CADA LOBO POR SU SENDA HISTORIA QUE CUENTA UN SUPERVIVIENTE DEL COVID
Vamos y venimos. No somos nadie y, menos en tiempos de peste. La llaman la Pequinesa porque es un regalo envenenado de los chinitos o bien puede ser el virus de la pascua judaica, flagelo sin remedio, el morbo del exterminio, pero aquí va cada lobo por su senda, y nadie quiere saber nada de nadie. Hay que disfrutar y cada mochuelo a su olivo, cada oveja con su pareja. Yo voy a lo mío y tú te jodes. Como Herodes. Reclamaciones al padre Ángel y a la mafia de Bergoglio. El príncipe de los engaños reina entre nosotros. ¿No te lo dije? Tú no me haces caso.
Yo soy Polendos, Medel Polendos Juarrillos, para servirles, y me acaban de dar de alta del hospital, me ingresaron victima de esta nueva dolencia del virus coronado aunque tengo que prevenirte lector que husmeas estas páginas que para el régimen asolador en que vivimos soy un apestado desde hace bastante tiempo. Curado del vitrón colérico una vitamina sintética diseñada para matar gente (lo llaman nueva táctica de ingeniería social maltusiana para honrar a los santos de la Eutanasia) no sé si la elaboraron los chinos o los norteamericanos o los israelitas en su ánimo de venganza por el tema del Holocausto, ese factótum reivindicativo que tenemos los europeos hasta en la sopa. Por vida de Xto no fui víctima del Sanedrín universal. La Virgen me curó. Quiero liberarme de esa poliuria as todas horas meando lágrimas por el mismo caño y al niño de Bruselas no se le obtura el pItorrillo. Niño, ¿qué tal meas?... Gota a gota, mi señor. Escuchen los guays y lamentos de Jeremías. Hoy se cumplen tres cuartos de siglo del asalto a Poznam. Menuda carnicería que prepararon los rusos del mariscal Yukov en Berlín… pasan los noticieros imágenes apocalípticas de aquellos combates. Sangriento fue el asalto y el cerco. Aquello fue entonces pero ahora es el virus siniestro tósigo y ponzoña ─no hay contra virus a la pandemia sin remedio aunque te bebas una cantara de litro y medio… están buscando una vacuna como locos─ que abrió de par en par los hornos de Auschwitz en el supuesto de que allí hubiese hornos crematorios que el diablo el gran entrometido se inventa cosas y es el gran fabulador el que fabrica embustes. Actualmente es el campeón de las redes sociales, no te asustes, Federico.
Kissinger ese animal satánico inventor de la política del paso a paso cuando era secretario de Estado y que ordenó el bombardeo masivo de Dresde, insta a la vacunación intensiva. Sí. Sí. Los satanistas quieren tallarnos con un nuevo orden mundial para su égida del varapalo. Doña Rosa Mateo la musa de la tiranía democrática está al pairo. Tratan de implantar la gran Compañía del anticristo en medio del caos y esos bichitos que lanzan por el ordenador no te pongas ante las pantallas, Baudilio, que vas a perecer, canta el miserere, tío, reza el confiteor. La consigna es acabar con todos los viejos así se ahorran en pensiones. Llaman al exterminador, están poniendo anuncios en los periódicos. Ya ni el zotal ni la lejía ni el amoniaco descontamina. A tapar la calle que no pase nadie. Hay que colocar al personal un bozal y a los mastines de la tele una carlanca Pues ya digo yo me contaminé de ese bacilo letal en un viaje que hice con los viejos a Salamanca. Regresé tosiendo, me dolía la cabeza, tuve fiebre y me arreó un apretón a la barriga, hube de ir al baño no sé cuantas veces a cagar agua. Mi mujer la pobre me llevó en el pequeño utilitario que tenemos al Gran Hospital. Allí me vio una doctora que era una chica joven metiome dos palillos por las fosas nasales di positivo y con las mismas se ordenó mi traslado a un sanatorio en El Escorial. Me instalaron en la crujía de los apestados y vi el rostro fatídico de la muerte aquella noche. Vi la luz al otro lado del túnel y estuve a un paso de la eternidad pero una señora misericordiosa, mujer de luz, me acogió en su regazo, volví a sentir las caricias maternales, era Ella mi madre celeste, y regresé a la vida. El cuerpo transparente, vestida de sol calzada de luna se subía a una tarima bajo la cual reptaba enfurecida la serpiente. Yo flotaba sobre la cama del hospital en medio de aquel delirio causado por los 39 de fiebre me vi salir por la ventana de la habitación 666 del dispensario cerca de la Cruz que quieren derribar los satanistas. Yo cabalgaba en una nube y no hacía caso a la enfermera ecuatoriana que me atendió solicita durante la pandemia, que angustiada me llamaba por mi nombre Medel ven acá, no te vayas y yo le dije ya soy viejo, querida enfermerita, he vivido bastante, cariño. Hay que dejar hueco a los jóvenes.
─Eso es precisamente lo que quiere el Maligno. Sacaron este virus de un matraz y engañando a todos lo saltaron como si fuese el ave de la muerte. Le encomendaron acabar con los viejos. Si no haces por tu vida, les vas a dar la razón a ellos. No te rindas, Medel.
No me rendí. Un legionario de Cristo nunca entregará la cuchara aunque lo maten ni entregará la plaza al enemigo.
Yo no la escuchaba, (tenía que cumplir una misión aun me queda mucho por hacer tengo las manos vacías muerte no vengas) pero el virus se pegaba a mis carnes abriendo sus fauces como la hidra de seis cabezas abriendo las fauces dispuesto a devorarme. Yo tratataba de huir y de encaramarme a la azotea del empíreo pero cuanto yo más trataba de zafarme sus mandíbulas apretaban con mayor fuerza. ¿Es allí donde se encuentra el Paraíso? No importa si esta noche es la última. Vino un camillero y me ataron a la cama. Me suministraran una droga gruesa casi como una manzana color mazarrón que amargaba y casi me ahogaba, no pasaba el aire por el diafragma, empecé a expulsar bilis negra me iba por arriba y por abajo, bajó la fiebre y a la mañana estaba sentado en la cama rezando el rosario. Es de lo que me acuerdo tras las imágenes de lo vivido aquella noche pasado en los dolores de la crucifixión son confusas. Tengo una sensación vesicante del rostro de aquella monjita que se me acercó vestida de un blanco manto y un sayal pardo su expresión era muy dulce. Las enfermeras que me cuidaban tres ecuatorianas y una almeriense que no le dio importancia a la cagalera que me entró de repente, una navaja me perforó las tripas salió sangre fecal toda negra:
─No tiene importancia con tal que te cures, hijo.
Me entró mucha desazón aquella noche. No sólo creía que terminaba mi existencia sino que también veía el final de los tiempos. Todo el mundo al valle de Josafat. Escuché el sonido de la trompeta del juicio final.
─No es posible que esto se acabe. La profecía dice que antes se tendrán que reconciliar los cristianos con los judíos y que las tres religiones únicas hubiesen convivido un tiempo en hermandad.
─Esos son cuentos chinos que se inventan los popes─ dijo un diablo que estaba a la cabecera de la cama dispuesto a llevarme consigo a las calderas en cuanto exhalase el último suspiro
Había muerte y angustia y las radios y las teles no cesaban de proferir calamidades. Los periodistas y las chicas de la tele también se habían hecho apocalípticos. Profetizaban un baño de sangre. El Trampas un hombre muy poderoso residente en la Gran Mampara (decían que él era el que había puesto en circulación el desastroso miasma que atacaba a los pulmones provocaba cagaleras y en última instancia apneas y faltas de respiración) se flotaba las manos. Convocó a sus asesores y les informó de que el remedio surtió efecto
─Había demasiada gente en el mundo, más de siete mil millones. Buen procedimiento de diezmar excedentes demográficos sin recurrir a la bomba atómica.
Un fraile del barrio franciscano vino a verme a la mañana siguiente para darme la extremaunción y yo le dije que naranjas de la China; hoy no me muero de ninguna de las maneras, que pertenecía a un iglesia católica que no era la mía, le dije al cura que era una vergüenza que el nuevo Papa condonase el derribo de las estatuas de fray Junípero, que quemasen las imágenes de los santos que cristianizaron California o degollasen a los cristos, pues metete por donde te quepa el oleo y el crisma bendito que no es bendito pues lo profanó Satanás que yo le veía al Maligno mear dentro de la crismera cuando tú subías en el ascensor. Sí, por donde te quepa, cura del diablo, yo moriré en mi fe en Jesucristo, sagrado Corazón de Jesús en vos confío:
─Yo, padre, no necesito viáticos administrado por gente tan chaquetera e hipócrita como ustedes los católicos, sois los aliados del Malandrín. Me hicisteis los curas católicos mucho daño en mi vida y no os perdonaré ni en la hora de la muerte. Que os perdone Dios. Sois gente mala y artera.
─Mira, hijo─ exclamó amenazante el capellán hospitalario con su voz de borracho y su mirada salaz… se conoce que durante la semana se dedicaba a sofaldar mozas en la sacristía o debajo del púlpito─ vas a morir sin confesión. Irás al infierno de cabeza.
─Allí estaré calentito, fray Enebro.
Me sentí orgulloso de haberle dado calabazas a este confesor. Cuando marchó, apreté mi crucifijo que siempre llevo entre los dedos y vi a la monja benefactora sonreírme. Recé entonces el yo pecador.
La pandemia había llegado sin avisar como un ciclón. Todo el globo se vio infectado. Hispania peccatrix. Sí, nos lo merecemos. Castigo de dios El gran Perico llamó al Coletas y declaró el estado de excepción. Era una encerrona. Nadie podía salir de la habitación. A mí se me confinó en mi casa. Todo el personal del hospital se sentía fascinado por mi pronta recuperación y cuando abandoné la crujía salí a hombros como un torero en tarde triunfal. Afuera la brisa jugaba con las hojas de los castañoss que acababan de brotar. Del monte de las Machotas circulaban nubes preñadas de agua y la lluvia estaba camino del redil yendo a por lana a punto de descargar sobre los muros ciclópeos del Escorial inescrutables como siempre. No había tráfico en la carretera, Madrid parecía una ciudad fantasma. Las campanas de las iglesias convocaban a la sextaferia del perdón. Mientras viajaba por los espacios infinitos en vuelo hacia el infierno para no caer al vacío yo me así a las cernejas del caballo del Apocalipsis montado por el Quinto Jinete que tocaba la trompeta. Agárrate que vienen curvas, no sueltes la mano del timón. Miré hacia abajo a mis pies estaban los espacios siderales. Pensé si me caigo me escoño y ahora no vendrá tu primo el taxista el Maudillo el que te salvaras tantas veces de las hecatombes que has tenido en la vida. Son muchos tus fracasos. Demasiados fracasos. Pero, alma mía, expiada la culpa, bendecirás al Señor