Francisco Manuel de Melo. La
guerra de Cataluña.
Son los catalanes de durísimo natural – escribe aquel gran
portugués Francisco Manuel de Melo eximio literato un militar amigo de España a
cuyo servicio se alistó como literato del Tercio de Lusitano que comandaba el
marqué de Vélez y que operó en Cambrils en aquellas durísimas jornadas de
enfrentamiento entre hermanos lo que dio
en llamarse guerra de Cataluña o corpus de la Sangre, amigo de Francisco de Quevedo, como él
también estuvo en presidios y de hecho este valioso libro testimonial obviado
incomprensiblemente por los historiadores, parió más de cien libros en
portugués, castellano y latín, un ibero universal, un humanista del imperio,
astro que brilla cuando ya en Flandes empezaba a ponerse el sol-gente de muy pocas palabras, algo a lo que
le inclina su lengua madre cuyas cláusulas y dicciones son brevísimas y
ponderadas por oposición al habla de lusitanos y castellanos que son idiomas
más indirectos y floridos. Son aquellas gentes muy leales y reflexivas, de
austero vivir, amantes de su libertad y heroicos pero inclinados a la venganza
pues ante la injuria muestran grandes sentimientos. Estiman mucho su honor y su
palabra. Aquella tierra que a efectos de su jurisprudencia y regimiento se
divide en veguerías de las que Cambrils, Bellpuig, Granollers y Figueras son
las más importante, es áspera como el carácter de sus habitantes. Amantes de
sus tradiciones bailan comunalmente una rueda al compás de dulzaina o chirimía al
uso moro de notas melancólicas y en su tauromaquia muy diferentes a los
lusitanos y andaluces, no matan al toro sino después de prenderlo fuego por el
cuerno. Son tercos y contumaces. Los pueblos son muy grandes pero los campesinos
a los que llaman payeses viven en alquerías o casas de montaña. Con frecuencia
son dados a bandos por sus distintos pareceres como los narros y los cadellels
como los guelfos y gibelinos de Milán y los beamonteses y agramonteses de Navarra
o los gamboinos y oñates de la antigua Vizcaya. Es el pueblo más libre de la tierra.
cuando por un crimen o agravio son perseguidos de la justicia tiran para el
monte y dan en bandoleros. Utilizan como arma un arcabuz corto al que llaman
pedreñal y se ciñen una charpa de cuero de la que cuelga un puñal. No llevan
sombrero, sólo un bonete de estambre de diferentes colores como distintivo del
bando al que pertenecen calzan
unas crépidas de cáñamo tejido y atan con peales a la manera griega. Usan poco
el vino y lo toman aguado. Comen un pan áspero que portan a la cintura del que
se alimentan”. No puede ser más cabal el retrato del pueblo catalán de don
Francisco Manuel en esta importante crónica de los acontecimientos que
sembraron de guerra y desolación las villas y ciudades del Principado a lo
largo de dos lustros desde 1631-1642 y de los que fue testigo de vista. El
libro es un fado que el pulsa con la solercia de un Camoens en que se lamenta
de la destrucción de los pueblos peninsulares: Navarra y Galicia que no se
sublevaron. Cataluña cuyo alzamiento fue sofocado por la infantería de Armando
de Espínola, hijo de aquel famoso Mauricio Espínola el del cuadro de las Lanzas que inmortalizó Diego Velazquez
al plasmar la rendición de Breda. El
Reino de Valencia desde un primer instante fue leal a la corona del Austria. No
así Andalucía que coqueteó con el Turco, gracias a aquel Álvarez de Toledo
duque de Medina Sidonia. El conato fue abortado in nuce y de todas estas periferias sublevadas contra el monarca
absoluto sólo salió airosa Portugal que se separó del tronco común con la ayuda
de los ingleses, indefectibles enemigos que aparecen como hienas lupinas cuando
aprecian debilidad en Madrid. Los lusitanos tuvieron suerte porque murió el
conde duque de Olivares cuando se disponía a cruzar la frontera por el Tajo en
la villa de Toro y la mar se tragó una escuadra que había él prevenido para ir
sobre Lisboa. Melo fue acusado de “españolista” y de traidor encarcelado en
Santarem y luego desterrado a Brasil por Juan IV el nuevo rey lusitano
al que al parecer le birló la novia.
La guerra de Cataluña fue una
confrontación después del fracaso del tratado de la isla de los Faisanes entre
Richelieu y Olivares o dicho de otra manera entre el Rey Cristianismo, Luis
XIII
y Su Católica Majestad Felipe IV.
Algunos catalanes molestos por la imposición de impuestos y el pago de gabelas
para costear las guerras en los Países Bajos, talante libérrimo el del catalán,
ya va dicho, piden ayuda a Paris delatándose republicanos. Richelieu envía un
ejercito de cerca de cien mil hombres y cruza el Pirineo. En las distintas
veguerías se organizan escuadras o somatenes. Los cabecillas más importantes de
la rebelión son el canónigo de la
Seo Pau Claris, Dalmau Tamarit capitán de
caballería, Jaume Ferrand y Rafael Antic, quienes reunidos en el Consejo de
los Ciento en la ciudad condal alzan una lista de cargos contra los
castellanos. Se quejan de los robos, estupros, afrentas y otras tropelías de
las fuerzas de ocupación. Señalan que la soldadesca integrada por mercenarios
italianos, esguízaros, bátavos y tudescos han estragado el país sumiéndolo en
el desconsuelo con sus rapacidades y costumbres licenciosas poco acordes con la
moral austera de los naturales. Sin embargo, el obispo de Urgell se declara
súbdito inequicovo de su Majestad Católica, pero hace a su vez un llamado al
cese de la violencia, que se castigue a los incendiarios de templos y
monasterios.
Melo en esta crónica en que por
su estilo elevado conciso y circunspecto recuerda a Tito Livio y al
propio Cesar efectúa una relación imparcial de los acontecimientos y su mensaje
es claro: el pueblo llano paga los errores de la clase dirigente, padece la
pecorea de la soldadesca de ambos ejércitos de ocupación y en contra de los
publicistas de la leyenda Negra muestra un sincero amor a España y a su lengua
sin que ello fuera desdoro de la limosina cuando señala que el Imperio estaba
siendo victima de una conjura; “ingleses,
venecianos holandeses y ginoveses solo aman su interés en Castilla por ser la
puerta donde llega el oro de América que ellos se reparten mediante la propagación
de estas contiendas religiosas mientras el Padre Santo de Roma mira para otra
parte” El historiador portugués que publica historia y separación y los
movimientos la guerra de Cataluña bajo el pseudónimo de Clemens Libertinus en 1645 y la dedica al papa pontificante
Inocencio X
rogando al obispo de Roma que intervenga para evitar estas divisiones que
aparejan la destrucción de Europa por las contiendas entre los príncipes
cristianos. El pontífice ni siquiera contestó a su homenaje añadiendo de esta
forma una cuenta más al rosario de pecados y culpas de nuestra Santa madre
iglesia. Roma que suele pagar con ingratitud amarga la lealtad suprema con que
siempre miraron al “vicario de Cristo” nuestros reyes (Alfonso X, Isabel la
católica, Carlos V, Felipe II) siempre inclina su balanza del lado de Francia.
Este es un hecho histórico y a la sazón Inocencio X respaldó a Armando Juan de Plessis a quien coronó
con el capelo cardenalicio esto es Richelieu
el gran valido de Luis XIII denominado El
Justo.
Melo se hace lenguas de la
hispana bizarría, de la generosidad de los castellanos y de su magnanimidad en
la victoria sin que ello sea óbice a una veta de crueldad y desarrimo entre las
banderas. Los encuentra un tanto bocazas frente al mutismo de los catalanes y
su notable austeridad. En uno y otro sector hubo tropelías como la toma de
Cambrils y nada se diga de lo acontecido aquel 7 de junio de 1638 cuando
estalló el motín de los segadores, las turbas arrasaron el fuerte de Montjuich
quemaron la casa de la Inquisición. Dalmau de Queralt conde de santa Coloma
padeció martirio. Era un prócer con buenas intenciones que quería contentar a
sus súbditos barceloneses sin abjurar de sus principios de lealtad a la corona.
Esta lenidad de hombre tolerante y de centro no contuvo a sus asesinos que lo
arrastraron por las calles. Un payés cortó al marqués los genitales y se los
colocó en la cinta del sombrero. Autentica venganza catalana.
No por ignorados y ocultados a
las nuevas generaciones -las nuevas
leyes educativas dan una versión muy distinta de saña hispanófoba porque se ha
registrado en estos últimos años un legrado de memoria histórica- los luctuosos
y terribles sucesos dejan de tener una relevancia perentoria. más guerras en
Cataluña después de aquella que causó la muerte de unas doscientas mil personas
vinieron luego con la francesada las guerras carlistas o la propia guerra civil
española. Una de las causas fue la sublevación de la Generalidad que aplastó
el general Godet el año 34, el trágico fusilamiento de Lluys Companys y ya en
plena contienda con la aparición de bandos a los que son dados los catalanes
como autenticos celtiberos entre el POUM y los comunistas. Que no vuelva a
sonar el tambor del Bruch. Ojalá.
La historia es maestra de la vida
y si no se tiene en cuenta el pasado éste podrá repetirse y aunque la castuza
que nos mangonea haya reaccionado airada a las advertencias de la posibilidad
de otra nueva contienda incivil –perderían sus momios, el carácter privilegiado
de la castuza- es un aviso a navegantes., el torbellino puede sumir no sólo a
Artur Mas sino a Rajoy y a la propia corona del Borbón. Los males si no son
atajados a tiempo y se pone remedio se gangrenan dice Melo con su estudiado
laconismo que contempla impávido aquellos luctuosos acontecimientos de la España de mediados del
siglo XVII. A la clase política no le gustan las verdades. Las nubes de
incienso en que pulula la alejan de las realidades de ahí su reacción como
cuando un tábano cojonero te pica en los testículos. Cercenada de su región más
industriosa y vital España desaparecería bajo las garras de unas nuevas cáfilas
imbuidos de un nacionalismo torcaz rancio y antañón de barretina chapela
muñeira o montera picona que no se adecua a los postulados del siglo en que
estamos. La lectura de este gran escritor portugués (1608-1666) me ha llenado
de paz melancólica, resignación melancólica y de amor a Cataluña, (la Gotta
Alonia de los
edetanos) y a España.
continua
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