MAGNÍFICO LIBRO DE JOSÉ Mª COSTA ARRIBAS
El profesor José María Costa
Arribas ha publicado “La Segovia Olvidada” un magnífico retablo de las
tradiciones de la Ciudad del Acueducto, sus costumbres, ascendientes, orígenes,
así como un estadillo solemne y cabal de los edificios, iglesias, ermitas,
oratorios, conventos, los del alfoz, los del arrabal, e intramuros. Segovia,
ciudad de acarreo, acredita así su romana catolicidad aunque tambien tuvo algo
de musulmana y mucho de judía, pero tambien fue arriana y pagana.
Ofreció incienso a los dioses que después del Edicto de Milán fueron cristianizados de modo que las antiguas creencias mitológicas se transformaron en devociones de otros tantos santos mártires confesores y santas vírgenes. Segovia, ciudad de acarreo, multiétnica tolerante pero a la vez adoleciendo de ese vicio que fustigaba san Isidoro como “moro visigótico” (la envidia) compartiendo hueco con un cierto aperturismo y liberalidad siempre a la sombra de la Cruz y guareciéndose junto a los cimientos de su ebúrnea catedral. Dama de las catedrales sede y trono de los obispos que mandaron siempre mucho aquí en esto, y Dios quiera que sigan mandando, porque este libro testimonia esa fe de cristianos viejos que nos pervivía. Una fe que creía en la trascendencia del ser humano y otorgaba mandas de los difuntos, donaciones pro ánima y sufragios.
Ofreció incienso a los dioses que después del Edicto de Milán fueron cristianizados de modo que las antiguas creencias mitológicas se transformaron en devociones de otros tantos santos mártires confesores y santas vírgenes. Segovia, ciudad de acarreo, multiétnica tolerante pero a la vez adoleciendo de ese vicio que fustigaba san Isidoro como “moro visigótico” (la envidia) compartiendo hueco con un cierto aperturismo y liberalidad siempre a la sombra de la Cruz y guareciéndose junto a los cimientos de su ebúrnea catedral. Dama de las catedrales sede y trono de los obispos que mandaron siempre mucho aquí en esto, y Dios quiera que sigan mandando, porque este libro testimonia esa fe de cristianos viejos que nos pervivía. Una fe que creía en la trascendencia del ser humano y otorgaba mandas de los difuntos, donaciones pro ánima y sufragios.
Que me digan misas. Quiero un
enterramiento sagrado cabe el atrio de la iglesia, pedían las condesas al
otorgar testamento.
Yo ayudé cuando tenía once años a
una misa que ofició el capellán de las claras de san Antonio el Real por el
eterno descanso del alma del rey don
Enrique IV, benefactor de aquel convento. Más de cinco siglos de misas
gregorianas…
He gozado lo indecible,
empapándome el alma de Castilla, con su lectura, auténtica fruición para los
que amamos esta ciudad alta de castillos, como un barco navegando a todos los
acimuts y lontananzas.
Segovia es una nave de piedra que
surca los mares de la historia. Es un soliloquio de la arquitectura con la
mística y las menudas cuestiones del día a día, los cipos, los pleitos de
arrendamiento, la fijación de los fijos comarcales, las pestes y pandemias,
invasiones, guerras. Vanidad de vanidades.
Don José María en esta obra, un tour de force, literario, empedrado de
sabiduría histórica, nos reconcilia con nuestro pasado, nos explica el origen,
la trayectoria y ¡ay! También el derrumbe de todos esos edificios por esas
calles que pateamos en nuestra niñez y adolescencia, casas blasonadas como la
del Portalón donde vendía manises, pipas y cromos de Diego Valor, Puchero, que
era el mejor retratista y acuarelista de aquellos tiempos vagabundos.
Un paseo por el alma recóndita de
nuestras calles, esquinas, corrales, callejones, huertos y pomares, y chaflanes
es este libro. Cada rincón tenía su leyenda y, a ratos, historia trágica de
algún asesinato cometido o algún riepto,
como la de aquel caserón vacío en la Plaza de los Espejos.
Aquí en este libro se estampa el
espíritu de una ciudad mágica. Y se
complementa y explican algunos conocimientos que muchos segovianos teníamos por
intuición. Pero que eran prosa sin peinar y tabaco sin elaborar. Él los fija,
aquilata y ata cabos.
El profesor Costa Arribas, tan
apacible, es el hijo de doña Catalina aquella señora maestra tan elegante
esposa de nuestro maestro nacional al que algunos falangistas querían meter en
la cárcel por rojo (creo que era más por envidia que por ideas políticas) y que
desasnó vara en ristre pizarrín catón y cartilla en mano a los chicos de
Fuentesoto en la posguerra.
Aquí formula una relación circunstanciada y circunspecta
de los hechos con una impasibiidad y equilibro que nos hace pensar, dentro de
la modesta edición de este tratado, sobre el espiritu y la letra de Segovia, en el cronista
Colmenares.
Mucho debe de haber leído a Tito
Livio don José María.
Es algo más que una guía
turística por más que nuestros cicerones, los que enseñan nuestra ciudad a los
forasteros tendrán que aprender en este libro algunos aspectos desconocidos u
olvidados. Son nuestros anales.
Se trata de algo más que un vademécum
o de una guía turística.
A mi juicio, el profesor Costa
Arribas (Segovia 1935), que se licenció en Historia en la Universidad de Oviedo
donde todavía pervivía el aliento doctoral, insuflado en aquellas aulas
ovetenses por Claudio Sánchez Albornoz, el gran don Claudio el abulense, tan
maltratado por Franco, y olvidada su obra por nuestros “demócratas de toda la
vida”, abunda en la concepción histórica de Albornoz, diametralmente contraria
a la de Américo Castro.
Costa Arribas fue cocinero antes
que fraile, conoce la idiosincrasia de nuestro pueblo. Estuvo de maestro de
primeras letras en Lovingos antes de ser
catedrático de las universidades de Valladolid y de Salamanca por la UNED. Y ha
escrito uno de esos libros que marcan pauta, abren zanja, y son lo que dicen
los ingleses un “must”, con talante crítico independiente, siguiendo la norma
del objetivismo informativo de Scott aquel famoso director del “Guardian” de
Londres: “los hechos sagrados, las opiniones libres”. Insuperable. Creo,
insisto que se acerca en la fluidez de su sencilla prosa pero de una gran
maestría en el manejo del castellano sin florituras por los conocimientos, la
interpretación y la exégesis a nuestro cronista mayor: Diego de Colmenares.
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