VIVA SAN FRUTOS BENDITO. EN LA CATEDRAL DE SEGOVIA HOY NO CABÍA UN ALFILER
ANTONIO PARRA GALINDO
Para san Frutos – decía nuestro llorado don Julián García Hernando al que dimos tierra este verano- hay dos caminos. El de la Pedriza o tebaida Segoviana en lo alto de un risco donde buscó la santidad apartada y vida penitente mirando para las águilas que planean sobre las hoces y alcores del Duratón. Y El del trascoro de la catedral de Segovia donde se guardan sus restos en una urna o lucilo de jaspe sobre el retablo que labrara Ventura Rodríguez y se canta el tradicional himno todos los 25 Oct.
Yo elegí este último porque llegarnos hasta Fuenterrebollo no me vagaba. La dama de las catedrales estaba de bote en bote. Tiene un aforo para quince mil personas. Y que bien resonaban los coros y la orquesta de violines acompañando al solo. El tiple. Hace cincuenta y dos años yo fui tiple junto con Moyano, Publio Sanz y Marianillo.
Oyendo a aquel niño yo pensaba en Moyano y en Marianillo que eran dos latinos. Y que bien resonaba su alegro y el resonar de los violines bajo los elegantes empinos de las airosas y etéreas bóvedas que trazara Gil de Hontañón. No hay en el mundo gótico mas florido ni catedral más hermosa. Viva San Frutos bendito gritó al final de la interpretación un barítono .
Poco más o menos como entonces. La vida sigue igual. De José del Moral heredó la batuta Dom Frechel, canónigo precentor o maestro de capilla. Y a don Daniel Llorente de Federico le relevó en el báculo y la mitra don Ángel Rubio que no es tan alto ni lleva capa magna ni caligas ni quirotecas ni manipulo pues es toledano y más bien pequeñito y ha cambiado algo el rito.
Me fa la impresión que éste va a ser un gran obispo, muy cerca del pueblo. No suelo equivocarme en los primeros golpes de vista.
Pese a la crisis y la que está cayendo la sede de San Geroteo sigue viva y no ha muerto la ancestral fe nuestra que nos inculcaron a machamartillo.
Qué compases más exactos y que temperamento más sanguíneos los de los maestros de capilla de la sede segoviense. Y sonaron nuevamente otro año más y otro menos las estrofas de una composición del siglo XIX que todos los segovianos nos sabemos de memoria y llevamos en el corazón:
Al siervo bueno y fiel que rogando sin cesar
Consigue bienes eternos de la infinita bondad (bis)
Al que es gloria de esta iglesia patrono de esta ciudad
Como un padre de la patria y socorro universal
Bendigan todos. Bendigan todos y alaben
Su virtud angelical (tris)
Los prodigios. Los prodigios y milagros
Que a favor de sus devotos ejecutó liberal.
¿Quién los podrá enumerar? (tris)
Un icono de San Frutos me acompaña desde hace más de medio siglo. Es una foto de la estatua de que este divino anacoreta barbuda estaba en un altar de nuestro seminario viejo con escapulario de carmelita, túnica de cisterciense, un rosario enorme y un gran libro.
Para hablar de este santo de mi pueblo, una santo mozárabe que fue perseguido por amor a Cristo y por su pasión por la verdad criticando las costumbres de los godos, sus envidias, sus estrambóticos placeres y huyó al yermo con sus libros, con su bordón y su rosario que entonces no se llamaba rosario sino “tasbib” o recitación por cuentas a la manera que siguen haciéndolo los mantras y los monjes orientales y los que llevan al conocimiento y unión con la divinidad mediante la recitación del hesicasmo.
Tuvo que poner pies en polvorosa poco tiempo antes de que Segovia cayera en las garras sarracenas. Los moros nos venían pisando los talones pero seguramente más temible que los los moros debió de parecer al santo la incuria y falta de fe de los malos cristianos segovianos. Arreciaba el morbo visigótico poco más o menos como ahora. Eso que llaman envidia. El peor enemigo es el que llevamos dentro. En este país no suele venir de fuera sino de adentro. Hay mucho topo, se multiplicaban los caballos troyanos, todos los días nos tenemos que limpiar las babas de los besos de algún Judas. Ruega por nosotros, glorioso san Frutos.
Buscó las cuevas de los siete altares cerca de Sepúlveda y se instaló en la Pedriza en compañía de los suyos. Es posible que los otros dos santos que celebran con él en la fecha del 25 de octubre el martirologio romano que intercalan la fiesta tomada de los misales visigóticos, San hijo y santa Engracia no fueran sus hermanos sino su propia esposa y su hijo. En la trayectoria eremitita muzárabe los monasterios eran mixtos mucho antes de la llegada de San Benito y de la reforma de Cluny. Es igual.
Que fuera soltero o casado nada importa. San Frutos es san Frutos nuestro santo tutelar. Su rosario, recuerdo cuando pasaba por los tránsitos y le veía colgando de la cintura fue un detalle que entró con todas mis apercibimientos. Soy un desapoderado fanático del rosario y casi siempre llevo en la mano un libro pues siempre hay un ángel que me recomienda lo que a Agustín: tolle et lege. Toma y lee. Siéntate. Olvidate, desaparece. Sueña.
Que hermosa lección de la Iglesia que insufló en nosotros esas taxonomía de lo exacto por la palabra y por la letra. La lectura hace de nuestras vidas algo más sólido y determina que no seamos cañas movidas por el viento. Que no tengamos miedo. Que no cambiemos.
Eh tú, el de Aldehorno, que yo no cambio ni cambeo. Tampoco tengo miedo a nada, sólo al pecado de la envidia que es una manifestación por via de frustración que alienta en muchos corazones.. Opus Dei. Opus mei. Algunos estáis un poco locos.
La esclavina penitente de mi querido santo mozarabe es nuestro baluarte así que a vuestras amenazas ni puto caso. El cuerpo me podréis arrebatar pero ni mi alma que es de Dios y morará en las alturas más allá de las peñas grajeras y de las estrellas que contemplaba san Frutos en las augustas noches de mi tierra.
Existe una leyenda segoviana que debió de tomar en cuenta cuando Aniceto Mariñas esculpió la estatua de san Frutos que preside la puerta mayor de la catedral que dice que cuando san Frutos pase la hoja del libro de piedra que está leyendo se acabará el mundo. Anicetillo se tiraba horas y horas en la catedral para ver pasar pagina al santo. Y ésta siempre se estaba quieta por lo que coligió el artista que nunca se acaba el mundo.
Somos nosotros los que pasamos página. O nos la pasan. Y ya nos lo dirán de misas.
Fue un acto muy hermoso. Ya digo la iglesia mayor de nuestra Segovia registraba un aforo como yo casi no recordaba. Era una catedral diseñada para llenarse para estar abarrotado y allí miles de personas mirando para arriba como lelos a ver si san Frutos pasaba la hoja o escuchando embelesados su himno melodioso. El libro, el rosario, el cíngulo de cuero o de piedra, la gran calva y sus barbas bizantinas fueron sus atributos de santificación. Con ellos venció al mudo y entró en comunión con la armonía de kas esferas.
San Frutos es más que un santo tutelar. Todo un personaje entre nuestros paisanos. Y un símbolo de nuestros genes. Nos gusta leer, nos gusta aprender, somos sufridos y recios de temple y tan buenos que parecemos tontos y hasta dejamos que las palomas nos meen en la calva, pero siempre hasta cierto punto; nuestro aguante tuvo un límite. Nos gustan el cielo azul y el canto de las aves.
Y por eso le llamaban el pajarero por que en su fiesta todos los altozanos de esta tierra, todas las zarzas y los espinos se llenaban de bandadas de jilguerillos dispuestos a saltar a Africa en trayectoria opuesta a la que trae hoy el rumbo de las pateras. Recuerdos aquellas caravanas de ciclistas que veía partir por Baterías o por la Lastrilla en bicicleta con una caja forrada de hule a cuestas la liga y el cebo bien colocado en las varetas dispuestas. De Segovia es la frase de tirar varetas a pájaros para describir nuestra afición por el campo y los tomillares.
Callad la tarde regresaban los pajareros al hogar con las cestas llenas y en los bares te servían siempre un pajarito de aperitivo. Menos mal que hoy la caza con liga está prohibida. San Frutos que es un santo ecológico donde los haya y esta de guardia en el cielo para todo- algunos le invocan también contra la violencia de genero que es el mal de nuestro siglo- debe de haber intervenido para que los desaprensivos cazadores hicieran aquellos estropicios y hecatombes de gurriatos jilgueros algún tordo y más de un pardillo por donde tirábamos varetas. San Frutos er un santo para todo. Optimo remedio para todos los males. De su altar quebraban exvotos bragueros de quebraos y mechones de cabellos de niñlas muertas. Y hasta para el mal de los dientes. Reza la tradición devota que al que de vuelta a la ermita no le volverán a doler las muelas. Y tanto. ¡Menudo precipicio! San Frutos hacía equilibrios espirituales sobre aquellos gollizos que siegan el curso del Duratón como una hoz con sus piedras tajadas.
Aquellos san frutos de antaño en las casas se comía pisto y pajaritos fritos. “Cuando llega octubre el cielo se pone azul de fiesta y emigran los pajaros” así empezaba un cuento mío primerizo.
Era fiesta grande en el seminario. Terminaban los ejercicios espirituales y por la mañana al despertarnos a toque de campana bajábamos a los tránsitos donde Blas Carpintero y Zurita de Valladolid habían colocado las sotanas nuevas. Que ilusión más grande ponerse por primera vez la sotana y el birrete en las gloriosas mañanas soleadas de san Frutos. Era como un regalo de reyes.
Yo creo que desde aquel 25 de octubre de 1955 –ya ha llovido- en que me la coloque sobre mis lobos la sotana no me la he quitado nunca ni renuncié a lo esencial de mis convicciones católicos. El bonete sí. La beca roja me sirvió de bufanda o de moquero. El bonete me lo he quitado muchas veces y hasta he jugado al chito con sus puntas de cartón.
Pas barbas no las tengo tan floridas sino más ralas que mi santo cenobita mozarabe. Y como él tengo un libro en la mano. No paso la hoja. Por si acaso. Mis queridos paisanos, felicidades. Esa hoja y ese libro enhiesto marcan siempre el camino del cielo
25/10/2008