PAISANO DEL BUSCÓN Y DEL DOMINE CABRA
Había nacido a la sombra
de la catedral cerca del rollo donde ahorcaron al padre del Buscón y
“obisparon” a su madre por alcahueta. Los jueves ponían el puesto los pelaires
triduos y novenas y el toque de clamor en la torre Carchena junto a la huerta
del Judío ires y venires dares y tomares sin ton ni son. Sus padres siendo
pobres a la edad de once años lo metieron en el seminario una boca menos. El
fantasma del Domine Cabra aleteaba como un pájaro de mal agüero por tránsitos y
corredores de aquel caserón. Aprendió a escanciar espondeos en latín y a
entusiasmarse con la mitología. Los dioses oscuros eran el precedente de todo
aquello que amó y aprendió. Aulas del sufrir y del resignarse malos olores y
hacinamiento. Le gustaban las mujeres y tuvo una novia que eran diez años mayor
que le enseñó viejas técnicas ancestrales. No se lo digas a nadie. No lo diré.
Túmbate y lo hagamos como los señores. No se lo dijo a naide siquiera al
confesor aprendió a fingir y a ser hipócrita. Aquello era lo mejor del mundo la
gloria de dios cuando abrazaba a Maritere y se sumía en el pozo sin fondo del
amor aquel cuerpo tiritando y en convulsiones que olía a pescado. Tú te tumbas
y ahora el sesenta y nueve. A la viuda lo que más le gustaba era el misionero.
Así todos los veranos. Cuando sea cura serás mi ama de llaves y podremos gozar
más libremente. No se lo digas a nadie. El gozo de aquellos pecadillos secretos
le alegró toda la vida. No hay cosa en el mundo más dulce que aquellos
revolcones. ¿Y tú vas a ser cura? No me queda otro remedio. Le gustaban los veranos
porque podía tener encuentros con la Tere y al rey y a la inquisición chitón.
El seminario era una cárcel pero toda la vida es cárcel. El año 56 hubo una
gripe y desalojaron as aulas mandaron a todos para casa. En el delirio de la
fiebre menudeaban los encuentros con su novia. No me importas que me pegues el
morbo. Fueron sus mejores amores en la vida los de los tiempos de peste. Iba aprobando
todos los cursos. Los superiores le tenían por un santito. Era diligente, aplicado,
nada murmurador, asistía a las celebraciones litúrgicas con devoción en los
tiempos de silencio caminaba por los pasillos con la cabeza de medio lado. Aquí
tendremos pronto un san Luis Gonzaga. El Soguillas al escuchar aquel juicio de
su maestro de novicios se reía para sus adentros y seguía suspirando por la
Tere. En las noches de pesadilla como tenía poluciones nocturnas y aquello se
iba para arriba in continenti se daba furiosamente a la masturbación pero era
avisado y cauto que no caía en el escándalo de algunos de sus compañeros a los
cuales se les escuchaba gemir en medio del ruido de los muelles del jergón. Él
no tenía vocación pero lo disimulaba. Tendría asegurada la vida y como había
oído decir a más de un párroco eso del celibato es una marranada. El voto de
castidad que no cumple nadie nos permite tener acceso carnal a todas las
mujeres que se nos pongan delante solteras, vírgenes, casadas, putas
espirituales e incluso monjas. La teta de novicia era manjar suculento. Así que
Quintiliano un verdadero buey muto no decía ni media palabra de sus
interioridades. Se agazapaba y aguardaba
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