20N 2015 recordando al General
Remigio el hombre se levantó en aquella
mañana espléndida de un Madrid otoñal calma en las barriadas por enésima vez
sin logarlo había hecho propósito de dejar el tabaco. Pensó que a lo mejor no
era aconsejable y más en una fecha de tanto bombardeo informativo, tantas idas
y venidas, reconvenciones y explicaciones (los de la tele estaban mareando la
perdiz, los del Mundo inmundo escribían sesudos editoriales, pobrecillos no
saben escribir, les sobra mala leche y les falta oficio) por la masacre de París.
Cesaron de verter mierda los imbornales catalanes, Rajoy seguía haciendo la
bombilla.
Evidentemente, se trataba de un 20N muy
distinto porque había moros en la costa. Mucho miedo en el alma ¡tantos
baticores y que poquísima vergüenza¡ los medios embadurnaban cada mañana el
mundo de mentiras y el planeta se transformaba en una gran pintada, que caray,
habían abierto la puerta al islam barra libre entrada a discreción y el caballo
de Troya empezó a pegar respingos sacando de su panza a los nuevos aqueos, todo
cuanto llevaba dentro furor de la ira contenida el alfanje y el dogal de muchos siglos.
Aquiles el de los pies ligeros iba hacia
ellos. Pero ahora las guerras modernas se ven tranquilamente desde un sofá delante
del televisor como si se tratase de una apasionante sitcom donde los
corresponsales destacados al lugar de los hechos inflan el perro y se repitan
más que la cebolla.
Es
bueno esto para el efecto llamada y el síndrome de acojone. Cierra, hombre de
dios, esa bisagra, tranca la puerta con el alamud pero no hay barra trasversal
de cierre que valga. Se cuelan en oleadas. Los trae el mismo gobierno. Esto sí
que es un doublé talk doble semántica
orwelliana para tener al personal agarrado por los mismísimos cojones. Remigio
bermejo dijo:
—Hoy lloremos al General. Hace cuarenta años
yo estaba en Londres
Y bajó al esconce donde se apilaban sus
libros pidiendo lectura, rientes de su ociosidad jubilar. Remigio Bermejo
quería ser villano en su rincón pero el gusanillo de la profesión le hacía
cosquillas en los cojones y no podía por menos de sentarse ante el ordenador
como aquella madrugada de hacía 40 años se bajó al teletipo a transmitir una
crónica apresurada de reacciones, larga y oceánica, en la cilla donde estaba el
ghost y algunas botellas de Madeira añada de 1898 que lindamente en honra del
general se bebió a sorbitos siguiendo la tradición irlandesa de “mojar” al
difunto en el velorio.
—Nada de preocuparse ahora mismo os echo un
galgo. Quietitos.
En el fondo a él le agradaba este silencio
del camposanto de su biblioteca. Allí montaban una guardia de estrellas y
sueños en fila sus amigos los que nunca le engañaban y le hablaban mudos en su
elocuente quietud de las veinticuatro redondas blancas.
Se descolgó con un kadish o salmo
responsorial que inundó el patio de vecindad. Los primeros currantes encendían
las luces de la cocina y calentaban el té para marchar al trabajo y no se
asustaron al oír su voz descangallada. Por lo menos no era un tiro. Habían
sonado hacía tres cuartos de siglo muchos disparos en aquella barriada que era
entonces un olivar. El General, tras pasar el mando a Varela, ganó aquella
batalla a los Internacionales y los moros invocando a Alá y pensando en las
huríes habían corrido a gorrazos a los gubernamentales.
Miaja
la Dolores y el Campesino se dieron de baja, volvieron grupas hasta la Casa
Campo que perdían el culo, pero a los españoles con las glorias se nos fueron
las memorias y no perdonaron a aquel general gallego bajito con mando en plaza
en Tenerife que pasó el Estrecho con sus legionarios. Los vencedores se
transformaron en vencidos al correr de las décadas.
Un modorro de León todo Cejas
Circunflejas se puso a correr el
hectómetro velocista de fondo de la inanidad y la mentira. Era un cuentanubes que no paraba de referirse
a hechos puntuales y hechos evidentes sembrando su discurso de tautologías sin
parar.
La travelo y las góticas le reían a su
puñetero padre las gracias. Ji, ji, ji. Puso él las cejas y otros los cojones.
Parió la agüela la memoria histórica.
—¿No estaba todo perdonado? Le dijo Bermejo
al conquense que por aquellas fechas andaba por Regent Street embutido en su
chupa de cuero de aviador republicano fardando de melenas y de pantalones
campana más despistado que un burro en un garaje.
El nuevo idiotipo había cambiado la
contraseña. Recordaba aquella fría madrugada londinense. Le llamó desde Madrid
Paco Martos su redactor jefe y su ángel de la guarda. Pronunció una sola
palabra. Dijo:
—Ya
Y colgó el teléfono. La larga agonía del general
estaba consumada. Se sentó ante el teletipo de la bodega donde moraba en su
madriguera el fantasma del conde Kelly y ametralló una crónica apesadumbrada.
La historia de España abría una nueva página. Se acababa de casar en segundas
nupcias. Su mujer que no se encontraba en aquel Londres crápula y finisecular
bien del todo, acostumbrada al buen vivir de Oviedo y a las praderas asturianas
dormía plácidamente y no quiso despertarla.
En el sotabanco de South Kensigton la daban miedo los fantasmas. Pensó mejor no
despertarla, mejor que sueñe en montañas nevadas.
A las nueve se abrieran las puertas de la embajada
a medio batiente en señal de luto. Se izó la bandera de crespón negro. En el
oratorio vertió algunas lágrimas. Gracias al general había conseguido un
trabajo y le mandaron de corresponsal a Gran Bretaña. Fue obra de la casualidad.
¿O un milagro? Era el designio de los dioses. Ya. Paco Martos su ángel de la
guarda le había reconciliado con la ardua profesión del periodismo. Fue un
personaje clave en el diseño de su trayectoria vital de igual manera que aquel
inspector de policía en Asturias, que había sido su compañero de terna en el
seminario, el amigo Llorente, que lo liberó del orco inmundo donde trató de
meterle un cura progre. No era un simple estomago agradecido. Es que lo mismo
que el General amaba a España y el nombre y el amor de su patria vibraba entre
los puntos de su pluma por más que se supiera incomprendido.
La persecución el oprobio y las cadenas no
llegarían de repente sino poco a poco en un suave que me estás matando pero era
la nueva táctica de la serpiente que había mudado la camisa y cambió su
estrategia.
Nada de fusilamientos ni actos espectaculares
sino a la chita callando. Y tapándoles a los insatisfechos la boca con dineros y
sobornos. Sencillamente, los quye mentaban a Franco eran condicionantes de la
no existían. Se les adjudicó la categoría de “no person”. Dejaron de existir
siguiendo las recomendaciones del Talmud que no considera pertenecientes a la
raza humana a los no ungidos por la circuncisión del mohel (el sacristán jifero
que retaja a los recién nacidos ) rabínico
Había que marchar en adelante a la agachadiza
casi pidiendo perdón pero parapetado con un coselete antibalas. Sólo la pluma
sería su único ajuar de combate cuando sonó al otro lado del teléfono cruzando
el océano aquel “ya” fatídico denso profundo y trágico como la misma España.
Fue a misa a los servitas encomendó el alma de Franco y luego se dirigió a
estampar su firma en el libro de duelo jornada de puertas abiertas en Belgravia
Square. A los pocos días una mano negra estuvo a punto de quemar aquella
embajada horas después de que fuese reducida a cenizas nuestra legación en
Portugal. Seguramente que empezaría el hule.
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