SAN SALVADOR PATRÓN DE OVIEDO. LA FIESTA DEL RAMU EN EL DÍA DE LA TRANSFIGURACIÓN antonioparragalindo “Quien va a Santiago y no adora al Salvador por honrar al criado se olvida del señor”, reza un viejo adagio jacobeo que los peregrinos han de saber. Y ayer por ser la fiesta de la Transfiguración -El Salvador- corté un ramo del laurear que hay detrás de la casona justo en el prao la Cuesta a pie de monte y me presenté con la ofrenda del ramu, según es costumbre inveterada por aquí en la fiesta de la Metamorfosis, en la capital. Por agosto en cierta medida nuestra vida se renueva y se transforma. Oviedo era un Tabor lluvioso mientras España entera se torra de calor y me prosterné ante la impresionante talla del cristo que hay en el lateral de la girola, le llaman el “cristu de les orelles”-el cristo de las orejas pues tiene unas orejas exentas- y unos ojos impresionantes, grandes y románicos. Al pie de la imagen coloqué mi ofrenda forestal. Dafnis se transformó en laurel y de ramos de este árbol de hoja perenne coronaba Roma a sus dioses y a sus emperadores por eso el laurel es el más sagrado de la floresta, sus hojas siempre verdes simbolizan la inmortalidad. El Cristo de la Transfiguración es un cristo exultante rey del mundo que triunfó de la muerte del demonio y la carne. Cristo florido convertido en Dafnis. Su triunfo cuelga de esa rama de laurel. Por oposición al varón de dolores el que está en la cruz vencido y humillado y ofendido el que dice Abba: -Padre ¿por qué me has abandonado? Iglesia purgante iglesia militante iglesia triunfante. Y este es el Cristo triunfante el de la apoteosis de los tímpanos coronados, la exaltación del Pantocrátorsegún la refleja la iconografía gótica y románica. La mandorla mística el ojo de la vagina o vaina dehiscente y triunfal de la que todo viene y que alumbra la vida y conjura los peligros de la muerte. Resucitó subió al cielo y de allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos. Christus Judex, sedente en majestad. El justo juez. Este Cristo de Oviedo es el Cristo de la reconquista y explica un poco la historia de España al menos en lo que atañe a la mentalidad medieval de los prevenidos en frontera para extender su reino por toda la tierra. Un cristo como este había en todas las iglesias juraderas donde con el toque de varas los soldados de Cristo eran revestidos de la coraza de la fortaleza y armados caballeros antes de partir a la guerra con el moro. Sostiene en la mano una bola del mundo, una esfera armilar. Venían por eso a adorarlo los reyes de Castilla y fue Alfonso VI el que lo mandó labrar para la Cámara Santa, en madera de roble, como agradecimiento por haber ganado la ciudad de Toledo. Año 1085. Por aquellos días y precisamente desde Oviedo que es considerada como la segunda Toledo para los monarcas asturianos herederos de los godos, arraigan las peregrinaciones. Toda la cristiandad europea se pone en marcha para ir a adorar en Compostela los restos del Hijo del Trueno… y el que va a Santiago y no visita al salvador por honrar al criado se olvida del señor. Y la ruta jacobea impulsa la noción del cristianismo como cruzada por aquello que comentaba el Apóstol: -Vita militia est. Sí, la vida del cristiano es un combate. Ciertamente el cristu de les orelles explica vagamente esa cosa misteriosa que es la historia de España. Su actitud o pose valedictoria es toda una exégesis. Y bendice. ¡Vaya si bendice! Tuve la impresión que me miraba compadecido con esos dos ojos enormes y misericordiosos de un mirar antiguo que ha visto pasar a muchos caminantes. Y está ahí en la catedral de Vetusta desde el siglo XI. Contemporáneo del Cid, acaso viera arrodillarse ante sí a doña Jimena, que era ovetense, como lo hago yo hoy con mis troparios y mis letanías a flor de labios y mis muchos kilos y pecados a cuestas. Le pido por España por mi familia por mis vecinos por esta amable y siempre acogedora ciudad de Oviedo por mis cosas y por mis difuntos y en especial por aquella María Martínez Zapico compañera de curso y medio novieta a la que debo el que la noria de la vida me haya hecho rodar hasta aquí y conocer a mi mujer-siempre rezo por ella y cuando puedo acudo al cementerio del Sotrondio y pongo sobre su tumba un ramo de madreselvas- ah Cristo Jesús bendito y misericordioso acógela en tu seno. Escúchanos. Óyenos. Perdónanos. Te apiadarás de nuestras miserias. Cura nuestras llagas. Conforta al vacilante. Socorre al desvalido. Ilumina a los que están a oscuras. Vuelve al redil a los descarriados. Mira por tu Iglesia. No nos dejes solos. Enerva con la fuerza de tu fe a los obispos a los presbíteros y diáconos. Conforta a los que sufren. Sana a los enfermos. Mira por los que navegan o andan por los caminos. Asiste a las mujeres. Cuida de los niños, no desampares a los viejos. Que todo el mundo se caliente al fuego vivo de la llama de tu amor. Es muy de agradecer tanto al cabildo ovetense- esta ciudad y esta diócesis siempre fueron muy generosas- como al obispo que la catedral esté abierta y que no haya que pagar moneda por visitar la casa de Dios como ocurre en otras catedrales católicas tanto españolas como el extranjero. Esta de hoy está hoy concurridísima de peregrinos y de curiosos. Hermoso recinto que guarda tantos recuerdos para mí. En este perímetro se desarrolla el primero y el último capítulo de esa obra maestra que se llama la Regenta. Los fantasmas de don Fermín de Pas y de Ana Ozores juegan al escondite por entre los confesionarios. Un sacristán de la literatura pasa a toda velocidad- los sacristanes siempre meten prisa y se dan mucha importancia porque de ellos depende, porque saben manejar la vara de medir las costillas de algunos canónigos y el botafumerio- con unas llaves enormes colgándole de la sotanilla. Trae un catalejo en la mano. ¿Qué querrá ver el bueno del ostiario con su catalejo y esas llaves tan gordas? ¿Qué puerta irá abrir o cerrar este ostiario? La del cancel de entrada está abierta de par en par pero en toda gran catedral siempre hay puertas excusadas, anditos. Curas y monjas buenos adalides del disimulo- y es esta la hipocresía que fustiga Leopoldo Alas- fueron buenos practicantes de dos normas: “si no puedes ser casto, sé cauto” y “si no les puedes ganar únete a ellos”. Corredores, pérgolas y pasadizos secretos, bulas y penitenciarios unos de manga estrecha y otros de manga ancha como sabemos bien los que hemos estudiado la historia de la Iglesia con sus miserias y grandeza. Al fin y al cabo cosa de hombres. No estoy de acuerdo en absoluto con aquellos que tildaron a su autor de anticlerical y de descreído. Clarín era un místico y quería mucho a la iglesia ovetense precisamente porque no le gustaba y por eso sacude fuerte currándole la badana a los talares porque aquella clerigalla se lo tenía bien merecido. Eran tibios y por ser tibios os arrojaré de mi boca. La fiesta del Ramo o de la Transfiguración suele coincidir con la de las cabañuelas segunda pascua judía. Se estaba bien en el monte Tabor y ninguno de los apóstoles que subieron con Él quería luego bajar a la cruda y cruel realidad de Galilea. Y se está bien aquí, en esta iglesia, la primera de las iglesias asturianas sede metropolitana donde se respira un aire fuerte y enterizo al cristianismo de la España vieja y eterna. “Montemos una tienda en este lugar” le pidió Pedro que quería permanecer con Jesús Transfigurado toda la vida. Pascua de cabañas. Y esta imagen que está aquí solemne y antigua eneja todo el esoterismo de la ruta jacobea. Oviedo y Compostela eran los dos hitos máximos del camino. El uno de llegada y y el otro de partida. Desde hace quince o veinte años o más todos los seis de agosto suelo venir a la catedral ovetense me arrodillo en uno de los confortables reclinatorios y rezo en latín las horas de este día. Es un oficio bellísimo. Luego bajo la cuesta del Campillín y me paso por Valdés el mejor librero de lance de España. Valdés es el justo de Israel el que vela cuando todos duermen. El guardián de esta cultura española, de tanto libro y de tanto papel como produjeron los ingenios que en este mundo han sido y que si no fuera por celosos bibliotecarios y archiveros como él se perderían en medio de la ola cibernética que nos invade. El Ministerio de Cultura que subvenciona la anticultura y la astracanada debiera de guardar a estos cruzados de la edición en español como a la niña de sus ojos. Son los mejores funcionarios que tiene la Casa aunque no estén en nómina y a veces trabajan por amor al arte. Porque si escribir en España es llorar ¿qué no será vender libros? Una pena que en estos tiempos de tanta oscuridad la luz esté encendida debajo del celemín y para adquirir libros que merezcan la pena haya que venir al Campillín donde tiene Valdés su librería anticuaria o subirse a los cerros vallisoletanos de Urueña donde está la ciudad del Libro o darse un garbeo por el Rastro o por Moyano – mucho menos recomendable porque allí habrá que aguantar al bueno de Riudavets y sus impertinencias… ah semejante cabrón...-. Buenos y hermosos libros compro esta tarde y por menos de un euro (Dios mío, ¿por qué vale tan poco lo que yo tanto quiero, por qué está el oficio de escribir en manos de esos buitres ingleses y americanos que sólo publican la mierda que a ellos le da la gana, tan por los suelos?): la biografía de Chesterton sobre Aquinas, otra sobre el Duque de Osuna de Antonio Marichalar y Vida de Schiller por Tomás Carlyle, un tomo de Ensayos sobre la literatura española del austriaco Kart Vossler van a ser para este cura el afrecho espiritual de este verano. A mí me ocurre lo que aquel clérigo de los Cuentos de Cantorbery para el cual valían más cien libros de una bien surtida biblioteca que todos los tesoros del rey Midas. Hablamos de Alberto el hijo de Valdés que acaba de terminar la carrera de Derecho y prepara oposiciones para juez. Madre mía como pasa el tiempo. Yo lo conocí de guaje. Tenía cuatro años cuando venía a la tienda con su padre y ya impresionaba por su simpatía y desparpajo. “Este niño va a ser algo grande, José Manuel. Nos va a sacar de pobres, ya lo verás”. Creo que va por ese camino. Y salgo de la librería de mi querido amigo transfigurado. Y es que Oviedo siempre transfigura y más en la Fiesta del Ramo. “Sheer bliss” que dirían los ingleses. En la gloria bendita. Regreso a la aldea transfigurado. En todo el día no paró de llover pero es una lluvia que purifica y nos habla de trascendencia y esperanza. Es orballo divino. Los ángeles mean y beben sidra mientras pulsan las cuerdas de la cítara del salterio y la ciudad se alegra en la fiesta de San Salvador, su santo tutelar. Flotan invisibles por detrás de las nubes los querubines y serafines echando un “culín”. Llueve. Oviedo está dedicada al nuevo Júpiter que es Cristo Jesús. Cristo en majestad. Cristo Juez. ¡Viva el Rey del mundo! ¡Albricias Cristo Rey! viernes,07 de agosto de 2009
ESPAÑA MI NATURA | ||
VIENDO A LOS LEONES DEVORAR CRISTIANOS EN EL COLISEO Posted: 05 Apr 2019 04:08 AM PDT
VELLUM TEMPLI SCISSUM EST ET OMNIS TERRA TREMUIT. SE RASGÓ EL VELO DL TEMPLO Y TEMBLÓ TODA LA TIERRA
Roma madre de pueblos ciudad del amor su nombre me retrotraía a aquellas tardes de invierno en mi pupitre del aula de estudio pasando paginas del Raimundo de Miguel el gran calepino mirando para la Mujer Muerta. El aire frío de la ventisca se colaba bajo los ojos del acueducto. ¿Qué será mi vida Dios mío la estoy empezando? El busto de Tito Livio me sonreía desde la portada del libro de tío Livio que don Valeriano fue a comprar a la calle Barquillo y yo pasaría cinco años en la Plaza del Rey habitando con el duende de las Siete Chimeneas. Jacobo I de Inglaterra vino a casarse con una infanta la cual diole calabazas, aquel rey moriría en la horca y su fantasma merodearía por los pasillos. Allí estaba un banco y luego pusieron un ministerio. No sé si habrá un registro de los hados que marca la ruta de nuestros designios. Vida errante. Soy judío. Flavio Josefo contó la destrucción de Jerusalén por las legiones de Vespasiano en castigo por haber dado muerte al Inocente. El templo fue arrasado y su velo se rasgó cuando el sermón de las siete Palabras. A lomos de prisioneros israelitas el Gran Candelabro de los Siete Brazos fue arrastrado durante cuatro mil kilómetros hasta la Ciudad Eterna. Jerusalén, Jerusalén, que matas a tus profetas quedó convertida en Aelia Capitolina. Fuiste señora y ahora esclava te condenaron a vagar por el mundo. Vida errante. Me lo contó Vilicus uno de los guardias que custodiaron la agonía del Inocente y al pie de la cruz se jugaron a la taba sus pobres despojos las sandalias, el lienzo de pudores, un peine con el que Jesús se acicalaba la barba, y no pudieron hacer partes de la túnica de Xto porque era de una sola pieza. Era el triste despojo de un profeta vagabundo que viajó por Palestina sin dinero y sin impedimenta. Un tullido que se puso sus sandalias se levantó de la silla de ruedas y empezó a caminar, Longinos el decurión enjugó su rostro enfermo por la sífilis en el paño de pudores que había llevado el Señor, aquellos santos calzoncillos, sanó. La gente cuando se produjo el desenclavo y bajaron el cuerpo de Cristo de la cruz quedó atónita ante las cosas extraordinarias sucedidas aquella tarde de Viernes Santo en el Gólgota: Las curaciones milagrosas y las resurrecciones intempestivas vieron salir de sus tumbas a los muertos de los cementerios y el propio centurión Cornelio cuando regresó a la ciudad despues de aquel servicio se encontró a su esposa Camelia dando gritos de júbilo: uno de los hijos del militar que estaba enfermo y casi en la agonía de súbito se puso bueno, se le quitó la fiebre y pidió punzón y tablillas para describir en el viaje que había realizado — el galeno Mincio que lo curaba y el flamine que le ayudaba a bien morir habían dado al joven por muerto el hígado se le salía a cachos por la boca— y así pasamos la tarde pensando en estas y otras cosas mientras contemplábamos la naumaquia y las peleas de gladiadores. Hay que guardar silencio en el templo de Anguerota, la vestal que me introdujo en el mundo del silencio. Séneca me enseño a dominar mi concupiscencia desde el criterio de que el dominio de las pasiones sobre todo la gula es el pórtico de entrada a la felicidad. El silencio es inefable puesto que la palabra a veces ofusca el entendimiento y empecé a ver claro cerca del circo máximo. Los gladiadores hacían músculo en un campo de entrenamiento cubierto de grava. Olía a embrocado y a sudor. Los reciarios hacían movimientos con la red, los andábatas extendían el tridente y un esclavo subalterno les enseñaba cómo tenían que gritar ave cesar los que van a morir te saludan. Un calificador catalogaba las posibilidades que tenía el etíope Ursus de vencer a un tigre que le soltarían media después. Se escuchaba el rugir de la multitud. Un sol de justicia caía a plomo sobre Roma. Los luchadores ensayaban llaves y estratagemas para derrotar en la lucha a su oponente. Un clavijero que debía de medir dos metros limpiaba el “anguis” o enseña militar con un dragón pintado que abriría carrera de la procesión de tres vueltas al ruedo y otras tantas prosternaciones ante la tribuna del emperador. Vi a Nerón. Era un tipo rechoncho de ojos grandes y nariz gruesa. Una diadema de oro orlaba su frente, llevaba tres anillos de zafiro en los dedos y su aspecto era el de un hombre vulgar de origen germánico. Estaba gordo y lanzaba constantemente risitas y carcajadas. Bebía vino de Salerno y, antes de empezar la función, ya estaba “trompa”. Un “signífer” o adelantado de centuria trepó a lo alto de la columna trajana y soplando en un añafil de plata tocó el clarinazo que marcaba el inicio de las espectaculares “joci” circenses. La chusma enardecida vitoreaba al emperador y gritaba: — Panem et circenses Fuese menester tener contento al pueblo y propicios a los dioses o no el hecho era que ésta era la política de los emperadores. Arriba y abajo. En lo alto estaban los dioses y el senado romano, abajo el ejército y el populacho. Por las gradas se veían sombrillas y parasoles para guarecer del sol aquellas caras tostadas de los libertos y el bello cutis de las matronas. Vendedores ambulantes recorrían los vomitorios vendiendo agua de nieve y pepitas de calabaza. Se cruzaban apuestas sobre los contendientes. Unos apostaban por los que habían de perecer en la arena y otros por los gladiadores victoriosos. Cantaban sus nombres y se proclamaban “addicti” de su combatiente preferido. Unos apoyaban a Carneades un griego con cara de matón al que le faltaba un ojo que pegaba golpes certeros y ganaba todos los combates y otros a un tal Rufus venido de Hibérnica que era el terror del Coliseo. El día de circenses las vestales tenían la tarde libre. Y algunas acudían a los juegos causando entre la hinchada admiración por su belleza serena y llena de quietud. La vestal maesa portaba una diadema sobre la frente; la joya injerta en amatistas, diamantes y zafiros hacía aguas deslumbrando a los espectadores. Uno de los gladiadores cayó derribado por su contrincante cuando se distrajo mirando para el tendido reservado a las vestales. Les daba escolta a las jóvenes una cohorte de los más fornidos eunucos, algunos de ellos provenían del Alto Nilo, eran númidas. Antes de entrar al servicio del templo eran castrados previamente. También custodiaban a las meretrices del harén del emperador. En el anfiteatro los númidas se destacaban por sus cuerpos atléticos, y el rigor con el que cumplían con su deber: mantener a buen recaudo a las vírgenes consagradas a Júpiter de la lascivia del populacho. Violar a una vestal constituía uno de los delitos más horrendos del derecho romano, castigado con la pena capital previa emasculación del delincuente. Una vestal tampoco podía ser condenada a muerte. Permanecían encerradas entreaño. Al llegar las saturnales, sin embargo, era quebrantada su clausura y salir a la calle. Se las veía pasear por la Vía Apia arrastrando sus peplos y ricos mantos de seda guarnecidos con as más ricas alhajas extraídas de las mejores minas del imperio. Roma no pagaba traidores. La gran solidez y consistencia que duraron más de seis siglos se apoyaba en la norma del derecho el cual a su vez tomaba como columna basal dos conceptos: el “jus” (derecho) y la “virtus”. Tuve yo allí un esclavo griego, Andronicus, que me enseñaría las pandectas y todas las intríngulis bizantinas de la casuística. Los hados y la superstición eran otra característica que servía de base a su concepto sincretista de la religión. Eran un pueblo práctico. ¿Por qué conformarse con un dios único — aducían los flamines sacerdotes de Júpiter— cuando la divinidad puede constar de tantas variantes en medio de una realidad tan complicada variopinta y diversa? No hay respuesta. Sólo sé que no sé nada. Lamentablemente, las religiones fueron la causa de muchas muertes y peleas entre los mortales. Allá cada cual con su creencia. En un rincón del anfiteatro aparecían despavoridos y sollozantes como medio centenar de personas. Entre ellos había viejos mujeres y niños, unos se mostraban temerosos y sollozantes pero otros aparecían alegres y como deseosos de alcanzar la palma del martirio en la boca de los leones. Iban a ser sacrificados por haberse negado a quemar incienso en honor de los dioses. El egregio luchador Silvinus Carassus parecía querer arroparlos, dispuesto a defender a aquellos postulantes de una religión nueva predicada por un judío llamado Saulo. El cual aseguraba que Jesús su maestro había bajado del cielo para salvar a los hombres pero murió en una cruz (el tormento más ignominioso para un romano) condenado por el consejo de ancianos de Jerusalén para quienes era un blasfemo por haberse creído hijo de Dios. Vistoso y abigarrado espectáculo el que ofrecía aquel recinto abarrotado ocupado por una chusma ávida de emociones fuertes. Cerca de sesenta mil almas contemplaban la arena desde los tendidos. Unos reían, otros lloraban a causa de las riñas frecuentes y otros jugaban a los dados. La ludopatía era el vicio mayor en Roma. Se jugaban a la mujer, a la madre, las fincas, la casa y perdían hasta la camisa. De pronto se notaba barullo en una grada. Dos espectadores se estaban pegando en ese momento escupía el vomitorio un pelotón de soldados que zanjaba la disputa a machetazos. Los juegos duraban todo el día hasta la noche por lo que había que traer merienda. Se veía a algunas mujeres comer a dos carrillos bocatas de jabalí o una salazón de pescado que llamaban garium. Regaban la merienda con vino aguado. Sobre todo las mujeres libaban de lo lindo. Apuraban las “pocula” (jarros) Una matrona que le había dado al pimple más de la cuenta se puso a cantar canciones obscenas y recitar versos de Plauto se llevaba las manos a los genitales y exhibía los pechos al aire por culpa del vino. La plebe empezó a silbarla y jalearla y se preparó todo un espectáculo. Estaba beoda. Había consumido dos cráteras — casi una cántara — de morapio de Lesbos que en las “cauponae” (tabernas) se consideraba el más fuerte. El pueblo se divertía con la vieja. Quería pan y circo. Nerón dio la señal y un trompeta (el “tubicen”) soplando por la tuba tocó una diana florida, saltaron a la arena, rugientes y en manada, los leones que habían de despedazar a los cristianos,
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