EL DÍA DE MI PRIMERA COMUNIÓN HACE 56 AÑOS
Antonio Parra
Tres jueves hay en el año que
relucen más que el sol: Jueces Santo Corpus Christi y el Día de la Ascensión.
Aquel día en mi querida Segovia era la fiesta de la Ascensión día gris
encapotado de nubes y de dulces cantos silentes del serafín de la dicha. Hoy a
este lado de la Mujer Muerta y Siete Picos cúspides sagradas de mi niñez que yo
veo o intuyo desde los campos de Brunete, campos de mi “vejentud” luce un sol
espléndido de 56 años después y hoy es el Corpus la fiesta solemne de la
Eucaristía que en griego significa sentir la gracia y estar en onda con la
belleza. Eucaristías y eulogías en mi corazón. Eulogía es hablar bien.
Prosperar en comunión con el Logos. El Verbo. In principio erat Verbum. Uno desde
entonces ha sido un Eulogio que va por el camino mirando para la hostia que
está perpetuamente expuesta en el corazón y que irradia fuego interior. El
fuego divino ha bajado a la tierra y estará con nosotros hasta la consumación
de los siglos. Este misterio ningún mortal después de Juan Evangelista supo
traducirlo a palabras de hombre con tanta acucia y perspectiva como Tomás de
Aquino. Teología global. Punge lengua gloriossi Cosporis Mysterium sanguinisque
pretiosi quem in mundi pretrium fructus ventri generosi Rex effuditi gentium
(canya lengua mía el misterio del cuerpo glorioso y de la Sangre que el Rey de
las naciones hijo del generoso vientre de una Madre derramó por rescatar al
mundo). Mis amigos de la infancia se llamaban Toñi Merceditas Rafita José Luis
y mi hermano Javi. La víspera de aquel día la recuerdo perfectamente. Era un
dia de calor. Toñi rafita Merche José Luis Casado y yo mientras todas las
campanas de las cuarenta y tantas iglesias de Segovia repicaban a gloria jugábamos
a la malla por entre las peñas del Río clamores. Todavía había neveros blancos
en la sierra y hacía calor. Al abuelo Benjamín lo recuerdo sentado en la
terraza de aquella casa de Valdevilla recién estrenada. Había traido una cesta
de guindas recién cogidas del huerto y pan blanco.
-Ten,
hijo, todavía puedes comer hasta las doce de la noche
-¿No
peco abuelito?
-No
pero tienes que ser bueno y bien mandado.
-Sí.
Aquella merienda fue exquisito
yantar de dioses con un corrusco de la hogaza recién encentada a mano al lado
del querido abuelo Benjamín que se había echado la boina sobre los ojos
perezosamente para resguardarse de los rayos de Apolo que doraban los pretiles
del puente romano y proyectaban resquicios lumínicos entre las hojas de la
acacia joven. A partir de la medianoche no se podía tomar ni un vaso de agua y
la norma del ayun era guardada religiosamente en la católica españa que yo
ahora añoro y tan es así que algunos sentían escrúpulos si por descuido habían
ingerido algún alimento y cometido sacrilegio. Me desperté casi al alba y en el
comedor estaba la sorpresa: mi traje de primera comunión que había hecho para
mí a la medida Blas Carpintero el sastre de Segovia de origen judío por cierto
y al que recuerdo su calva su gran nariz y sus dedos expertos y acariciantes
cuando me tomaba medidas. Tan locuaz y buena persona y unos anillos de oro en
sus dedos que debían valer una pasta. Por aquéllos días el sartorial menester
de los alfayates daba para una posición acomodada Era un traje blanco con capa
y bordados. Todo era blanco y puro. Una buena capa todo lo capa pero aquel
traje de mi primera comunión que me sentaba que ni pintada no tapaba sino que
enseñaba un niño puro y feliz. Blanco de arriba abajo. Blanco hasta los
zapatos: la corbata pajarita, el chaleco, la camisa, el cinturón, el pasador,
las presillas. Todo. El señor Casado y la señora Henar los padres de Mercedita
vinieron a participar ver salir de casa al comulgando.
-A
ver si nos ensuciamos eh.
Y con las mismas nos encaminamos
a pie toda una comitiva de quince o veinte personas porque me acompañaban mis
padres mi abuelillo Benja mis tíos y mi hermano Javi que iba vestido de marinero
y que recibió la primera tunda de mi primera comunión que no era la suya pues
no se le ocurrió otra cosa que meterse en un charco y ponerse perdido el traje
de marinero. Se puso a llorar y a decir:
-Yo
quiero ir primera comunión como mi hermano
-Déjale
que está burrisimo.- dijo mi padre dándole un pequeño azote en el culo pero con
lo fuerte que era mi padre y lo gorda que tenía la mano de cuadrar piezas de
artillería en los campamentos una caricia suya era como la confirmación del
obispo. Cuando llegamos a la iglesia de los claretianos el atrio estaba lleno
de familias acompañando a los comulgantes. Bendito jolgorio infantil.
-La
vela ¿Habéis traído la vela?
-No.
El señor casado el hombre otra de
las personas buenas que jalonaron mi infancia [era brigada de Artillería] fue
arreando a comprarla a una cerería. Las cererías abundaban en Segovia por aquel
entonces pues éramos católicos a machamartillo y nada de cultura laica. Y con
aquel cirio en la mano me acerqué por primera vez al altar. Recuerdo la misa,
el sonido del armónium, los cantos como el “Cerca de Ti Señor” el fulgente
retablo, las casullas blancas de los oficiantes y las dalmatitas y gorjal de
los diáconos y sobre todo la mirada piadosa de la Virgen. La iglesia estaba
atestada. De la mano del Padre Sanabria que fue el padrino de todos y que
aparece en la foto subimos a la grada y el preste era el rector el padre Alonso
nacido en Urueñas y hasta el monaguillo que sostiene la palmatoria. Se llamaba
Otero y era un pinta. La iglesia estaba de bote en bote. El padre Alonso nos
echó una platica tan breve como hermosa
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