AGUSTÍN DE FOXÁ
Escribió el cara al sol y puso una letra un vasco, Tellería. A él le debemos la
mejor novela sobre la guerra civil. Escrita sin odio bajo el dominio de una
prosa esperanzada que han de leer las generaciones del porvenir porque está
llena de amor a España y de comprensión hacia los obreros. Padre perdónalos que
no saben lo que hacen. Fueron muchos siglos de furor, de opresión de los caciques,
mariconeos y manipuleos de los curas que se acostaban con la mejor moza y se
llevaban a la cama a los más lindos efebos de los niños de coro. Madrid de corte a checa no solamente es
la gran novela de la conflagración hispana sino una de las mejores novelas que
se escribieron el siglo XX y que nois perdonen Zola y Flaubert. Pilar Armijo el
amor eterno e imposible de José Félix pues está casada supera en emoción y
registros literarios a Madame Bovary sólo
comparable a la Regenta que a juicio
de la crítica es el segundo gran libro en español después del Quijote. Ambas
tienen el privilegio de enganchar al lector desde su arranque. Yo me leí las
seiscientas páginas del texto de Leopoldo alas Clarín en un par de noche,
cuando era moza el año 72. Madrid de Corte a checa me llevó el otro día una
tarde de lluvia en Oviedo y parte de una noche. Es la magia del arte un
privilegio que otorgan los dioses únicamente a los elegidos.
A través de sus capítulos he
visto perfilarse nítida y egregia la imagen de José Antonio, de Onésimo
Redondo, de Ramiro y tantos otros que se fueron a montar guardia y nos vigilan
desde las estrellas. ¡Qué buen caballero era José Antonio! Si volviera yo sería
su escudero, habría que decir plagiando a Dámaso Alonso. En esta novela río en
cuyo álveo subyace todo el drama de nuestra guerra civil.
Lo mejor que se puede hacer con
las urnas: quemarlas, José Antonio decía y fueron las urnas las que llevaron a
la debacle de la guerra civil a un pueblo como el español poco preparado para
la democracia. Caciques abates a la violeta y demagogos chupasangres desfilan
por las páginas de este gran libro escrito en el velador de un café de
Salamanca en 1938. Sus contextos son proféticos y el drama de entonces vuelve a
estar sobre el tapete hoy. El desencadenante de la guerra civil fue el Estatuto
prostituto de los catalanes. Son los mismos perros con otros collares, los
mismos rostros disfrazados de otras máscaras… “Ramón Gómez de la Serna se levantaba
rechoncho con su pipa de recientes brasas, la chalina de seda moteada y la voz
chillona… y don Niceto Alcalá Zamora verbo florido clamaba: niña la chistera
que abajo ya está el coche” la república fue un guirigay de encopetados
señoritos burgueses que aborrecían al pueblo al que decían representar y que
los fines de semana se largaban a patear la sierra y hacer alpinismo por las
cumbres del Guadarrama. Eran los de la Institución Libre de Enseñanza. “Uno
parecía estar viviendo una novela de Pío Baroja: ¿Qué hay Telesforo?... era
Telesforo Monzón un muchacho narigudo y pálido de una finura femenina y
provinciana. Oía misa diaria. Le horrorizaban las frases fuertes y creía que
era pecado bailar con las muchachas… ¿No conoces a José Antonio Aguirre?...
sentábase Aguirre la nariz vasca y la pequeña boina vizcaína en la mano. Vengo de
Bilbao”. Contra el sambenito que le colocaron sus propios correligionarios de
meapilas este noble madrileño hijo de monárquicos que vivió la guerra civil
escondido en un sotabanco de la calle de la Magdalena, no muestra na singular
afección hacia los curas. Le horrorizaba Gil Robles el vaticanista con cara de
pera y ridiculiza la elegancia de algunos asotanados como el nuncio Antoniutti.
Su descripción de aquellas pobres monjas que abandonaron la clausura de treinta
años para acudir a votar en traje seglar mueve a compasión:
- Madre Teresa, perdóneme vuestra caridad,
llaman del obispado que tienen que votar las hermanas. Mañana mandarán coches a
recogerlas. Irán protegidas por jóvenes de acción Católica.
- Y se internó por aquel mundo de frescas
penumbras olor a velas apagadas entre las tumbas de alabastro de las infantas
fundadoras… salían a la calle después de treinta o cuarenta años de clausura,
veían las luces de los escaparates de los cines sus ojos acostumbrados a la luz
de la lámpara de aceite del sagrario; escuchaba los frenazos y las bocinas con
las blasfemias de los taxistas, habituadas a la dulzura de los salmos. Las recibían
con odio y en algunos barrios las apedrearon:
- Dale a esa tía carca que se traga los santos
- Veían carteles horribles, escobas que
barrían a frailes y monjas entre cucarachas y sapos, obispos golpeando con un
cristo a obreros encadenados
- Estoy deseando volver a mi celda- decía sor
angustias después de votar.
Foxá traza un friso por el que defilan
políticos, periodistas, intelectuales, militares, reyes y reinas del antiguo régimen
días antes de que se proclamara la república; Manuel Azaña feo y cornudo con la
cara de hogaza salpicada de verrugas. Era el verrugo. Martínez Barrio un
gallego que se dedicaba a estudiar a los místicos, Casares Quiroga el taxidermista,
Lerroux que metía a sus secretarias en el coche y les hacía el amor en el
trayecto desde el ministerio hasta su finca en San Rafael. Indalecio Prieto
aquel ovetense mal hablado que parecía empedrar su conversación de áridos
pedruscos. Ernesto Giménez Caballero loas Mussolini que recibía en su casa de
cuatro Caminos vestido de un mono azul. Ahí están todos vivitos y coleando los
agentes de aquella tragedia colgados de sus mandiles las consignas y las
palabras al oído de la masonería. La proclama de Companys. Dencás y Bassols. El
Dencás de ahora mismo llamase Mas.
Toda España estaba pegada a la
radio y entre los pitidos del guial se llegó a captar la voz de Companys con su
grito luciferino de “non serviam” convocando a sus rebaissers (veteranos)
largando su arenga:
▬Rebassaires, escamots, tots per la llibertat de Cataluny, lluieu contra
l óppressió.
Parecen frases de ahora en las
que no se cansan de insistir los secesionistas
Sonaron “espetecs” disparos y se
fue la onda de Unión Radio. Barcelona se había sublevado
Azaña tuvo un gesto de hombre
duro tiros a la barriga y envió al general Godet que entró a sangre y fuego en
la Generalidad. Era un fiel servidor de la republica a quien luego fusilaron
los nacionales. El pathos se enhebra aquí con esa mirada panóptica del gran
artista que cuenta con pulso equilibrado y sin caer en el panfleto la tragedia
de aquel momento, sin odio, desplegando toda la artillería de su inteligencia y
compasión. Hay un episodio clave para entender la tesis y esta no es una novela
de tesis sino una narración circunspecta de lo que aconteció cuando José Antonio
Primo de Rivera y Ramiro se asoman a un balcón de la Gran Vía. Por la calle
pasaba una manifestación en gran despliegue de banderas roja. José Antonio le
intimó a Ledesma:
▬Algún día estas masas serán nuestras.
Luego la debacle. La llegada a
los pisos de las Brigadas del Amanecer. Los falangistas de la quinta columna
que se jugaban el título salvando de las garras de la muerte, disfrazados de
milicianos de la FAI, a monárquicos y derechistas. Madrid vivía una orgía de
sangre en aquel tenebroso mes de noviembre de 1936
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