Haec opera incipiunt. 15 de diciembre de 1997, día de San Fortunado. Idus decémbras.
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Un bello día de otoño de 1498 cruza el puente ojival de Arévalo un niño vascongado de cabellos rubios, piel sonrosada, ojos risueños y alegres. Procede de una numerosa familia guipuzcoana emparentada con el Duque de Nájera. Va a casa de su tía, María de Velasco y Guevara, esposa del contador mayor ( q u a e s t o r) de Juan II. Este gran personaje que ejercía las funciones de ministro de hacienda de Enrique IV es una de las personalidades más relevantes de la España de su tiempo. Los historiadores lo describen como hombre bueno, leal pero desafortunado, y más que nada un converso, por más señas. Procedía de una adinerada familia de plateros oriundos de la homónima villa segoviana, distante a una pocas leguas de Arévalo. El va a constituirse en mentor o protector de una de las figuras históricas que más inciden en el cambio de rumbo en España, a la que da un sesgo quimérico e imperial. También va a ser el detonante de uno de los giros mayores que experimenta la catolicidad, unos diz que para bien y otros para mal.
Si bien la naturaleza y el temperamento y el carácter de aquel recién llegado eran los de un vascuence, el alma del hijo del mayorazgo de los Oñaz va a pasar por una entera trasmutación hasta convertirse en la de un castellano viejo - si es que en puridad de verdad pudieran hacerse distingos entre lo español o castellano viejo al uso y lo euskaldún, porque lo español y lo vasco se transfunden en la mismidad de origen o esencia nacional, según demuestra Unamuno-, pero los veinte años de estancia largos en la corte de Castilla operarán en él una metamorfosis. Se empapa en los penetrales mítico /místicos que impregnan la atmósfera de la capital de las Morañas. Es una luz que flota en el aire de la vieja villa, y que hace que dentro de la propia Castilla conserve Arévalo una personalidad única, que la distingue de los pueblos y ciudades del contorno. Tiene personalidad propia este lugar. Arévalo con sus siete torres, sus siete puertas, sus siete estirpes (los Montalvo, los Perote, Verdugos, Briceños, Sedeños, Tapias, Velázquez) y es alma de almenas todo él sobre el Adaja. El alma está en sus piedras. Alma que atrapa. Alma de numerus clausus, impronta misteriosamente cabalística en el paisaje de Castilla la Vieja. Se trata de una personalidad como hecha a la medida. En eso semeja a su otra villa hermana gemela: Olmedo.
Arévalo y Olmedo parecen dos hermanos mielgos. El número siete guarda la clave del círculo mágico; es la cifra y compendio de las perfección del Santo Grial. En tal guarismo se comprende la perfección del mundo, esto es: lo supremo de la perfección gnóstica. El siete en la historia del conocimiento da la clave de numerosas cosas. La historial del Temple es un poco el devenir azaroso de ese número siete, que modula las combinaciones binarias. No es cosa baladí, por más que pueda parecerlo, el hecho de que el cristianismo posea una clave mágica legada por la filosofía esenia que recoge la tradición templaria basada, como todo el mundo conoce de antemano en la recuperación de Jerusalén, no tanto física como pretendieron las Cruzadas - y de ahí estriba la razón de su estrepitoso fracaso - sino que se trata de una vuelta a la Jerusalén celestial, fundada sobre los cimientos del conocimiento y de la sabiduría. Este es un aspecto poco conocido en la trayectoria de Iñigo de Loyola: la impronta esotérico-caballeresca que marca su existencia. Los templarios aspiraban al cristocentrismo y él recoge esa enseñanza en el anagrama que convierte en salvoconducto de los religiosos de la compañía: “Iesus Hominum Salvator “( son las tres letras iniciales del nombre de Jesús en el alfabeto griego: IHS, iota, eta, sigma)de tal lema harán bandera de actuación. Serán contemplativos y a la vez activos. Los jesuitas constituyen un apéndice o prolongación de las ordenes militares medievales adaptadas a la Edad Moderna.
Al pie de la predela de la iglesia arevalense de Santa María, de acuerdo con la tradición - una iglesia que fue mezquita y que, reconvertida en templo católico por Alfonso VII el Emperador, sería luego enriquecida y adornada con los más ricos tesoros de la labra mudéjar por Juan II, conservándose sobre sus techos uno de los más impresionantes frescos románicos de los que haya mención-, iba a sentir el doncel vasco la primera llamada a la conversión y compone allí mismo el inspirado himno eucarístico del “Anima Christi “, con cuyos versos en la boca y en el corazón hemos recibido el sacramento de la comunión muchos católicos hasta no hace mucho. Es tierna y machacona la composición como un “ zorcico “ o corrido vascuence, pero tiene toda la frescura de la brisa de los montes navarros.
La espiritualidad loyolea va a ser una mezcla de acción y de contemplación. Con su doctrina sobre la composición de lugar o presencia eterna de Jesús en las almas (Cristo no fue una vez sino que está en la Historia, como clave del arco, como fuerza viva de salvación) iba a dar un giro de noventa grados la relación del hombre con la divinidad.
Delante de la imagen de la Virgen de las Angustias, (una talla milagrosa; Isabel de Castilla era muy devota de esta advocación, que llevaba consigo en sus desplazamientos por el reino, y a cuya intercesión atribuyó la reina la victoria en la guerra de Granada. Una réplica de las Angustias de Arévalo en la cual se representa a María en la senectud, se conserva en Granada. Los granadinos la llaman cariñosamente a este icono de María “la abuela”) y que, cuando esto se escribe en los comedios de 1998, se venera en la iglesia de santo Domingo, el caballero Iñigo, como si velase armas o estuviera ante una de las páginas de las “Sergas de Esplandián “, primero de los libros de caballerías escrito por el arevalense, Gutiérrez de Montalvo, y publicado en Medina del Campo el año de 1498, aprende a ser el galán místico de la dulce Señora de los cielos. María se convertirá al correr de los días en la única dama de sus pensamientos para él que amó a mujeres tan importantes como la princesa Catalina, la primera hija de Juana la Loca y de Felipe el Hermoso, y algunos biógrafos suyos especifican que también rindió pleitesía y cortejó a la propia Doña Germana de Foix, aquella francesa, que fue esposa natural de Fernando el Católico, y que luego casaría en segundas y terceras nupcias con el Duque de Brandeburgo y con el Duque de Calabria.
Esta señora vivió en Arévalo, donde tuvo abierta casa y corte, durante más de dos lustros y era muy conocida por sus extravagancias y afición a los bailes mundanos y a los placeres a la buena mesa. Por eso la decían: “ pingüis et bona pota “. Esto es: que le gustaba el buen yantar y el buen beber. Es bastante posible que su cojera fuese atribuida a una gota originada en el ácido úrico como consecuencia de sus demasías pantagruélicas.
¿Un desengaño amatorio?¿Un despecho? La historia nos dice que el siervo de Dios picaba alto, pero ¿quién fue en verdad la dulcinea de sus pensamientos? A no dudarlo, antes que Nuestra Madre de los Cielos, hubo una mujer o varias en el ardiente y fogoso corazón del doncel
Los jesuitas serán enseguida los adalides del dogma de la Intemerata o de la Inmaculada Concepción, con toda la exaltación quijotesca que ello comporta, con toda la furia del converso. El misterio de la Simpecado lo llevamos los españoles metido hasta los tuétanos, aunque ello no sea eximente ni óbice para que este tierno sentimiento empezca algunas asperezas de nuestro carácter, en cierta medida visceral y extremo.
Para explicar tal atavismo habría que retrotraerse a los tiempos medievales, a los usos y costumbres de gran parte del segundo milenio, a los ritos de la caballería andante, en la que se pelea por una mujer, pero también por la justicia y de sale en defensa de los pobres, menesterosos y afligidos en aquellas calendas crueles. Esto es el quijotismo... Algo tan nuestro.
Los protestantes utilizarán el culto de hiperdulía como arma arrojadiza arguyendo las sospechas de una fe supersticiosa fraguada en devociones sucedáneas originarias del paganismo. Y en algunos casos les sobra razón. Esta exaltación extrema de todo cuanto se refiera a la Inmaculada retrotrae a vestigios y creencias pre cristianas, como por ejemplo el culto a Isis, a Astarté, a las vestales y a la Madre Tierra.
Pero tampoco hay que perder de vista que, con todos esos supuestos, la mariología entre nosotros es algo indeleble. Va con los genes. Ignacio, cuando, ya convertido, se dirigía a Barcelona a lomos de aquella mula cargada de libros - es conocida de todas la anécdota- y se encuentra a un moro por el camino. Empiezan a conversar y el morito le dice no sé qué cosas en tono chusco de Miriam, poniendo en entredicho la virginidad de María. Se despidieron, pero, ya cerca de Fraga, el antiguo lansquenete cae en la cuenta de que el mahometano había osado cuestionar lo más sagrado para él en el mundo. En uno de esos arranques tan suyos, decide volver grupas y verselas con el interfecto. El antiguo capitán guipuzcoano era de los que no aguantaban ancas de nadie. En Arévalo se había distinguido por su arrojo. Se cree que la bravuconería, que le condujo a dar muerte a un hombre que rondaba su dama cierta noche, y a apalear al cura de Azpeitia fue uno de los pecados de la vida pasada que más lloró de viejo hasta el punto de que las lágrimas dejaron una marca o surco en su cara al rodar por las mejillas Cuando en las noches romanas estrelladas de agosto subía al terrado de la casa de la Strada y se emocionaba al mirar para el cielo infinito.
Le dieron ganas de echar mano a la espada. Luego recapacitó. Llegó a un empalme donde se bifurcaban los caminos. ¿ Qué ruta seguir para ir en persecución del atrevido infiel? Ignacio tomó del ronzal a su montura. La arreó y dijo: para donde tire la mula.
El noble bruto escogió la senda del perdón y el olvido a las injurias. Aunque tales injurias hieran en lo más vivo de nuestras creencias. Eso le salvó.
Por último el anagrama jesuítico tantas veces comentado - Iesus Hominum Salvator - se le ocurre también en Arévalo; mientras rezaba en dicha iglesia de San Miguel, alzó los ojos para el techo artesonado donde estaba esculpido el epígrafe en caracteres góticos. El lema no es ignaciano. Lo había propalado por la cristiandad San Vicente Ferrer en su cruzada contra los albigenses. Según algunos historiadores, esa frase fue escogida por el papa Inocencio III como grito de guerra y contraseña de combate para erradicar la herejía de los que preconizaban una vuelta al Evangelio sin más aditamentos, y a las enseñanzas de Jesús en toda su pobreza primitiva sin intermediarios ni sacramentos. Esto era lo que pretendían los cátaros, también denominados los “puros”. El joven paje contemplaría la frase labrada en lo alto de la verja tallada en el templo del que hacemos mención. Allí sintió tal vez la primera llamada, pero hay que tener en cuenta que el proceso de su conversión fue una experiencia larga con altibajos. Con intercadencias, depresiones y hasta con conatos de suicidio.
Era recién llegado a Castilla para “aprender manera “, según decían los moros, y hacerse un hombre de bien. La entrada al servicio de una casa importante constituía un procedimiento de promoción social y el primer peldaño para ingresar en el grupo de la nobleza. La función de un paje en las cortes de la Edad Media consistían en algo tan humilde como hacer las camas, fregar y barrer, servir a la mesa, calzarle las botas al amo, servirle a la mesa, escanciar el vino en su copa, lo que implicaba no pocos peligros, puesto que uno de los procedimientos corrientes de muerte era el envenenamiento. Los señores importantes contrataban a los pincernas o coperos reales. Su misión consistía en probar ellos el vino o cualquier manjar, para que, en caso de que hubiese en él cualquier elixir aciago, sustituyera el criado a su señor en los estertores de la muerte por hierbas. La vida de un hombre valía muy poco.
Y el envenenamiento por no levantar sospechas se convirtió en arma terrible pero consuetudinaria en ámbitos palatinos. La mandrágora y el arsénico acabó con la vida de reyes, príncipes, papas, obispos. Era el pago corriente al adulterio o a la injuria. Ignacio venía a en ca su tío para aprender Humanidades.Los pajes y escuderos solían estar enterados de toda clase de chismes, idas y venidas de sus amos, pero era imprescindible que aprendieran discreción y disimulo. La corrupción de sus costumbres constituía una de las servidumbres de andar entre la púrpura, el peaje que habrían de pagar los que querían subir lejos por el mayo de la fortuna, la honra y las riquezas. Enrique IV se hizo rodear de una cuadrilla de eunucos de Berbería. El vicio nefando formaba parte de la vida diaria. En los cabildos catedrales la sodomía con niños de coro era vergonzoso atavismo.
Entonces sólo hablaría el muchacho vascuence y sería conseguiría hacerse comprender aun a fuer de no pocas burlas, porque dicho idioma era entendido; quedaban bastantes rincones en el reino castellano donde la vieja lengua ibérica seguía siendo utilizada como el condado de Treviño o el propio Arévalo (la provincia de Avila está plagada de topónimos de esa raíz, como Mingorría, o Arenas de San Pedro, que viene de Aran, como Aranjuez, y otros diversos). Castilla se forma a partir de Vascongadas y de los pueblos del Norte. Es ultramontana en génesis y evolución, por más que muchos ignorantes a estas alturas casi en el umbral del siglo XXI sigan sin enterarse. A Iñigo es posible que aun se le notara el pelo de la dehesa. Trae en su persona la fragancia de la yerba perfumada de los seles y prados de armento de los valles de Azpeitia. Su tez, tostada por el sol del Norte, que no ennegrece, sino que curte y dora, recuerda un poco al lustre de las manzanas. Viene a pulirse en sus formas y a iniciarse en los modales de la corte. Enteramente y a la perfección nunca consiguió dominar el castellano. Su lenguaje fue siempre sería el euskera, pero ¿ cuál de ellos? Se hablaban en el señorío de Vizcaya y en sus encartaciones hasta seis o siete variantes de dicha lengua y casi había una en cada valle en renglón con las características idiomáticas de sus ancestrales hablantes, ora várdulos, autrigones o caristios. El Buru-Batzar viene a resultar poco menos que una entelequia. Además Iñigo quería ser pendolista. Lo consiguió. Así lo atestiguan las muestras que han quedado de su caligrafía exquisita. Todos textos en latín o en castellano. Los vascongados se sentían “ hispani “aunque siempre guardaran escrupulosamente el acerbo de su tradición oral. Eran buenos soldados, excelentes navegantes, orgullosos hidalgos. Pero su destino iba a estar sujeto, pese a los elementos diferencia dores autóctonos al destino de los pueblos ibéricos.
El bien que lo lamenta, sobre todo, en sus composiciones poéticas, que adolecen de la rudeza de las concordancias vizcaínas. Escribe en letra pulcra y rectilínea, un poco sintomática de su carácter, pero sin alifafes. Sus Constituciones o Regla mantienen ese deje broncíneo y algo cacofónico de las ordenanzas castrenses. Siendo un hombre tierno, como todos los vascos, no es nada melifluo, ni articulado en sus giros enojosos, con ese estilo mal trabado. Lo que tiene que decir lo vierte a secas y de forma escueta sin contemplaciones y casi sin donaire. De ahí le venga tal vez a la Compañía esa austeridad seca y adusta y poco dado a los alifafes franciscanos o a la grandeza oratoria de los dominicos.
San Ignacio de Loyola no es un santo lo que se dice popular. Su canonización en 1622 junto con la de Teresa de Avila parece más bien una decisión de la política divina de los Austrias donde se alzaron con el mando los jesuitas.
Todos los autores del siglo de Oro, cuando tienen que echar mano de un bufón del que hacer chirigota sacan a un vasco. El vizcaíno o bien es tartaja o borracho, o un simplón.
Les toca desempeñar el papel de perdedores o de parientes pobres. En aquella sociedad los portugueses tenían fama de fantasiosos y fanfarrones, muy enamoradizos. Los gallegos, supersticiosos y los vascos, de pocas palabras y con un muy escaso sentido del humor. Con todo, debió el niño de amoldarse presto a su nuevo ambiente. Podría captar muy pronto esa poesía que parece brotar de súbito de las choperas de Castilla, que ensancha los pulmones de anhelo de libertad, porque anchos son sus campos y sin confines sus paisajes. Arévalo era una corte renacentista. Se cantaban madrigales. En los palacios de Juan II se daban cita los mejores poetas, los más grandes artistas y matemáticos de Europa, y hasta algún mago como el Duque de Villena - “ni palabra mala, ni obra buena”, según la copla-, quiromántico y mecenas, que transformaba en oro los metales, y del que se dijo que tenía pacto con el diablo. La crisopeya es, sin embargo, el fundamento de la química y de las ciencias aplicadas. En el entorno áulico de los Trastamara se congregaban botánicos, físicos, estrategas y expertos en poliorcética. Aquellos eran los tiempos del Gran Capitán; España vivía enardecida por el descubrimiento de América, por los nuevos inventos que agilizaron la navegación y el conocimiento de las estrellas. En medio de la conmoción y en un mundo de transformaciones sociales, las gentes eran conscientes del acercamiento de una era diferente. Se respiraba un ambiente de expectación mesiánica.
El joven recién llegado de una aldea remota “abertzale”desembarcaba en la civilización. El contraste debió de marcarlo de por vida. Procedía de un valle ameno pero anfractuoso y umbrío, donde todavía quedaban algunas costumbres salvajes; en las romerías se bailaba la danza prima y se entonaba el “ataratxu” o el “ijujú”, grito de guerra en loor de las divinidades perdidas, y de pronto se ve metido en la llanura de las Morañas, sin bosques mágicos. Sin brujas ni aquelarres. Sólo pinares y donde las costumbres eran más refinadas, los hombres más pulidos y discretos, donde se cantaban otras canciones y había otros bailes. Uno no puede menos de acordarse, por ese tenor, de “Alabanza de Corte y Menosprecio de Aldea “ de Fray Antonio de Guevara, otro ultramontano, donde se establece un paralelismo entre sendas formas de vivir: la de los rústicos y la de los cortesanos. La vida era muy dura, pero muy intensa. .El final de la Edad Media se caracteriza por el incesante clima de contienda civil y de la oposición encarnizada Corona-Nobleza. Concluida la Reconquista, los distintos estados cristianos guerrean entre sí. La violencia era un atavismo metido en los genes, casi una costumbre. Un foco perenne de conflictos era precisamente la región donde había nacido el adalid de Loyola. Navarra y el ducado de Bearn se la disputaban Castilla y Aragón, y Francia, una potencia emergente, no cesaba de meter cizaña.
La época se caracteriza asimismo por la disolución de costumbres, el relajamiento de la vida cristiana en el Renacimiento y el libertinaje entre el alto y el bajo clero. La imposición del celibato en el siglo XIII era respetada a duras penas. Convirtiéndose la licencia de las personas consagradas en piedra de escándalo. Ya se quejaba el Arcipreste de Talavera en el “ Corbacho “ a su obispo que le había ordenado que abandonase el concubinato: “ Por qué, quitandonos las buenas, nos hacéis ir con las malas”.
Fue una medida impolítica incoada no por motivos morales, sino económicos, que sirvió para acrecentar el patrimonio de la Iglesia y evitar los pleitos por herencia, pero se tuvo que pagar un precio muy alto. Cargada de maquiavelismo y de hipocresía y todavía una cuestión pendiente en lo por venir.
El cardenal Mendoza en una audiencia con Isabel de Castilla en Toledo le presentaba a la Reina su media docena de vástagos fornecinos (el epíteto se las trae, porque fornecino viene de fornix, que quiere decir lupanar y vástago supernumerario de la vida y de la vid) y ésta haciendo gala del realismo y la sorna que le era característica lejos de escandalizarse respondía a Su Eminencia:
---- ¡Ya veo, ya, los bellos pecados del cardenal!
Un hermano de San Ignacio, Pero López de Loyola, era padre de tres hijos naturales que vivían en su compañía en la casa rectoral de Azpeitia. El celibato era una costumbre instituida en la Iglesia romana en el siglo XIII, pero eran pocos los clérigos que se atenían a tales disposiciones de continencia canónica. En 1498 pontificaba al frente de la Barca de Pedro un Borgia, Alejandro VI, quien no pasó a la historia por su inocencia de costumbres. Petrarca componía sus maravillosos sonetos a Laura y el Dante cantaba a su Beatriz sin que ese amor elevado y caballeresco fuese detrimento para que se tratase a la mujer como un objeto. El Renacimiento no eran tan sólo Petrarca. Dante o Garcilaso y Boscán, sino también Bocaccio y Chaucer. Este último, Geoffrey Chaucer (Londres 1340), que también fue paje y soldado al servicio de la Duquesa del Ulster, ofrece un extraordinario paralelismo biográfico con Ignacio de Loyola, resultó herido y hecho prisionero de los franceses en la toma de Reims, se vio envuelto en una relación adúltera e ilícita con una dama, a la que puso en un pedestal en sus poemas de la primera época, pero, luego, desengañado, ridiculiza en los “Cuentos de Cantorbery “ aquel ardor juvenil que estuvo a punto de arrastrarle a la horca. Todo su entusiasma por la dama se vuelve ironía, cuando la doncella idealizada o pedestal izada se vuelve dueña, y todo el platonismo se viene abajo ante las verdades de la vida.
Arévalo con su ambiente romántico vendría a ser un lugar ideal para soñar, porque sus piedras parecen soñar, como si tuviesen alma. Un alma que atrapa. Así lo vemos por lo menos ahora, pasados cinco siglos de su arribada a las murallas del castillo, aunque tal vez estemos dando pábulo a la imaginación. El ambiente de rivalidades constantes, y a punto de estallar el conflicto de las Comunidades, puede que no fuese tan bucólico. Las familias nobles vivían al acecho encastilladas en sus casas fortaleza. Al atardecer se cerraban todos los postigos y se implantaba el toque de queda. Los asesinatos y el bandolerismo eran moneda corriente y esta es la razón por la cual - con ánimos de mitigar los estragos de los facinerosos y los problemas de inseguridad ciudadana - que se crea por cédula de los Reyes Católicos la Santa Hermandad, la primera Guardia Civil, una de las mejores instituciones que ha tenido siempre la vida española. Les llamaban los “ mangas verdes “por ir ataviados con un traje de ese color, tradición que ha perdurado en la Benemérita. Desde su creación los “ mangas verdes “ patrullaron los caminos de España de dos en dos. Ahí estriba por tanto una primera instancia de la famosa “ pareja “ que da seguridad a los hombres de bien y que infundía espanto, cuando no respeto en los malhechores. La Hermandad nació en Madrigal de las Altas Torres, en la sala capitular del monasterio de Agustinas que llaman de la Sabana.
Si Madrigal fue la cuna de la Reina de España y Medina, su sepultura, Arévalo sería el lugar de su crianza y una de las ciudades que más amó Doña Isabel, y sin duda su preferida. Siempre volvía a él. Fue un cariño recíproco. Los morañeros pagaron con la misma moneda de afecto. Esta fue seguramente una de las razones, aunque otras hubiere, de la tradición realista de la plaza de Arévalo, que en la guerra de los comuneros se decanta por el emperador al grito de “ Arévalo por el Rey “.
Este brindis, dicho sea de paso, troquela la conciencia jesuítica de recia urdimbre monárquica y la concepción piramidal de las Constituciones ignacianas. La orden de Loyola es un monolito. Tiene vislumbres imperiales. A los miembros del instituto se les exige en su profesión el famoso cuarto voto de obediencia al Romano Pontífice. El poder dimana de Dios y se esparce desde arriba, lo que les da por otra parte una concepción militante de servicio al representante de Cristo en la tierra. Bien mirado, con ojos de hoy, éste es un prisma elitista muy poco contemporizador acaso con la humildad de la norma evangélica de tolerancia, humildad y comprensión, pero era la concepción del mundo y de las cosas en el tiempo en que nos situamos. En ella se forjan las cruzadas y todo ese mesianismo esotérico que empapa el ambiente castellano a finales del siglo XV. Es un afán aglutinante de absolutismo a gran escala: un solo trono, un altar, una espada, un único Dios. Son resabios carolingios que renacen precisamente al final de la Edad Media, consumado en España el objetivo de la Reconquista, aunque en Europa central y mezzoriental queda en pié el problema del Turco. Vuelven a sonar voces de cruzada, que convocan a una toma de Jerusalén, en manos sarracenas; y van a causar mella en el corazón de Iñaqui una vez convertido. El amor a Cristo y su fuerte deseo de volver a ver ondear la cruz sobre los muros de la ciudad de los profetas, así como la vehemencia de su carácter logran que el Guardián de los franciscanos que custodiaban los Santos Lugares le invite a abandonar Jerusalén, puesto que su presencia allá era motivo de discordia y podría desencadenar una revuelta entre los sarracenos. Cuando intenta regresar por segunda vez en 1536, desde Italia, las autoridades eclesiásticas le deniegan el permiso. Pero de un fracaso así los santos saben extraer una victoria. El apasionado soldado, el mutilado de guerra, el vagabundo, y el ex presidiario y el antiguo colegial de Latín en Barcelona “ que pedía al maestro que lo azotase como al resto de los pupilos cuando no se supiese los verbos irregulares”, de los bancos de Alcalá, de Salamanca y de la Sorbona, repara en un hecho cierto: que no es tanto la conquista física y material de Jerusalén, sino el implante del espíritu profético y de lo que dicha ciudad significa. Sobre ese error, cometido no sólo por el apasionado vasallo del Duque de Nájera, sino también por Carlomagno y su más digno heredero, el emperador Carlos V, y todos los mesianismos en general que en este mundo han sido, desde el de las Revolución francesa hasta el marxismo, pasando por el de las multinacionales, hasta el islámico, descansa la causa próxima que desencadena los conflictos inter étnicos, las múltiples guerras de religión.
Ignacio vuelve de alguna forma a las fuentes radicales del Evangelio, que presenta aspectos gnósticos de amor a la verdad, al conocimiento, y, por ende, la caridad con el semejante, la reconciliación con la naturaleza mediante su reforma y dominio, y que pone la primera piedra o los fundamentos de los pasos mayores que ha dado el Hombre por el camino del progreso. Eso nadie se lo podrá negar a la fe predicada por los Apóstoles: todos aquellos pueblos donde arraigó el Credo de Nicea han ido adelante; los que por contra, siguieron aferrados al paganismo han tenido un desarrollo económico y científico más lento, aunque no falten tampoco los aduladores de Rousseau ni los nostálgicos del “ Leviathan “ partidarios del “ buen salvaje “.
Fue merced a esta concepción altruista e imperial que Castilla se lanzó a las aventuras transoceánicas y a las guerras contra los protestantes y luteranos en defensa del papado. A la luz de la mentalidad de hoy, todo tiene una descabellada traza quijotesca. Los españoles en aquel tiempo queríamos “ vender “ la cruz a toda criatura en igual medida y con el mismo ardor con que hoy los norteamericanos abren mercados para la pepsi o nos atiborran de series insulsas televisivas o de películas violentas.
El mundo de Ignacio creía en la idea monárquica y esta verticalidad rotunda empapa las constituciones de su regla, que tiene apartados como el cuarto voto o la “ obediencia de cadáver” y acaso también otras prácticas por las que se distinguieron los miembros de la Compañía, y en virtud de las cuales fueron tan odiados y vilipendiados, pues les volvía diferentes a otros curas y frailes. Así, el “ suspensio mentis “, la exclusión del hábito monástico, la norma del coro, o las duras pruebas psíquicas y físicas a las que eran sometidos los novicios antes de emitir la profesión de votos solemnes. Los configuran todas estas características exclusivistas como soldados de elite, una especie de guardia de corps oficialista dentro de las romana milicia. El anhelo de ser diferentes les condujo a no pocos encontronazos con los poderes fácticos y aun con el clero regular. Pero eso forma parte de las glorias y las miserias de un jesuita: el estar siempre abocado a ser un sujeto discutido y discutible atrapado en su esquema, victima del circulo vicioso por él creado.
CONTRADICCIONES
En la ciudad castellana, de índole realista y nada comunero, según va dicho, se empapa el que habría de convertirse en uno de los mayores santos de la catolicidad de dicha concepción piramidal de la existencia basada en la alcurnia, el señorío, el orgullo de casta, aborrecimiento de todo lo que signifique mal gusto o plebeyas inclinaciones. Pero Arévalo, la ciudad del señorío, es sin perjuicio de rasgos de alcurnia, el emporio de la llaneza. La majestad adusta se hermana allí con la sencillez y el respeto de trato de la afable campechanía. La corte de Juan II no era la corte de los milagros. Poco tendrían que hacer allí las revistas del corazón actuales; los cotillos de hoy en día durarían poco, porque aquello no era un cuchitril de “ marujos “y de mariposones, y esas cosas del honor y del amor se libraban allí con mayor discreción o por la tremenda: con la espada en un duelo. La realidad castellana de aquel tiempo podría ser trágica y dura, porque las ambiciones nunca se desvanecen y las pasiones siempre andarán de por medio, mientras haya dinero, poder o sexo de por medio, pero nunca podría ser vulgar en el sentido que hoy aplicamos a lo que nos envuelve.
No obstante lo antedicho, no es óbice para que los jesuitas sean los propulsores del barroco con sus excesos y su vulgaridad en el ámbito de las artes y de la propia espiritualidad. He ahí un primer punto de arranque de las contradicciones que se proyectan en la mentalidad iñiguista. Dice Fray Justo Pérez de Urbel que en Ignacio había conviviendo juntos un mendigo y un rey midas, un sumiso y un rebelde, un obediente y un díscolo, capaz de ser a la vez cobarde y audaz en su comportamiento, porque mientras predicaba la pobreza se hacía amigo de los ricos, que podía ser tierno hasta el borde de las lágrimas - de esa ternura están empapadas las cartas a Francisco Javier - y cruel con sus subalternos, porque él introdujo el famoso “ capelo “ en las Casas de la Compañía, una especie de “ tercer grado “ para probar la consistencia de los aspirantes al fajín o ceñidor jesuita. Era capaz de adular a los señores del mundo y mostrar rechazo a los pobres de la hueste evangélica. Pero todos estos defectos y contradicciones, incluso el mal genio, que dicen que tenía, porque, en la descripción del P. Rivadeneira nos le pinta bajo de cuerpo y los italianos dicen que era un “spagnoleto “con un poco de mala leche, le vuelven un ser entrañable. Resaltan desde la perspectiva de las bajezas humanas la altura de su obra reformadora y son un baremo indicador de hasta donde puede llegar el espíritu de un hombre convencido de sus principios , porque he aquí que, siendo uno de los santos más discutidos de la Iglesia, es uno de los que más en su pro han hecho. En él vemos siempre a un cerebral, no a un sentimental. Un tipo circunspecto y algo maquiavélico, que termina por asegurar que el “ fin justifica los medios “.
En el cuadro que sobre su figura traza Sánchez Coello vemos a un místico a lo San Juan de la Cruz, pero en el retrato de Valdés Leal aflora a sus labios una sonrisa enigmática, en la cual se refleja el cálculo sibilino y maquiavélico... Hay muchas casas en la morada de mi Padre celestial... La noción de la bienaventuranza no es una noción cerrada, sino abierta a multiplicidad de opciones, porque sufre la gran contradicción de las cosas humanas. Pero Dios está siempre detrás de aquellos a los que elige.
Hay un Ignacio ordenancista y cerebral y hay otro sentimental, que llora ante la vista de los cielos estrellados del “ ferragosto “ romano, hay un revolucionario ansioso de ponerlo todo de través y un sumiso lacayo de las altas instancias palaciegas. No es tan sencillo encerrar en una sola frase ni de resumir sumariamente la vida y la obra de este vasco genial, que aprendió a navegar en las aguas turbulentas del mundo habituándose pronto a las intrigas y complots de la corte castellana. Es por ello que este hombre contradictorio hasta la paradoja a algunos les siga cayendo poco simpático, e incluso se hayan alegrado de la decadencia experimentada por la Compañía de Jesús a lo largo del ultimo medio siglo. Las ideas y los esquemas mentales para los que nació hoy gastados, y desaparecida la concepción piramidal y jerárquica del poder, el Instituto muestra señales claras de su declive. Da verdadera pena visitar la que fuera residencia del prócer vasca en Arévalo hoy mellada por las ruinas lo mismo que las casas que tuvieron los hijos de San Ignacio en Alcalá, en Segovia o en Palencia. El paso del tiempo implacable todo lo empequeñece. La historia pone las cosas en su sitio, por más que los fracasos no mermen la magnificencia de un tiempo. Hasta en eso parece haberse cumplido la norma ignaciana de desdén de las vanidades mundanas: “ Todo en tanto en cuanto “, que parecen un remedo de otro refrán muy en boga a la sazón: “Tanto monta. Monta tanto Isabel como Fernando “. Su defensa a ultranza del poder absoluto del monarca en medios de los espasmos y convulsiones sociales del interregno entre la dinastía Trastamara o Trastámara y la entronización de los Austrias va a suponer un desencanto mayor en el alma del mozo. Ignacio en lo político va a convertirse en un perdedor. Las bazas que juega no son cartas de triunfo. Su benefactor en Arévalo, Velázquez de Cuéllar, pierde la privanza a instancias de la ambición de Cisneros, que ordenó poner cerco a sus murallas, e inflige una derrota al pundonoroso contador mayor, como consecuencia de la cual muere de tristeza. En Pamplona el bando por el cual lucha, el del Duque de Nájera, es derrotado por los franceses. La dama de sus pensamientos - la reina Doña Germana de Foix o acaso una nieta de la Reina Isabel, Doña Catalina, hija de la Reina Madre y de Felipe el Hermoso- le da calabazas. Ignacio, no obstante, es un hombre ambicioso y no se conforma con el ultimo sitio en el banquete de bodas. Aspira a más. Su descalabro al servicio del señor temporal le hace volver la mirada hacia el Señor eternal. Toda su filosofía, que tiene origen en un desencanto mayor, pivota sobre esta realidad. Pronto Arévalo se le queda pequeño lo mismo que el ducado de Nájera y los valles de su Guipúzcoa natal. Castilla le parece un lugar ridículamente pequeño. El aspira a lo total. Predica el des apego a las cosas del mundo, al propio terruño. Busca algo más trascendente. La Compañía es la primera orden eclesiástica instaurada en el cosmopolitismo. Se afana por la sumisión del orbe terráqueo a la disciplina de un monarca que haya de sobrepujar al resto de los príncipes cristianos. Considera que el Papa al ser el Vicario de Cristo, el “ primus páter “(es la raíz etimológica del concepto “papa “) ha de gozar de autoridad indiscutible en la tierra y en el cielo. ¿ Pero no será esto una forma más de maniqueísmo, llevando a ultranza las disquisiciones sobre el poder espiritual y temporal que estremecen el primer milenio de la Iglesia con el enfrentamiento del trono y el altar, que determina la Lucha de las Investiduras? ¿ No será esto una bonita forma de quedarnos como estábamos sacando las cosas de madre y regando fuera del tiesto?¿No es una regresión nefasta a los principios de la norma cesárea, motivo de tantos escándalos y aberraciones? Hasta la aparición del conspicuo y audaz guipuzcoano en el palacio de San Juan de Letrán el papa no había sido más que lo que dice su etiqueta: el primero de los obispos, un “ primus páter eminentissimus “. Estaba considerado como un príncipe de tantos. Uno más. Los romanos pontífices de la Edad de Hierro cometían los mismos abusos que los señores feudales con sus siervos de la gleba. Eran capaces de robar, asesinar, entregarse a la lujuria y caer en toda clase de vicios. Los jesuitas irrumpen en el séquito de los Borgias como un elefante en una cacharrería, van a transformar la institución para afianzarla de raíz con su espiritualidad basada en los famosos Ejercicios. Con ellos termina la Edad Media y se abre el gran telón del barroco, lo que en Arte plasma mejor el genio de esta institución. No van a reformar sino mediante la contrarreforma. He ahí otro de los grandes misterios no esclarecidos de la personalidad del autor de la secuencia eucarística que lleva por nombre “Anima Christi “. El sueño de Loyola se vio cumplido al devolver a la tiara su augusto lugar de preeminencia en el coro de los príncipes cristianos. Se basa sobre la premisa inexorable de que el poder del solio pontificio dimana directamente de Dios. Pero cabrá preguntarse si tal creencia se ajusta o no a las enseñanzas evangélicas.
En cualquier caso la solución sirvió de antídoto para frenar el avance del luteranismo. Salvó a la Barca de Pedro aun con riesgo de vaciarla de sus propias esencias. Era un fórmula de restaurar mediante la destrucción. Por eso, cabe admitir que Ignacio no ha sido un santo popular, como lo fueran Francisco, Domingo, o Juan Bosco, quizás en parte por ser un aristócrata, que pensaba en las capas dirigentes y en las elites. Hay que volver a insistir en este aspecto: los jesuitas son religiosos de elite. No se casan con nadie. Es una orden sin contemplaciones. En poco más de un siglo adquirirán preponderancia y serán la institución más rica, una especie de Iglesia paralela, auque sus conventos más que conventos parezcan campamentos militares. Proliferan por toda la geografía europea. Su gran versatilidad y preparación intelectual hace que los poderosos la tengan en gran estima. Ellos fueron capaces de abrir nuevos mercados cuando todo se constreñía debido al avance del mercantilismo calvinista. Esa táctica enriquecedora les permitió batir a los protestantes en su propio terreno y utilizando sus propias armas.
Todas las casas de la Compañía se parecen entre sí. Son una imitación del “Iesú” romano, están orientadas hacia Jerusalén y poseen iglesias de tres naves con numerosas capillas. En España la Clerecía de Salamanca que se empezó a batir cuando los jesuitas empezaron a regresar a Madrid con dinero fresco de la Indias y preponderaron en la corte de Felipe III - se dice que para la construcción de su sede salmantina también quisieron derribar la casa de las conchas ofreciendo a su propietario, los heredero de la familia Talavera Maldonado una onza de oro por cada una de las veneras estampadas en la enconquillada casa de la contratación del Clavero de la Orden de Santiago y éstos declinaron la oferta - es junto con el edificio del antiguo Seminario Conciliar de Segovia y el Noviciado de Palencia la obra más representativa de esta nueva índole de espiritualidad que refleja la tenacidad jesuítica, su dureza sin contemplaciones y una concepción racionalista del catolicismo un poco enigmática y a cara de perro, en el que el dinero no es tan sólo importante sino que hace causa común con la teología, en una simbiosis que concilia contrarios y pasa como de puntillas sobre una de las clausulas evangélicas que prescriben el desdén a las riquezas. Sin embargo, objetan los padres de la Compañía, bienvenidas sean si es para mayor gloria de Dios. Amen. Ese A.M.D.G, anagrama de su procedimiento de actuación es un saco sin fondo. En él cabe todo.
Los conjuntos arquitectónicos citados que emulan al “Iesú” romano se deben al ingenio de González de Mora, discípulo que fue de Juan de Herrera, el genial maestro escurialense. El P. Amato sería a la muerte de éste el continuador. Todos ellos son los instructores del barroco con sus columnas torsas o salomónicas. recargadas de pámpanos, modillones, panzudos angelotes tocando el adufe. Es el triunfo un poco de la exuberancia del Nuevo Mundo recién descubierto en su lujuriante vegetación. La exaltación de la teología victoriosa de Trento.
Ofrecen todos ellos un aire espartano, esa uniformidad militarizada con que selló el Libro de las Constituciones su fundador. Ese desapego a las cosas terrenales, pero en tanto en cuanto ellas han de venir bien para consumar los planes de Dios. Es ese un ojo en el cielo y otro en el suelo que vuelve al jesuita diserto y perspicaz en las cosas del mundo. El consejo les llevó a arrimarse siempre a gente agorgojada y de rumbo en menoscabo de los menesterosos. La táctica dio su fruto porque en poco más de un siglo controlaban no sólo Roma sino a las familias más importantes de la catolicidad que les gratificaron con la dación de importantes bienes de fortuna. Cuando corre la testamentaria y algún ricacho importante andaba a punto de entregar su alma a Dios, los padres de la Compañía andaban listos y movían con contundencia las piezas a la cabecera del moribundo y de los albaceas.
Esa seguridad, esa firmeza y consistencia ciclópea forman parte de la psicología ignaciana. De ella suelen participar quienes las habitan. Son también una especie de monumento a la Lógica y a la Razón. El temple barroco de la Compañía da por concluso el oscurantismo medieval y anticipa casi la venida de la enciclopedia. La orden creada por este paje vizcaíno, que llegó a Arévalo desde los lejanos predios de los várdulos levantiscos, notables por su cerrazón, de los montes de Navarra, donde se hablaba un extraño idioma que desconocía la escritura - y de hecho no se escribió hasta fines del s. XVII - confundido entre el ato de una recua trajinante en busca de privanza y de fortuna.
En poco tiempo sube el prestigio y también, las rentas. Las otras órdenes monásticas y el propio clero regular, que ve amenazado su buen pasar y las sinecuras, se echan a temblar a vistas de su avance, pero el ímpetu es arrollador, implacable y va a durar casi cuatro siglos. Los jesuitas serán el adarve que sustente el edificio de los muros de la Iglesia. Todo se debe al enigma de aquel mutilado de guerra, que había sido en su juventud un tanto calavera o un perdis como se decía antes, de carácter un poco exaltado y desigual, que creía en aquello por lo que luchaba, por lo que vivía y moriría.
El formaría unos cuadros de estrategas de Cristo que actuaban sigilosamente como verdaderos quintacolumnistas. Siendo una orden instituida por dos navarros, un portugués, dos españoles y un saboyano, Pedro Fabro - los españoles se llamaban Diego Laínez, soriano, y Alonso Salmerón, toledano - en su etiología es de índole muy poco española. Una de las acusaciones con que con mayor tozudez se improperara a los jesuitas fue la de actuar como descastados y poco solidarios con la Corona de Castilla. En Paraguay fundaron sus propias reducciones y en España se les culpó de ser los principales instigadores de la leyenda negra. Sean ciertas o no tales imputaciones, lo que resplandece por seguro es que ellos siempre han ido un poco a su aire, sin “ casarse con nadie “. Una orden de tal carácter forzosamente tenía que ser crisol de mentes privilegiadas, semillero de grandes oradores y escritores, de humanistas al cien por cien, seguramente los mejores, porque ellos supieron proyectar como nadie la imagen de un cristianismo científico, porque la sombra de su gran solera intelectual los acompañará eternamente. Porque ellos solos rescataron la fe de las garras de la superstición y del oscurantismo.
Y eso no habrá quien se lo quite...
SIGLO DE AMORES
Pero hétenos de nuevo en Arévalo. Volvamos de nuevo a la plaza del Arrabal para ser testigos de la entrada de aquella caravana de vizcaínos que acaba de hacer acto de presencia sobre los muros de la antigua fortaleza, con sus recuas de hacaneas, en las que vienen montados los clérigos, los carros costaleros con los equipajes, o los alazanes donde montan los miembros de la Santa Hermandad que por lo común solían dar escolta a los convoyes. Escuchamos los gritos de los arrieros, las carcajadas de alguna que otra moza, el tañer de algún laúd, o el réspice de algún fraile al hermano lego que viaja con él y le sirve de escudero.
La escena era habitual en la villa, sobre todo, los martes de mercado y máxime en invierno. Llegaban desde todos los rincones de Castilla y de allende los Pirineos. Los tratantes de mulas campurrianas se mezclarían entre la multitud con los nuncios pontificios o los heraldos reales. Es posible que la llegada de semejante comitiva de vascongados pasase desapercibida en una villa feudataria de la Corona pero muy relacionada con Navarra a través del Duque de Nájera. Los moradores estaban acostumbrados a aquel ir y venir, a ese ajetreo. Por allí cruzaban los comerciantes, las compañías de soldados, de vez en cuando algún obispo o algún abad que no eran de los que menos viajaban, algún que otro cómico de la legua, capaz de codearse tanto con un místico, un azotacalles o una buena moza de partido, que ése es por lo que se deduce de lo antedicho un tráfico que nunca decae, y la cosa no tendrá jamás remedio. Ya lo dijo San Agustín: “ Suprimid a las meretrices y grandes males vendrán a las repúblicas “.
Quien hizo que Arévalo y Olmedo fuesen dos sitios cabalísticos, emporios del número áureo. En la capital de las Morañas había como en Olmedo siete puertas, siete linajes, siete iglesias y siete torres, contando con las del castillo y la famosa ermita de la Lugareja, amén de otros tantos conventos, como el de los franciscos y el de los trinitarios de San Gil, alguna que otra mancebía amén de un sinnúmero de tabernas, que el vino de la tierra no era tampoco manco como aquel que dice ni cosa para echar en el olvido. Los caldos de Arévalo son elogiados por Quevedo que los califica de excelentes y tiesos. Ya lo dice el refrán:
“ Que media vida es la candela.
El pan y el vino la otra media”.
En los pueblos con buen mosto se tienen siempre más ganas de vivir. Por desgracia en los últimos siglos los majuelos locales, de los que caldos tan ensalzados se cosecharan, fueron desapareciendo y sustituídos por otros cultivos. En alguna que otra zambra o coincidiendo con alguna de las muchas romerías que en la villa medieval se celebraban, como por ejemplo las tradicionales fiestas mayores de San Miguel y de San Juan Bautista, patronos de los caballeros, y que en la villa arevalense eran celebradas se celebraban con pompa notoria nada tendría de particularidad que el santo la corriera en compañía de los mozos de su cuadrilla, saliendo de ronda o visitando incluso alguna de aquellos colmados del barrio prohibido. Hay constatación histórica de que era muy bromista y un poco trasto, porque una de las frases que escuchó de su tía Doña María fue aquella:
--- “ Sobrino, nunca sosegarás hasta quebrar una pierna “.
No pocos estudiosos de la vida y obra ignaciana intentan ocultar este aspecto de la personalidad del santo con eufemismos, pero lo cierto es que antes de su conversión fue un chico como los demás, e incluso un tanto echado para adelante. Amigo del vino y de las mujeres, galanteador muy perspicaz y, cuando se terciaba, parece que no le hacía ascos a tirar de navaja. Es más que probable el que tomase parte en algún duelo, pues era buen caballista y un consumado experto en las artes de montar cuadrúpedos, habilidad que los jinetes del pueblo solían poner a prueba en solemnidades como las Candelas, cuando se corría el gallo sin parar. Ignacio debió de ser lo que denominaban los romanos un “ desultor” de increíble habilidad sobre la grupa de un noble bruto y hacer mil virguerías para deleite de cuantos le miraban desde las barreras en los bohordos y fiestas de toros y cañas, en particular si eran damas. Cuando le hirió aquella lombarda francesa en el asalto al castillo de Pamplona un hueso del talón le quedó desencajado. El herido consintió someterse a la tortura de un serrucho quirúrgico para desmochar tal protuberancia que atentaría contra la estética. Toda su preocupación en aquel instante era no el quedar lisiado sino el que tendría que deshacerse de aquel hueso para volver a poder calzarse las botas de montar. La cojera fue toda su vida el mayor castigo a su vanidad. Durante su convalecencia no hacía sino maldecir de su infortunio. Ya no podría tomar parte en los torneos ni bailar la cuadrilla en las fiestas galantes. Este descalabro espantoso para su fatuidad de hombre de mundo y de militar aguerrido fue el primer hito en el camino de su conversión. Dios a veces hace que nos apriete el zapato. Loyola ya nunca podría ser el caballero pulido. Una bala lo dejó renco. El, incluso ya sacerdote, ponía todos los medios a su alcance para disimular aquel defecto físico. Hasta se hizo fabricar por un zapatero de Roma una horma especial para caminar sin balanceos.
.San Ignacio debió de ser un vasco bastante rehecho y presumido. Nos consta que hubiera preferido la muerte a quedar cojo. Los caminos del Señor son inescrutables, porque El es el gran perturbador misterioso e inescrutable de los destinos del hombre. Sus planes quedaron en Pamplona cercenados para siempre. Otros más altos le esperaban. Tenía años. Era un hombre de mundo, que bien la había corrido.
¿Amor platónico o cortesano a lo divino?¿O amor profano y a ratos perdidos? Seguramente, ambos a un tiempo; era lo que se llevaba. El caballero que cortejó el amor imposible de una dama misterioso de muy alto rango bien pudo desahogarse en otros de índole menos casta. Como era tan ambicioso como vanidoso es justo que picase alto. En un encumbrado ventanal del castillo de la Mota donde vivía semi secuestrada la infanta Catalina o en el alcázar real. Después, alguna moza en un pajar, alguna camarera del registro de la casa donde servía, cualquiera sabe. Algún historiador curioso ha designado esta época en que rebrota el romanticismo y se hacen nuevas versiones de los romances el siglo de la caballería andante, el siglo de amores. Dejemos volar la imaginación. Preguntémonos sobre la posibilidad de si no sería alguna de aquellas nutridas casas de tolerancia de los pueblos castellanos, y que más inri suelen encontrarse paredañas con la catedral o la iglesia mayor la causa de que el santo en su senectud llorase tanto y se entregara a penitencias rigurosísimas. Rivadeneira cuenta cómo se le habían formado surcos en las mejillas de derramar tantas lágrimas para expiar los pecados de la vida pasada. Otro jesuita, biógrafo suyo, el Padre Luis María Viana de Irimo deja caer la idea no tan descabellada de que por causa de tales excesos eróticos contrajese una venérea. Esta enfermedad debió de ser tan repulsiva y fétida que casi toda su vida padeció ocena. Le olía mal el aliento. También tuvo una picazón sospechosa. La sífilis se curaba entonces con baños al vapor y con infusiones de valeriana. Viana de Irimo matiza que un físico judío administró a Ignacio pócimas y ungüentos que consiguieron grandes resultados en lo que a la ocena o fetidez del aliento se refiere, pero en un tiempo no pudo ni salir de caso ni tener comercio con las gentes. Al verle todos se llevaban la mano a la nariz o se tapaban el rostro con el embozo de la capa. Debió de ser algo bastante humillante. Ninguna seguridad tenemos de que el padecimiento de Ignacio estuviese causado por mal gálico, una enfermedad que hacía estragos en la Europa de su tiempo. En el pecado llevaban la penitencia y aquel siglo está definido en los anales como el Siglo de Amores. La sífilis hacía estragos. La centuria siguiente, la del XVII, sería peor aún.
En cualquier caso, el capitán de Loyola - recuérdese lo que era un soldado de fortuna y cuál era el entretenimiento preferido de la soldadesca: la casa de mancebía - no haría otra cosa que de viejo y ya ungido con las órdenes sacerdotales no haría otra cosa que llorar los pecados de juventud. El mismo lo reconoce “ haber vencido a los treinta años de mi edad y combatido el vicio de las mujeres, que yo tenía por costumbre, postema y llaga turpísima que padecí en mi mocedad”.
Las cortes medievales eran sitios poco recomendables por lo que a la licencia y corrupción moral atañe y la de Arévalo, aunque mucho más morigerada que la de Blois o la de Londres, Roma o Avignon, no sería regla de excepción. El choque debió de ser bastante fuerte. Había desembarcado para los efectos en toda una metrópolis desde una remota aldea vizcaitarra perdida entre los valles del Ducado de Nájera, donde imperaban el regalo y la molicie. Toda Castilla se resiente de un espasmo moral que hacían difícil la seguridad personal en las villas y ciudades. Este problema de orden público incidió en la creación de la Guardia Civil o Santa Hermandad, a raíz de la muerte de Juan II.
No escucha hablar vascuence aunque entienda el castellano. Arévalo vivía en el lujo y el regalo de una corte cosmopolita, con sus doscientas familias moriscas ubicadas entre el Almacrón y el postigo de Alcocer, que seguían encubiertamente guardando los ritos y costumbres del Islam. No se olvide que las Torres Gemelas, esas ciclópeas atalayas que dan una personalidad inconfundible al “ skyline “ de la villa fueron otrora minaretes de la mezquita más importante de Castilla la Vieja. Como símbolo del dominio árabe en la Península sobre sus cuatro hastiales exhiben los escaques de un tablero de ajedrez, juego introducido en España por los moros. Alfonso VI había ganado la plaza a los sarracenos sin efusión de sangre. Poco antes de conquistar Toledo el 1.085 acordó un pacto con el caíd que defendía la plaza para someter a ordalía o juicio de Dios la soberanía de la misma. Así para que no hubiese muertes ni de defensores ni atacantes convinieron que la suerte de Arévalo se dirimiese en un combate a muerte entre los caballeros principales de ambos bandos. Un guerrero cristiano llamado Gutiérrez venció en el torneo al adalid de los árabes Ben Akbar. El rey castellano pactó la rendición de la plaza prometiendo respetar los usos y costumbres de sus habitantes. El fuero de Arévalo es entonces uno de los más eminentes de Castilla y en él quedó estampado el espíritu tolerante de convivencia mutua de las llamadas Tres Culturas en vano llaman a Arévalo la “ Joya del Arte Mudéjar”. Muchos de los vencidos se quedaron y fueron respetados en sus tradiciones por los vencedores. Los alarifes moros pudieron seguir poniendo ladrillos ya que en trabajos de albañilería nadie ganaba la mano a aquellos súbditos de Alá, que profesaban otra religión pero que eran tan españoles como el que más.
Ese espíritu de convivencia y de armonía en las relaciones interculturales e inter étnicas se lo debemos sin duda a aquel monarca, impulsor de la España de las Tres Culturas. Su hijo, Alfonso VII El Emperador fue incluso más allá. Cierto que Alfonso VI fue mezquino y cicatero para con el mejor de sus capitanes, Rodrigo Díaz de Vivar, más conocido por el sobrenombre de Cid Campeador, héroe epónimo nacional, sin duda un gran caudillo pero no tan buen político el vasallo como el señor. Alfonso VI estaba casado con una mozárabe y se había criado en Toledo. Y eso debió de influir en su actitud tolerante para con el Islam. El de Burgos era todo él un auténtico godo, que no se achantaba ante nadie ni ante nada. Se resistió a doblegar la cerviz ante el mismo papa de Roma al que se negó a besar la mano. Un aspecto poco conocido en la vida del Cid y poco destacado por los historiadores era la cuestión religiosa. Castilla vivía por aquellas fechas de la reforma cluniacense la polémica del cambio de rito. Este tránsito del misal griego al misal romano pudo ser una de las causas que pusieron al valeroso Rodrigo Díaz de Vivar en pie de guerra contra las arbitrariedades del Rey en cuestión de usos y costumbres.
LOS JUDÍOS
El Edicto de Expulsión de 1492 no fue guardado a rajatabla. Esa excepción debió de ser Arévalo que contaba con una comunidad hebrea nutrida. A primeros del siglo XVI todavía seguía abierta su sinagoga aunque gozaba de una vida anodina. Paulatinamente aquellas familias que se llamaban Coronel, Ríos, Perote, etc. fueron acogiéndose a las aguas del bautismo, seguramente más por interés y por su bienestar personal que por cuestiones religiosas. Porque en esto como en otras muchísimas cosas, en España se ha solido hacer vista gorda. La intolerancia y los odios entre nosotros vienen por otro cabo, aunque se pretenda teñirlos de un matiz religioso o político, pero forman parte de una visceralidad irracional, casi inherente a nuestra forma de ser. El comercio más importante de paños y sedas radicaba de familias como los Sedeños, una de las familias autóctonas de más recio abolengo en la villa, emparentados con los Dávila y los Coronel, segovianos, o los Sedeña de Béjar. Primero fueron sastres. Luego, plateros. Todas estas estirpes son judías
Poliakov, un historiador de sumo prestigio ya ha sentado bien las premisas de la cuestión en su “ Historia de los Marranos “ de que la cuestión hebrea no ha existido entre nosotros jamás, por lo que la palabra antisemitismo está desterrada. Ello responde a una antigua tradición gloriosa que arranca del “ Poema Mío Cid “, donde se trata con deferencia a los propios Raquel y Vidas, a los que devuelve en oro el oro prestado aun habiéndose valido el héroe de una estratagema al llenar de arena las dos arcas de marras.
Entre nosotros los judíos vienen y van. Pero ésta es cuestión ajena a este libro, y, si la queremos resaltar, es para curarnos en salud y librarnos del argumento antisemita. Es una aberración moderna que pertenece a Belial, esto es: a los servidores del Anticristo. Bástenos hacer mención de esa importante impronta hebrea que conserva la villa y corte en el momento en que el doncel de Azpeitia irrumpe por la Puerta de Alcocer. El carácter realista de Arévalo explica un poco el fenómeno, que para muchos no vacará de misterio. Como se sabe, los judíos castellanos gozaron de fuero real y estaban sometidos por vía directa a la Corona. Nadie podía tocar a un judío sin atraer sobre sí las iras del monarca. El deplorable edicto de Expulsión tal vez tenga que ver menos con cuestiones tocantes a la fe que a intereses financieros. Se inscribe en el marco de las guerras civiles que asuelan el territorio al final del reinado de Enrique IV, las pugnas por el poder, el conflicto entre realeza y nobleza. Todo parece indicar que hubo al mismo tiempo un conflicto entre los propios judíos, entre los advenedizos y los instalados.
Hernán del Pulgar, el historiador de los reyes Católicos, curiosamente era de ascendencia hebrea. Sin embargo, la semblanza que hace este escritor de la Reina de España resulta a veces ditirámbica e incluso bibliográfica como veremos en otro “ marrano “, Diego de San Pedro, en otras páginas de este libro de consideraciones en torno a esta fecha crucial del 98. En una carta donde se queja de la taxativa prohibición que pesaba contra los judíos de no fijar residencia en ninguna encartación del señorío vizcaitarra, aporta una serie de consideraciones muy interesantes para conocer algunas particularidades idiosincrásicas del pueblo vasco, que basculan entre la paradoja y la contradicción.
La misiva está dirigida al eminente prelado, metropolitano arzobispo de la silla toledana, Pedro González Mendoza, el cardenal de la Reina, y, para más señas, otro converso. Apostilla lo siguiente: ¿ No es de reír que todos los guipuzcoanos envían acá sus fijos que nos sirvan, y muchos de ellos por mozos de espuelas, y que no quieren ser consuegros de los que desean ser sus servidores?
El caso viene a las mil maravillas para conocer la situación en que se encuentra el parvulillo navarro cuando en 1498 - el texto de Pulgar data de 1482 - que entra a servir en la casa de un judío, tío político suyo y que viene a desempeñar una función humilde como es la de criado de cuadras y de paje. Esa situación no hubiera sido posible allá en su tierra. A María de Guevara le hubiese sido prohibido emparentar con un converso como era el contador mayor. Paradójico caso de antisemitismo. Esta limpieza étnica por desgracia ha sido un hecho en ciertos planteamientos nacionalistas más exaltados. Para colmo, son los judíos los que, cuando vienen a Castilla, les dan de comer, porque como añade el historiador: Más de ellos (mozos guipuzcoanos) vi en casa del relator aprendiendo a escribir que en casa del marqués Iñigo López aprendiendo a justar.
Precisamente, Iñaqui, el pariente pobre de los Oñaz, viene a colocarse de paje en casa del Contador Mayor, don Juan Vázquez de Cuéllar. La madre de su noble protector se apellidaba Franco, de la misma forma que la madre de Fernando el Católico era una Enríquez, apellidos hebreos donde los haya. El contador mayor, que fue también corregidor de la ciudad de Trujillo, no podía ocultar su origen converso, a partir de la edad madura, sobre todo, cuando aquejado por las amarguras y desengaños del mundo, haciendo gala de ese misticismo que es tan propio en Castilla del cristiano nuevo, hace un pacto con su mujer y los dos deciden ingresar en un convento; Doña María en la orden terciaria fundada por San Francisco en la ciudad castellana, y él en los trinitarios.
Se da la casualidad de que en Roma los principales mentores de San Ignacio fueron también conversos. Uno de los miembros de esta familia, Aguaviva, a la muerte de Laínez, es elegido prepósito general de los jesuitas. He aquí, pues, las piezas fundamentales para un gran rompecabezas. Con ellas a la vista hemos de penetrar en el gran laberinto ignaciano, ascendiendo trabajosamente a su lado aquella mañana de octubre por la puente antigua hasta el recinto amurallado. Crucemos el postigos de San Andrés y ya estamos en un dédalo de rúas estrechas de casas blasonadas que jalonan el mapa del antiguo asentamiento vacceo. Arévalo, coronando la cima de un castro roquero, flanqueado por dos ríos, es como una llama juguetona y alígera, un oasis en el páramo, alma de fuego de Castilla, que ni los siglos, ni las vicisitudes de nuestro tumultuoso pasado han logrado domeñar. Se siente al llegar la sensación de estar descubriendo un mundo distinto. Mi primer contacto con sus piedras, con sus arcos, con la luz y las sombras que proyectan sus siluetas sobre ella, fue igual que una epifanía. Me dije a mí mismo:
--- Este es un sitio para reencontrarse consigo mismo. Aquí se está bien. Aquí flota como una especie de aura acogedora y tutelar.
Ante todo, y más que una ciudad, Arévalo es una idea del pasado que proyecta el futuro, donde el alma castellana se proyecta en todo su esplendor y serenidad.
Sobre el dintel de la casa fortín de los Montalvo un león rapante en campo de azures alza su melena erizada como dispuesto a un combate quimérico para mostrar al visitante sus garras. El edificio se halla en ruinas pero la fachada con sus paramentos y el blasón heráldico aparecen intactos. Para mí el león victorioso es como una aparición en la luz incierta del alba pero los fantasmas de granítico también han sido convocados para infundir confianza en el porvenir. El león muestra sus melenas encrespadas y exhibe su garra de dominación, una perfecta metáfora para definir el temple recio de la villa ducal. Estamos en la quintaesencia de las Españas, centinela mística y un decorado perfecto es el que brinda la escenografía empedrada de la Plaza de la Villa para representar los versos del “ Cántico Espiritual” sanjuanino o una comedia de capa y espada. Por estas callejas que ahora habitan gitanos uno puede darse de bruces con algún personaje de Lope o de Calderón. Hasta su soledad, la soledad de Arévalo, es una soledad con alma. Ni tan encumbrada y apoteósica como Segovia, ni tan abigarrada como Avila, ni tan intrincada como Toledo, ni tan sensual como Granada, la villa enamora al primer golpe de vista. No parece tampoco tan destartalada y mercurial como Medina su eterna rival. Se parece un poco a todas y a ninguna de las ciudades castellanas. El sello de su idiosincrásica personalidad consista en que nunca fue comunera ni en la sangrienta contienda fratricida de las Comunidades formara tándem con sus vecinas, y de ahí le venga la rivalidad regional que tuvo con Medina y con Segovia. Arévalo conserva lo que tuvo el viejo reino castellano de llaneza risueña, que nunca están reñidas con el señorío, porque Arévalo puede ser tan señora como la que más. Dos refranes antiguos vienen a corroborar ese aire suyo tan singular. Uno dice: .
“ De todas las villas que Castilla encierra,
La mejor es Arévalo y su tierra.”
Y otro, de parecido tenor:
“ El que Castilla quiera ganar
En Olmedo y Arévalo ha mandar”
Tales exclamaciones sólo sirven para exaltar la rivalidad regional, con lo que los medinenses dan una réplica contundente en menoscabo de la euforia de las otra villas a escasas leguas por medio y dicen: “ Ciudad por ciudad, Lisboa en Portugal. Villa por villa, Madrid en Castilla. Que tanto por tanto es Medina del Campo “.
La sentencia es una recapitulación al orden, como si dijésemos a ver quién es el amo de los cuartos.
Ciudad por ciudad, Lisboa en Portugal.
Villa por villa, Madrid en Castilla.
Y tanto por tanto, Medina del Campo
Con ese aforismo los medinenses recuerdan al que tenga ganas de hacer memoria que ellos son los amos de la bolsa, porque no en vano fue en Medina donde fue inventada la letra de cambio y se puso en órbita el pagaré. Terrible y maravilloso invento sin cuyo concurso no habría ni iglesia ni culto, ni libros. Los españoles no nos damos cuenta muchas veces instaurados como estamos en nuestra melancolía de que hemos aportado cosas - más de las que sospechamos - a la cultura occidental, y no somos tan cernícalos ni tan altruistas como nos ponen los viajeros románticos. España fue, por así decirlo, el primer Israel. Ignacio venía a un centro de poder, de dinero y de influencia. El dicho de << tanto por tanto Medina del Campo >> bien que nos lo demuestra. El dinero y la santidad no sólo se necesitan sino que también se complementan. Detrás de las disquisiciones religiosas de la Reforma late una lucha sórdida y menos noble por el control de los mercados y de los ejes de influjo porque la Iglesia nada sería sin el oro. Pero no nos vamos a meter aquí en camisas de once varas ni a echar nuestro cuarto a espadas en disquisiciones de campanario, aunque hemos de partir de la noción de que España no es un país pobre ni distinto como han pretendido inculcarnos desde la infancia con prurito caciquil las mentes bien amuebladas, los señoritos bien pensantes, los que aquí escriben y han escrito, los que mandan y han mandado, porque esto ha sido poco menos que su coto particular, su viña vendimiada, y los que ellos han dicho iba siempre a misa, y todos aquí clavados viendolas venir, escuchandoles hechos unos marmolillos, ya que, como digo, han utilizado por cosa propia - funesto legado del feudalismo - a este país, como si fuese un inmueble con su utillaje. Todo en petit comité y a beneficio de inventario. Era su catasta de recreo, una especie de circo personal, el coto privado de sus referencias para montear y ejercer el señorío de horca y cuchillo de antaño. Resulta un hecho triste que la intelectualidad - la que brilla en los salones, o la de las plumas bien tajadas, los escritores de a cien duros la línea, y hay que ver que bien escribe este chico, don Jaime, tiene caletre tanto como bullarengue, y algo de mala sombra, pero en su columna diaria devana día a día su galería de genialidades personales que con el correr de los años se convierten en tópicos con firma relumbrante. Nadie inventa, nadie crea, que inventen los americanos, y el espectro del << Solitario de Salamanca >> se sigue paseando entre nosotros las manos a la espalda, el gesto cetrino y malhumorado. No hay ideología que valga, pues nos lo dan todo hecho, y agachemos la cabeza y a cobrar. ¿ Cómo describir la gran desazón nacional? Otra vez la historia vuelve a repetirse un siglo después de “lo” del desastre. Nuestro destino parece escrito en las convulsos arillos de la funesta serpiente de Aneo que se enrosca a nuestras gargantas. Que inventen ellos. Lo nuestro es la catasta, el escaparate de esclavas, el diario pase de modelos. Los herederos de McInley han organizado ellos solos los fastos del centenario y aquí paz y después gloria, que lo nuestro es la catasta. El papa se a va a La Habana a rezar sobre la tumba del mambís Maceo y a bendecir hisopo en ristre al sistema de los vencedores, a vender derechos humanos y libertades y a cantar la palinodia de un sistema político tan infrahumano que cuenta con un presidente capaz de bombardear Bagdad con tanta intrepidez como habilidad para meterle mano a una de sus secretarias y hacer con ella bellaquerías detrás de la puerta del Gran Despacho de la Sala de Juntas mientras el mundo se divierte contando los detalles de este lamentable episodio de sexo oral . No deja de ser bochornoso, y, si el Vaticano ha ido a Cuba a venderle a los cubanos este código de valores decadente y desalmado , habría que gritar: Que viva Fidel. Y Su Santidad bien hubiera hecho en quedarse en casa, porque el Espíritu Santo no tiene por que meterse en política ni el heredero de los Apóstoles ha de respaldar a un rey temporal siendo como él es un rey espiritual, como supo discernir Iñigo de Loyola. Claro que no sabía nada el Santo por entonces de los dineros de la banca ambrosiana y de otras trapisondas ni tuvo que someterse a las presiones y el chantaje de Wall Street que envió al papa Wojtyla un mensaje bien clarito el año 1981 firmado en la bala de Alí Agca, un proyectil que no desvió la Santísima Virgen, como algunos pretenden, sino el propio diablo, un mensaje que decía: “ o te rindes, o te apaño”. Roma cayó a los pies del enviado por Satanás, pero esta es una historia turbia que algún día conocerán las gentes venideras. Fue una estratagema diabólica , una ardid y un embuste tan desastroso como fue la patraña del hundimiento del Maine, pero es así como los herederos del infame McKinley consolidaron su poder y han ganado.
Sin embargo, este no es el momento de hacer tales divagaciones tan desagradables. Si lo traemos a cuento es sin duda porque creemos en el poder esotérico - no en el exotérico de las bulas papales y del aparatoso tinglado vaticanista- que guiará a la Iglesia a lo largo de los siglos. Fue el espíritu que empapó a Ignacio durante su estancia en Arévalo. Y es en busca y procura de aquella claridad espacial y especial que lo iluminó hace medio milenio que nosotros nos instalamos en la ruta mística de Arévalo siguiendo los pasos y huellas de aquel; el fango que nos envuelve y se convierte en un sudario que impide la visión y que es como una nube plomiza que ha caído sobre el mundo en el umbral del siglo XXI lleno de falsos profetas y de líderes que practican a manos llenas la impostura no nos preocupa, porque en último termino habrá de imponerse la claridad gnóstica. Acabará por triunfar la sabiduría. No podemos detenernos a deshacer el nudo gordiano ni sumergirnos en el fangoso almodrote de las rencillas o de las miras personales que son , por lo general, fruto de la soberbia y de la flaqueza humana, que nada tiene que ver con el viento del Espíritu, por más que algunos se arroguen el derecho de detentar su exclusiva imbuídos como están en falsos mesianismo. Una espesa nube de arrogancia cubre sus ojos. Aunque, verdaderamente, sólo se trata de una táctica, porque debe reconocerse que la lucha contra los poderes infernales que dominan la esfera global es muy desigual. Ellos todo lo tienen y dominan, pero ¿ no hubiese sido más aconsejable, en lugar de aceptar el juego,( porque dice un antiguo refrán: si no les puedes vencer, unéte a ellos, y ese ha sido el esquema de lucha adoptado en la actual hora por las altas instancias) el enfrentarse directamente con la verdad del Evangelio en la mano y entre los puños caiga quién caiga, y aunque ello supusiera una mengua del prestigio, del poder y de la gloria, y significase el advenimiento de esa grande era de mártires que está anunciada ?. De las tres armas con que la Iglesia, inspirada por el Espíritu, ha combatido a la maligna hueste -kanoneia, martyreia, diakoneia - se dio de lado a las dos ultimas, abogándose por la primera de todas, la que trata de refundir el legado espiritual de la institución en armonía con el brazo secular. En los primeros años de la cristiandad, cuando no había sido instituido el poder vitalicio del papado, la Iglesia era regida por los diáconos, y se sentía respaldada por la sangre de aquellos sacrificados por la fe del Cordero. Cuando vuelva la persecución, retornarán los mártires y podremos de nuevo ver a los diáconos ante el altar, como señuelo de juventud imperecedera.
Esto se dice porque los tiempos en que vive San Ignacio , cuando la Iglesia regida por los Borgia acusaba una profunda crisis, se equiparan sin duda con los actuales en que empuña el gobernalle ese polaco tan enigmático que recuerda por su actuación los comportamientos autocráticos de Luis XIV. Le llaman el Papa Sol y un sol es el que alumbra su escudo nobiliario. Pero en el milenio entrante accederá al Solio un digno heredero que se ciña sobre sus pies las verdaderas sandalias de la humildad y de la pobreza de los apóstoles itinerantes y peregrinos. No será para su grey signo de desaliento ni de contradicción y pondrá a la Bestia no cayendo en sus lazadas y reclamos. Será el pontífice ( recuerdese que pontífice significa el que tiende puentes en su etimología latina) que todos anhelamos. El verdadero vicario de Cristo, un título que no se gana con el privilegio sino con la conducta. Ante este pontificado breve y perseguido y bañado en la sangre de los nuevos mártires los poderes del Averno echénse a temblar, porque no van a ganar la partida.
BORRAR LA MEMORIA
Arévalo tiene la forma y el diseño de un barco que surca las aguas pardas de Castilla mansamente , que navega sin navegar proa hacia los perfiles blancos o azulados del Guadarrama. Grédos se perfila en lontananza. A babor tiene la querencia de Ávila y Madrigal. Por estribor le vienen los vientos fríos del cierzo y el hálito fresco de los pinares de Santa María de Nieva. Coca y Cuéllar quedan un poco más allá. A popa sentirá la escolta y vigilancia de Medina con su castillo de la Mota, que tanto se parece al castillo arevaleño, su hermano gemelo y su rival, que tantas cosas secretas saben de la historia de España y tantos enigmas serían capaces de descifrar.
La ciudad , que parece dormida, tiene los ojos despiertos, y el semblante de vela. Vigila las piedras, escucha el eco perdido de los antiguos cánticos y de las interminables letanías exhaladas en sus numerosos conventos. Arévalo al arma. Siempre preparada .Su visión, como distraídamente y al desgaire, parece posar sobre las llanuras del norte. Observa desde su torreta vigía las montañas de León de donde vinieron los hidalgos de las castas repobladoras durante la Reconquista: los Verdugo, los Velasco, los Garrido, los Quirós, los Osorio y otras familias de aquellos ultramontanos ilustres, oriundas de los valles de Asturias, de las techumbres del Bierzo, de los caseríos de Cantabria o de Vizcaya. Esta vigilancia de la cual hablamos es una vigilancia de las cosas de España y por España.
Es una ciudad donde se palpa el cristianismo, que ha calado en lo más hondo de sus cimientos. Cristo está metido en el alma de Arévalo como si dijésemos, pero no de una manera excluyente o intolerante, sino como síntesis de todo cuanto hubo antes: celtas, romanos, visigodos, musulmanes , judíos. La cruz está allí en su ápice alzandose señera e imperturbable. Es una misteriosa reliquia de las tres culturan que lo imbuyeron y lo empaparon enriqueciéndola, pero sin hacer abstracción de que el triunfo de la cruz es un hecho consumado e irreversible para confutación de todos aquellos que se llenan la boca de grandes palabras y, cuando mencionan la palabra tres culturas lo hacen aviesamente y con una segunda intención, con ganas de dar vuelta a la tortilla. Tal actitud maniquea, fruto del librepensamiento que nace a partir de la revolución francesa, es una entelequia, inalcanzable por lo demás, puesto que en España estas vueltas de tortilla son harto peligrosas y suelen ser circunstancia determinante de que estalle el odio atávico. Si Cristo aquí triunfó, ¿ a qué vienen esas ansias de poner las cosas del revés ?. Su cruz se alza señera sobre las espadañas, pero los demonios familiares maquinan otros designios: que la Media Luna o la Estrella davídica ocupen su lugar. No lo permitirán los cielos. Está tierra seguirá siendo tierra abulense o Avila de los cantos y de los santos, conforme gustaba de llamarla doña Juana la Loca.
La victoria, a la cual nos referimos, no tendrá marcha atrás. La cosa no tiene vuelta de hoja, aunque a los enemigos de esa cruz constantiniana tanto les encorajine. Lo demás son ganas de colocarle paños al púlpito y venirse con mixtificaciones por parte de aquellos que tratan por todos los medios de borrar la memoria como si los anales historiográficos fuesen el disco duro de una computadora. Ese es un juego sucio y peligroso que nos puede conducir al callejón sin salida de las guerras carlistas o, mucho más atrás en el tiempo mediato, a las luchas de la Reconquista, las que muchos, candida o expresamente, parecen haber olvidado, y hablan de Federico en su centenario con nostalgias de Boabdil el Chico. Es un centenario lamentable que los susodichos han elegido para airear sus segundas intenciones. Un viaje a Arévalo , en esta hora amarga de la patria, tiene todas las trazas para nosotros de peregrinación mística. Si ellos tratan de borrar la memoria, todo nuestro afán es de guardarla para ponerla a cobro de tanta impostura y blasfemia, de tanto feroz sacrilegio. Quizás sea la hora de volver a abrir el sepulcro del Cid y besar las piedras que fueron holladas, cuando niña, por nuestra Reina Isabel de Castilla, en un tiempo en que todo parece preparado y amañado por el Gran Cofrade para desenterrar el hacha y la cimitarra de una nueva yihad islámica contra Europa. Ya casi escuchamos a larga distancia el estruendo de las próximas cabalgadas sarracenas sobre los muros de la patria nuestra. La sombra fatídica de los traidores se recorta contra los perfiles de Toledo. Han resucitado el obispo Ulfilas y don Rodrigo en la horca. Otra vez malos españoles , los judas de siempre, les han franqueado la entrada. El enemigo aprovechará la ocasión. Y esto ocurre mientras las plañideras lloran a moco tendido por Federico. Es una maniobra de distracción que encubre el llanto y el gemir de dientes que se acerca al son de las cabalgadas de los nuevos almohades que están desembarcando en la costa.
Estas líneas las tecleo en medio de los espasmos conmemorativos del batacazo del 98, cuando España agacha la testuz y se a los toros como cuando escuchó las nuevas de Cavite o practica el escapismo como recurso y habla de bodas de infantas y de príncipes, adocenada por un patriotismo rosa de color borbónico. El tercer milenio amanece entre borrascas. Si en el 98 del pasado siglo perdimos el ultimo florón , en el del XX España parece haber perdido su razón de ser . Porque hace un siglo todavía quedaba la vergüenza y el decoro; hoy ni eso. Hemos sido tragados por el régimen de los sicarios que mandaron hundir el Maine y luego vinieron con embustes y trampantojos. Han ganado nuestros enemigos y todos los pueblos de la tierra les rinden vasallaje, que ellos quitan y ponen coronas, entronizan y derrocan. Aciago es nuestro destino, amarga la hora. Los viejos fantasmas zozobran la conciencia nacional. Hay miedo. Sin embargo, Jesús nos dice: no tengáis miedo. Sus palabras fueron valederas para los tiempos de los apóstoles y para los de ahora. Sirvieron a Iñigo de Loyola para ponerse en camino e iniciar aquella peregrinación mística camino de Arévalo, que iba a terminar con la escalada de las altas rutas de la santidad.
Ignacio fue un peregrino conforme a las enseñanzas primigenias del Evangelio. Para conseguir la perfección es menester someterse a los rigores y asperezas de una hégira iniciática. Dios se nos muestra a ratos como el gran perturbador de la tranquilidad pública y privada. Hizo salir al profeta Amós de su campo de espigas y lo envió al palacio real de Samara a predicar su palabra. Fue por este cambio de planes para con nosotros que alienta la mente divina que el publicano Leví se convierte en el apóstol Mateo, autor del gran evangelio gnóstico ( Mateo conserva la raíz helena de ma t h e s i s ); da idea todo ello de lo importante que es el saber y el aprender en la religión de ese judío helénico, Hijo de Dios, que se llamó Jesús de Nazaret. El Dios de la Revelación no en vano quiso renovar el mundo a través del conocimiento. El oscurantismo , por tanto, es de origen espúreo o extrínseco a la pauta evangélica, aunque sus detractores hayan hecho hincapié en este aspecto de la ignorancia y de la explotación de las gentes sencillas. A la jerarquía por otro lado siempre le vino bien la fe del carbonero, porque saber es poder y el que sabe compite y hace sombra a todo aquel que lo ejerce o lo detenta. También hay que admitir que una rama de la gran mística europea, que se inspira en el Cartujano y en Tomás de Kempis , ha mostrado un sospechoso desdén poco condescendiente con la adquisición de conocimientos basado en el principio de la vanidad de las cosas humana, parte de la cual es la sabiduría de las cosas del mundo. Sin dejar de ser cierta y loable esta premisa otrosí sirvió de excusa para que muchos se echaran al surco, dejando las manos libres a los enemigos de la Iglesia en sus contumaces reflexiones sobre el poco apego que tiene ésta a las nuevas invenciones y al natural deseo de progreso innato en la naturaleza humana.
Dios , empero, es el gran alborotador de la historia. Su diseño no coincide con el diseño y las fórmulas que tienen aparejados los hombres. Por su inspiración Mateo abandona el telonio y Zaqueo, el pequeño Zaqueo, baja de aquel sicomoro. Atendió a la llamada divina y al descender del árbol se encontró con el Señor. Elías fue arrebatado al cielo en un carro de fuego. San Raimundo de Peñafort cruza el Mediterráneo desde Palma a Barcelona ( más de ochenta millas) extendiendo su manto dominico sobre el agua y haciéndose a la mar y cuando accede a su convento en la Ciudad Condal el hábito y los manteos de Raimundo estaban secos. Porque Dios es un revolucionario al que le apetece de vez en cuando dar a las cosas un cambio de rumbo fue que Cristo se transfiguró en el Tabor, que Pablo fue derribado del caballo camino de Damasco, que el centurión Martín escinde su clámide para arropar a un pobre y que Ignacio de Loyola se pone en marcha un buen día para ir a Castilla. No salió lo que él quería. Iba para cortesano del rey temporal, y acabó en paje de Jesucristo.
Ignacio también había calculado mal. No cabe duda de que en la villa castellana iba a experimentar su mantra más particular. Fue el mantra que tuvo Pablo y , cuando , herido por la luz celestial, que ciega sus sus ojos, grita una sola palabra: metanoia ( convertíos). Dios viene a desbaratar los proyectos humanos, a corregir nuestros programas. Actúa como un magno cartel desestabilizador de ruta. Por eso resulta incontrovertible e incomprensible en sus actos. Lo que los hombres tuercen El lo enderecha.
Ese pensamiento resulta un consuelo en esta hora oscura y contradictoria cuando todo parece incurso en un proceso lento pero pertinaz de involución de valores. La existencia es paradójica, irreductible a un único esquema, no cabe en una horma física. El cambio es una crisis a nivel planetario. Parecemos envuelto en una nube vertiginosa que lo pone todo del revés. El mundo parece vuelto por el forro, mientras la irracionalidad campa por sus fueros en un sistema tan racionalista y materializado como el que está a nuestra vista: la familia, la noción de patria, la propia Iglesia, desorientada y macrocefala, que lleva marchamo de convertirse en una suprema ONG humanitaria y solidaria ( ya no se habla de caridad y amor para nada) o un negociado de expedición de partidas de bautismo o defunción. Los pilares sobre los que descansa la base de la moral y de la justicia acusan fisuras. Sin embargo, el Espíritu está soplando por dentro, casi con furia incontenible. Es una nube, es fuego, es una paloma, es un viento que sopla sobre las almas y alivia nuestra sequedad. Este es un tiempo de apariencias. Lo exterior no se correlaciona con lo externo. Es allí donde habita la gran luz interior que nos llena de esperanza. Podría hablarse de un auténtico ciclón de libertad
La voz del Apóstol de las Gentes sigue clamando en el desierto.” metanoite... metanoite...cambiad vuestras vidas, reconoced la verdad”; nadie le hace el menor caso. La humanidad sigue prestando oídos de mercader a la gran propuesta de la trascendencia ascética. Lo que manda en el siglo es el encono, la vileza, la calumnia, la ramplonería salaz, el ejercicio del dominio, las garantías constitucionales, los dictados de la fama, los postulados del prestigio , el anhelo del status. Aquí nadie cambia ni se convierte. La humanidad sigue idéntica a sí mismo a lo largo de los siglos. Los comportamientos y los pensamientos a lo largo de las épocas persisten en una analogía brutal y sorprendente. Aquí pocos son los que se convierten. La conversión no es más que un tropo literario, una figura retórica para quedar bien en los sermones de campanillas, mero wishful thinking. El hombre no varía
LA CRUZ INVERSA.
Cuando viajé a Arévalo por primera vez en el otoño del 96, cuando descubrí a esta maravillosa ciudad en la que antes sólo había estado de paso, hubo algo que me llamó la atención descorazonadoramente: sobre el muro lateral del templo de Santo Domingo, según se entra en la plaza del Arrabal, monumento del siglo XIV, donde se encuentra la sepultura de María de Guevara, la tía de nuestro biografiado, y la sede donde se venera una talla milagrosa de la Virgen de las Angustias a cuyas plantas se prosternara Isabel de Castilla para pedirle el triunfo de sus banderas en el asedio a Granada vi pintada una cruz boca abajo con un epígrafe: inversión de valores. La cruz inversa es el emblema de Belial. La villa no se libró de ese grupo de ácratas que practican la impudicia de la escritura en la pared para estampar sus gritos blasfemos. Con las personas con las que comenté el mal efecto que me produjo la insignia demoníaca - ha sido la costumbre durante los 80 embadurnar de letreros groseros lo que fueron un día casas de oración- no habían reparado en el hecho, o no le dieron importancia. Para mí la tiene. El propio párroco del recinto se encogió de hombros. Un año más tarde, cuando me pongo a teclear estas consideraciones particulares sobre la importancia que tuvo Arévalo en la palingenesia mística del fundador de los jesuitas, el inquietante letrero allí continua.
Gestos blasfemos como ese tienen que ver, y mucho, por cuanto desconcierto acaece en nuestro entorno. Tal vez siga habiendo mucha más gente buena que mala, pero ésta última se muestra más combativa. En cuanto al fracaso y las dubitaciones de la Iglesia , la cosa sea tal vez sólo coyuntural, una crisis de adaptación a los predicados del nuevo milenio. La jerarquía ha preferido el pacto con el poder, renunciando a su función martirial y testimonial, para curarse en salud, para evitarse sinsabores, contemporizando en errores de bulto. A mi juicio el punto de inflexión sobreviene en el pontificado de Juan Pablo II a partir de una misteriosa reunión habida en Turín el año 1992 entre representantes del Vaticano y miembros de otras confesiones. A partir de esa fecha se acaba prácticamente el ecumenismo, el dialogo con las iglesias de Oriente, mientras Roma realiza una maniobra de aproximación o de desembarco - tal vez profético o determinado por iniciativas misteriosas que sólo conoce el enigmático Wojtyla - en la sinagoga. La presión de Washington sobre el Vaticano fue muy fuerte durante los días de la guerra del golfo, en enero de 1991. La Radio del Papa hasta cambia de aspecto. Las finanzas vaticanas que comenzaron la última década del siglo con un importante déficit mejoran como por ensalmo. Todo había sido amarrado y pactado entre el vicario de Cristo y los representantes del brazo secular, pero el tema venía de lejos: las jornadas de oración inter confesional en Asís, la excomunión de Lefevre, y aquel atentado tan sospechoso en la Plaza de San Pedro. Algunos han llegado a dudar de que la intencionalidad del potencial asesino del papa fuera la de acabar con su vida, sino la de atemorizarlo o presionarlo para que aceptase los hechos consumados. Las dudas siguen almacenándose al respecto y flotan sobre la tiara de este polaco, al que algunos consideran un mesías, un enviado de Dios, y otros un mero agente de los norteamericanos, a los que secundó en su mayor empeño: acabar con el comunismo. Sólo mediante la observancia rigurosa de tal compromiso se librarían los católicos romanos de perecer asfixiados económicamente , o de soportar una de las más encarnizadas persecuciones por vía del desprestigio y la muerte civil. Está claro que el pontífice polaco, muy realista, ha optado por echarse a los pies de Washington y proclamar a la Iglesia feudataria del vencedor. ¿ Quién desvió la trayectoria de la bala asesina que pretendía acabar con la vida de un papa remiso a claudicar ante los poderes del siglo ? ¿ Fue la Virgen o fue el diablo ?¿ Todo mi poder por un plato de lentejas ?¿ Cuál será en adelante el dogma primero de nuestra fe: la crucifixión de Cristo o el Holocausto nazi ? Aquí tenemos un papa , que pudo morir mártir, y que sin embargo, ha gozado uno de los más dilatados pontificados de la historia del cristianismo. ¿ Teme Juan Pablo II el? ¿ Cómo es que ha peregrinado a Canosa y después de Canosa a tantos y tantos sitios ? ¿ Lo políticamente correcto es un nuevo artículo de la fe para los monseñores vaticanos ?... Política de gestos, de grandes discursos, baños de multitudes, pero las iglesias están vacías... Detrás de una punta del iceberg tan brillante y con tanto poder de convocatoria hay una iglesia sumergida , la voz ahogada incapaz de gritar ante el terrorismo, la insatisfacción, el paro juvenil, las diferencias económicas. San Pedro vuelve a situarse de parte de los ricos. La curia larga bendiciones e hisopazos a los magnates, por más que la fe de los tycoons y wizzards modernos esté toda ella en entredicho. Que las excomuniones se las reserva ahora Roma contra los que levanten el gallo contra lo políticamente correcto y se atrevan a decir esta boca es mía.
Aunque no podemos sino sentirnos angustiados por tantas preguntas sin respuesta y por algunos hechos paradójicos ocurridos durante este pontificado, algunos de los cuales se instauran en la contradicción con la norma canónica y pertenecen al mundo de lo perecedero ( venida a Cuba cum gloria magna y muchas ínfulas a escuchar que Fidel Castro largue por esa morro barbudo que le dio Dios soflamas anti españolas , y que el que se llama Vicario de Jesucristo canonice en efigie, aunque no de facto a Maceo, un terrorista, cuyo recuerdo suscita entre nosotros recuerdos tan dolorosos, y uno de los primeros agentes de la CIA) a lo externo, a las convicciones temporales. Como católicos aceptamos su magisterio - por una vez , sea - pero como españoles el espectáculo que ofreció en las tierras de Santiago y de Camagüey removiendo en nosotros las heridas de un crimen inulto nos parece una afrenta a la dignidad humana. Se ha olvidado este papa que tiene que ser de todos, y no de unos pocos. Si la Iglesia se dice democrática, debe aceptar sin recurrir al anatema estas ponderaciones que hacemos a la gestión humana de un romano pontífice demasiado poseído de sí misma, envuelto en una nube de incienso, aunque este incienso crea su persona que es muy democrático. Pero no. Mucho nos tememos que, al proferir tales reparos a la visita papal , atraigamos sobre nosotros la colera romana y algún que otro ladrillo. La Iglesia que él encabeza ( esto lo tenemos cada vez más asumido con el correr del tiempo ) no es una iglesia pontifical ni canónica. Es diaconal. Se han hecho los más humildes los portadores depositarios del símbolo . Esta rama de la Iglesia es actualmente la más pujante, fruto de la sabiduría y de la acción oculta del Espíritu Santo. Vuelven los diáconos enarbolando la estola cruzada al pecho, como Esteban, Vicente, Francisco.
Iñigo de Loyola en su comportamiento y visión histórica se conduce como uno de aquellos diáconos de la antigüedad que son todo ellos fuente de energía oculta, porque les cumple el menester de galvanizar la acción pastoral en tiempos de crisis. Su función es la de proclamar el Evangelio desde el ambón a toda la tierra con voz potente y bien timbrada. De ellos dependerá la renovación litúrgica que Occidente está pidiendo a gritos. Todo se hará. Esto no es más que el principio. La voz diaconal empezará pronto a atronar desde los púlpitos. Ellos salvarán a la Iglesia del marasmo de confusión . Quizá se acerca la hora de los diáconos, que vendrá seguida por una subsiguiente leva de mártires. Pasó el tiempo de la gran teología y de las excelsitudes maximalistas y viene un tiempo de verdad y de renovación como nadie ha conocido a medida que hay un relevo astrológico. Porque de la hora de Piscis nos adentramos en la de Acuario.
LA MUERTE DE UN ZIÑEGOTZI(*)
La flor encarnada sigue brotando entre la grama y el pasto de los prados del Norte, por las mismas tierras que fueron pisadas por el peregrino de Cristo, el que un día bajó desde los seles montuosos del valle de Azpeita hasta las llanuras y planicies de la meseta central. Entonces había guerra en el norte. Ahora , también. La belicosa costra de la Piel de Toro no se libra de su tradición inexorablemente celosamente guardada de rendir tributo a Moloch, como si los hijos de Iberia llevásemos en nuestros genes un caudal de atrabilis fratricida, un río de enconos seculares , tan enraízados en la epidermis conflictiva del país.
El 11 de julio de 1997 fusilaron atado a un poste a un joven concejal de un ayuntamiento de Rentería, que se llamaba Miguel Ángel Blanco. Las persistentes fuerzas oscuras se empeñan en labrar un porvenir incierto. Se aplican como demonios a un ejercicio cotidiano de atemorización y socavan a la manera de los topos los muros del edificio de la convivencia. Tienen el propósito de llevar adelante la tarea subliminal de borrar la memoria , inane ejercicio, pero todo muy bien calculado y con resultados óptimos, porque los asesinos han recabado la categoría de héroes, de soldados de la libertad (gudaris). La confusión analógica y las ganancias en río revuelto obra en su pro. En esta anfibológica duplicidad ética radica uno de los males mayores de nuestro tiempo. El ciudadano de a píe es incapaz de discernir lo lícito de lo ilícito.
La flor carmesí - no confundir, ojo , con los nenúfares y manuscritos del mismo color del sr. Gala, ese aljamiado morisco, amanuense del sistema político en el cual se premia a lo cursi y se entroniza al disparate porque aquí vende todo lo que es anti español constitutivamente hablando - sigue brotando en la grama dorada de los pastos escondidos del Señor. El l2 de diciembre del mismo año pegaron un tiro a bocajarro a otro humilde concejal del partido que nos gobierna, y que, para bien o para mal, está intentando poner un cierto orden al caos de los pavorosos doce años de feroz felipismo. A fines de enero del 98 el verdugo del Norte asesinó impunemente en la ciudad de Sevilla a otro z i ñ e g o t z i sevillano que venía pacíficamente de cenar con su mujer. A él le descerrajaron una bala de parabellum en la nuca. A ella en la frente. Por desgracia la muerte aleve de Alberto Jiménez Becerril y de Ascensión García Ortiz no será la última. De seguro que, antes de que pongamos colofón a este libro sobre San Ignacio en el cual intentaremos desglosar lo real con lo imaginado para rescatar al Cristo verdadero de las garras de sus usurpadores que manipulan y trafican con su divino rostro y con sus enseñanzas sin rebozo y a capricho y a su socaire medrar y crecer, la macabra lista de la hecatombe de concejales pasados por las armas por esos “ valientes “ sacamantecas del nacionalismo abertzale habrá aumentado sin remisión. Porque detrás de los pistoleros malvados hay otros cosarios, que visten terno y se sientan en los consejos de Administración, especulan con la ganancia de los campos de Haceldama*. La rabia de tan altas instancias, cuyos últimos resortes hay que irlos a buscar fuera del país, y son hombres sin rostro que viajan detrás de logogrifos acuñados en el envés de las grandes frases y de las consignas, y rinden pleitesía y vasallaje a ese reich con Führers de quita y pon cada cuatrienio o cada septenio, salaces nerones y Dacianos4 del tiempo que nos ocupa, que entre firma y firma llaman a la becaria 5de turno para ser deleitados con un quicky6 o una felación asquerosa. La figura la denominaremos todos Sexo oral en la sala oval. He aquí una forma de comportamiento modélico, la cifra y el compendio de los grandes estatutos del derecho de gentes, el espejo donde se mira la Democracia de Corte Occidental. Siempre se dijo de los reyes y los emperadores que en ellos la actividad procreativa no era la misma que la de los demás mortales. En ellos la función genésica se convierte en una razón de estado. Los príncipes tienen la obligación de mejorar la raza y aumentar el cupo de barraganas y de bastardos. Bill Clinton se lo ha creído. A lo mejor es que ha tenido cualquier sueño onírico y un ángel le ha conferido el título de ser la reencarnación de un príncipe renacentista o de Calígula el que nombró cónsul a su caballo y que tampoco ocultaba las inclinaciones licenciosas y era erotómano y algo marrano. Pese a todo el incidente no deja de ser lamentable, todavía más cuando se prepara una segunda guerra del golfo con todo el aparatoso despliegue de la CNN y el baile en los cielos del otrora Arabia Feliz de los “ skud”, los proyectiles crucero, los superbombarderos B52 volando con una parafernalia deletérea capaz de borrar naciones enteras del mapa en el interior de sus panzas.
Mientras las noticias apabullantes se repiten , conminadoras espadas de Damocles en cada bloque informativo en un ejercicio de repetición machacón y “ ad infinitum “, porque todo esto refleja la faz del “ dejá vu” o quieren ser recordatorio cotidiano de que ellos han ganado, que están aquí por algo, que a ver quién es el majo, porque no os queda otro remedio que rendir culto a los ídolos de la razón políticamente correcta y el que se mueva no saldrá en la foto, su nombre correrá prendido en el halda infame de listas negras, o puede que, si se pone muy borde lo escacháramos, que sí , que nosotros, te podemos mandar un negro, oye. Llámalo negro, llámalo matón o terrorista a secas, pero no se ocurra llamarle nunca Polanco, la gente va viviendo como puede, atónita ante estos teje manejes que las altas instancias de la supremacía internacional se traen entre manos, a veces con la complicidad - pasmáos - de ciertos obispos y capellanes del estado mayor del cardenalato. Y en el Fanar constantinopolitano, sede del patriarcado de la Santa Iglesia de Antioquía que tengo para mi ser la más antigua desde los apóstoles, fundamentalistas mataron con una bomba a un diácono. La carga explosiva iba dirigida al propio patriarca Su Beatitud Bartolomeos II, un antiguo monje del Monte Athos.
En el Vaticano, demasiado atareados con la visita de Juan Pablo I a Cuba , el día 25 de enero, fiesta de la conversión de San Pablo, silenciaron la condena. Este silencio acaso sea un silencio cómplice revelador de la existencia de una serie de intereses creados muy poco claros y evangélicos.
Madre, ¿ por qué callas ?, proclaman las profecías del Papa Juan....Si tú no dices nada, clamarán las piedras... Y hasta los niños de pecho gritarán con elocuencia contra la injusticia. Y he aquí que los que no han sido aun destetados lanzan gritos que claman al cielo y ostentan sus manos blancas. Miles de chicos de corta edad y de estudiantes han desfilado en silencio por las calles de España para demostrar su horror a los asesinatos. Los monseñores de la Conferencia Episcopal presididos por un tal Sánchez juegan a hacer política con manifestaciones ambivalentes de un sibilino maniqueísmo. Estos pajarracos embutidos en sus sotanas, con un aire autosuficiente que parece pregonar que ellos están por encima del bien y del mal, con los gemelos de oro que lucen sobre los puños de la camisa blanca, esos monseñores con pectoral, sonrisa abierta, anillo pastoral y quiroteca no parecen haber escuchado la voz de la calle. Siguen enfrascados en su doble juego. Pretenden hacer política con la sangre de los muertos. Pero el crimen no quedará impune. Algunos obispos entre la consternación popular se han olvidado de que hay un quinto mandamiento. Ellos a su aire, con sus encíclicas, con sus comentarios al Vaticano II. José Luis, Miguel Ángel , Gregorio o el matrimonio sevillano ningún delito habían cometido. Fueron pasados por las armas por el mero hecho de ser españoles. Al diacono de Estambul , un digno heredero de San Efraín de Edesa, y de todos los grandes diáconos que proclaman la ley de gracia cuando los obispos, o bien porque aprecian más las vanidades del mundo, o sea porque no les llega la camisa al cuerpo, la metralla le segó las piernas. El se sitúa al frente de una Iglesia viva no de un contubernio. Madre, ¿ por qué callas ?. Parece que ese silencio ya estaba escrito, porque la prudencia de los verdaderos teóforos nada tiene que ver con la prudencia del siglo.
Pero las multitudes vienen. Siguen llegando. Alzan al cielo sus manos blancas contra los que siguen comprando campos de Haceldama y se ensucian las suyas con la sangre del cordero. Una mirada triste y mansa se pinta sobre sus rostros. Preguntan entre pancartas y caerteles de denuncia de la tiranía asesina: ¿ Por qué, Señor, por qué ?... Si nosotros también hemos derecho a la vida, a la libertad y a la paz en democracia...Ellos representan la esperanza y el futuro. Son las juventudes silenciosas del Santo de Asís, que por ser tan santo no conocerán las gentes ni será canonizado, la fuerza del cambio hacia una verdadera vida interior, hacia una Iglesia esotérica. Ellos con sus marchas en silencio arrasarán estas ciudades de hormigón y cartón piedra.
Acaba de sonar la hora de los jóvenes, de los diáconos, sin hacer demasiado caso de la llegada del cardenal Ratzinger a Pamplona para ser investido doctor honoris causa. Este purpurado alemán es el arquitecto de la llamada Teología del Holocausto.¿ De qué holocausto nos habla Su Eminencia ? ¿ Los más de un millar de crímenes de ETA no son un holocausto, monseñor ?. Es la pregunta que nos hacemos muchos de los que habiendo creído en la crucifixión y en la inmolación de Cristo por los pecados de los hombres, primer valor de eso tan maravilloso que se llama la Redención nos vienen a contar ahora muy sutilmente que eso no vale.
Que hay que cambiar de página.
Pero es la hora de los jóvenes, el tiempo de los diáconos. Es una fuerza que viene arrasando con su fe en la vida, en la libertades, en el derecho a un trabajo, a una vivienda digna y a todas esas cosas de la gran dignidad humana. En cosas concretas. No en generalidades vagas. A Ratzinger, un papabile, en el próximo conclave lo hacen protagonista de la humada blanca. En todo caso tendrá que tener presente a estas nuevas juventudes que alzan sus manos inmaculadas por las calles de nuestro país. Todos ellos pasan de largo, pero pisan fuerte el mismo camino que siguieron los grandes peregrinos medievales. Francisco, Domingo, Vicente Ferrer, Iñigo, Juan de Dios, Pedro de Alcántara.
Hoy medio milenio después de aquel viaje, y me someto al ritual iniciático por veredas del mismo recorrido de purificación mística , que emprendiera aquel caballero vascongado a la busca y procura del servicio al Rey Eternal al trasluz del legado evangélico , el cual sigue teniendo poco que ver con los valores vigentes: los reclamos del prestigio, la lucha por la fama y el reconocimiento y buen pasar entre las gentes. Porque , como su Maestro, Ignacio sería un perdedor neto, un incomprendido.
La lucha y el cambio empezaron aquel claro día de octubre de 1498, cuando el chiquete forastero , que viajaba en una caravana de mercaderes y de trajinantes , da vistas a las murallas de la villa en el vértice entre el Adaja y el Arevalillo. Algunos historiadores retrasan la fecha; otros, como García Mercadal la adelantan a 1496. Los padres de Iñigo, aunque hidalgos de la montaña, eran pobres y estaban cargados de hijos. No vacilan en enviar al más pequeño de la extensa prole en casa de los parientes adinerados. Para que ganase honra y se hiciese un hombre de provecho para el mañana. Otrosí, era una boca menos.
En casa de María de Velasco y Ladrón de Guevara, que era a su vez hermana carnal de la madre de Iñigo, recién fallecida por tales fechas, pasaría el muchacho toda la infancia , toda la adolescencia y lo más florido de su juventud. Al menos, formalmente, conseguiría el propósito, porque saldría de la villa armado caballero y rozando ya casi la treintena el año 1520. Su señora tía, cuyo sepulcro , en labra de mármol y de jaspe, en estatua yacente de cuerpo entero y adornada con una toca blanca, puede contemplarse en un altar lateral de la iglesia de Santo Domingo, luciendo el cordón de San Francisco y el hábito de clarisa con que fue amortajada ,era esposa del hombre más principal en la corte: Juan Velázquez de Cuéllar, contador o quaestor
mayor, una especie de ministro plenipotenciario de finanzas. Ganó y gastó mucho al servicio de la corona, como veremos más adelante, aunque en pago a los buenos oficios prestados al Emperador y a su esposa Germana de Foix no recibió más que desengaños. La historia de los Velázquez de Cuéllar no es más que la historia del fracaso de una ambición.
Por sus manos pasaron los ducados que costearon los viajes de las carabelas y las empresas bélicas contra el último de los reinos taifas. El manejó hasta el último maravedí y las alhajas que empeñó Doña Isabel para sufragar la descabellada empresa que en La Rábida proponía a los reyes el Almirante: buscar una ruta de acceso a la Indias orientales por el Atlántico. Era muy probablemente dinero judío porque las relaciones de los Velázquez de Cuéllar con los banqueros catalanes de Diego de Santángel se sospechan por más que hasta la fecha no hayan quedado probadas. La familia catalana de los Sánchez y los Santángel eran los prestamistas de confianza de Fernando de Aragón. Recuerdése que la recepción que se preparó a Colón tras su primer viaje, donde presentó a Sus Majestades algunos frutos, animales y dos indios con los cuerpos embadurnados y las caras pintadas autóctonos de las islas donde la expedición tocó tierra fue en aquella ciudad y no otra de las españolas. Cuando Ignacio, por otra parte, decide abrazar la vida religiosa se encamina hacia Cataluña a sabiendas de que ninguna obra por alta y desinteresada de miras que fuere podrá llevarse adelante sin el concurso de las onzas de oro ni el dinero. El estudio de los lazos que atan a Castilla con Cataluña en este momento y otros muchos de la historia de España es un tema muy sugerente que convida a un análisis profundo, pues mucho importa cara al esclarecimiento de la verdad, que nos libre Dios de los maximalismos y grandes planteamientos retóricos y las divisiones partidistas. Si Arévalo en tal tesitura puede enorgullecerse de su grito famoso Arévalo por el Rey , en Cataluña tendrían que cambiar la letra de tal melodía y proclamar: Y Barcelona por la bolsa.
El canto más laudable y sublime que haya salido jamás de labios españoles hacia España y lo que esta nación representa en su historia y en su cultura salió de labios catalanes, de mosén Cinto Verdaguer y de Prat de la Riva. La ignorancia y los prejuicios históricos han operado este reflujo de recelo y de desconocimiento mutuo que corre a éste y al otro lado del Ebro.
Sandoval, el historiador de Carlos V, describe así al contador mayor: “ Fue hombre cuerdo, virtuoso, de generosa condición. Tenía buena presencia y condición temerosa”. Lo más seguro es que estemos ante la figura de un converso, porque los cristianos nuevos pasaban por ser gente de bien, muy meticulosa en las obligaciones religiosas de la fe recién abrazada, sobre todo, si este paso había sido dado voluntariamente y sin coacción. Ellos son los que aportan esa impronta mística a la vida española del Siglo de Oro. El apunte no es para echarlo en saco roto.
Al velarse con una mujer de tan rancio abolengo como era doña María de Velasco y Ladrón de Guevara, hija del duque de Nájera, cuya alcurnia procede precisamente de Asturias, se consuma la fusión de dos estirpe - la goda y la advenediza- pues Castilla, incansable crisol de tendencias contrapuestas, lo de afuera y lo de adentro, lo cristiano y lo pagano, lo moro y lo judío, estaba llamada a ser madre de pueblos, y va a forjar el ideal de una cultura perfecta. El matrimonio del contador mayor con la heredera de una casa ducal como es la de Nájera, que es prelativa en los anales genealógicos , incluso a la de Alba, es todo un síntoma: la unión de la estirpe goda con la conversa
Reza un aforismo popular de la montaña astur - parece ser quela sangre más añeja de toda la española mana de las brañas de Aristebano, lugar de irradiación de la mesta castellana, de los maragatos y de los vaqueiros de alzada - en abono de la solera incoercible de los Vázquez y Velasco.
Antes de que Dios fuese Dios
Y antes de que el sol pegase en estos ñascos
Ya mandaban los Quirós por estos altus.
Eran los Garrido Garridos
Y los Velasco Velascos.
Al enviar a su último vástago como criado a casa de su cuñada . Se quitaba una preocupación de encima. Habría una boca menos en la casa torre de los Oñaz. Beltrán Yáñez de Loyola pasaba apuros económicos a la sazón. Se hizo cargo del niño Magdalena de Araoz, quien fue para él no solamente un aya, sino una verdadera madre. Esta señora estaba casada con Martín , que era el hermano mayor y heredero del mayorazgo. Magdalena trabajó toda su vida en la corte y fue azafata o dama de compañía de Isabel de Castilla. Existe en el santuario de Loyola un cuadro de la Virgen Anunciada , regalo de la reina su señora a la solícita criada que la había servido durante la mayor parte de sus días. Según la tradición, este cuadro es muy venerado entre los jesuitas porque el santo estuvo de rodillas largas horas delante del mismo. Su contemplación hacía rodar por sus mejillas copiosas lágrimas.
Por aquel tiempo se tardaba de Vascona a Castilla unas cinco jornadas de camino real. El viaje se hacía de trajín y en caravana, con objeto de evitar a los bandoleros que infestaban los descampados. No era aun inventada la diligencia ni el automóvil, pero los hombres y mujeres de la España de aquel tiempo eran muy andariegos. El sedentarismo no había hecho acto de aparición. Cualquier excusa era un aliciente para una romería, o una peregrinación a tal o cual santuario y se proliferaba el vulgo en idas y venidas. El ajetreo y el ansia de correr, que es lo mismo que el fuerte deseo de vivir, es un hecho concomitante a la irrupción de la burguesíac esa inquietud y búsqueda. El hombre al fin de la Edad Media considera su vida como una peregrinación. Busca la salvación en el camino. Surgen las hégiras entre los musulmanes y el mundo cristiano encuentra en la ruta jacobeo y en la contemplación de la reconquista de Jerusalén un motivo para justificar su existencia. Los himnos bizantinos se llaman trotarios porque eran entonados sobre la marcha. Hay malos monjes que abandonan sus monasterios y se dedican a correrla. Los giróvagos ex claustrales dan en bandoleros, y otros en donjuanes o en borrachos, responsables de la tradición juglaresca. Con este ir y venir empieza a correr moneda y se auspicia el comercio, se descubren nuevos paisajes y también corren las ideas.
Las serranillas del Marqués de Santillana y los no por desenfadados menos salaces pareados del arcipreste de Hita se desenvuelven en este ambiente de ruta, en ese ir y venir.
Castilla fue siempre muy andariega. Sus dilatados horizontes invitan a la aventura y al descubrimiento, pero aparte de estas razones novelescas había otras de jaez crematístico: las ferias. Los martes de mercado eran una tradición secular en villas como la de Toresano, Atienda y el propio Arévalo o los jueves en Segovia, el domingo en Valladolid , los lunes en Madrigal o los viernes en Avila.
Entre todas estas aglomeraciones mercantiles , reclamo de tratantes y de mercaderes, la que se lleva verdaderamente la palma es Medina del Campo. Su lonja o zalacatín es una tradición que arranca del siglo XII y duraba nueve días. Venían desde Francia y Alemania. En la Inglaterra de los Plantagenet era de notorio nombradío. Los mejores vinateros de Londres viajaban hasta la vieja Medina por San Andrés a la compra de los vinos de la región.
Las caminatas solían ser entretenidas. Nunca faltaban salteadores ni bufones o algún clérigo que buscaba alguna aventura por alguna de esas ventas y mesones perdidos en la meseta. En el incesante trajín nació la mística que es un género literario ( pues de lo sublime a lo ridículo no hay más que un paso ) dándose la mano con la picaresca. El itinerario solía estar jalonado por esos diversorios y posadas de mala muerte, donde se desarrolla esa mentalidad castellana del Siglo de Oro, amante del donaire y de la alegría de vivir, pero con una preocupación existencial que no era ya meramente el más allá sino el aquí y el ahora, porque no era cosa baladí el poder comer todos los días. El instinto de supervivencia curiosamente aventaja en todo este tiempo al de reproducción. Los pícaros se nos presentan a nuestros ojos con el problema sexual resuelto o, cuando menos , en la cuestión no paran mientes, pero eso de llenar la andorga con regularidad resultaba una tragedia. Un auténtico contraste brinda tal faceta a nuestra angustia vital por la incomunicación o el desamor.
Ese era un aspecto de la vida que nuestros grandes clásicos dan por sobre entendidos. No para mientes en el asunto. El arcipreste lo despacha con una baladronada: que dos cosas facen al ome en su existencia, el haber mantenencia i iacer con fembra placentera.
Clientes habituales de tales establecimientos del camino eran las mozas de partido adscritas al oficio más viejo del mundo que dispensan con liberalidad sus afectos y mercedes a tenor con la bolsa. Y los cómicos de la legua, que viajaban tanto como los frailes, abades y bulderos camino de Roma. El clero regular y secular puede que era el más asiduo de mesones, albergues y ventorros. Viajaban los religiosos en sus palafrenes y en las famosas mulas hacaneas, que solía ser montura mansa y poco prepotente, muy indicada para hombres de religión. Buena bolsa solían llevar, pero la tacañería de los frailes también resultaba proverbial.
Soldados tampoco faltaban, pero éstos, veteranos o mutilados de las muchas guerras que asolaban a la cristiandad, andaban impecunios. Pedían limosna y su destino, si no habían sido los duros bancos de una galera bajo el látigo del cómitre, lo marcaba la ruta del hospital o del lazareto. La vida y el servicio al rey les transformaba en parias de aquella sociedad, porque gran parte de los soldados de las levas flamencas acaba en la mendicidad.
EL CANTO DEL QUERUBÍN.
No eran bienquistos los soldados en ninguna parte. El amo al cual habían servido , o el infortunio, los pagaba con moneda de ingratitud. Licenciados de los tercios de Flandes, los antiguos infantes, artilleros, lansquenetes, daban con sus cuerpos lisiados o cubiertos de bubas en los camastros de los hospitales de teatinos y de los frailes de San Juan de Dios. Fatídico punto de atraque al fin de la singladura de sus pobres vidas, último eslabón de desdichas, pero esta es la amarga soldada que contrahace tanta grandeza imperial. Postrados en los camarotes de las crujías del hospital de Antón Martína. Las salas estaban atestadas. Como ya apuntamos más arriba, la promiscuidad inherente al siglo de amores y las costumbres galantes fueron causantes de la epidemia. Se mantenía a dieta a los pacientes y algunos mejoraban al someter sus lacerias a un tratamiento de hidroterapia con fricciones de la yerba calcedonia y de valeriana. Se confundía con la lepra y la condición de apestados convertía al lóbrego caserón de la madrileña calle Antón Martín en la casa de la muerte, de donde sólo se salía camino de la huesa. Entre los religiosos de San Juan de Dios era costumbre mantener un retén de hermanos fosares que se dedicaban a dar sepultura a los apestados. Los cadáveres eran llevados a enterrar en bayarte, una especie de silla de mano.
Antón Martín era un discípulo de Juan de Dios (1495-1550). De este gran santo de la caridad y de la beneficencia española que era de origen portugués muchos desconocen que fue íntimo amigo de Apaga de Loyola. Los dos fueron soldados al servicio del Duque de Nájera y estuvieron juntos en la defensa del castillo de Pamplona. Juan de Dios fue hecho prisionero. Ignacio fue herido en una pierna. Curiosamente una mismo hecho histórico: una derrota determinaría dos importantes triunfos y sendas conversiones en dos hombres de armas que habrían de convertirse en dos grandes patriarcas de la Iglesia española.
Al humilde fraile portugués debe la cristiandad la orden hospitalaria más importante, después de la de los trinitarios establecida por el francés Félix de Valois. Los trinitarios establecieron uno de sus primeros conventos de Castilla en Arévalo. Gracias a ellos, la gente no se moría en plena calle como sigue ocurriendo hoy en las calles de Calcuta.
El cristianismo representa el triunfo de los perdedores. La mejor expresión de su fortaleza tal vez provenga de su fragilidad aparente. Es muy fácil sucumbir a la tentación de acusar de falsa y pasada de moda tan maravillosa doctrina. El cristianismo no es unipolar sino multipolar; Dios tiene muchos rostros, pero la grandeza de la redención es una argamasa heñida en la pequeñez , el anonadamiento y la paradoja, como explica el canto del Magnificat: Fecit `potentiam brachio suo et dispersit superbos mente cordis sui.
La religión de Jesús es la luz vieja que viene de lejos pero que en cada siglo luce de una manera particular y cada vez con más fuerza. Desciende sobre la humanidad envuelta en las notas de un canto celestial. Porque sin belleza no puede haber cristianismo y hénos aquí en la España finisecular por estas calendas del 98 rindiendo culto a la cultura del esperpento o del mamarracho, esto es la anticultura, el antiespaña, donde el cinismo satánico todo lo pervade.
Satanás muestra la pezuña horrible. Pinta un mundo vacío a lo Picasso o con un aire de barruntos desesperados como Goya. Nadie como el pintor de Fuentetodos ha pintado el escorzo esperpéntico del ángel rebelde. Hay en esos trazos mucha fuerza, pero no serán capaces estos artistas que cuelgan sus engendros en el MOMA neoyorquino de emular al Giotto y a Fra Angélico en el encuadre divino de sus benditas composiciones. La tragedia del mundo moderno es el haber vuelto las espalda a la belleza. Nuestros oídos enfermos no se empañan de la dulzura embalsamadora de las notas de Mussorsky, y al negarse a la belleza, este mundo también rechaza la verdad, por ende tantos adoradores del absurdo , los postuladores de la inversión de los valores; quieren montar un calvario al revés y establecer allí los reales del caos y del infierno.¿Por qué?
El canon de la estética en un ambiente que es caldo de cultivo del terrorismo y la violencia fue despedazado en detrimento del lucro. Lo bello no convence y la fealdad abominable tiene más fuerza; es más rentable el esperpento.
No me cabe duda de que el arte y la literatura rusa de principios de siglo( Chejov, Gorky, Bulgakov, Eisensteins) se enmarca en un plano profético que los nuevos propagadores de los cultos eleusinos consumistas- los defensores de la materia y detractores del más allá - se desviven por negar. Esta falta de delicadeza para todos aquellos que como yo nos hemos formado en la tradición literaria rusa, que bebe sus fuentes en la Grecia eternal, y que presentan la cara verdadera del cristianismo, por lo que tiene de grandeza y de sublime desafío a los poderes de las tinieblas, y en este sentido creemos que Cristo era más griego que latino denota la insensibilidad barbara de los que tratan de envolver la hermosa verdad del Evangelio en falaces cortinas de humo, y quieren uncir a la Iglesia eterna de los apóstoles a su yugo de servidumbres, estipulaciones vicarias, conformarla a imagen y semejanza de sus deseos y caprichos , una talla a su manera piden , de ahí sus proclamas acuñadas en la nueva dialéctica vaticanosegundista, detrás de la cual se detecta el afán de descafeinar. El gran diseño de la Teología del Holocausto , dicho sin menoscabo de los muchos sufrimientos e infamias por los que tuvieron que pasar los anewin, que benditos sean los santos de Israel, y los que han perecido por la santificación del Nombre, pero no solamente individuos del pueblo electo, sino también rusos, millones de rusos, y alemanes, porque lo que sufrió el pueblo germano, arrastrado por ese huracán de mentiras y de delirios de grandeza que se llamó Hitler, no ha de echarse en el saco roto de la memoria, o de los dolores y tribulaciones de los españoles en la guerra civil, donde no solamente fusilaron a García Lorca, sino a muchísimos más , resulta una macabra añagaza de urdimbre satánica para vaciar de contenido al depósito de la fe, haciendo olvidar el veredero sentido de la Crucifixión.
Cristo no predicó la venganza, ni la lay del Talión, ni los cadáveres a todas horas encima de la mesa. Acaso los propulsores de la tan lamentable teología quieran restregar con el estropajo de la mala conciencia que todo lo escurre sus propios complejo de culpa para implantar su propio sistema heñido en la levadura maldita de la prevaricación, la injusticia, la corrupción, la violencia, el terrorismo. Con él en implante se avecinan días muy amargos.
El otro día escuché despotricar por la pequeña pantalla lamentables dicterios contra una de las películas más bellas y mejor conseguidas del Séptimo Arte. Es “ Ivan el Terrible” de Essenstein. En ese largo metraje el realizador ruso consigue plasmar en la secuencia de la peregrinación en la nieve - al fondo en el paisaje helado se vislumbran las torres de una catedral bizantina - el calado de la belleza de la religión del crucificado. La multitud de angustiados, cojos, harapientos, desesperados, niños , viejos, pobres, doncellas, que se ponen en camino hacia el templo que se aprecia en la distancia, mientras resuenan por música de fondo las notas del canto de la Xερωβηvσkαiα ( el canto del Querube), impresionante himno eucarístico de la liturgia bizantino, tan delicado y tierno, pero a la vez tan lleno de grandezas que parece que entre las voces humanas han empezado a flotar el querubín y el serafín. Hasta se siente el roce de sus alas.
El decorado de esta película antigua, rodada en la época soviética, deja marca, porque para mí representa un símbolo profético de lo que habría de sobrevenir.
Cristo es bello - ese es el mensaje de esta obra de arte del realizador ruso, en la que plasma en un par de secuencia todo la concepción de esa espiritualidad del Oriente. El Salvador enseña y guía el camino al que busca la belleza y la verdad de la existencia al hombre que avanza lentamente , peregrino hacia la eternidad. Sí, Cristo es bello porque ama. Y excelso y sublime, la plenitud divina que se hizo hombre. Este mensaje mágico se encuentra escrito en las notas casi intraducibles de la “ Querubinskaia “. Se trata de una apelación a la fibra más íntima y al lado más noble del ser humano y una manifestación de su alma creada a imagen y semejanza de Dios.
Es precisamente el predicamento antónimo del código de valores imperantes. Por eso los críticos de cine a la violeta como ese Garci, ebrio de Hollywood, tan ebrio que a veces parece que lo dieron azogue, despotrican contra lo ruso y todos los rusos. Dicen que”El acorazado Potemkin “ que hasta hace unos años ostentaba el título de la mejor cinta de todos los tiempos no es más que un mal rollo. Claro, lo suyo es Humprey Bogart. Sin embargo, yo les recuerdo a estos papanatas deslumbrados por el oropel yanqui que en los coros de Mussorsky y en las escenas bellísimas del cine de Essenstein se siente esa vibración del Cristo total. A los rusos se les vapulea, se les calumnia y se les ridiculiza, no por haber sido soviéticos, marxistas, revolucionarios etc, sino porque ellos recuerdan al mundo que existe una cultura cristiana auténtica, sin las adherencias sincretistas que aun perduran en el Vaticano, que en parte recuerdan las reminiscencias imperiales de Roma, y que brindan al mundo una opción de futuro.
Cristo y su bendita imagen inspiraron la construcción de las catedrales medievales, fue centro de inspiración de los pintores, de los poetas y una acicate para los científicos que trabajan por el descubrimiento de las leyes de la Naturaleza, del cual podrían seguirse beneficios para el desarrollo y bienestar de todo el género humano. Está claro que esta visión del Cristo ruso no nos perfila el semblante de un Cristo retrogrado, insensible a la aventura del hombre en su peregrinar por la historia, ni pirrónico, pero tampoco es el Cristo de las barricadas. Creemos dar en la diana. Lo atacan porque es un estorbo. Les hace sombra a los arquitectos del Gran Diseño. Quien levantó el látigo contra los fariseos y aquellos sacerdotes del Sanedrín a los que llamó “ raza de víboras “ - no se lo perdonaron ni pararon hasta hacerlo pender de una cruz - nunca gozará de buena imagen entre los que dirigen este cotarro, digánse emperadores, digánse sátrapas, reyes, tiranos, gente con mucho mando y muchas ínfulas.
Por las paginas del Evangelio corre un venero irrestañable de fresca y de verdadera poesía, cargada de revolución , de dinamismo y de reparos a los convencionalismos al uso. De la misma manera que no hay Cristo sin belleza no puede haber religión sin magia y sin rito. El culto divino debe de ser algo mágico y coral. Nada más mágico y seductor, a los ojos del pobre y del desposeído, que la liturgia bizantina. Ahí Chejov, que no supo ver su alcance y critica las largas y tediosas misas rusas, se equivocó, aunque su prosa tenga la cadencia, la elegancia y la armonía de un trotario. Ignacio de Loyola por el contrario se empapó de ese concepto filocalo, que es parte de la grandeza y de la tradición, porque el arte y la sabiduría también llevan a Jesús. Sobre esa búsqueda de la excelencia el rudo militar fundamenta la base de las estructuras de la Compañía, en cuyos noviciados y tirocinios se alistan los sacerdotes más doctos, los mejores latinistas, los mejores escritores y elocuentes predicadores, los grandes hombres de ciencia. Ignacio busca y pretende para sus hijos un cierto nivel de excelencia, que podrá ser más o menos discutibles, pero que dio a la Iglesia una categoría y un prestigio intelectual del que carecía para pechar contra la disidencia herética o la gazmoñería y la superstición interna.
La voz del Salvador es la voz de la belleza, del conocimiento que se combina con el amor a los pobres y con la mansedumbre. Por contra, el anticristo es feo, bronco, cacofónico , inarmónico y convulso, como convulsa y desastrosa es la mentira. Resulta desagradable porque odia y en ese odio se proyecta el rencor de los angeles caídos. Los caprichos de Goya y los cuadros de Picasso, un artista que sigue resultando incomprensible , son un grito desgarrado contra la belleza apacible y serena que plasman, por ejemplo, los lienzos de Velázquez, pot más que reflejen la angustia del hombre de nuestros días.
El amor ilumina de belleza los semblantes. El odio y la envidia los ensombrecen . Creo que a nuestro santo le influyó en su vida aquella visión armónica de la villa de Arévalo en su primer encuentro con su paisaje. Fue el escenario de una ambición, un enamoramiento con Cristo hecho idea. Como programa de futuro, como sueño de un mundo más habitable. Entre los jesuitas que me he topado a lo largo de mis días, me he encontrado bastantes santos, algún que otro malvado, pero con ningún imbécil. Esta alcurnia de los abanderados en vanguardia quizás fuese la razón por la que han sido temidos y odiados. Aspiraban a un cristianismo perfecto , donde no cupieran ni la vulgaridad ni la ramplonería. Acaso por eso practicaren el elitismo y se trabajaron a los poderosos e influyentes, precisamente por ese cristianismo selectivo y primoroso que les inculcara el fundador. Durante cuatro siglos serían los atlantes del gran edificio de la catolicidad. Su decadencia quizás esté relacionada `porque han desaparecido los condicionantes que auspiciaron la orden, pero nadie podrá negar que a su cargo corrió la defensa de la Iglesia en tiempos tan duros como el volterianismo y las ideas disolventes que trajo consigo la Revolución de la Bastilla. Eran los mejores preparados para combatir, porque no hay que echar en olvido su sentido castrense de militancia. Algunos conceptos de sus estatutos recuerdan términos de la jerga militar. Sus conventos se llaman compañías; sus tiempos de oración, ejercicios; los noviciados, tirociniosa .En toda formación militar la disciplina es la basa y por ese cabo la disciplina basada en la obediencia cristaliza de una forma increíblemente eficaz entre esos religiosos. San Ignacio habla de la suspensio mentis y de la obediencia de cadáver. Si algún recluta inexperto “ se salía de la fila “, el padre rector o el maestro de novicios no le condenaba al saco terrero o los azotesb. La penalización, mucho más sibilina, conservaba un matiz psicológico. Eran puestos los infractores de alguna norma en berlina delante de la comunidad, o recibían amonestaciones en público: respicesc o el capelo que tenía un sentido de mofa. Se obligaba al educando a llevar sobre la cabeza un sombrero rojo de alas alargadas que le afeaba ante los compañeros su conducta y le recordaba al instante su culpa
PARALELISMO.
Yo os invito a que vengáis a contemplar el rostro del Salvador tal y conforme lo contempló Ignacio por las calles de Arévalo durante el proceso de su conversión. Es un rostro humano que paulatinamente se convierte en semblante divino. Es una invitación que se justifica a partir del paralelismo entre aquel fin del quatro cento con este final de milenio que nos tocó vivir. Iñigo venía a velar las armas según la tradición caballeresca. Quería ser caballero andante. Buscaba la gloria de la espada, el nombradío de las hazañas. Un desengaño fuerte, cierto escarmiento, la decepción de alguna derrota en alguna de muchas lides que durante su vida terrenal libro, le hizo trocar la cruz por la espada, las espuelas por las humildes alpargatas de peregrino y la escarcela y el yelmo por el zurrón de pobre. Luego de su conversión, loco de Cristo, y caballero andante del Evangelio se lanzaría al mundo a “ desfacer entuertos “. Hay un paralelismo en el mito loyoleo con el mito quijotesco.
Un aspecto que a veces olvidan sus biógrafos es el de peregrino. Se recorrió a pie la mitad de España, toda Italia, Francia e Inglaterra de cabo a rabo. Una vez estuvo en Tierra Santa y los veranos cuando estudiaba en la Sorbona solía viajar por Flandes. Allí conocía a un mercader de Arévalo, Pedro Cuadrado, que luego se trasladó a vivir a Medina y subsiguientemente a Flandesa. Allí recibía de su amigo los dineros suficientes para no tener que mendigar ni pasar hambre durante el curso académico. También pasó varias veces el Canal de la Mancha, y en Londres gozaba de valiosos contactos y agarraderas, pero no se sabe quién pudo ser el protector de Ignacio en la Ciudad del Támesis. Lo más probable algún que otro importante hombre de negocios castellano que se había exilado por motivos religiosos y por no querer recibir el bautismo. El caso es muy misterioso. Lo que sí es evidente que uno de los campos de acción y de apostolado de la Compañía fue la Inglaterra isabelina, tarea peligrosa, pero arrostrado valientemente por los jesuitas aun a riesgo de sus vidas y con el aliciente de poder ser acusados de espías de Felipe II.
El dedo de la Providencia se advierte en todas estas aventuras, de las cuales salió indemne. La excentricidad suya sólo se explica a partir de la convicción de que el hijo del mayorazgo de Oñate era un rebelde, un inconformista, con la sociedad, los curas indignos, la milicia tumultuosa de su tiempo, los pícaros, los caballeros corrompidos, de su tiempo. El buscaba la sonrisa de Jesús entre los pobres y los desheredados de la fortuna, los locos, los borrachos, a la manera de Francisco de Asís. Aunque en el proceso ascético de ambos santos el proceso se invierten. Los dos parecen beber en las fuentes místicas del quietismo de ascendencia sufí o platónica puesta en circulación por el famoso teósofo cordobés Salomón Ibn Gabirol, que vivió por el siglo XI, en el franciscano el quietismo no trasciende a la vía operativa. Se queda en la contemplativa. En el jesuita cristaliza en la acción militante. El uno es activo y el otro pasivo. Por eso ,cierto que la analogía sólo es visible hasta cierto punto. Sin embargo sendos ejemplos son las manifestaciones del soplo del Espíritu con arreglo a las características de la idiosincrasia del país en que surgieron y con arreglo a las necesidades de la sociedad que envuelve a estos dos locos del Señor.
En la vida de Ignacio se observa un extraño proceso que forja a un rebelde. Pero el camino que ha de recorrer desde que planta la huella en los umbrales del Postigo de Alcocer hasta que llega al palacio romano de San Juan de Letrán, sede de los papas donde se consuma su apoteosis, es largo y muy enrevesado, con copiosas intercadencias y alteraciones del rumbo y dirección. Los hagiógrafo lo explican de forma muy simplista, tratando de pasar como sobre ascuas por alguno de los aspectos de su peripecia humana, verbigracia: la fogosa y ardiente libido y sus propensiones al amorío y a la aventura sexual, sea de carácter platónico o elevado , o simples desahogos fisiológicos de la concupiscencia. El paso del hombre es una perenne contradicción de dos fuerzas opuestas que se conjugan a intervalos entre la luz y la sombra. El bien y el mal. Todo lo que está arriba está abajo. Iñigo, muy selectivo y ambicioso en sus aspiraciones, debió de cortejar a dama de categoría ( se barajan las dos opciones arriba reseñadas de la Reina doña Germana y de la princesa Catalina), pero, despechado en sus desatinos, hubo de conformarse con el amor trompero, a mí me enamoran todas las que veo.
Aquí, por tanto, al tratar de seguir las huellas y evolución de esa metanoia o evolución hacia la santidad no ocultaremos nada, ni nos echaremos en brazos de las concesiones panegíricas ni del incensario a todo trapo, ni a seguir las veredas ya trilladas. La personalidad del Peregrino de Oñate es tan compleja y singular como la de todo genio, que no se resiste a aceptar lo que tiene delante. Busca otros horizontes. El fundador de la orden más discutida y más eficaz en su labor, porque está comprobado que tuvo una influencia arrolladora sobre la Iglesia romana nada más empezar era un vascongado de temple inquieto. Harto difícil resulta encasillarlo en una solo esquema. Luchó contra los comuneros plebeyos pero el emperador debió de defraudarle, máxime con el trato injusto que dispensa el cesar Carlos V a la villa de Arévalo, las marrullerías de Cisneros, el franciscano regente que desgobernó a Castilla como si fuera el guardián de un convento. Era tan delgado que en sus últimos días cuando iba camino de Roa a entregar los poderes al Emperador y su alma a Dios un testigo que lo vio pasar con su comitiva comentaba:” Parescéme más que un cardenal una galga en pieles”. Malo es que un intelectual se meta a la política. El gran filólogo de Alcalá de Henares, el traductor de la Vulgata del hebreo al latín, tenía las ideas demasiado fijas. Era hombre de gabinete y de claustro, no de foro. Su fracaso en la cosa pública sólo se compagina con el de otro intelectual paisano suyo, el alcalaíno Manuel Azaña. Ya lo dice el refrán: “ zapatero a tus zapatos “.
HABLAR VASCO
La entrada de aquel mutila por la Puerta Nueva aquella tarde de otoño, cuando estaban tocando a vísperas, no debió de originar sorpresa en la población. Pasó desapercibida. Castilla constituía un apéndice de Vasconia la ibera. El reino había sido repoblado por vascos durante la Reconquista y en algunas partes se hablaba ese idioma, que sí no todos chapurreaban al menos algunos comprendían. Habían quedado vestigios en la lexicografía y en la entonación. Costumbres ancestrales como el juego de mus , de la pelota o el partir troncos o aizkolari y todas aquellas competiciones en las cuales estaba en juego la fuerza bruta o el valor, como correr el gallo por las Candelas, así como algunos modismos o la prosodia que más melodiosa que la romana y que conservaba esa tendencia a pronunciar la (s) con el ápice del paladar, habían perdurado.
Perduraban las fisonomías euscaldunas: cráneos poderosos de simetría braquicéfala, nariz prominente y carnosa, ojos negros y cabellos muy morenos en franco contraste con la tez algo rosada y constitución ósea algo achaparrada, plexo solar dilatado y caderas anchas. Con harta frecuencia el fenotipo vascongado se entrevera y confunde con el castellano. El secreto mejor guardado en el enigma histórico de España es que esa raza fue la primera moradora de Iliturgi ( Hispania ). Fue la tribu que se resistió a la romanización y esa parte lleva en común con los irlandeses, aunque los gaélicos son celtas de estirpes y los vascos , por las conclusiones de algunas tesis modernas, ofrecen un origen rifeño, norteafricano.
Se cristianizaron a regañadientes sin renunciar al acerbo de sus costumbres sincretistas. A diferencia de los celtas, eran gentes de costumbres intachables. Monógamos y matriarcas, entre los vascos la mujer viene a ser venerada como una suerte de Astarté, una divinidad unida a la tierra, a la que los indios pintaban con la cara negra y el cuerpo en forma de serpiente. Es amada y temida. Se transforma en “ amatchu “ y en la palabra ama tenemos los castellanoparlantes el primer vasquismo. En ese idioma de esa forma se designa a la madre.
Pero amatchu también encuentra la acepción de jefa del clan, organizadora del cotarro, maga y adivina.
Otras voces que presentan el mismo origen ancestral son : arroyo, cama, cotarro, barro, gándara, losa, páramo, braga, pizca, lanza, cueto, carrasca, chanclas y chocolos, carrasca. La lista podría alargarse hasta más medio millar.
Iñigo no será capaz de sentirse extranjero en una tierra donde hay pueblos con una toponimia como Mingorría que recuerda los valles de Azpeitia. Mingorría se encuentra a tan sólo unos kilómetros de Arévalo , que presenta un origen vasco puesto que recuerda a Aranjueza, y de Iscar que parece ser que proviene de Itzar (estrella ). Entra a servir en casa de una señora la cual por más señas es amiga suya y lleva dos apellidos vascos: Velasco o Belasco que en el viejo idioma ibero encuentra una acepción bufa. Nos encontramos pues con que uno de los apellidos de más alcurnia en el país presenta raigambre vascongada. Seguramente provenga de olasko (pollito) y de la preposición be (abajo ). El vasco es uno de los idiomas más surrealista, que presenta la frescura e inocencia de la niñez. Guevara puede estar relacionado con Gustiz y Geriz, que da cabal, completamente, del todo.
Por tanto ¿ a qué viene tanta bulla ?. Si el orto de España se halla estrechamente conectado al destino y los avatares de Vasconia, resulta absurdo la secesión. Precisamente es al final del reinado de los Reyes Católicos cuando se consolida la unidad. Pero la historia de España sigue siendo una gran desconocida. Ha sido purgada y manipulada ex profeso para favorecer intereses vicarios. Son preguntas a la esfinge, y he aquí que la deidad viene con evasivas. El silencio de la Testa Indescifrable retumba entre las rocas y los paisajes de soledad de los siglos.
Matan a un ziñegotzi ( concejal) bajo la imputación de ser un “ españolazo “. No saben lo que dicen. El odio es el mejor aliado de la ignorancia. Entonces el pueblo se lanza a la calle. La plebe muestra su indignación, presa de las consignas, alzando en alto sus manos untadas de harina. Mani pulite. Manos blancas no ofenden, señora, ni activan el gatillo, pero los sicarios siguen activando el gatillo a quema ropa. Aguardan emboscados en cualquier esquina en calma de cualquier ciudad. Luego escapan siempre de la policía dejando un humazo de confusión , de sangre frescas y demagogia. Todos se ciscan hasta los señores obispos con sus reacciones sibilinas en los carteles de “ mani pulite “ y los gritos de “ basta ya “. Es parte del fuego. Se trata de un modo de hablar, y una forma repugnante de hacer política sobre los cadáveres de los muertos que nadie vengará ni resucita. Se las prometen con frases felices. “ Ponga un vanguard en su vida, siente un pobre a su mesa. Con Iberia ya hubiera llegado “. Los españoles estamos cansados. Los jóvenes chillan “ basta ya “. Han asesinado a España mientras las masas reivindican, los políticos condenan y se muestran muy contentos de aparecer en la foto de la sentada o de la manifestación. Este orden democrático perecerá porque ha sido engendrado en el caos y está huérfana la injusticia. Seguirán matando concejales por españolazos mientras se invoca a la paz y todos son sahumerios y exorcismos.
Acto continuo vienen por la calle exaltadas feministas. Ocupan con carteles la vía pública y lanzan desde sus agudas voces otro basta ya. La ceremonia de la confusión cobra incremento. Son el cupo que clama contra las mujeres asesinadas por sus maridos. Ellas ya hicieron recuento y advierten:... y 57 van . Son más las victimas de la violencia doméstica que las de ETA, gritan para que todos nos quedemos conformes. Estamos todos invocando a Satanás, pero en contra de la algarabía de la calle ( qué ministro fue el que dijo aquello de la calle es mía ) la Esfinge es mucho menos locuaz. Si hablase el monstruo con cabeza de mujer, cuerpo de leona y alas de cóndor, sabríamos todos la verdad, pero la verdad no interesa. Nuestra Santa Madre la Iglesia presidido por el polaco misterioso y sus satrapías opudeistas defensores del “ american way of life “, que un día vi yo venir por la redacción de un periódico católico a un obispo en pantalones vaqueros, luciendo junto al anillo y al pectoral la bandera de los Estados Unidos . Ellas dicen , y encima con mucho recochineo: y van 57. Los muertos de ETA no tienen importancia. Vivimos en medio de un clima insoportable de guerra civil. Ha estallado el apocalipsis. Eso sí: todas las bendiciones pontificales garantizadas, mucho joven cantando y exhibiendo las manos blancas, las crónicas oceánicas del P. Martín cantando empecatadamente la palinodia del wojtylismo que se resiste a doblar la servilleta y a entregar la cuchara. Su Santidad no quiere morirse, ni se jubila, quiere traspasar la barrera del año 2000 predicando el holocausto, pero de ¿ qué holocausto me habla , Santidad ? Seguramente quiere a este planeta bañado en un mar de cocacola , quiere canonizar a Clinton y bendecir a hisopazo limpio a la estrella y las barras. Por la emisora vaticana ya radian el himno “ América the beautiful “. Otra vez la espada y la cruz brillando juntas. El trono de Lincoln y la tiara de San Pedro entregada al enemigo por un polaco con delirios mesiánicos.
Se habla de un holocausto que cuántos de nosotros no hemos vivido, pero tenemos cerca el holocausto de la verdad y el día a día de estas muertes bien administradas. El terrorismo forma parte de los planes del gran diseño del demiurgo que nos sacará del caos en que transcurren nuestras apesadumbradas vidas don dosis de grandes mementos y recordaciones y de repugnantes falacias. Cristo llora olvidado en la capilla de alguna que otra iglesia en penumbra, mientras el sol agoniza su luz a través de los vitrales, y chisporrotea el pábilo de una lamparilla. La Iglesia ha caído en la trampa. No es una Iglesia en marcha proyectada hacia el futuro sino una institución vicaria de las consignas de Langley y del Pentágono.
Los que apretaron el gatillo contra Miguel o José Luis no sabrían responder a la pregunta de por qué lo hicieron, ni atinarían a la hora de describiros qué cosa sea la españolidad. Tienen la conciencia intoxicada de siglas, todas esas siglas que caen sobre nuestras mentes en alud y nos encasquillan el discernimiento para discurrir con holgura porque aquí se ha prohibido pensar por la propia cuenta. La sangre envenena las palabras. Su vasconidad forma parte de una vasconidad maqueta y atornillada artificiosamente por motivos de odio, de frustraciones o de interés espúreo obediente a unos mandatos descabellados y a una directriz de desquite impartida desde lejos. Bien triste cosa, matar por un supuesto, por una sigla. Muerto ya don quijote aquí las seguimos emprendiendo con golpes de pica contra los molinos de viento. Siguen teniendo mucho poder las utopías, las entelequias, que aquí los que saben mejor explotarlo y reciben el mejor homenaje del espacio de hora prima televisiva son el Ardanza ese, y el Arzallus, y el del “ recorrido “ , híspido personaje como recién salido de una esperpento o de un aquelarre donde se produjo sesión de caza de brujas con cabalgadas en escoba por los aires y todo,que, no en vano.Vasconia es el enclave mágico del ultramontanismo ,indefectibles, como auténticos convidados de piedra de la actualidad más rabiosa de todos los telediarios. El contubernio está servido. Aquí hay gato encerrado detrás de tanta ceremonia, tanto horror programado y tanta condena al terrorismo venga de donde , como pregona en sus indigestas oraciones fúnebres ante el túmulo de cualquier militar asesinado por los sicarios de la Spanish Northumberland ( Euskalerría) del vicario general castrense, monseñor Estopa, que parece un disco rayado ante un país de cuerpo presente con sus monsergas bíblicas de perdón a los asesinos, un perdón sin justicia. Resucita la intolerancia y el fanatismo, la quema de herejes y el antisemitismo del cual se quejaba Hernaán del Pulgar.
Al diagramar su antinomia axiomática sobre los dos reinados entre el temporal y el espiritual, iñigo de Loyola, que fue siempre fue un exaltado, colocó los cimientos de ese peligroso enclave vaticanista de los trabucaires y hojalateros del siglo XIX, con tanta sangre derramada a sus espaldas como consecuencia de las guerras civiles. Es el trágala de los crucifijos, una deformación del cristianismo, religión que si algo predica es la no viom,encia. Poero Ignacio adolecía de dos defectos casi raciales. Estos eran: la soberbia y la inegnuidad. Por desgracia, estos pecados vascos se han hecho también españoles. Ese qerer ser superiores. Ganarle la partida al contrario. Cuando estaba postrado en su lecho de dolor en Pamplona, edificado por la piedad o el espiritu de disciplina de este o de aquel santo se repetía a sí mismo: “ Si San Bruno pudo hacer esto y esto, yo podré hacer más. Si San Agustín, tal y tal, pues yo más...
Nos han instalado de un viaje en el frenesí de la barbarie, porque todo lo que no es consumista o políticamente correcto no resulta de confianza. La insensibilidad y el egoísmo embota las vidas tristes de las tristes gentes.Es un segundo 98. Tenemos a España de cuerpo presente.
Las ideologías en su ocaso, ya sólo nos quedan las siglas. El mundo moderno se atiborra de guarismos en clave que han logrado imponer un nuevo lenguaje aritmético mientras un silencio pitagórico se cierne sobre las cuestiones clave: peligro nuclear, la bomba demográfica, el paro juvenil, la droga, la depleción de la capa de ozono. El escapismo de la prensa rosa viene a llenar un vacío a efectos de la liviandad que nos rodea y del acuñación de la frivolidad como pasaporte hacia el éxito. Lo mismo que el fútbol que es una nueva narcotizante. Pero las etiquetas de los códigos de barra al dorso de todas las mercancías guardan un perfil apocalíptico. Sumados los tres entramados vienen a dar un resultado múltiple del 666, la sigla de la Bestia, que sin ella adornando la frente o prieta en la mano “ ninguno podrá comprar ni vender”. La confusión y el interés por cuestiones claves no solamente habita entre nosotros sino que también forma parte de una estrategia.
Al monstruo que controla los supernos designios le va bien esa táctica de liquidación del pasado para construir un mundo nuevo, pero vacío de cualquier trascendencia. Con arreglo a las categoría de los gnósticos, existían tres clases de hombres. Los yλεikωσ (materiales) a los cuales denominaba σαrkiivωσ San Pablo, porque todo lo veían bajo el prisma de la carne ( sarcinos presenta la misma raíz que sarcoma) y los πvεyμαθykωσ, los instalados en el pneuma o en el dominio del espíritu. A ellos corresponden las respuestas a las grandes preguntas y al ingreso en el reino de la σoφ yα. Estos seres son los artistas, los sabios, los escritores, los arquitectos del supremo diseño, los investigadores y médicos, los que merced a sus investigaciones y percepciones hacen avanzar a la humanidad.
A tal compartimento, por supuesto, pertenecen los santos, que vienen a resultar los grandes iniciados en el camino del conocimiento, que viene a resultar la senda más alta de la Historia. Son, por así decirlo, los que marcan el rumbo. Ostentan en su mano la clave de las revoluciones, de los cambios. El aura que enmarca sus cabezas como un globo dorado no es sino el dedo del Destino. La Divinadad escoge a tales hombres misteriosos para llevar adelante sus planes de manifestación en el tiempo, dentro del desarrollo o la evolución del siglo.
Cuando Demócrito hablaba de que es imposible bañarse en el mismo río, porque nada en el mundo permanece igual a sí propio, estando sujeto a las reglas de la mutación y de la evolución y todo se encuentra sujeto a un cambio, o los padres orientales se refieren a Dios no ya meramente como el supremo Hacedor , sino también como el supremo Elemento Mutante de su propia obra, tenían en el pensamiento esta intervención mediumnica - no en el sentido esotérico sino virtual - de los pneumáticos como los grandes sacerdotes medianeros del cambio. La clave de esta instrumentalización reside en la fuerte impronta anímica
Los hombres materiales y los sarcinos vienen y van en tanto que la obra de los seres penumáticos permanece. Porque están imbuídos y son vivo reflejo de la sofía, esto es de la sabiduría del Señor.
La personalidad del de Loyola resulta determinante para cristalizar una visión congruente no solamente de la historia de España sino también para conocer los pasos que ha dado la cristiandad desde entonces.
Para conocer la trama sobre la cual se asientan los quicios del gran arco que guardan la entrada y las puertas mismas del laberinto, demos marcha atrás al cuadrante de la Historia medio mileniy apostémonos a la entrada de la puerta alcocereña para contemplar el paso bajo la estructura ciclópea del arco ojival de la comitiva de vizcainos que acaba de hacer entrada.
No conviene perder la perspectiva. Es una comitiva normal que llega a aquella ciudad erigida en centro neurálgico de una Castilla trashumante y trajinante en la cual a los navarros y vizcaínos, descendientes de los antiguos várdulos se les miraba, si no con desagrado, al menos como a gente pintoresca. Todos los vizcaínos que cruzan la novela española de esta época o son tartajas o borrachos, o sujetos cerrados de mollera.
Esta etapa en la vida del que habrá de convertirse en figura señera de la Iglesia es la más oscura y sorprendentemente desconocida, marginada a propósito por los biografos y panegiristas pero sin duda la más interesante y traumática. La villa y corte forjará su carácter: caballerosidad, espíritu selectivo e hidalgo, orgullo de casta, - san Ignacio era partidario de que siempre hay que ir a la cabeza - apego al dinero, porque vive en casa de un contador real, lo que venía a ser como una especie de ministro de Hacienda, sin que ello sea óbice para el desapego al mismo en un momento dado, sin embargo, pronto se da cuenta de que sin oro no se puede ir muy lejos.
El Vaticano, que hasta la llegada de Ignacio a la Ciudad eterna fungía como una corte renacentista, tras la aprobación de los jesuitas por Paulo IV, pasa a a ser un ente que se gobierna como un banco que administra las cuentas de un inmenso estado mayor de un ejercito. Las guerras - insistía - napoleón sólo piden dinero, dinero y dinero. Incluso las del espíritu.
El concepto de globalidad. Acababa de firmarse en 1493 el Tratado de Tordesillas en los cuales Castilla y Portugal se reparten bajo ña supervisión pontificia la explotación de los reinos del Nuevo Mundo. El mesianismo había sido amasado en la mentalidad caballeresca. Desde la Baja Edad Media Europa vive obsesionada por la Conquista de
Jerusalén.el descubrimiento colombina refuerza ese anhelo de un Mesías o Mexías imperante en el marco de la unidad de los dos estamentos: trono y altar
Elocuentes son a tal respecto los versos del soneto al Emperador escritos por Hernando de Acuña ( 1518-1580):
Ya se acerca, Señor, o ya es llegada
la edad gloriosa en que proclama el cielo
una grey y un pastor solos en el suelo
por suerte a vuestros tiempos reservada.
Ya tan alto principio en tal jornada
os muestran el fin de vuestro santo celo
y anuncia al mundo para más consuelo
un Monarca, un Imperio y una Espada.
Ya el orbe de la tierra siente en parte
y espera en todo vuestra monarquía
conquistada por vos en justa guerra;
que, a quien ha dado Cristo su estandarte,
dará el segundo más dichoso día,
en que, vencido el mar, venza la tierra
Era una preocupación que venía ya de largo, desde los tiempos del sacro imperio germánico, se afianza en el reinado de los reyes católicos y alcanza casi el paroxismo en los del emperador Carlos V.
Cesar tendría que ser el catalizador de una monarquía mundial. Sobre su persona habría de recaer la responsabilidad de gobernar no sólo los cuerpos sino también las almas de las naciones.
Luego se comprobará que esta utopía que deslumbró a más de un filólogo, a más de algún poeta y a más de algún teólogo como Ginés de Sepúlveda no era más que una entelequia. Retóricas. Ignacio acabaría de remate en el desencanto de ese “ señor temporal “. Pero Arévalo estaba empapado de euforia global y el alma soñadora de este navarro se impregna.
Como también se impregna de cautela, diplomacia y artes maquiavélicas propias de un cortesano. Otro aspecto sería el de su encarnizamiento con el sexo femenino. Parece haber llevado una vida más que disipada, llena de lances amorosos. Tras su conversión acontece una reacción contraria de aborrecimiento y de aversión a las mujeres que alcanzaría en los jesuitas un atavismo casi patológico.
Merece la pena detener el tren de esta historia en aquella tarde de 1498. En las torres de las iglesias estaban tocando a vísperas. La corte estaba de luto por la muerte del infante Don Juan - dicen que de una pulmonía y algunos historiadores conjeturan sobre su envenenamiento - a los dieciocho años de su edad. La Reina estaba desolada. Por ello el toque a oración era más espacioso y funeral como el tañido a clamor. Estaba amaneciendo una nueva era.
El problema vasco que padecemos ahora ya apunta en las constituciones ignacianas que tratan de apuntalar la hegemonía del papado sobre otros mancipes y emperadores. Acontece una petición de principio. Ganoso de lo eterno se queda en lo terrenal
La mañana estaba quieta cuando el mutil Iñaqui entró a dar lección en ca el maese Cumbrales. Las campanas de Arévalo saludaban un nuevo amanecer. La escuela estaba en los trascorrales de la iglesia de Santa María. El que iba a ser apóstol de la iglesia prestanos tu favor a la lucha soldados etc era un chaval tímid, algo enclenque los ojos vivos la nariz prominente vasca pero de aspecto insignificante. ¿Cómo te llamas? Ignacio. El preceptor le puso la mano sobre la cabeza al muchacho que se sentaba en un rincón por miedo a la palmeta del clérigo. Habían asistido a misa en Santo Domingo que dijo un fraile viejo y sin donaire pero el coro cantaba maravillosamente las preces del alba. Sonaba el gregoriano de la primera hora del día en su entonación solemne y penetral. Los oídos escuchaban una melodía eterna para siempre jamás.
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