2016-03-06

santa indiferencia ignaciana para donde tire mi mula


ESPIRITUALIDAD IGNACIANA EN SEGOVIA. PARA DONDE TIRE MI MULA

 

Envuelto en la ceniza y el polvo a los que revertiré, tiro del cajón de la memoria; Allí están las notas cuaresmales, reflexiones de mi adolescencia, cuando, imbuido del carisma jesuítico, quería ganar almas para Dios. Son reflexiones tomadas al desgaire al pie de la torre Carchena, en la huerta del Judío (la Aceitera, uno de los pináculos del perfil urbano segoviense junto al chapitel de la catedral de san Andrés y san Esteban) mientras meditábamos y sonaban voces dentro del pecho.

La advertencia de Iñigo a Javier “de qué te sirve ganar el mundo si pierdes tu alma, hijo mío”. La Compañía, a pesar de que fueron expulsados dos veces de nuestra ciudad, dejaron su fuerte impronta en su espiritualidad. Segovia siempre fue comunera y el Divino Impaciente realista, vasco recriado en Arévalo como “contino” o paje de la segunda esposa del emperador. Bajo las banderas del Duque de Nájera y creo que su espíritu pervive al albur de la Carchena, una de las primeras casas que fundaron en Castilla, como bien ha demostrado el profesor Costa Arribas en su libro.  

Mi formación adolescente tiene la culpa de ese altruismo un poco egoísta que me domina aunque me consuela saber que de los limpios de corazón es el reino de los cielos y Dios se apiadará del pecador en el día de cuentas. Colijo al cabo de muchos años que la clave del éxito ignaciano estriba en el “Gnosce te ipsum” de los griegos, da de lado a las pasiones, refrena tu lengua controla tus ojos, ayuna, calla y reza.

Cuando fue encarcelado en Alcalá bajo sospecha de tener contactos con grupos de alumbrados y acusado por dos mujeres santeras, el santo fundador exclama:

—Jamás hubiera podido creer que fuese motivo de escándalo hablar de Cristo a los cristianos.

Ignacio topa con el oscurantismo popular y con la iglesia oficiosa contra la cual entra en rebelión. Creo que el papa Francisco, pese a su nombre franciscano, es más hijo de  san Ignacio que de san Francisco de Asís. A los dos se parece en una cosa: la austeridad. La espiritualidad jesuítica es un “no frills”. Nada de chorreras ni florituras ni encaje de bolillos pero contumaz en la defensa de la mayor gloria de Dios.

En Salamanca tampoco a Ignacio le fue mejor y tuvo que huir montado en una mula camino de París.

Con este analfabetismo cristológico va a topar otro predicador evangélico George Barrow Don Jorgito el Inglés que denuncia la negligencia e ignorancia de parte del clero sobre asuntos evangélicos.

Ignacio es como buen vasco terco y alienta pensamientos de contrarreforma. Intolerante con el pecado y tolerante con el pecador. In dubio pro reo.

Su objetivo primordial fue evangelizar al clero. Quería una revolución desde arriba.

El Día de la Asunción de 1534 en la basílica de Montmartre se ordenan los primeros jesuitas (Fabro, Aqua Viva, Suarez, Javier y él.)

El programa del nueva milicia es seguir abrazados a la cruz de Cristo, muertos al mundo y a sus vanidades. “Homines mundo crucifixos homines novos qui suis se affectibus exuerint maximam gloriam Dei intuentes”.

La clave del programa es la renuncia a sí mismos y la búsqueda de la gloria del Crucificado. Paradójicamente, el programa de salvación va a ser muy atractivo para las clases poderosas de la España de su tiempo. Las grandes casas ducales siempre tienen a mano a un padre jesuita con quien consultan y con quien confiesan sus pecados. San Ignacio llevó a colmo su obra reformadora bajo la protección de los Borja.

El pensamiento revolucionario se centra como sumario de las constituciones: hombres nuevos, desligados de la vanagloria y corrupción del mundo. Es el objetivo de su camino de perfección o terceronado. Resucita una palabra del latín castrense para formar a los miembros de la Compañía: tirocinio (lat. Reclutamiento.) Forman parte de los nuevos caballeros de la cruz.

Iñigo de Loyola había asimilado en los libros de caballería, tan de su gusto, la filosofía templaria, esto es; la militancia activa. La tolerancia y la morigeración de costumbres les abre las puertas del poder. Son los lansquenetes del Papa. Su guardia de hierro. La escolta de corps.

La base del culto al Sagrado Corazón de Jesús propalado por los jesuitas por toda la cristiandad se compendia en un famoso soneto anónimo escrito por un converso:

No me mueve mi Dios para quererte

El cielo que me tienes prometido

No me mueve el infierno tan temido

Tú me mueves, Señor, muéveme al verte.

Clavado en una cruz y escarnecido

Muéveme el ver tu cuerpo tan herido

Muévanme tus afrentas y tu muerte

Quizá porque fuera un aristócrata san Ignacio no es un santo milagrero ni popular. Sólo promete la cruz y la renuncia a sus seguidores y un cierto desapego a las devociones y practicas del vulgo. En esta antipatía reside la clave de su eficacia. Muestra una adhesión ciega a la soberanía de Dios y frente a las criaturas formula absoluta independencia y libertad de acción.

He aquí pues un santo de rostro duro pero eficaz. Recomienda a sus discípulos ser dóciles a la llamada del Espíritu Santo y en cuanto a las cosas de la tierra “todo en tanto en cuanto”. Es la famosa impavidez jesuítica que se planta delante de las apetencias de la carne. Lo que no es óbice para que luego sus hijos, indiferentes a los halagos del nombradío, la belleza, la salud, las riquezas o la fama, se infiltren en los sectores del poder y del dinero, jugando a todas las barajas que puedan darse pero teniendo siempre presente el “ad majorem dei gloriam” que acuña el anagrama jesuítico.

Hemos de “vernos libres de los negocios exteriores para vacar de la eterna sabiduría y no busquéis el oro de monederos falsos”. Porque no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague.

La espiritualidad ignaciana es una espiritualidad combativa surgida del arrepentimiento de una soldado que fue palaciego y cortesano en la corte de doña Germana de Foix la segunda esposa del Rey Católico, en Arévalo. Está imbuida del espiritu caballeresco que idealiza a la mujer mirando para la imagen de la Virgen María.

Observador minucioso de sus intercadencias todo cuanto se le pasaba por el magín lo anotaba en un papel. Su principal hallazgo a este respecto es la santa indiferencia. Pero no ha de obviarse tampoco otras dos virtudes la obediencia ciega al superior, casi cuartelera, la humildad y la no violencia.

Cuando camino de Montserrat aquel cojo celestial se encuentra con aquel moro que empieza a insultar a la Virgen María, el antiguo mesnadero del Duque de Nájera, herido en lo más profundo, quiere ajustarle las cuentas, vuelve grupas y, desenvainada la espada, se encuentra en un cruce de caminos. ¿Qué ruta elegir?

Hubiera querido cortarle la cabeza al moro, pero reflexiona y dice “para donde tire la mula” y la mula lo condujo a las ermitas de Montserrat donde escribe sus Ejercicios. Es la fórmula de la no violencia, que ha de ser sustituida por la argucia, la cautela y las fórmulas de la política.

Mortifica su orgullo escribiendo que los fracasos se los debe a su incompetencia y que sus triunfos, que fueron sonados, (se apoderó de la Roma corrupta y cortesana) fueron obra del Señor.

Papini señala que la clave de la popularidad de los Ejercicios está en haber construido un mundo que alienta bajo la presencia de Dios.

Esta presencia significa composición de lugar, un artilugio mediante el cual el orante se desplaza a la tierra de Canan, escucha las palabras de Cristo, lo ve. Pegó tan fuerte esta creencia que los grandes pensadores con el mismo Lenin a la cabeza, han utilizado las técnicas ignacianas para la conquista del poder.

El jesuita tiene fama de ser riguroso en la doctrina (esto puede observarse en el papa actual) pero indulgente con las personas. Ello puede derivar en acusaciones de laxismo con que tacharon los frailes a los jesuitas.

La cuestión es: no se puede dominar el mundo para Jesús sin mantener atadas las riendas del poder político. Eso idea fue un vademécum orientador de la S.J. durante varios siglos.

Ahora en un tiempo de materialismo laico a lo mejor el papa Francisco tiene que sacarse de la manga otros procedimientos para dominar a la Bestia, y ganar a la Bestia es vencer la concupiscencia del mundo. Del orgullo, del demonio y la carne.

Iñigo de Loyola viejo soldado de los tercios de Flandes es el adalid de la fuerza de la voluntad. Porque dice que la santidad requiere un gran esfuerzo. Se entra por angosta puerta en el cielo.

Contra la creencia de los luteranos que, falsificando un texto de san Pablo, establecen que la concupiscencia humana es invencible y que sólo se puede redimir el cristiano por la gracia santificante (fe sin obras) el fundador de la Compañía de Jesús  en contra el pensamiento luterano opina que el poder de la gracia, la oración y la mortificación suplen las carencias de la naturaleza. A Dios rogando y con el mazo dando que bien lo decía Santa Teresa.

 

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