Y sucedió que estando yo con Peralta y Fenogreco que le habíamos ido a rezar al hijo de María la Viuda la lavandera que tuvo la desgracia de ver morir a su marido en presidio y todos los jueves hacía el trayecto que sepraban su casa de planta baja en las Escalerillas de san Roque donde estaba la judería vieja para traerle al difunto la muda, algún bocata y alguna estampa de san Antonio-todo iba y venía en el talego- meditando sobre la vanidad de las cosas terrenas, algo que no se comprende muy bien a los once años, tampoco aquella absurda muerte, dieron las doce muy solemnes y sonoras con un sonido lúgubre que amedrentaba toque de queda curfew couvre le feu tapemos el fuego vayamos a acostar apaguemos las hogueras exteriores y encendamos las del alma, el muerto al que velamos alzó una de sus piernas. La derecha. Se escuchó como el crujido de unos huesos. Crac. Los tres nos miramos lívidos. A Fenogreco se le erizaron los cabellos. Que yo nunca vi tal cosa y clavaba la mirada presa de terror. Peralta salió de estampida y fue dando voces por los tránsitos:
-Ha resucitado. Ha resucitado. Gudiel vive
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