un escocés. Esta racanería de los Plantagenets y posteriormente de los Tudor siempre fue una detonante en las relaciones con los Trastamaras y las otras monarquía hispánicas. Entonces, los ricos eramos nosotros. Y los británicos, los parientes pobres de la cristiandad. Felipe II lo mismo que Isabela siempre ejercieron una cierta fascinación en las Islas. Eran la viva expresión de la Majestad. Sosegaos.

Catalina en su alarmante misiva pedía poco menos a su madre que la sacase de aquel país. No le probaba el clima y estaba harta de los ingleses rudos, petulantes y llenos de prejuicios hacia el extranjero. Cuando les peta pueden resultar alguna vez racistas. Hispanófobos - nuestro clima, nuestra posición geografía en las Islas siempre suscitaron envidias- casi siempre. Tiran dos tetas más que dos carretas, dice el refrán y la lujuria y la codicia  de aquel barba azul iban a sumir a la catolicidad en el despeñadero de las herejías. El honor de una hija de los reyes católicos anduvo en liza. Esto aceleró el descenso a la tumba de Isabel la cual pasó el medio siglo cumplido de vida abrazada a su cruz. Sufrir y padecer es lo que cumple a una dócil y verdadera hija de la Iglesia. Ella murió santamente. El cardenal Cisneros le había dado a besar una piedra del Río Jordán como remedio taumatúrgico en el postrer trance.


No surtió remedio alguno. El sueño de su vida había sido reconquistar los Santos Lugares y arrebatar el Santo Sepulcro de las manos de la morisma con el mismo denuedo y tesón con que había entrado en Granada doce años atrás. Ella era una verdadera cruzada en el sentido mesiánico de Isaías que había anunciado la erección del cetro del Redentor como verdadero baluarte de la salvación de los pueblos a la luz de las Escrituras. Vendría a reinar desde la Ciudad Santa el Maestro de Justicia. Era también el sueño acariciado por Paulo de Tarso.

Marran aquellos que motejan a la gran soberna de Castilla de deliquios antisemitas. Vició rodeada de judíos. Su banquero y su médicos eran judíos. Sus directores espirituales conversos. Y estaba casada con Fernando de Aragón cuyos antepasados los Henríquez pertenecían a la estirpe de David por vía materna.

Fuera de eso la coronación de su empresa fue un verdadero milagro. El prodigio - una fuerza sobrenatural, un estro profético, y su femineidad a carta cabal, una sabiduría política sin parangón, toda una estética, un gusto por la belleza, una perenne aspiración al bien, una alegría de vivir y una fe profunda de dócil hija de la iglesia, un amor a los pobres. Constituyen su signo- sigue impresionando hoy a los historiadores incluso a los que denigran y execran su figura. Isabel fascina también a sus detractores. Un riguroso análisis de su biografía nos llevaría a conclusiones lejanas: que el catolicismo es superior, que es la religión verdadera porque conserva siempre muchas cabezas ventajas sobre sus dos otras hermanas monoteistas. En ella se dio el triunfo increíble de la cruz sobre el candelabro y la media luna. Y este milagro se produjo sólo en España bastión de la catolicidad y de la cultura perfecta.

Nunca se lo perdonarán. Por eso escupen llenos de odio sobre su tumba y babosean su santa memoria con viscosidades inconfesables. Es el gargajo contra la columna. Su quinto centenario transcurre a cencerros tapados. Por lo visto no les interesa a los grandes corifeos al servicio del poder de las tinieblas. Fue un píxide viviente la dulce Isabel, una verdadera Esther de Madrigal de las Altas Torres. Y una Judith a caballo entre Arévalo y Medina del Campo capaz de segarle la cabeza al Holofernes enfurecido de la morería. ¡Qué bien supo cabalgar pues era una experta en el arte de la jineta esta amazona del Reino de Dios. Puso a Europa boca arriba.

 El islam no suele ceder terreno por allí por donde pasa. Gracias a esta mujer, predestinada y carismática, en España salió derrotado. Puso al creciente muslímico bajo sus plantas. Había recibido parece ser una misión ab alto y la llevó a cabo en medio de proezas militares y de funambulismo diplomático verdaderamente increíbles. Eso parece que tampoco se lo perdonarán jamás.


 Llevaba a Cristo en el semblante y esa aspiración mesiánica selló todos sus actos que topan con la incomprensión y la calumnia y pienso pues conozco un poco su vida y lo que de su persona se ha escrito a lo largo de los siglos que ejerció la virtud en grado heroico. Su tumba cada vez que me arrodillo ante el jaspe es para mí como un imán en Granada. Es más: estoy seguro de que ese ángel de la guarda isabelino que preserva a los buenos españoles de los embates en su diario afán, ahora en hibernación, un día resucitará y volveremos a ser grandes y fuertes, admirados y temidos del mundo los españoles. Esta es una nación de contrastes capaz de las mayores proezas y de las torpezas más inexplicables. Debe de ser nuestro sino. Isabela volverá a cabalgar en aquel caballo tordo a cuya grupa hizo cerca de mil leguas en un solo verano durante en los meses previos a la toma de Granada.

Estos años de atrás iba al mercado de Arévalo todos los martes. En esa grata y noble villa abulense me empapaba de la luz que iluminaba la mirada de doña Isabel.  Sentía su magia. Luego entraba en Santo Domingo y rezaba una salve ante la milagrosa imagen de Las Angustias que curiosamente Su Majestad mandó llevar a Granada en medio de un mar de banderas y oriflamas.

Al grito de “Santiago cierra España” y con la presencia de esta estatua sagrada se ganó para las armas castellanas la puerta de Bibarrambla casi inexpugnable un dos de enero de 1492.

Por la Virgen de Arévalo sienten los granadinos gran devoción. Allá a Nuestra Señora de las Angustias la “abuela” la llaman. Porque tiene el semblante envejecido y demacrado por el dolor y el pecho traspasado por siete cuchillos igual que la Reina Santa. Era imagen de su devoción. Esa talla aun se venera ex aequo en la villa castellana y en la Ciudad de los Cármenes.

Ser cristiano equivale a tener la conciencia de perdedor pero muerte ¿dónde está tu victoria? Nuestra derrota es nuestra exaltación. Tomamos la cruz y nos desposamos con el dolor, la afrenta, la incomprensión. Isabel la Católica sufrió mucho en sus días. Su vida no fue un lecho de flores. La envenenaron al hijo, el infante don Juan que era lo que más quería a los dieciocho años. “Mi angelito” le llamaba.

A su marido, Fernando de Aragón le tuvo que atar corto por su afición desmedida a las faldas. Llenó medio reino de bastardos. Uno de ellos llegó a ser arzobispo de Zaragoza. De los cinco hijos que trajo al mundo doña Isabel se le fueron muriendo poco a poco. Una malparió y las dos últimas, Catalina y Juana, fueron malcasadas.


Sus relaciones con la Iglesia pese a su celo y a su catarismo de buena cristiana toparon con la oposición de San Juan de Letrán. Sixto IV estuvo a punto de excomulgarla. Su sucesor, Alejandro VI, que odiaba a los españoles a pesar de ser de origen valenciano dijo algo que a la reina le llegó al alma: que la muerte del infante don Juan, el heredero, era un castigo del cielo. Y con la sede de Toledo después de ser preconizado el arzobispo Carrillo tuvo sus rifirrafes.

Afortunadamente sus sucesores en la mitra tanto Mendoza - el cardenal de España y que curiosamente era de origen converso- como Cisneros entendieron su afán de extender la catolicidad por toda la faz de la tierra.

Su corte estaba dominada por los judíos. Su confesor era Hernando de Talavera hijo de un penitenciado por la Inquisición. Lo mismo que su banquero, Santángel, su médico, su astrólogo. Beatriz de Bobadilla era esposa de un rabino. Nadie podrá acusarla a bote pronto de antisemitismo aunque su nombre registra un efervescente rencor que arrastra su cola de odio a lo largo de los siglos.

Por desgracia, su figura se ha convertido en portaestandarte del antihispanismo más pertinaz. Nunca la entenderán. No odiaba el mosaísmo pero creía que el islam y el judaísmo debían de ser preteridos el primero como una aberración de los fanáticos de la Kaaba y el segundo por haber cristalizado en Jesucristo las promesas de la Redención anunciadas en la antigua ley que quedó sobreseída. Era su lema una sola fe, una única bandera, un único amor. Ofreció a los hebreos el perdón si se bautizaban y estos acudieron a recibir en masa las aguas lustrales. Se cree que sólo una minoría que no llegó siquiera ni a veinte mil sujetos prefirió el exilio a renegar de la antigua ley determinado por el edicto del 30 de marzo de 1492. Tampoco ha sido perdonada ni la han entendido.

Cogió una monarquía que era el risum teneatis de los poetas en ebullición de guerra civil y lo elevó a una categoría y un prestigio como no había gozado en ningún otro país del mundo el torno español. La vida en España a mitades del siglo XV no valía un maravedí. La inseguridad diezmaba los pueblos y las villas expuestas a las tropelías de los nobles bandoleros. Las arcas estaban en bancarrota. En la iglesia los malos pastores y verdaderos lobos apacentaban el aprisco. El pillaje y el asesinato estaban a la orden del día. Jueces corruptos. El último de los Trastamaras era un pelele. La peste y el hambre se cernían sobre urbes, villas, aldeas y alquerías.


Imbuida de un fuerte vínculo con la religión católica - rezaba todos los días el oficio divino en su breviario y oía misa cantada y el coro entonaba Vísperas en su palacio-, con un enorme tesón y una visión de futuro en los años de su reinado se produjo el milagro de la unificación, la victoria frente a las huestes enemigas y un entusiasmo y una alegría de vivir y de ser bajo su mandato entre sus súbditos castellanos como el pueblo español no ha tenido nunca. Heredó un reino dividido y convaleciente en el marasmo de las discordias civiles y las revueltas y algaradas por cuestiones de religión y lo convirtió en la primera potencia del mundo. El soplo divino secundó su inspiración para dar el visto bueno a la idea de aquel loco que se creía un profeta de Israel y al que financiaron y apoyaron los hebreos de la corte, por nombre Cristóbal Colón en sus aspiraciones a llegar a las Indias por el paso equivocado. Diego de Santángel se irguió en su mentor económico como buen judío que también pensaba que las “cuentas son cuentas y lo demás son cuentas” porque pensaba en los inmensos beneficios que reportaría la inversión: el comercio de esclavos, el oro y la plata, las inmensas riquezas de que hablaba los relatos del Preste Juan.

Este numen o hálito recibido directamente del Paráclito nunca le faltaron pero Dios no ahorró para ella sufrimientos. Verdaderamente probó a su sierva. Quería hacer de su persona augusta un vaso de elección. Era el verdadero molde de reina vaciado en la sencillez y el amor. Este modelo en España y en el mundo nadie lo superó.    


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