2023-11-05

 

Francisco Manuel de Melo. La guerra de Cataluña.

 

Son los catalanes de durísimo natural – escribe aquel gran portugués Francisco Manuel de Melo eximio literato un militar amigo de España a cuyo servicio se alistó como literato del Tercio Lusitano que comandaba el marqué de Vélez y que operó en Cambrils en aquellas durísimas jornadas de enfrentamiento entre hermanos  lo que dio en llamarse guerra de Cataluña o corpus de la Sangre, amigo de Francisco de Quevedo, como él también estuvo en presidios y de hecho este valioso libro testimonial obviado incomprensiblemente por los historiadores, dio a la estampa más de cien libros en portugués, castellano y latín, un ibero universal, un humanista del imperio astro que brilla cuando ya en Flandes empezaba a ponerse el sol-gente de muy pocas palabras, algo a lo que le inclina su lengua madre cuyas cláusulas y dicciones son brevísimas y ponderadas por oposición al habla de lusitanos y castellanos que son idiomas más indirectos y floridos. Son aquellas gentes muy leales y reflexivas, de austero vivir, amantes de su libertad y heroicos pero inclinados a la venganza pues ante la injuria muestran grandes sentimientos. Estiman mucho su honor y su palabra. Aquella tierra que a efectos de su jurisprudencia y regimiento se divide en veguerías de las que Cambrils, Bellpuig, Granollers y Figueras son las más importantes, es áspera como el carácter de sus habitantes. Amantes de sus tradiciones bailan comunalmente una rueda al compás de dulzaina o chirimía al uso moro de notas melancólicas y en su tauromaquia muy diferentes a los lusitanos y andaluces, no matan al toro sino después de prenderlo fuego por el cuerno. Son tercos y contumaces. Los pueblos son muy grandes pero los campesinos a los que llaman payeses viven en alquerías o casas de montaña. Con frecuencia son dados a bandos por sus distintos pareceres como los narros y los cadellels, al igual que los güelfos y gibelinos de Milán y los beamonteses y agramonteses de Navarra o los gamboinos y oñates de la antigua Vizcaya. Es el pueblo más libre de la tierra. Cuando por un crimen o agravio son perseguidos de la justicia tiran para el monte y dan en bandoleros. Utilizan como arma un arcabuz corto al que llaman pedreñal y se ciñen una charpa de cuero de la que cuelga un puñal. No llevan sombrero, sólo un bonete de estambre de diferentes colores como distintivo del bando al que pertenecen[1]; calzan unas crépidas de cáñamo tejido y atan con peales a la manera griega. Usan poco el vino y lo toman aguado. Comen un pan áspero que portan a la cintura del que se alimentan”. No puede ser más cabal el retrato del pueblo catalán de don Francisco Manuel en esta importante crónica de los acontecimientos que sembraron de guerra y desolación las villas y ciudades del Principado a lo largo de dos lustros desde 1631-1642 y de los que fue testigo de vista. El libro es un fado que el historiador pulsa con la solercia de un Camoens. A lo largo del tratado se lamenta de la destrucción de los pueblos peninsulares: Navarra y Galicia que no se sublevaron. Cataluña cuyo alzamiento fue sofocado por la infantería de Armando de Espínola hijo de aquel famoso Mauricio Espínola el del cuadro de las Lanzas que inmortalizó Diego Velazquez al plasmar la rendición de Breda. El Reino de Valencia desde un primer instante fue leal a la corona de Austria. No así Andalucía que coqueteó con el Turco gracias a aquel Álvarez de Toledo duque de Medina Sidonia. El conato fue abortado in nuce y de todas estas periferias sublevadas contra el monarca absoluto sólo salió airosa Portugal que se separó del tronco común con la ayuda de los ingleses, indefectibles enemigos que aparecen como hienas lupinas cuando aprecian debilidad en Madrid. Los lusitanos tuvieron suerte porque murió el conde duque de Olivares cuando se disponía a cruzar la frontera por el Tajo en la villa de TORO y la mar se tragó una escuadra que había él prevenido para ir sobre Lisboa. Melo fue acusado de “españolista” y de traidor. Fue encarcelado en Santarem y luego desterrado a Brasil por Juan IV el nuevo rey lusitano al que al parecer le birló la novia.

La guerra de Cataluña fue una confrontación después del fracaso del tratado de la isla de los Faisanes entre Richelieu y Olivares o dicho de otra manera entre el Rey Cristianismo, Luis XIII[2]  y Su Católica Majestad Felipe IV. Algunos catalanes molestos por la imposición de impuestos y el pago de onerosas gabelas para costear las guerras en los Países Bajos, talante libérrimo el del catalán, ya va dicho, piden ayuda a Paris delatándose republicanos. Richelieu envía un ejército de cerca de cien mil hombres y cruza el Pirineo. En las distintas veguerías se organizan escuadras o somatenes. Los cabecillas más importantes de la rebelión son el canónigo de la Seo, Pau Claris, Dalmau Tamarit capitán de caballería, Jaume Ferrand y Rafael Antic quienes reunidos en el Consejo de los Ciento de la Ciudad Condal alzan una lista de cargos contra los castellanos. Se quejan de los robos, estupros, afrentas y otras tropelías de las fuerzas de ocupación. Señalan que la soldadesca integrada por mercenarios italianos, esguízaros, bátavos y tudescos han estragado el país sumiéndolo en el desconsuelo con sus rapacidades y costumbres licenciosas poco acordes con la moral austera de los naturales. Sin embargo, el obispo de Urgell se declara súbdito inequicovo de su Majestad Católica. Con todo, el prelado ilerdense hace un llamado al cese de la violencia, que se castigue a los incendiarios de templos y monasterios.

Melo en esta crónica en que por su estilo elevado conciso y circunspecto recuerda a Tito Livio y al propio Cesar efectúa una relación imparcial de los acontecimientos y su mensaje es claro: el pueblo llano paga los errores de la clase dirigente, padece la pecorea de la soldadesca de ambos ejércitos de ocupación y en contra de los publicistas de la leyenda negra muestra un sincero amor a España y a su lengua sin que ello fuera menoscabo de la limosina cuando señala que el Imperio estaba siendo victima de una conjura; “ingleses, venecianos holandeses y ginoveses solo aman su interés en Castilla por ser la puerta donde llega el oro de América que ellos se reparten mediante la propagación de estas contiendas religiosas mientras el Padre Santo de Roma mira para otra parte”

El historiador portugués que publica “Historia y Separación y  Movimientos de la Guerra en Cataluña” bajo el pseudónimo de Clemens Libertinus en 1645  pontificando Inocencio X[3] al que dedica su obra, rogando al obispo de Roma que intervenga para evitar estas divisiones que aparejan la destrucción de Europa por las contiendas entre los príncipes cristianos.

El pontífice ni siquiera contestó a su dedicatoria, añadiendo de esta forma una cuenta más al rosario de pecados y culpas de nuestra santa madre iglesia. Roma que suele pagar con ingratitud amarga la lealtad suprema con que siempre miraron al “vicario de Cristo” nuestros reyes (Alfonso X, Isabel la católica, Carlos V, Felipe II) siempre inclina su balanza del lado de Francia. Este es un hecho histórico y a la sazón Inocencio X respaldó a Armando Juan de Plessis a quien coronó con el capelo cardenalicio; esto es: Richelieu el gran valido de Luis XIII denominado El Justo.

Melo se hace lenguas de la hispana bizarría, de la generosidad de los castellanos y de su magnanimidad en la victoria sin que ello sea óbice para destacar de su propia cosecha la observación una veta de crueldad y desarrimo entre ambos contendientes. A los castellanos les encuentra presuntuosos y temerarios frente al mutismo de los catalanes de índole austera. En uno y otro sector hubo tropelías como la toma de Cambrils y nada se diga de lo acontecido aquel 7 de junio de 1638 cuando estalló el motín de los segadores. Las turbas arrasaron el fuerte de Montjuich, quemaron la casa de la Inquisición. Dalmau de Queralt conde de Santa  Coloma padeció martirio. Era un prócer con buenas intenciones que quería contentar a sus súbditos barceloneses sin abjurar de sus principios de lealtad a la corona. Esta lenidad de hombre tolerante y de centro no contuvo a sus asesinos que lo arrastraron por las calles. Un payés cortó al marqués los genitales y se los colocó en la cinta del sombrero. Autentica venganza catalana.

No por ignorados y ocultados a las futuras generaciones- las nuevas leyes educativas dan una versión muy distinta de saña hispanófoba porque se ha registrado en estos últimos años un legrado de memoria histórica- los luctuosos y terribles sucesos dejan de tener una relevancia perentoria. Más guerras en Cataluña después de aquella que causó la muerte de unas doscientas mil personas vinieron luego con la francesada, las guerras carlistas o la propia guerra civil española. Una de las causas fue la sublevación de la Generalidad que aplastó el general Godet el año 34, con el trágico fusilamiento de Lluys Companys y ya en plena contienda con la aparición de bandos a los que son dados los catalanes como autenticos celtiberos entre el POUM y los comunistas. ¡Que no vuelva a sonar el tambor del Bruch! Ojalá.

La historia es maestra de la vida y, si no se tiene en cuenta el pasado. éste podrá repetirse y alguno de la clase política perderían sus momios; que siga la verborrea, hay que darle juego a la cometa. Los males, si no son atajados a tiempo y se pone remedio, se gangrenan, dice Melo con su estudiado laconismo, del ibérico que contempla impávido aquellos luctuosos acontecimientos de la España de mediados del siglo XVII. A la clase política no le gustan las verdades. Las nubes de incienso en que pulula la alejan de las realidades, de ahí su reacción como cuando un tábano cojonero te pica en los testículos.

Cercenada de su región más industriosa y vital, España desaparecería bajo las garras de unas nuevas cáfilas imbuidas de un nacionalismo torcaz, rancio y antañón de barretina, chapela, muñeira o montera picona, que no se adecua a los postulados del siglo en que estamos. La lectura de este gran escritor portugués (1608-1666) me ha llenado de paz y de resignación melancólica y de amor a Cataluña, (la Gotta Alonia de los edetanos) y a España. Pero no soy yo más que una voz clamante en el desierto

 

 

 



[1] barretina

[2] Cristianísimo un titulo expedido por la Santa Sede que conferían a la Casa de Foix de expulsar diablos

[3] Inocencio X el papa que retrata Velazquez transbordando su paleta una imagen interior de la arrogancia, el poder y el maquiavelismo que se pintan en su rostro

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