ALFONSO VI Y EL CASTILLO DE LA VILLA DE FUENTIDUEÑA (I)
Ya
quedan sólo unos farallones desdentados de lo que fue fortaleza bien torreada y
excelsa para la defensa de las tierras al sur del Duero pero mi infancia se
empapó de la magia de aquel legendario rey castellano que fundó el baluarte de
Fuentidueña. Ruinas misteriosas, "castles in Spain". No es lícito
desposeer a los pueblos de sus leyendas y de su mitología. Alfonso VI se
encuadra como un prócer mitológico en la historia de Castilla.
Ibamos
mi primo Agustín y yo a hacer mandados en la burra o en la bicicleta cuando el
abuelo caía malo a la botica de la Villa. Subíamos la cuesta de la Fuente
Caldera una de las siete rudales que alumbraban agua a Fuentesoto y, alcanzado
el camino de la pedriza, pedaleabamos sin parar entre el polvo blanco de la
carretera, majuelos, algún solitario almendro desgarbado y a la bajada de siete
revueltas toda la historia de Castilla se nos venía encima al cruzar el puente
romano. El seis es ni numero de suerte y todo cuanto se diga sexto es bueno
Alfonso VI, Sixto VI, Alejandro VI un grandísimo papa valenciano que no se
privó de nada y hasta tuvo amores y engendró hijos.
Teníamos
mi primo y yo que golpear la puerta carretera con fuertes aldabonazos porque el
boticario un artillero al que atronaron los estampidos de la batalla de Brunete
donde tambien un obús le segó una pierna oía con dificultad; sordo estaba como
un tapión. Debía de ser colega por aquello de la fraternidad de almas del
famoso "cojo de Mamblas" al que luego conocería en una residencia de
Arévalo para la tercera edad.
Al cabo
de un rato bajaba el boticario arrastrando su pata chula por las escaleras. Sus
pisadas gloriosas de mutilado de guerra sonaban tambien como zambombazos. Era
don Eutiquio una paisano enorme con un vozarrón que debió de espantar a los
sargentos. Su continente poco se compadecía con su alma de castellano
campechano. <<¿Quien se puso malo?>>. <> <>.
Agustin
y yo cogiamos las pildoras del preparado, (don Eutiquio con su farmacopea y sus
morteros, que leía al Doctor Laguna en sus ratos libres, de hierbas oficinales
sabía los suyo) mirabamos impresionados para las ristras de tarros y morteros
donde se guardaban las hierbas de toda la medicina homeopatica y saliamos de
estampida dejando atras aquel pueblo misterioso que era como un baluarte a la
vera del Duratón donde había quedado fraguado el nombre y el espiritu de
Alfonso VI. Seis/ seis/ seis, número que cierra el círculo y me acordaba del
juramento de santa Gadea (tuvo arrestos Mio Cid para irle a su rey a pedir
cuentas), la afrenta de Corpes y dñª Elvira y dñª Sol que eran de Oviedo y
Zamora la bien cercada unida al nombre de Bellido Dolfos y a frases paradigmáticas
que sentaron plaza en nuestro idioma... no se gana Zamora en una hora,
malhaya el caballero que sin espuelas cabalga... ¡oh qué buen vasallo si
hubiese buen señor!
Todas
esas escenas se me representaban como en un retablo gótico cuando acudía a la
botica de la Villa a por las grajeas que recetaba el médico al abuelo Benjamín.
Yo rememoraba las clases de historia de España que luego en el seminario
nos daría don Ramón Alonso en aquel libro de texto
que sobre u fondo gris traía una foto del castillo de la Mota y que nos
aprendíamos de coro.
Todos
aquellos pollos que fuimos bachilleres del plan de Educación creado por el
ministro don Pedro Sainz Rodriguez (su ley fue una fragua de
entendimientos históricos pues nos enseñó a compadecernos y a sentir las
vibraciones de grandeza y las contradicciones de nuestro pueblo) pertenecimos a
la última leva de un conocimiento histórico del que se ha privado a las generaciones
que vinieron más tarde, no partidista ni cercenado o manipulado por la aleve
mano negra del rencor y de la hispanofobia.
No
importa que Franco destituyera fulminantemente de su cargo a don Pedro por
haberse ido de picos pardos una noche en Vitoria del año 1938. Su plan de
estudios le convirtieron en el mejor ministro de Educación que ha tenido España
en décadas.
Gracias
a él pudimos conocer historia de España y las matematicas y la física y química
en un sistema de educativo hecho para formar jovenes con ideas claras,
inexistente en la actualidad.
Don
Pedro se hizo del bando de don Juan y conspiró todo lo que pudo contra el
Regimen mientras escribía tratados de mística. En ellos se refería a la magia
del número seis.
El
pobre abuelo Benjamín moriría de cáncer de prostata. Mas, tengo para mí que
aquellas excursiones a la Villa de Fuentidueña a por sus recetas fueron de
provecho para mi alma. Desde entonces sueño con la magia del número 6.
ALFONSO
VI SE REFUGIÓ EN FUENTIDUEÑA PERSEGUIDO POR SU HERMANO SANCHO (II)
El rey
Fernando I rey de Castilla Asturias y León al morir cometió el error de dividir
sus reinos entre sus herederos y con esta hijuela vinieron las parcialidades
las malquerencias y asomó su cresta la envidia proverbial entre los godos, causante
de no pocos males. La prole anduvo en pendencias, leído el legado del
testamento, como es habitual entre nosotros.
España
enigma histórico padece de una fatídica enfermedad moral: el morbo visigótico,
también denominada herencia de san Hermenegildo: la envidia. Parece mentira de
un rey católico al que por abjurar del arrianismo le cortaron la cabeza nos
dejase mandas tan malas. La de la sierpe quedó vivita y coleando.
Galicia
legó, según cuentan las crónicas, a don García, a Sancho Castilla, a don Alfonso
León. A Urraca le dio Zamora y a dñª Elvira la plaza de Toro. A partir de ahí
el nombre de Alfonso VI va unido a una leyenda de grandezas y luchas
interdinasticas fratricidas de los tres reinos. Pero también fue el impulsor
del arte románico e introdujo en España el Misal Romano,
Se alzó
contra su hermano Sancho el cual le vence en la batalla de Plantaca. Hecho
prisionero, decide don Sancho, que no quiso cometer
fratricidio ni meterlo en la cárcel, que profese como monje en el monasterio de
Sahagún pero el hijo segundón del rey Fernando I no tenía vocación
de fraile y huye a Fuentudueña.
Unos
fronterizos de Sacramenia le proporcionan salvonducto para viajar a tierra de
moros. La taifa de Almonacid pagaba pechas a su progenitor y era su
aliado en las pendencias con Navarra.
En
Toledo se acoge a la protección de Miramamolín. allí va a residir en el palacio
de Galiana gozando de la hospitalidad y todas las preeminencias del monarca
alauita. Quien lo trata con una tolerancia eximia hasta el punto de permitirle
la práctica de su religión. Su hermana Urraca, en calidad de princesa zamorana,
desde Castilla envió regalos al rey moro, y a Toledo llegó una comitiva
presidida por Pero Ansures para rendir tributos y vasallaje al
rey de Toledo. En el grupo venían varios clérigos y un monje que decía las
misas griegas (en rito mozarabe al monarca exilado, Alfonso luego
aboliría el canon visigótico, aconsejado por doña Constanza, que
era francesa, y los benedictinos de Cluny) al rey exilado.
Entre
los recién llegados, siguiendo por este orden de cosas, se encuentra un
personaje importante, un caballero por nombre Rodrigo Diaz de
Vivar que se puso al frente de las mesnadas de Miramamolín en
sus guerras contra Hixen II de Córdoba y contra el rey de
Aragón. Por su valentía y su eficacia en las lides, la tropa empezó a llamarle
"sidi" (señor.)
Rodrigo
era un mercenario que se ganaba el pan a sueldo del que mejor pagaba. Unas
veces por los cristianos y otra por los moros. Pues bien lo detallaba doña
Urraca que era algo ligera de cascos "a los moros por dinero y a los
cristianos de balde". Aquel mundo era un mundo interactivo.
Moros y
cristianos en esta epoca de últimos del s. XI se conocían bien unos a otros,
peleaban sí, se hacían la guerra, se robaban las mujeres e intercambiaban
castillos y regalos, y, si no rezaban juntos, al menos juntos pensaban, puesto
que lo morisco anda muy entreverado con el alma castellana.
No hay
más que echar mano del refranero <<en casa de moro no parles
algarabía>>, Alfonso y Miramamolín se hicieron amigos,
organizaban torneos en comandita, iban a cazar juntos, jugaban al ajedrez y
pasaban ratos agradables en compañía paseando por las soledades de aquel
cigarral que llamaban la Huerta del Rey, o Palacio de Galiana a
orillas del Tajo.
Dicen los
cronistas que Alfonso sentía nostalgia de su esposa asturiana, doña Inés con la
cual había contraido nupcias en Oviedo. Al fallecer ésta, se casa con Constanza
hija del emperador de Alemania, boda por motivos políticos. Sin embargo, su
presencia en Toledo dio lugar a una hermosa leyenda. Su verdadera pasión fue
una hurí toledana. Fueron sus amores con la hija del rey de Sevilla, a su vez
hija de una cautiva cristiana por nombre Isabel, la mora Zaida.
¿Quien
no ha oido hablar del ceñidor de la mora Zaira y de la leyenda de los panes de
stª Casilda bajando a dar de comer a los presos cristianos, encanenados en las
mazmorras de Miramamolín, que en su regazo se convierten en rosas? "¿Qué
llevas ahí, niña?". "Rosas, padre". Casilda abrió el delantal y
efectivamente el suelo se inundó de flores por obra de la cristiana caridad.
Aquellos
amores fueron fuente de inspiración de los romances fronterizos que han corrido
por Castilla en boca de juglares hasta nuestros días y hablan de un
entendimiento, si no frecuente al menos posible, entre las tres religiones
monoteistas, surgido al albur de la escuela de Traductores de Toledo. Toquemos
madera.
ALFONSO
VI: INNOVACIÓN LITÚRGICA y (III)
Aquel
buen rey sexto de los alfonsos murió en Toledo de 79 años el primero de julio
de 1109. Fue muy querido de las mujeres de las cuales enterraría a seis segun
refiere Cristobal Lozano en su libros "Historias y Leyendas".
De la legitima Constanza tuvo a doña Urraca a la que bautizó con el nombre de
su tía. Esta infanta daría luego mucho que hablar por su poco recato y vida un
tanto licnciosa cuya es la frase de "a los moros por dinero y a los
cristianos "gratis et amore". Esa palabra non digades, hija. Sin
embargo, ella se la soltó a su padre con el desparpajo e impudencia de las que
ejercen el oficio más viejo del mundo.
Callades, hija, callades... La hija le salió pinturera y don Alfonso al oír
mentar esa palabra en boca de su hija predilecta se mostró muy dolido y
pesaroso. Pero doña Urraca se proclamaba partidaria del amor
libre ya en aquellos años.
Sería
la madre nada menos que de Alfonso VII el Emperador una de las figuras más
excelsas de la dinastía castellana continuador de la obra de su abuelo y que
fortificó sus reinos con castillos templarios.
La
iglesia de san Gregario de Fuentesoto como prueba el epígrafe que en su día
tuvimos a bien leer para los lectores del "Adelantado de Segovia"
De la
ilegítima, la mora Zaida, bautizada en san Isidoro de León con el
nombre de Isabel nacieron el heredero de la corona don Sancho que moriría mozo
en la batalla de Uclés y otras dos infantas.
Muy
novelesca y entreverada de leyendas fue la vida de este hombre.
Don
Alfonso estaba en Toledo cuando le llegaron nuevas de la muerte de su hermano
en el cerco de Zamora a manos de Bellido Dolfos que ha pasado
a la historia como el paradigma de la traición, la vera efigie del despecho y
la alevosía. De esta fama ignominiosa no se libran los zamoranos. "No
murió por las tabernas ni tampoco tablas jugando que él murió sobre Zamora
vuestra honra resguardando" Pero Dolfos no era zamorano sino de
Benavente buen pueblo y mala gente y que perdonen los benaventinos pero es lo
que se dice por aquellos pagos. El mismo nombre de Benavente no es
cristiano sino árabe: Ben Avet (hijo de Alá el
misericordioso.)
Poca
misericordia tuvo con don Sancho al que traspasó con un venablo buscando, una
vez cometida su alevosía, asilo luego en una iglesia. El Cid que lo
estaba viendo salió en su persecución y no pudo alcanzarlo. Había montado a
pelo sobre su alazán y de ahi la frase con que maldijo su suerte: "malhaya
el caballero que sin espuelas cabalga".
Aquel
regicidio puesto que no hay mal que por bien no venga cambiaría el curso de los
acontecimientos en la historia de España. Es el primer conato de unión.
Galicia, Asturias y León quedarían incorporadas a la corona de Castilla.
Navarra y Aragón seguirían con el marimonio de Fernando e Isabel en
Segovia tras la jura junto a la olma de san Miguel en 1475.
Sin dar
parte a su protector el taifa de Toledo, Miramamolín, una noche en compañía de
sus fieles vasallos, se descuelga por un adarve próximo a la puerta del Cambróny
llega a Burgos a empuñar el cetro y ceñirse la corona de don Pelayo.
El Cid
en santa Gadea le toma declaración de no haber participado en la conjura.
Cuenta el Cantar de Mio Cid que ante el atrevimiento de su vasallo al rey le
mudara la color. Su Majestad nunca perdonaría aquel agravio. Y lo desterró
a Valencia.
En su
reinado hubo rieptos y traiciones, treguas, concordias y discordias, gloriosas
campañas contra el moro y hechos atroces. Es ni más ni menos la tinta
ensangrentada con la que se escribe la historia. No guardó las alianzas Alfonso
con Miramamolín.
Prevaricó,
pues, muerto éste, plantó cerco a la Ciudad Imperial a la que conquista el año
1085. Mandó traer, por influjo de doña Constanza, monjes franceses que
repoblaron Castilla y cambió la vieja liturgia mozarabe de signo oriental más
rica y expresiva por la romana mucho más adusta.
Un dia
de la navidad de 1085 se cantó en Toledo por primera vez la misa en
latin conforme al canon romano. El viejo rito de san Isidoro quedó abolido.
Para
Alfonso VI el legado de la Reconquista y la venganza del conde don Julián
prevaleció sobre el sentimiento de amistad y la palabra empeñada al amigo. El
arcano de la Cava forma parte del misterio de España pero no nos adentremos en
este laberinto de esa misteriosa cueva que se esconde en un cerro de Toledo.
Dejemoslo estar. La hidalguía y la largueza se conjugan, a lo largo de los
siglos, con la atrocidad, los fratricidios, las envidias un mundo perdido y
encontrado a través de los pasillos de la famosa Cava Florinda.
Estos
reinos llamados cristianos, cristianos en la fe pero no tanto en la conducta ni
en la moral, se fraguaron en la lucha contra el Islam. Algo ineluctable e
incuestionable. Ese es el mensaje del misterioso legado de venganza de don
Rodrigo de la sangre derramada en Guadalete y de las maldades de un obispo libelático.
Ese don Opas enigmático símbolo de la traición aparece en múltiples páginas
ensangrentadas de la historia de España.
Su
designio forma parte del morbo visigótico que no viene a ser sino la enfermedad
del alma de un pueblo de sangre ardiente y generosa por demás pero también
dañada porque se entristece del bien ajeno. Sin embargo, el numero seis que
cierra el circulo, el que ceñía Alfonso VI como emblema en su corona, es el
antítodo contra esa afección. Sigamos buscando la piedra filosofal. Alejense las
pesadillas de nosotros.
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