COPLILLAS
QUEVEDESCAS Y GONGORINAS AL APRENDIZ DE RIO NUESTRO AMADO RIO
MANZANARILLOS QUE NO ES EL RIN PRECISAMENTE
AYER
MEOME UN BURRO Y HOY ME AHOGO. DEDICADO A micer Mas el que es menos y
siempre pide más, un judío iluminado que pide la independencia,
pero Cataluña sin España será una mierda. La minoría del CIU y
todos sus convergentes debieran leer a Quevedo y Gongora o a mosén
Cinto, pero son unos ignorantes llenos de violencia verbal por ahora,
que de las palabras siempore en este país se pasa a los argumentos
de la "poderosa" de Albacete. Lean por favor los exaltados,
a ver si se les pasa la neura. Están locos
quieren
hacer al Manzanares Navegable... ayer meome un burro y hoy me ahogo,
parodia de la sequía
este blog
defiende la unidad de España y a su cultura
EL
MANZANARES EN QUEVEDO Y GÓNGORA
El arte de Quevedo es el luquete de naranja/limón que
ponemos al vino para quitarle el acíbar y despojar a la vida de
todos esos posos de amargura que la circunda, aunque, bien es cierto,
los que seguimos a Xto hemos de beber el cáliz hasta las heces como
lo bebió don Francisco tres veces desterrado, dos a punto de morir,
una en la emboscada que le tendieron los venecianos, y se libraría
por pies, por hablar el italiano sin acento ninguno, como un toscano,
y la segunda en un lance amoroso en que acabó con tres de sus
oponentes, que, en sacando la de Toledo, no había espadachín que le
pusiera un pie delante y eso que era zambo, por lo que Góngora se
mofa de sus cacorros, hacia adentro y desmangallados, así como de su
presbicia (tenía los ojos malos y era cegato aunque su vista de
lince fuera tan aguda como su daga). Dos veces lo desterraron de la
Corte a sus predios de la Mancha y en una ocasión lo llevaron a
presidio cinco años a León, en una fría mazmorra del convento de
una orden militar(1)
llena de humedades, lo que aceleraría su muerte.
Como buen
español(1), fue victima de la malsana yedra, que con harta
frecuencia crece al sur de los Pirineos como el mal francés que del
otro lado viene y que aquí se convierte en morbo visigótico, que
llevó a Fray Luis, a Jovellanos, a Cervantes a la cárcel y a otros
tantos al destierro. Dicen que la saña constituyen el vicio y el
deporte nacional. Por eso se ensalza aquí, hasta los cumbrales, a la
medianías. Para triunfar en este país hay que ser del montón o
tener buen parecer. ¡Ah! Las apariencias españolas. Aquí los
mediocres nunca hicieron daño, mientras al que despunta en algo se
le corta la cabeza.
Y un consejo- vademécum para andar por las
españas: ser siempre del montón. Como Quevedo era egregio y
aventajaba a todos en estatura literaria y en calidad humana, fruto
de su vividura, pues fueron a por él. Tengo para mí que el mejor
libro, la mejor novela, y única en su género, es el Buscón,
todo un tour
de force
estilístico y de solercia en el manejo del idioma castellano, del
que su autor conocía todos sus recursos secretos. Que maneja como si
fuera mago del idioma. Y esta esgrima verbal le hace fulgurante en el
estilo y en sus estocadas, certero.
Escritor, todo meollo, o
carne sin hueso, nunca cáscara [hoy no lo entenderían] nada de
hablar por hablar. El fondo se adecua a la forma en una perfecta
hipostasis del mensaje. Y esto es el desiderátum de la perfección.
El no va más Mujeres
y gallinas, vecinas, todas ponemos. Unas, cuernos; otras, huevos.
¿Se podrá contar mejor una historia sobre la condición femenina en
este ras con ras, en este par de lineas, dos auténticos tijeretazos
de versos? No. Los libros y los versos de este prócer, desde sus
tratados teológicos hasta las letrillas jocosas como Erase
un hombre a una nariz pegado en
que pone en berlina a Góngora y con él a todos los sayones y
escribas de nuestra España, tan voluble, tan tornadiza, turiferarios
de Caín, no son para paladares delicados. Hay en ellos mucho cuajo,
por lo que su literatura nunca será apta para cuáqueros
miramelindos. Es Quevedo la antítesis de la cursilada a lo Julián
Marías. Por eso le salieron enemigos a mansalva y aún lo queman en
efigie los hijos de los hijos de los nietos de aquel linaje de
narigudos ridículos, cornudos, o simplemente malvados que él tanto
festejara.
Aún lo tienen por peligroso y lo queman en efigie a
la chita callando pero él sigue siendo el coloso del parnaso de las
letras castellanas. Parece que me mira don Francisco desde la
calcomanía con que honro su memoria en mi despacho y se sonríe con
sorna. Saca pecho, enseña sus guedejas cansadas de tanto afán
dejandolas colgar en desaliño de estudioso sobre el pescuezo y
oculta el pie equino, de nacimiento, lo que, aún renqueante, no le
impidió cabalgar y ser el mejor espadachín de la corche y no esos
matasiete que pinta de cartón piedra e imitación Pérez Reverte en
sus novelas de época. En el callejón de la rinconada de la iglesia
de san Martín, justo donde está la calle de La Ballesta, un jueves
santo, a la salida de los Oficios, tiró de espada y dejó muertos a
tres contrincantes que le cerraron el paso. Todo un maestro de
esgrima y no los de las novelas por entrega de Reverte.
¿Causa
del riepto? Uno de los caballeros abofeteó en el atrio del templo, a
la vista de todos, a una dama. En guardia. A la salida nos vemos.
Pues vale. Pero de uno en uno, caballeros. El maestro de esgrima no
era un matasiete o uno de esos jaques que lampaban por la corte,
galanes de monjas, cortejadores a la hora de misa y el triduo, única
ocasión en que aparecían en público las señoras como dios manda.
Las que iban al prado en coche tenían mala reputación. Dentro de
las carrozas con las cortinillas bajadas recibían a sus amantes.
Podía pasar de todo. A veces los bastidores se meneaban con un ritmo
sospechoso, el tiro parado y tieso el tentemozo, dormitando el
cochero ciego de vino y sin menearse silenciosos con el saco de
granzas al morro los caballos ruanos de los caballeros o las mulas
episcopales pues también tenían por costumbre de bajar al Prado los
eclesiásticos en desguisa.
Este era Quevedo. El caballero de las
espuelas de oro como le llama casona. ¿Misógino? Ni por pienso. A
su pluma debemos el mejor soneto en castellano y en él canta a la
mujer. Y su lamento de letra herido y de amante despachado aun
esparce el eco que han conseguido quebrar la vara de la muerte:
"Cerrar
podrá mis ojos la postrera
sombra
que me llevase el blanco día
y
podrá desatar el alma mía
hora
a su afán ansioso lisonjera
mas
no desta parte en la ribera
dejará
la memoria donde ardía
nadar
sobre mi llama el agua fría
Y
perder el respeto a la ley severa;
Alma
a quien todos sus días pasión ha sido;
Venas
que humor a tanto fuego han dado;
Médulas
que han gloriosamente ardido;
Su
cuerpo dejará, no su cuidado;
serán
ceniza, mas tendrá sentido
polvo
serán, mas polvo enamorado"
Se refería a Lisi. De quien fuera Lisi poco sabemos. Sólo que
el poeta la inmortalizó en estos pensamientos. La vida real fue
mucho más cruel con él. Los grandes hombres acaban contrayendo
matrimonio con la que menos les conviene y su bodorrio de mozo viejo
con una tal Felipa acabó en desastre. Pero ahí queda como pecio de
aquel desastre conyugal aquella antífrasis: "mujeres y
gallinas, vecinas, todas ponemos".
¿Don Francisco putañero?
No sé pero conocía el mundo por de dentro y de ese mundo parte
fundamental es el bello sexo. Habría que colegir al trasluz de sus
escritos que ese conocimiento íntimo de la condición femenina no la
ganó en los libros o en los confesionarios como Tirso, que era
fraile, sino "viva voce" alternando en las tabernas(2)
y abriendo la puerta llana de las mancebías. Su concepto de la
existencia era demasiado grave para tomarse en serio a las mujeres.
De ahí sus exclamaciones utópicas sobre el amor, el olvido y la
muerte. Polvo y ceniza en definitiva pero polvo enamorado. "En
tus ojos, Lisi, vi el oriente en hermosura duplicado",
etc. cruzaba el deán el portillo y venían detrás un par de diosas.
Amor divino y amor profano que lo uno no quita para lo otro.
A lo
que se ve debió de ser visitador frecuente de los puticlubs de
entonces que se llamaban cuexcas(3).
Había una en Madrid, la Casa del Tocame Roque y otra en Alcalá que
dio pie al dicho de "A Alcalá, putas, que llega San Lucas"(4).
Es posible que la tal Lisi por la cual bebe los vientos el poeta
fuera una de aquellas mozas de partido tan abundantes en Madrid, a lo
mejor una de aquellas irlandesas tan mal vestidas y hablando con
acento de Coca por su afición a empinar el codo, "tan mal
vestidas y tan bien hechas" de cuya arribada da cuenta en alguna
de sus cartas. Así que Alcalá, putas, que viene san Lucas y mujeres
y gallinas todas ponemos. Ojos ponéis de vendimiar agüela, frase
con la que alude a las alcahuetas. "Cuando te abracen, advierte,
que segadores semejan, con una mano te abrazan, con otra te
desjarretan... con un cuarto de turrón y con agua y con grajea goza
un Píramo, barata, cualquier Tisbe gallega... corita(5)
en cogote, gallega en ancas, ran mujer de pullas para los que pasan"
está describiendo a las ventaneras, costumbre que tenía un nombre
legal: solicitación... al trato torpe.
So capa del desenfado
burlesco, Quevedo es de una profundidad aterradora. Toda su poesía
recuerda un cuadro del Bosco por las descripciones que hace de la
corrupción y relajo de costumbres del Madrid del primer cuarto del
siglo XVII.
La rechifla con que describe el Manzanares es
deliciosa: "Tieneme del sol la llama tan chupado y tan sorbido
que en mi se mueren de sed las ranas y los mosquitos". Y es
facistol de chicharras en la solfa de lo frito el aprendiz de río
que lleva penosa vida condenada de charquillos, merendero de tusonas
y de mirones que bajaban a ver las ninfas desnudarse en el arroyo
estantío... muy hético de corriente, muy angosto y muy roído, con
dos charcos con muletas... acostado en un puchero el cuerpo y el
sueño a gatas", etc.
En las numerosas aceñas que debía
contar a la sazón la raquítica ribera del Manzanares observa el
paso del tiempo, otra de las preocupaciones de Quevedo: "azudes
de la noria de la vida son las horas; ayer ya no es, no existe mañana
y hoy es un punto fugitivo... soy un fue y un será y un es
cansado..".
Pero hay otro detalle, aparte del panorama
jocoso que traza sobre el Manzanares, en lo social y costumbrista con
sus lavanderas a las que algún beneficiado baja a ver las nalgas
mientras recuden los pañales del niño, con sus trémulas pausas y
los mastines de Sodoma que hacen acto de aparición de atardecida,
los azacanes o aguadoras, las damas de toldo y arandela o meretrices,
los mendigos que acuden a despiojarse, los niños que van a bañarse
en las pozas o a jugar al marro, y es la información meteorológica
que facilita. Como colofón de lo dicho, el Manzanares, a falta en
Madrid de una plaza del Potro cordobés, del Arenal de Sevilla, el
Perchel malagueño, el Zocodover de Toledo, el Arrabal arevalense o
el Azoguejo de Segovia, punto de encuentro de perailes, pícaros,
rameras y gente del bronce, hace las veces de "locus communis",
paradero del que va y viene. Garcilaso que debía de ser tan inocente
como buena persona y mejor poeta ve al Manzanares lleno de cisnes,
ninfas y nereidas, utilizando un tropo muy común entre los poetas
del Renacimiento en su afición a la mitología. Era mucho pedir. La
ribera del Manzanares estaba poblada de ninfas pero de otras especie
diferente a las que describe Garcilaso. Góngora y Quevedo en su
sorna son más realistas al tiempo que nos proporcionan valiosa
información sobre el referido "locus amoenus" que no era
tan ameno como para mirarlo con ojos idealistas sino realistas.
Por
tales trazas el siglo XVII debió de ser seco. Se había producido un
cambio climático en toda Europa. El clima que era lluvioso y
bonancible en las centurias precedentes debió de acusar los efectos
de una glaciación. En 1666 a causa de esta sequía acontece el gran
fuego que arrasa Londres y la plaza mayor en 1634 también se quemó
quedando sólo la Casa de la Panadería.
Esta sequía trajo
consigo aparejada la hambruna. Mientras, los literatos se toman la
cuestión a pitorreo. Eso y empezar las jácaras todo fue uno. Fue
tan capona la primavera que no pudo abrir. No hay agua pero no falta
el vino. Se alude a los moscos irlandeses cuya borrachez se hace
manifiesta en las calles de Madrid o a los moscos tudescos que
ingerían una cantara de un golpe en las bayucas aledañas a las
escaleras de San Felipe. España se desentiende, se despreocupa.
Toros y cañas y autos sacramentales para olvidarse de los desastres
de Flandes o los naufragios de la Flota de la Carrera de Indias. Los
piratas ingleses estaban siempre al acecho. Ande yo caliente ríase
la gente. Aquí cada uno va a lo suyo y eso le saca de las casillas a
Quevedo. Empieza una refriega, una lucha entre dos colosos. Los dos
tenían un conocimiento eximio de los idiotismos del idioma y no se
les iba lo que se dice la fuerza por la boca
Góngora a la vista
de la escualidez del "Támesis de los Madriles" y del
escuchimizado hilo de agua que vertía en aquellos tórridos veranos
exclama: ayer
meome un burro y hoy me ahogo. Y
se cachondea con la misma insolencia de sus puentes. "Mucho
puente para tan poco río" dice del de Toledo, y del de Segovia,
"señora puente castellana cuyos ojos están llorando arena"
y en otro verso de su letrilla hace referencia a que "los orines
de las mulas den salud al río". De lo objetivo se pasa a lo
subjetivo y el río de una ciudad va a ser el pretexto para una recia
enemistad entre don Francisco y don Luis. La reyerta literaria hará
las delicias de los amantes de las bellas letras porque en ella
predomina el insulto. Sí pero hay que saber insultar. Además, la
sangre nunca llega al río. Y en este donoso cruce de invectivas
Góngora llama a Quevedo Anacreonte, melifluo y zambo y putero.
Cegato y pelotillero. Quevedo se despacha motejandole de tahúr, mal
sacerdote, judío y narigudo. Los dos poetas mayores de nuestro siglo
de oro se ponen de vuelta y guerra o a caer de un burro. Lo de ayer
meome un burro debió de ser ficción de Góngora pensando en su
rival
MEOME AYER UN BURRO
Y hoy me
ahogo en aguaduchos de orines. Poco más o menos Góngora y el
ínclito Quevedo se mofan a porfía del río de Madrid que no es el
Eúfrates ni el Tigris. Más bien un cagadero. Tuvo por afluente el
Arroyo Abroñigal que es un río meadero, todo boñigas. Allá donde
la villa y corte exonera su vientre, lava sus culpas y antiguamente
había verbenas. Por la de San Marquillos el Verde y luego la de San
Antonio que es la primera que dios envía. Bajaban allí las ninfas
disfrazadas de chulapas, a hacer de cuerpo y viejos verdes tonsurados
arrastrando la loba y el manteo al salir del coro las espiaban desde
las peñas con un catalejo que el locus amoenus siempre tuvo mirones
para el amor de alquiler. Darse un lote de vista y llevarse las manos
a la cabeza con un adonde vamos a parar y cómo están los tiempos no
estaba mal visto.
El propio autor de Los
sueños
murmura del rumbo aciago que cobraban sus tiempos. A juzgar por estos
versos todo sigue igual en el hombre. Nada cambia:
Todo
se ha trocado ya. Todo del revés se ha vuelto.
Las
mujeres son soldados y los hombres doncellas.
La obsesión que manifiesta Quevedo por los putos entre los que
incluye a Góngora también había gente saliendo del armario en
nuestro Siglo de Oro
Por Cuaresma, combates nabales que nabos y
cohombros los daba excelente su ribera, lo mismo que cebollas y
orondos tomates de un rojo casi lujurioso. ¿Rábanos? Los de su
ribera, los mejores. Aunque siempre picaron un poquito. En la
costanilla del Ava Pies y el postigo del Avemaría había sinagogas y
muchos rabinos. Con el edicto de expulsión muchos de ellos se
metieron a frailes y colgaban morcillas y botillos a la puerta de sus
conventos por bien parecer. Madrid no es lo que parece. Aquí el
personal siempre vivió hacia adentro. Un lastre que arrastramos de
nuestros antepasados los judíos. También, se cursa estudios por ser
más. Y por mejor parecer. El parecer es el súmmum bonum de los
hidalgos de gotera, la honra, el buen criterio. Hasta, sin haberse
desayunado muchos días, como nos refiere el Lazarillo
se echaban migajas en la barba para anunciar que habían comido. Por
ahí vienen los calvos. Observa Quevedo que hay calvas de muchos
tipos: sacerdotales, jerónimas, y calvos calvísimos, aprendices de
calvo y aquellos que no saben portar su calvicie con dignidad, a lo
Anasagastegui, que la por entonces se hacían el recorrido. "Hay
calvo que re rebuja para tapar el melón y aparece hecho un
basilisco". Aquí estamos yendo y viniendo del "no te jode
a nos ha jodido". Vivimos un sinvivir de la política entre el
tupé de Sagasta y el recorrido de Anasagastegui, áspero tribuno de
la plebe vasca, que, por no saber, no sabe llevar su calva con
dignidad.
Luego llegan los sastres. ¿Sastres vienen? Pues al
infierno. El ángulo de visión de Quevedo, el de un verdadero buzo
de las clases sociales en el maremágnum de gentes con los que le
tocó convivir. Odiaba a las viejas, pues no en vano tuvo fama de
misógino. A los sastres. A los médicos y a los sacamuelas.
. Ay
sí. El Manzanarillos debe de tener la sangre municipal y espesa y
por eso y por la mierda que corría en los remansos pasada la Virgen
de Atocha se criaban tan buenos tomates, lechugas y pimientos. La
villa y corte era un pueblo desde 1606 en que obtuvo el título de
capitalidad por orden del tercero de los Felipes. Góngora fue
nombrado capellán regio y puede que la ojeriza con Francisco de
Quevedo, aspirante al oficio de cortesano y que tuvo vara alta en la
ante corte la del valido el Duque de Lerma se debiera a ser los dos
contrincantes para un mismo empleo..
Además dice el refrán que
quien es tu enemigo el de tu oficio. Aparte de gananciosos de la sopa
boba y anhelando un beneficio, una sinecura, una prestamera, los dos
eran grandísimos poetas. Los mejores que hubiera jamás en esta
lengua. Las rivalidades a muerte se originan precisamente en esos
concursos oposición en que los españoles se queman las pestañas
memorizando textos que no les servirán para nada sino para colgar un
título en la pared y pasarselo a los demás cerrar el pico,
aparentar más, ¿veis?
Yo estudio, yo soy algo, más que tú, el
origen está en el puñeteros morbo visigótico y buscarse un
carguete de por vida a costa de la iglesia que fue la primera que
abrió el torno o lotería de las oposiciones a canonjía, luego
vendrían las de notarías, que esas sí que son peliagudas o las del
ingreso en el Cuerpo Jurídico del Estado o en la Cuerpa mismamente.
Luego a tumbarse a la bartola.
Manía del español que quiere
vivir sin pegar golpe. Góngora ganó un beneficio en la catedral de
Córdoba pero no pisaba la catedral, no iba nunca al coro y tuvo que
tener que pagar, como consta en los archivos, multa de muchos
maravedís por su inasistencia pero ay amigo obtuvo aquel beneficio a
fuerza de codos y estuvo una hora de reloj, en lo que caía la arena
por la clepsidra, recitando una tesis de la Summa de Santo Tomás.
Tenía un título. Hoy mucho más rentable que aprobar oposiciones es
meterse a político y entonar la coplilla gongorina sobre la meada
del burro que provoca inundaciones por Madrid.
De nada sirve que
fuera si no un mal sacerdote al menos muy negligente -apenas se le
conoce haber abordado el tema religioso en su obra- y de origen
converso al que asustaba comer jalufo. Pero había ganado las
oposiciones. Ayer meome un burro y hoy me ahogo. Agua va. Cuando las
dueñas se ponían a arrojar los pericos o servicios de aguas
mayores. Góngora se fumaba el Oficio divino y se quedaba en alguna
timba o se iba por las rinconadas de la vera del Guadalquivir a la
búsqueda de algún efebo.
Sacerdote sin vocación y cura de misa
y olla. Por la mañana cátedra de Prima y por las tardes, de
sobrina. Ahí nos las den todas. Se da la buena vida y busca, villano
en su rincón, una misericordia segura en la que sentar sus posaderos
y tener ración por oposición que es para lo que empollaban latín
los españoles de entonces y los de ahora se atiborran de temas.
Aspiran a un buen pasar, eso que se llamaba antes la vita bona del
Beatus ille. Echa la galga, amigo. Tumbémonos a la bartola. Pasan
los clérigos con el bonete de tres puntas, las mulas hacaneas con un
paxio o artolas cargada de libros camino de Alcalá terciado el
manteo y la loba cuajada de cazcarrias y de barro de los charcos del
camino. Suben la cuesta los arrieros. Huele a ajo y a vino y a
trasudores de Castilla cuando va de el personal trajinante y detrás
llegan los ministriles. Un domine con antiparras acaba de pasar
camino de su casa a pupilo. Va a dar "lición" a sus
gramáticos. Les enseñará algo de gramática parda.
Un morisco
cargado de un banasto con hortalizas. Una vieja marivina a la que
hiede el aliento podrido del mosto, la cebolla y las caries. Y sigue
la comitiva con ministriles, algún jaque arreando un macho burreño
de gran alzada y ahí están las lavanderas cantando las coplas del
momento mientras restriegan la colada que reúne las bragas de una
marquesa y los calzoncillos con palominos de un obispo. Y no podían
faltar en esta escena los azacanes cargados de cantaros de agua de
nieve. Delante de las damas de toldo y arandela, "cisnes del
placer, y fenices del gusto". Abigarrado retablo de tipos y de
costumbres. A cada profesión le corresponde un vicio.
Un niño
llora y un viejo con su lazarillo canta la oración del Justo Juez.
Las capas negras de los letrados se confunden con las capas pardas de
los mercachifles y labradores, las tocas blancas de las dueñas hacen
contrapunto con los velos negros de las viudas. Cantan los cubos de
los carros a los que no se permitía pasar por la puente y han de
vadear por el albero salpicando los charcos o hundiendose en el
légamo. Estallan en el aire las trallas. Se escuchan algunos
juramentos. Algunos carruajes hacen molino y los carreteros se
quejaron toda la vida del pontazgo de la Puente Castellana.
Los
borrachos de Velázquez se han reunido en un corrillo y coronan a
Baco desnudo con una corona de laurel y lo cubren con un manto
purpura como el que cubrió las desnudeces de Noé. Uno de ellos que
debe de ser fraile huido del convento les sermonea en latines. Nadie
le hace caso. Mucho puente para tan poco río sí pero con mucha
humanidad viva que se mueve por abajo y por arriba. Señora doña
puente Castellana, tus ojos están llorando arena.
La literatura
estando más allá de la imagen que en encandila y decipit
(decepciona),
según los escolásticos, es vividura y transcendente. La imago es
una noción ficticia de lo intrascendente. La imagen destruye y
deslumbra pero la palabra o el concepto construye e ilumina. El arte
de la palabra va mucho más allá de la cinemática y el cine es
cínico pues poseen el mismo étimo griego; "kinos" designa
al movimiento pero también al perro.
Quevedo y Góngora que son
a la vez culteranos y conceptistas nos llevan por las altas sendas de
la imaginación. Nunca frisó nuestro idioma tan alto como en estos
dos vates, tan diferentes y tan parecidos. Esta trifulca sobre el río
de Madrid en el que coinciden descriptivamente pero que luego van a
desenvainar, por rigurosidades e inquinas personas que no hacen al
caso, las plumas, convertidas en lanzas. ¡Y qué lanzas, madre mía!
Al ver lo que escriben el uno del otro los ahora políticamente
correctos, escritorzuelos de toma chicha y nabo, se llevan las manos
a la cabeza y gritan:
-Insulto. Insulto.
Pero hay que saber
insultar, señores míos, y hacerlo con cierto salero. No ese
desmantelamiento que les es propio a los anti-castizos.
La
literatura, insistimos, es vividura. Y vividura profética. Por eso
mismo cuando nos encontramos en un libro donosamente escritos nos
asalta la impresión de haber estado en aquel sitio, en aquella casa
o a la vera de aquel río que nos pinta el autor. Uno ha subido y
bajado unas cuantas veces por el Puente de Toledo y está
familiarizado con el genus
loci y
los manes madrileños.
Nos han sucedido aventuras. Vimos no a las
ninfas y nereidas pero sí bastante ninfas del cantón que en el
Cerro la Plata cobraban a duro el "polvo". Niños y
militares sin graduación algo menos y una paja tres pesetas. Algunos
fuimos iniciados en el amor a tan módico precio por la Josefa una
sacerdotisa de Venus al aire libre, que venía de Valencia, culona,
de amplias tetas, tenía un poco de bigote pero compensaba. Cela
dixit.
Hemos visto desfilar a los pastores de la mesta. A los
jaques sacamantecas con la "poderosa" entre la faja, y a
los mismos borrachos de Velázquez dar tumbos por las bayucas
aledañas a la catedral de san Isidro que ya estaban abiertas hace
cuatro siglos. Nos hemos puesto la coroza de los penitentes que
salían en Viernes Santo detrás de un paso al lado de las vestidas
de dolorosas luciendo cuerpo y jeme.. Tan chulas y presumidas ellas.
La religión aquí estuvo íntimamente relacionada con el sexo.
Acompañar al Santo Entierro era un pretexto para lucir su cuerpo
serrano. Debían de ser las mismas damas que acompañaban a Felipe IV
tan salaz como piadosísimo a los triduos y oficios de las Cuarenta
Horas que organizaban los jesuitas. Nuestro catolicismos es áspero,
algo tristón y pasionista. Ya lo decía don Francisco: "Católica
y cruel Majestad".
Hemos padecido y gozado de situaciones
similares a las de Quevedo o a las de Góngora. Los genios en sus
escritos nos invitan a hacer un viaje hacia el futuro. Ay Madrid que
te quedas sin gente, la ciudad por la que ha discurrido gran parte de
nuestro vivir. Universidad de picaresca y de misticismo. Aquí la luz
tutela y es tan ardiente que acaba destruyendo. Madrid me mata a mí.
Madrid te mata a ti. Por eso tanto le queremos.
A veces tuvo aire
de sepulcro. Cuando Dámaso Alonso se refería a un millón de
cadáveres ambulante sabía bien lo que se decía. Con algo de
sepulcro pues todo en la vida es cárcel y todo en la vida es
sepulcro.
"Del
vientre a la prisión
vine
en naciendo
de
la prisión iré al sepulcro amando
y
siempre en el sepulcro
Estaré
ardiendo.
¿De amor? Por supuesto. Quevedo y Góngora que conocerán tan
bien a las mujeres las dan poca importancia. Lisi la amada
inmortalizada en el soneto del polvo enamorado es un accidente. Don
Francisco lo que conoció mayormente fueron las Lisis a la vera del
Manzanares, las tusonas, busconas y godeñas, en particular las hijas
de la Verde Erín cuya arribada a la Corte desde la católica Irlanda
era todo un acontecimiento, y que tanto le entusiasman, tan mal
vestidas como bien hechas, un tanto inclinadas al mosto, las coritas
asturianas y gallegas de ancas triunfales, que con una mano te
abrazan y con otra te hurgan la faldriquera.
¡Ah las dulces
mozas querenciosas del oro, todas del partido de Santo Tomé,
zamarreando por la orilla del río estantío "en esta capona
primavera que no pudo abrir un lirio".
No le gustaran a
Quevedo, a lo que se ve, mucho los ríos; lo intuía, estaba oliendo
el poste. Parece sentir en sus versos las humedades reumáticas de
aquella mazmorra a orillas del Bernesga, del Órbigo y del Castro que
son cachirríos y del Duero meninos (por afluentes). Allí le
esperaban las sombras. Todo en la vida es cárcel. He ahí otro signo
del poder premonitorio que mueve la pluma de los que escriben, sobre
todo, si lo hacen bajo la luna de la inspiración y el poderío que
brinda la introspección profética.
No se entiende muy bien esa
tirria que le inspira don Luis. ¿Serían ramalazos de ese
anticlericalismo proteico que se detecta en toda la literatura
castellana? ¿Odio de clérigo? ¿Rija de opositor a Corte?
Yo
te untaré mis obras con tocino
porque
no me las muerdas, Gongorilla,
perro
de los ingenios de Castilla
Docto
en pullas cual mozo de camino.
Apenas
hombre, sacerdote indino.
Que
aprende sin Christus la cartilla,
Chocarrerías
de Córdoba y Sevilla.
Y
en la corte, bufón a lo divino.
¿Por
qué censuras tú la lengua griega
siendo
rabí de la judía,
Cosa
que tu nariz no lo niega?
No
escribas versos más, por vida mía,
aunque
esto de escribas se te pega
Por
tener de sayón la rebeldía.
Duros epifonemas. Le tacha de judío converso y de maricón (poco
hombre) y de narigudo.
La odiosidad debió de nacer en el complot
contra el Duque de Lerma que significaría la caída del Señor de la
Torre de Juan Abad de patitas en el destierro. En su invectiva apunta
un dato de una gran solidez histórica que ha sido poco estudiado: la
influencia que tuvieron los criptojudíos en la corte de Felipe IV a
través de los jesuitas. Pero se da asimismo la paradoja de que
Quevedo se va a coger a la protección de los jesuitas y durante sus
presidios y destierros sus amigos serían los jesuitas y su biógrafo
sería un jesuita. En otros epigramas censura a su rival su afición
al juego: tahúr, poco cristiano, mal clérigo. Misal apenas. Naipe
cotidiano. Capellán del rey de bastos que en Córdoba nació. Murió
en Burgos. Y en Pinto le dieron sepultura.
Por su parte Góngora
en un poema escrito ahora justamente hace cuatro siglos dice de
Francisco de Quevedo lo siguiente:
Anacreonte
español, no hay quien os tope,
que
no diga con mucha cortesía
que
ya que vuestros pies son de elegía
vuestras
suavidades son de arrope
¿No
imitareis al terenciano Lope
que
al de Belerofonte(6)
cada día
sobre
zuecos de cómica poesía
Se
calza espuelas y le da un galope?
Con
cuidado especial vuestros antojos
dicen
que quieren traducir al griego
No
habiendo mirado vuestros ojos.
Prestadle
un rato a mi ojo ciego(7),
porque
a luz saque ciertos versos flojos
Y
entenderéis(8)
cualquier gregüescos(9)
luego.
El soneto gongorino tampoco tiene desperdicio. Tilda a su
oponente de poeta descuidado, suave, zambo, mal caballero(10),
espadachín y matasiete. Y le pide que le ponga la mano en el culo
para escuchar una ventosidad de sus adentros. Góngora no se tira un
farol. Se tira un cuesco.
La polémica entre los dos grandes
literatos, aunque profusamente estudiada por la erudición, ha dejado
inédita una idea importante: el enfrentamiento de Quevedo, caballero
de la orden de Santiago, que ridiculizó a los que querían hacer
santa patrona de España a una judía Teresa de Jesús, y los
cristianos nuevos. Tanto él como Lope -éste de una forma más
superficial- tomaron partido por los cristianos viejos.
De modo
que sus diferencias con los conversos, que tanto nombradío e influjo
trujeron bajo el mandato del valido del Rey, el Conde Duque de
Olivares, y su aireamiento con los franceses que tenían el criterio
de que la Santa Sede había caído en manos de los judíos, pudo ser
un motivo de su detención y posteriormente su encarcelamiento en San
Marcos de León durante un quinquenio. Una flagrante injusticia.
Al
parecer, el mejor escritor en lengua se movía en contextos
políticamente incorrectos para su tiempo. De todos modos, espíritu
crítico y valiente, mete el dedo en la llaga y descubre uno de los
enigmas de la historia española y las causas de su decadencia.
Aunque cegato, su pluma era certera, y su visión de aguila
caudal que diquelaba desde muy lejos.
Su fama de chistoso y
jaranero que tiene en la cronología hispana, donde todos los chistes
guarros se atribuyen a Quevedo, no se compadece con la hondura de su
pensamiento tan español, tan entero. Miré los muros de la patria
mía. ¿Acaso este postergamiento y ninguneación a que se someten
sus obras, más citadas que leídas, sea otra venganza judía?
Mientras tanto las aguas del Manzanares siguen fluyendo
enterradas bajo un bunker de hormigón por decreto de los nuevos
munícipes faraónicos anhelosos de convertir a este afluente del
Tajo que pasa por los Madriles en un nuevo Guadiana. Pronto lo harán
navegable y habrá choque de escuadras y batallas "nabales"
por menos de un pimiento. Es igual. Ayer meome un burro y hoy me
ahogo. Ay, Manzanares, Manzanarillos, en ti se mueren de sed las
ranas y los mosquitos.
14 de agosto de 2008
1.
Todo
este mundo es prisiones;
Todo es cárcel y penar.
Los dineros
están presos
en la bolsa donde están
la cuba es cárcel del
vino
la trox es cárcel del pan
la cáscara, de las frutas
Las espinas del rosal.
El cuerpo es cárcel del alma,
la
tierra es cárcel del mar
2.
Fue
cliente del figón de Juan Lepre que abría sus puertas en la calle
Huertas de Madrid. Parroquiano de ese establecimiento fue también
Diego Velázquez y alguno de sus comilitones del jarro le sirvieron
de modelo al cuadro Los
borrachos
3.
Casa
de tolerancia (Germ.)
4.
En
la fiesta de san Lucas el 18 de octubre se solían impartir los
grados a los estudiantes
5.
Corito,
asturiano. En el siglo XVI las gallegas, asturianas y vizcaínas no
gozaban de buena reputación.
6.
Belerofonte,
el hijo de Neptuno, que montó a Pegaso y venció a la Quimera
7.
El
culo
8.
Por
oír
9.
Pedo
10.
Quevedo
fue el caballero de las espuelas de oro. Su defecto físico no le
impedía ser un consumado experto en la equitación