ANA, ANA BOLENA DE LOS MIL DÍAS: LOS PECADOS DE LA IGLESIA CATÓLICA EN INGLATERRA
Antonio parra-Galindo
No era más que una “mula santa” ama o barragana de obispo pero, Jesús, la que preparó. Cuando vivía en Londres y pasaba cerca de la Torre, ese impresionante edificio alto, lóbrego y sin ventanas, todo cubos redondos perfil de mazmorra y de hacha de verdugo el recuerdo de esta pobre mujer y el de otros que encontraron en una de sus tozas detrás de un rastrillo la separación de la cabeza del cuerpo puesto que los alabarderos de aquel lugar a los que llamaban beefeater eran de los que comían carne todas las semanas y sabían encontrar la carne de los condenados me desviaba de tan lúgubre recinto y pedía al taxista que desviase la ruta.
Era pelirroja y antes de entrar en la corte inglesa como barragana de Su Eminencia el cardenal Wolsey había hecho la carrera y la aventura en Paris. Fue el propio cardenal primado de Inglaterra el que presentó a su querida al propio rey Enrique VIII. El Defensor de la FE titulo con que el pontífice reinante a la sazón Alejandro VI había distinguido al Príncipe de Gales le pidió relaciones inmediatamente pero la astuta y a la vez candorosa advenediza le dio una de esas respuestas con registro propio en los anales:
-Majestad ni soy tan alta para ser tu reina ni tan baja para ser puta.
Lo cual que entró en la corte de Whitehall como azafata de la reina Catalina de Aragón. En Paris en la corte del francés la llamaban “La Escoba inglesa” porque por lo visto supo barrer para casa no sólo los corazones de aquellos cortesanos de la Orden de la Jarretera “et honni soit qui mal y pense” (era el lema) sino también dineros. Tan ambiciosa era la joven como bella. El resto de lo que sucedió forma parte de la leyenda. Amores maravillosos y desdichados que duraron poco pero que fueron de tan dramática intensidad que cambiaron el curso de la historia de Inglaterra y del mundo. Acabo de ver una buena película sensacional en lo que afecta al “casting”.
El ropero y el vestuario han sido asesorados por los mejores investigadores de Oxford y parecen los modelos haber sacado de los diseños de los archivos del traje. El perfil de Ana perfecta BELLEZA INGLESA. Pelirroja y candorosa. Estampa de la inocencia en manos de aquel Barba Azul. Las crónicas lo pintan como un ogro pero era un rey nada vulgar que había leído las escrituras y discutió pasajes de la biblia con los teólogos en los que se apoya para pedir el divorcio con una cita del Deuteronomio: “no yacerás con la mujer de tu hermano”. Alegaba que Catalina era la mujer de su hermano Enrique VII y que fue compelido al matrimonio por imperativos de la política matrimonial. Buen poeta y compositor de madrigales y sexualmente toda una fuerza de la naturaleza pero en eso no era ni mejor ni peor que todos. Los reyes, los obispos y hasta los papas tenían su propio harén.
Una pobre mujer y detrás los pecados de la Iglesia, la Iglesia del poder. Los bailes de máscaras en la corte episcopal del palacio de Lambeth donde se produjo el encuentro con Enrique. Oficiando de proxeneta nada menos que el gran cardenal de Inglaterra. Aquel vicioso eclesiástico no era más que un macarra. Y también acabó en la Torre. Al igual que su sucesor el verdadero autor del cisma, más complaciente pero enrevesado como todos los canonistas.
Las cosas luego se complicaron. Enrique no era un protestante. Odiaba tanto a Lutero como a los frailes pero quería una iglesia nacional apartada de Roma conservando casi la totalidad de la liturgia y los Siete Artículos de la Fe.
Wolsey es refractario a otorgar el divorcio pero el nuevo arzobispo de Londres Cranmer acusa de contumacia a Catalina de Aragón y anula el matrimonio de la hija de los reyes católicos con Enrique. Curiosamente, ésta se retira a un convento de Peterborough. Sigue siendo un misterio el que no acabara en la Torre igual que el resto de sus favoritas y es que Catalina era mucha Catalina.
El rey debió de amarla o al menos respetarla hasta el final. El espectro de Catherine of Aragón como la llaman los historiadores ingleses siempre salía a mi encuentro cuando cruzaba en tren las llanuras de Linconshire. ¡Ay que yo no quiero amores en Inglaterra que téngalos yo mejores en la mi tierra¡ rezaba un viejo madrigal cortesano de los tiempos de Felipe II cuando la historia de España y de Inglaterra se entreveran tan geográficamente.
Y pensaba en Catalina y en Ana y en las “six wives of Henry the Eight” que fueron legendarias. Yo no quiero amores en Inglaterra. Oh Ana de los Mil Dias. Anne of the thousand days rosa entre las espinas de sus amantes como el duque de Norris; en un torneo celebrado en la tablada de Greenwich, Norris había enjugado su rostro con un pañuelo que le tiró la reina lo que vuelve a su augusto esposo loco de celos. El rey celoso la acusa de adulterio al poco del nacimiento de Isabel. Las malas lenguas de la corte propalaban que la que había ser la Reina Virgen y la reina de las reinas inglesas Isabel Tudor era hija fornecina, una hija de puta.
El tálamo real había sido profanado y según creencia de la época este tipo de delito se pagaba con la cabeza. Pobre Ana de los Mil Días. Ana Bolena. The rake. La Paja inglesa.
Alta y derecha como un huso mujer de extraordinaria belleza, una de esas beldades, verdaderas rosas del jardín inglés, que hicieron enloquecer a un rey. En el cadalso tuvo una presencia de ánimo y una entereza casi martiriales. Se deshace en un canto de amor a su verdugo el rey: “Estoy pura de todo pecado, Jesús mío. Dios dé larga vida al Rey y al valeroso pueblo inglés” y con gesto humilde y sin descomponer el gesto tendió su blanco cuello al hacha del verdugo. Junto a ella fueron ajusticiados tres de sus supuestos amantes.
Dicen que el rey se fue a cazar y no vistió de blanco luto durante una semana como hizo al saber la noticia del deceso de Catalina su legítima. La imagen amable y complaciente se transforma en un monstruo de los celos. Antes bien, se le pasó pronto el disgusto y tan es así que al día siguiente de la ejecución el 20 de mayo de 1536 se casa con Juana Seymour. Otras fueron Catalina Parr, Catalina Howard y Ana de Cleves, la yegua de Flandes aquella alemana con poderosas ancas y tetas suculentas. Parece mentira que un madrigalista tan fino algunos de cuyos sonetos superan a los de Shakespeare pudiera caer tan bajo y tan bajo que terminó hecho una piltrafa a causa de la gota y de la sífilis. Los estragos en la mesa y en el lecho le pasaron onerosas cuentas al final de sus días. Un estudio de este aciago período en la historia de la Iglesia de Occidente nos muestra los pecados de la Iglesia, los renuncios y regateos entre Roma, Lambeth y la sede de Canterbury y por una herradura se perdió una yegua y por una yegua se perdió un caballo y por un caballo todo un reino. Es un poco la crónica del cisma de Occidente. Un pecado de escándalo del que el papado tampoco está exento. Y en ellos juegan tanto la lujuria como el orgullo y la avaricia. Todos esos pecados capitales…. Y de todos ellos el de soberbia es el peor.